Índice de Anarquismo de Miguel Gimenez IgualadaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CLIMA ANÁRQUICO

¡Cómo quisiera que de mi pluma, como de fuente mágica, brotaran palabras limpias y cristalinas para tejer con ellas, al poder engarzarlas con gracia, pensamientos que por su frescor y por su fragancia alegraran a quienes me leyesen! ¡Cómo quisiera poder dar suelta, como del palomar a alegres y blancas palomas, a virginales sentimientos que llegasen suavemente y dulcemente a los corazones de mis hermanos los hombres para que, arrullándose por encontrar en ellos ambiente grato, hicieran allí un tibio nido! ¡Cómo quisiera poder emplear lenguaje nuevo, tan acariciador como bello, tan suave como luminoso, lenguaje, ay de mí, que todavía no tengo, que aún no he creado, aunque lo siento en mí, pero del cual no poseo la bella forma, para expresar con él mis más íntimos sueños de armonía y mis más vehementes anhelos de concordia! Y quisiera pronunciar nuevas palabras que tuvieran nuevos sones de dulzura, siendo como nueva música cordial, ahora que los lenguajes duros y punzantes y filosos hieren como puñales, porque sé que la bondad es el más claro signo de la hombría y porque mi experiencia me dice que sin ella no será posible crear nunca jamás una vida armoniosa.

¡Pobres de los poetas que se educan en medio del ruido de las armas!, me digo en mi corazón cuando escucho o leo himnos a la violencia o panegíricos de personajes aureolados con resplandores de siniestros fuegos de feroces batallas. Y como los anarquistas deben ser los poetas no sólo de la vida hermosamente libre, sino de la vida bellamente armoniosa, ¡pobres de los que llamándose anarquistas viven a gusto en medio de los estruendos de la guerra, porque ellos no podrán crear jamás el clima humano, que es clima de dulzura!, me repito con enorme tristeza.

Nada de lo que la guerra construye se perpetúa; todo cuanto crea el pensamiento quiere volar hacia la eternidad. A pesar de los siglos trascurridos, todavía se elevan al aire los descarnados muñones del Parthenón; pero se prolongan más en el tiempo, como si quisieran perpetuarse en las conciencias de los hombres, propagándose a través de los milenios, las filosofías de Zenón y de Diógenes. Entiéndase, por tanto, construir con solidez, dar tal fuerza y maestría a nuestro pensamiento, que, aun sin proponérnoslo, penetre en el futuro como un valor que el tiempo no destruya.

Pero cuando se desea que el pensamiento crezca en altura y en profundidad, preciso es que se desarrolle con firmeza, la que ha de transmitirse a la palabra. Y no puede ser firme el pensamiento que no lleva en sí gérmenes de eternidad, y no podrá clavarse como hito en el futuro el que no alumbre el camino de la humanidad. Por ser pequeñas las visiones de grupo, de tribu, de secta, de partido o de sindicato, no pueden ser nunca grandes ni eternos los pensamientos que en ellos vivan, pues los pensamientos cósmicos necesitan el cosmos para germinar.

Hay hombres que son como esas cajas de música que zarandean de un lado para otro los mendigos callejeros: carecen de armonías, disuenan, no tienen sones puros, necesitando que alguien le dé a su manivela para que carraspeen sus estridentes notas, y ésos, pobrecitos, alejados de la vida poética, que es tanto como estar alejados de la vida sana, riente y armoniosa, aunque se llamen músicos, ni podrán crear nunca el clima musical, ni tampoco el clima de la hombría, donde un día vivirán armoniosamente las criaturas.

Para crear el clima poético es necesario que en el individuo existan en potencia ansias y anhelos de bellas armonías; para crear el clima humano es imprescindible que el individuo haya reunido en sí potencias humanas, poseyendo, a más de una rica vida interior, un inagotable tesoro de virtudes; para crear el clima anárquico, clima de libertad consciente y armoniosa, es forzoso que el creador lleve en el corazón sentimientos tan nuevos que nadie se haya estremecido jamás a su contacto y en su cerebro pensamientos tan limpios que nadie los haya desflorado ni aun en sus más bellos y puros sueños.

Cuando se siente lo virginal y puro brotar del cerebro y manar del corazón, porque es del corazón de donde mana la alegría que lleva a nuestros labios risa sana y jugosa, y es nuestro cerebro el que busca el cauterio para los desconsuelos; cuando en nosotros hay riqueza de luz y de ternuras, es que nos hallamos capacitados para crear el bien mullido lecho en donde han de germinar las simientes de bondad que han de hacernos agradable el vivir, es que nos hallamos en condiciones de crear el ambiente propicio a la libertad y a la armonía entre las cuales ha de convivir, con nosotros, nuestra familia. Y en ese ambiente nuevo, en el que ha de ser posible tener nuevos sueños, y nuevas alegrías y nueva vida que enguirnaldaremos con nuevas ilusiones y nuevas realidades, emplearemos un nuevo lenguaje, pues si no creásemos nuevas palabras, daremos a las viejas nuevo son de dulzura. Pero las crearemos, porque al crear el conjunto de agradables condiciones en que ha de desarrollarse la criatura humana, necesitamos crear no tan sólo nuevos afectos, y nuevos matices de ternuras y de alegrías, y nuevas realidades de tolerancia y nuevos goces que nos proporcionarán nuevos amores, sino nuevas palabras y nuevos giros con los que expresemos nuestras nuevas alegrías del vivir armonioso y excelso, humano y anárquico.

¿Y dónde, dónde será posible que hagamos esas creaciones si no las ensayamos primero en el hogar, sitio de recogimiento en donde vivimos con la compañera criando a los hijos envueltos en caricias? ¿Y dónde, dónde podremos hacer ensayos de bondad si no los hacemos en el taller de nuestras experiencias, en nuestra casa, convertida por nuestra voluntad, tanto en laboratorio de virtudes como en tibio y perfumado nido?

Los que hablan despectivamente de torres de marfil no saben lo que dicen. Cada casa nuestra, cada hogar nuestro, donde, sembradas y cultivadas por nosotros, deben crecer y florecer maravillosas plantas del bien, debe ser, será, es preciso que sea, no sólo torre de marfil, sino de transparente y purísimo cristal que adornaremos con la más variada y rica pedrería de nuestros amores para que todo en ella sea y esté como nosotros queremos ser siempre y estar: relimpio y refúlgido. Nuestra casa, nuestro hogar, nuestro nido, nuestro rincón de amores será la más hermosa torre de marfil con que no pudieron soñar ni los que, artistas del ensueño, se atrevieron a crear en su fantasía los más bellos mundos de ilusiones, porque en el hogar anárquico, aunque sea choza, vivirán en perfecta hermandad la alegría y el respeto, la libertad y el amor, que son las más preciadas gemas de la felicidad, criándose en él los hijos con más mimo y cuidado con que el avaro cuida sus tesoros, porque en nuestras torres de marfil, que han de ser a la vez taller de lapidario y vergel, aislados de la brutalidad de este mundo feroz y caótico, han de criarse verdaderas joyas de humanidad. Sí, sí, verdaderas joyas de humanidad, verdaderas criaturas humanas, verdaderas unidades de valor que, empenachadas con todos los atributos de la hombría, den brillo, realce y esplendor al mundo; verdaderos hombres que perfeccionen los laboratorios del amor instalados en sus torres de madil y de cristal, creando en ellos el ambiente de dulzura y tolerancia en que ha de vivir la humanidad futura, la humanidad de mañana, que sólo será humanidad si empezamos hoy a crearla en nosotros, en nuestra casa, con nuestra madre, con nuestra compañera, con nuestros hijos.

Lo mejor de la vida humana, tolerancias. estímulos, alegrías, no fue regalo de los dioses, sino creación lenta y fatigosa de los mejores ejemplares humanos, los de más recia hombría, que trabajaron, sin cansancio, los laboratorios instalados en sus torres de marfil; lo mejor de la vida humana, pensamientos nobles, sentimientos fraternos y acciones de concordia, no fue tampoco dádiva social, que la sociedad reparte menos de lo que le regalan las unidades, ya que vive a expensas de ellas; lo mejor de la vida humana, fervorosos deseos de bienestar y paz, ansias de armonía, anhelos de fraternidad y de vivir amoroso, se crearon, primero, como ideal, en el sagrario interior de la conciencia, que a su vez necesita de la paz hogareña para forjarlo, de la apartada y sosegada torre de marfil donde crearlo. De la conciencia, el deseo armonioso baja a los labios convertido en palabra amorosa y a las manos trocándose en caricia, y después, lleno el hogar de amores y armonías, porque sus habitantes se esforzaron en hacer bellas sus existencias, aquéllos se derraman a la calle, haciendo posible que el ambiente de belleza en que se desarrolló el amor gane las otras viviendas, que así ocurrió, aunque con extremada lentitud, en el curso de los siglos; y así es fuerza que ocurra, debiendo acelerarlo nosotros para que se multipliquen las torres de marfil donde las criaturas crezcan en alegría y los amores hagan agradables las existencias.

Hasta hoy todos hicieron, todos -en escasísimo número se contaron las excepciones, por lo cual fue tan lenta la ascensión hacia lo humano-, blocaos y casamatas de sus viviendas, desde donde dispararon venablos contra el mundo entero. Despreciaron las torres de marfil y de cristal, temerosos de que les vieran los demás vegetar, y se encerraron en oscuras cuevas. Y así como donde hay aire y sol y se recrea la vista en bellos horizontes de libertad, nace y crece la risa, que es gorjeo humano, en las cuevas-viviendas, en los blocaos y en las casamatas, donde se vive siempre en temor y en acecho, germinó el odio, que no supo ni pudo saber hacer nunca a nadie el generoso obsequio de una sonrisa ni el regalo de una palabra dulce, porque al guerrero le está prohibido sonreir y amar. Y en las cuevas-cuartel-fortaleza, donde reinó como amo y señor de voluntades, no pudo crearse el ambiente propicio para que naciese, creciese y se multiplicase el hombre, no pudo darse el clima anárquico, que es sueño de amor y práctica del bien.

En las cuevas-cuartel-fortaleza -no hogar, no nido humano, no torre de marfil, donde se crea belleza viviendo en amor-; en las cuevas-cuartel-fortaleza, repito, no se doman pasiones ni se descuajan odios, sino que se acrecientan rencores y se afinan fierezas, siendo cada individuo enemigo de todos, por lo cual más se parecen sus habitantes a jauría o manada que a seres humanos. Así, este ambiente de recelo y de rencor, creado por el miedo -el único verdaderamente valeroso es el que regala amores al mundo-, al crecer se torna campo propicio a todos los odios que engendran, a poco andar, todas las bárbaras demasías, todos los despotismos, todas las tiranías, riéndose con estridentes carcajadas de todo lo noble y virtuoso, de todo lo delicado y exquisito, de todo lo amoroso y excelso, de todo aquello, en fin, por lo que el hombre es hombre.

Es, pues, necesario, imprescindible, que el anarquista -el hombre bueno y magnífico- cree su clima de amable convivencia, en el que vivirá a gusto la familia, para crear más tarde el ambiente fecundo de libertad y armonía en donde ha de vivir en concordia la familia anarquista. Y esto sin miedo a las risas de los que se hallan incapacitados para amar. Esto, con amor, como el que sabe que va a llevar a cabo no una obra humana sino la gran obra de humanidad.

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