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III. La evolución revolucionaria

La transformación social no será obra de un día. Está subordinada a la formación previa del proletariado como clase organizada y capaz de suceder al capitalismo. Es, pues, una obra paciente y larga la que se impone a la clase obrera.

Marx nos lo advierte, a propósito de La Commune:

Los trabajadores no esperaban milagros de la Commune. No tienen utopias dispuestas a imponer mediante un decreto del pueblo. Saben muy bien que para conseguir su propia emancipaclón y al mismo tiempo la implantación de la forma más noble hacia la que se dirige la sociedad actual por sus propias fuerzas económicas, tendrán que sostener largas luchas y realizar toda una serie de progresos históricos, que transformarán las circunstancias y a los hombres.

La acción práctica, creadora de instituciones y de ideas, importa, pues, antes que todo. Solo ella es revolucionaria, no la oratoria. Por eso, el proletariado manifestará su poder con actos, no con palabras. Y como poco a poco, cotidianamente, se irá produciendo una gran acumulación de instituciones e ideas revolucionarias, su generalización se hará posible en un momento dado, y el proletariado podrá formar la sociedad a su imagen.

Esto es lo que Marx ha llamado, con una hermosa frase, la evolución revolucionaria.

Mientras nosotros -escribe Marx- decimos a los obreros: Necesitáis pasar quince, veinte o cincuenta años de guerras civiles y guerras entre pueblos, no sólo para cambiar las relaciones existentes, sino también para transformaros vosotros mismos y capacitaros para sostener el poder político, vosotros le decís: Debemos conquistar inmediatamente el poder político, o si no, abandonar todo. Mientras nosotros llamamos la atención sobre el estado informe del proletariado de Alemania, vosotros halagáis del modo más ruin el sentimiento nacional y el prejuicio corporativo de los artesanos alemanes, lo que sin duda alguna es más popular. Del mismo modo que los demócratas habían hecho de la palabra pueblo una cosa sagrada, vosotros habéis hecho otro tanto con la palabra proletariado. Habéis sustituído, como ellos, la evolución revolucionaria, por la fraseología revolucionaria... (La Alemania en 1848.- Revelaciones sobre el proyecto de los comunistas en Colonia).

Sabido es el odio que a Marx, con su fe en la acción, le inspiraba el dogma. ¿Quién no conoce su ironía frente a los menús para las marmitas de la sociedad futura, así como lo que escribía a su amigo Beesly: Quien compone un programa para el porvenir, es un reaccionario; y, en fin, la famosa frase de la Carta sobre el proyecto de programa de Gotha: Toda acción, todo movimiento real importa más que una docena de programas.

Este desprecio hacia las fórmulas, este sentido de la vida, esta preocupación por las creaciones positivas del proletariado y este desdén por las románticas esperanzas, es lo que da al pensamiento marxista una facultad eterna de rejuvenecimiento.

No procedíamos, pues, equivocadamente algunos, cuando hace varios años, en el momento más intenso de la inquietud socialista, predicábamos la vuelta a Marx.

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