Índice de Orígen y evolución de la moral de Pedro KropotkinCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo 10

La ética del sentimiento de Shaftesbury a Adam Smith

Shaftesbury. - Carácter original del sentimiento moral. - Influencia de Shaftesbury en la Ética posterior. - Hutcheson y la escuela escocesa. - David Hume. - Estudio empirico de las tendencias humanas. - Adam Smith. - La moral fundada en el sentimiento de simpatía.

De cuantos filósofos escribieron en el siglo XVII ninguno como Shaftesbury se acercó tanto a las ideas morales del gran fundador del método inductivo, Francisco Bacón.

Examinaremos en detalle sus doctrinas y luego las de los pensadores escoceses que en los siglos XVII y XVIII desarrollaron -con gran amplitud de miras- sus pensamientos cardinales.

Shaftssbury (1671-1713).- Su filosofía moral se distingue, sobre todo, por una mayor integridad. Expresó sus ideas sobre el origen de la moral con más valentía y claridad que sus predecesores, a pesar de que tuvo también que hacer algunas concesiones a las doctrinas religiosas de su tiempo.

Shaftesbury se empeñó, ante todo, en probar que el sentimiento moral es fundamental en la naturaleza humana. Que no obedece a consideraciones sobre las consecuencias útiles o perjudiciales de nuestros actos. La moral tiene por base emociones e inclinaciones, cuyo origen reside en la constitución natural del hombre y de las cuales éste puede juzgar tan solo después de su manifestación. Entonces el hombre califica sus sentimientos o instintos de morales o inmorales.

Así, pues, la moral depende sólo de la razón en cuanto hay que comprender lo que es justo e injusto para formarse un juicio. Nada malo o antinatural, nada de lo que destruye las inclinaciones naturales que sirven para mantener la especie o la sociedad, puede ser considerado como bueno o respetable en virtud de un principio o concepto cualquiera de la Religión o del Honor (Sobre la virtud, libro I, parte 2~, 3).

La Religión no tiene para Shaftesbury ningún significado en la determinación de los conceptos morales. En los hombres que han llegado a ser morales bajo la influencia de la Religión no se puede encontrar más veracidad, piedad o santidad que en los tigres aferrados a cadenas (libro II, parte 2a, 1).

En general, Shaftesbury se expresaba con gran libertad sobre la religión y el ateísmo.

Shaftesbury veía el origen de las ideas morales en los instintos sociales innatos comprobados por la razón. De ellos se han derivado las ideas de justicia y derecho (Equity and Right). Para que el hombre pueda merecer el calificativo de bueno o de virtuoso, sus inclinaciones, su intelecto, sus tendencias tienen que ser útiles al bien de la especie y de la sociedad a la cual pertenece (lib. II, part. 1o, pág. 17). Los intereses de la sociedad y los del individuo no solamente son idénticos, sino inseparables. El amor a la vida desarrollado hasta el extremo no corresponde a los intereses del individuo. Al contrario, le impide alcanzar la felicidad (ibid, pág. 144).

Al mismo tiempo se preocupó Shaftesbury, como lo hicieron más tarde John Stuart Mill y su escuela, de los principios utilitaristas y habló de la preferencia que hay que acordar a los placeres del espíritu sobre las satisfacciones físicas o sensuales (conclusión de la 2a parte del libro II, pág. 173). En el diálogo The Moralits, publicado en 1709, hacía burla del pretendido estado natural, en el cual, según Hobbes, los hombres están siempre en guerra (1).

Es interesantísimo el detalle de que Shaftesbury, al repudiar la afirmación de Hobbes -Homo homini lupus- fue el primero en llamar la atención sobre la existencia de la ayuda mutuá entre los animales. A los sabios -dice- les gusta hablar del estado imaginario de hostilidad entre los hombres. Pero decir homo hominis lupus es estúpido, puesto que los lobos se muestran muy afectuosos con los demás lobos. Entre ellos, el padre y la madre cuidan de sus pequeños y esta unión continúa entre los adultos: aullan para convocar a los demás cuando van de caza, cuando quieren apoderarse de un botín o cuando han descubierto los restos de un animal muerto. Aun entre los cerdos existe la mutua atracción y defienden a sus semejantes en el peligro.

Así, pues, las vagas palabras de Bacón, Grocio y Spinoza sobre la ayuda mutua mutuam juventum, no fueron perdidas y gracias a Shaftesbury entraron en la Ética. Ahora sabemos, debido a las investigaciones fundamentales realizadas por los más eminentes zoólogos y los estudios sobre la vida de las tribus primitivas efectuadas durante el siglo XIX, hasta qué punto Shaftesbury tuvo razón. Sin embargo no son pocos por desgracia los naturalistas y etnólogos de gabinete que repiten la afirmación absurda de Hobbes.

Las ideas de Shaftesbury parecieron tan atrevidas en su época y tan cercanas se hallan de las nuestras que merecen la pena de que en ellas se fije nuestra atención más detenidamente. Según él, el hombre está guiado en sus actos por motivos de tres categorías sociales, egoístas y aquellos que, por su esencia misma, son antinaturales como el odio, la crueldad, las pasiones. La moral no es otra cosa que la relación justa entre las inclinaciones sociales y las egoístas. En general Shaftesbury insistía en la independencia de la moral respecto a la tradición y los motivos intelectuales, dado que su origen reside no en el razonamiento sino en la naturaleza del hombre y en sus inclinaciones elaboradas durante siglos. Finalmente, la moral es también independiente de sus propios fines, puesto que el hombre actúa guiado no por la utilidad externa de tal o cual acto, sino por la armonía interior, es decir por el sentimiento de satisfacción o de desengaño después del acto.

Shaftesbury, por lo tanto, proclamó con audacia, y así lo ha hecho notar Wundt, el origen independiente del sentido moral. Comprendió también que de esta fuente elemental tiene que surgir inevitablemente todo un sistema de leyes éticas. Y al mismo tiempo repudió resueltamente la tesis según la cual las ideas morales proceden de cálculos utilitarios sobre el provecho o el daño que puedan resultar de tales o cuales acciones. Para Shaftesbury todos los preceptos morales de las religiones tienen su fase fundamental en los instintos heredados.

En este punto la Filosofía naturalista difiere mucho de la de los pensadores franceses del siglo XVIII, incluso los enciclopedistas, los cuales prefirieron adoptar ante el problema moral los puntos de vista de Epicuro y de su escuela. Es interesante, de todos modos, subrayar el hecho de que esta diferencia se hacía notar ya entre los dos fundadores de las modernas escuelas filosóficas en Inglaterra y Francia, es decir entre Bacón y Descartes.

Darwin compartió el punto de vista de Shaftesbury y asimismo tendrán que adoptarlo inevitablemente cuantos psicólogos se coloquen en un punto de vista imparcial. En Shaftesbury tenemos también un predecesor de la obra de Guyau, La moral sin obligación ni sanción. A las mismas conclusiones llega la ciencia natural contemporánea; de modo que después de haber hecho la luz sobre la ayuda mutua entre los animales y entre los salvajes primitivos se puede decir que al hombre le es mucho más fácil volver a andar sobre cuatro patas que repudiar sus instintos morales, puesto que éstos se elaboraron ya en el mundo animal mucho antes de su propia aparición como hombre (2).

Hutcheson (1694-1747).- Este pensador escocés, discípulo de Shaftesbury ha abogado con más fuerza que todos sus contemporáneos en favor del sentimiento moral natural. Shaftesbury no explicó suficientemente las causas que hacen triunfar las aspiraciones altruistas sobre las manifestaciones del egoísmo personal y en este sentido dejó una puerta abierta a la Religión. Hutcheson, aun cuando más creyente y más respetuoso para con la Religión que Shaftesbury, defendió con mayor tesón que los demás pensadores de su época la independencia de nuestras ideas morales.

Demostró en sus obras, sobre todo en su Philosophiae irioralis institutio compendiaria que lejos de estar guiados por la consideración de la utilidad o del perjuicio que puedan resultar de nuestras acciones, experimentamos una satisfacción intelectual después de un acto favorable al bien general y lo calificamos de moral antes de pensar en la utilidad o el perjuicio que de él se puede derivar. Por el contrario, nos encontramos sometidos al descontento intelectual después de los actos malvados. Hutcheson nota que así como la regularidad y la armonía de un edificio o de una sinfonía nos producen placer y nos molesta la ausencia de armonía en la arquitectura y en la música, un fenómeno análogo se produce en el terreno moral. La razón por sí misma no sería capaz de empujamos a un acto que conduce al bien común si no existiera previamente la inclinación hacia ese acto. Por esto deja Hutcheson a la razón un papel modesto en demasía. La razón, dice, tan sólo pone orden en nuestras impresiones y percepciones y su papel es puramente educativo. Nos proporciona la posibilidad de conocer los goces supremos, aquellos que mayor importancia tienen para nuestra felicidad. Por la razón -escribe- llegamos a comprender el orden del Universo y conocemos el espíritu que lo gobierna. Pero de ella emanan también aquellas diferencias en virtud de las cuales se puede decir de un concepto que es moral o inmoral. Gracias a estas divergencias los pueblos fijan una gran variedad de normas, usos y costumbres morales -y a veces inmorales- según el grado de su desenvolvimiento. Los actos vergonzosos que en diferentes épocas han sido llevados a cabo obedecieron a conceptos intelectuales falsos: el sentido moral sin el apoyo de la razón es incapaz de encontrar una solución a los problemas que ofrecen mayores complicaciones.

Sería a nuestro parecer más justo decir que el sentido moral está siempre en oposición con esos malos actos y que siempre han habido hombres aislados que se han sublevado contra los mismos. Pero faltó el sentido moral, la fuerza suficiente para impedirlos. Hay también que tener en cuenta hasta qué punto fueron causa de estos actos inmorales- y continúan siéndolo aún hoy- las religiones. Con mucha frecuencia empujaron ellas a los hombres a la servilidad ante las autoridades, predicaron el odio contra los creyentes de otras religiones, cometieron las atrocidades de la Inquisición y exterminaron ciudades enteras.

Verdad es que Hutcheson apreciaba en las religiones las cualidades elevadas que éstas atribuyen a Dios. No cabe duda de que la Religión, igual que otras instituciones sociales, contribuye a la formación del ideal. Pero como ya lo han indicado varios escritores, la importancia principal de los factores de la moral social no radica en los ideales, sino en las costumbres cotidianas de la vida social.

Así, por ejemplo, los santos cristianos y budistas sirven indudablemente de modelos y en ciertos casos de estímulos de la vida moral. ¡Pero nosotros no somos santos! -dicen las gentes para justificar su conducta inmoral. Mas las instituciones y usos sociales ejercen mucha mayor influencia en la moral que en la Religión. El comunismo que existe entre varios pueblos primitivos mantiene mejor que la fe cristiana las costumbres de solidaridad. Cuando durante mis viajes a través de Siberia tuve ocasión de hablar con hombres que viven en estado salvaje, me resultó muchas veces difícil explicar cómo en nuestras ciudades cristianas tantos seres se mueren de hambre, mientras otros a su lado viven en la abundancia. Para los tungusos, aleutas y otras muchas tribus esto sería inconcebible.

El mérito principal de Hutcheson consistió en el empeño puesto para tratar de explicár cómo y por qué las aspiraciones altruistas triunfan siempre de las egoístas. Según él, cada vez que el sentido social vence al estrechamente individual, experimentamos una suerte de aprobación interior. Con esta afirmación Hutcheson libertaba a la Ética de la necesidad de reconocer la supremacia de la Religión y de las consideraciones sobre la utilidad o el perjuicio de tal o cual acto. El defecto principal de su doctrina hay que verlo en el hecho de que Hutcheson, como sus predecesores, no distinguió entre lo obligatorio y lo deseable en la moral, por lo cual no pudo comprender que en todos los conceptos y teorías morales lo obligatorio se funda en el reconocimiento del equilibrio entre la razón y el sentimiento.

Este defecto se nota aun, como veremos a continuación, en la mayoría de los pensadores contemporáneos.

David Hume (1711-1776).- Este profundo filósofo y pensador escocés desarrolló magníficamente en Inglaterra, durante la segunda mitad del siglo XVIII, las ideas de Bacón y de Locke. Fue el espíritu más independiente de la época. Dió a la Filosofía moderna una base sólida y la extendió a todos los dominios del saber, como ya lo había deseado Bacón. Ejerció también una influencia muy profunda sobre todo el pensamiento posterior.

Comenzó Hume separando rigurosamente la Moral de la Religión y no atribuyendo a esta última -en oposición a la mayoría de sus predecesores ingleses y escoceses (salvo Shaftesbury)- ninguna importancia en la elaboración de las ideas morales. Era un escéptico, como Bayle, aun cuando haya hecho algunas concesiones (3).

Desarrollando las ideas de Bacón y Bayle. Hume expuso que los hombres independientes se forman ideas morales propias. Pero la gente religiosa, dice, aun cuando tiene un concepto muy elevado del Ser Divino, busca sus favores no a consecuencia de una vida virtuosa y moral, sino más bien mediante el cumplimiento de ritos estúpidos y por la fe en diversos absurdos místicos (4).

Según Hume, el Creador supremo, del cual hablaba con frecuencia. no tiene nada que ver con las ideas morales del hombre. Lo que mantiene la moral en la conciencia es su necesidad absoluta para la existencia misma de la sociedad.

La parte ética de la Filosofía de Hume presenta, naturalmente, sólo un caso particular de su teoría general sobre el origen de los conocimientos en el hombre.

Todas nuestras ideas -escribió- proceden de la experiencia, así como todos nuestros conceptos, que se forman de impresiones e ideas y que no son sino el producto de nuestra memoria, de la imaginación y del pensamiento. La base de todo conocimiento lo constituyen las ciencias naturales. En el conocimiento de las leyes del mundo físico avanzamos siempre por aproximaciones a la verdad.

En lo que concierne a la moral, Hume comienza analizando todas las divergencias entre las varias escuelas éticas para determinar si sus bases se encuentran en la razón o en el sentimiento, si la moralidad surge como consecuencia de una cadena de razonamientos o en forma inmediata del sentimiento y de un instinto interno y para fijar con seguridad si los elementos de la moral son iguales en todos los seres pensantes o si cambian con la evolución histórica de la humanidad.

Por lo general, creen los filósofos que la moralidad coincide con la razón, pero no por eso dejaron muchas veces de fundarla en una tendencia interna o en el sentimiento. Con todo, la mayoría de los pensadores contemporáneos se inclinan a deducir la moral de los principios abstractos de la razón. Hume, por el contrario, llegó a la conclusión de que nuestros conceptos morales están en último término determinados por un cierto sentido interior del cual la naturaleza ha dotado a todos los seres humanos. Pero para que este sentimiento sea eficaz tiene que apoyarse sobre meditaciones, conclusiones, análisis y, en último término, sobre la razón (5). En otras palabras: nuestras ideas morales son un producto de nuestros sentimientos, de nuestra razón y de su desarrollo natural en las sociedades humanas.

El rasgo característico de todo acto que calificamos de moral es la aspiración al bien común. El deber moral consiste en dejarnos guiar por las fuerzas que conducen al bien general. Hume no negaba que en esta aspiración al bien común hay un deseo de bien personal. Pero comprendía también que es erróneo creer que el sentido moral obedece tan sólo a las aspiraciones egoístas, como lo hizo por ejemplo Hobbes. Además del deseo al bien personal, Hume veía también la fuente de la moral en la simpatía, en el concepto de justicia y en el sentimiento de benevolencia; pero concebía la justicia, no como la conciencia de algo obligatorio, sino más bien como una virtud, una especie de beneficencia. Además, junto con Shaftesbury, atribuía extrema importancia en la formación de la moral al sentimiento de armonía, al deseo de perfección, al desarrollo completo de la naturaleza humana y al sentido estético de la belleza, que conduce en conjunto a la evolución perfecta de la personalidad, pensamiento este que, como es sabido, desarrolló luego Guyau en forma admirable.

Hume consagró un estudio especial a la benevolencia. En nuestro idioma, decía, existen numerosas palabras para expresar este sentimiento, lo cual prueba cuan grande es la inclinación de los hombres a las relaciones mutuas de amistad. Analizando el concepto de la justicia, Hume ha hecho una observación interesante. Claro está, dice, que la justicia goza de la estima general por ser una cosa útil, pero esto no basta para explicar esa estima general, pues ella no solamente es una cosa útil, sino también indispensable. En una sociedad donde no faltara nada, y todo estuviera sin gran trabajo al alcance de cada uno, todas las virtudes sociales hubieran florecido sin que nadie hubiese pensado siquiera en mencionar esta virtud dudosa, llamada justicia. Aun en nuestros tiempos lo que existe en abundancia es propiedad común. Si nuestra razón, nuestra amistad y nuestra generosidad estuvieran fuertemente desarrolladas, la justicia no sería necesaria. Para qué he de obligar a otro con títulos y documentos cuando yo mismo sé que desea mi propio bien. En general se necesita tanto menos la justicia cuanto más sentimiento de benevolencia existe. Pero como quiera que la sociedad humana es tan sólo un medio, muy alejado del ideal, los hombres no pueden prescindir de la propiedad y por consiguiente la justicia es indispensable. Hume veía, pues, la idea de justicia tan sólo desde el punto de vista de la defensa de los derechos de propiedad, pero no en el más amplio sentido de igualdad de derechos en general. Las reglas de la justicia (equity, justice) -decía-, dependen de las condiciones de vida y tienen por origen las ventajas que la humanidad deriva de su cumplimiento. Hume no reconocía la edad de oro, ni siquiera concebía la existencia de una época durante la cual los hombres vivieron aislados. Si esto hubiera sido posible, dice Hume, no lo hubiera sido la elaboración de normas de vida y de ideas de justicia. El sentimiento de justicia, según nuestro autor, ha podido nacer de la meditación sobre las relaciones mutuas de los hombres de bien o del instinto natural del cual nos ha dotado la naturaleza para conseguir fines útiles. La primera suposición hay que repudiarla. La justicia es producto indispensable de la vida social. Sin ella la sociedad no podría existir. Es la fuente de una gran parte de nuestras buenas cualidades: de la beneficencia, de la amistad, del espíritu social y de otras muchas.

Hume atribuye un papel considerable en la elaboración de los usos e ideas morales al interés personal. Pero hay casos, decía, en los cuales el sentido moral persiste a pesar de que el interés personal no coincide con el social. Y después de haber citado una serie de ejemplos para probar esta tesis, Hume concluye: tenemos que renunciar a la teoría que atribuye todo sentido moral al egoísmo (Cap. V, pág. 281). Hay sentimientos que tienen su origen en el humanitarismo (Cap. IX). La fe en Dios, decía Hume, no puede ser fuente de la Ética puesto que la devoción religiosa no hace al hombre moral. Muchas personas religiosas, tal vez la mayoría, aspiran a merecer el favor divino no mediante la virtud y la vida moral, sino cumpliendo ritos religiosos o poniendo una fe ciega en los misterios (6).

Oponiéndose a la concepción de Hobbes, según la cual los hombres en la antigüedad vivían en una lucha eterna de unos con otros, Hume no acababa de creer, sin embargo, que en la naturaleza humana residan sólo principios de bondad. Reconocía que el hombre está guiado en sus actos por el egoísmo. Pero, añadía, tampoco carece del sentido del deber para con los demás. El hombre -dice- al meditar con calma sobre sus actos experimenta el deseo de poseer tales o cuales inclinaciones y entonces nace en él el sentimiento del deber. En este punto Hume está de acuerdo con Spinoza. Pero negando decididamente que el juicio moral acerca de los actos humanos tenga un origen doble en el sentimiento y en la razón se inclina, en el curso de su obra, ora en favor de uno, ora en favor de otro, pronunciándose finalmente de un modo definitivo en favor del sentimiento. Igual que Shaftesbury y Hutcheson atribuye a la razón tan sólo la preparación de los juicios sobre los hechos pero el veredicto definitivo pertenece, según él, al sentimiento(7).

Hume atribuía una gran importancia a la simpatía. Esta, decía, suaviza nuestras tendencias egoístas y a veces triunfa de ellas. Como es sabido, Adam Smith desarrolló más tarde este concepto atribuyéndole un papel decisivo en la formación de los principios morales. Por otra parte Hume no desconoció la importancia de la idea de justicia en la elaboración de dichos principios, pero no quería entrar en conflicto con las leyes existentes y especialmente con las de la Iglesia. Por ello colocó la justicia fuera de la Ética, considerándola como algo que se desarrolla independientemente en el marco de las instituciones del Estado. En esto Hume seguía las huellas de Hobbes, el cual colocó fuera de la Ética al Derecho, es decir, la legislación, la arbitrariedad o mejor aun el interés de las clases dominantes.

En general Hume no ha dado de las ideas morales una explicación clara, ni ha creado una nueva teoría ética. Pero estudió cuidadosamente y a veces con brillo el problema de las inclinaciones humanas en sus variadísimos aspectos, repudiando las explicaciones corrientes. Además, atribuía tan poca importancia a la influencia de la Religión, al egoísmo y al utilitarismo que por ello mismo los pensadores que le siguieron se vieron inclinados a fijar su atención sobre estos puntos. Hume preparó el terreno para la explicación científico-natural de la moral y al mismo tiempo para la explicación contraria, la irracionalista o kantiana.

Su influjo en el campo de la Ética se verá más claro en las consideraciones posteriores.

Adam Smith (1723-1790).- Uno de los más notables continuadores ingleses de Hume fue Adam Smith. Su obra Teoría de los sentimientos morales, publicada en 1759 alcanzó, durante el siglo XVIII, diez ediciones. Más tarde, Adam Smith se hizo célebre como autor de un importante estudio sobre economía política. Con frecuencia queda olvidada la obra que realizó en el campo de la Ética. Sin embargo el valor de la misma es considerable. Smith explicó la moral como una de las particularidades de la naturaleza humana y de ningún modo como un don sobrenatural.

Smith veía en la simpatía la fuerza principal para el desarrollo de la moral, es decir, en un sentimiento que es propio del hombre como ser social. Al aprobar o desaprobar un acto cualquiera está el hombre guiado, no por la idea de la utilidad o del perjuicio social, como afirmaban los utilitaristas, sino que nos fijamos únicamente en la repercusión de estos actos sobre nosotros mismos. Nace en nosotros, en una palabra, el acuerdo o desacuerdo entre nuestros sentimientos y aquellos que causaron esos actos. Al contemplar el sufrimiento ajeno podemos experimentarlo en nosotros mismos y esto es lo que se llama compasión o simpatía. Y aun a veces acudimos en socorro del que sufre. Lo mísmo sucede al contemplar la alegría ajena, ante la cual experímentamos un sentímíento agradable. En una palabra, experímentamos un dísgusto al ver que se trata mal a alguíen y al contrarío estamos satísfechos al contemplar que se le hace un bíen.

Tal es nuestra naturaleza. Obedece al desarrollo de la vída socíal, pero de níngún modo a consíderacíones sobre la utílídad o el perjuicío que de tal o cual acto puedan derívarse, como afírmaban los utílítarístas y Hume con ellos. Sentímos sencíllamente lo que síenten los que nos rodean y así poco a poco se va formando nuestra moral (8).

Así, pues, Adam Smíth repudíó el orígen sobrenatural de la moral. Demostró al mismo tíempo cómo las ídeas morales pudíeron desarrollarse fuera de las consíderacíones de orden utílítarío y de la íntuícíón dívína. No se contentó con la índícacíón general sobre el orígen de los sentímíentos morales, síno que al contrarío dedícó la mayor parte de su trabajo a estudíar cómo ha podído desarrollarse tal o cual ídea determínada, síempre basándose en la símpatía como punto de apoyo para sus razonamíentos. Como conclusíón de su estudío hace notar el hecho de que todas las relígíones se han vísto en sus comíenzos oblígadas a respetar y proteger los usos y costumbres útíles.

Parece lógico que Smith, al llegar a este punto, reconocíera como base de la moral no solamente el sentimiento de simpatía, síno también cierta particularidad de nuestra inteligencia, puesta de manifíesto en la aspíracíón a la justícía, es decír al reconocimiento de la igualdad de derechos entre todos los míembros de la socíedad. Pero no es así, porque sí bien reconocíó la particípación del sentímiento y de la razón en la formación de las ídeas morales, no establecíó entre ambos nínguna línea dívisoría. Es además muy posíble que el concepto de la igualdad de derechos fuese desconocido por Smith, ya que éste escribió mucho antes de que estallara la Revolución francesa. Concebía Smith la justicia tan sólo en el sentido jurídico; como compensación al ofendido y castigo del ofensor. Smith atribuye la indignación que experimentamos al ver que se ofende al bien, al deseo que sentimos de que esta falta sea expiada y un tal deseo lo consideraba como una de las bases de la vida social. Consideraba, además, como punibles todos aquellos actos debidos a motivos indignos. Pero no escribió una sola palabra sobre la igualdad de derechos entre los hombres y ha hablado sólo de la justicia en tanto que ésta emana de los tribunales, pero sin prestar atención a un concepto de justicia más elevado (9). No se preocupó de la injusticia social, de clase, que en los tribunales encuentra precisamente su apoyo.

En general las páginas que Smith ha dedicado a la justicia producen la impresión de algo inacabado. Ante ellas es imposible determinar la parte que asignaba Smith al sentimiento y la que asignaba a la razón en la formación de la Ética. Pero no cabe duda de que negó a ésta todo origen misterioso y sobrenatural, viendo sólo en ella el producto de la lenta evolución del instinto social, basado no en consideraciones utilitarias, en las ventajas o perjuicios que de tales o cuales rasgos del carácter pueden derivarse, sino en la simpatía y compasión que provocan los sufrimientos y goces de nuestros semejantes.

Smith dedicó uno de sus más bellos capítulos al estudio de cómo se desarrolla en el hombre la conciencia moral, este espectador imparcial que existe dentro de nosotros. Y paralelamente a ese estudio se fijó además en el amor que siente el hombre para lo moralmente bello. Sus ejemplos están sacados de la vida real y a veces de la literatura clásica y son en extremo interesantes. Desgraciadamente no se fijó en las relaciones del hombre con el medio social, a pesar de que en su tiempo estos problemas conmovían ya a las gentes y se estaba incubando el movimiento en favor de la justicia social (10),

Como habrá visto el lector, Smith creía que nuestra simpatía hacia ciertos actos y nuestra antipatía hacia otros se explica tan sólo por la aplicación mental de estos actos a nosotros mismos y por el hecho de colocarnos también mentalmente en el lugar de los que sufren o de los que gozan. Al admitir tal traslación de uno mismo al lugar de otra persona que sufre la injusticia, parece lógico que Smith admitiera también que en la mente de la persona que se substituye a otra hubiera de nacer la idea del reconocimiento de la igualdad de derechos, puesto que ambas reaccionan de igual modo ante la injusticia. Pero Smith no lo hizo así. No introdujo en la simpatía elemento alguno de justicia ni de equidad. Tampoco señaló la continuidad de la evolución del sentido moral en el hombre. Desde luego que no se le puede achacar el desconocimiento de la evolución zoológica del tipo humano, que recién en el siglo XIX se llegó a poseer. Pero tampoco tuvo en cuenta las lecciones de bondad que el hombre primitivo pudo sacar de la naturaleza, es decir de la vida de los animales y de la vida social de aquellos tiempos, a la cual pensadores como Hugo Grocio y Spinoza habían ya aludido. Hay que llenar esta laguna y decir que la simpatía, factor importantísimo en la evolución de la moral, es propia no solamente al hombre sino también a la enorme mayoría de los seres vivos. Constituye un hecho fundamental de la naturaleza que encontramos entre los animales y pájaros que viven en sociedad. Los más fuertes entre cada clase de animales se encargan de rechazar a los enemigos comunes. Los pájaros de una especie ayudan a los pequeños de otra cuando caen de un nido y este hecho encantó a Goethe al serle contado por Eckermann.

Smith se preocupó principalmente de demostrar que merced a la misma naturaleza del hombre, la moral debía desarrollarse con carácter necesario. En este sentido fue un pensador naturalista. Después de haber señalado las aspiraciones que pueden empujar al hombre a actos inmorales hizo notar que en nuestra naturaleza hay un correctivo que refrena este impulso: el hombre observa la conducta de los demás y elabora con esta observación ciertas reglas que le sirven para ver lo que es lícito y lo que no lo es. La acumulación de ellas produce la educación social y la determinación exacta de las reglas generales de la moral. (Libro III, Cap. 4o). Pero inmediatamente después Smith afirmó que esas reglas pueden justamente ser considaradas como leyes divinas (Prólogo del Cap. 5o). El respeto hacia estas reglas -decía- es lo que calificamos de sentimiento del deber, sentimiento de enorme importancia porque constituye la única regla que puede guiar a la humanidad en la realización de la mayor parte de sus actos. Y no cabe duda -añadía-, que estas reglas nos han sido dadas para guiarnos en esta vida (Libro III, Cap. 5o).

Estas observaciones de Smith demuestran hasta qué punto pagó tributo a su época y también hasta qué punto un pensador inteligente y audaz en alto grado encuentra difícil hallar la solución del problema moral cuando no cuida de observar el fenómeno de la evolución progresiva de las formas sociales.

Smith no se contentó con esta explicación del origen de la moral, sino que se dedicó al análisis de los varios hechos de la vida para determinar en qué consiste la conducta moral. En esto sus ideas coincidieron con las de los estoicos, griegos y romanos, sobre todo con Séneca y Epicteto. Viendo en la simpatía un sentimiento decisivo y rector en la elaboración de la moral, dió una importancia muy relativa a la razón en las cuestiones que se refieren a la justicia y a la igualdad de derechos. No cabe poner en duda la belleza de las observaciones que Smith ha hecho sobre la justicia (11). Pero en ninguna parte de su obra dió a la justicia la importancia fundamental que tiene en la elaboración de los conceptos morales. En este punto sus ideas estaban de acuerdo con las de los estoicos, sobre todo con las de Epicteto y Marco Aurelio.

En general Smith colocó a la Ética en el terreno de la realidad e indicó cómo los sentimientos morales habían ido desarrollándose a base de la simpatía que siente el hombre por sus semejantes, cómo esta simpatía ha producido la educación social y la elaboración de normas generales de conducta, y cómo más tarde fueron mantenidas estas normas por acuerdo común entre los hombres. Con tales doctrinas Smith abrió indudablemente el campo a la idea que considera la moral como un producto de la vida social, lentamente desarrollado desde los tiempos primitivos. Esa vida sigue desenvolviéndose aun ahora en el mismo sentido sin necesidad de autoridad exterior alguna. En otras palabras: las ideas de Smith abrieron el camino a la Filosofía moral del siglo XIX.

Resumiendo todo lo expuesto hasta ahora, puede decirse que en todas las doctrinas morales nacidas y desarrolladas en los siglos XVII y XVIII, doctrinas que trataron de dar a la moral una explicación científico-natural, se nota la influencia de la filosofía epicurea. Casi todos los representantes principales de la Filosofía, sobre todo en el siglo XVIII, han sido discípulos de Epicuro. Y aun cuando en las doctrinas éticas modernas se distinguen dos tendencias, están éstas unidas por la idea, común a ambas, de rechazar toda explicación religiosa o metafísica de la moral y por el empeño puesto en explicar la moral como un fenómeno natural y en no aceptar lazos de ninguna especie entre ella y la Religión.

Pero una de estas escuelas filosóficas, reconociendo con Epicuro que el hombre aspira ante todo a su felicidad personal, afirmó sin embargo, que la máxima felicidad reside, no en la utilización de nuestros semejantes para la satisfacción de nuestros intereses personales, sino en la convivencia amistosa con los que nos rodean. Los representantes de la otra escuela, empero, acaudillados por Hobbes, continuaron considerando la moral como algo impuesto al hombre por la fuerza, pero en vez de atribuir esta fuerza a la divinidad la atribuyeron al Estado, ese Leviatan que inspira miedo y gracias a ello cultiva la moral en el género humano.

Así, pues, los partidarios de esta escuela substituyeron un mito por otro. Pero hay que reconocer que en aquel tiempo la substitución de la Iglesia por el Estado, entendido como un edificio basado sobre el contrato social tuvo mucha importancia, sobre todo para los fines políticos. La Iglesia pretendía tener su origen en la voluntad divina y se llamaba a sí misma representante de Dios en la Tierra. En cuanto al Estado, a pesar de que estuvo desde época muy lejana bajo la protección de la Iglesia, los pensadores más avanzados del siglo XVIII le atribuyeron un origen terrenal, puesto que nació según ellos a raíz de un contrato social. Y no cabe duda que este concepto ha prestado un gran servicio a la lucha, entablada a fines del siglo XVII, contra el poder autocrático de la monarquía de origen divino.

La división de los pensadores que daban de la moral una explicación científico~natural se hace notar por todas partes durante los siglos XVII y XVIII y se va haciendo cada vez más evidente y profunda. Mientras unos empiezan a comprender que el desenvolvimiento normal de la sociabilidad es una característica propia del hombre, otros ven en ella la aspiración justamente concebida a la felicidad personal. Y de acuerdo a estas dos tendencias son también las conclusiones muy diferentes entre sí. Los segundos siguen creyendo, como Hobbes, que el hombre es malo por naturaleza y por esta razón ven la salvación en un poder central rigurosamente organizado que suavice la hostilidad mutua y continua entre los hombres. Los primeros, en cambio, opinaron que tan sólo una amplia libertad y la posibilidad de establecer acuerdos entre los hombres, puede servir de base a un régimen social que tenga por fundamento la satisfacción justa de todas las necesidades.

Estas dos doctrinas con sus derivaciones, asi como la que sigue atribuyendo a la moral un origen religioso, han perdurado hasta nuestros días. Pero desde que la teoría de la evolución, es decir del desarrollo progresivo de las creencias, costumbres e instituciones, se conquistó por fin un puesto en la ciencia, la primera de aquellas tendencias, la que quiere fundar la vida sobre la libertad, empieza a prevalecer sobre la otra.

En los capítulos siguientes seguiremos estudiando la evolución de estas doctrinas del pensamiento ético en la Filosofía moderna.




Notas

(1) Es absurdo -decía Shaftesbury- pretender que los hombres viven en su estado natural separados unos de otros. Lo más precioso del hombre es su afección a la sociedad y a sus semejantes. Y añadía: Si estos hombres tuvieron la misma estructura que nosotros, si poseyeron una memoria y el sentido de la afección, no pudieron vivir fuera de la sociedad. Shaftesbury señalaba la debilidad de los niños y la necesidad de protegerlos: Es muy natural -decía- que las necesidades de la familia hayan conducido a la formación del clan y luego de la tribu. Es evidente que la sociedad es un estado natural para el hombre y que éste no ha podido vívir nunca de otro modo que en sociedades. (pág. 319). Hume, como veremos, repitió la misma idea.

(2) He aquí lo que dice Sahftesbury de sí mismo en su obra Los Moralistas: Siendo lo que se llama ahora realista respecto a la virtud, tiendo a demostrar que existe algo no arbitrario, o por decirlo así, no artificial en la naturaleza de las cosas, independiente de su origen, de su modo, de la voluntad y aun de la voluntad suprema. En otro lugar escribió: Ni el miedo ante el infierno ni mil otros miedos ante la divinidad podrán despertar la conciencia moral donde no exista la concepción de lo que es malo, odioso o repugnante. En cambio donde este concepto existe actúa ya la conciencia moral y por lo tanto -también independiente de toda circunstancia externa- el miedo del castigo. (Lib. II, parte II, 1, pág. 120).

Merece asimismo ser citado el párrafo siguiente: Habréis oido hablar, amigo mío, por supuesto, de que el mundo está gobernado por la utilidad personal pero se me antoja a mí que la pasión, el humor, el capricho, los celos, el espíritu de partido, así como mil otros motivos opuestos a la utilidad personal, influyen muchísimo en el funcionamiento de esta máquina. (An Essay on the Freedom of Wit and Humour). Y añade: En realidad la benevolencia y la generosidad, la bondad y la amistad, las inclinaciones naturales y las sociales tienen la misma importancia en la vida moral. Shafterbury hablaba con ironía mordaz de Hobbes y de los demás defensores de la explicación egoísta de la vida. No cabe duda -escribía- que todos aspiramos a la felicidad, pero la cuestión está en saber si la conseguimos siguiendo la naturaleza y nuestras inclinaciones o bien luchando contra ellas y obedeciendo tan sólo a la utilidad personal, al egoísmo y aun al mero deseo de conservar la vida. (Págs, 120 y 121) En nada llega tanto el hombre a ser el mismo como en su temperamento y en las características de sus inclinaciones y pasiones. Cuando pierde lo que en él es varonil y honorable, se pierde tanto así mismo como si ya no tuviera entendimiento ni memoria. Conviene añadir todavía que Shaftesbury negaba el libre albedrío.

(3) Sus principales obras: Tratado de la naturaleza humana (Londres, 1738-40. Publicado en la Colección Universal Calpe. Madrid). Investigación acerca de los principios de la moral (Edinburgo, 1751). Investigación acerca del entendimiento humano (Londres, 1748) e Historia natural de la Religión (Londres, 1752).

(4) Historia natural de la Religión (en los Ensayos y Tratados sobre cuestiones diversas. Basilea, 1793).

(5) Investigaciones acerca de los principios de la moral (en los Ensayos y Tratados sobre cuestiones diversas).

(6) Historia natural de la Religión (tomo IV, págs. 70- 71): Las personas que ejecutan los actos más criminales y peligrosos son ordinariamente las más supersticiosas. Su devoción y su fe religiosa crecen al mismo tiempo que su míedo.

(7)Hume demostró perfectamente, como lo ha notado Jodl, que la moral no puede ser nunca activa si no tiene por base y origen al sentimiento; pero olvidó la capacidad del hombre para formarse un ideal moral. Los hechos de la vida moral, son concebibles tan sólo cuando se supone la existencia de ideales nacidos gracias a la educación y a la experiencia, en los cuales el elemento intelectual y el práctico están estrechamente ligados en la aspiración a realizarlos. (Jodl, Historia de la Ética, tomo I, cap. VII). En otras palabras, el sentimiento y la razón son igualmente necesarios para la elaboración de las ideas morales y para su transformación en fuerzas motrices de todos nuestros actos.

(8) Smith atribuye tanta importancia a esta explicación de los sentimientos morales que incluso ha titulado su libro Teoría de los sentimientos morales o tentativa de estudio de los principios según los cuales los hombres juzgan la conducta y el carácter de sus semejantes y luego de sí mismos.

(9) Al leer lo que Smith ha escrito sobre la justicia resulta, en conjunto, difícil distinguir los puntos de vista propios de Smith de las opiniones de los juristas.

(10) He aquí cómo Smith explica las ideas de los utilitaristas sobre el desarrollo de la moral. Desde el punto de vista filosófico -escribía-, la sociedad humana es como una máquina en actividad cuyos múltiples movimientos producen agradables y bellos efectos. Cuantas menos perturbaciones hay en una máquina, tanto mejores son los efectos que produce. Lo mismo ocurre con la sociedad. Ciertos actos causan perturbaciones y otros son innocuos. Y cuantas menos perturbaciones se producen en la sociedad, tanto más fácil y amena es la vida en la misma. Pero no son las ventajas que proporcionan los actos favorables lo que empuja al hombre a simpatizar con ellos; al leer en la historia las cualidades de tal o cual héroe, simpatizamos con él, no porque éstas pudieran sernos ahora útiles, sino porque imaginamos lo que hubiéramos experimentado al vivir en aquellos tiempos ya pasados. Esta simpatía hacia las figuras del pasado no puede considerarse, pues, como una manifestación de nuestro egoísmo. En general, decía Smith, el éxito de la teoría que explica la moral por el egoísmo, obedece a un concepto falso de la la simpatia.

(11) Hay sin embargo una virtud -escribía Smith- cuyas reglas generales determinan exactamente los actos exteriores. Esta virtud es la justicia ... En las demás virtudes estamos con frecuencia guiados por consideraciones ajenas a las finalidades de nuestra conducta. Pero este no es el caso en la justicia. (Libro III, cap. VI).

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