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II. El socialismo de las instituciones.

Ni corporatismo, ni socialismo parlamentario, ni anarquismo. ¿En qué consiste, pues, el sindicalismo? Yo lo he calificado de socialismo obrero. Pero es aún más exacto llamarlo un socialismo de las instituciones. ¿Qué significa esto?

El sindicalismo parte de este postulado: lo que diferencia a las clases sociales son sus instituciones y sus concepciones jurídicas, políticas y morales. Cada clase se crea, en relación con su estructura económica, sus propios órganos de lucha, afirmando de esta manera su noción particular del derecho. Y como las clases están así en oposición, no sólo por su modo de existencia, sino también y principalmente por su modo de pensar, aparecen ante el observador social como otros tantos bloques distintos unos de otros. Sus luchas constituyen la trama de la historia. El fin de cada una de ellas consiste en imponer a la sociedad su idea propia y las instituciones que le sirven de base. La lucha de clases no es, en último resultado, más que una lucha por un derecho o un principio.

Así pues, como he de advertir más tarde a propósito de Marx, toda la lucha de clases se reduce a un doble movimiento de negación y de construcción. La negación se ejerce sobre las ideas e instituciones nuevas. En efecto, nunca hay más que dos clases que se disputan el campo de la historia: la clase que representa el orden reinante y la clase que lucha por un orden contrario. Las otras clases son relegadas a un segundo plano, intervienen más o menos en el conflicto general, pero no pueden imprimir su ritmo al movimiento histórico.

El drama social moderno lo representan la burguesía y el proletariado. La clase obrera es hoy la clase revolucionaria, como en el antiguo régimen lo fue la burguesía contra el feudalismo. Y es la única clase revolucionaria, porque de todas las clases explotadas es la única cuya liberación es incompatible con los principios del capitalismo, la propiedad y el Estado, y esto porque está fuera de la propiedad y del Estado.

La misión del sindicalismo consiste, precisamente, en organizar a los trabajadores para el triunfo del ideal nuevo que IIevan dentro de sí. ¿Cuál es este ideal nuevo? Es el derecho del trabajo a organizarse libremente. Los productores quieren librar al taller de toda tutela externa y sustituir la disciplina impuesta por el patrono por la disciplina voluntaria de los trabajadores asociados. Lo menos que debe hacerse -piensan- es tratar de que el acto de la producción, que es la manifestación más elevada del hombre, puesto que afirma su poder creador, deje de ser desviado de su destino natural, consistente en la emancipación del individuo, y de servir de armazón a todas las servidumbres y a todos los parasitismos. Añaden que la sociedad está hecha a imagen del taller, y que si en el mundo moderno la libertad es sierva, es porque el trabajo es esclavo. Este mismo principio de autoridad es la base de la clase patronal y del Estado.

Solamente en la Agrupación sindical puede tomar cuerpo esta idea nueva del trabajo libre en la sociedad libre. El Sindicato es la prolongación del taller: agrupa a los productores sobre el terreno mismo de la producción. Organiza sus luchas y responde a las preocupaciones primordiales de su vida. Y así, superando el estrecho punto de vista de las reivindicaciones particulares, lo concebimos como dirigido no sólo contra tal patrono especial, sino contra la clase patronal entera; adquiere entonces una importancia política inmensa y se convierte en una institución revolucionaria. Así, los Sindicatos, animados de un gran ideal social, desempeñan en la emancipación del proletariado, según frase de Marx, el mismo papel que los Municipios en la emancipación de la burguesía.

Los sindicalistas, para quienes los hechos determinan las ideas, encuentran de este modo en la lucha obrera más insignificante el germen de la lucha de clases. Mejor dicho, la lucha de clases no es más que la generalización de estas mínimas hazañas cotidianas consideradas como las escaramuzas de una guerra más extensa. Sigamos la lucha obrera. Al principio, la rebelión comienza por explosiones bruscas y caóticas de los productores. Las primeras huelgas no son otra cosa que los primeros destellos de un vago instinto de clase que nace de la desesperación. Tienen, sin embargo, el efecto de revelar a los obreros su existencia como colectividad. Los trabajadores se desconocen los unos a los otros. Pero por la disciplina externa que les impone, la clase patronal mantiene su cohesión. Lo que la autoridad patronal hace por la agrupación en el taller, las huelgas repetidas lo realizan por la unidad interior; el sentimiento de solidaridad se desarrolla. La rebelión momentánea, en forma de coalición, cede el puesto a la rebelión permanente en forma de Sindicato.

Cuanto más se intensifica la lucha económica, más se sublimiza. La huelga deja de ser un acto aislado de corporación para convertirse en un acto de clase. El Sindicato tiene por finalidad, tanto destruir el derecho del patrono a intervenir en el trabajo, como obtener ventajas materiales. De este modo, la noción del trabajo libre crece poco a poco y se impone a todos los trabajadores que toman parte en la lucha.

El mismo fenómeno se produce en la resistencia a la autoridad del Estado. La oposición al Estado comienza con la presencia de las fuerzas gubernamentales en los conflictos entre obreros y capitalistas. Al principio se limita a los representantes de estas fuerzas, con las que chocan directamente los trabajadores. Pero, insensiblemente, se va extendiendo a todo el mecanismo gubernamental, y el Estado, a partir de aquí, se manifiesta ante los productores no ya como una providencia, sino como un tirano. El Sindicato, del mismo modo que tiene por efecto despojar al patrono de sus funciones dentro del taller, tiene también por fin arrancar al Estado sus funciones en el interior de la Sociedad. Aspira a quitarle todas las atribuciones, que ha monopolizado de un modo abusivo, referentes al mundo del trabajo, para apropiárselas él solo, al que pertenecen de derecho.

El último acto de esta lucha es una formidable huelga general declarada por los productores, que han llegado a tal grado de organización y capacidad que pueden asegurar el funcionamiento del taller. No se trata, pues, de una intervención ilusoria del Estado, sino del término último de una evolución creadora. No quiere decir esto tampoco que se conciba la posibilidad de una transformación social por un salto en el vacío, sino por un puente económico largamente consolidado.

Toda esta táctica de esfuerzos personales, renovados sin cesar, es lo que constituye la acción directa. Ninguna delegación ni representación, sino un llamamiento constante a las ideas de responsabilidad, de dignidad y de energía. Ni pactos, ni arreglos, sino la lucha con sus riesgos y sus exaltaciones. Ningún halago a los bajos instintos de la pasividad, sino una continua exaltación de los sentimientos más activos del hombre.

Más aún. El sindicalismo no sólo opone su acción directa a la acción indirecta de la democracia, sino que opone también su organización libre a la organización autoritaria de ésta. En vez de reproducir las formaciones jerárquicas de la sociedad política, se constituye sobre las bases del federalismo, de la descentralización y de la autonomía. El Sindicato libre en la Federación. La Federación libre en la Confederación. He aquí un programa que en nada recuerda los métodos centralistas del procedimiento gubernamental. Se trata de acostumbrar a las masas a prescindir de jefes y a organizar prácticamente la libertad.

En fin, entre la masa obrera y el sindicato no hay esa solución de continuidad que abre un abismo entre la masa electoral y sus representantes políticos. Sindicados y no sindicados siguen mezclados en el taller y en la vida cotidiana; no se distinguen más que por su grado de combatividad. La lucha es la que hace la selección. Los más valientes van a la cabeza, expuestos a los golpes, para defender, no sus intereses personales, sino los de todos. La fuerza de los sindicatos revolucionarios dimana, pues, únicamente, de las cualidades morales de los sindicados. No pueden prometer a Ios que les siguen, como hacen los partidos, puestos y sinecuras en el Gobierno que tratan de conquistar. Pero la masa, que los ha visto actuar, los sigue por instinto. Y esta masa obrera, contrariamente a la masa electoral, es capaz de juzgar. Las cuestiones de los sindicatos son las de su misma vida, y tiene competencia para hablar de ellas. Es, sin duda, como toda masa, pesada y torpe; pero cuando los sindicatos, que son las minorías conscientes, se dirigen a ella en un momento crítico, está siempre dispuesta a responder a su llamamiento. La experiencia enseña que las huelgas, por ejemplo, ponen en pie, como un solo hombre, a todos los obreros, cualesquiera que sean su religión y su credo político. Como esos círculos concéntricos que produce una piedra al caer en una superficie de agua, cada sacudida de la clase obrera actúa, por propagación molecular, sobre la masa de los proletarios.

Todo, por consiguiente, es nuevo en el sindicalismo: las ideas y la organización. Es el movimiento audaz de una clase joven y conquistadora, que saca todo de sí misma, que se afirma por creaciones inéditas y que trae al mundo, empleando la frase de Nietzsche, una nueva estimación de los valores.

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