Índice de Orígen y evolución de la moral de Pedro KropotkinCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo 12

Teorías morales de la primera mitad del siglo XIX

Doctrinas morales de los pensadores ingleses de la época. - Mackintosh y Stewart. - Bentham. - John Stuart MilI. - Schopenhauer. - Victor Cousin y Jouffroy. - Augusto Comte y el positivismo. - El culto de la Humanidad. - La moral del positivismo. - Littré.- Feuerbach.

Tres tendencias nuevas se manifestaron en la Ética durante el siglo XIX: 1.- El positivismo, elaborado por el filósofo francés Augusto Comte, que encontró en Alemania un representante de talento en la persona del filósofo Feuerbach; 2.- El evolucionismo, es decir la doctrina del desarrollo gradual de todos los seres vivos, de las instituciones sociales y creencias e incluso de las ideas morales del hombre, creada por Carlos Darwin y elaborada en detalle por Herbert Spericer en su Filosofía sintética; 3.- El socialismo, es decir la doctrina de la igualdad política y social de los hombres, que tuvo su origen en la gran Revolución francesa y en las ideas posteriormente formadas bajo la influencia del rápido desarrollo de la industria y del capitalismo en Europa. Estas tres doctrinas ejercieron una considerable influencia sobre el desarrollo de la moral en el siglo XIX. Sin embargo, no existe todavía hoy un sistema ético completo fundado en las tres a la vez. Algunos filósofos contemporáneos como Spencer, Guyau y en parte Wundt, Paulsen, Hoffding. Gizycki y Eucken, trataron de crear un sistema de Ética sobre las bases del positivismo y del evolucionismo, pero todos ellos, en mayor o en menor grado, ignoraron el socialismo. Y sin embargo, en el socialismo reside una gran doctrina moral y no puede hoy en día existir ningún sistema ético que no se encuentre en contacto con esta doctrina, expresión de las aspiraciones de las masas trabajadoras a la justicia social y a la igualdad de derechos.

Antes de exponer las ideas morales de los principales representantes de las tres tendencias mencionadas, trataremos de resumir brevemente las doctrinas morales de los pensadores ingleses de la primera mitad del siglo XIX.

Mackintosh (1765-1832).- Este filósofo escocés fue el precursor del positivismo en Inglaterra. Profesó opiniones radicales y fue un partidario entusiasta de la gran Revolución francesa. Expuso su doctrina ética en el libro Historia de la Filosofía moral, en el cual ha sistematizado las teorías sobre el origen de la Ética de Shaftesbury, Hutcheson, David Hume y Adam Smith. Lo mismo que estos pensadores, Mackintosh admitía que los actos morales emanan del sentimiento y no de la razón. Los fenómenos morales, decía, son en cierto modo sentimientos, una mezcla integrada por la simpatía y la antipatía, por la aprobación y por la censura. Todos estos sentimientos se reunen y forman algo general, una capacidad particular de nuestra psiquis, a la cual cabe dar el nombre de conciencia moral.

Nos damos cuenta de que depende de nuestra voluntad el actuar de acuerdo con nuestra conciencia o en oposición a ella, y cuando actuamos contra la conciencia moral achacamos la culpa a nuestra mala o débil voluntad.

Así, pues, Mackintosh redujo toda la moral a los límites del sentimiento y repudió toda intervención de la razón en la formación de la ética individual. Según él, el sentimiento moral es algo innato y propio de la naturaleza humana como tal y de ningún modo fruto de la educación.

Este sentido moral, tiene para Mackintosh carácter imperativo. Exige por cierto el trato de los hombres entre sí porque solamente en la sociedad humana nos damos cuenta de que nuestros sentimientos morales están dentro de los límites de nuestra voluntad.

Los varios motivos o impulsos morales del hombre van uniéndose poco a poco y forman un conjunto y de la unión de los grupos de sentimientos que no tienen entre sí nada de común, por ejemplo del egoísmo y de la simpatía hacia los demás, surge el carácter del hombre.

Tal es, según Mackintosh, el origen de la moral y tal el criterio que sirve de guía en la vida. Pero estas bases éticas, prosigue nuestro autor, son tan benéficas para el hombre, unen a cada uno de nosotros tan estrechamente con el bienestar de toda la comunidad, que inevitablemente han tenido que desarrollarse en el seno de la sociedad.

En este respecto Mackintosh se colocó en el punto de vista de los utilitaristas. Insistió sobre todo en que no hay que confundir, como generalmente se hace, el criterio, es decir la base del impulso moral, con lo que nos empuja personalmente a actuar en tal o cual sentido. Estos dos impulsos pertenecen a dos órdenes distintos y hay que hacer una distinción entre ellos. Importa saber ante todo cuales actos aprobamos o dejamos de aprobar desde el punto de vista moral. Esta distinción constituye nuestro criterio, nuestra apreciación moral. Pero también nos importa saber donde radica el origen de nuestra aprobación o reprobación: si en un acto inmediato del sentimiento o en consideraciones posteriores fundadas en la razón. En fin, importa saber, en el caso de que nuestra aprobación o condena tenga su origen en el sentimiento, en qué consiste éste, si en un rasgo elemental de nuestra naturaleza o un instinto que va elaborándose lentamente bajo la influencia de la razón.

Según ha observado justamente Jodl, las afirmaciones de Mackintosh son en cierta medida lo más claro y preciso que se haya dicho hasta ahora sobre las bases metódicas de la teoría de los principios morales. En efecto, a base de esta interpretación resulta claro que, aun cuando en nuestro sentido moral existe algo innato, esto no impide a la razón calificar tales o cuales actos desarrollados por la educación social de utiles para el bien común.

Por mi parte añadiré que la sociabilidad e, inseparablemente de ella, la ayuda mutua, propias de la enorme mayoría de las especies animales y con más razón aun propias del hombre, han sido desde los principios de la existencia del ser humano la fuente de tales sentimientos morales. La consolidación del sentimiento de sociabilidad ha sido facilitada por la conciencia y la comprensión de la vida social, es decir por la actividad de la razón. A medida que ha ido desenvolviéndose y complicándose la vida social, la razón ha adquirido una mayor influencia sobre el carácter moral del hombre.

No cabe duda tampoco que debido a la ruda lucha por la existencia y al fortalecimiento de los instintos de bandidaje, que a veces se da en ciertos pueblos y tribus, el sentido moral puede debilitarse y pudiera incluso llegar a desaparecer por completo, si en la naturaleza misma del hombre y de la mayoría de los animales más perfectos no existiera una capacidad particular, una cierta tendencia del pensamiento que mantiene y fortalece el instinto de la sociabilidad y la influencia del mismo. Esta tendencia es, a mi entender, la idea de justicia que al fin y al cabo no es otra cosa que el reconocimiento de la igualdad de derechos entre todos los miembros de la sociedad humana. A esta característica de nuestro pensamiento, que encontramos ya entre los hombres primitivos y en cierta medida entre los animales sociales, debemos el hecho de que nuestros conceptos morales lleguen a adquirir, a veces inconscientemente, una fuerza imperativa. Más tarde, al exponer las ideas éticas de Guyau, me ocuparé detenidamente de estudiar el concepto de magnanimidad, que llega a veces hasta el sacrificio.

No voy a detenerme en la Filosofía inglesa de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Constituye una reacción contra la Revolución francesa y la filosofía de los enciclopedistas, así como contra las ideas atrevidas expresadas por Godwin en su libro sobre la Justicia Política. Este libro contiene la exposición completa y sincera de lo que más tarde ha sido propagado con el nombre de anarquísmo (1).

En general, los pensadores ingleses de este período trataron de probar la insuficiencia del pensamiento para la explicación de lá moral. Así Stewart demostró que no bastan ni los afectos reflexivos de Shaftesbury, ni la conciencia moral de Butler para explicar la moralidad. Se negó a reconocer, lo mismo que Hume, que de los solos juicios de la razón puedan nacer en nosotros los conceptos del bien y de la belleza y al mismo tiempo trató de mostrar hasta qué punto los impulsos morales están apartados de los sentimientos inmediatos.

Aun cuando, según lo que antecede, parece natural que Stewart se inclinara a favor de la idea de justicia, es de notar el hecho de que apenas se refiere a ella y que su obra queda por lo tanto privada de una conclusión definitiva.

Jeremías Bentham, contemporáneo de Mackintosh y de Stewart, fue quien formuló en la Ética inglesa nuevas ideas.

Bentham (1748-1832).- No puede decirse que Bentham fuera un filósofo en el sentido estricto de la palabra. Fue un abogado. Rechazó el Derecho oficial y la práctica legislativa como normas de la moral, por creer que estas actividades han sido durante miles de años un instrumento de opresión, y trató de encontrar otros principios más profundos y estrictamente científicos que, pudiendo servir de fundamento al Derecho, satisfagan a la razón y a la conciencia.

Según Bentham, el derecho y la moral son una misma cosa y no en balde tituló su obra Introducción a los principios de la moral y de la jurisprudencia.

De acuerdo en esto con Helvecio, Bentham vió el principio fundamental de toda Ética en la máxima felicidad de la mayoría de los hombres. En este punto estuvo también de acuerdo con Hobbes. Pero Bentham y sus secuaces, Stuart Mill entre otros, dedujeron de tal principio conclusiones totalmente diversas.

El reaccionario Hobbes, bajo la influencia de la revolución de 1648, creyó que tan solo un poder superior puede proporcionar a los hombres la máxima felicidad, mientras que Bentham, un filantropista, según él mismo se llamaba, llegó al reconocimiento de la igualdad. Aun cuando rechazara la doctrina socialista de Owen, reconoció, sin embargo, que la igualdad de la riqueza es capaz de ayudar a los hombres a alcanzar la mayor felicidad para el mayor número, a condición, sin embargo, de evitar los actos revolucionarios. En el terreno de la legislación afirmó que cuanto menor es el número de las leyes, tanto mejor es el resultado. Las leyes -decía- reducen tan sólo el campo de acción humana y por lo tanto constituyen un mal.

Bentham sometió el régimen social de su época a una crítica severa. Al acercarse, sin embargo, a las ideas socialistas y aun anarquistas no se atrevió a ir hasta la conclusión lógica de sus puntos de vista; se preocupó tan sólo de determinar cuáles eran los goces más fuertes, duraderos y productivos. Habiendo observado que los conceptos de la felicidad son muy distintos y que los hombres no siempre se dan cuenta exacta de lo que es el bien común, Bentham se empeñó en determinarlos. La aspiración a la felicidad, decía, es la aspiración al placer, al goce personal, y, como Epicuro, se empeñó en averiguar cuáles goces son capaces de proporcionamos la mayor felicidad posible, no pasajera, sino permanente, aunque esta felicidad vaya unida al sufrimiento. Para ello inventó una especie de escala de goces con los más profundos e intensos -que son los que pueden durar toda la vida- en la parte superior, seguidos en descenso por los más inmediatos y fáciles de realizar.

La intensidad del goce, su duración, su seguridad, su proximidad; he aquí las cuatro medidas que Bentham estableció para su Aritmética de los Placeres. Añadió también la fecundidad, o sea la capacidad para producir nuevos placeres y la transmitibilidad, o sea la capacidad de provocar el goce no sólo en sí mismo, sino en los demás. Paralelamente a esta escala de placeres, Bentham estableció también una escala de sufrimientos.

Para explicar los orígenes del sentido moral no se contentó Bentham con las teorías antiguas que explicaban la Ética por un sentido innato o por la inspiración sobrenatural, por la simpatía y antipatía, etc. La palabra virtud, en nombre de la cual se han cometido tantos horrores, le inspiraba índignación. Todas estas ideas son ampliamente desarrolladas en su obra Deontología de la ciencia de la moral, redactada después de su muerte por su amigo Bowring (2).

Es preciso sentar la moral sobre otras bases, decía Bentham. El deber de los pensadores consiste en demostrar que un acto virtuoso constituye un buen cálculo, un sacrificio provisorio que proporciona más tarde un gran placer. Un acto inmoral, por el contrario, es el producto de un cálculo falso. Así se habían expresado ya Epicuro y muchos de sus partidarios, como por ejemplo Mandeville, el autor de la famosa Fábula de las abejas. Pero, como ha señalado Guyau en su obra La moral inglesa contemporánea, Bentham introdujo en el epicureismo una corrección muy importante: la virtud no es solamente un cálculo, decía, contiene también un elemento de esfuerzo, es la expresión de una cierta lucha interior, porque el hombre virtuoso sacrifica el placer inmediato a otro más lejano y más importante. Y Bentham insistió en la realidad de este sacrificio, porque se daba cuenta de que, sin esta corrección, la concepción ética de los utilitaristas se encerraba en un callejón sin salida. El mismo punto de vista defendió John Stuart Mill, que escribió en la época en que las doctrinas comunistas de Owen, cuya concepción moral rechazaba asimismo todo origen sobrenatural, estaban muy difundidas en Inglaterra.

Este criterio del bien y del mal sirve, según Bentham, no solamente como base de apreciación moral de nuestros propios actos, sino también de base a toda la legislación. Pero, además de estas consideraciones, hay que tener en cuenta una serie de hechos que influyen considerablemente sobre la moral y sobre el concepto de lo deseable en los individuos y en las sociedades de las distintas épocas: el nivel intelectual del hombre, su religión, su temperamento, el estado de su salud, su educación, su posición social y también el régimen político. Todos estos elementos contribuyen a modificar las ideas morales y Bentham los analizó cuidadosamente. Aun cuando apreció la belleza moral del sacrificio, no nos dice, sin embargo, dónde, cuándo y por qué el instinto triunfa sobre las cálculos impasibles de la razón, ni qué lazo existe entre la razón y el instinto. Por esto su Ética no es completa y nada tiene de extraño que muchos pensadores, no satisfechos con ella, buscaran otro punto de apoyo para sus aspiraciones morales, ora en la religión, ora en la Ética kantiana con su idea del sentimiento del deber.

Por otro lado, no cabe duda que la crítica de Bentham aspiró a despertar en los hombres la fuerza creadora capaz de proporcionarles no solamente la felicidad personal, sino también la comprensión de los problemas sociales y las aspiraciones más elevadas. Aspiró, además, este pensador a que el Derecho y la legislación se inspiren no en los conceptos banales de la felicidad humana, realizables bajo un poder fuerte, sino en consideraciones superiores, y es por eso concebible que, a pesar de la frialdad de su punto de partida aritmético, la doctrina de Bentham haya ejercido una influencia beneficiosa sobre la mayoría de sus contemporáneos y que los filósofos que conocen a fondo su doctrina, como por ejemplo Guyau, lo consideraran como el verdadero fundador de toda la escuela utilitarista inglesa, a la cual, en cierta medida, perteneció también Spencer.

Sus partidarios -entre los cuales se destacaban James Mill y su hijo John Stuart Mill (1806-1873)- se impusieron la obligación de desarrollar la teoría de Bentham. El pequeño libro de John Stuart MilI titulado El Utilitarismo, constituye la mejor exposición de las doctrinas utilitaristas de la Ética (3).

Este libro de Stuart MilI constituye un aporte considerabIe a la ciencia de la Ética y da una estructura lógica a la concepción utilitaria. Se nota en él, lo mismo que en las obras económicas de su autor, que MilI está penetrado por la idea de reconstruir la sociedad sobre nuevas bases éticas.

Para ello no necesita ni de una explicación religiosa de la moral, ni tampoco de la legislación derivada de la razón pura de Kant; construyó toda la ciencia ética sobre un solo principio fundamental: la aspiración de la máxima felicidad justamente concebida. De esta misma manera había ya concebido el origen de la moral Hume; pero MilI, como era natural en un pensador de mitad del siglo XIX, señaló también la evolución continua de las ideas morales que se opera en la vida social. La moral, decía, no es innata; es un producto de la evolución.

Hay en el hombre, según MilI, tendencias morales, pero hay también tendencias perversas; hay hombres dispuestos a trabajar por el bien común, pero hay otros que no se preocupan de él. Muy distintos son los conceptos del bien y del mal desde el punto de vista del individuo y desde el de toda la sociedad. Toda sociedad humana tiene interés en que, en la lucha entre las varias concepciones y tendencias sociales, triunfen los elementos del bien, o, sirviéndose del lenguaje de Comte, que los elementos altruistas triunfen sobre los egoístas. En otras palabras, en la vida social se efectúa una síntesis entre las aspiraciones que proceden del sentimiento del deber y las que proceden del principio de máxima felicidad (eudemonismo) o de la mayor utilidad (utilitarismo).

La moral, afirmaba MilI, es un producto de la influencia mutua entre la organización psíquica e intelectual del hombre y la sociedad. Esta idea abre un amplio camino para la realización de ideales elevados en el campo social. Desde este punto de vista la moral constituye la suma de exigencias que la sociedad impone a sus miembros en interés del propio bienestar de todos. Los intereses del desarrollo subsiguiente de la sociedad y del bien de la misma son distintamente concebidos por los varios partidos; existen siempre conflictos entre los que buscan algo mejor para el porvenir y los que prefieren mantenerse dentro de las normas sociales antiguas y el único criterio para situarse en uno u otro punto de vista es el bien de la humanidad y su perfección.

Por estas pocas líneas se puede ver la importancia considerable que atribuyó Mill al principio de utilidad. A consecuencia de ello se debe la gran influencia que ejerció en las ideas de sus contemporáneos, tanto más cuanto que sus obras están escritas en un lenguaje claro y sencillo.

Pero el principio de la justicia, señalado ya por Hume, no fue tomado en consideración por MilI. Nuestro autor habla tan sólo de la justicia al final de su obra, cuando trata de encontrar un criterio para distinguir la validez de las conclusiones a que llegan las distintas tendencias que luchan entre sí por tener la prioridad en la evolución progresiva de la sociedad.

En cuanto al problema de saber hasta qué punto el utilitarismo puede servir de fundamento a la moral, lo examinaremos en la segunda parte de esta obra. Aquí tan sólo nos importa señalar el gran paso que la obra de MilI hizo dar a la Ética, puesto que en ella encontramos una aspiración evidente al fundarla sobre principios racionales, fuera de toda influencia, franca u oculta, de la Religión.

Antes de pasar a la exposición de la Ética del positivismo y del evolucionismo es necesario que nos detengamos algún tiempo en las doctrinas morales de algunos filósofos del siglo XIX que, aunque estuvieron adheridos a las escuelas metafísica y espiritualista ejercieron, sin embargo, una cierta influencia en la evolución de la Ética contemporánea. Los más conocidos de estos filósofos fueron: Schopenhauer en Alemania, Víctor Cousín y su discípulo Teodoro Jouffroy en Francia.

Schopenhauer (1788-1860).- Su doctrina ética es muy diversamente apreciada por los varios escritores que se han ocupado de ella y muy discutida es asimismo su obra en general. El pesimismo de Schopenhauer está inspirado no por el dolor humano, sino por el carácter egoísta del hombre.

Nuestro mundo es imperfecto, enseñaba Schopenhauer. Nuestra vida está llena de sufrimientos. La voluntad de vivir nos inspira deseos en la realización de los cuales encontramos obstáculos que, al querer vencerlos, nos hacen sufrir. Pero desde el momento que hemos vencido los obstáculos y que nuestro deseo está satisfecho experimentamos un descontento. Y como que el hombre es un miembro activo de la vida, es por lo tanto un mártir. El progreso no destruye el sufrimiento. Al contrario: a medida que la cultura va desarrollándose aumentan las necesidades y la imposibilidad de satisfacerlas causa al hombre nuevos sufrimientos y nuevos desengaños.

Junto con el desarrollo del progreso y de la cultura, el espíritu humano se hace cada vez más sensible para los sufrimientos y adquiere la capacidad de sentir no sólo sus propios dolores, sino también los de sus semejantes y aun los de los animales. De esta capacidad nace, según Schopenhauer, el sentimiento de compasión que es la base de la moral y la fuente de todos los actos éticos.

Schopenhauer se negó a ver en los actos que tienen por origen el egoísmo o la aspiración a la felicidad un principio moral, pero repudió también en absoluto el sentimiento del deber kantiano como base de la Ética. La moral empieza, según Schopenhauer, tan sólo cuando el hombre está guiado en sus actos por la compasión para con sus semejantes. La compasión, escribió Schopenhauer, es un sentimiento elemental propio al hombre y precisamente en él reside la base de todos los ímpulsos morales y no en motivos egoístas o en la conciencia del deber.

En el sentimiento de compasión veía Schopenhauer dos facetas. Hay casos en que el hombre se ve ímposíbílítado por algún motívo para hacer mal a sus semejantes. En otros casos el hombre interviene al ver que se hace sufrir a alguien. En el primero estamos en presencia de la simple justicia. En el segundo del sentimiento de amor al prójimo.

Esta distinción ha hecho dar a la Ética un paso adelante. Como ya señalé en el segundo capítulo de este libro, también los salvajes hacen esta distinción cuando dicen unas veces que algo se debe hacer y otras que es vergonzoso hacerlo o no hacerlo. Estoy seguro de que tal distinción será considerada en el porvenir como fundamental, puesto que concuerda con la evolución de nuestras ideas morales, cuyo desarrollo puede expresarse en la fórmula Sociabilidad-Justicia-Generosidad.

Desgraciadamente, Schopenhauer no dedujo de la compasión el reconocimiento de la igualdad de derechos, idea a la cual había llegado ya la Ética de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Identificando la justicia con la compasión, Schopenhauer redujo considerablemente la importancia de la primera, que es el elemento fundamental de la Ética. Confundió, además, lo justo con lo deseable y, como la mayoría de los escritores que se han ocupado de los problemas éticos, no distinguió suficientemente entre los dos impulsos, de los cuales uno dice: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti y el otro: da a tu semejante sin pensar en lo que recibieras por ello.

En vez de demostrar que en estos dos impulsos se manifiestan dos conceptos distintos de nuestras relaciones con los demás, Schcpenhauer creyó que ambos se distinguen tan sólo por la fuerza de la influencia que ejercen sobre nuestra voluntad. En el primer caso el hombre permanece inactivo y no hace daño a sus semejantes, mientras que en el segundo actúa activamente empujado por el amor a los demás. Pero en realidad la distinción es mucho más profunda: inevitablemente hay que reconocer que el concepto fundamental de la moral es la justicia, en el sentido del reconocimiento de la igualdad de derechos. Luego, y como consecuencia de la justicia, se manifiesta la generosidad, que Guyau calificó admirablemente de derroche de la inteligencia, de la voluntad y de los sentimientos humanos para con los demás. Schopenhauer, naturalmente, no pudo prescindir por completo del sentimiento de la justicia, concebida en el sentido antes mencionado. Nuestra capacidad para sentir la compasión ante el sufrimiento de los demás, para contagiarnos de las alegrías y de los goces ajenos, sería, en efecto, incomprensible si el hombre no poseyera una capacidad consciente o inconsciente para identificarse con los demás. Esta capacidad resultaría imposible si cada uno se considerara distinto de los otros. Tan sólo a fuerza de reconocernos iguales a los demás puede explicarse por qué el hombre se arroja al agua para salvar a otro, aunque no sepa nadar, o bien por qué arriesga su vida recogiendo a los heridos en el campo de batalla (4).

Pero, dejando aparte de que para Schopenhauer la vida es un mal y de que en el nivel inferior de la moral el egoísmo resulta muy fuerte, afirmó también nuestro autor que a medida que se desarrolla el sentimiento de compasión el hombre adquiere la capacidad de comprender y compartir los sufrimientos de los demás y por lo tanto de hacerse aun más desgraciado. Creyó que tan sólo el ascetismo, el alejamiento de la sociedad y la contemplación de la naturaleza pueden emanciparnos de las pasiones que nos producen dolor y que nos conducen por contraste al fin supremo de la moral, es decir a la supresión de la voluntad de vivir. Si el mundo pudiera conseguir la supresión de la voluntad de vivir, llegaría a un estado de reposo absoluto, al nirvana.

Esta filosofía pesimista es, naturalmente, la filosofía de la muerte y no de la vida y por lo tanto la moral del pesimismo no puede crear nada sano ni activo en la sociedad, y si me detengo, quizás excesivamente, en ella, es únicamente porque, al combatir Schopenhauer la Ética de Kant, sobre todo su teoría del deber, preparó en Alemania el terreno para que los pensadores y filósofos buscaran las bases de la moral en la misma naturaleza humana y en el desarrollo de la sociabilidad. Pero la obra de Schopenhauer, debido a sus particularidades individuales, fue incapaz de dar a la Ética una nueva dirección. En cuanto a su admirabIe estudio sobre la libertad de la voluntad y la importancia de ésta como factor de la vida social, volveremos a estudiarIo en la segunda parte de esta obra.

En Francia la época post-revolucionaria no produjo una filosofía pesimista análoga a la de Schopenhauer, pero en el período de la restauración borbónica y en tiempos de la Monarquía de Julio se produjo un florecimiento de la Filosofía espiritualista. Durante esta época las ideas progresistas de los enciclopedistas, de Voltaire, de Condorcet y de Montesquieu, tuvieron que ceder lugar a las teorías de Bonald, José de Maistre, Maine de Biran, Royer-Collard, Víctor Cousin y otros representantes de la reacción en el campo del pensamiento filosófico.

No nos detendremos en la exposición de estas doctrinas. Diremos tan sólo que las ideas morales expuestas por el más notable de los pensadores de este grupo, Víctor Cousin, son las del espiritualismo tradicional.

Tenemos también que señalar la tentativa del discípulo de Cousin, Teodoro Jouffroy, el cual se propuso llamar la atención sobre lo que yo he calificado de espíritu de sacrificio o de generosidad. Jouffroy no supo apreciar, sin embargo, la importancia que este elemento merece, pero de todos modos comprendió que lo que los hombres califican de espíritu de sacrificio es un elemento fundamental de la moral. Como todos sus antecesores, confundió este elemento de la moral con el conjunto de la Ética (5). Hay que hacer constar, además, que la obra de toda esta escuela tiene un carácter vago e inconcluso.

El positivismo. - La segunda mitad del siglo XVIII se caracterizó, como ya hemos visto, por una crítica atrevida de las ideas científicas, filosóficas, políticas y éticas. Esta crítica no se limitó a un trabajo académico. En Francia las nuevas ideas fueron propagadas en la sociedad y en breve provocaron una revolución en las instituciones sociales y en toda la vida económica, intelectual y religiosa. Después de la revolución, durante la serie de guerras, que duraron con pequeños intervalos de paz hasta 1815, las ideas renovadoras, sobre todo en lo que concierne al problema de la igualdad de derechos, fueron propagadas a través de la Europa occidental y en parte de la Europa central, por las tropas republicanas primero y por las de Napoleón después. Pero los Derechos del hombre, que implantaron los franceses en los países conquistados, así cómo la declaración de la igualdad de todos los ciudadanos y la abolición de los últimos vestigios del feudalismo no pudieron mantenerse después de la restauración de los Borbones en el trono francés. Más aun, en toda Europa se inauguró una reacción intelectual y política. Austria, Rusia y Prusia concluyeron la Santa Alianza, cuyo fin consistía en mantener en Europa el régimen monárquico y feudal. Con todo, había ya comenzado para Europa una nueva era política, sobre todo en Francia, donde después de quince años de una reacción feroz las nuevas ideas se manifestaron en todos los campos: político, económico, científico, filosófico.

Como es de suponer, la reacción que se produjo contra la gran Revolución francesa, y que duró unos treinta años, consiguió paralizar en gran parte la influencia intelectual y filosófica del siglo XVIII y aun de la revolución misma. Pero con el primer viento de libertad que sopló sobre Europa, el movimiento de las ideas renació en Francia y en Inglaterra.

En los primeros treinta años del siglo XIX nació en Europa una nueva técnica: empezaron a construirse líneas férreas, apareció la navegación a vapor, que facilitó los grandes viajes transoceánicos, se construyeron grandes fábricas que trabajaron con máquinas perfeccionadas, etc. Gracias a los progresos de la química se creó una gran industria metalúrgica. Toda la vida económica se reorganizó. Nació el proletariado industrial, el cual empezó a formular sus reivindicaciones. Bajo la influencia de la realidad y de las doctrinas de los primeros fundadores del socialismo, -Fourier, Saint-Simon, Owen- en Francia e Inglaterra se abrió camino el movimiento obrero socialista. Al mismo tiempo se fundó una nueva ciencia enteramente basada en la experiencia y la observación y absolutamente libre de las hipótesis teológicas y metafísicas. Las bases de esta ciencia fueron establecidas a finales del siglo XVIII por Laplace en Astronomía, por Lavoisier en la Física y Química, por Buffon y Lamarck en la Zoología y Biología, por los fisiócratas y Condorcet en las ciencias sociales. Junto con el desarrollo de la nueva ciencia nació en Francia. alrededor de 1830, la nueva Filosofía conocida con el nombre de Positivismo. El fundador de ella fue Augusto Comte.

En Alemania la Filosofía de los discípulos de Kant, Fichte y Schelling, siguieron en las redes de la Metafísica semi-religiosa, en tanto que la doctrina positiva aspiraba sencillamente a justificar su nombre, como trató de hacerlo dos mil años antes Aristóteles. El fin de esta Filosofía fue basar sus conclusiones tan sólo en la experiencia y unir todos los conocimientos en un sistema integral de concepción del Universo.

Las doctrinas arriba mencionadas abrieron al hombre un mundo nuevo de fuerzas naturales siempre en acción. Asimismo ejercieron una gran influencia en el campo de la economía y de la historia, Saint-Simon y sus sucesores y de un modo particular el historiador Agustín Thierry y otros pensadores que supieron emanciparse de la tiranía de la metafísica.

Augusto Comte comprendió la necesidad de reunir todas las adquisisiones y las conquistas del pensamiento científico. Se propuso sistematizar todas las ciencias en un conjunto armonioso y mostrar la dependencia mutua y estrecha de todos los fenómenos de la naturaleza, su base común y las leyes generales de su desarrollo. Al mismo tiempo, Comte sentó las bases de nuevas ciencias como la Biología, la Antropología y la Sociología. Sometiendo la vida de todos los seres vivos a las mismas leyes, Comte señaló que para comprender la vida de las comunidades humanas primitivas es necesario comenzar investigando las sociedades animales. Al tratar de los conceptos morales del hombre Comte señaló además la importancia de los instintos sociales.

La esencia del positivismo está en el saber real que consiste, según Comté, en la previsión. Savoir c'est prévoir (Saber es preveer) y la previsión es necesaria para aumentar el poder del hombre sobre la naturaleza, para acrecentar el bienestar de la humanidad. Del mundo de los sueños y de las concepciones fantásticas Comte invitó a los sabios a bajar a la Tierra, a ir hacia los hombres que sufren y aspiran a una vida mejor, que quieren conocer la naturaleza y utilizar sus fuerzas, que desean emancipar al hombre y hacer su trabajo más productivo. Al mismo tiempo aspiró a emancipar al hombre de las cadenas del temor religioso ante la naturaleza y sus fuerzas y quiso encontrar las bases de la vida de la personalidad libre dentro de la sociedad basada en un contrato libremente aceptado.

Todo lo que los enciclopedistas pudieron prever vagamente en la ciencia y en la filosofía, todo lo que para los hombres más eminentes de la Revolución francesa constituyó un ideal, lo que ya habían señalado Saint-Simon, Fourier y Owen y lo que habían soñado los más grandes espíritus de fines del siglo XVIII y principios del XIX, todo esto Comte trató de reunirlo, sistematizarlo y confirmarlo por medio de su Filosofía positiva, para que de ella pudieran elaborarse nuevas ciencias, un arte nuevo, una nueva concepción del mundo y una Ética nueva.

Es naturalmente una candidez creer qué un sistema filosófico, por mucha que sea su profundidad, sea capaz de crear nuevas ciencias, un nuevo arte y una nueva Ética. Toda filosofía no es más que una generalización, el resumen de un movimiento intelectual que abarca todos los ramos de la vída. La Fílosofía puede servir tan sólo de inspiración para la ciencia y el arte. Un sistema legítimo de pensamíento, que generaliza todos los dominios del saber, da al mismo tiempo a cada uno de estos dominios una nueva dirección, fuerzas nuevas, un nuevo espíritu creador y con todo ello una nueva perfección.

Así ocurrió en efecto. La primera mitad del siglo XIX ha producido en la Filosofía el positivismo, en la ciencia la teoría evolucionista y toda una serie de magníficos descubrimientos -sobre todo durante los años de 1856 a 1862 (6)- y por fin en la Sociología el socialismo así como la moral libre, no impuesta por el temor o por la fuerza sino procedente de la misma naturaleza humana.

Bajo la influencia de todas las conquistas de la ciencia se ha formado una comprensión más clara de los lazos que existen entre el hombre y los demás seres vivos.

La Filosofía positivista aspiró a reunir todos los resultados y conquistas de la ciencia. Lo que en las obras de Spinoza y Goethe no pasaron de ser chispas geniales encontró en ella una expresión más precisa.

Dicho está que dado su concepto de la Filosofía, Comte había de atribuir a la Ética una gran importancia. Pues deducía ésta no de la Psicología de individuos aislados, ni tampoco la consideraba como un tema para sermones morales -como ocurría aun en Alemania- sino como algo que emana naturalmente de toda la historia del desarrollo de las sociedades humanas. Basándose en los trabajos de Buffon y posteriormente de Cuvier, que confirmaban la teoría de Lamarck sobre la evolución progresiva de las especies animales inferiores en especies superiores -aunque Cuvier mismo, por motivos reaccionarios, rechazó esta opinión- Comte insistió en la necesidad de un estudio histórico en el campo de la Antropología -ciencia que se ocupa del hombre en su aspecto físico- y de la Ética, parangonando estos estudios con los de Anatomía comparada en los dominios de la Biología.

Comte concibió la Ética como una gran fuerza capaz de elevar al hombre por encima de los intereses cotidianos. Aspiró a sentar su sistema ético sobre una base positiva, estudiando su desarrollo desde el instinto de sociabilidad entre los animales hasta sus manifestaciones superiores. Y si al final de su vida, a causa de la decadencia de su vigor intelectual o bajo la influencia de Clotilde de Vaux, Comte como tantos otros pensadores, hizo concesiones a la Religión y llegó incluso a fundar su propia Iglesia, esto no quita nada a sus teorías, pues una tal actitud está en contradicción absoluta con las ideas expresadas en su obra fundamental: La filosofía positiva. La religión positiva fue un derivado sin importancia y así lo comprendieron sus mejores discípulos, como Littré y Wiruboff, así como sus partidarios en Inglaterra, Alemania y Rusia (7).

Sus ideas capitales sobre los fundamentos de la Ética las dedujo Comte, según vemos en su Física Social, no de consideraciones abstractas, sino de los hechos de la historia social de la humanidad. Según él, las inclinaciones sociales del hombre pueden explicarse tan sólo por una capacidad innata, es decir por el instinto que le empuja a la vida en común. Este instinto lo denominó Comte altruismo y vió en él una particularidad fundamental de nuestra naturaleza. Fue además el primero en señalar que esta particularidad o inclinación innata existe también entre los animales.

Separar este instinto de la influencia de la razón es, según Comte, absolutamente imposible. Con la ayuda de la razón creamos de los sentimientos e inclinaciones innatas las ideas morales, de modo que la moral humana es al mismo tiempo innata y producto de la evolución. Al llegar el hombre a la vida, lleva ya en sí los principios de la moral. Pero la Ética completa tiene que ser desarrollada por la educación. Las inclinaciones morales existen también entre los animales sociales, pero la moral, en tanto que es un resultado del instinto, del sentimiento y de la razón, es propia únicamente del hombre. Las ideas morales han ido desarrollándose poco a poco y su evolución continúa y continuará en el porvenir. Esto explica la diferencia entre la moral de los distintos pueblos y las distintas épocas, lo que empuja a ciertos pensadores frívolos, que niegan la moral, a ver en estas diferencias algo condicional y a deducir de las mismas que la Ética carece de bases fijas en la naturaleza humana.

Al estudiar todas las modificaciones sufridas por las ideas morales es fácil, según Comte, convencerse de que siempre hay en ellas algo constante, que es precisamente la comprensión del bien ajeno que adquiere el hombre gracias al conocimiento de su propio interés. De modo que Comte reconoció en este punto el principio utilitarista, pero al mismo tiempo se daba perfecta cuenta de la importancia de las tres fuerzas poderosas que contribuyen a la elaboración de la moral: sentido de la sociabilidad, simpatía mutua y razón. Así pues, no repitió el error de los utilitaristas que atribuyeron al instinto y al interés personal una importancia dominante.

La moral, decía, como la misma naturaleza humana, y como todo lo que existe en la naturaleza, añadiremos por nuestra parte, es al mismo tiempo algo desarrollado ya y algo cuyo desarrollo sigue su curso. En el proceso de este desarrollo atribuyó Comte una gran importancia a la familia y a la sociedad. La familia, según él, contribuye a formar el elemento de la moral que deriva del sentimiento, mientras que la sociedad desarrolla en nosotros los elementos que derivan de la razón. Esta distinción, empero, no corresponde a la realidad, puesto que la educación en común de la juventud, sea la que se da en nuestros pensionados, sea la que reciben los salvajes de muchas tribus de las islas del Pacífico, desarrolla el instinto gregario, el sentimiento del honor, el sentido del honor colectivo, el sentimiento religioso, etc,. mucho más que la vida de familia.

Hay que señalar por fin otro rasgo de la Ética positiva. Comte insistió en la gran importancia que revestía la concepción del mundo propuesta por el positivismo, puesto que esta concepción inspira a los hombres la idea de la última relación que existe entre la vida de cada individuo y la de la sociedad entera. Por este motivo, decía, es preciso desarrollar en los hombres la comprensión de la vida del Universo así como la conciencia de que nuestros actos serán aprobados por la sociedad entera. No debemos ocultar nada, decía Comte. Toda mentira es una humillación para nuestro yo, el reconocimiento de nuestra inferioridad. He aquí la regla que proponía: vivre au grand jour, vivir en tal forma que no sea preciso ocultar nada.

Comte distinguía en la Ética tres elementos: su esencia, es decir sus principios fundamentales y su origen, su importancia para la sociedad y finalmente su evolución y el carácter de la misma. La Ética, decía, se forma sobre el terreno de la historia. Existe una evolución natural que es el progreso, el triunfo de las particularidades humanas, del hombre sobre el animal. La suprema ley moral consiste en que el hombre debe preferir sus deberes sociales a sus inclinaciones egoístas. De manera que según este autor la base de la Ética debe ser el interés del género humano, de la humanidad, de ese ser superior, del cual no somos más que una parte. La moral consiste en vivir por los otros, vivre pour autrui.

Tal es, en pocas palabras, la Ética de Comte. Muerto éste, sus ideas fueron desarrolladas por sus discípulos, principalmente por Littré y Wiruboff, los cuales editaron desde 1867 a 1883 la revista Filosofía Positiva. El positivismo ha ejercido una intensa y beneficiosa influencia sobre el desarrollo de las ciencias. Puede afirmarse que hoy en día la totalidad de los hombres de ciencia se colocan en un terreno positivista. En Inglaterra la Filosofía de Spencer, con la cual están de acuerdo la mayoría de los naturalistas, es la filosofía positiva, aunque Spencer haya subrayado con frecuencia, frente a ciertas cuestiones, su desacuerdo con Comte.

En Alemania, Ludwig Feuerbach (1804-1872), se acercó mucho a la Filosofía de Comte. Estuvo sometido durante un cierto tiempo a la influencia de Hegel y llegó a la filosofía positiva después de haber criticado en forma penetrante y atrevida los sistemas filosóficos idealistas de Kant, Schelling y Hegel. Expuso sus ideas primeramente en forma de aforismos en dos artículos publicados en 1842 y 1843. Tan sólo unos quince años más tarde dió a publicidad sus pensamientos sobre la moral. En 1866 publicó la obra titulada Divinidad, Libertad e Inmortalidad desde el punto de vista antropológico y en ella dedicó una sección especial al libre albedrío. Luego escribió una serie de artículos sobre la Filosofía moral pero, según Jodl, todos estos estudios distan mucho de ser acabados. Las obras de Feuerbach, escritas en un lenguaje ameno, al alcance de todos, ejercieron una influencia beneficiosa sobre el pensantiento alemán.

Es lo cierto, sin embargo, que Feuerbach no supo evitar ciertas contradicciones. Aspiró a sentar su Filosofía moral sobre la realidad de la vida y abogó por el eudemonismo. Pero al mismo tiempo elogió la Etica de Kant y de Fichte que fueron, como hemos visto, encarnizados adversarios de los eudomonistas ingleses y escoceses y que buscaron la explicación de la moral en una inspiración religiosa.

El éxito de la Filosofía de Feuerbach se debe a las inclinaciones realistas de los espíritus que se hicieron notar en la segunda mitad del siglo XIX. La Metafísica de Kant, así como las ideas religiosas de Fichte y de Schelling no pudieron dominar los espíritus en una época durante la cual trabajaban Darwin, Joule, Faraday, Helmotholtz, Claude Bernard, etc., en la ciencia y Augusto Comte en la filosofía. El positivismo, o como prefieren llamarlo los alemanes, el realismo, fue la conclusión natural de los éxitos de la ciencia, producida por la acumulación de datos científicos llevada acabo durante medio siglo. Jodl señala una particularidad de la Filosofía de Feuerbach en la cual ve el secreto del éxito de la tendencia realista en Alemania. Se trata de la concepción purificada y ahondada de la voluntad y de sus manifestaciones, opuesta a la concepción abstracta y pedantesca de la moral en la escuela idealista.

Esta última trataba de explicar las más elevadas manifestaciones de la voluntad por una causa teórica. La ruptura con una tendencia tal, efectuada por Schopenhauer y Beneke y asegurada por Feuerbach, hizo época en la Ética alemana.

Si toda Ética -decía Feuerbach- tiene por objeto el estudio de la voluntad humana, hay que afirmar que no hay voluntad sin impulso y que este impulso es la aspiración a la felicidad. Todo deseo humano es una manifestación del deseo de la felicidad: Yo quiero, significa quiero no sufrir, quiero no ser aniquilado, sino que quiero conservarme y prosperar ... La moral que no tiene por objeto la felicidad -afirmaba Feuerbach- es una palabra vacía de sentido.

Esta interpretación de la moral causó en Alemania, como es de suponer, una impresión profunda. Pero Jodl ha hecho observar que las ideas de Feuerbach no son del todo originales puesto que, como él mismo reconoció, sus maestros fueron Locke, Malebranche y Helvecio. En la Europa occidental esta interpretación de la moral no era nada nueva, pero en cambio constituía una novedad en Alemania. Feuerbach tiene además el mérito de haber expresado en formas de gran belleza las ideas de los eudemonistas.

En cuanto a la cuestión de saber de qué modo la aspiración egoísta del individuo a la felicidad se transforma a menudo en algo aparentemente contrario, a saber, en la actividad para el bien común, Feuerbach no da una solución satisfactoria. No cabe duda -dice- de que el principio de la moral es la felicidad, pero no la felicidad restringida a un individuo, sino la que comparten el yo, el tú o la colectividad entera. Esta fórmula no resuelve, sin embargo, la cuestión.

La tarea de la Ética consiste en encontrar la explicación de por qué el hombre es capaz de concebir el bien de los demás como si fuera el propio. ¿Es esta facultad un instinto innato o un producto de nuestra razón que se transforma luego en una costumbre? ¿O es un sentimiento inconsciente contra el cual, según afirman los individualistas, hay que luchar? Y en el caso de que exista esta facultad, ¿de dónde procede esa extraña coincidencia del deber con el derecho por la cual el hombre identifica su bien con el de los demás?

Desde la época de la antigua Grecia, la Ética procura contestar a estas preguntas y llega a soluciones variadísimas: la inspiración sobrenatural, el goísmo, la sociabilidad, el temor ante el castigo en una vida futura, etc. Feuerbach no ha encontrado tampoco una solución nueva y satisfactoria.

Jodl, que trata a Feuerbach con toda simpatía, dice: Aquí hay indudablemente una falta en la exposición moral de Feuerbach. Falta la prueba expresa de que esta contradicción entre el yo y el tú -que puede ser considerada como la fuerza animadora de la evolución ética- no se refiere a dos individuos, sino que es en realidad la contradicción entre el individuo y la comunidad. Pero aun esta observación no resuelve el problema planteado.

La falla mencionada, continúa Jodl, ha sido llenada por el Sistema de Filosofía del Derecho de Krapp, donde se considera expresamente al interés común como el punto de partida lógico del proceso ético, por lo cual, en la medida en que el hombre se identifica con un conglomerado cada vez mayor de sus semejantes y por fin con la humanidad entera, crece asimismo el valor racional de la moralidad. Krapp volvió, pues, al instinto de sociabilidad, que ya Bacón había considerado como más fuerte y duradero que el de satisfacción personal.

Al recomendar al lector la lectura de las propias obras de Feuerbach, escritas en un estilo amenísimo y basadas no en premisas abstractas sino en la observación de la vida y al recomendar además la magnífica exposición que de las ideas de este autor ha hecho Jodl, me permitiré señalar tan sólo en este lugar como explica Feuerbach la diferencia entre las inclinaciones (tanto egoístas como sociales) y el deber. Que ambos se encuentren a veces en oposición no quiere decir que sean y deban ser hostiles. Al contrario, el hombre dotado de educación moral es el que procura suprimir en lo posible esta oposición. Aun cuando el hombre, ejerciendo su deber, expone su vida, siente con claridad que si bien la acción puede significar la propia negación del cuerpo, la inacción significa con toda seguridad la propia negación moral. Feuerbach se acercó mucho, además, a la idea de la justicia al escribir: La voluntad moral es una voluntad que no quiere causar el mal porque no quiere sufrir el mal.

El objeto principal de la Filosofía de este pensador consistió, sin embargo, en establecer las verdaderas relaciones entre la Filosofía y la Religión. Su postura ante la religión fue ciertamente negativa. Aspiró a emancipar a la humanidad del dominio que ella ha ejercido y no reconoció ni el origen divino ni la influencia benéfica de la Iglesia. La revelación, en la cual toda Religión se apoya, afirmaba Feuerbach, emana no de la divinidad, sino que es la expresión de los sentimientos vagos que el hombre tiene sobre lo que es útil al género humano. En los ideales y preceptos religiosos están expresados los ideales humanos que debieran guiar al hombre en la vida cotidiana. Es una idea muy justa: sin ello, ninguna religión, en efecto, hubiera adquirido el poder que las religiones en general han ejercido sobre los hombres. Pero tampoco hay que olvidar que los brujos, magos, adivinos, etc., junto con los sacerdotes, siguen apoyando hasta en nuestro tiempo las reglas morales y religiosas primitivas en una compleja construcción de supersticiones, una de las cuales es la de la desigualdad entre las clases y castas. Todo Estado es una asociación de los ricos contra los pobres y de los gobernantes contra los gobernados. Y los sacerdotes de todas las religiones -que al mismo tiempo son miembros activos de las organizaciones estatales- interpretan siempre los ideales, que debieran custodiar, en un sentido favorable a las clases gobernantes.




Notas

(1) Godwin, Investigación sobre la justicia política e influencia sobre la virtud y la felicidad en general (2 vols, Londres. 1793). En la segunda edición fueron suprimidas las opiniones de carácter anarquista y comunista del autor por temor a las persecuciones de que eran víctimas los amigos republicanos de Godwin.

(2) La primera edición apareció en dos tomos en 1834.

(3) El Utilitarismo apareció primero en la revista Praser's Magazine, en 1861 y después, en forma de libro, en 1863.

(4) En los tiempos en que existía aún el feudalismo, la enorme mayoría de los terratenientes creía o aseguraba que estos esclavos no pueden tener sentimientos elevados y nobles como los demás hombres y el gran mérito de Turgueniev y de otros escritores rusos consistió en demostrar que ello es falso. Un menosprecio idéntico hacía los obreros pudo observarse en las últimas décadas del siglo XIX en ciertos círculos ingleses, a pesar del espiritu democrático del pueblo inglés.

(5) Jouffroy, Curso de derecho natural (págs. 38-90).

(6) Conservación de la energía, teoría mecánica del calor, análisis espectral, homogeneidad de la materia de los cuerpos celestes, psicología fisiológica, etc.

(7) Comte fundó su Iglesia positiva y una nueva religión, cuya divinidad superior era la Humandiad. Esta religión de la Humanidad tenía que substituir según Comte al Cristianismo. La religión positiva se mantiene todavía entre un reducido circulo de discípulos, los cuales no quieren suprimir sus ritos porque les atribuyen una importancia educadora.


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