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LIBRO OCTAVO

De la amistad



I

Tras lo expuesto debemos tratar de la amistad, porque, además de ser una virtud (o ir acompañada de virtud), es la cosa más necesaria en la vida, ya que nadie, aunque tuviese todos los bienes restantes, elegiría vivir sin amigos. Incluso los ricos y las personas poseedoras de mando y dignidad parecen tener necesidad de amigos, y más que todos. Efectivamente ¿para qué serviría semejante prosperidad si no se pudiera con ella hacer bien, lo cual principalmente y con mayor alabanza se hace para los amigos? ¿Cómo se podría conservar dicho estado sin amigos? Porque cuanto mayor es, también es más inseguro. También en la pobreza y en las demás desventuras todos piensan que los amigos son el único refugio. Los jóvenes necesitan el auxilio de los amigos para no equivocarse; los viejos, para que los cuiden, cubriendo las deficiencias de su actividad por la debilidad creciente de la mayoría de edad; y a los que están en el vigor de la vida, necesitan de los amigos para las bellas acciones: Son dos que marchan juntos (1), y que, por ende, son más poderosos para el pensamiento, y la acción.

Además, la amistad, parece existir naturalmente en el progenitor hacia el hijo, y en la prole hacia el padre; y no sólo entre los hombres sino también incluso entre las aves y la mayoría de los seres vivos, y entre los de la misma raza; pero más que nada, entre los hombres. De ahí que alabemos a los filántropos o amigos de los hombres. Y cualquiera puede comprobar en sus viajes cómo todo hombre es para todo hombre algo familiar y querido. Porque además la amistad parece relacionar las ciudades, y podría creerse que los legisladores la tienen más en cuenta que a la justicia misma. En efecto, la concordia se parece a la amistad, y a ella tienden de preferencia las leyes, así como, al revés, expulsan a la discordia, que es enemistad. Cuando entre los hombres reina la amistad para nada hace falta la justicia, mientras que si viven con justicia además necesitan de la amistad, y parece que son los justos los más capaces de amistad.

Mas no sólo es la amistad algo necesario, sino algo hermoso; y así, alabamos a los que cultivan la amistad, y la copia de amigos pasa por ser una de las bellas cosas que existen; y aun hay algunos que piensan que los mismos que son hombres de bien son también amigos.

Muchas cosas se discuten respecto de la amistad. Unos dicen que consiste en cierta semejanza, y dicen que los que se parecen entre si son amigos, de donde vienen los dichos: El semejante con su semejante, El grajo con su grajo, y otros por el estilo. Otros opinan en cambio que los semejantes se comportan entre si, sin excepción, como los alfareros (2). Tratando de dar a su teoría una explicación más profunda y más en consonancia con lo que pasa en la naturaleza, Euripides (3) dice que la tierra desecada ama la lluvia, y el cielo majestuoso, cuándo está henchido de lluvia, ama caer sobre la tierra; y Heráclito expresa que lo opuesto es lo útil y que de los contrastes surge la más bella armonía, y que todas las cosas nacen de la discordia (4). Pero en oposición a todos éstos se destaca Empédocles (5), que sostiene, junto con otros, que lo semejante tiende a su semejante.

Dejando aparte, por no ser propios de la presente indagación, los problemas que atañen a la naturaleza, vamos ahora a considerar los concernientes al hombre y los pertenecientes a su carácter y pasiones, por ejemplo: si la amistad puede darse en todos o si los que son malvados no pueden ser amigos, así como si hay una o muchas clases de amistad. Los que piensan que sólo hay una han fundado su convicción en que la amistad admite más y menos, prueba insuficiente, puesto que también admiten más y menos cosas de especie diferente. Pero de esto ya hemos hablado (6).


II

Quizás esto quedaría claro si se entendiera cuál es el objeto del amor, pues evidentemente no es amado todo sino sólo lo que es amable, y esto es lo bueno, lo placentero o lo útil; pero como lo útil no parece ser sino aquello que nos da un bien o un placer, entonces resulta que, como fines, sólo el bien y el placer son amables.

Ahora, lo que aman los hombres, ¿es el bien o el bien para ellos? Entre ambas cosas a veces existe desacuerdo; y lo mismo con respecto al placer. Aparentemente, cada uno ama lo que es bueno para él mismo, y como hablando en absoluto el bien es amable, para cada cual será amable lo que para cada cual sea un bien. Además, cada uno ama como un bien para él no realmente el que es un bien sino el que le parece que lo es; esto, sin embargo, no hace a la cuestión, pues en suma lo amable será lo que parezca amable.

Tres motivos existen por los cuales se ama. Pero no se llama amistad a la afición por las cosas inanimadas, ya que no hay de parte de ellas reciprocidad afectiva, ni, de la nuestra, voluntad de hacerles bien: sería ridículo desearle bienes al vino, salvo en el sentido de que se desea conservarlo para poder disponer de él; en cambio, es común decir que al amigo se le ha de desear todo bien y por él mismo. Llamamos benévolos a los que le desean bienes a otro de parte del cual no hay reciprocidad, pues, cuando la benevolencia es correspondida, entonces ya es amistad. Pero ¿no hay que agregar que esta recíproca benevolencia debe ser manifiesta? Porque efectivamente muchos tienen buena voluntad hacia quienes no han visto, pero a los que conceptúan de virtuosos o útiles, y alguno de éstos podrá sentir lo mismo con respecto a aquél. Todos ellos, pues, se tienen buena voluntad; pero, al percatarse de la disposición en que mutuamente se encuentran, ¿quién dirá que son amigos? Para serlo, deben descubrirse los sentimientos de benevolencia que recíprocamente los animan y el deseo que, por alguno de los motivos mencionados, tienen del bien del otro.


III

Puesto que estos motivos son específicamente diferentes entre sí, también diferirán entonces las afecciones y amistades. Tenemos tres formas de amistad, tantas como objetos amables hay, puesto que en relación con cada uno de éstos puede haber mutuo y reconocido afecto, y los que se aman recíprocamente se desean uno al otro los bienes que corresponden al fundamento de su amistad. Así, los que se aman por la ganancia no se aman por sí mismos sino en cuanto obtienen algún bien uno del otro. También los que se aman por el placer, que no aman a los ingeniosos o graciosos por tener estas cualidades sino porque les agrada su trato. Por lo tanto, los que son amigos por interés expresan su afecto para conseguir un bien para sí mismos; y cuando es por placer, para obtener algo placentero para ellos, y no por el ser mismo de la persona amada sino en la medida en que resulta útil o agradable. Estas amistades son amistades por accidente, porque no se ama a la persona amada por lo que es sino porque proporciona, según sea el caso, beneficio o placer. Amistades de estas fácilmente terminan con sólo que los amigos en cuestión cambien, y así dejan de amarlos porque no son ya agradables o útiles (porque la utilidad, por cierto, no es constante, sino que muda según los tiempos). Cuando se acaba el motivo por el cual eran amigos, también la amistad se disuelve, ya que no era amistad sino sólo por aquel motivo. Esta clase de amistad se halla especialmente en la vejez (cuando ya no se persigue el placer sino el provecho), y también entre aquellos hombres de cualquier edad que sólo buscan lo que les pueda reportar alguna ventaja. Los amigos de esta clase tampoco suelen estar mucho en compañía, y en ocasiones ni siquiera se complacen en su trato ni necesitan de su conversación, salvo cuando precisen de un servicio, porque sólo tienen placer uno en otro en la medida en que esperan conseguir algún beneficio. Un ejemplo de esta clase de amistades lo constituyen las relaciones de hospitalidad.

En el caso de la amistad en la juventud el motivo parece ser el placer; efectivamente, los jóvenes viven por la pasión, y persiguen sobre todo lo placentero para ellos y lo presente; pero al ir creciendo, otros deleites sobrevienen; y como su amistad cambia junto con el placer, y el cambio de este placer es rápido, tan pronto se hacen amigos como dejan de serlo. Además, los jóvenes son amorosos, porque la amistad amorosa está en general inspirada en la pasión y basada en el placer. Por esta razón, los jóvenes tan pronto aman como dejan de amar, y frecuentemente mudan de sentimientos en el mismo día. Sin embargo, desean pasar los días y la vida juntos, porque así alcanzan el objeto de su amistad.

La amistad perfecta es la de los hombres buenos y semejantes en virtud, porque éstos se desean igualmente el bien por ser ellos buenos, y son buenos en sí mismos. Los amigos por excelencia son los que desean el bien a sus amigos por ellos mismos, y lo hacen por buena disposición, y no por accidente. Y mientras ellos son buenos su amistad perdura, porque la virtud es algo estable. Cada uno de ellos, además, es bueno en absoluto y con respecto al amigo, porque los buenos son buenos en absoluto y beneficiosos los unos para los otros; y también son agradables, tanto absolutamente como en sus relaciones mutuas, porque a todo hombre le producen placer las acciones que le son familiares y sus semejantes, y las acciones de los buenos son las mismas o semejantes. Todo esto incita a suponer que esta amistad es, por consiguiente, durable, ya que concurre en ella todo lo que debe concurrir en los amigos: toda amistad es por un bien o por un placer, ya en absoluto, ya para el sujeto activo de la amistad, y se funda en cierta semejanza. Y todas estas características concurren en esta amistad como atributos esenciales de los amigos (porque aquí los amigos también comparten las otras cualidades), y siendo lo absolutamente bueno también absolutamente placentero, y estos atributos los más amables de todos, entonces el amor y la amistad existen, entre estos hombres, en su forma más plena y perfecta. Por supuesto, estas amistades son extraordinarias, porque hombres así hay pocos; además, requieren de tiempo y trato, pues, de acuerdo con el proverbio, no pueden conocerse los hombres sin antes haber consumido juntamente la sal, ni considerarse amigos antes de que cada uno se muestre amable con el otro y haya ganado su confianza.

En cuanto a los que rápidamente hacen amigos, seguramente ansían serIo, pero no lo son todavía, salvo que ambos sean dignos de amor y que lo sepan. El deseo de amistad nace pronto; la amistad lleva su tiempo.


IV

Esta amistad entre hombres buenos y semejantes, por consiguiente, es perfecta, tanto en cuanto al tiempo como en los otros respectos, en todos los cuales cada uno, como debe pasar entre amigos, recibe del otro los mismos bienes u otros parecidos.

La amistad por placer se asemeja a la precedente desde el momento en que los buenos son recíprocamente agradables; y lo mismo la amistad por utilidad, ya que los buenos también resultan útiles los unos a los otros. En estas relaciones de tipo inferior, las amistades duran mientras ambos reciben lo mismo del otro; igual placer, por ejemplo, pero no sólo así como quiera, sino un placer del mismo principio, como pasa entre la gente de amena conversación, y no como lo que sucede entre el amante y el amado. Éstos, efectivamente, no reciben su placer de las mismas cosas sino que el amante lo recibe de ver al amado, y éste, de ser objeto de los cuidados del amante; y cuando la juventud se desvanece, también lo hace la amistad, porque al uno no le es ya agradable la vista del otro, ni éste recibe de aquéllos cuidados que solía. Con todo, hay muchos que siguen unidos porque la intimidad les ha hecho aficionarse a las cualidades del otro, estableciendo una compatibilidad de caracteres. En cambio son menos amigos y menos constantes los que en sus relaciones amorosas no buscan obtener placer sino utilidad. Los que por la utilidad son amigos se separan en cuanto cesa el interés, porque no eran amigos uno del otro sino de aquel beneficio.

De modo que, con motivo del placer o la utilidad, hasta los malos pueden ser amigos entre sí, y los buenos ser amigos de los malos, y los que no son ni lo uno ni lo otro también de los unos o de los otros; pero los únicos amigos que lo son por sí mismos son los hombres de bien, como quiera que los malos no gustan los unos de los otros, salvo que eso les reporte alguna ventaja.

Además, la amistad de los buenos es la única que puede enfrentar la calumnia, pues no es fácil creer lo que alguien diga de un amigo al que uno tiene por largo tiempo experimentado. Entre los hombres de bien existe confianza mutua, seguridad de que nunca serán injustos uno con el otro, y todos los otros requisitos de la verdadera amistad. En los otros tipos de amistad, por lo contrario, no hay impedimento alguno para el surgimiento eventual de esos males.

Como los hombres llaman amigos también a los que lo son por interés, como las ciudades (cuyas alianzas se cree que surgen para obtener alguna ventaja), y puesto que también se llama amigos a los que se quieren mutuamente por placer, como los niños, entonces tal vez sea conveniente que también nosotros llamemos amigos a esa clase de hombres, pero distinguiendo diversas formas de amistad. Primera y principal, la amistad que existe entre los buenos en tanto que buenos; y las demás lo serán por semejanza, ya que son amigos por motivo de algún bien o algo parecido (como quiera que el placer es un bien para los que aman el placer). Aun así, estas dos especies inferiores de amistad no suelen coincidir ni son los mismos hombres los que se hacen amigos por utilidad y por placer, porque no se ajustan bien las cosas que sólo están juntas por accidente.

Divididas las distintas clases de amistad, los malos serán amigos por placer o por utilidad, ya que en esto se parecen, mientras que los buenos lo serán por sí mismos, porque se asemejan en tanto que son buenos. Estos son, por lo tanto, amigos hablando en absoluto; aquéllos, accidentalmente e imitando a los otros.


V

También en la amistad, como en las virtudes, unos se llaman buenos por el hábito y otros por el acto. Unos gozan de la convivencia y se proporcionan mutuamente bienes, mientras que otros, aunque están dispuestos a actuar amigablemente, no ejercen la amistad por estar dormidos o distanciados, porque la distancia no destruye absolutamente la amistad sino su acto, pero cuando la ausencia se prolonga demasiado, parece que se olvida la amistad, por lo cual se ha dicho: Muchas amistades desató la falta de coloquio (7). Ni los viejos ni las personas de carácter agrio se muestran inclinados a la amistad, porque hay en ellos poco que sea placentero, y, puesto que la naturaleza parece huir de lo que causa dolor y tender a lo que da placer, nadie desea estar mucho tiempo con quien anda triste o no es agradable.

A los que están en buenos términos recíprocos, pero que no conviven, puede comparárseles más bien a los benévolos que a los amigos, porque convivir es lo más propio de los amigos. Si los necesitados desean la ayuda de sus amigos, los felices anhelan pasar juntos los días; y nada conviene menos a estos hombres que estar solos. Pero, tal como parece mostrarlo la camaradería, no es posible vivir juntos si no se agradan mutuamente ni gustan de las mismas cosas.

La amistad perfecta es, entonces, de los hombres de bien, como ya hemos dicho, y el hombre bueno es amable y deseable para el hombre bueno por dos razones: porque lo que es absolutamente bueno o agradable parece ser amable y deseable, y porque para cada uno es amable y deseable lo que para él es bueno o agradable.

Mientras que la afección se parece a una emoción, y puede tener también por objeto cosas inanimadas, la amistad es un hábito, porque de éste procede la elección que la reciprocidad afectiva que necesariamente implica la amistad. Cuando los hombres desean bien a las personas que quieren por consideración a éstas, no lo hacen por emoción sino por hábito. Además, queriendo a un amigo quieren los hombres su propio bien, porque el hombre bueno que ha llegado a ser un amigo representa un bien para aquél de quien es amigo. En consecuencia, cada uno ama lo que es un bien para él, y devuelve otro tanto deseando el bien del otro y dándole placer; porque la amistad, según se dice, es igualdad, y ambas cosas se encuentran de marcada manera en la amistad de los buenos.


VI

En los hombres de carácter agrio y en los ancianos se da menos la amistad cuanto mayor sea su malhumor y menos placer les dé la conversación, porque el trato fácil y la sociabilidad son considerados signos y causas de la amistad. Por eso, mientras que los jóvenes prontamente hacen amigos, los viejos no, porque los hombres no se hacen amigos de los que no les agradan. Y aunque lo mismo pasa con los de carácter agrio, sin embargo, puede ser que éstos muestren buena voluntad entre sí, se deseen el bien y colaboren mutuamente para satisfacer sus necesidades; con todo, no son precisamente amigos, ya que no pasan juntos los días ni se agradan unos a los otros, que son las principales señales de la amistad.

No es posible ser amigo de muchos con amistad perfecta ni tampoco amar a muchos a la vez. La amistad tiene algo de exceso, y los sentimientos excesivos por naturaleza no se orientan sino a una sola persona. No es fácil que a un individuo le agraden muchos, mucho al mismo tiempo, y tampoco lo es tal vez que existan muchos hombres de bien. Además, es necesario haber cobrado experiencia mutua y alcanzado familiaridad, otra cosa muy difícil. Es posible y hasta fácil, en cambio, agradar a muchos por interés y por placer, ya que sobra gente de esta clase, y estos servicios requieren poco tiempo.

La más parecida a la amistad de estas relaciones es la que se da por placer, cuando ambas partes reciben las mismas cosas y se complacen mutuamente o por éstas; como la amistad de los jóvenes, en la cual, y más que en otras, se encuentra un ánimo liberal. En cambio la amistad por interés de utilidad es cosa de mercaderes.

Por su parte, los dichosos no necesitan de amigos útiles, pero sí de amigos agradables, pues quieren convivir con alguien; y aunque por poco tiempo soporten molestias, nadie querrá sufrirlas todo el tiempo (ni siquiera el bien mismo si resultara molesto), y por eso se buscan amigos agradables. Lo conveniente, por supuesto, sería que éstos fuesen, además de agradables, buenos en sí mismos y para sus amigos, porque entonces se daría en ellos todo cuanto se necesita en los amigos.

Los poderosos parecen servirse de los amigos distinguiendo entre los que les son útiles y los que son agradables, no siendo a menudo las mismas personas lo uno y lo otro. Porque los grandes no buscan amigos agradables con virtud ni útiles para las bellas empresas; para satisfacer su deseo de placer necesitan de gente divertida, y para ejecutar sus órdenes, de gente hábil, cosas que no es frecuente que se den en el mismo sujeto. Como hemos dicho, es el virtuoso agradable y útil a la vez; pero un hombre de esta condición no puede ser amigo de otro que esté en una posición superior, salvo que también lo supere en virtud, pues si no el superado no podrá establecer la igualdad devolviendo algo proporcional; pero pocos hay que puedan superarlo en ambos aspectos.

Los tipos de amistad de que hemos hablado hasta aquí descansan todos en la igualdad. Iguales cosas obtienen los amigos uno de otro e iguales cosas se desean, o bien cambian recíprocamente una cosa por otra, como placer por utilidad. Pero también dijimos que estas amistades son menos verdaderas y constantes. Por sus semejanzas y diferencias respecto de lo mismo, parecen ser y no ser amistades: parecen serlo por el parecido que guardan respecto de la amistad fundada en la virtud, puesto que una tiene por objeto lo agradable, otra lo útil, y ambas cosas concurren en la amistad virtuosa. Pero, mientras la amistad virtuosa es estable y no está expuesta a la calumnia, las otras, en cambio, mudan velozmente, difiriendo de la primera en muchos otros aspectos, desemejanza en razón de la cual no parecen ser amistades como aquélla.


VII

Existe otra clase de amistad que está fundada en la superioridad, como la del padre con el hijo, y en general la del mayor de edad con el más joven, la del marido con la mujer, y la del gobernante con el gobernado.

Sin embargo, estas amistades también guardan diferencias entre ellas, porque no es igual la de los padres con los hijos que la de los gobernantes con los gobernados, ni tampoco es igual la del padre con el hijo que la del hijo con el padre, ni la del marido con la mujer que la de la mujer con el marido. A cada una de estas personas le corresponden una excelencia y una función diferentes, como también son distintos los motivos por que se aman, por lo cual serán igualmente diferentes las afecciones y las amistades. En consecuencia, las partes no obtienen lo mismo una de la otra, ni deben pretenderlo; y la amistad entre estas personas será durable y excelente cuando los hijos tributan a los padres lo que deben a quienes los han engendrado, y los padres a los hijos lo que se debe a la prole. En todas las amistades fundadas en el principio de superioridad debe haber una afección proporcional: es decir, que el mejor, o el más útil, de los dos debe más ser amado que amar. Y así en los otros casos, porque cuando la afección es proporcionada al mérito de cada uno, se establece entonces, como con razón se cree, la igualdad propia de la amistad.

Con todo, la igualdad no parece ser la misma en las relaciones de justicia y en la amistad. En la esfera de la justicia, primariamente lo igual es proporcional al mérito, y sólo secundariamente viene lo igual cuantitativo; en cambio, en la amistad lo igual cuantitativo está en primer lugar, y lo igual según el mérito en segundo. Esto se ve claramente cuando los amigos se distancian tanto (sea en virtud, en vicio, en prosperidad o en otra cualquiera cosa) que no son ya amigos ni pretenden serlo siquiera, como en el caso de los dioses, que nos sobrepasan en todos los bienes, y también es notorio en relación con los reyes, porque cuando los hombres son muy inferiores se consideran indignos de poder ser amigos de los mejores o más sabios. No hay en todos estos casos un límite preciso que determine hasta dónde se puede ser amigo, y pueden no darse muchas condiciones y a pesar de ello perdurar la amistad; pero con seres tan separados de los hombres como con los dioses ya no es posible. Esto trae a colación el problema de si los amigos pueden en verdad desear para sus amigos los más grandes bienes, por ejemplo convertirse en dioses, porque entonces ya no serán amigos para ellos, ni habrá para ellos bienes, puesto que los amigos son bienes. Pero si acertamos al decir que el amigo desea bienes al amigo por causa del amigo mismo, debemos decir ahora que es también hace falta que el amigo siga siendo el mismo de antes, y sólo en tanto que hombre se desearán para él los mayores bienes, y quizá no todos, porque cada uno quiere los bienes primeramente para si.


VIII

Pero, a causa de la ambición, la mayoría de los hombres parece desear más ser amados que amar; por esto son amigos de los aduladores, que son amigos inferiores o que fingen ser tales y prefieren amar a ser amados, y ser amado se parece mucho a ser objeto de honor, que es a lo que el común de los hombres aspira. Puede objetarse, empero, que los hombres no escogen la honra por sí misma sino por accidente. Si la mayoría se complace en el honor que reciben los poderosos, es por la esperanza de otras cosas, porque creen que si algo pueden desear habrán de obtenerlo de sus amigos poderosos; por eso les agrada la honra, como señal del favor venidero. Por su parte, los que anhelan ser distinguidos por hombres de bien que sepan apreciados, a lo que aspiran es a confirmar su propia opinión sobre sí; siendo entonces su propia bondad lo que en verdad los alegra, al creer en el juicio de los que la publican. Pero los hombres se complacen en ser amados por ellos mismo, de lo que se infiere que ser objeto de amor es mejor que ser objeto de honor, y la amistad, entonces, deseable por sí misma.

Sin embargo, la amistad parece consistir más bien en amar que en ser amado, como lo prueba el gozo que produce en las madres el amor que dan. Hay algunas que dan sus hijos a criar en otra parte, bastándoles saber de ellos para seguir amándolos, sin perseguir una reciprocidad afectiva (cuando ambas cosas son imposibles) sino que parece serles suficiente ver felices a sus hijos, a quienes siguen amando, aunque éstos, por su ignorancia, nada les tributen de lo que es debido a una madre.

Entonces, puesto que la amistad consiste sobre todo en amar, y siendo encomiables los que aman a sus amigos, parecería que la virtud de los amigos consiste en el amar, por lo que aquellos en quienes este sentimiento se produce en proporción al mérito son amigos duraderos, y su amistad también.

Por este más que por otro medio, aun los desiguales pueden ser amigos, porque así pueden igualarse. Pero igualdad y semejanza son amistad, y sobre todo la semejanza en la virtud. Siendo estos hombres constantes consigo mismos, lo serán también uno respecto del otro, y ni necesitan servicios ruines ni se los prestan, y aun los evitan, porque es propio de los buenos no equivocarse ellos mismos ni permitir que sus amigos lo hagan. Al revés, los perversos no tienen nada estable, porque ni en parecerse a sí mismos perseveran; y así son amigos por poco tiempo, por la satisfacción que les da su maldad recíproca.

Un poco más duran los amigos por interés o por placer, es decir, mientras se proporcionen mutuamente placeres o servicios. La amistad por interés parece provenir principalmende de los contrarios, por ejemplo la del pobre con el rico y la del ignorante con el sabio, porque aquello que uno no tiene es lo que se aspira obtener, dando otra cosa a cambio. De este tipo son la relación entre el amante y el amado, o entre el hermoso y el feo; y por esto algunas veces causan mucha risa los enamorados cuando pretenden ser amados como aman, pretensión que si fuesen por igual amables quizás se justificaría, pero que es ridícula si les falta lo que hace amable.

O quizá lo contrario tiende a lo contrario accidentalmente, no por sí mismo. Efectivamente, la tendencia se dirige al término medio, en que consiste el bien, y entonces para lo seco no es el bien humedecerse sino alcanzar un estado intermedio, y lo mismo para lo caliente y para todo lo demás. Pero dejemos esto, que en verdad, es un tanto ajeno al propósito de nuestra actual investigación.


IX

Hemos dicho al principio que la amistad y la justicia se refieren aparentemente a las mismas cosas y residen en los mismos sujetos. Parece haber cierta justicia, y también amistad, en toda asociación; y así se llaman mutuamente amigos los que navegan o combaten juntos, así como los miembros de otras comunidades. En cuanto que están asociados, existe la amistad, y también la justicia. Por eso es correcto el proverio que dice: Todo es común entre amigos, ya que en la amistad consiste en la comunidad. Entre hermanos y camaradas todas las cosas son verdaderamente comunes. En los otros casos las cosas en común están definidas, siendo en unos más y en otros menos; y así las amistades son mayores unas, y otras menores. Lo mismo difieren las relaciones de justicia, que no son iguales las de los padres con los hijos y las de los hermanos entre ellos, ni tampoco las de los camaradas y los ciudadanos. Y así en los demás tipos de amistades.

También las injusticias difieren en cada uno de estos casos, incrementándose proporcionalmente al grado de amistad. Así por ejemplo es más grave despojar a un camarada que a un conciudadano, y no ayudar a un hermano que a un extraño, y golpear al padre que a otro cualquiera. Por su naturaleza la justicia crece junto con la amistad, como que ambas existen en las mismas personas y tienen igual extensión.

Ahora bien, las comunidades todas son como partes de la comunidad politica, pues sí los viajeros se juntan buscando alguna utilidad y para obtener algo necesario en la vida, a su vez la comunidad política evidentemente se constituye en su origen por causa del interés común, y por éste se mantiene. Los legisladores apuntan a esto, y promulgan que lo que redunda en provecho de la comunidad es justo.

Por su lado, las otras comunidades tienden a una utilidad parcial: los hombres de mar, por ejemplo, a la conveniencia de la navegación, para ganar dinero o algo así; los soldados de un ejército, al éxito en la guerra, animados por el deseo de riqueza, de victoria o de tomar una ciudad; y otro tanto los miembros de la misma tribu o del mismo distrito. Algunas de estas asociaciones parecen incluso que se hubieran conformado por un motivo de placer, como las cofradías dionisiacas y los clubes sociales, los cuales tienen por fin respectivamente hacer un sacrificio o disfrutar del trato social. Sin embargo, creemos que todas estas asociaciones están comprendidas bajo la asociación politica, porque la República no tiende al interés del momento sino al de la vida entera, y esto incluso en los momentos en que sus miembros consuman sacrificios para los que celebran reuniones, donde rinden tributo a los dioses procurándose a sí mismos recreación y placer. Y debe notarse que los sacrificios de origen ancestral, así como esas reuniones, suelen hacerse después de la cosecha de los frutos (como si fuesen sus primicias), por ser la estación del año en que la gente tiene menos quehaceres.

En suma, todas las comunidades son partes de la comunidad política; y las amistades especiales que hemos discutido se corresponden con las diferentes clases de comunidad.


X

Existen tres formas de constitución política, y tres desviaciones, que son como corrupciones de aquéllas (8): monarquía, aristocracia, y la tercera, que por estar basada en el censo de la propiedad seria propio darle el nombre de timocracia, aunque la mayoría acostumbre a llamarla simplemente República.

La mejor de estas formas es la monarquía; la peor, la timocracia. La desviación de la monarquía es la tiranía. Ambas son formas de gobierno singular, pero sumamente diferentes, ya que mientras el tirano atiende a su interés personal, el rey lo hace al de los gobernados. Porque sólo el que es perfectamente independiente y superior en todo tipo de bienes puede ser rey. Mas un hombre así no necesita de nada, y no tiene entonces por qué atender a su beneficio sino al de los gobernados. Si no, sería un rey sólo de nombre. Por su parte, la tiranía procede del principio contrario, ya que el tirano persigue su propio bien; y que la tiranía es el peor régimen de gobierno queda más claro a la luz del principio de que lo contrario de lo mejor es lo peor. De la monarquía se pasa a la tiranía porque la tiranía es la perversión del gobierno singular, y el rey malvado deviene tirano. De la aristocracia se pasa a la oligarquía por el vicio de los gobernantes, que distribuyen los bienes de la ciudad sin atender al mérito, guardándose todo para sí, o la mayor parte, y otorgan los empleos públicos a la misma gente de siempre, atendiendo sobre todo a la riqueza. De este modo, el poder lo tienen unos pocos malvados que suplantan a los más virtuosos. De la timocracia se pasa a la democracia, siendo limítrofes estos regbnenes. En comparación con la primera, que tiene como ideal el gobierno de la multitud, puesto que todos los que son iguales en el censo lo son en el gobierno, la democracia es menos mala, porque no es sino una ligera desviación de la forma correcta de gobierno. Estas son, entonces, las mutaciones que las constituciones son más propensas a sufrir, porque son transiciones menores que es más fácil que lleguen a producirse.

También en las familias pueden encontrarse parecidos y como arquetipos de las constituciones. Por ejemplo, la asociación del padre con los hijos remite a la figura de realeza, porque al padre atañe el cuidado de su prole; por lo cual Homero (9) llama padre a Zeus, y hasta puede decirse que un gobierno paternal es el ideal de la monarquía. Al revés, entre los persas la patria potestad es tiránica, y los padres esclavizan a los hijos. Y aunque es cierto que la potestad del amo sobre los esclavos es tiránica (puesto que esta asociación tiene por objeto el provecho del dueño), es una potestad legítima, mientras que la patria potestad de los persas traiciona su finalidad, porque a diversos estados deben corresponder diversos poderes.

Parece ser aristocrática la sociedad del marido y la mujer, porque en ella manda el varón según su dignidad y en las cosas en que debe imperar, pero asigna a la mujer todo lo que le corresponde. Cuando el varón quiere regirlo todo, troca el gobierno doméstico en oligarquía, porque al hacer eso el marido hace cosas contra su dignidad y no como superior. Empero, algunas veces, gobiernan las mujeres que son ricas herederas, y entonces la casa no se rige conforme a la virtud sino, como en las oligarquías, por riqueza e influencia.

La sociedad de los hermanos es de tipo timocrático, porque los miembros son iguales, excepto por lo que difieran en edad (diferencia que si es muy grande impedirá el surgimiento de una amistad fraternal).

Así, la democracia se encuentra principalmente en las casas sin amo, donde todos están en pie de igualdad, así como en aquellas donde el jefe es débil y pueden todos manejarse según sus deseos.


XI

La amistad parece estar en relación con cada forma de gobierno en la misma medida que la justicia. En la amistad de un rey hacia sus súbditos hay una superioridad de beneficios, porque el rey hace bien a sus vasallos si, siendo virtuoso, se ocupa de hacerlos felices como el pastor a sus ovejas; por lo cual Homero (10) llama a Agamnenón pastor de pueblos. Aunque difiere del anterior en la magnitud de los beneficios, así es también la amistad del padre hacia los hijos, ya que el padre es causa del ser, que es el mayor de los bienes, así como de la alimentación y la educación, cosas que, por lo demás, son también atribuidas a los ascendientes de más edad. Por ley natural el padre gobierna sobre sus hijos, los ascendientes sobre sus descendientes y el rey sobre sus súbditos.

Estas amistades se basan en la superioridad de una de las partes, por lo cual se tributa honor a los ascendientes. Por consiguiente, y como también la amistad, la justicia entre estas personas no es la misma para cada una sino que en cada caso es proporcional al mérito.

La amistad entre marido y mujer es igual que la de la aristocracia, porque es proporcional a la virtud, el mayor bien corresponde al mejor, y a cada uno lo que merece, y así es también la justicia.

La amistad entre hermanos se parece a la camaradería, porque son iguales y casi de la misma edad, y comúnmente tienen las mismas aficiones y costumbres. Parecida a esta amistad es la que existe en el gobierno timocrático, donde el ideal de los ciudadanos es ser iguales y justos, para lo cual se alternan periódicamente en el mando (como pasa también es la amistad).

En los desvíos de los regímenes de gobierno, apenas existe la amistad (como también la justicia), siendo mínima en la peor de las desviaciones, o sea en la tiranía, en la cual hay poca o ninguna amistad. Tampoco hay amistad allí donde nada hay común entre el gobernante y el gobernado, puesto que no hay justicia, como ocurre entre el artífice y el instrumento, el alma y el cuerpo, el amo y el esclavo; en estos casos, las cosas inferiores son ciertamente beneficiadas por el uso que se hace de ellas. Pero con las cosas inanimadas no puede haber amistad ni tampoco justicia, ni siquiera puede haber amistad para un caballo o un buey, ni para el esclavo en cuanto esclavo. Nada hay de común en esta relación, porque el esclavo es un instrumento animado, así como el instrumento es un esclavo inanimado. No puede haber amistad con él en cuanto esclavo, aunque si en cuanto hombre, porque en todas las relaciones en que todo hombre pueda entrar por ley o por contrato existe cierta justicia, y por consiguiente amistad también, en la medida en que es hombre. Por lo tanto, asi como la justicia y la amistad apenas existen en las tiranías, en las democracias existen en mucho mayor grado, porque los que son iguales entre si tienen muchas cosas en común.


XII

Como hemos dicho, toda amistad descansa en una asociación; pero tal vez haya que distinguir entre la amistad en general y la amistad por parentesco, no menos que la de camaradería. En cuanto a las amistades entre conciudadanos, entre miembros de la misma tribu, entre compañeros de viaje y todas los demás semejantes, tienen un carácter asociativo más formal que aquéllas, porque existen como en virtud de un contrato; entre ellas se podría considerar la amistad entre hospedador y huésped.

Aunque se presente ostentando infinidad de formas, la amistad por parentesco depende de la afección paterna como de su principio, porque los padres quieren a sus hijos como a partes de si mismos, y los hijos a los padres como a la fuente de su ser. Pero los padres saben que los hijos vienen de ellos mejor de lo que los mismos hijos pueden saberlo; y, además, está el progenitor más ligado con la progenie que la progenie con el progenitor, porque el producto pertenece al productor (como el diente o el cabello u otra cosa cualquiera pertenece a aquel del que procede), mientras que el productor no pertenece al producto, o le pertenece menos. Y además ha de considerarse la dimensión temporal, en razón de la cual los padres desde luego quieren a sus hijos, pero los hijos llegar a querer a los padres pasado un tiempo, cuando alcanzan el entendimiento o por lo menos la percepción sensible. De todo lo cual es manifiesto por qué las madres aman más que los padres. Entonces, en general los padres aman a sus hijos como a si mismos porque los seres nacidos de nosotros son como otros yo existiendo separadamente, mientras que los hijos aman a sus padres como a la fuente de su ser.

Los hermanos se aman entre sí por haber nacido de los mismos padres, porque su identidad con respecto a aquellos los identifica a unos con otros, por lo cual suele decirse que son la misma sangre o del mismo tronco, y cosas por el estilo; en cierto sentido son en verdad la misma cosa, aunque en seres distintos.

La educación en común y la comunidad de edad contribuyen mucho a la amistad, porque dos de una edad se llevan bien, y los que tienen iguales costumbres son camaradas, lo cual asemeja la amistad fraterna a la camaradería. En cuanto a los primos y demás parientes, la unión familiar viene de proceder de los mismos hermanos, o sea, en definitiva, por provenir de los mismos padres. Y así, en razón de la distancia que guardan con el principio de la estirpe, unos son más familiares, otros más extraños.

Tanto la amistad de los hijos con los padres como la de los hombres con los dioses son relaciones con algo bueno y superior, porque padres y dioses nos han hecho los mayores beneficios, siendo los autores del ser y los dadores del alimento y la educación. Asimismo esta amistad tiene más de placer y utilidad que la que hay con extraños, y tanto más cuanto más común sea nuestra vida con esos seres.

La amistad entre hermanos tiene los mismos caracteres que la amistad entre compañeros, especialmente si son hombres de bien y semejantes, y tanto más cuanto que los hermanos son más familiares y se quieren desde que nacen; siendo más semejantes de carácter los que son hijos de los mismos padres y han sido criados y educados juntos. Y en este caso la prueba del tiempo es la más segura. En lo que hace a los demás parientes, los caracteres de la amistad se encuentran en proporción.

La amistad entre el varón y la mujer parece ser por naturaleza, porque el hombre se inclina naturalmente más por aparearse sexualmente que por agregarse políticamente, en cuanto que el hogar es primero y más necesario que la ciudad, y la reproducción es más común a los animales. Pero en los otros seres vivos la asociación tiene aquí su límite, mientras que los hombres no sólo viven en común para reproducirse sino para satisfacer las demás necesidades de la vida. Así, dividen los trabajos, y los adjudican según el género; subvienen ambos mutuamente sus necesidades, aportando sus cosas propias al uso común. Por esto, en esta amistad concurren tanto la utilidad como el placer, como puede verse. Y además podrá estar fundada en la virtud si los cónyuges son justos, porque cada sexo tiene su virtud peculiar, y de este contraste reciben ambos placer. También están vinculados entre ellos por los hijos, porque los hijos son un bien común a ambos, y lo que es común mantiene unidas a las partes, como prueba el que los esposos sin hijos se divorcian con más prontitud.

La cuestión de cómo debe conducirse el varón con la mujer, y en general el amigo con el amigo, no es distinta de indagar cómo debe ser la justicia entre todos ellos, puesto que es evidente que no es la misma entre amigos que con un extraño, un camarada o con un condiscípulo.


XIII

Existen tres clases de amistad, según hemos dicho antes; y en cada una de ellas unos amigos lo son en virtud de una igualdad o de una superioridad. De esta manera pueden hacerse amigos los hombres igualmente buenos, y también el mejor del menos bueno; y en las amistades por placer o por interés los amigos pueden igualarse o diferenciarse por los servicios que se presten. Siendo esto así, los amigos iguales deben buscar la igualdad igualándose en los sentimientos de amistad y en todo lo demás; y los amigos desiguales deben igualarse prestando al inferior algo proporcional a la superioridad del otro.

Toda amistad que se funda en el interés abunda en quejas y reproches, y por buenas razones. Al contrario, los que son amigos por la virtud se empeñan en hacerse el bien unos a los otro como es propio de la virtud y de la amistad; y entre los que rivalizan por hacerse el bien no puede haber reproches ni disputas. Nadie toma mal que se le quiera ni que se le otorguen favores, más bien, si es agradecido, se desquitará haciéndole el bien al otro. Y el que se adelanta en hacer bien al otro no por eso se quejará de su amigo, pues ha conseguido lo que quería, desde el momento en que ambos desean el bien.

En las amistades por placer tampoco de ordinario surgen querellas, porque ambas partes encuentran simultáneamente aquello a que aspiran (si su placer es pasar juntos su tiempo); y quedaría en ridículo el amigo que reclamara al otro que no le hace bien, puesto que puede no pasar los días en su compañía.

En cambio, la amistad por interés es quejumbrosa. Como los amigos se frecuentan por interés, reclama siempre cada uno lo mejor de la transacción, y se imagina obtener menos de lo que le corresponde; y, así, se quejan por no obtener todo lo que desean y creen merecer, y los que favorecen no pueden jamás satisfacer todo lo que los favorecidos piden.

Parece que, así como lo justo es doble (lo justo no escrito y lo justo legal), también podrían distinguirse dos formas en la amistad interesada: una moral o de confianza, y otra legal o por convenio. Siendo de este modo, los reclamos se suscitan sobre todo cuando las partes incumplen sus compromisos dentro del espíritu de la misma forma de amistad en que los contrajeron. La forma legal es la que descansa en estipulaciones expresas, y puede ser llanamente mercantil, un poco más liberal cuando es a plazo, pero quedando convenidos los términos del intercambio, así la deuda es clara y no ambigua, pero el aplazamiento tiene un carácter amistoso (por eso, en algunos lugares no se emprende acción judicial por estas operaciones sino que se supone que quienes han contratado sobre la base del crédito deben aceptar las consecuencias de este tipo de cambio). En cambio, la forma moral no descansa en estipulaciones expresas sino que, en todo caso, bien se trate de donación o de cualquier otra prestación, es como si se tratase con un amigo; y sin embargo, el acreedor espera recibir otro tanto o más, puesto que no ha dado, sino prestado, y se quejará, en consecuencia, puesto que no le anima el mismo espíritu en la contratación y en la resolución. Esto pasa porque todos o la mayoría desean lo bello y lo bueno, pero eligen lo útil; ahora bien, si es cosa bella hacer el bien sin esperar nada en cambio, por el contrario, es provechoso recibir beneficios.

Si el deudor puede, debe devolver el valor de lo que recibió, y de buen grado, porque nadie debe hacerse amigo de otro contra la voluntad de éste; más bien el deudor debe reconocer que se engañó en un principio al aceptar un beneficio de quien no debía (puesto que no se lo otorgó un amigo ni nadie que lo hiciera por la acción misma), y debe pagar como si el favor lo hubiese recibido con la expresa condición de devolverlo. Se presume que en este caso se habría obligado a poder pagar, como también que el acreedor, si espera que le paguen, no le habría prestado a una persona insolvente. En conclusión, si el deudor puede, debe pagar. Es al principio cuando debe considerarse de quién se recibe el favor y en qué condiciones, para saber si uno aceptará recibirlo en esos términos.

Es materia de discusión si un servicio debe ser medido por su utilidad para el que lo recibe (y retribuido proporcionalmente a ella), o si debe medirse por lo que le cuesta al que presta el servicio. Los favorecidos suelen decir que han recibido de sus benefactores cosas de poca importancia para éstos, y que además podrían haber obtenido de otros, empequeñeciendo así el servicio. Los benefactores, por lo contrario, lo agrandarán sosteniendo que dieron lo máximo que poseían, y que el agraciado jamás podría haber obtenido de otros, y que fueron dadas en circunstancias de peligro o en alguna necesidad semejante. Si la amistad está fundada en la utilidad, la medida es ciertamente el provecho del que recibe el servicio. En efecto, éste es el que pide el servicio; y el otro, por su parte, se lo presta con la esperanza de que recibirá a su vez algo equivalente. De este modo, la asistencia prestada ha sido tan grande como el provecho recibido; y en consecuencia, hay que devolver al otro cuanto se ha obtenido, e incluso más, lo que es más noble. En las amistades por virtud, por lo contrario, y con todo que en ellas no hay reclamaciones, la medida es la intención del que hace el servicio, porque en la intención está lo esencial de la virtud y el carácter moral.


XIV

Cuando una parte pretende obtener más que la otra, hasta en las amistades por superioridad pueden surgir desavenencias, y cuando esto sucede, la amistad se disuelve. El superior piensa en virtud que debe corresponderle más, pues al hombre bueno debe asignarse la porción mayor; y el más útil piensa lo mismo a su vez, argumentando que el inútil no debe obtener lo mismo que él, porque, si las ventajas de la amistad no estuviesen proporcionadas al valor de las obras, sería un servicio público y ya no un servicio amistoso. Ambos suponen que en la amistad, así como en una sociedad mercantil, deben percibir más los que contribuyen con más. Pero el menesteroso y el inferior piensan lo contrario: que es propio del buen amigo subvenir a los necesitados, pues si no ha de resultar en ventaja alguna ¿en dónde está la utilidad de ser amigo de un hombre noble o poderoso? Las pretensiones de uno y otro parecen ser justas, y a cada uno debe tocarle una parte mayor del comercio amistoso, sólo que no de la misma cosa; al superior le corresponde más honor y al necesitado, más provecho, porque el honor es el galardón de la virtud y la beneficencia, y el provecho, el auxilio de la necesidad.

También lo mismo puede observarse en las Repúblicas, donde no se tributan honores a quien no aporta algún bien a la cosa pública, y lo que es común a todos no se concede a quien no beneficia a la comunidad. Ahora, el honor es patrimonio público. No puede enriquecerse con la cosa pública y alcanzar honores al mismo tiempo. Nadie soporta que le den la parte menor en todas las cosas; y así, al que disminuye su caudal se le tributan honores, y dinero, por el contrario, al que acepta dinero, porque, como hemos dicho antes, lo que iguala las partes y salva la amistad es lo que se obtiene de acuerdo con el mérito.

Así es entonces cómo se han de relacionar los desiguales: el que recibe un beneficio pecuniario o moral debe corresponder tributando honores, dando lo que en su mano esté, porque la amistad exige lo posible, y no lo proporcionado exactamente al mérito. Porque no en todos los casos es posible retribuir en proporción conforme con los beneficios recibidos, como es el caso de los honores que se rinden a los dioses y a los padres, a quienes nadie sería capaz nunca de devolverles algo equivalente a lo que de ellos hemos recibido; pero ser un hombre justo pasa por servirles en la medida de su posibilidad.

Por eso es inadmisible que un hijo reniegue de su padre, aunque sí puede admitirse que un padre niegue a su hijo, porque el deudor tiene que pagar, y el hijo siempre estará en deuda, porque, haga lo que haga, nada podrá hacer que sea digno de lo que ha recibido. Pero así como los acreedores pueden condonar una deuda, el padre puede hacer algo parecido con el hijo. Por otra parte, no parece que pueda haber alguien que repudie a un hijo, a menos que el hijo se exceda en maldad, porque además de la afección natural, no es humano rechazar la posible asistencia del hijo. En cuanto al hijo, si es malo, no socorrerá a su padre, o no lo hará con mucho celo, porque los hombres en su mayoría prefieren recibir beneficios, ya que consideran hacer el bien como cosa que no rinde ganancias.

Y que lo dicho sobre estos tópicos sea suficiente.


NOTAS

(1) Iliada, X, 224.

(2) Alusión a Hesiodo: Op., 25: El alfarero está de pleito con el alfarero.

(3) Fragmento de un drama desconocido.

(4) Fr. 8, Die1s.

(5) Frs. 22. 62, 90, Diels.

(6) No se sabe dónde.

(7) Fuente desconocida.

(8) Política, III, 5 y IV, 2.

(9) P. ej. Ilíada, I, 503.

(10) P. ej. Iliada, I 1, 243.

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