Índice de El sindicalismo de Hubert LagardelleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Revisionismo de izquierda

I. La crisis socialista

Hay un acuerdo unánime para reconocer que la crisis socialista es debida al divorcio de la teoría y la práctica. Una teoría socialista y una práctica democrática no pueden coexistir largo tiempo. Todas las turbaciones internas que han desorganizado al socialismo en estos últimos años dimanan de esta contradicción.

No puede concebirse que haya en la actividad dos planos superpuestos e independientes: la doctrina y la acción. Los actos los dictan las creencias, y el modo de comportarse depende de la manera de pensar. El problema de la conducta se resuelve siempre en el sentido de las concepciones que tenemos, y son nuestras reacciones frente a la vida las que mejor nos ilustran acerca de nuestros propios sentimientos.

Mas las ideas dependen del medio en que surgen. Se alimentan de la vida ambiente, que reflejan según combinaciones variables, y la manera de pensar depende del modo de vivir. Sabido es que un modo de existencia determinado crea otro modo determinado de pensar, y que una idea determinada necesita, para producirse, un determinado terreno de cultura.

Estas viejas verdades han sido ignoradas por el socialismo. Se ha creído que bastaba sentar algunas fórmulas generales sobre los fines colectivistas que implicaba al régimen capitalista. Se ha afirmado que la ciencia autorizaba estas previsiones, y que el proletariado, por la conquista del poder, las transformaría en realidades. Una vez proclamados estos principios abstractos, la práctica pareció indiferente. Puesto que el progreso histórico seguía una marcha fatal, las masas obreras se hallaban dispensadas de todo esfuerzo de adaptación: el desenvolvimiento exterior hacía inútil el desenvolvimiento interior. La conquista del poder era todo el problema; no había más que transportar al terreno electoral la fuerza de cohesión de la clase obrera, conseguir que las masas entrasen en el partido, convertido así en agente de ejecución de las necesidades históricas.

La fórmula revolucionaria, ha estado, sin duda, siempre en uso. La lucha de clases ha sido invocada a propósito de todo y fuera de propósito. No se ha cesado de recordar el duelo a muerte trabado entre el proletariado y el capitalismo. Pero se han limitado a la diplomacia de la acción parlamentaria, y, so pretexto de que la lucha de clases es una lucha política, se ha hecho de ella una lucha exclusivamente electoral. No se han preguntado qué terreno era favorable a la formación de la conciencia de clase, ni cómo podía crearse una homogeneidad creciente en el interior de la clase obrera. No se han dado cuenta de lo que era o no realmente socialista, y han seguido, empíricamente, las vías trazadas por la tradición democrática; han sido teóricamente socialistas y práctícamente demócratas. Las ideas socialistas, sin ningún contacto con la vida, no inspirándola ni siendo inspiradas por ella, han quedado, pues, en el estado de puras abstracciones y de ídolos muertos.

Este desacuerdo flagrante entre las concepciones socialistas y una acción puramente democrática ha ido creciendo, a medida que los partidos socialistas pasaban a ser factores importantes de la vida nacional. La separación ha sido tanto mayor cuanto que los partidos actuaban en un régimen democrático más completo; pero la crisis ha sido general en Europa, y, de país a país, sólo ha variado de grado, no de naturaleza. El socialismo tradicional no soporta la prueba de la democracia.

Índice de El sindicalismo de Hubert LagardelleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha