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II. El revisionismo reformista

Semejante oposición de la teoría y la práctica debía provocar una reacción legítima. El revisionismo reformista nació de ella. La preocupación de Bernstein ha sido conformar la doctrina socialista a la conducta parlamentaria. Ha abandonado de esta suerte la una para guardar la otra; mejor dicho, ha puesto la primera al nivel de la segunda.

Es esta una actitud que podía parecer científica. Tenía todas las formas del método realista, y su éxito debía de ser grande entre las que tenían conciencia de las contradicciones internas del socialismo y trataban de restablecer el equilibrio perdido. Allí, donde ha podido tomar cuerpo, ha precipitado su degeneración teórica y su decaimiento práctico.

La descomposición de la doctrina ha sido completa. El revisionismo reformista ha rechazado las concepciones económicas del socialismo, que ponían al descubierto la separación de las clases. Ha alegado la elasticidad de la sociedad burguesa sobre la que ha pretendido influir progresiva y sensiblemente en el sentido socialista. La lucha de clases ha sido sustituída por la colaboración de las clases y la participación ministerial. Las ideas democráticas de progreso social indefinido, gracias a las reformas sucesivas, han reemplazado a las ideas socialistas de la lucha continua, hasta el triunfo final. La paz social, es decir, la solución amistosa de los conflictos de intereses entre clases, se ha convertido en regla. Las reformas han aparecido como un terreno de alianza natural entre todos los hombres de buena voluntad, deseosos de poner remedio a los males de la gran industria. La legalidad no ha tenido partidarios más fanáticos que los revisionistas, transformados en nuevos defensores del orden y del gobierno. El socialismo ya no ha sido la organización de la rebelión obrera, sino la prolongación de la democracia.

En la práctica, el resultado de esto ha sido un rebajamiento moral y un cretinismo parlamentario, de los que no ha dado ejemplo hasta aquí ningún partido de oposición. El socialismo de gobierno ha corrido la suerte de los partidos políticos vulgares. Por la devoción a los ministros que constituían su clientela, ha abdicado de todo ideal; no tiene otra preocupación que la extensión de los servicios del Estado, el aumento de las funciones públicas, la sustitución del personal político, jurídico y administrativo existente por otro nuevo. Su política no ha superado los puntos de vista de la política democrática, fiscal con la pequeña burguesía, anticooperatista con los pequeños comerciantes, proteccionista con los campesinos pobres, policiaca con el poder.

Esta caída en la demogogía era fatal. El parlamentarismo es el campo por excelencia de descomposición de la sociedad burguesa. Es el mundo viejo, con sus intrigas, sus corrupciones, sus envilecimientos. En él, ninguna idea nueva germina, todo tiende a corromperse. Para que el socialismo pueda utilizarlo sin gran peligro, será preciso que el prestigio de la política disminuya y que el sindicalismo crezca notablemente.

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