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Acción de partido y acción de clase

El problema que se le plantea al partido socialista en Francia, no es tanto hallar la forma de su organización cuanto adquirir una noción precisa de su acción. Un partido no puede tener la pretensión de absorber en su seno a todo el movimiento de transformación histórica que es el socialismo. La práctica de la lucha de clases -es decir, la organización de la rebelión obrera, la elaboración de instituciones económicas, de ideas jurídicas y morales nuevas, únicas capaces de aportar al mundo un conjunto de reglas de vida superiores- es exclusivamente obra del proletariado, que actúa en sus asociaciones. Pero un partido político socialista tiene su puesto, por lo menos en el actual estado de cosas, al lado de los grupos autónomos de las masas obreras, a condición de no confundir lo que constituye la acción de partido con lo que es propio de la acción de clase.

La doble característica de un partido consiste en que está compuesto de elementos de origen esencialmente distinto y en que no existe más que para la lucha parlamentaria. Esto reza lo mismo con el partido socialista que con los demás partidos.

En Francia, donde más que en ningún otro país, los partidos no representan a las clases, ¿quién se atrevería a afirmar que el partido socialista es, en el riguroso sentido de la palabra, el partido de la clase trabajadora? Es un partido popular, más que un partido obrero. ¿No ha tomado en sus manos la defensa de las clases medias, de los campesinos y pequeños burgueses, tanto como de los obreros? ¿No están formadas sus filas, como las de todos los partidos, por hombres procedentes en su mayor parte de la pequeña burguesía, y sobre todo, por intelectuales, por profesionales de la política? ¿No se podría resumir el partido, en cierto modo, en ese personal especial que tiende cada vez más, con arreglo a una ley natural, a constituir un grupo muy diferenciado de intereses particulares, de concepciones definidas, que se superpone a la masa electoral y a la clientela que le sigue? ¿Y cómo podría ser de otro modo si éstas son las características esenciales de todo partido?

En cuanto a su acción, quiéralo o no, no ha dejado de ser parlamentaria. En una democracia, como Francia, donde los partidos políticos, gracias a las intrigas de camarilla y al juego normal de las instituciones parlamentarias, se ven obligados a formar combinaciones imprevistas, el partido socialista, con más o menos precisión, se ha amalgamado con los partidos democráticos burgueses. En estos últimos años, sobre todo, es una ley que se ha impuesto a él y a la que no ha podido sustraerse. La fracción reformista, con más impudor, y la fracción revolucionaria, con más reservas, han contribuído, aunque de diverso modo, al mantenimiento del ministerio Combes. ¿Qué significa esto sino que, como la función propia de los partidos es la acción parlamentaria, una vez sobre este terreno no son dueños de su conducta? El medio en que evolucionan les impone su regla y tienen que sufrirla.

Reconocer de este modo las exigencias de la acción parlamentaria que son condiciones de vida para los partidos, no significa excusar las cobardías, las traiciones, las corrupciones que no dejamos de denunciar. Es comprobar, por un simple trabajo de análisis, que el parlamentarismo tiene sus leyes propias, que los partidos son organismos que deben someterse a ellas, y que no debe pedirseles lo que no pueden dar. Impotentes para crear instituciones e ideas revolucionarias, los partidos socialistas no pueden dominar todas las preocupaciones de la clase obrera: sería exponerse gratuitamente a nuevas decepciones, mucho más crueles que las desiluciones pasadas, el esperar aún de su actividad otra cosa que una ayuda útil, y de su conducta algo más que una elemental dignidad política. Creer todavía, después de las recientes experiencias, que un partido socialista puede, sobre su terreno propio, que es el parlamentarismo, dar toda su intensidad a la lucha de clases, equivaldría a partir en busca de la piedra filosofal.

El socialismo lo elabora poco a poco la clase obrera, organizada revolucionariamente en sus instituciones económicas. Es la lucha cotidiana, que el proletariado se ve obligado a sostener contra todas las jerarquías, contra todas las autoridades, contra todas las creencias del mundo burgués, y que le permite edificar al mismo tiempo que demoler. No aspira a tomar nada del orden capitalista, y su papel esencial consiste en producir creaciones originales. Ninguna combinación podría atenuar la lucha política que sostiene constantemente contra toda la sociedad actual. No parlamenta ni negocia: combate. Aun cuando la lucha tome formas orgánicas -y esta es la evolución de todos los días-, no pierde nada de su virtud revolucionaria ni de su valor educativo. Ningún dogma, ninguna fórmula le guían: sólo la experiencia le señala el camino. No hay cuidado ni temor de que deshaga las alianzas o rompa los pactos: ella sola se basta a sí misma. ¡Admirable acción directa de la clase obrera sobre sí y sobre el mundo burgués, que le permite, a la vez, tomar sus medidas y no esperar nada más que de ella sola!

La misión de un partido socialista en el Parlamento, no puede consistir en otra cosa que en ayudar legislativamente al proletariado en su obra de organización autónoma. El proletariado, insurrecto, debe buscar él mismo su camino, formular sus reivindicaciones, precisar sus concepciones; el partido socialista, si quiere existir como tal, ha de inspirarse en estas manifestaciones de la acción obrera, y facilitar a ésta, en la medida de lo posible, su libre desenvolvimiento. Este, aunque secundario, no es un papel inferior. No hay nada de humillante en comprobar los límites de su poder, y en evitar el ridículo de una actitud, que sería mortal, al querer superar sus propias posibilidades. En este sentido, el partido socialista francés, si no quiere perderse en el atolladero democrático, debe concebir su acción mirando al Sindicalismo. Si procediera de este modo, si persistiese la táctica radical bajo la fraseología revolucionaria, el socialismo no estaría perdido, pero se refugiaría todo él donde está ya en su mayor parte: en la Confederación General del Trabajo.

Tales son en nuestra opinión las conclusiones que deben sacarse de la experiencia de estos últimos años. El socialismo, en Francia, se ha descompuesto al contacto de la democracia. Y sólo se reconstruirá teniendo en cuenta las lecciones que suministra este período reciente de su evolución. Puede decirse, modificando ligeramente una fórmula ya dada, que el socialismo no puede ser otra que un movimiento obrero revolucionario en una democracia.

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