Índice de Gorgias o de la retórica de PlatónAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha
III

SÓCRATES. - Sería portarse muy mal contigo, querido mío, si habiendo venido a Atenas, punto de la Hélade donde hay más libertad de hablar, fueras tú el único a quien se le privara de este derecho. Pero ponte en mi lugar. Si tú discurres anchamente y rehusas responder con precisión a lo que se te propone, ¿no tendré yo motivo a mi vez para quejarme, si no me fuera permitido marcharme y dejar de escucharte? Por lo tanto, si te interesa la disputa precedente y quieres hacer rectificaciones, toca de nuevo, como te he dicho, el punto que te agrade, interrogando y respondiendo a tu vez, como hemos hecho Gorgias y yo, combatiendo mis razones y permitiéndome combatir las tuyas. Sin duda tú te supones sabedor de las mismas cosas que Gorgias. ¿No es así?

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Por consiguiente te entregas a cualquiera que desea interrogarte sobre un objeto, el que sea, y estás dispuesto a satisfacerle?

POLO. - Seguramente.

SÓCRATES. - Pues bien; escoge de las dos cosas la que más te agrade, interrogar o responder.

POLO. - Acepto la proposición. Respóndeme Sócrates, puesto que Gorgias se muestra embarazado para explicar qué es la retórica, dinos lo que piensas de ella.

SÓCRATES. - ¿Me preguntas qué clase de arte es en mi opinión?

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - A decir verdad, Polo, no la considero un arte.

POLO. - ¿Entonces?

SÓCRATES. - Considero que es una cosa que tú mismo te jactas de haber reducido a arte, en un escrito que hace poco he leído.

POLO. - ¿Pero qué cosa?

SÓCRATES. - Una especie de rutina.

POLO. - ¿Luego a tu juicio la retórica es una rutina?

SÓCRATES. - Sí, a no ser que pienses de otro modo.

POLO. - ¿Y cuál es el objeto de esta rutina?

SÓCRATES. - Procurar el recreo y el placer.

POLO. - ¿No crees que la retórica es una cosa bella, puesto que capacita para agradar a los hombres?

SÓCRATES. - Pero, Polo ¿te expliqué qué es la retórica para que vengas después a preguntarme, como lo haces, si la considero bella?

POLO. - ¿No te oí decir que es una especie de rutina?

SÓCRATES. - Puesto que tanto mérito tiene a tus ojos causar placer, ¿querrías proporcionarme a mí uno, aunque sea pequeño?

POLO. - Con gusto.

SÓCRATES. - Pregúntame por un momento si considero la cocina como un arte.

POLO. - Estoy de acuerdo. ¿Qué arte es la cocina?

SÓCRATES. - No es arte, Polo.

POLO. - ¿Qué es? Dilo.

SÓCRATES. - Voy a decírtelo. Es una especie de rutina.

POLO. - ¿Cuál es su objeto?

SÓCRATES. - El siguiente, mi querido Polo, procurar el bienestar y el placer.

POLO. - ¿La cocina y la retórica son lo mismo?

SÓCRATES. - Nada de eso; pero ambas forman parte de la misma profesión.

POLO. - ¿De qué profesión, quieres decirlo?

SÓCRATES. - Temo que sea una grosería decir lo que es, y no me atrevo a hacerlo por Gorgias, pues me da miedo que se imagine que quiero poner en ridículo su profesión. Yo ignoro si la retórica que Gorgias profesa, es la que yo imagino, sobre todo porque la precedente disputa no ha dejado ver claramente lo que piensa. En cuanto a lo que yo llamo retórica, es parte de cierta cosa que no tiene nada de bella.

GORGIAS. - ¿De qué cosa, Sócrates? Habla y no temas que me ofenda.

SÓCRATES. - Me parece, Gorgias, que es cierta profesión en la que el arte no entra para nada, pero que supone en el alma tacto, audacia y grandes disposiciones naturales para conversar con los hombres. Yo llamo adulación al género en que ella está comprendida; género que me parece está dividido en no sé cuántas partes, una de las cuales es la cocina. Se cree comúnmente que es un arte, pero a mi parecer no lo es; sólo es una costumbre, una rutina. Cuento también entre las partes de la adulación a la retórica, así tomo el orador y el arte del sofista; y atribuyo a estas cuatro partes cuatro objetos diferentes. Ahora, si Polo quiere interrogarme, que lo haga, pues aún no le he explicado qué parte de la adulación es, en mi juicio, la retórica. No se hace cargo de que no he acabado de responder, y como si hubiera concluido, me pregunta si considero bella a la retórica. Yo no le diré si la tengo por bella o por fea mientras no le haya dicho lo que es. Ni estaría en el orden otra cosa, Polo. Pregúntame, pues, si quieres saber qué parte de la adulación digo que es la retórica.

POLO. - Sea así. Te lo pregunto, ¿qué parte es?

SÓCRATES. - ¿Comprenderás mi respuesta? La retórica es, en mi opinión, el remedio de una parte de la política.

POLO. - Y bien, repito, ¿es bella o fea?

SÓCRATES. - Digo que es fea, porque ya que es preciso responderte como si comprendieras ya mi pensamiento, te diré que llamo feo a todo lo que es malo.

GORGIAS. - ¡Por Zeus, Sócrates! Ni yo mismo entiendo lo que quieres decir.

SÓCRATES. - No me parece extraño, Gorgias, puesto que no he explicado mi pensamiento. Pero Polo es joven y ardiente.

GORGIAS. - Déjale, y explícame en qué sentido dices que la retórica es el remedo o imitación de una parte de la política.

SÓCRATES. - Voy a hacer una tentativa para explicarte sobre este punto mi pensamiento. Si no es como yo digo, Polo me refutará. ¿No hay una sustancia a la que llamas cuerpo y otra a la que llamas alma?

GORGIAS. - Sin duda.

SÓCRATES. - ¿No crees que hay una buena constitución respecto de una y de otra sustancia?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - ¿No reconoces también, respecto de las mismas, una constitución que parece buena y otra que no lo es? Me explicaré. Muchos, al parecer, tienen el cuerpo bien constituido, y el que no es ni médico ni maestro de gimnasia no nota fácilmente que está mal constituido.

GORGIAS. - Tienes razón.

SÓCRATES. - Digo, pues, que hay en el cuerpo y en el alma un no sé qué, que hace que uno juzgue que ambos están en buen estado, aunque realmente no lo estén.

GORGIAS. - Es cierto.

SÓCRATES. - Veamos si puedo hacerte entender con mayor claridad lo que quiero decir. Digo que hay dos artes que responden a estas dos sustancias: el que corresponde al alma y le llamo política; y respecto al otro, que mira al cuerpo, no puedo designarle con un solo nombre y aunque la cultura del cuerpo sea una, yo la divido en dos partes, que son la gimnasia y la medicina. Y dividiendo igualmente la política en dos, pongo la parte legislativa frente a la gimnasia, y la parte judicial frente a la medicina; porque de un lado, la gimnasia y la medicina y, de otro, la parte legislativa y la judicial tienen mucha relación entre sí, pues recaen y se ejercen sobre el mismo objeto. Sin embargo, difieren en algo la una de la otra. La adulación conoció que estas cuatro artes son como he dicho, y que tienen siempre por objeto el mejor estado posible del cuerpo las unas, del alma las otras; y lo conoció, no mediante conocimiento, sino a manera de conjetura; y habiéndose dividido en cuatro, se ha insinuado en cada una de estas artes, pretendiendo ser el arte en cuyo seno se ha deslizado. La adulación se cuida muy poco del bien, y mirando sólo el placer, envuelve en sus redes a los insensatos, y los engaña; de suerte que la consideran de gran valor. La cocina o el arte culinario se ha deslizado a la sombra de la medicina, atribuyéndose el discernimiento de los alimentos más saludables al cuerpo. De manera que si el médico y el cocinero disputasen delante de niños y de hombres tan poco razonables como los niños, para saber quién de los dos, el cocinero o el médico, conoce mejor las cualidades buenas o malas de los alimentos, indudablemente el médico se moriría de hambre. A eso lo llamo adulación, y lo que digo que es vergonzoso, Polo (a ti es a quien me dirijo), puesto que sólo se cuida de lo agradable, despreciando lo mejor. Añado que no es un arte, sino una rutina, sobre todo porque no tiene ningún principio cierto tocante a la naturaleza de las cosas que ella propone, y que pueda servirla de guía; de suerte que no da razón de nada. Y a lo que está desprovisto de razón, no lo llamo arte. Si te atreves a negar esto, estoy dispuesto a responderte. La adulación, en cuanto a alimentos, se oculta bajo la medicina, como ya he dicho. A la sombra de la gimnasia se desliza igualmente el tocador, práctica falaz, engañosa, noble y cobarde, que para seducir emplea las farsas de los colores, el refinamiento y los adornos, de manera que sustituye con el gusto de una belleza prestada al de la belleza natural que produce la gimnasia. Para no extenderme más, te diré como los geómetras, (quizá me comprenderás así mejor), que lo que el tocador es a la gimnasia, es la cocina a la medicina; o mejor, que lo que el tocador es a la gimnasia es la sofística a la parte legislativa, y lo que la cocina es a la medicina es la retórica al arte judicial. La diferencia que la naturaleza ha puesto entre estas cosas es como acabo de explicarla; pero por su afinidad, los sofistas y los oradores se confunden con los legisladores y los jueces, y se consagran a los mismos objetos, de donde resulta que ni ellos mismos saben exactamente cuál es su profesión, ni los demás saben para qué son buenos tales hombres. Si el alma no mandara al cuerpo y el cuerpo se gobernara solo, y si el alma no analizara por sí misma y no pudiera distinguir la diferencia de la cocina y de la medicina, sino que el cuerpo fuera el juez único, y los estimase por el placer que le causaran, nada más natural ni más común, mi querido Polo, que lo que dice Anaxágoras (y tú lo sabes muy bien) todas las cosas estarían confundidas y mezcladas, y no se podría distinguir ni los alimentos sanos de los nocivos, ni los que prescribe el médico de los que prepara el cocinero. Ya sabes el juicio que me merece la retórica; es con relación al alma lo que la cocina con relación al cuerpo. Quizá ha sido una inconsecuencia de mi parte haber pronunciado discurso tan largo después de habértelos prohibido a ti; pero merezco excusa porque cuando me expliqué con pocas palabras, no me comprendiste, y no sabías qué partido tomar con mis respuestas; en una palabra, necesitabas que explicara más mis ideas. Cuando respondas, si yo me encuentro en el mismo embarazo respecto a tus respuestas, te permitiré extenderte a tu vez. Pero en tanto que pueda yo sacar partido de ellas, déjame obrar porque nada es más justo. Y ahora, si esta respuesta te da alguna ventaja sobre mí, aprovéchala.

POLO. - ¿Qué dices? ¿La retórica es, según tú, lo mismo que la adulación?

SÓCRATES. - Sólo digo que era parte de ella. ¡Ah, Polo! ¿A tu edad eres flaco de memoria? ¿Qué será cuando seas viejo?

POLO. - ¿Imaginas que en las ciudades se considera a los oradores famosos, viles aduladores?

SÓCRATES. - ¿Me haces una pregunta o comienza un razonamiento?

POLO. - Es una pregunta.

SÓCRATES. - Pues bien, me parece que ni aun se les mira.

POLO. - ¡Cómo! ¿No se les mira? ¿No son, de todos los ciudadanos, los que ejercen un poder más grande?

SÓCRATES. - No, si entiendes que el poder es un bien para el que lo tiene.

POLO. - Así lo entiendo.

SÓCRATES. - Entonces digo que los oradores son los ciudadanos con menos autoridad.

POLO. - ¡Pues qué! ¿Igual que los tiranos no hacen morir al que quieren? ¿No los despojan de sus bienes y no destierran de las ciudades a los que les parece?

SÓCRATES. - ¡Por el cielo! Me pregunto, Polo, si las cosas que dices lo haces por tu cuenta, y si me expones tu manera de pensar o me exiges que explique la mía.

POLO. - Exijo la tuya.

SÓCRATES. - En hora buena, querido amigo. ¿Por qué entonces me haces dos preguntas a la vez?

POLO. - ¿Cómo dos preguntas?

SÓCRATES. - ¿No me decías antes que los oradores, igual que los tiranos, condenan a muerte a los que quieren, los despojan de sus bienes, y los arrojan de las ciudades cuando les place?

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - Pues bien, te digo que son dos preguntas y voy a contestarlas. Sostengo, Polo, que los oradores y los tiranos tienen muy poco poder en las ciudades, como dije antes; y que no hacen casi nada de lo que quieren, aunque hagan lo que les parece lo más benéfico.

POLO. - ¿Y eso no es tener un gran poder?

SÓCRATES. - No, según lo que pretendes, Polo.

POLO. - ¿Yo pretendo eso? Precisamente es todo lo contrario.

SÓCRATES. - Tú lo pretendes, te digo. ¿No has confesado que un gran poder es un bien para aquel que le posee?

POLO. - Y lo sostengo.

SÓCRATES. - ¿Crees que sea un bien para alguien hacer lo que estime más ventajoso, cuando está privado de buen sentido? ¿Llamas a esto tener un gran poder?

POLO. - De ninguna manera.

SÓCRATES. - Pruébame que los oradores tienen buen sentido, y que la retórica es un arte y no una adulación; y entonces me habrás refutado. Pero en tanto que no hagas esto, será siempre cierto que no es un bien para los oradores ni para los tiranos hacer en las ciudades lo que les agrade. El poder es a la verdad un bien, como tú dices; pero aceptas que hacer lo que se juzgue oportuno, cuando se está desprovisto de buen sentido, es un mal. ¿No es cierto?

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Cómo, pues, los oradores y los tiranos habrán de tener gran poder en las ciudades a menos que Polo obligue a Sócrates a confesar que ellos hacen lo que quieren?

POLO. - ¡Qué, hombre!

SÓCRATES. - Digo que no hacen lo que quieren; refútame.

POLO. - ¿No acabas de conceder que hacen lo que creen más ventajoso para ellos?

SÓCRATES. - Así es.

POLO. - Luego que ellos hacen lo que quieren.

SÓCRATES. - Lo niego.

POLO. - ¡Qué! Cuando hacen lo que juzgan oportuno, ¿no hacen lo que quieren?

SÓCRATES. - Sin duda que no.

POLO. - En verdad, Sócrates, sientes cosas insostenibles y que producen compasión.

SÓCRATES. - No me condenes tan pronto, encantador Polo, para usar tu lenguaje. Y si tienes alguna pregunta que hacerme, pruébame que me engaño; y si no, respóndeme.

POLO. - Acepto responderte, con el fin de aclarar lo que acabas de decir.

SÓCRATES. - ¡Estimas que los hombres quieren las mismas acciones que hacen habitualmente, o quieren la cosa en vista de la que hacen estas acciones? Por ejemplo, los que toman una bebida de mano del médico, ¿quieren, a juicio tuyo, lo que hacen, es decir, tragar la bebida y sentir dolor? ¿O quieren más bien la salud y por eso toman la medicina?

POLO. - Es evidente que quieren la salud y por eso toman la medicina.

SÓCRATES. - En igual forma, los que navegan y trafican en el mar, no quieren lo que hacen diariamente, porque, ¿quién es el hombre que quiere navegar exponiéndose a mil peligros y a mil dificultades? Lo que quieren, a mi parecer, es aquello por lo que se embarcan, que es la riqueza. Las riquezas, en efecto, son el objeto de estos viajes por la mar.

POLO. - Estoy de acuerdo.

SÓCRATES. - ¿No sucede lo mismo con relación a todo lo demás? De manera que el que hace una cosa en vista de otra, no quiere la cosa misma que hace, sino aquélla en vista de la que la hace.

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Hay algo en el mundo que no sea bueno o malo, o que, estando en medio de lo bueno y de lo malo no sea ni lo uno ni lo otro?

POLO. - No puede ser de otra manera, Sócrates.

SÓCRATES. - ¿Entre las cosas buenas no pones la sabiduría, la salud, la riqueza, y todas las que son semejantes a éstas, así como entre las malas las que son contrarias a ellas?

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Y no entiendes que no son ni buenas ni malas aquellas que participan del bien como del mal, como ni del uno ni del otro? Por ejemplo, estar sentado, caminar, correr, navegar, y también las piedras, las maderas y las demás cosas de esta naturaleza; ¿no es esto lo que consideras que no es ni bueno ni malo, o es otra cosa distinta?

POLO. - No, es eso mismo.

SÓCRATES. - Cuando los hombres hacen estas cosas indiferentes, ¿las hacen en vista de las buenas o hacen las buenas en vista de las indiferentes?

POLO. - Hacen las indiferentes en vista de las buenas.

SÓCRATES. - Es, por consiguiente, siempre el bien al que nos dirigimos. Cuando caminamos, es con la idea de que nos será ventajoso; y en vista de este mismo bien nos detenemos cuando lo hacemos. ¿No es así?

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - Si uno hace que a otro se le quite la vida, se le destierre, o se le prive de sus bienes, se verá inclinado a cometer estas acciones en la persuasión de ser lo mejor que pueda. ¿No es cierto?

POLO. - Seguramente.

SÓCRATES. - Lo que se hace en este sentido, se hace en vista del bien que se hace.

POLO. - Convengo en ello.

SÓCRATES. - ¿No hemos convenido en que no se quiere la cosa que se hace en vista de otra, sino de aquella en cuya vista se hace?

POLO. - Sin duda.

SÓCRATES. - Así, pues, no se quiere simplemente matar a alguno, desterrarle de la ciudad, ni privarle de sus bienes; sino que si esto es ventajoso, se quiere; y si es dañino, no se quiere. Porque, como tú mismo confiesas, se quieren las cosas que son buenas; y no se quieren a las que no son ni buenas ni malas, ni a las que son malas. ¿Te parece o no cierto esto que digo, Polo? ¿Por qué no respondes?

POLO. - Me parece cierto.

SÓCRATES. - Puesto que estamos de acuerdo en este punto, cuando un tirano o un orador hace morir a alguno, le condena a destierro o a la pérdida de sus bienes, creyendo que es lo más ventajoso para él mismo, aunque realmente sea lo más malo, hace entonces lo que juzga oportuno. ¿No es así?

POLO. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Hace por esto lo que quiere, si es cierto que lo que hace es malo? ¿Qué respondes a esto?

POLO. - Me parece que no hace lo que quiere.

SÓCRATES. - ¿Puede semejante hombre tener gran poder en su ciudad si, según tu confesión, es un bien el estar revestido de un gran poder?

POLO. - No puede ser.

SÓCRATES. - Por consiguiente, tenía razón al decir que es posible que un hombre haga en una ciudad lo que juzgue oportuno sin gozar, sin embargo, de un grande poder, ni hacer lo que quiere.

POLO. - No parece sino que tú mismo, Sócrates, no preferirías tener la libertad de hacer en la ciudad todo lo que quieras que no tenerla; y como si, cuando ves alguno que hace morir al que juzga conveniente o hace que lo despojen de sus bienes, o que le echen cadenas, tú no le tuvieras envidia.

SÓCRATES. - ¿Supones que en esto obra justa o injustamente?

POLO. - De cualquier manera que obre, ¿no es siempre una cosa digna de envidia?

SÓCRATES. - No hables así, Polo.

POLO. - ¿Por qué?

SÓCRATES. - Porque no debe tenerse envidia a aquellos cuya suerte no puede ser deseada ni aun por los desgraciados; antes bien debe tenérseles compasión.

POLO. - ¡Qué! ¿Juzgas de tal modo la condición de las personas de que hablo?

SÓCRATES. - ¿Qué otra idea podría tener de ellas?

POLO. - ¿Consideras como desgraciado y digno de compasión a quien hace morir a otro, porque lo juzga oportuno, y hasta cuando lo condena a muerte justamente?

SÓCRATES. - Nada de eso; pero tampoco en este caso me parece digno de envidia.

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