Índice de La psicología individual y la escuelaCapítulo IVCapítulo VI Biblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO V

Quisiera presentarles a ustedes un caso que he conocido recientemente y que se refiere a un niño de doce años. Es hijo único. Sabemos que un hijo único crece en condiciones muy diferentes a las del que se encuentra rodeado de hermanos. Aquél está siempre en el punto central, y es difícil hacerlo independiente, porque los mayores le quitan todas las cosas de la mano. Es el más pequeño, y vive siempre en un sentimiento de debilidad. Se ve, de una parte, espoleado por el deseo de progresar; de otra parte, desea una vida agradable que no le proporcione ninguna fatiga, y a la que pueda llegar sin esforzarse. No nos maravillará observar que estos niños consideren sus trabajos como una tarea desagradable, porque su ideal es estar en el punto central de la atención y de los mimos, y excluirse de todo trabajo, porque precisamente se les ha inculcado este ideal. A esto se añaden faltas cometidas en su medio. Los padres están siempre angustiados porque sólo tienen un hijo y no han podido tener más, por diferentes circunstancias: enfermedad, situación económica, diferencias en el matrimonio, etc. Condiciones que trastornan claramente, en diferentes aspectos, el ambiente cordial de la casa paterna. Nuestra misión es, no solamente estudiar al niño y sus faltas, como se estudia una nota en una melodía, sino que debemos conocer todas las conexiones.

La madre es viuda; vivía antes en buena posición, que ha empeorado; ahora vive pobremente. Ha salvado algunas cosas del tiempo de esplendor, como cuadros, adornos, etc. En cambio, su dinero se ha consumido.

Este niño, por consiguiente, además de ser un hijo único y mimado, ha tenido una espléndida infancia tras de sí; tenía todas las cosas que agradan a los niños. Posteriormente no fué éste el caso.

Hace tres años murió el padre, y la madre vive ahora sola. Tal vez la custodia del padre hubiese tenido alguna influencia sobre el desarrollo de este niño, de tal modo que sus faltas no llegaran a manifestarse, por sentir la fuerza protectora del padre. Ahora no es otro niño, pero lo que dormitaba en él se desencadenó en este momento, cuando el padre ya no existía.

En la escuela le iba bastante mal.

Acostumbrado a vivir en el esplendor, y a que se le elimine toda dificultad, fracasa en cuanto llega a un ambiente en donde no experimenta más que amarguras, a las que no está habituado. Se trata de un hijo único, mal acostumbrado, que no es independiente, cuyo ideal es solamente procurarse la ayuda de los demás.

Va a otra escuela, en la que no progresa nada.

Toda situación nueva es una prueba de la inteligencia y del carácter, por cuyos resultados deducimos si está bien preparado, si es bueno para con los otros. Los niños mimados no se encontraron nunca ante esta tarea, no necesitaron interesarse por los demás; todo su interés se dirige hacia su propia persona; son los que reciben siempre y nunca dan. Vemos los errores que aquí se han cometido.

El niño no va a la escuela, comienza a robar, y roba con gran vehemencia; no lo niega todo, aunque se le diga claramente que ha robado. Sigue obstinado ante las más fuertes amenazas, como ante las lisonjas de la madre. A un tío se le ocurre una buena idea, y el comportamiento del niño nos muestra que su estilo de vida ya estaba afirmado. El tío le prometió un viaje de tres días (que deseaba desde hacía ya largo tiempo); entonces el niño confiesa que ha robado un valioso aderezo, y que lo cambió con otra persona.

Este caso se nos presenta completamente claro: ¿que tenemos que hacer? Debemos ponernos de acuerdo sobre los errores que aquí se han cometido. El padre y la madre lograron interesar al niño por el pequeño círculo en el cual vivía. Pero el niño no pudo ampliar su círculo de intereses. Ha gozado de una instrucción privada, ha tenido todo lo que ha deseado, y se desarrolló bien psíquica y corporalmente, siempre en la posición de recibir y no dar. El empleo de las cosas robadas carecía de importancia: golosinas, cine, baños en el río, etcétera.

En conversación con él dijo algo que nos parece completamente natural y nada extraño: Puesto que se me da tan poco dinero (actitud del que recibe), debo tomar algo.

Expresiones mediante las cuales tropezamos con su estilo de vida. Todo debe adaptarse al estilo de vida de este niño que ha sido mimado, y que de repente se siente usurpado en su derecho. No encuentra otro camino ni en su casa, a causa de la pobreza, ni en la escuela, a causa del trabajo. Obra de una manera inteligente si prescindimos de la moral, humanidad y sentimiento de comunidad. En su comportamiento no verán ustedes nada equivocado; únicamente cuando miren ustedes su sentimiento de comunidad verán la diferencia. El sentimiento de comunidad es nuestra medida, por eso encontramos su comportamiento malo, descuidado, irracional. Por otra parte, si este niño siente que le han quitado algo, ¿a qué conclusión puede llegar que no sea la de enriquecerse? ¿Qué es lo que siente este niño que le han quitado y por qué? Las respuestas posibles son numerosas, pero debemos intentar encontrar la precisa. En breves palabras, quiero resumirles a ustedes otra vez todo el sistema de la psicología individual. Conocemos las dos cuestiones más importantes y presuponemos que la situación en la cual, o antes de la cual, emerge una falta, carece de solución para este niño. Si hubiese tenido la esperanza de obtener algún éxito en la escuela, progresaría sin duda alguna. Todas las situaciones exigen un sentimiento de comunidad desarrollado, y si echamos una ojeada sobre la más tierna infancia de este niño, podremos percibir y comprender por qué no se ha desarrollado su interés por los demás. No nos resta más que encontrar y estudiar las partes aisladas de los defectos que se han originado en su estilo de vida y conocer su significado.

Hemos tratado ya de tres tipos de niños:
1° Niños con inferioridad de órganos.
2° Niños mimados, que solamente reciben y nunca dan.
3° Niños odiados, que ignoran que existe un sentimiento de comunidad e interés por los demás.

Si observamos estas cuestiones vitales más de cerca, comprenderemos por qué han fracasado estos niños en determinadas situaciones de su vida. Por los fragmentos que tenemos a nuestra disposición que, aunque escasos, nos proporcionan valiosos datos, estamos obligados a encontrar las razones de por qué estos niños no se adaptan a nuestro mundo, por qué falta en ellos el sentimiento de comunidad. La respuesta se encuentra en las situaciones en las que se ha desarrollado el niño en su más tierna infancia. El primogénito, al cual sigue un hermano, mira siempre hacia atrás, hacia el paraíso perdido, y el segundo, por el contrario, mira con osadía hacia adelante, quiere superar al primero. Es posible que el mayor haya sido demasiado fuerte y el menor se esfuerce en vano y emprenda caminos falsos. Hay también particuiaridades en el desarrollo de un solo niño entre varias niñas, o de una niña entre niños.

Otros fragmentos son los más antiguos recuerdos de la infancia. Es un hallazgo magnífico que ha hecho la psicología individual, y que nos ha venido a las manos porque hemos creído en la unidad del individuo y hemos estudiado las partes como pertenecientes a un todo. Es un valioso fragmento, por el cual podremos comprender toda la arquitectura del estilo de vida, o una parte de ella, aunque a muchos no les diga nada. Cuando emergen ante nosotros, en un hombre, las situaciones conocidas, percibiremos que se pueden relacionar con el sentido de los recuerdos infantiles. Podemos, predecir, frecuentemente, qué clase de recuerdos infantiles encontraremos. Para nosotros es de extraordinaria importancia comprobar las relaciones entre ambos datos. En los más antiguos recuerdos infantiles encontraremos alusiones a las inferioridades de los órganos o a enfermedades; otros nos dirán que se trata de un niño mimado. Son grupos de recuerdos para los que tenemos una medida. Cuando un niño contaba antes: He visto un árbol de Navidad en todo su esplendor, no se le daba importancia. Nosotros sabemos que el que tiene tales recuerdos es un hombre que se interesa por lo visible, en el cual está desarrollado intensamente este interés por ver, y que esta tendencia ha dejado una huella profunda en su alma. Otro puede contar que ha estado enfermo durante su infancia y que ha sufrido mucho. Es uno de los fragmentos que nos dicen que este niño ha sido extraordinariamente impresionado en el curso de una enfermedad. La mayoría de esos niños se interesa especialmente por la enfermedad y por la muerte. Es posible que el primer niño llegue a ser un tipo visual, y acaso muestra preferencia por los colores y el dibujo; el segundo tal vez se interese por las ciencias naturales y llegue a ser médico con el fin de aproximarse más al problema de la muerte y de la enfermedad. En las biografías de los hombres geniales podemos leer que se acuerdan de haber recorrido ya en su juventud el camino que más tarde habían de seguir. Si oímos un recuerdo come éste: He ido con mi madre a alguna parte, no es difícil comprobar que se trata de un niño mimado, que no puede separarse de la idea de estar al lado de su madre. Podemos predecir estos recuerdos, porque en los relatos de tales hombres suele surgir la imagen de la madre en cualquier forma. Las cosas, sin embargo, no son tan superficiales y podemos contar con fórmulas y leyes seguras. ¿Qué puede significar que un niño nos comunique: Me acuerdo de que estaba con mi madre en el campo, y mi padre vivía en la ciudad? Es la situación en la cual la madre debe dedicarse por completo al niño y el padre quedar excluído de estos mimos. Es un gran error ante un niño mimado recomendar al padre la severidad como medio educativo, aconsejarle que no lo mime. En este caso, el niño tendería a excluir a su padre todavía más. Tampoco el maestro debe proceder en estos casos con severidad, porque el niño lo rechazará calladamente o de una manera manifiesta.

Se encuentran también, algunas veces, fragmentos dobles especialmente en niños mimados, que nos muestran cómo se modifica su situación y cómo fué eliminado de los mimos. Encontraremos así recuerdos que suenan como un eco: Recuerdo cómo vino mi hermano al mundo. Comprenderemos el recuerdo y podremos deducir conclusiones de él. Es la tragedia que este niño ha vivido. Vale no sólo para el primogénito, sino también para los otros niños. Llega a una situación, que le parece insoportable, y se desarrollan rasgos de carácter, como celos, etc. Estos rasgos persisten hasta siendo mayores. Los hombres que de niños han visto cuán fácilmente se puede tener un fracaso, y cómo se puede perder repentinamente el poderío, creen posteriormente: Hagas lo que hagas, no te servirá de nada.

En los niños odiados se encuentran recuerdos como éstos: Recuerdo cómo me pegaron. No es casualidad que surja precisamente este recuerdo; significa mucho en la vida de un hombre en el que la base de su desarrollo ha sido: Se me ha tratado mal, se me ha atormentado. Nunca quiere uno que le peguen.

Me acuerdo de un hombre a quien traté, que no tenía ninguna confianza en sí mismo, y que por eso se relacionaba con hombres y mujeres que estaban muy por debajo de su nivel cultural. Tenía el siguiente recuerdo infantil: Recuerdo que estaba una vez mirando por la ventana y vi que mis padres salían con mi hermano mayor y que me dejaban solo en casa. Era muy retraído y siempre ha visto enemigos en los demás. Se desarrolló bien, era un poco bajo y algo débil. El hermano mayor había sido alto y fuerte y, además, guapo; él, en cambio, no. Hizo impresión en él también el que su madre apreciase, al parecer, más al mayor; por lo menos, siempre lo ha creído. Pasados muchos años, habló una vez con su madre respecto a este asunto, y recibió la respuesta de que éste, por su carácter sociable, estaba más próximo a ella que él, siempre crítico, quisquilloso e irónico. Otro de sus recuerdos infantiles: Me acuerdo de que una vez, encolerizado, me arrojé contra mi madre y la tiré de los cabellos. Cuatro años más tarde nació una hermana. Ésta estaba también más próxima a la madre, y él, según su creencia, estaba colocado entre dos niños preferidos. Tenía también maestros severos, de modo que pronto abandonó la lucha, y comprendemos por qué se dirigió más hacia el padre. Es ésta siempre la segunda fase del desarrollo de un niño, y siempre la prueba de que la madre no pudo ganar al niño para ella, que algo ha sucedido para que se origine una separación entre ambos. Si el padre es amable y benévolo, el próximo pase de un niño será dirigirse hacia él. Comprendemos que este hombre tenga prevenciones contra el sexo femenino. Si profundizamos más sobre este punto, veremos hasta dónde puede conducir una tal prevención, cuando el niño llegue al período de madurez sexual, en el cual ha de recibir forma la inclinación al sexo opuesto. Este niño no ha desempeñado seriamente su papel de hombre, porque no se permitía muchos éxitos con él. Se enamoró tardíamente en su vida, de una joven que ya estaba prometida a otro. La consecuencia fué que la joven no pudo dilucidar con claridad a quién debía elegir por marido. Nuestro sujeto cuenta que se alegró mucho cuando la joven no se pudo decidir por él y estimó el hecho como una liberación. Tampoco en este caso ha tomado en serio el papel de varón. Más tarde se aproximó a un joven vagabundo, con el que llegó a tener relaciones homosexuales.

Todas estas cosas son de gran importancia. Es muy útil preguntar por los recuerdos infantiles y los sueños; en su mayoría son tan claros que apenas es posible una duda. Cuando los niños cuentan, por ejemplo, que han sido perseguidos por un animal, nos muestran su actitud ante el mundo, al que consideran como un monstruo y ante el que se comportarán como una caza perseguida. Si oímos que un niño, en sueños, se ve desnudo, sin vestidos, también podemos llamar a estos sueños en nuestra ayuda. Nos dice: No te gusta que te vean, quieres permanecer siendo un enigma para los demás, de los cuales te ocultas.

En todas las circunstancias encontraremos indicios que nos muestren el camino por el que se ha desarrollado el niño, y cuánto sentido de comunidad tiene. Si observamos las cargas que han oprimido al niño en su más tierna infancia, veremos lo difícil que le resulta llevar sobre sí un peso tal. Tampoco nos asombraremos si el niño, más tarde, no colabora ni juega con los demás. En la actitud corporal se manifiesta también el grado de su valor, su optimismo, su actividad.

Les recuerdos infantiles pueden ser no sólo hechos, sino también fantasías. Yo tengo un recuerdo infantil, en forma de fantasía, que está en estrecha relación con mi vida. Hasta los treinta y cinco años guardé este antiguo recuerdo, del cual estaba muy orgulloso. Tenía, cinco años cuando fui a la escuela. Recuerdo que para ir a ella teníamos que pasar al lado de un cementerio. Sé que el paso por aquel punto no era de mi agrado: mientras mis compañeros seguían su camino alegremente. Muy precozmente me vi próximo al problema de la muerte. Tenía tres años cuando mi hermano menor murió a mi lado, y a los cuatro años estuve desahuciado por los médicos a causa de un proceso pulmonar. Me interesé precozmente por el problema de la muerte. Cuando el padre de un compañero me preguntó a los cinco años lo que quería ser, respondí: Doctor. Entonces - refunfuño él- ya te podrán colgar en la farola más próxima. No me asusté, pensé que esta opinión sobre los doctores se refería únicamente a los malos médicos, y persistí en mi elección. Durante este tiempo, sentí el paso por el cementerio como una carga pesada. Me decidí a librarme de esta angustia. La siguiente vez que pasé con mis camaradas por allí, dejé que ellos se adelantaran; yo me retrasé, colgué mi cartera escolar en la reja y estuve paseando por todo el cementerio, primero rápidamente, luego despacio, hasta que tuve la sensación de estar privado por completo del miedo.

Guardé este recuerdo hasta los treinta y cinco años. En este tiempo me encontré con un hombre que había sido compañero mío en la escuela. Cambiamos antiguos recuerdos y surgió en mí este recuerdo infantil. Le pregunté: ¿Qué ha sido del cementerio?. Meditó unos momentos y luego me respondió: Allí no ha habido nunca un cementerio. En mi recuerdo, éste existia. Pregunté en otras ocasiones y siempre recibi una respuesta negativa. Es demostrativo del valor de un niño el modo que tiene de vencer sus dificultades con el entrenamiento. Encontrarán ustedes, constantemente, la importanica del entrenamiento, en el hecho de que se encuentre el camino adecuado. Esta fantasía mía no ha sido inútil, pertenece a mi entrenamiento psíquico, ha contribuído a que yo estuviese, en la realidad, ante el problema de la muerte en actitud más firme y menos angustiosa.

Vemos surgir un nuevo problema que parece apropiado para suministrarnos nuevos fragmentos. Podemos ver, por las fantasías y sueños diurnos, en qué punto se sienten sobrecargados algunos hombres. En los sueños diurnos y en las fantasías, encontrarán ustedes siempre las mismas tendencias: cómo el niño busca un fin, en el que se sienta libre, descargado de la opresión en que vive. Comprenderemos también el que muchos niños informen sobre fantasías como éstas: tener mucho dinero para adquirir todo lo que deseen. Aquí se ve también el mayor o menor grado de sentimiento de comunidad. En muchas fantasías, los niños quieren comprarlo todo para sí. Otros desean también ser ricos, pero tal vez quieren comprar un palacio a sus padres, hermanos, etc. Éstos tienen interés por los demás. Un tercero quiere darlo todo a los pobres, y un cuarto, suprimir toda la miseria del mundo. Estas fantasías se presentan en niños que han sentido intensamente la tragedia de la falta de dinero; hay otros que, en sus fantasías, quieren ser héroes, derrogar un ejército grande con otro pequeño o hacer prisioneros. Éste es el sueño diurno de un cobarde. Sólo en sus fantasías busca el dominio de su cobardía. El origen y el impulso de estas fantasías es el sentimiento de una debilidad corporal.

Hay fantasías que pretenden lo supraterreno, por ejemplo, el cielo; el paraíso, el país de Jauja, y tienden a conseguir un fin y una mejor situación, que sean tan posibles como las humanas. En estas fantasías, los niños se comportan como si no fuesen hijos de su padres y como si perteneciesen a ellos por casualidad; y, en efecto, veremos más tarde que serán conducidos a una patria rica, a la que propiamente pertenecen. Estas fantasías son variables. Se encuentran a veces algunas que se relacionan con la procedencia de determinadas personas. Las he encontrado ocasionalmente en hijos de empleados de los grandes señores (condes, príncipes, etc.), por ejemplo, hijos de jardineros o cocheros, que creen firmemente que son hijos de este conde o príncipe, y que estos hechos se comprobarán más tarde. Un joven hizo gran ruido en cierta ocasión con una tal fantasía. Creía que no era hijo de su padre y había colocado tanto a éste como a su madre en una situación muy desagradable.

En Viena existía una frecuente fantasía infantil sobre cómo se podía salvar al emperador (por ejemplo, cogiendo de las riendas a los caballos desbocados), y cómo se recibía la recompensa. Ignoro si esta fantasía se ha trasladado y en qué forma al canciller del imperio.

Otra fantasía: salvar de las aguas a una joven de gran belleza o extraordinariamente rica. Es también la línea de un instinto de valorización. Se debe conceder gran importancia a estas fantasías, porque indican fragmentos de la estructura de un estilo de vida.

Por las fantasías, sueños diurnos y recuerdos infantiles podemos comprobar hasta qué punto éste manifiesta el valor de un niño. Les recomiendo a ustedes proponer a los niños preguntas como la siguiente: ¿De qué tengo miedo? Por la respuesta a tales preguntas podrán ustedes comprobar casi siempre su estilo de vida.

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