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LAS MENTIRAS CONVENCIONALES DE NUESTRA CIVILIZACIÓN

Max Nordau

LIBRO TERCERO
La mentira monárquica y aristocrática
Capítulo cuarto



He reconocido que la aristocracia es una institución natural de la humanidad, por esto mismo inevitable y probablemente eterna; y no protesto contra los honores y privilegios hereditarios que le han sido concedidos pero estipulando que ha de formar la aristocracia la mejor y más digna parte del pueblo. Para que una casta nobiliaria exista en derecho, es necesario que pueda probar el fundamente antropológico de sus pretenciones. Es preciso que descienda de personas de gran mérito y que por la selección haya mantenido y acrecentado sus cualidades. Históricamente, todas las aristocracias nacieron así.

En los pueblos de composición uniforme, los hombres más fuertes y más buenos, los más valientes y los más hábiles, han obtenido en seguida el poder y el respeto y sus descendientes han cifrado el orgullo de la familia en estas dotes naturales de sus antepasados. Comprendieron que debían su elevación, no al favor caprichoso de los hombres, sino a nuestra eterna madre la Naturaleza; conforme, según la manera de pensar de los primeros hombres, éstos se alabaron de descender de los dioses de su pueblo, es decir, de sus tipos ideales. Esta nobleza de origen divino existía entre los germanos, existe hoy entre los indios y en algunas tribus primitivas, como los Pieles Rojas de la América del Norte, cuando, al contrario, una nación se ha formado de la mezcla de diferentes elementos, o sometiendo una raza poderosa a otra más débil, la aristocracia está formada por los descendientes de los conquistadores, y por cOnsecuencia, de la raza fuerte y superior, al menos bajo el punto de vista físico.

Tal es el origen de la nobleza en todos los países europeos, que en la época de la gran emigración de los pueblos, o más tarde, debieron ser invadidos por razas extranjeras, en su mayor parte germánicas. La nobleza primitiva de Francia es franco-borgoñona o saxo-normanda; visigoda la española; vándala, goda y lombarda, y en parte también sueva, francesa y española, es la de Italia; la de Rusia, escandinava; la de Inglaterra, normanda; magyar, la húngara; la china, mandchoue. Todo lo que he dicho de la razón de ser que tiene la desigualdad social, se aplica plenamente a una aristocracia formada de los individuos más perfectos de la raza indígena, o de una raza superior de conquistadores. Semejante aristocracia ocupará con indiscutible derecho los primeros puestos en el Estado, por tener la fuerza necesaria para subir a ellos y conservarlos. Mejor organizada y llena de sentimientos mas altos que la raza plebeya, deberá ejercer y desenvolver constantemente su fuerza y su valor, pues si esto le faltase, no podría resistir al empuje de las clases inferiores. Obrando así conserva para siempre su ventaja sobre el resto del pueblo.

La acción de las leyes naturales, no permite a la aristocracia más alternativa que guardar intactas sus ventajas o desaparecer. Debe ser heróica, pues si en un momento de peligro estima más su vida que sus privilegios, otros que no temerán la muerte han de arrebatárselos de la mano. Deben los aristócratas llenar en todos los casos el papel de campeones y de portabanderas, porque si no se ponen resueltamente a la cabeza, serán destituidos y relegados al ultimo lugar. No pueden, en suma, constituir casta cerrada, por traerles esto el agotamiento de fuerzas; teniendo seguro, que al conocer sus envidiosos que los nobles no son los más fuertes, los arrojarán de su pedestal; no siéndoles posible, por tanto, sustraerse al libre juego de las leyes naturales, que es de donde sacan su justificación. Cada vez que en el pueblo surja una individualidad que muestre ser superior y obligue al vulgo con su mérito a que así los reconozca, la aristocracia debe apresurarse a abrirle sus filas. Deben tener por contrapeso las degeneraciones inevitables, un constante mejoramiento de la sangre, y no poner jamás obstáculos a la elevación de los mejor dotados, elevación a la que debe su origen la aristocracia.

Tal es teóricamente una aristocracia de la cual se debería admitir la existencia y sufrir la superioridad. Pero en la práctica las cosas pasan de otro modo. La nobleza que ocupa en casi todos los países de Europa el primer rango, ¿es una aristocracia tal cual yo la he definido? Ningún hombre que sea dueño de su razón podrá contestar afrmativamente. Lo que se llama la nobleza, es decir, la clase que procura distinguirse del resto de los ciudadanos por medio de títulos hereditarios, no cumple ninguna de las condiciones de una aristocracia natural. Hemos encontrado la nobleza primitiva, nacional o divina, en los pueblos a los cuales no se ha impuesto el dominio de tribu alguna extranjera; en aquellos países que fueron tiempo atrás conquistados, hemos visto la nobleza conquistadora. Estos dos géneros de aristocracia están por todas partes extinguidos o degenerados.

Y esto por su propia culpa, pues se han vuelto contra su ley natural de vida cayendo en el exclusvismo y no han podido rejuvenecerse, hallándose agotada también la fecundidad de muchas familias hasta el punto de no poder producir Sucesores; en otras, los descendientes de grandes antepasados fueron cunvirtiéndose poco a poco en tontos, débiles y cobardes, no sabiendo defender su fortuna ni su rango contra la avidez de enemigos más robustos y llegando a mórir en la pobreza y en la obscuridad. Su sangre tal vez corre hoy por las venas de jornaleros o aldeanos. Su lugar, vacante por muerte o degeneración, está ocupado por toda clase de gentes que debe su engrandecimiento, no a un organismo superior, ni a la naturaleza, sino al favor de monarcas o de otros influyentes personajes.

Toda la nobleza actual (no creo que haya en esta regla ninguna excepción seria) es una nobleza creada por diplomas, y en la gran mayoria de los caos muy moderna. El capricho de una voluntad individual, y no la ley antropológica, es quien ha dictado los títulos de las nuevas clases nobles.

Más, ¿cómo es que adquieren después de la Edad Media, desde cuya época no se forma en Europa ningún árbol genealógico, el favor de los príncipes que se traduce en un acto de nobleza? ¿Es por cualidades excepcionales, por méritos que hacen a un hombre a propósito para la selección y el perfeccionamiento de su raza? La historia nobiliaria de todos los páises facilita la respuesta a estas preguntas. Casi no existe ejemplo alguno de que una elevada y noble naturaleza, representando el tipo ideal de la humanidad, haya obtenido un título nobiliario. Si alguna vez, casualmente, ha encontrado el mérito real en su camino una carta de nobleza, lo debió a poseer, a la par que sus cualidades excelentes, otras bajas y despreciables; sólo estas últimas explican la atención de que fue objeto por parte del príncipe. Las causas por que muchas familias se han elevado son tan viles, que delante de personas dignas no se pueden mencionar. Hay algunas que deben sus honores a la deshonra de sus antepasados femeninos, y su orgulloso blasón recuerda de una manera clara, que cuentan entre sus miembros padres y esposos complacientes y damas despreocupadas. En otros casos, la carta de nobleza es la recompensa de una bastardía o de un crimen, por el cual el antepasado de la casa demostró el amor a su príncipe.

Concedo que la prostitución y el asesinato, aunque puntó de partida muy frecuente de brillantes destinos, no han servido de cascabel sino a la minoría de la nobleza.

La mayoría adquirio su rango de una manera menos escandalosa. Un motivo frecuente de ennoblecimiento es la riqueza, y también largos servicios prestados en el gobierno o en el ejército. ¿Cómo se ha llegado a poseer tal fortuna que llame la atención de un príncipe? Por la falta de escrúpulo, o por el juego; más veces por aquélla que por éste. En la época de la reforma, se saqueaban las iglesias; un poco después se armaban cruceros, es decir, se convertían los futuros nobles en piratas; luego, podian ser mercaderes de esclavos, o propietarios y explotadores de esclavos. En los tiempos modernos, hay que ser proveedor de ejército y robar al Estado, o especular y arrebatar a centenares de miles de personas, por audaces jugadas de bolsa, los céntimos que ahorraron a fuerza de trabajos; o bien, en el caso de mayor honradez, basta ser gran industrial y sacar sus millones de algunos cientos de obreros a quienes se paga miserablemente.

¿Y cuáles son las personas que por sus grandes servicios en tiempo de guerra o en tiempo de paz, han atraído sobre sí la mirada de sus prjncipes? Son siempre -digo siempre sin ninguna restricción- almas flexibles como la carne de un molusco, cazadores de puestos elevados, que ya deslizándose, ya arrastrándose, pasan la vida sin permitir que aparezca en ellos el más leve impulso de independencia viril, extirpando el último vestigio de nobleza y de dignidad, inclinándose ante todos los que están más altos, procurando serles agradables e invitándoles de un modo servil, rendidos hasta un punto exagerado, y en fin, como justo coronamiento de una vida pasada poco dignamente, concluyen mendigando un lugar en la aristocracia. Hombres formados de la buena y sólida materia humana, con resistente columna vertebral, y que no encuentran dicha ni tranquilidad si no tienen un carácter propio, nunca pueden resignarse a renegar de su signo distintivo, a ser siempre de la opinión de sus superiores, a ganar por medio de intrigas, adulaciones y súplicas el favor de los príncipes. En estos hombres serios e independientes se piensa al tratar de quién ocupará los puestos de peligro, pero no cuando hay favores que distribuir. Tales personas van las primeras cuando con riesgo de la vida se debe servir al país, pero no hacen esfuerzos para atraer sobre sí, en grandes fiestas y entradas triunfales, las miradas del monarca.

Así, la nobleza por diploma es de hecho una institución que sirve para elevar a los hombres, como las carreras sirven para el mejoramiento de la raza caballar. Los vencedores, destinados a formar una nueva casta, poseen cualidades que un padre bien puede desear a su hijo a fin de que haga suerte en el mundo, pero con las cuales es seguro que ningún poeta adornaría la figura de su héroe. La poesía mantiene el ideal humano más puro que la ley y las costumbres; la conciencia estética se rebela, aún allí donde la conciencia moral no tiene nada que decir. Estréchase con gusto la mano de los hombres que se elevaron de la manera que la sociedad exige, pero no sufriríamos verlos golorificados por un poema y convertidos en modelos para la imitación de la humanidad.

Los individuos de cada generación que se distinguen de la masa del pueblo por dignidades y títulos nobiliaríos, no sos ciertamente los peor dotados bajo el punto de vista de la inteligencia. Por regla general no son tontos, sino más bien hábiles y astutos; son tenaces y sobresalen también en perseverancia y fuerza de voluntad. Pero lo que les falta, de seguro, es el carácter y la independencia, es decir, justamente las cualidades que una aristocracia natural, una aristocracia por la sangre, podría tener, y que establecen, sin la intervención de leyes escritas, la desigualdad social en su favor y en desventaja de los plebeyos.

He trazado el retrato del individuo que adquiere la nobleza por su familia. Sus descendientes, por lo común, tendrán más elevación moral que él. Para conservar un rango no es preciso ser tan despreciable como para adquirirlo; no es necesario para ello ser un egoístá sin escrúpulo, un adulador o un intrigante. El carácter se mejora por la gradual acción de las ideas que prosiguen emanando de la teoría primitiva que ve en los aristócratas los hombres mejores y más nobles. Si la nobleza por diploma nada tiene que sea aplicable a la nobleza por la sangre, se une sin embargo a las ficciones históricas de donde está procede. Mas ¿qué destinos aguardan a la nobleza moderna? O bien, sacrificándose a las preocupaciones de la edad media, contraerá matrimonios solamente entre sus iguales, huyendo de los malos casamientos, o bien en ciertos casos contraerá enlaces fuera de la aristocracia. La primera forma de matrimonio conduce a la desaparición rápida y completa de las familias nobles. Estas, en efecto, no siendo como la nobleza por sangre, procedentes de individuos mejor organizados, no están provistas desde su origen de exceso alguno de vida, y las uniones hechas siempre en el mismo círculo han de tener como consecuencia precisa el pronto agotamiento de la fuerza vital; fuerza no tan grande en ellas como en los hombres del pueblo, y que debe sin embargo atender a los gastos mayores que reclama una vida más intensa, asociada a una más alta situación, y sin poder renovarse con los auxilios que aportaría la fuente inagotable del vigor popular.

Pero cuando un aristócrata se casa fuera de su círculo e introduce sangre nueva en su familia, ¿de qué especie es esta sangre y cuáles son los motivos que han determinado al hombre en su seleccón? Que un noble se enlace por amor con una hija del pueblo y sólo apreciando sus cualidades físicas y morales, es un caso excesivamente raro; mas desde el punto de vista del mejoramiento de la sangre en la familia, estos matrimonios son los únicos ventajosos, porque le es necesario a una mujer, para fundar una buena raza, la conformación normal del cuerpo, cuya expresión es una belleza armónica, y también la salud y el equilibrio del alma, cualidades que se manifiestan bajo la forma de una moralidad tranquila y hasta un poco plebeya.

Es lo más frecuente que estos matrimonios desiguales se realicen por un interés pecuniario o por un capricho de la pasión. Analicemos las condiciones de los dos géneros de alianzas.

Un aristócrata toma por esposa una rica burguesa para dorar de nuevo su blasón. según un dicho vulgar. Ahora bien; este aristócrata es un libertino arruinado por sus excesos, y que entra en el matrimonio como en una casa de refugio, o bien es un hombre miserable y sin fuerza vital; pues el que se encuentre lleno de vigorosa energía, es fuerte y emprendedor tiene el deseo de unirse a una mujer de su elección y la seguridad de hacer buen papel en el mundo, aún sin la dote de su esposa. En cambio, el noble de que venimos tratando es un ser vulgar y de estrechas miras, debiendo hallarse dispuesto a fingir y engañar a las ricas herederas, exigentes en general, al menos hasta tanto que se desposan, disimulando bajo una apariencia de inclinación el grosero anhelo de su fortuna. Ella, la rica heredera, representa igualmente un tipo muy bajo entre los humanos; es hija de un hombre de inteligencia limitada y desprovisto de dignidad; de lo contrario, el padre no querría sacrificar la felicidad de su hija a una vana ambición, ni brillar entrando en relaciones de familia con una sociedad donde le tratarán todos, hasta sus parientes, con la burla y el desprecio reservados a los intrusos. En cuanto a la joven, o bien esta satisfecha de su suerte y se presta con agrado a ser la esposa de un hombre a quien sólo causa indiferencia, siendo en este caso una criatura sin corazón y sin alma, una vanidosa y necia muñeca, o bien desea amar y ser amada, pero acepta no obstante el destino que su familia le preparó, y entonces es una pobre naturaleza sin voluntad y sin carácter.

Hay también entre alianzas desiguales algunas que se llevan a cabo sin miras interesadas. No hablo de cuando un amor verdadero y moral es la causa de la alianza; podemos, pues, admitir este caso que se presenta quizá una vez en un siglo, y por este motivo no ejerce influencia apreciable en el mejoramiento de la raza aristocrática. La regla general es que un aristócrata, en las alianzas por amor, se case con una actríz, con una amazona del circo, o simplemente con una belleza equívoca de los establecimientos balnearios o de los salones internacionales de las grandes capitales. En pareja así formada, la parte femenina es un ser anormal que se revela como un tipo extraño a la forma ordinaria, sólo por haber escogido una carrera excepcional, frecuentemente excéntrica o condenable; y por lo que respecta a los destinos extraordinarios, se puede asegurar que tales mujeres rechazan todos los deberes que la sociedad moderna impone al sexo femenino. En cuanto a la parte masculina, es lo que en psicología se llama un degenerado, es decir, un individuo en el cual la voluntad y la razón están rebajadas, el sentido moral es rudimentario, y sólo la pasión genésica gobierna la vida psíquica, a veces con una extraña depravación. Tales individuos no pueden resistir el deseo de lograr una mujer que sepa excitarlos, y para ver satisfecho este deseo cometen locuras, indignidades, y si es preciso hasta crímenes. Examinemos la cuestión de cerca. En las novelas que terminan con el matrimonio entre un príncipe y una cómica, se encontrará, casi siempre que el hombre es un degenerado en el sentido científico, es decir, una pobre naturaleza débil y sensual. Las alianzas, según hay costumbre de hacerlas, están bien lejos de procurar a la aristocracia ventajas antropológicas; parece, al contrario, haber sido imaginadas muy ingeniosamente, para reunir la peor materia humana de la nobleza y de la burguesía en una boda de donde no pueden salir sino abortos, en lo moral cuando menos.

Tal es el origen de la nobleza creada por diplomas, y tales son necesariamente sus destinos futuros. El antecesor fue un egoísta, un intrigante o un cortesano; con frecuencia todo a la vez. Al descendiente se le condena de modo fatal a desaparecer, bien se agote su sangre dentro de un número determinado de familias que tienen los mismos vicios que él, bien se una con tipos excepcionales de mujeres, o no desarrolladas o de mala conducta. Y por lo tanto, he aquí un nuevo rasgo de la cobardía, de la necedad y de la hipocresia humanas: la nobleza goza de una consideración social ante la que se inclina voluntariamente, y casi con secreta satisfacción, la inmensa mayoría de los hombres. El snobismo que se siente lisonjeado de una manera particular y agradable cuando puede relacionarse con los aristócratas, reina en todos los paises, aún en los más democráticos. El francés, que se alaba de haber inventado la igualdad, se enorgullece con el trato de un duque o de un marqués, y se interesa en la vida y en los hechos de su nobleza nacional a despecho de un flunkey inglés. El americano, que en la apariencia no honra más que al todopoderoso dollar, y afecta burlarse de las diferencias de clases que existen en el viejo continente, se complace en el fondo de su corazón al poder exhibir en sus salones un individuo de la nobleza. Todos sabrán cómo se obtiene hoy un título nobiliario: quizá sólo en ciertos países no se conoce el precio exacto de una corona de príncipe, conde o barón. Y sabiendo que este adorno es el equivalente de una suma determinada, se le concede sin embargo un respeto que se niega a la suma que lo ha pagado.

Citemos un pequeño rasgo que muestra las costumbres engañosas de los hombres civilizados, mejor que podría hacerlo una argumentación de muchos volúmenes. Un diputado francés presentó en la Cámara un provecto de ley en virtud del cual cada ciudadano tendría derecho, mediante la entrega al Tesoro de una cantidad determinada, a adjudicarse un título de nobleza y servirse de él en todos los actos; por 60.000 francos se podría ser duque; por 50.000 marqués, etc:, por 15.000 francos simplemente señor de. Si este proyecto hubiera adquirido fuerza de ley, apenas se encontraría persona alguna que quisiera realizar tan bello negocio y comprar a la faz del universo un título de nobleza como se compra un traje o una cadena de reloj. Anunciad por el contrario. en un periódico que estáís en condiciones de proporcionar, con el major sigilo, títulos aristocráticos a las personas ricas, y en cada correo recibiréis cien peticiones; aunque no prometáis sino diplomas nobiliarios de la República de San Marino, o del principado Reuss-Schleiz-Greiz, al mismo precio o a un precio más elevado que el propuesto por el diputado francés, encontraréis muchos compradores para vuestra mercancía. Y sin embargo. allí se trata de una operación correcta, aquí de una operación equívoca; allí de un título que es válido en un Estado de 37 millones de habitantes, aquí de otro que no tiene valor legal sino en algunas aldeas. Pero en el primer caso se hace saber públicamente que el título de nobleza se vende a quien lo quiera, mientras en el segundo se mantiene la ficción en virtud de la cual la nobleza es la recompensa del mérito y el hombre ennoblecido un ser de orden superior; también se prefiere obtener un título de nobleza por la intervención de un corredor de fe dudosa, a comprarlo honradamente en Una oficina de timbre o de contribuciones. Esto es una prueba de que se quiere sostener, exteriormente al menos, la mentira nobiliaria.

Por lo demás, los privilegios concedidos a la aristocracia no son únicamente de naturaleza social, y no consisten sólo en títulos y cumplimientos. La nobleza tiene en los países monárquicos, sin perjuicio de la igualdad de derechos y deberes garantidos por la ley a todos los ciudadanos, una influencia muy grande que le asegura notablemente la posesión de todos los beneficios públicos. Empleo aquí la palabra beneficio en su sentido más lato. Dada la actual organización del capital y del trabajo, se deben considerar como prebendas del Estado los destinos, que al mismo tiempo que un elevado rango, proporcionan una renta segura y con pequeñas molestias.

A la nobleza están reservados todos aquellos puestos para cuyo desempeño no se necesita una capacidad especial, y que pueden ser ejercidos por cualquiera, siempre que haya quien se los confíe. Para ellos ha sido inventado el conocido provervío que Dios da inteligencia a quien obtiene un empleo. Las plazas de jefes y oficiales superiores, las prebendas, las dignidades de corte, el Estado las regala a un pequeño número de individuos, que en buena justicia no tienen el menor derecho.

La mentira de la nobleza por diploma, que se ha introducido fraudulentamente a modo de enfermedad parasitaria en las formas y privilegios de la nobleza de la sangre, que se halla desenmascarada a todas horas por la historia y la razón, tiene quien la soporte y hasta quien la adule, y es, por último, una piedra angular del Estado monárquico. Se finge la creencia de que un imbécil que se llama el señor conde o el señor barón está compuesto de una pasta mejor y más escogida que el resto del pueblo; y se aparenta admitir como verdad que un príncipe, garabateando sobre el papel o sobre un trozo de pergamino, puede convertir a cualquier hombre vulgar en un ser noble y distinguido. Después de todo, ¿por qué no? ¿La gracia de Dios no está a su servicio? Se puede muy bien esperar de ella tan maravilloGa metamorfosis, que en definitiva no es más incomprensible que los milagros de la Biblia y de los santos.
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