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LAS MENTIRAS CONVENCIONALES DE NUESTRA CIVILIZACIÓN
Max Nordau LIBRO PRIMERO
Mane - Thecel - Phares
Capítulo segundo
La oposición entre los gobiernos y los pueblos, la cólera de unos partidos políticos contra los otros, la fermentación en las diferentes clases sociales, todo esto no es más que una forma de la enfermedad general de la época. Esta enfermedad es la misma en todos los países aunque en cada uno lleve nombre distinto; se llamrá unas veces nihilismo, otras fenianismo, socialismo, antisemitismo o irredenta. Una fase mucho más grave de esta dolencia se manifiesta en el profundo descontento y la melancolía que independientemente de los lazos nacionales o de otros, sin relación a las fronteras politicas y a la situación social, llenan el alma de todo hombre que está al nivel de la civilización contemporánea. Es la nota característica de nuestro tiempo. como la alegría sencilla de la existenciá es la de la antigüedad clásica, y la devoción la de los primeros siglos de la Edad Media. Hoy cada individuo siente constantemente un malestar, una irritación que atribuye, si no busca su causa con la ayuda del análisis, a mil motivos accidentales y todos erróneos. Se halla impulsado a criticar duramente cuando no a condenar en absoluto, todas las manifestaciones de la vida social. A esta impaciencia, que las impresiones exteriores no hacen más que irritar y exasperar, los unos la llaman neurosis, los otros pesimismo y otros todavía escepticismo. Las deaignaciones son muy variadas, pero no hacen más qüe cubrir un solo y único mal. Ests se descubre en todas las manifestaciones del espíritu humano. Lo mismo invade a la literatura que al arte, a la filosofía que a la ciencia positiva, a la políticá que a la ciencia económica. En la literatura, las primeras señales han aparecido al final del siglo pasado (XVIII). Entre todas las producciones de la inteligencia, en las literarias es donde se reflejan desde luego las perturbaciones o las modificaciones que ha experimentado la constitución de la humanidad. Cuando las clases elevadas se hartaban de goces y hacían de la existencia una perpetua orgía, cuando el pueblo bajo, ciego, se mostraba neciamente satisfecho de la marcha de las cosas, Juan J. Rousseau arrojo con ardor el grito de redención; declaró la guerra a un presente que tenía, sin embargo, grandes atractivos, y habló con entusiasmo de una vuelta al estado natural. Ciertamente no se asemejaba en nada dicho estado a la barbarie primitiva; no entraba en sus cálculos formar mas que una alegoría, una cosa diferente de la realidad y que la recordase lo menos posible. Su grito hallo eco en los contemporáneos, como una cuerda puesta en vibración hace vibrar las cuerdas vecinas. Esta prueba que la disposición de ánimo de Rousseau se encontraba en el fondo de todas las almas. Los magnates y los plebeyos hablaban de vivir en las antiguas selvas y en las soledades, lo cual contrastaba agradablemente con la manera que tenían de utilizar para sus placeres todos los refinamientos y los vicios de la tan criticada civilización. Las declamaciones de Rosseau han dado origen al romanticismo alemán. Este es una aplicación inconsciente de las ideas del filósofo, que no ha tenido el Valor de llegar hasta el fin. El romanticismo no se remonta hasta los tiempos prehistóricos, se detiene en época más próxima, en la Edad Media. Pero la Edad Media que nos pinta con tan vivos colores, tanto dista de ser la verdadera e histórica Edad Media, como el estado de ánimo de Rousseau del verdadero estado del hombre primitivo. En los dos casos se trata de una creación arbitraria de la fantasía, construyendo un mundo artificial por un procedimiento idéntico, por un contraste completo con el mundo existente. En ambos se trata de la manifestación del mismo deseo, ya consciente, ya instintivo; el de emanciparse de un presente incompleto, con la esperanza de que cualquier otro estado será mejor, que el estado actual. Siguiendo las evoluciones de esta tendencia literaria, llegamos al romanticismo francés, hijo del alemán, al desprecio byroniano del mundo, que conduce al desprecio de la familia. De la línea byroniana descienden en Alemania los poetas de la melancolía, en Rusia Pouchkine, en Francia Musset, en Ita1ia Leopardi. Todos tienen como rasgo más característico, el descontento trágico del mundo real. Este se manifiesta con muchas quejas, aquél en amarga burla contra sí mismo, este otro en exaltadas aspiraciones hacia un estado mejor. Y la literatura alemana de nuestra generación las obras de los veinte últimos años, ¿son otra cosa que una tentativa de escapar al presente y a sus contrariedades? El público quiere que los romances y las poesías le hablen de países lejanos y de épocas lo más antiguas posibles. Lee con avidez las pinturas de la antigua vida germánica, debidas a la pluma de Gustavo Freytag y a Félix Dahn, los cantos de la edad media de Scheffel y de sus torpes imitadores, las narraciones egipcias, corintias y romanas de Ebers y de Eckstein¡ si acoge por casualidad favorablemente un libro que trate alguna cuestión moderna, este libro se debe recomendar por un idealísmo falso, por un sentimentalismo desgraciado; debe presentar los personajes revestidos de nuestras costumbres y viviendo nuestra vida, tales como los deseamos, pero cual nadie ha visto jamás. Después de mucho tiempo la literatura inglesa ha cesado de reproducir la realidad. Cuando no describe con un placer senil crímenes e infamias de todos géneros, martirios, pillajes, robos, seducciones o usurpación de herencias, nos muestra un mundo modelo, al uso de las personas timoratas; un mundo donde los aristócratas son hermosos, valientes, subios, generosos y ricos, donde los burgueses son piadosos y llenos de sumisión hacia los nobles, donde las gentes virtuosas son celebradas con marcada complacencia por los condes y los barones, donde los malos son encarcelados por la policía; un mundo, en una palabra, que es una idealización sencilla del estado actual de la sociedad inglesa, cuando dicho estado se agrieta por todas sus junturas; es que interiormente se halla carcomido y muerto. La literatura franecesa parece al primer golpe de vista no haber entrado en el cuadro general, pero al primer golpe de vista solamente. Sin duda encierra partes tomadas de un horizonte presente y real, rehusa todo retroceso al pasado, toda aspiración hacia el porvenir, a un ideal mejor, o por lo menos, nuevo. Ella (la literatura) se sacrifica a un principio artístico, para el cual ha encontrado la denominación de naturalismo. Pero mirémosla más de cerca: ¿el naturalismo es una prueba de satisfacción respecto a lo que existe, y en este sentido es una oposición al idealismo pseudo histórico y fantástiro. a quien mira como una manifestación de tedio hacia la realidad y una aspiración a elevarse sobre ella? ¿Qué no trata el naturalismo de una manera tan exclusivista que sea digna de reproche? ¿Nos presenta cuadros de dicha, nos pinta la vida bajo alegres y hermosos aspectos? De ningún modo. Se acoge al lado más horrible, más desolador de la civilización, especialmente de las grandes ciudades; se esfuerza en mostrarnos por doquier la corrupción, el sufrimiento, la falta de resistencia moral, el hombre moribundo y la sociedad agonizante. Al fin de cada libro inspirado en tal tendencia una voz triste parece murmurar esta frase que se repite con uniformidad abrumadora: Tú lo ves, lector mortificado; la vida descrita aquí con exactitud despiadada no merece verdaderamente ser vivida. Tal es la tesis en que cada producción de la literatura naturalista debe hacer la prueba; es su punto de partida y su término. No difiere de la en que se apoya el falso idealismo de la literatura alemana y de la literatura inglesa. Las dos tendencias, lejos de marchar al encuentro una de otra, conducen al mismo fin. El naturalismo enunciando las premisas, de las que el idealismo saca la conclusión. Aquel dice: El estado actual de cosas es intolerable. Este auade: ¡Que desaparezca, pues! Procuremos olvidarle un instante, representándonos en sueño el estado ideal y consolador de que presento la fantasmagoría a mis lectores. El filisteo conmovido llama noble poeta al escritor que canta en versos entusiastas la vida alegre de la gente frivola, las graciosas vírgenes con el corazón lleno de amor, teniendo azucenas en sus manos; las aventuras de los castillos sobre los picos abrasados por el fuego de la aurora: pues bien, este poeta no Ees mas que la antinomia complementaria del escritor que remueve con su pluma como con un garfio todos los pántanos, y para el cual el filisteo mismo no tiene bastante desprecio. Me he detenido demasiado en la literatura, porque es en definitiva la expresión más variada y más completa de la vida intelectual de una época. Pero las restantes manifestaciones del pensamiento humano en nuestro tiempo ofrecen rasgos semejantes. Vemos siempre y por doquiera la inquietud, la amargura, el descontento traducirse en los más en cólera o dolor, y llegar en algunos hasta un vivo deseo del completo cambio de existencia. Otras veces las artes plásticas tenían por objeto la reproducción de lo bello; la pintura y la escultura representaban solamente los aspectos agradables del mundo y de la vida. Cuando Fidias esculpe su Júpiter, cuando Rafael pinta su Madona, la mano está guiada por una admiración sencilla de la forma humana. Contemplaban con gozo y satisfacción las producciones de la Naturaleza, y cuando su sentimiento delicado les mostraba en ellas una ligera imperfección, se apresuraban a hacerla desaparecer con mano discreta, es decir, con mano que las atenuase y las idealizase. El arte moderno no conoce ni esta admiración sencilla ni este gozo. Examina la Naturaleza con desconfianza, con mirada malévola habituada a descubrir particularmente las faltas y deformidades; se fija, bajo pretexto de reproducir la verdad, en todos los defectos del objeto y los exagera involuntariamente, acentuándolos. Digo bajo pretexto de reproducir la verdad, porque la verdad misma está fuera de nuestro alcance. El artista, en efecto, reproduce necesariamente las cosas como las ve y las siente personalmente; le laid chasseur de pierres de Courbet es tan subjetivo y tan diametralmente opuesto a la verdad absoluta, como la charmante Mona Lisa de Leonardo de Vinci, que entusiaSmó a Vasari precisamente por su semejanza con la realidad. Allí mismo donde el arte moderno no puede menos de reconocer la belleza y de pagarle tributo copiándola, procura rebajarla con el argumento de que la forma noble y pura sirve para objetos poco elevados y que la profanan. El cuerpo desnudo de la mujer es ultrajado en su majestad por los rasgos de sensualismo y de libertinaje que no faltan en ningún cuadro contemporáneo de este género, y que ejercen sobre el espectador de sentidos impresionables a manera de una pérfida insinuación: ¡Oh! si el mundo supiese todo, que en un salón uná comadre desliza al oído de su vecino palabras calumniosas contra la virtud alabada de una señora conocida. El arte antiguo goza con el asunto que trata y el arte moderno muestra acritud y descontento contra la Naturaleza. Aquél ensalza el asunto, éste se lamenta de él. El uno es un perpetuo ditirambo, el otro una critica sin fin y muchas veces injusta. La idea fundamental de que parten ambos es, para el uno, que vivimos en el más hermoso de los mundos, y para el otro, que nuestro mundo no puede ser más deforme. En la filosofía, el pesimismo está de moda, en las escuelas como en las obras que, sin ocuparse de ella especialmente, se interesan no obstante por los grandes problemas del conocimiento humano. Schopenhauer es Dios y IIartmann es su profeta. El positivismo de Augusto Comte no hace progresos como doctrina y no gana nuevos secuaces; porque sus mismos partidarios han reconocido que el método de Comte es muy limitado y su tendencia muy poco elevada. Los filósofos franceses no estudian ya apenas la psicología, o más exactamente, la psico-fisiología. La filosofía inglesa no merece aún el nombre de metafísica, puesto que ha renunciado a su tarea más sublime -el deseo de hallar una concepción satisfactoria del universo:- no se ocupa mas que de cuestiones prácticas de segundo orden: John Stuart Mill se ha concretado esencialmente a la lógica, es decir, a la morfología del pensamiento humano: Herbert Spencer representa la ciencia social, o sea, las cuestiones intelectuales y morales concernientes a la vida, en el
seno de la sociedad. Dain cultiva la teoría de la educación, es decir, que se ocupa de las aplicaciones de la psicología y de la filosofía moral. Alemania sola tiene hasta ahora una metafísica viviente y es obscura y desesperada, El buen doctor Panglos ha muerto y no ha dejado herederos. El hegelianismo encuentra una razón suficiente para todo lo que existe, y una especie de tranquilidad y de satisfacción, si bien mezquinas, en su creencia de que todo lo que es, tiene necesariamente su razón de ser. Hoy en día se le desecha como a todo sistema usado, y la filosofía que conquista el mundo es la que da por resumen conducir a la nada el intolerable cosmos, dada la aspiración de todos los seres a la no existencia. En la economía social, esta misma enfermedad se muestra bajo una forma diferente, pero no por eso menos característica. Buscamos en vano en el rico el sentimiento apasible y el goce de la posesión; así como tampoco hallamos en el pobre la resignada paciencia en la miseria, porque según toda previsión humana, la miseria, existirá siempre. El rico vive intranquilo con el temor de un peligro próximo; ve en los hombres y en los acontecimientos una amenaza vaga, pero harto real, y su fortuna tan sólo le parece un simple préstamo que de un momento a otro puede serle brutalmente reclamado. El pobre es presa de la envidia, codicia los bienes de los demás; no encuentra ni en sí mismo ni en la constitución del mundo, tal como se ha acostumbrado a considerarle, suficientes razones para permanecer pobre y separado del banquete de la vida; lleno de rabiosa impacienncia escucha voces interiores que le persuaden de que tiene tantos derechos como el rico a todos los bienes. El rico teme, el pobre espera y busca un cambio en las condiciones económicas; nadie cree en la duración de éstas ni aun aquellos que no se atreven a confesarse sus dudas y sus aprensiones. ¿Qué vemos en la política interior de todos los países civilizados, de todos sin excepción? Las oposiciones son cada día más rudas, las luchas de partido más encarnizadas hoy qué nunca. Los defensores moderados del estado de cosas actual mueren, y en el primer momento habrán desaparecido de la superficie de la tierra. Se buscaría en vano un quietista político, que pensara no ser necesario reformar las instituciones existentes y que tratara de propagar esta idea. Ya no hay conservadores. Tal calificación debería desaparecer del vocabulario político, si se la quisiese tomar en sentido estricto de la palabra. Un conservador es el que quiere perpetuar lo que existe: esto no lo desea nadie. La defensiva ha dejado de ser un sistema de lucha política; sólo se practica la ofensiva. No se ve más que reacción y reforma, es decir, una revolución para retroceder o para apresurar la llegada del porvenir; reaccionarios y liberales execran de igual manera el presente. Esta intranquilidad de todos y esta pena interior se reflejan sobre la vida individual. De mil maneras y en proporciones espantosas se manifiesta el temor experimentado al considerar el mundo en su realidad. Se tiene placer en corromper la percepción sensitiva y la conciencia, se altera el sistema nervioso con excitantes y narcóticos, mostrando así una instintiva repugnancia por la verdad de los hechos. No queremos aquí examinar a fondo el antiguo problema de la cosa en sí misma. Es cierto que no podemos percibir directamente las modificaciones de nuestra propia organización. y mucho menos aquellas que se producen fuera de ella. Nas las que tienen lugar en nosotros, son harto frecuentemente producidas por causas exteriores, y es evidente que nuestras percepciones nos dan una idea incomparablemente más exacta de un objeto, si son unicamente influídas por el propio organismo imperfecto, pero funcionando normalmente, que las que a esta imperfección natural unen un desorden del sistema nervioso causado por el empleo voluntario de venenos. Cuando la percepción de cosas exteriores nos provoca consciente o inconscientemente un perpetuo malestar, sentimos la necesidad ignalmente constante de alejar estas percepciones o de modificarlas pára hacerlas agradables. Por cuya razón la estadistica señala en todas partes un aumento progresivo en el consumo del alcohol y del tabaco; que la inclinación al opio y a la morfina se extiende de una manera alarmante, y que las personas ilustradas se arrojan ávidamente sobre todo nuevo medio de aturdimiento y de excitación descubierto por la ciencia; ésta es, en fin, la causa de que hoy día, al lado de los bebedores de alcohol y morfina, veamos otros bebedores habituales de cloral, cloroformo y éter. La humanidad civilizada realiza en conjunto la acción del individuo que procúra ahogar sus penas en el fondo de la botella; quiere escapar a la realidas, y pide las ilusiones de que se halla necesitada a las sustancias que pueden dárselas. La tentativa de evadirse de la realidad tiene por consecuencia lógica el salir definitivamenté qe ella abandonando la vida. Por doquiera, y particularmente en los países más civilizados, el número de los suicidios aumenta en la misma proporción que el consumo del aguardiente y de los narcóticos. Una sorda irritación que algunas veces sólo se muestra bajo la forma de un vago e inquieto descontento, mantiene a cada hombre en un estado febril y da a la lucha por la existencia en la sociedad moderna formas salvajes e infernales que no tenia en épocas anteriores. Esta lucha no parece más que un encuentro entre adversarios corteses que se saludan antes de cruzar las espadas, como los franceses y los ingleses en la batalla de Fontenoy, pero es la horrible mezcla de asesinos ebrios de sangre y alcohol, hiriendo bestialmente y sin piedad. Es general lamentarse de la escasez cada vez creciente de los caracteres. ¿Qué es un carácter? Una individualidad que sigue con paso seguro algunos principios morales muy sencillos que ha juzgado buenos y que ha tomado por guía de todas sus acciones. El escepticismo no permite desenvolver el carácter, porque excluye la fe en los principios que han de dirigirnos. Cuando la estrella polar se apaga y el polo eléctrico desaparece, la brújula es inútil; no hay punto fijo que pueda guiarnos. El escepticismo, todavía un mal a la moda, no es sin embargo, mas que una forma del descontento acerca de lo que existe. La idea de que todo es vano, que nada es digno de un esfuerzo, de una lucha entre el deber y el capricho, esta idea, no se hace paso más que cuando nos hemos acostumbrado a despreciar todo lo que existe, como defectuoso e insuficiente. La literatura, el arte, la filosofía, la política, la vida económica, todas las formas de la existencia social e individual, muestran pues un rasgo fundamental único y conciso: el amargo descontento por el estado del mundo. Cuantas diferentes manifestaciones del espíritu humano se producen, hacen percibir a nuestro oído un solo y único grito de dolor, que se puede traducir al lenguaje vulgar por esta exclamación: Salgamos, salgamos del estado de cosas existente.
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