Indice de Las mentiras convencionales de nuestra civilización de Max Nordau Libro primero - Capítulo cuartoLibro segundo. Capítulo segundoBiblioteca Virtual Antorcha

LAS MENTIRAS CONVENCIONALES DE NUESTRA CIVILIZACIÓN

Max Nordau

LIBRO SEGUNDO
La mentira religiosa
Capítulo primero



La más extendida y poderosa de las instituciones que el pasado nos legó, es la religión; toda ]a humánidad se cobija bajo su bandera. Ella une en el mismo lazo las razas más eleyadas como las más ínfimas, y aproxima, desde el punto de vista de las ideas, al negro de Australia y al lord inglés. La religión penetra todas las formas de la vida política y social; la fe en sus doctrinas sobrenaturales implica más o menos abiertamente no sólo la validez, sino la única posibilidad de una serie de acciones que marcan las fases de desarrollo y los momentos decisivos de la existencia individual. En muchos paises civilizados toda persona está obligada a pertenecer a una religión. Nadie se ocupa de sus creencias y de sus condiciones íntimas; pero exteriormente debe formar parte de una confesión determinada. No estamos ya por completo en las mismas circunstancias en que se encontraba España en el Siglo XVI, Inglaterra bajo el reinado de María la Sanguinaria, o las colonias de la Nueva Inglaterra en tiempo de la tiranía puritana. Exigiase entonces, bajo penas terribles, que cada ciudadano participase de los ejercicios del culto. Pero el progreso, en suma, es póco considerable. Si el Estado no obliga ya a nadie a ir a misa y a confesarse; si no quema a los que faltan los domingos a los oficios, reclama, sin embargo, en bien de los países de Europa y América, que cada cual se haga inscribir como miembro de una comunión religiosa, y obliga a los ciudadanos, por los tribunales y la policía, a contribuir con su dinero al sostenimiento del culto.

La religión se apodera del hombre desde su entrada en la vida, le acompaña a través de toda sn existencia y no le deja ni aun a su muerte. ¿Un niño acaba de nacer? Sus padres deben hacerle bautizar, so pena, en algunos países, de incurrir en un castigo. Más tarde quiere casarse: esto no puede hacerlo más que en la iglesia y con la asistencia de un sacerdote. Sin duda que en muchas naciones existe el matrimonio civil. Pero desde luego no existe en todas partes; después, allí donde ha logrado penetrar, influencias poderosas se esfuerzan en abolirlo; en fin; aun donde está sólidamente arraigado, las costumbres sociales no marchan al mismo paso que la ley y afectan ver en el matrimonio civil un matrimonio incompleto. El ciudadano muere: también es el sacerdote quien acompaña su cadáver, recita oraciones sobre su féretro, y el difunto no puede reposar sino en lo que se dice camposanto en medio de simbolos e inscripciones de naturaleza religiosa. En muchas circunstancías, el ciudadano no puede proteger sus intereses más legítimos sino con la ayuda de un juramento religioso. ¿Debe defender su derecho en justicia? También lo ha de prestar para ello. Sin esta fórmula no puede ser jurado y juzgar a sus conciudadanos, ni diputado y defender los intereses del pueblo; apenas puede ocupar un empleo público. La tentativa que se ha hecho en Inglaterra y Francia para reemplazar el juramento religioso por una invocación solemne al honor, ha encontrado resistencias apasionadas. En el mundo entero se buscaría casi inútilmente un palmo de tierra que haya sacudido la dominación religiosa.

Las formas que la cultura presentó en su desenvolvimiento histórico, fueron: la familia, la propiedad, el Estado y la religión. Pero ninguna de las tres primeras alcanza una superficie tan vasta como la última.

Mucha gente vive fuera de la familia: por ejemplo, los niños expósitos, los vagabundos de las grandes ciudades, a menos que al llegar a la edad madura tengan recursos para el matrimonio o el concubinato. Los indigentes y los criminales que viven de la mendicidad y del robo no reconocen el principio de la propiedad. En el seno de nuestra civilización, reglamentada con sus numerosas prescripciones, su aparato administrativo y su ejército de empleados, existen grupos importantes que rehusan entrar en el cuadro de la organización política. Tales son, entre otros, los gitanos en casi todos los paises de Europa. Sus nacimientos, sus matrimonios y sus muertes no se registran en ninguna parte, no pagan ningún impuesto, no están sujetos a quintas, no tienen domicilio ni nacionalidad política. No podrían entrar sino con grandes dificultades en la sociedad civil normal, si tal idea se les ocurriera; les faltan los diversos papeles timbrados, cubiertos de firmas ilegibles y respetables sellos de póliza, sin los cuales el hijo enumerado y rotulado de la civilización no puede hacer constar legalmente ni su vida ni su muerte.

Por el contrario, los que sacuden el yugo religioso forman un número bien escaso. En Alemania se ha formado una Liga de librepensadores, con la idea de prescindir de los lazos hereditarios de la superstición. Después de muchos años de existencia, esta liga cuenta apenas mil individuos, y entre ellos mismos muchos son considerados como pertenecientes a una confesión religiosa. En Austria una ley permite. abandonar las religiones existentes: pues bien, no hay quinientas personas que se hayan aprovechado de esa ley. La mayor parte de ellos ni aun se han ocupado de conformarse en los actos y conducta con sus convicciones íntimas. Las unas querían contraer matrimonio con personas de distinta crencia, lo cual implica la renuncia naciente de su confesión por ambas partes; las otras eran judíos que acariciaban la esperanza de sustraerse por este motivo a la ojeriza tenaz que los persigue. Este segundo motivo ha sido tan frecuente. qué en Austria los términos sin confesión y judío han llegado a tenerse por sinónimos. Así es que el secretario de la Universidad de Viena, al interrogar a los estudiantes respecto a su religión conforme al uso establecido aun allí, acostumbraba a decir, sonriendo bondadosamente a los que le contestaban que no tenían ninguna: ¿Por qué no me habéis dicho al momento que sois judíos?

Entre todos los países civilizados, en Francia es donde la libertad del pensamiento ha conquistado mejor lugar en las leyes, pero no en les costumbres. Pues hasta en esta nación la mayoría de los librepensadores continúan en el seno de la iglesia a que sus padres han pertenecido; van a misa y a confesar, cásanse en el altar, hacen bautizar y confirmar a sus hijos y llaman al sacedote junto a sus muertos. Son todavía poco numerosos los que dejan crecer a sus hijos sin bautismo y sin confirmación, y los que reclaman para sí mismos un enterramiento civil.

En la libre Inglaterra. la ley y la opinión pública toleran todas las sectas y todas las religiones. Allí se puede profesar el bautismo o adorar el Sol de Paros, mas está vedado ostentar el ateismo. Bradlang que ha tenido la audacia de proclamar abiertamente el suyo, ha sido puesto fuera de la sociedad y expulsado del Parlamento, sujetándosele a causas que le han traído grandes disgustos. Es tan poderosa la influencia de la religión sobre los espiritus y nos es tan difícil renunciar a los hábitos religiosos, que cuando los ateos quieren sustituir a la fe en el hombre un ideal en armonía con nuestra concepción del mundo, tienen la debilidad de mantener para su concepto racional el término de religión, recordando la sencillez de la humanidad naciente. En Berlín y en otras ciudades de Alemania del Norte, las asociaciones de librepensadores no han enconrrado otra designación que la de comunidad religiosa libre. David Federico Straurs, por su parte, bautizó con el nombre de religión del porvenir a un idealismo que se basa en la negación de una creencia religiosa sobrenatural. Se parece al ateo bien conocido que exclamaba: ¡Por Dios, yo soy ateo!
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