Indice de Las mentiras convencionales de nuestra civilización de Max Nordau Libro séptimo - Capítulo segundoLibro octavo. Capítulo primeroBiblioteca Virtual Antorcha

LAS MENTIRAS CONVENCIONALES DE NUESTRA CIVILIZACIÓN

Max Nordau

LIBRO SÉPTIMO
Mentiras varias
Capítulo tercero



Al lado de las grandes mentiras, ¿cuántas mentiras pequeñas penetran y envuelven completamente nuestra vida? Semejantes a microbios llevan a todas partes la descomposición y podredumbre; pero no puede ser otra cosa si hay que mentir siempre que se abra la boca en público o se entre en relación activa con las instituciones políticas y sociales; si se tiene el hábito de hablar siempre y de obrar de modo contrario a como se siente y se piensa, soportar como algo natural la contradicción constante entre las convicciones y las formas exteriores de la vida, a ver en la hipocresía una prudencia mundana y un deber cívico, ¿cómo se puede conservar un carácter recto, ser sincero en sus relaciones con los demás hombres y verdadero en la vida privada? Mentimos en el paseo y el salón, como mentimos en la iglesia, en la reunión electoral, en la oficina y en la Bolsa.

Todas las relaciones sociales tienen este carácter de mentira. Dichas relaciones están fundadas en la sociabilidad y el instinto de solidaridad del hombre; han venido de su deseo de rodearse de compañeros de su especie y evitar el aislamiento como estado antinatural. Las formas de las relaciones sociales dejan aún reconocer este origen; demuestran el placer de los hombres al hallarse juntos y en mutua simpatía. Cuando vemos a una persona conocida, la saludamos, es decir, expresamos los votos que hacemos por su prosperidad; cuando recibimos una visita, nos decimos felices, invitamos a quedarse al visitante, le comprometemos a que vuelva pronto. Damos fiestas para ofrecer a nuestros semejantes una ocasión de variados placeres; organizamos banquetes para regocijarlos, les hacemos regalos; si les sucede algo, alegre o triste, nos apresuramos a ir a verlos para felicitarlos o consolarlos; si ha pasado algún tiempo sin que les hayamos visto, los visitamos para asegurarnos de su salud y preguntarles si necesitan aigo. Tal es la significación teórica de las formas usadas en sociedad. Pero de hecho, casi cada contacto de un hombre con otro es una hipocresía y una mentira. Deseamos buen día a uno que pasa; y nos traería sin cuidado saber que al separarse de nosotros habíase roto las dos piernas; invitamos al que nos visita a que vuelva pronto, y experimentamos al verle la misma emoción qoe si tocásemos involuntariamente algún reptil. Organizamos fiestas, e invitamos a ellas a personas que despreciamos, que detestamos, de quienes hablamos mal, o que, en el caso más favorable, nos son indiferentes hasta el punto de que no levantaríamos la mano para procurarles ningún placer, si pudiésemos hacérselo a tan poca costa. Vamos a las fiestas de los demás, y charlando tontamente perdemos horas enteras que preferiríamos mil veces consagrar al sueño; sonreímos con complacencia reprimiendo un bostezo penso; dirigimos cumplimientos, de los cuales no creemos una palabra; damos gracias a la señora de la casa por su amable invitación, mientras en el fondo de nuestro corazón la enviamos a todos los demonios; aseguramos al amo de la casa nuestra constante adhesión, y al día siguiente, si viene a pedirnos un favor, casi damos orden al criado de que le despida. Visitamos a personas a quienes aborrecemos, sólo porque las debemos visitar; en Pascuas y en otras ocasiones hacemos regalos, renegando de tener que gastar en ellos el dinero; frecuentamos con aparente intimidad a personas de quienes pensamos y decimos todo el mal posible, y que sabemos que nos tratan de igual modo. Como consecuencia de esta falta de sinceridad, la vida social, que en teoría completa la vidá individual y aumenta el bienestar de todos, se convierte en una fuente de molestia constante; cada vez que nos ponemos en contacto con nuestros semejantes, traemos a casa fastidio, descontento, envidia, desprecio confusión, en una palabra, las impresiones más desagradables y penosas.

Y sin embargo, el hombre se encadena voluntariamente a estas molestias, y la mayor parte de los hombres de las llamadas clases superiores, se gastan completamente en esta vida del mundo, que no puede darles alegrías, estimulantes ni fuerza moral -cosa que ellos saben-. ¿Qué les impulsa a esta cansada e interminable comedia, en la cual deben sonreír aun cuando quisieran rechinar los dientes, y ser amables con personas que les disgustan? El egoísmo, que se halla en el fondo de todas las instituciones actuales. Este tiene qne conquistar el mundo todavía; corre a fiestas y recepciones, a tertulias y soirées íntimas, para buscarse conocidos que aspira a transformar en protectores, para arreglarse un buen matrimonio, para adquirir gloria, para llegar, por las debilidades y defectos de los demás, con más seguridad y más cómodamente que podría hacerlo ateniéndose a sus propios méritos. Aquel ha conquistádo ya una posición se condena a las fatigas y sacrificios pecuniaríos para intrigar contra algunos colegas, o simplemente, para disgustarlos, para dar a los demás, alta idea de su caudal, de su prestigio y de su influencia, para reunir en torno suyo cortesanos, en una palabra, para satisfacer su vanidad a toda costa. Estos no ven, entre todos los hombres, más que a una persona, la suya, en la conversación más animada, mientras hacen como si escuchasen y prestasen oído a las ideas de los demás y se olvidaran completamente de su persona, no piensan más que en sí mismos. Asi es como el egoísmo falsea las más inocentes relaciones de los hombres entre sí, y como todas las formas sociales creadas por el instinto de la sociabilidad, vienen a ser otras tantas mentiras.
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