Índice de La psicología individual y la escuelaCapítulo VICapítulo VIII Biblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VII

Quisiera estudiar con ustedes algunos recuerdos infantiles más.

He aquí el recuerdo de una niña de la tercera clase, de nueve años de edad:
Cuando era pequeña vino una vez nuestra vecina y me sacó del coche; me vistió con un trajecito de su hija; yo corrí por el pasillo y bajé las escaleras, pero no pude volver a subir. Mi madre me vino a buscar.
Si analizamos este recuerdo, vemos que su sentido más profundo consiste en que la niña necesita siempre una segunda persona que haga algo por ella. La vecina me sacó del coche, me vistió con su traje, mi madre me llevó consigo. Tenemos ante nosotros un estilo de vida o un fragmento del mismo; el niño se siente débil, necesita un apoyo. Son manifestaciones de un grave sentimiento de inferioridad, y con ciertas precauciones podemos deducir que se trata de un niño mimado.

Desde entonces no me atreví nunca a bajar sola las escaleras.
Tenemos otra vez la confirmación de que esta niña no confía nada en sí, y podemos ver por su estilo de vida que se siente insegura.

Poseemos otros recuerdos de esta niña, lo que es una feliz casualidad, porque podemos buscar nuevas confirmaciones de nuestras ideas.
Fuimos a pasear a la calle de Ottakringer. Yo quise llevar el coche con mi primita. Entonces ella se cayó con las almohadas encima. Yo lo sentí mucho.
Aquí quiso hacer algo sola, pero fracasó. Aun el mayor escéptico diría en este lugar que nuestra sospecha está justificada.
Cuando mi madre fué por primera vez a Carsblad, lloré mucho. Pero como mi padre me dijo que volvería pronto, me consolé de nuevo.
Es lo que hace un niño cuando le falta apoyo. Sólo se puede consolar cuando lo recupera.
Cuando salí por la puerta, grité: ¡Mamá! Ella se alegró mucho de que ya pudiese hablar.
Siempre pequeñas alusiones a las relaciones del niño con su madre.

Cuando por primera vez me dieron un plátano, lo cogí y quise comérmelo con cáscara.
¡Tan mal puede irle a un niño cuando es abandonado por sus padres!
Entonces mi padre peló el plátano. Yo lo escupí, me froté el rostro con él y después lo comí.
No sabemos exactamente lo que podrá significar este recuerdo. Acaso quiere decir que siempre se cometen tonterías cuando se está solo, y que en estas condiciones no se puede hacer nada.

Estábamos en Sulz de veraneo. Yo tenía una cabrita en una cuadra. Una vez se me escapó. Yo empecé a llorar.
Ahora debe venir algo, ¿no es verdad?
Vino una niña vecina y me cogió.
Se encuentra uno sin ayuda cuando está solo, alguien debe venir en su auxilio. Esta niña, según su estilo de vida, se comportará siempre de modo que busque un apoyo. En la casa hará que la madre se ocupe de ella; también en la escuela querrá demostrar su falta de ayuda, la maestra siempre habrá de tenerla en cuenta. Estamos en la agradable situación de sacar las más amplias conclusiones de estos recuerdos infantiles. Puede alterarse la fachada, la expresión puede mostrar algunas diferencias, pero el armazón permanece el mismo. El sentimiento de inferioridad puede quedar oculto en cualquier situación agradable, pero surgirá de nuevo en cuanto la situación se modifique.

En los sueños podemos encontrar siempre este armazón. Para ello se requiere una cierta experiencia y técnica que es fácil adquirir con una psicología individual. La ventaja de un pedagogo es muy grande si puede deducir conclusiones de estas pequeñeces. Tiene ante sí toda la vida del niño como una biografía detallada; sabe lo que se puede esperar de este niño, lo que se debe hacer para evitar sus faltas. Un niño no siente lo que pasa en él. Si el niño lo supiera, si comprendiese lo que comprendemos nosotros, si llegase a darse cuenta de las faltas que se ocultan en este armazón, de que estas faltas proceden de su error, y de que este error es perjudicial, entonces sucedería lo siguiente: El niño se comportaría durante algún tiempo como antes, buscaría un apoyo alrededor de sí, pero sabría que esto es un error, y que lo que hace es la consecuencia de un entrenamiento inadecuado. En la segunda fase comete faltas, pero se da cuenta de ellas y de este modo intentará tal vez demostrar cuán débil y necesitado de ayuda está. En la tercera fase comienza el niño a destruir sus faltas y errores. Según este conocimiento, tomará una dirección mejor, procurará hacerse independiente y se convencerá de que éste es el mejor camino. Este niño progresará en la familia y en la escuela y más tarde también en la vida. Es muy importante que se persigan las huellas de la mecanización de un estilo de vida, para lo cual tenemos a nuestra disposición diversos fragmentos. Por ejemplo, su manera de hablar, de dar la mano, su actitud, el cambio de color de su cara, todo pequeño movimiento nos puede dar a conocer algo de su estilo de vida. Todo sucede sin que se ejerza la vigilancia de una inspección o control. Es, naturalmente, difícil lograr que un niño se vigile a sí mismo. Seguramente saben ustedes a la perfección que el conocimiento del niño, con tales aclaraciones, puede interrumpir el proceso de la mecanización. Todo hombre tiene sus características que nunca le abandonan; forman lo mecanizado en él. Si se da cuenta de ello, interrumpe su curso automático; si piensa en ello el automatismo no se realiza ya. Darwin dice, por ejemplo, que cuando se irrita la mucosa nasal, se verifica la reacción automática que es el estornudo. Pero si se piensa cómo ha de realizarse el proceso del estornudo, éste no se lleva a cabo. Un operador recomienda a sus pacientes que piense en el estornudo para que éste no se realice.

Una persona hace una excursión dominical o va de paseo de una manera mecánica; no piensa en sus movimientos. De pronto nota que camina sobre hielo; empieza a tener miedo, a poner atención en sus movimientos, no andan inconscientemente. Tal sucede con el mecanizado estilo de la vida de un hombre. En tanto son suficientes sus movimientos mecanizados, mientras no se encuentra con grandes dificultades, mientras no piensa, todo se realiza según se ha entrenado; solamente pensará ante una dificultad. Sería hermoso que este modo de pensar se realizase en la dirección del sentido común. El fin de un niño se encontrará siempre en la dirección de sus movimientos mecanizados. Su pensamiento consciente corre también en esta dirección. Si quisiésemos incluir el estilo de vida mecanizado en lo que estos psicólogos llaman inconsciente, veríamos que el inconsciente y lo consciente tienden al mismo fin y no se diferencian entre sí. Estamos en manifiesta contradicción con aquellos que piensan que en el inconsciente juega un gran papel lo malo de la vida de los instintos.

Otros fragmentos nos los suministran los sueños diurnos y fantasías de un niño, respecto a la elección de profesión, etcétera. Voy a presentarles a ustedes uno de tales sueños diurnos, y en el cual podremos ver que contiene lo que es frecuente en ellos, a saber, lo que parece faltar en la realidad a este niño.

EL NIÑO DE ORO

Era una vez una madre que tenía un hijo y no tenía mucho dinero. Sin embargo, le dijo un día: Hijo mío, puedes pedir todos los días el dinero que quieras.
Según nuestra experiencia, este sueño diurno nos muestra que el interés del niño por el dinero está muy acentuado, lo que puede ocurrir únicamente si el niño ha experimentado alguna dificultad en este sentido. Mientras no tenga dificultades, no encargará a su fantasía la solución de estas cuestiones.
Entonces dijo el niño: Quisiera tener una casa, ¿puedes contratar a un arquitecto?
, dijo la madre. Vino el arquitecto y me hizo la casa más hermosa del mundo.

Este niño está relacionado con la idea de la edificación de una casa de familia. Acaso haya vivido días mejores, y a consecuencia de un cambio de situación haya hecho resaltar precisamente este punto.
Cuando la casa estuvo terminada, compré los muebles más hermosos. Puse entonces un anuncio en los periódicos que decía: Se necesita una muchacha, que tenga amor a los niños. Vinieron muchas chicas, hasta que admitimos a una que se llamaba Lotte. Teníamos cuartos llenos de juguetes. Cuando la casa estuvo lista, fuí a Gerngross (1) y me compré un traje de seda de la época de Mozart.
El niño debió haber vivido tiempos mejores, seguramente ha estado rodeado de gente rica y de mejores medios.
Me compré también una capa maravillosa y un sombrero de paja. Después fuí a casa y pedí 40.000 millares de millones.
En esta suma manifiesta el niño la sobrevaloración del dinero. Tiene un gran sentimiento de inferioridad y cree que sin dinero no podrá valerse en la vida. Necesita el dinero como apoyo.
Entonces fui a comprar la comida, y al dia siguiente invité a todos los niños que encontré a que viniesen a mi casa a una gran merienda infantil.
Aquí se ve muy acentuado que es un niño que siente intensamente la falta de posesión, llega a deseos excesivos de abajo arriba. Desea 40.000 millares de millones y con esto va a comprar una comida. No sabe, en realidad qué hacer con el dinero.
Cuando llegaron los niños recibieron primero una comida muy bien preparada, luego jugamos y, por último, se fueron los niños a sus casas.
Tiene interés por relacionarse con otros niños. Se puede sostener que no tiene sentimientos egoístas, no le parece bien disponer solo de tanto dinero. En realidad, en esta inclinación a los regalos se oculta un sentimiento de superioridad. Sus esfuerzos se dirigen hada la parte útil y quiere transmitir a otros algo de su riqueza.

Estos fragmentos los observaremos también en la vida onírica. La psicología individual ne se conforma con observaciones unilaterales; queremos aportar siempre nuevas pruebas, para asegurarnos de su concordancia con lo que hemos visto en otras partes.

He hablado ya en mi última conferencia sobre la importancia de la vida onírica, y mencioné que en la antigüedad, en la vida de todos los pueblos y en todos los tiempos, ha jugado un importante papel. En la biblia, en los romanos, en los egipcios, vemos la gran importancia que se atribuía a los sueños, a los que se consideraba como la advertencia de los dioses y el signo que predecía el porvenir.

Los hombres han comprendido instintivamente que sólo sueña el que no esté completamente seguro de su situación. Estudiando nuestra vida onírica podríamos ver que cuando alguien está seguro y sabe siempre lo que debe hacer, no sueña. Una persona sueña cuando cree que no podrá resolver en la vida despierta alguna dificultad, algún problema, porque necesita algo para dominarlo. La psicología individual ha comprobado que en el sueño se produce un afecto, una emoción, una dirección psíquica que marca un camino determinado, el cual quíere seguir el soñador. Lo que se intenta en el sueño es producir un estado afectivo que nos arrastre para poder resolver cuestiones y problemas de la vida cotidiana, que no se pueden solucionar en la vida diurna sin este estado afectivo. Cuando nos encontramos ante un problema se produce en el sueño un estado afectivo, una línea directriz en la cual nos debemos mover, y que conduce a la solución de esta dificultad que no se podía dominar en la vida diurna con los procedimientos de la lógica, conservando al mismo tiempo el sentido de su estilo de vida. En realidad, no hay ninguna diferencia fundamental entre la vida de los sueños y la vida despierta; trabajamos también con sentimientos y afectos cuando nos queremos persuadir de algo. Sirve, por ejemplo, una novela de Chéjov, La sirena, en la cual muestra cómo se puede producir cierto estado afectivo, de tal modo que se despierte el hambre por la descripción de manjares suculentos, hasta tal punto, que un empleado puntual interrumpe su trabajo y se marcha de la oficina para satisfacer su necesidad. Ha conseguido que el empleado abandone su trabajo, despertando un estado afectivo que hace que se olvide de su deber. El alma humana está inclinada a dejarse conducir, no por la lógica, sino por los sentimientos y los afectos; puede producir estados afectos que contradigan a sus consideraciones lógicas. Yo creo que todos nosotros somos de la misma opinión: renunciamos a la solución lógica de las cuestiones de la vida para intentar una solución menos lógica mediante la aportación de nuestros sentimientos y afectos. No podemos comprender lógicamente muchas acciones. En la vida diurna podemos también producir afectos; cuando pensamos en un acontecimiento triste, cuando desviamos nuestro pensamiento sobre una desgracia que se aproxima, que podría afectar a una persona cercana, nuestra afectividad estará en consonancia con nuestros pensamientos. Coué, por ejemplo, pretende auxiliar al hombre con su método, produciendo en él, por autosugestión, el sentimiento de que va cada vez mejor. Comprendemos que un niño se abandone a sentimientos y afectos que no están de acuerdo con la lógica. Hay también límites para estos estados afectivos, y no es un procedimiento recomendable producirlos por la selección de fantasías y situaciones, provocando de una manera concreta excitaciones psíquicas que tienen como fin el llegar a la superioridad personal; por ejemplo, inculcando los ideales del héroe o de la divinidad. Poseemos distintos procedimientos para saber, por ejemplo, que se trata de un niño que no confía en nada y tiene su estilo de vida que tiende a sentirse oprimido por sus dificultades; en efecto, todos sus afectos y sentimientos nos muestran que se adaptan a este estilo de vida.

Otro niño que quiera resolver sus problemas y dominar las dificultades en el lado útil de la vida producirá los correspondientes estados afectivos y sus fantasías no serán excesivas.

En la vida de los sueños tenemos un libre campo de acción, estamos menos controlados por la realidad y podemos producir afectos y fantasías, de acuerdo con nuestro fin, que nos puedan servir para continuar nuestro camino, que seguiríamos también aun sin estos afectos. Esta afectividad justifica nuestras acciones. Es de gran significación el que una persona diga: He sentido tales o cuales sentimientos y he obrado conforme a ellos. Los sentimientos son solamente una parte de nuestro estilo de vida general, porque los hemos producido, se adaptan a nosotros, nos pertenecen. Cuando alguien se acuesta con el sentimiento de estar complicado en una determinada cuestión que no ha resuelto, entonces le perseguirá durante el sueño, y actuará sin preocuparse de la lógica, del sentido común. Elegirá aquellas imágenes y comparaciones que necesita para la producción de aquel estado afectivo. Con ellos pretende justificar el que siga el camino que le ha prescrito su estilo de vida. Otra confirmación de nuestras ideas la ofrece el hecho de que los medios de que se vale el soñador son iguales a los que utiliza en estado despierto para producir sentimientos y obrar conforme a ellos.

Con un ejemplo les mostraré a ustedes cómo podemos excitar nuestros afectos durante el sueño. Se trata de un sueño que me acaeció durante la guerra. Era yo director de un hospital para lesionados nerviosos de guerra. Puedo asegurar, sin exageración, que este lugar era muy deseado porque yo no enviaba con gusto al frente a los enfermos del sistema nervioso. Los pacientes se encontraban allí muy bien, no temían las injusticias, y yo obtenía buenos resultados. Un día llegó a mí un hombre que se quejaba de debilidad nerviosa y me rogó que lo librase del servicio de las armas. Los síntomas eran muy poco intensos, aunque andaba en posición inclinada como si fuera jorobado. Yo tenía que mandar siempre mi informe al director del hospital de la guarnición, que era, en último término, el que decidía. Cuando llegó el día en que el joven debía abandonar mi hospital le dije que su estado no era tal como para librarle del servicio. De repente se irguió de su posición inclinada y me rogó que lo librase porque era un pobre estudiante que tenía además que sostener a sus padres y que significaría la muerte de toda la familia si no era liberado. Le consolé y le dije que haría todo lo que estuviese de mi parte para que fuese destinado al servicio de vigilancia. No estaba contento. Me rogó, llorando, que le facilitase otro procedimiento; yo empero, tenía que tener en cuenta las circunstancias de la guerra y pensar que un motivo injustificado no sería suficiente para el director del hospital de guarnición, el cual lo enviaría inmediatamente al frente. Por la tarde fuí a casa pensando que no había otra solución más que la que yo había propuesto.

La misma noche soñé que era un asesino. No sabía a quién había matado; caminaba rodeado de gases negros y tenía la sensación de que era un asesino culpable e inocente a la vez, como en Raskolnikof. Me desperté temblando y con la sensación de haber cometido un crimen.

En seguida me di cuenta de que el sueño se relacionaba con este hombre y representaba exageradamente lo que en realidad podría hacer si no accedía a sus ruegos. Lógicamente no podía obrar de otro modo sin peligro para él. Sin embargo, tenía el sentimiento de que debía seguir adelante. En el sueño quise asesinar a mi lógica, quería procurarle una ocupación más ligera para que sus padres se salvasen. Seguí las huellas de este auto-engaño y confirmé mi concepción basada en la lógica.

Desde que conozco esta relación de hechos, no me dejo engañar por sentimientos excesivos. En este caso el sentido común apenas podría decir que soy un asesino. Era una exageración; pero el sueño puede ampliar este movimiento afectivo y producir la imagen como si realmente lo fuese. Esto es una metáfora. Nuestra educación estética lleva consigo que dejemos muchos cosas para las metáforas. Gustamos de ellas, pero no debemos olvidar que una metáfora es siempre un engaño ingenioso, un falseamiento de los hechos reales y de la lógica. Lo dicho vale también para la metáfora de los poetas. Utilizamos las metáforas cuando la verdad desnuda no nos sirve para explicar alguna cosa. Una comparación nos muestra hacia dónde tiende el que la formula. El maestro se vale de comparaciones que utiliza como artificios para completar sus métodos de exposición.

**NOTA**

(1).- Tienda departamental en Viena.
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