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IV. El revisionismo revolucionario

¿Cómo podría, pues, el socialismo conciliar la teoría y la práctica? Por un doble método:

1º Acordándose, ante todo, del viejo materialismo histórico de Marx, que no quiere que las ideas tomen una forma concreta fuera de su medio natural, y preguntándose, de este modo, cómo la lucha de clases puede hacerse una realidad viva;

2º Observando, después, los hechos nuevos que se producen; sacando del movimiento sindicalista todos los nuevos modos de pensamiento y vida que ofrece. Se trata de volver a los principios socialistas, abandonando el terreno únicamente democrático. Al revisionismo reformista, hay que oponer el revisionismo revolucionario.

Debemos insistir en ello; el error ha consistido en considerar la lucha de clases como una lucha electoral y parlamentaria. La lucha de clases es una lucha política, en el sentido de que tiene por fin modificar el conjunto de las relaciones sociales y de las instituciones correspondientes. El proletariado revolucionario no combate sólo por intereses económicos inmediatos, sino por el interés general de la clase trabajadora. Tiene por misión reducir, en beneficio del mundo obrero, la zona de influencia del Estado y las atribuciones de sus órganos parasitarios. Entre estos dos poderes, el poder tradicional y el poder nuevo, existe una rivalidad irreductible en lo que atañe a la conquista de las funciones. El movimiento obrero no tiene sentido sino en la medida en que desarrolla sus instituciones propias a costa de las instituciones capitalistas. Y se hace una fuerza cada vez más independiente, sin contar más que consigo mismo, y constituyendo realmente un Estado dentro del Estado.

Su misión revolucionaria también es doble: negativa y positiva. Destruye y edifica. Deshace las reglas tradicionales y trae nuevos cánones de vida. Tiene sus leyes propias, que se oponen a las nociones corrientes de la sociedad burguesa. Desarrolla sus capacidades técnica, política y moral para hallarse en disposición de realizar la difícil tarea de sostener la producción. No puede ser comparado con nada, porque es una creación nueva de la historia, como el medio industrial que lo engendra. Traerá al mundo renovado todo un conjunto de instituciones e ideas, creadas por su práctica cotidiana. Y su obra no estará terminada sino cuando el tipo de sociedad capitalista haya sido sustituído por el tipo de sociedad socialista.

Pero esta lucha de clases se verifica sobre el terreno económico. La unidad de los elementos constitutivos del proletariado no puede realizarse más que después de una larga serie de luchas comunes, en las cuales el hecho de defender los mismos intereses y de combatir a los mismos enemigos, crea una solidaridad indestructible. El desenvolvimiento de la conciencia de clase, esto es, del sentimiento de que la causa común prevalece sobre la causa del individuo, sólo es posible a costa de sacrificios voluntarios que templan los caracteres y forman a los hombres. El sentimiento de responsabilidad no arraiga con fuerza más que en aquellos hombres probados por la vida.

Hay una gran distancia del socialismo parlamentario al sindicalismo revolucionario. Y, sin embargo, es posible concebir la misión especial de un partido socialista en el Parlamento. Si consiente en no ser más que un intérprete de las aspiraciones formuladas por las masas obreras, si obra con modestia y pone límites a su acción, si se concibe como un movimiento secundario y derivado, puede actuar con eficacia. El problema del parlamentarismo -que la crítica no puede eliminar totalmente- se resuelve así. Pero esta solución está subordinada a la intensificación del movimiento social y a la reducción progresiva del movimiento político. Lo social prevalece sobre lo político.

La teoría se identifica de este modo con la práctica. No es un conjunto de fórmulas al cual deba conformarse el movimiento obrero; es una creación cotidiana y determinada por las circunstancias de la clase trabajadora, que por su experiencia y sus reacciones indica el camino que debe seguirse. El socialismo aparece entonces, no como un sistema, sino como una transformación de las instituciones e ideas por la clase obrera organizada.

La práctica se hace coherente. No concibe la reforma, la acción de todos los días como un terreno neutro, indiferente en sí, que permitiera milagrosamente llegar a la revolución sin prepararla orgánicamente. Pero es a la reforma, a la acción de todos los días, a la que da un sentido revolucionario. El socialismo no está separado de la vida: se incorpora a ella y la transforma en la medida en que mantiene la separación de lo que es propiamente obrero y lo que es específicamente burgués, y en que sobreexcita el ardor de la lucha.

De esta manera, la práctica no contradice ni atenúa la teoría; antes bien, la condiciona. La acción socialista no es ya una acción verbal que cede vergonzosamente el paso a una táctica reformista, sino que resume toda la vida de la clase obrera que sostiene su lucha de clases. La unidad de los elementos que combaten no es debida a una conjunción en principios abstractos, sin contenido real, que cada uno interpreta a su antojo; es una unidad viva que se funda en la comunidad de los deseos y los actos.

Lo que es preciso -decía Marx en la Alianza de la Democracia Socialista y la Asociación Internacional de los Trabajadores-, es la unidad de pensamiento y de acción. Los internacionalistas tratan de crear esta unidad por la propaganda, por la discusión y la organización pública del proletariado.

Se puede, por lo tanto, a pesar del confusionismo de la hora presente, prever la solución de la crisis socialista. El movimiento primitivo se ha disociado; la crisis ha encontrado en su causa los elementos de su solución; la teoría y la práctica se reconcilian en el socialismo obrero.

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