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CAPÍTULO III

Lo que hemos estudiado hasta aquí se relaciona con dos cuestiones fundamentales: desde cuándo existen las faltas por las cuales podemos conocer que un niño no está bien, preparado para la vida social, y qué particularidades existían en el período anterior a estas faltas.

He demostrado cómo pueden ponerse de manifiesto, en la más tierna infancia una serie de situaciones, que son exteriorización de un grave sentimiento de inferioridad. La cuestión sobre la esencia de este sentimiento ha sido también tratada. El sentimiento de inferioridad no puede ponerse en duda. Se hacen visibles estos hechos sometiendo al niño a un trabajo, y entonces los descubriremos. Mientras no tenga nada que ejecutar, mientras se encuentre en posesión de todo lo que desee, no se manifestará la apreciación que de sí mismo tiene. Ante situaciones análogas, veremos a menudo, claramente, que este niño no se considera capaz para la solución de estos problemas. Poco a poco vemos lo que se oculta en la profundidad de su vida anímica. Sean como fueren las actividades y progresos de los niños, encontraremos siempre en el fondo un movimiento psíquico que queremos comprender. SI un niño comienza la ejecución de su trabajo con la convicción de que lo puede llevar a cabo satisfactoriamente, se manifestará con gran claridad el optimismo que más tarde se hará visible en todas las relaciones de la vida. Hay aquí actividad, fuerza creadora, confianza y seguridad en sus propias facultades, que se exteriorizan y se reflejan en los movimientos y en la expresión. Comprenderemos también que cuando un niño se retrasa, ejecuta lentamente sus movimientos, anda inseguro a su alrededor, duda, acaso se detiene o se intranquiliza, es porque no tiene suficiente confianza en sí mismo. Comprendemos mejor el caso si estudiamos varias situaciones en lugar de una sola, si emprendemos una investigación horizontal para ver cómo esta apreciación de sí mismo se manifiesta en otras circunstancias, transformándose en movimiento, viendo si un niño tiene sentimientos de inferioridad o superioridad al mismo tiempo en varias cosas, si se comporta como un niño con sentimiento de suficiencia o insuficiencia. Intentaremos también establecer una investigación vertical comparando los síntomas actuales con las particularidades del pasado infantil. Tendremos entonces una línea que nos muestra la estructura genética del estilo de vida del niño. Tendremos una posibilidad de investigar, comparar, comprobar, y estaremos seguros, si hemos interpretado justamente, que todos los puntos, todos los modos de expresión concuerdan en el pasado y en el presente, a causa de la unidad estructural de la vida psíquica humana. Haremos preguntas sobre recuerdos antiguos, y cuando los comprendamos y tengamos una corta experiencia de leer en ellos, nos será fácil encontrar otro punto de apoyo que nos descubra todo el sistema del niño y nos proporcione, al mismo tiempo, una medida de la apreciación que de sí mismo tiene. Esta autoapreciación está mecanizada. Sobre la mecanización querría decir todavía alguna palabra. Todas las situaciones primeras en las que el niño se encuentra actúan sobre él y le impelen a tomar ante ellas una posición en la que el niño conserva un fin de superioridad. Esta tendencia constante hacia la elevación de la personalidad se manifestará bajo diferentes formas. Desde el comienzo de la vida de un niño tiene lugar un entrenamiento para que se desarrolle en él un sentimiento consciente o inconsciente de superioridad. Pasado un cierto período de tiempo, se presenta una mecanización de sus movimientos y formas de expresión, conforme a la cual actúa, del mismo modo que cuando niño ha aprendido una poesía de memoria no necesita buscar las palabras; todo está mecanizado, el recitado transcurre por sí mismo, sin necesidad de la conciencia, las palabras se encuentran, por decirlo así, en la punta de la lengua. Un virtuoso del piano que haya estudiado y aprendido de memoria un trozo musical, tampoco necesita pensar en las notas durante la ejecución de la pieza.

Si estudian ustedes la literatura psicológica actual, tropezarán a menudo con una dificultad: la teoría del inconsciente tal como la ha expuesto Eduard Hartman. Los psicoanalistas y las diferentes escuelas psicológicas admiten total o parcialmente que en este inconsciente encontramos las huellas de los instintos (instinto sexual) y siempre bajo la forma que desde el punto de vista cultural designaríamos como mala. Este inconsciente es concebido como lo malo, sobre lo que se encuentra una superestructura cultural, un aparato de control, con la finalidad de una vida mejor, y en el cual se fundamentan la moral y las tendencias sociales. Nosotros, por el contrario, establecemos que el desarrollo del hombre, en virtud de sus medios físicos inapropiados, está bajo el influjo de la sociedad como medio de compensación más importante, con lo cual todos sus instintos que hasta entonces carecían de dirección, una vez que ha conquistado lo bueno, tiende ahora hacia la utilidad general.

El estilo de vida de un niño, así como la apreciación de sí mismo, permanecen invariables, mientras no se presenta el conocimiento de sí mismo. Lo que pretendemos con la educación es despertar este conocimiento. Podría añadir que la comprobación de los hechos no sirve para nada, sino que el conocimiento de sí mismo debe hacerse activamente, de manera que las relaciones estén claras ante nosotros y ante el niño. Recuerdos de esta índole nos demuestran lo que este niño ha presagiado y presentido; más tarde estará en situación de comprenderlo. No he encontrado nunca un niño que no haya comprendido una exposición de su estilo de vida. Quiero mostrarles a ustedes un ejemplo de cómo niños muy pequeños pueden comprender tan claramente su estilo vital, que ellos mismos pueden actuar sobre él. Una niña de dos años baila sobre la mesa, con gran espanto de su madre que grita: Baja, que te vas a caer. La niña sigue bailando tranquilamente. El hermano, que cuenta tres años de edad, grita también viendo la escena: ¡Quédate arriba! La niña bajó en seguida de la mesa. El niño ha comprendido el estilo vital de su hermana. No es, pues, problema hacer comprender a un niño que puede manifestar su sentimiento de potencia ejecutando lo contrario de lo que se le aconseja.

A nosotros nos interesan los fracasos y queremos observar a qué distancia se coloca el niño de su tarea, si presenta voluntad únicamente, y no acción, con lo cual no puede ejecutar trabajo alguno. Es una superstición en la vida humana, que encontramos también en los tratados de psicología, creer que la voluntad sea la señal del comienzo de una acción. Hay aquí un error general; existe una gran diferencia entre voluntad y acción. Podemos asegurar que cuando observamos la voluntad, no acaece en esta fase absolutamente nada. Conocen ustedes a esos niños que ofrecen siempre la buena voluntad como predio de su libertad. No puede presentarse en ellos ninguna modificación. Su estilo de vida está mecanizado y la voluntad tiende a adaptarse al conjunto.

Voy a presentarles a ustedes un caso escolar, en el que todos los datos marchan acordes en un mismo sentido. Debo advertir que para llegar al conocimiento de esta mecanización, tenemos que poseer una serie de hallazgos, de hechos, que han conducido a ella, y que podemos encontrar en los primeros tiempos de la vida de un niño.

Los datos que se nos proporciona no son siempre dignos de crédito, pero cuando rogamos a un niño o a un adulto que eche una ojeada sobre su más tierna infancia, y nos comunique algo de lo que se acuerde, tendremos siempre en nuestra mano un fragmento de su estilo de vida, porque al mirar hacia atrás llegará siempre algo que haya sido para él de la mayor importancia, aunque actualmente le sea incomprensible en su mayor parte. Nuestro punto de apoyo lo forman los hechos que se han grabado en su estilo de vida mecanizado. Se trata aquí de una máquina activa y creadora, que tiene ante sí su propio camino en el cual se puede mover.

Se trata de un joven de trece años que mostraba diversos defectos, que condujeron a su exclusión de la quinta clase primaria. Era el peor escolar y se le pudieron probar diversos latrocinios. Desaparecía a menudo de la escuela y de su casa durante unos días, hasta que volvía solo o custodiado por la policía. Presentaba el cuadro de un niño abandonado, negligente, descuidado, y toda la vecindad estaba convencida de que era incorregible. Se lo llevó a un correccional para ver si mejoraba. En él se encontraba un maestro que había trabajado conmigo y que no se contentó con castigar al joven y dejarlo luego como incorregible. Antes de comenzar, quiso conocer el estilo de vida, la apreciación que de sí mismo tenía el joven. Siguió el camino que nosotros consideramos apropiado. Se dijo: Comience donde comience mi investigación, siempre llegaré al todo. No hay ninguna parte de sus movimientos de expresión que no pueda adaptarse al conjunto. Comenzó con la revisión de los certificados escolares. Se comprobó que el chico había sido bueno en los tres primeros años, y que sólo comenzó a mostrarse malo en la cuarta clase y luego en la quinta.

El maestro se encontraba ahora ante esta otra cuestión: ¿Desde cuándo se han manifestado tan claramente estos errores para que haya resuelto defectuosamente una prueba? Pudo concluir que el niño en la cuarta clase había tenido un maestro distinto del de los tres primeros años. Sabía que tales fracasos sólo se pueden presentar cuando el primer maestro ha sido amistoso y cordial, el segundo severo. El niño confirmó sus suposiciones. Dijo: El maestro de la cuarta clase no me podía soportar. Tenía el sentimiento de que el maestro era culpable. Esto es suficiente para comprender algo. Podrá no ser cierto, pero la sensación actúa como si lo fuese. Es indiferente que un tigre esté realmente ante mi puerta o que yo crea que lo está. No importan los hechos, sino la idea que tenemos de ellos. El maestro pudo deducir de esto que el chico progresa solamente cuando alguien le anima, cuando alguien puede tolerar sus mimos, puesto que él es, en efecto, un niño mimado aunque haya crecido en una familia pobre. Su madre le mimaba y no le dejaba ser independiente, de manera que ante toda tarea, él ponía la condición: ¡Antes debo ser tratado amistosamente! Aquí podemos ver la apreciación que de sí mismo tiene. Cuando alguien dice: Yo hago esto solamente con la condición de... expresa su falta de valor. Sabemos que los niños mimados muestran siempre su cobardía en las condiciones poco favorables.

El maestro siguió interrogando: ¿Qué has hecho con las cosas robadas? Recibió la siguiente respuesta: Como era un mal alumno pensé que si las regalaba a mis compañeros éstos me tratarían más amistosamente. Es éste un motivo muy frecuente de los latrocinios infantiles. Si el niño ha hecho esto para ser tratado más amistosamente, tenemos la misma forma de movimiento, la misma actitud ante la vida; quiere ser tratado así y no tiene otre camino que el robo. Nos damos cuenta de que el niño casi tiene razón y que no ha podido obrar de otra manera. Es un problema sin solución el querer hacerse con amigos y no tener con qué.

Otra pregunta: ¿Por qué te escapabas? Viene una respuesta que esperábamos: Cuando teníamos un trabajo escolar sabía cuál iba a ser el resultado. Siempre he tenido las peores notas. Muchos alumnos no quieren ir a la escuela porque siempre son castigados, reciben una mala nota y después los padres, al enterarse, continúan el castigo en casa. Así decía también nuestro chíco: Y mi padre sabía lo que había hecho, que no había ido a la escuela y solía pegarme. Mi madre, que me tenía mucho cariño, estaba muy triste, lloraba y era muy buena conmigo. En una palabra, quería calor, ser bien tolerado y, por consiguiente, huía de todas las ocasiones en las que parecía imposible lograr su fin. Conocemos algo sobre estas faltas del niño. Cuando a alguna persona le agrada una cosa no se aleja de ella. Ustedes preguntarán: ¿Dónde están las tendencias a la superioridad en este niño? Esto lo sabía perfectamente. Sabía que cuando llegaba a casa, la madre, llena de cuidados, lo recibía con abrazos y besos; ha conseguido que se le mime y se le quiera. Todos sus movimientos se dirigen hacia el mismo fin, a que se le ame. Se comprobó que cuando llegaba a casa reunía la leña, y durante la noche la ponía ante la puerta de su madre. Vemos aquí la misma línea que en otros tiempos cuando robaba y regalaba a otros los frutos de sus robos; aunque parece otra cosa es, sin embargo, otra manifestación de su estilo de vida mecanizado, y todo tiende a un fin: valer algo, ser más de lo que es.

Además de este examen horizontal, debemos hacer otro vertical y preguntar cómo ha llegado este niño hasta el robo y porqué estaba siempre unido a su madre. Nos ayudan dos recuerdos antiguos. Cuenta cómo vió una vez a un hombre que salvó a un corzo de ser ahogado en las aguas desbordadas del Danubio y luego lo llevó a casa. Otro recuerdo: fué testigo una vez de cómo se prendió fuego en un vagón de la estación y cómo la gente se esforzaba en salvar y llevarse a su casa el algodón que constituía la carga del tren. Vemos aquí dos puntos de apoyo entre los cuales han debido suceder muchas cosas, y que muestran que toda la línea en el estilo de vida de este niño tiende a dar forma a la posibilidad de apropiarse de lo ajeno.

Respecto al otro punto de vista sobre cómo se habia unido a su madre, cuenta: Cuando tenía cuatro años me mandó mi padre a comprar un periódico, pero... Esto es suficiente para un psicólogo individual, pues si empieza a hablar del padre e ínterrumpe su discurso con un pero, no puede tratarse más que de un movimiento de exclusión. Yo fuí a casa de mi tío que me llevó a mi madre. En una palabra, tiende hacia su madre.

Todos sus esfuerzos se dirigirán siempre a obtener una situación agradable. Tenemos también que comprobar que en este estilo de vida existe además un sentimiento de inferioridad automatizado. Es un niño que no confía en nada, que siempre busca un apoyo, que no puede estar solo. La madre ha ejercido su primera función perfectamente, ha comunicado al niño el sentimiento del prójimo. Pero esto no basta. Ha debido hacer al niño capaz de relacionarse con los demás, y en primer lugar con el padre. La madre no ha logrado una relación cordial entre el hijo y el padre, porque no quería perderlo, quería facilitarle la vida en todos momentos y siempre ha sido un apoyo para él. Ahora tiene problemas ante sí, que no puede resolver. Sabemos lo que tenemos que hacer; tenemos que ejercer las funciones de la madre y ampliar su sentimiento de comunidad. Vemos claramente la línea de su sentimiento de comunidad. Puede robar, escaparse, no ir a la escuela, siempre hiriendo los sentimientos de los demás. ¿Ven ustedes la falta de valor de su comportamiento? Cede en la lucha porque ha sufrido una represión, espera una mala nota. Su tendencia a la valía personal resaltará en todo momento. No está preparado para la forma social de nuestra vida. Tenemos que ejercer la segunda función de la madre, en unión con la primera. Todo tratamiento pedagógico consiste en desempeñar estas dos funciones de la madre. No hay otro camino.

Al niño le debemos descubrir sus faltas, mostrarle que exige dos cosas de la vida que tal vez se puedan esperar al final de un trabajo, pero no al comienzo, y que es inútil antes de ejecutarlo la pretensión de ser considerado, apreciado y honrado. Estas conexiones las comprenderá el niño si ustedes se las presentan con ejemplos y le hacen ver que por todas partes está cogido entre las mallas de su estilo de vida mecanizado, y que su descorazonamiento está en íntima relación con esta falsa mecanización. En otros casos veremos que la apreciación que de sí mismo tiene el niño mira hacia el exterior, y si lo relacionamos con otras formas de expresión obtendremos un cuadro bastante claro. Cuando ustedes no tengan estos puntos de apoyo, se verán en una situación desagradable; pero la tarea les resultará a ustedes más fácil a medida que adquieran experiencia y profundicen más en el caso. En el apéndice publico un cuestionario, con ayuda del cual se puede comprobar el estilo de vida, el grado de apreciación que de sí mismo tiene un niño.

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