Índice de Gorgias o de la retórica de PlatónAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha
II

SÓCRATES. - Responde, pues, Gorgias; puesto que piensas lo mismo.

GORGIAS. - Hablo, Sócrates, de la persuasión que se procura en los tribunales y las demás asambleas públicas, como dije antes, y que versa sobre las cosas justas e injustas.

SÓCRATES. -Sospechaba que, en efecto, tenías en cuenta esta persuasión y estos objetos, Gorgias; pero no he querido decir nada para que no puedas sorprenderte, si en el curso de la discusión te interrogo acerca de cosas que parecen evidentes. No es por ti, ya lo he dicho, por lo que obro de esa manera, sino a causa de la discusión, para que marche como es debido, y con el fin de que no contraigamos el hábito de prevenir y adivinar por meras conjeturas nuestros recíprocos pensamientos; así acaba, como gustes, tus razonamientos, según los principios que tú mismo hayas sentado.

GORGIAS. - Nada, Sócrates, a mi parecer, más sensato que tal conducta.

SÓCRATES. - Continuemos, y examinemos lo siguiente: ¿Admites lo que se llama saber?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Y lo que se llama creer?

GORGIAS. - Lo admito.

SÓCRATES. - ¿Te parece que saber y creer, la ciencia y la creencia son la misma cosa o dos cosas diferentes?

GORGIAS. - Pienso, Sócrates, que son dos cosas di,ferentes.

SÓCRATES. - Piensas bien, y de ello te daré una prueba. Si se te dijera: Gorgias, hay una creencia falsa y una creencia verdadera; sin dudar convendrías en ello.

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Pero hay también una ciencia falsa y una ciencia verdadera?

GORGIAS. - No, ciertamente.

SÓCRATES. - Luego es evidente que saber y creer no son lo mismo.

GORGIAS. - Es cierto.

SÓCRATES. - Sin embargo, los que saben están persuadidos lo mismo que los que creen.

GORGIAS. - Convengo con ellos.

SÓCRATES. - ¿Quieres, por consiguiente, que admitamos dos clases de persuasión, una que produce la creencia sin la ciencia, y otra que produce la ciencia?

GORGIAS. - Sin duda.

SÓCRATES. - De estas dos persuasiones, ¿cuál es la que la retórica produce en los tribunales y en las demás asambleas, a propósito de lo justo y de lo injusto? ¿Aquella de la que nace la creencia sin la ciencia, o la que engendra la ciencia?

GORGIAS. - Es evidente, Sócrates, que es aquella de que nace la creencia.

SÓCRATES. - La retórica, al parecer, es la autora de la persuasión, que hace creer, y no de la que hace saber, respecto de lo justo y de lo injusto.

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Por consiguiente, el orador no se propone instruir a los tribunales y a las demás asambleas acerca de lo justo y de lo injusto, sino únicamente atraerlos a la creencia. Bien que tampoco podría en tan poco tiempo instruir a tantas personas a la vez y sobre objetos de tanta gravedad.

GORGIAS. - No, sin duda.

SÓCRATES. - Sentado esto, veamos, te lo suplico, lo que debemos pensar de la retórica. Yo no puedo aún formar una idea cabal de lo que acabas de decir. Cuando un pueblo se reúne para elegir médicos, constructores de buques, o cualquier otra especie de operarios, ¿no es cierto que el orador, en este caso, ningún consejo tiene que dar, puesto que evidentemente en todas estas elecciones hay que acudir a los más hábiles? Ni cuando se trata de la construcción de muros, de puertos, o de arsenales, porque se consultará a los arquitectos; ni cuando se delibere sobre la elección de un general, sobre el orden en que deberá irse al encuentro del enemigo, o los puntos de que deberán apoderarse, porque en todos estos casos serán los militares los que darán su dictamen, y no serán los oradores los consultados. ¿Qué piensas de esto, Gorgias? Puesto que tú te llamas orador y capaz de formar otros oradores, a ninguno mejor que a ti podemos dirigirnos, para conocer a fondo tu arte. Piensa además, que yo trabajo aquí por tus intereses. Quizá entre los presentes hay algunos que desean ser tus discípulos, como lo sé de muchos, que tienen este deseo y que no se atreven a interrogarte. Está, por consiguiente, persuadido de que cuando yo interrogo, es como si ellos mismos te preguntaran: Gorgias, ¿qué nos sucedería si tomáramos tus lecciones? ¿Sobre qué asuntos pondríamos dar consejos a nuestros conciudadanos? ¿Será sólo sobre lo justo y lo injusto, o también sobre los objetos de que Sócrates acaba de hablarnos? Procura responder.

GORGIAS. - Voy, en efecto, Sócrates, a intentar explicar toda la virtud de la retórica, ya que me has puesto en camino. Sabes, sin duda, que los arsenales de los Atenienses, lo mismo que sus murallas y sus puertos, han sido construidos siguiendo en parte los consejos de Temístocles, en parte los de Pericles, y no los de los operarios.

SOCRATES. - Sé, Gorgias, que así se dice de Temístocles. Respecto a Pericles, yo mismo lo he oído, cuando aconsejó a los atenienses levantar las murallas que separan a Atenas del Pireo.

GORGIAS. - Ya ves, Sócrates, que cuando se trata de tomar una resolución sobre las cosas, que antes decías, los consejeros son los oradores y su dictamen es el que triunfa.

SÓCRATES. - Pues eso es precisamente lo que me sorprende Gorgias, y lo que motiva mi terquedad en preguntarte sobre la virtud de la retórica. Me parece que es maravillosamente grande, si se le examina desde este punto de vista.

GORGIAS. - Y no lo sabes todo; porque si lo supieras, verías que la retórica abraza, por decirlo así, la virtud de todas las demás artes. Voy a darte una prueba patente de ello. He entrado muchas veces con mi hermano y otros médicos en casa de los enfermos, que no querían tomar una bebida o sufrir alguna operación dolorosa mediante la aplícación del fuego o del hierro; y al paso que el médico no podía convencerle, entraba yo, y sin otro auxilío que la retórica, lo conseguía. A esto añade, que si un orador y un médico se presentan en una ciudad, y se trata de disputar a viva voz delante del pueblo reunido o de cualquiera otra asamblea, sobre la preferencia entre el orador y el médico nadie se fijará en éste; y el hombre que tiene el talento de la palabra merecerá la preferencia, si aspira a ella. En igual forma en competencia con otro hombre de cualquiera otra profesión, el orador alcanzará la preferencia, porque no hay materia sobre la que no hable en presencia de la multitud de una manera más persuasiva que cualquiera otro artista, sea el que sea. Por consiguiente, la virtud de la retórica es tal y tan grande, como acabo de decir. Sin embargo, es preciso Sócrates, usar de la retórica del mismo modo que de las demás profesiones, puesto que, no porque uno haya aprendido la esgrima, el pugilato, la pelea con armas verdaderas, de manera que puedan vencer igualmente a los amigos que a los enemigos, se ha de servir de estos medios contra todo el mundo, y menos golpear, ni herir, ni dar muerte a sus amigos. Pero tampoco porque uno después de haber frecuentado los gimnasios adquiriendo robustez y haciéndose buen luchador, haya maltratado a su padre, a su madre o a alguno de sus parientes, o amigos, puede esto dar motivo para aborrecer y arrojar de las ciudades a los maestros de gimnasia y de esgrima. Si éstos han enseñado a sus discípulos tales ejercicios, ha sido sólo para que hicieran buen uso de ellos contra los enemigos y contra los hombres malos; para la defensa y no para el ataque. Y si estos discípulos, por el contrario, abusan de su fuerza y de su maña contra la intención de sus maestros, no se infiere de esto que los maestros sean malos, ni que lo sea el arte que profesan, ni que recaiga sobre ellos la falta, puesto que debe pesar por completo sobre los que han abusado. El mismo juicio debe formarse de la retórica. El orador se halla en verdad dispuesto a hablar contra todos y sobre todos, de manera que ninguno está en mejor posición para persuadir en un instante a la multitud sobre el objeto que quiera. Pero no es una razón para que usurpe su reputación a los médicos, ni a los demás profesores, por más que esté en posición de poderlo hacer. Por el contrario, debe usar de la retórica, como se usa de las demás profesiones, según las reglas de la justicia. Y si alguno instruido en el arte oratorio, abusa de esta facultad y de este arte, para cometer una acción injusta, no creo que por esto haya que aborrecer y desterrar de las ciudades al maestro, de quien recibió las lecciones; porque no puso en sus manos este arte sino para servirse de él en la defensa de las causas justas, y no para hacer un uso enteramente opuesto. Por consiguiente, ese discípulo, que abusa así del arte, es a quien la equidad dicta que se le aborrezca, que se le arroje de la ciudad, que se le haga morir, y no al maestro.

SÓCRATES. - Pienso, Gorgias, que has asistido como yo a muchas disputas, y que has observado una cosa; y es que, cualquiera que sea la materia de la conversación, encuentran gran dificultad en fijar unos y otros sus ideas y en terminarlas, consiguiendo instruirse o haber instruido a los demás. Pero cuando se suscita entre ellos alguna controversia, y el uno pretende que su adversario habla con poca exactitud y claridad, se incomodan y se imaginan que se les contradice por pura frivolidad; que se disputa por sólo disputar, y no con intención de aclarar el punto que se discute. Algunos concluyen por lanzar las más groseras injurias, y se separan después de haber dicho y oído los denuestos más odiosos, hasta el punto de que los que los oyen se arrepienten de haber presenciado semejantes altercados. ¿Con qué objeto digo yo esto? Es porque me parece que tú no eres en este momento consecuente, ni hablas teniendo en cuenta lo que dijiste antes tocante a la retórica. Y así, te repito, temo que vayas a pensar que no es mi intención aclarar el punto que se discute, sino pelear contigo. Por lo tanto, si tienes mis condiciones de carácter, te interrogaré con gusto; si no, no continuaré. ¿Pero cuál es mi carácter? Soy de aquellos que gustan que se les refute, cuando no dicen la verdad; que gustan también en refutar a los demás, cuando los demás se separan de lo verdadero; y que tienen, por consiguiente, igual complacencia en verse refutados que en refutar. Tengo, en efecto, por un bien mucho mayor el ser refutado, porque verdaderamente es más ventajoso verse uno mismo libre del mayor de los males, que librar a otro de él; porque no conozco en el hombre un mal mayor que el de tener ideas falsas sobre la materia que tratamos. Si dices que estás dispuesto con la forma que yo lo estoy, continuaremos la conversación; pero si crees que debe quedar en este estado, consiento en ello y la pondremos término.

GORGIAS. - Me jacto, Sócrates, de ser de aquellos, cuyo retrato acabas de hacer; sin embargo, es preciso no perder de vista a los que nos escuchan. Mucho antes que tú vinieras les había explicado yo muchas cosas, y si volvemos a tomar el hilo de la conversación, quizá nos lleve muy lejos; y así conviene pensar en los que están presentes, para no retener a alguno que tenga otros negocios que hacer.

QUEREFÓN. - Ya oyeron, Gorgias y Sócrates, las demostraciones que hacen los que están presentes, para indicar que su deseo es escucharles, si continúan hablando. En cuanto a mí, no permitan los dioses que tenga negocios tan importantes y exigentes, que me obliguen a abandonar una discusión tan interesante y tan bien dirigida, por ir a evacuar algún negocio de imprescindible necesidad.

CALLICLES. - Por todos los dioses, Querefón, tienes razón. He asistido a muchas discusiones, pero ninguna me ha causado tanto placer como ésta. Agradecería, pues, de veras, que continuaran la polémica todo el día.

SÓCRATES. - Si Gorgias consiente en ello, no encontrarás en mí ningún obstáculo, Callicles.

GORGIAS. - Sería ya vergonzoso para mí, Sócrates, no prestarme a lo mismo; sobre todo, después que he empeñado mi palabra de responder a cuanto se me pregunte. Toma, pues, el hilo de la conversación, si tanto place a nuestro auditorio, y propónme lo que creas conveniente.

SÓCRATES. - Escucha, Gorgias, lo que me llama la atención en tu discurso. Quizá has dicho la verdad, y yo te habré comprendido mal. ¿Dices que te consideras capaz de instruir y formar un hombre en el arte oratorio, si toma tus lecciones?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Es decir, a lo que me parece, que le harás capaz de hablar sobre cualquier negocio de una manera plausible delante de la multitud, no para enseñarla, sino para persuadirla.

GORGIAS. - Justamente.

SÓCRATES. - Como consecuencia has añadido que, respecto a la salud del cuerpo, se creerá al orador más que al médico.

GORGIAS. - Lo he dicho, es cierto; con tal que se trate de la multitud.

SÓCRATES. - Por la multitud entiendes sin duda los ignorantes; porque no parece que el orador tendrá ventaja sobre el médico delante de personas instruidas.

GORGIAS. - Dices verdad.

SÓCRATES. - Luego si el orador es más a propósito para persuadir que el médico, ¿no es más a propósito para persuadir que el que sabe?

GORGIAS. - Sin duda.

SÓCRATES. - Aunque él mismo no sea médico; ¿no es así?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Pero el que no es médico, ¿no es ignorante en las cosas respecto de las que el médico es sabio?

GORGIAS. - Es evidente.

SÓCRATES. - Por consiguiente, el ignorante será más propio para persuadir que el sabio, tratándose de ignorantes, si es cierto que el orador es más propio para persuadir que el médico. ¿No es esto lo que se deduce, o resulta otra cosa?

GORGIAS. - Sí, en el presente caso eso es lo que se deduce.

SÓCRATES. - Esta ventaja del orador y de la retórica, ¿no es la misma con relación a las demás artes? Quiero decir que no es necesario que la retórica instruya sobre la naturaleza de las cosas; y que basta con que invente cualquier medio de persuasión, de manera que parezca a los ojos de los ignorantes más sabio que los que poseen estas artes.

GORGIAS. - ¿No es una cosa muy cómoda, Sócrates, no tener necesidad de aprender otro arte que éste, para no ceder en nada a los demás profesores?

SÓCRATES. - Si cede o no, en cualidad de orador, a los demás profesores, lo examinaremos luego en caso que así lo exija el curso de la discusión. Pero antes veamos si con relación a lo justo y a lo injusto, a lo honesto y a lo deshonesto, a lo bueno y a lo malo, el orador se encuentra en el mismo caso que con relación a lo que es laudable al cuerpo y a los objetos de las otras artes, de manera que ignore lo que es bueno o malo, honesto o deshonesto, justo o injusto y que sobre estos objetos sólo haya imaginado algún expediente para persuadir y aparecer ante los ignorantes mejor instruido en esta materia que los sabios, aunque él mismo sea un ignorante. Veamos, si es necesario, que el que quiera aprender la retórica sepa todo esto y se haga en ello hábil antes de tomar tus lecciones; o si en caso de que no tengan ningún conocimiento de ello, tú, que eres maestro de retórica no se lo enseñarás, porque no es de tu competencia, pero harás de manera que, no sabiéndolo tú, parezca que tu discípulo lo sabe, y pase por hombre de bien sin serIo; o si no podrás absolutamente enseñarle la retórica, a menos que no haya aprendido con anterioridad estas materias. ¿Qué piensas de esto, Gorgias? En nombre de Zeus, explícanos, como lo prometiste hace un momento, todo el valor de la retórica.

GORGIAS. - Pienso, Sócrates, que aun cuando tal discípulo no sepa nada de esto, lo aprendería al lado mío.

SÓCRATES. - Alto, te lo suplico. Tu respondes muy bien. Mas para que puedas convertir a alguno en orador, es necesario que conozca lo que es justo o injusto, lo haya aprendido antes de ir a tu escuela o lo aprenda de ti.

GORGIAS. - Sin duda.

SÓCRATES. - ¿Pero el que ha aprendido el oficio de carpintero, es carpintero o no?

GORGIAS. - Lo es.

SÓCRATES. - Y cuando se ha aprendido la música, ¿no es uno músico?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Y cuando se ha aprendido la medicina, ¿no es uno médico? En una palabra, con relación a todas las demás artes, cuando se ha aprendido lo que a cada una corresponde, ¿no es uno tal como debe ser el discípulo de cada una de ellas?

GORGIAS. - Estoy de acuerdo.

SÓCRATES. - Por la misma razón, el que ha aprendido lo que pertenece a la justicia, es justo.

GORGIAS. - Sin duda.

SÓCRATES. - Pero el hombre justo hace acciones justas.

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Por lo tanto, es necesario que el orador sea justo, y que el hombre justo quiera hacer acciones justas.

GORGIAS. - Por lo menos así parece.

SÓCRATES. - El hombre justo no querrá nunca cometer una injusticia.

GORGIAS. - Es una conclusión correcta.

SÓCRATES. - ¿No se deduce necesariamente de lo dicho que el orador es justo?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Por consiguiente, jamás querrá el orador cometer una injusticia.

GORGIAS. - Parece que no.

SÓCRATES. - ¿Recuerdas haber dicho antes que no debía tropezarse con los maestros de gimnasia, ni echarlos de las ciudades, porque un atleta haya abusado del pugilato y cometido alguna acción injusta, y que, en igual forma, si algún orador hace uso indebido de la retórica, no debe hacerse recaer la falta sobre su maestro, ni desterrarle del Estado, sino sobre el autor mismo de la injusticia, que no usó la retórica como debía? ¿Has dicho esto o no?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - ¿No acabamos de ver que este mismo orador es incapaz de cometer una injusticia?

GORGIAS. - Así es.

SÓCRATES. - ¿Y no decías, Gorgias, desde el principio, que la retórica tiene por objeto los discursos que tratan no de lo par y de lo impar, sino de lo justo y de lo injusto? ¿No es cierto?

GORGIAS. - Sí.

SOCRATES. - Cuando hablabas así, suponías que la retórica no podía ser nunca una cosa injusta, puesto que sus discursos versan siempre sobre la justicia. Pero cuando te he oído decir un poco después, que el orador no podía hacer un uso injusto de la retórica, me sorprendí y creí que no había conformidad entre los dos razonamientos y esto es lo que me ha obligado a decir que si considerabas provechoso verte refutado, podíamos continuar la controversia; pero que si no, era preciso dejarla así. Habiéndonos puesto enseguida a examinar la cuestión, tú mismo ves que hemos dejado sentado que el orador no puede usar injustamente la retórica, ni querer cometer una injusticia. iY por el cielo! No es esta materia, Gorgias, propia de una conversación ligera; y sí asunto que debe examinarse a fondo para saber lo que se debe pensar sobre ella.

POLO. - ¡Pero Sócrates! ¿Realmente tienes acerca de la retórica la opinión que acabas de manifestar? ¿O crees más bien que Gorgias ha tenido empacho en confesar que el orador no conoce ni lo justo, ni lo honesto, ni lo bueno, y que si uno fuera a su casa sin saber estas cosas, él de ninguna manera se las enseñaría? Esta confesión es probablemente la causa de la contradicción en que ha incurrido, y de que tú lo celebres después de haberle envuelto en esta clase de cuestiones. ¿Pero piensas que haya alguien en el mundo, que confiese que no tiene ningún conocimiento de la justicia, y que no se halla en estado de enseñarla a los demás? En verdad, causa gran extrañeza que se produzcan razonamientos sobre semejantes vaciedades.

SÓCRATES. - Encantador Polo, nosotros procuramos de intento atraernos amigos y jóvenes con el fin de que, si ya viejos, damos algún paso en falso, ustedes que son jóvenes, puedan rectificar nuestras acciones y nuestros discursos. Así, pues, si Gorgias y yo nos hemos engañado en lo que hemos dicho, tú, que lo has oído todo, vuélvenos al camino; estás en el deber de hacerlo. Si entre las cosas que hemos concedido hay alguna que no deba admitirse, te autorizo para que vuelvas a ella, y para que la reformes a tu manera, siempre que procures una cosa.

POLO. - ¿Qué cosa?

SOCRATES. - Reprimir, Polo, ese afán de hacer largos discursos, como estuviste a punto de hacer al principio de esta conversación.

POLO. - ¡Pero qué! ¿Es cosa que no podré hablar todo el tiempo que quiera?

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