Índice del libro Incitación al socialismo de Gustav Landauer MillPresentación de Chantal López y Omar CortésAdvertencia para la primera edición por Gustav LandauerBiblioteca Virtual Antorcha

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Ha llegado la revolución en forma que yo no había previsto. Ha llegado la guerra, que he previsto; y en ella vi prepararse ya prematura, inconteniblemente, el derrumbe y la revolución.

Hablo con una amargura verdaderamente ilimitada: se evidencia que tuve razón en todo lo esencial que he dicho hace mucho en esta Incitación y en los artículos de mi Sozialist. Quedaba todavía por hacer en Alemania una revolución política; ahora la tenemos, y sólo la incapacidad de los revolucionarios en la edificación de la nueva economía, en primer lugar, y también de la nueva libertad y autodeterminación, podía ser culpable de que llegase una reacción y del afianzamiento de nuevas potencias del privilegio. Que los partidos socialdemócratas marxistas en todas sus tonalidades son ineptos para la práctica política, para la constitución de la humanidad y de sus instituciones populares, para la fundación de un reino del trabajo y de la paz, y al mismo tiempo incapaces de una interpretación teórica de los hechos sociales, lo han demostrado en todas partes, del modo más terrible en la guerra, antes y después de ella, desde Alemania hasta Rusia, desde el entusiasmo guerrero hasta el régimen espiritualmente sofocador del terror, entre los cuales hay parentescos y también la más rara alianza. Pero si es verdad, de lo cual habla alguna noticia y nuestra esperanza que clama trémula por felicidad y milagro, que los bolchevistas rusos han superado en idéntico crecimiento, pero todavía más explosivamente a como lo hacen en Austria Fritz Adler y en Alemania Kurt Eisner, su doctrinarismo teórico y la vacuidad de su práctica; si es verdad que en ellos la federación y la libertad han dominado sobre el centralismo y la organización militar-proletaria de mando, que se han vuelto creadores y que el proletario industrial y profesor de muerte ha sido vencido en ellos por el mujic ruso, por el espíritu de Tolstoi, por un espíritu eterno, eso no habla verdaderamente en pro del marxismo superado en ellos, sino en favor del espíritu celeste de la revolución que, bajo la garra atenazante y la onda aceleradora de la necesidad, separa del hombre, incluso del hombre ruso, lo apagado, y hace brotar en fuente y murmullo lo sagradamente escondido.

El capitalismo, por lo demás, no ha cumplido la amable demanda evolutiva de transformarse lenta y bravamente en socialismo; no ha hecho tampoco el milagro de parir en su tonante derrumbamiento el socialismo. ¿Cómo habría de hacer milagros el principio de lo malo, de la opresión, de la expoliación y de la rutina filistea? El espíritu que, en estos tiempos en que el desorden se convierte en peste maligna, debe ser rebelión, hace milagros; los ha hecho cuando cambió en una noche la estructura del imperio alemán, haciendo de la forma estatal sagrada, inviolable de los profesores alemanes, un episodio pretérito del junker alemán. El derrumbamiento está ahí, la salvación sólo puede traerla el socialismo, que no ha crecido ciertamente como flor natural del capitalismo, sino que está ante la puerta como heredero e hijo pródigo tras el cual se corrompe el cadáver del padre antinatural; el socialismo, que no puede ser aplicado al cuerpo de la sociedad como un traje de fiesta en un punto culminante de la riqueza nacional y de la economía floreciente, sino que debe ser creado en el caos casi de la nada. En la desesperación he incitado al socialismo; en la desesperación he tomado la gran esperanza y la alegre decisión; la desesperación que yo y los que piensan como yo llevábamos en el alma, está como realidad ahí; ojalá no falten a aquellos que deben poner de inmediato manos a la obra de la construcción, esperanza, placer, conocimiento y laboriosidad persistente.

Todo lo que aquí se dice de derrumbamiento, vale por el momento sólo para Alemania y para los pueblos que, de grado o no, han compartido su destino. No es el capitalismo el que ha quebrado como tal su imposibilidad inmanente, como se dice; sinó que el capitalismo ligado a la autocracia y al militarismo de un territorio ha sido arruinado por los capitalismos más liberalmente administrados, militarmente más débiles, pero capitalisticamente más fuertes de otros dominios, en cooperación final con la cólera popular que estalló volcánica en el propio pueblo. No quiero prever nada sobre las formas en que llega la bancarrota de los otros, de los representantes más inteligentes del capitalismo y del imperialismo, y en qué momento. Los motivos sociales, sin los cuales no hay en parte alguna una revolución, existen por doquiera; pero la necesidad de liberación politica, en virtud de la cual solamente la revolución se mueve hacia un objetivo y se convierte en sublevación, es fuerte en diverso grado en cada uno de los países que han tenido sus revoluciones politicas democráticas. Hasta ahí creo ver por lo menos: cuanto más libre es en un país la movilidad politica, cuanto mayor es la capacidad de adaptación de las instituciones de gobierno a la democracia, tanto más tarde y difícilmente llega la revolución, pero tanto más horrible e infecunda será también la pugna cuando, finalmente, la miseria social, la injusticia y la indignidad susciten el fantasma de una revolución y la guerra civil, demasiado efectiva en su secuela, en lugar de avanzar hacia la construcción del socialismo. Los síntomas que se pusieron de relieve primero en Suiza -en asquerosa complicación ciertamente con la guerra, con el comercio de guerra, con el sucedáneo suizo de la guerra y con la corrupción guerrera no suiza- son bastante claros para quienquiera que pueda separar la obra creadora y las crueles salvajadas y convulsiones.

Pues no podía haber más que una revolución politica. Pero la transformación de las instituciones sociales, de las condiciones de la propiedad, de la modalidad económica, no puede venir por el camino de la revolución. Desde abajo sólo puede sacudirse, destruirse, abandonarse; desde arriba, incluso por un gobierno revolucionario, no se puede más que conservar y mandar. El socialismo debe ser construído, debe ser instituido, debe ser organizado con un nuevo espíritu. Ese nuevo espíritu se manifiesta poderoso en la revolución; las marionetas se convierten en hombres; los filisteos oxidados se tornan capaces de conmoción; todo lo que está firme -hasta las opiniones y las negaciones- oscila; de la razón, que por lo demás sólo tiene presente lo propio, nace el pensamiento racional, y millares se sientan y se agitan sin descanso en su habitación y meditan por primera vez en los planes de su vida, en el bien común; todo es accesible a lo bueno; lo increíble, el milagro se acercan al reino de lo posible; en caso contrario, la realidad oculta en nuestras almas, en las figuras y ritmos del arte, en las creencias de la religión, en el ensueño y en el amor, en la danza de los miembros y el fulgor de la mirada, pugna por la realización. Pero el enorme peligro está en que el caos y la imitación se apoderen también de los revolucionarios y los conviertan en filisteos del radicalismo, de la palabra sonora y de la conducta violenta; en que no sepan o no quieran saber que la transformación de la sociedad sólo puede operarse en el amor, en el trabajo, en la calma.

Otra cosa no saben, tampoco, a pesar de todas las experiencias de las pasadas revoluciones. Estas han sido todas gran renovación, refrescamiento, la hora culminante de los pueblos; pero lo que trajeron de perdurable, fué mínimo; fue al fin y al cabo sólo una transformación en las formas del desheredamiento político. La libertad política, la mayoría de edad, el orgullo sincero, la autodeterminación y la ligazón orgánico-corporativa de las masas por el espíritu unificador, las asociaciones de voluntariedad en la vida pública, sólo pueden traerlos la gran nivelación, la justicia en la economía y en la sociedad, el socialismo. En nuestra era, que afirma por espíritu cristiano en la conciencia la igualdad de todos los seres humanos por el origen, la aspiración y el destino, ¿cómo habría de existir una vida pública libre, inspirada por el espíritu que todo lo llena y todo lo mueve de hombres fogosamente progresivos y de mujeres interiormente fuertes, si persiste en alguna forma y disfraz la esclavitud, el desheredamiento y el repudio sociales?

La revolución política, en la que se manifiesta el espíritu en la dominación, en el fuerte imperativo y en la realización decisiva, puede abrir el camino al socialismo, a la transformación de las condiciones de acuerdo con un espíritu renovado. Pero por decretos no se podría, a lo sumo, más que poner en fila a los hombres como parias de Estado en una nueva economía militar; el nuevo espíritu de la justicia debe entrar en acción y debe crearse por sí mismo sus formas de economía; la idea debe abarcar con su vasta visión las exigencias del momento y modelar con mano firme; lo que hasta aquí era ideal se convierte en realización en virtud del trabajo innovador nacido de la revolución.

La necesidad del socialismo existe; el capitalismo se quebranta; no puede continuar; la ficción de que el capital trabaja, se deshace como espuma; lo que atrae a los capitalistas únicamente a su especie de trabajo, al riesgo del caudal y a la dirección y administración de las empresás, el beneficio, no les promete nada. El tiempo de la rentabilidad del capital, el tiempo del interés y de la usura ha pasado; los monstruosos beneficios de guerra fueron su danza macabra; si no queremos sucumbir en nuestra Alemania, si no queremos real y textualmente sucumbir, la salvación sólo puede venir del trabajo, el verdadero trabajo, inspirado, dirigido, organizado por un espíritu sin codicia, fraterno; del trabajo en nuevas formas y liberado del tributo al capital; del trabajo creador incesante de valores, de nuevas realidades, que conquista los productos de la naturaleza para las necesidades humanas y los transforma. El período de la productividad del trabajo despunta; o estamos al fin de todo. Fuerzas naturales conocidas de tiempos inmemoriales o recientemente descubiertas, han sido puestas por la técnica al servicio de la humanidad; cuantos más hombres cultiven la tierra y transformen sus productos, tanto más se nos ofrece; la humanidad puede vivir dignamente y sin preocupaciones, nadie necesita ser esclavo de nadie, ni ser rechazado o desheredado; para nadie se vuelve el medio de vivir, el trabajo, pena y plaga; todos pueden vivir el espíritu, el alma, el juego y el dios. Las revoluciones y su larga, penosa prehistoria nos enseñan que sólo la miseria extrema, sólo el sentimiento de la última hora lleva las masas de los seres humanos a la razón; a la razón, que es en todo tiempo propia de sabios y de niños; ¿qué horrores, qué ruinas, qué miserias, qué plagas, pestes, incendios y horrores del salvajismo no debemos esperar si no llega a los hombres en esta hora del destino la razón, el socialismo, guía del espíritu y sumisión al espíritu?

El capital, que fue hasta aquí disfrutador parasitario y amo, debe convertirse en servidor; sólo un capital puede prestar servicios al trabajo, es la comunidad, la reciprocidad, la igualdad del cambio. ¿Estáis todavía sin iniciativa ante lo natural y lo sumamente accesible, hombres dolientes? ¿Incluso en esta hora de penuria que fue para vosotros en lo político una hora de acción? ¿Seguís siendo los animales confiados al instinto que habéis sido tanto tiempo, idiotizados por el don de la raz6n? ¿No veis todavía las faltas que hay sólo en vuestra vanagloria y en vuestra pereza de corazón y que claman al cielo? Lo que hay que hacer es claro y sencillo; un niño lo entiende; los medios están ahí; el que observa a su alrededor lo sabe. El mandamiento del espíritu, que tiene la dirección de la revolución, sólo puede ayudar por grandes medidas y empresas; ajustaos al espíritu, los pequeños intereses no deben impedirlo. Pero la realización en lo grande y en el todo encuentra montañas de escombros que cayeron por la vileza del respeto a lo habido hasta aquí sobre las condiciones y también sobre el alma de los hombres; un camino está libre, más libre que nunca, la revolución y el derrumbamiento ayudan: ¡a comenzar en lo pequeño y en la voluntariedad, inmediatamente, en todas partes, eres llamado, tú y los tuyos!

De lo contrario tenemos el fin; al capital se le quilarán las rentas, por las circunstancias económicas, por las exigencias del Estado, por los compromisos internacionales; la deuda de un pueblo a los otros pueblos y a sí mismo se exterioriza siempre político-financieramente en deudas. La Francia de la gran Revolución se ha repuesto magníficamente de las deudas del viejo régimen y del propio caos financiero por la gran nivelación que produjo mediante la división de las tierras, y por el placer de trabajo y de empresa que nació de la liberación de las viejas cadenas. Nuestra revolución puede y debe distribuir en gran medida tierras; puede y debe crear un nuevo y renovado campesinado; pero no puede proporcionar al capital, ciertamente, ningún placer de trabajo y de empresa; para los capitalistas, la revolución sólo es el fin de la guerra: bancarrota y ruina. A ellos, a sus industriales y comerciantes, no sólo les falta la renta; les falta y les faltará la materia prima y e] mercado mundial. Y además tenemos el elemento negativo del socialismo y no puede ser extirpado del mundo por nada: la completa aversión, creciente de hora en hora, de los trabajadores, incluso su incapacidad psicológica para continuar alquilándose bajo las condiciones del capitalismo.

El socialismo, pues, debe ser edificado; en medio de la bancarrota, desde estas condiciones de miseria, de crisis, de medidas momentáneas debe ser puesto en funciones. En el día y la hora diré cómo se erige desde la mayor penuria la mayor virtud, cómo con la caída del capitalismo y lo precario se elevan masas humanas vivientes en nuevas corporaciones de trabajo; no me olvidaré de reprochar a aquellos que se tienen hoy más que nunca por los únicos trabajadores, los proletarios de la industria, su limitación, el salvaje estancamiento, la fragosidad y tosquedad de su vida espiritual y sentimental, su falta de responsabilidad y su incapacidad para la organización positivamente económica y para la dirección de empresas; pues absolviendo al hombre de culpa y declarándole creación de las condiciones sociales no se hacen esos productos de la sociedad de otro modo a como son; no hay que edificar el nuevo mundo con las causas de los hombres, sino con ellos mismos. No dejaré de llamar a los empleados del Estado, de las comunas, de las cooperativas y de los grandes establecimientos, a los empleados y directores técnicos y comerciales, a los honrados y a los que aspiran a la renovación entre los muchos empresarios, juristas, oficiales vueltos ahora superfluos en esos papeles; no dejaré de llamarles a la cooperación modesta, leal, celosa, impulsada por el espíritu de comunidad y de originalidad personal (1). Me volveré del modo más enérgico contra la falsificación papelesca de moneda por el Estado, que se llama ahora dinero y también contra la indemnización a la desocupación con ese supuesto dinero, cuando cada cual que sea sano, no importa el oficio que ha desempeñado hasta allí, debe participar en la construcción de la nueva economía, en la salvación ante el mayor peligro, donde hay que edificar y plantar tanto y tan bien como se pueda; recomendaré la utilización de la burocracia militar que ambula ahora sin hacer nada, para conducir a los desocupados del capitalismo a los lugares donde la economía de emergencia, que debe ser una economía salvadora, los necesita; apelaré a la más fuerte energía revolucionaria, que debe abrir la realidad a la salvación y al socialismo. Resumamos de antemano en este lugar solamente: lo que he dicho en la incitación que sigue, y lo que he dicho siempre en mis artículos del Sozialist, que deben considerarse complementos (1909-1915), es que el socialismo es posible y es recomendable en toda forma de la economía y de la técnica: que no está ligado a la gran industria del mercado mundial, que necesita tan poco la técnica industrial y comercial del capitalismo como la concepción de donde ha surgido ese monstruo: que, dado que debe comenzar y la realización del espíritu y de la virtud no llegan nunca de la masa y normalmente, sino sólo como sacrificio de los pocos y floración de los precursores, tiene que despegarse de la infancia desde pequeñas condiciones, desde la pobreza y la alegría de trabajo; que nosotros, en su favor, para nuestra salvación y para el aprendizaje de la justicia y de la comunidad, debemos volver al campo y a una unión de industria-agricultura y artesanado; a lo que nos ha enseñado Pedro Kropotkín acerca de los métodos de cultivo intensivo de la tierra y de la asociación del trabajo, también de la asociación del trabajo intelectual con el manual, en su libro ahora eminentemente importante Campos, fábricas y talleres; a la nueva figura de la cooperativa, del crédito y del dinero: todo eso hay que conservarlo ahora en la hora suprema, puede conservarse con placer creador; la necesidad exige, en voluntariedad, pero bajo la amenaza del hambre, el movimiento y la edificación, sin lo cual estamos perdidos.

Una última palabra todavía, la más seria. Como tenemos que hacer la mayor virtud de la mayor miseria, el naciente socialismo del trabajo eventual, de la crisis y de lo provisorio, así nuestra vergüenza debe convertirse también en honor. Además nos queda el problema de cómo ha de persistir nuestra República socialista, que brota de la derrota y el derrumbamiento, entre pueblos victoriosos, entre reinos que están todavía adscritos al capitalismo. No mendiguemos, no temamos nada, no miremos de soslayo; comportémonos como Job entre los pueblos, como Job que en el dolor iría a la acción; abandonado por dios y el mundo para servir a dios y al mundo. Edifiquemos nuestra sociedad y las instituciones de nuestra sociedad de manera que disfrutemos en nuestro duro trabajo y en nuestra digna vida; una cosa es segura: si nos va bien en la pobreza, si nuestras almas están satisfechas, los pobres y los honestos en todos los demás pueblos, en todos, seguirán nuestro ejemplo. Nada, nada en el mundo tiene la fuerza irresistible de atracción que tiene lo bueno. Habíamos quedado atrás en lo político, fuimos los siervos más presumidos y provocalivos; la desdicha que nos vino de ello con necesidad fatal, nos ha empujado a la rebelión contra nuestros amos, nos ha llevado a la revolución. Así estamos de golpe, con el golpe que se nos ha dado, en la dirección; ¿cómo si no por el ejemplo habríamos de dirigir? El caos eSlá ahí; nueva movilidad y nuevo descubrimiento se nos anuncian; los espíritus despiertan; las almas se elevan a la responsabilidad, las manos a la acción; ojalá llegue el renacimiento por la revolución; ojalá ya que nada necesitamos tanto como hombres nuevos, puros, que se levanten de lo desconocido, de las tinieblas, de lo profundo; ojalá esos renovadores, esos purificadores, esos salvadores no falten a nuestro pueblo; ojalá viva largamente y crezca la revolución y ascienda en los años difíciles y maravillosos a nuevos estudios; ojalá brote hacia los pueblos de su labor, de las nuevas condiciones, de lo eterno profundísimo y de lo incondicionado, el nuevo espíritu creador, que es el que establece nuevas realidades; ojalá nazca de la revolución la religión, religión de la acción, de la vida, del amor, que hace felices, que redime, que supera. ¿Qué hay en la vida? Morimos pronto, morimos todos; no vivimos. Nada vive sino lo que hacemos de nosotros mismos, lo que hicimos con nosotros; la creación vive; la criatura no, sólo el creador. Nada vive más que la acción de las manos honestas y la gestión del espíritu verdaderamente puro.

GUSTAV LANDAUER

Munich, 3 de enero de 1919.




Notas

(1) Dedicamos póstumamente estas palabras a la memoria del director de minas Jokisch, que, alcanzado por el espíritu de la revolución, se ha entregado libremente a la muerte. Puede haber sido un conservador, puede haber creído actuar con su muerte contra el socialismo; lo que él hizo fue obra revolucionaria en el sentido que la revolución despierta lo mejor y más oculto de lo originariamente individual y lo entrega libre y heroicamente a lo eternamente común. Por qué ha entregado su vida lo ha manifestado ese hombre clara y decididamente en el testamento que sigue:

A los mineros de la Alta Silesia: Después de haberme esforzado en vano por enseñaros con palabras, he decidido intentarlo por un hecho. Quiero morir para probaros que las ocupaciones que arrojáis sobre nuestra modesta existencia son peores qUe la muerte. Observadlo bien: sacrifico mi vida para enseñaros que pedís lo imposible. Las enseñanzas que os grito desde la tumba dicen: No maltratéis ni expulséis a vuestros empleados. Los necesitáis y no encontraréis otros que estén dispuestos a trabajar con locos. Los necesitáis porque no podéis llevar adelante sin directores el establecimiento. Si faltan los directores el establecimiento sucumbe y tendréis que morir de hambre. Con vosotros vuestras mujeres, vuestros hijos y centenares de millares de ciudadanos inocentes. La advertencia urgente que os dirijo os exhorta al trabajo intenso. Sólo si trabajáis más que antes de la guerra y sois más modestos en vuestras exigencias, podréis contar con la afluencia de medios de vida y con precios soportables. Como he ido a la muerte por vosotros, proteged a mi mujer y a mis queridos hijos y ayudadles si caen en la penuria por vuestra locura.

Jokisch

Borsigwerk, 11 de enero de 1919.

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