Índice de Gorgias o de la retórica de PlatónPresentación de Chantal López y Omar CortésSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha

Gorgias

o de la retórica


CALLICLES - SÓCRATES - QUEREFÓN - GORGIAS - POLO


I

CALLICLES. - Se dice comúnmente, Sócrates, que a la guerra y al combate es donde es preciso llegar así, tarde.

SÓCRATES. - ¿Es que, como suele decirse, hemos llegado después de la fiesta, y por tanto demasiado tarde?

CALLICLES. -Sí, y después de una magnífica fiesta. Porque Gorgias, hace apenas un momento, estaba diciéndonos muchas y muy bellas cosas.

SÓCRATES. - Querefón ha sido la causa de nuestro retraso, Callicles, obligándonos a detenernos en la plaza.

QUEREFÓN. - No hay nada perdido, Sócrates; porque en todo caso yo lo remediaré. Gorgias es mi amigo, y si quieres repetirá ahora mismo lo que haya dicho; y si lo prefieres, quedará aplazado para otra vez.

CALLICLES. - ¡Pero qué! Querefón, ¿desea Sócrates oír a Gorgias?

QUEREFÓN. - Precisamente hemos venido a eso.

CALLICLES. - Pero cuando quieran venir a mi casa, en la que Gorgias se hospeda, él les expondrá su doctrina.

SÓCRATES. - Gracias, Callicles. ¿Gorgias estará de humor para conversar con nosotros? Querría saber de él cuál es la virtud del arte que profesa, lo que promete y lo que enseña. Por lo demás, podrá hacer, como dices, la exposición de su doctrina en otra ocasión.

CALLICLES. - Nada más fácil que interrogarle a él mismo, Sócrates, porque precisamente es éste uno de los puntos que acaba de tratar delante de nosotros. Decía hace poco a los que estaban presentes, que podían preguntarle sobre la materia que quisieran, porque estaba dispuesto a satisfacerles sobre cualquier punto.

SÓCRATES. - Vaya cosa magnífica. Querefón, interrógale.

QEREFÓN. - ¿Qué le preguntaré?

SÓCRATES. - Lo que él es.

QUEREFÓN. - ¿Qué quieres decir?

SÓCRATES. - Por ejemplo, si su oficio consistiera en hacer zapatos, te respondería que es zapatero. ¿Comprendes mi pensamiento?

QUEREFÓN. - Lo comprendo y voy a interrogarle. Dime, ¿es cierto, según dice Callicles, que estás dispuesto a responder a cuantas cuestiones te propongan?

GORGIAS. -Sí, Querefón. Así lo manifesté hace un momento y ahora añado que desde hace muchos años, nadie me ha presentado cuestión alguna que fuera nueva para mí.

QUEREFÓN. - En ese caso te será fácil responder a todo, Gorgias.

GORGIAS. - No tienes más que hacer la prueba por ti mismo, Querefón.

POLO. - Seguramente. Pero si lo crees conveniente, Querefón, haz el ensayo en mí, porque Gorgias me parece que está fatigado, como que acaba de discurrir sobre muchas cosas.

QUEREFÓN. - ¡Pero qué! ¿Presumes de responder mejor que Gorgias, Polo?

POLO. - ¿Qué importa, con tal que te responda bien?

QUEREFÓN. - Nada importa. Responde, pues, ya que así lo quieres.

POLO. - Interroga.

QUEREFÓN. - Es lo que voy a hacer. Si Gorgias fuera hábil en el mismo arte que su hermano Heródico, ¿qué nombre le daríamos y con razón? El mismo que a Heródico, ¿no es así?

POLO. - Sin duda.

QUEREFÓN. - Tendríamos motivo para llamarle médico.

POLO. - Sí.

QUEREFÓN. - Y si fuera versado en el mismo arte que Aristofón, hijo de Aglaofón, o que su hermano, ¿con qué nombre le designaríamos?

POLO. - Con el de pintor, evidentemente.

QUEREFÓN. - Puesto que es hábil en un cierto arte, ¿qué nombre corresponde darle?

POLO. - Entre los hombres, Querefón, hay muchas artes, cuyo descubrimiento se debe a la experiencia porque ésta hace que nuestra vida marche según las reglas del arte, y la inexperiencia que marche al azar. Los unos están versados en un arte, los otros en otro, cada cual a su manera; las mejores artes son el patrimonio de los mejores artistas. Gorgias es de este número, y el arte que él posee es el más precioso de todos.

SÓCRATES. - Me parece, Gorgias, que Polo está acostumbrado a discurrir, pero no cumple la palabra que dio a Querefón.

GORGIAS. - ¿Por qué Sócrates?

SÓCRATES. - Porque a mi parecer, no responde a lo que se le pregunta.

GORGIAS. - Si te parece mejor, pregúntale tú mismo.

SÓCRATES. - No; pero si quisieras responder, te preguntaría a ti con más gusto, tanto más cuanto que por lo que Polo acaba de decir, me parece evidente que se ha aplicado más a lo que se llama la retórica que al arte de conversar.

POLO. - ¿Por qué razón, Sócrates?

SÓCRATES. - Por la razón, Polo, de que habiéndote preguntado Querefón en qué arte es hábil Gorgias, hace el elogio de su arte, como si alguno lo despreciara, y no dices qué arte es.

POLO. - ¿No he respondido que era la más bella de todas las artes?

SÓCRATES. - Convengo en ello; pero nadie te interroga sobre la cualidad del arte de Gorgias; sólo se te pregunta qué arte es, y con qué nombre debe llamarse a Gorgias. Querefón te ha puesto en camino por medio de ejemplos, y al principio respondiste bien y en pocas palabras. Dinos, en igual forma, qué arte profesa Gorgias y qué nombre conviene darle. O más bien, Gorgias, dinos tú mismo con qué nombre hemos de llamarte y qué arte profesas.

GORGIAS. - La retórica, Sócrates.

SÓCRATES. - ¿Luego es preciso llamarte retórico?

GORGIAS.- Y buen retórico, Sócrates, si quieres llamarme lo que me glorío de ser, sirviéndome de la expresión de Homero.

SÓCRATES. - Consiento en ello.

GORGIAS. - Pues bien, llámame de ese modo.

SÓCRATES. ¿Diremos que eres capaz de enseñar este arte a los demás?

GORGIAS. - Precisamente esa es mi profesión, no sólo aquí sino en todas partes.

SÓCRATES. - ¿Preferirías, Gorgias, continuar interrogando y respondiendo, como estamos haciendo ahora, y dejar para otra ocasión los discursos largos, tales como el que Polo había ya comenzado? Por favor, mantén tu promesa y limítate a responder brevemente a cada pregunta.

GORGIAS. - Sócrates, hay respuestas que exigen precisamente alguna extensión. Procuran, sin embargo, que sean lo más lacónicas que sea posible; porque una de las cosas de que yo me jacto es de que no hay nadie que me gane a decir las cosas en menos palabras.

SÓCRATES. - Eso es lo que aquí conviene, Gorgias. Muestra hoy tu precisión, y otro día nos darás pruebas de tu afluencia.

GORGIAS. - Te daré gusto; y convendrás en que nunca has oído a ninguno que se explique con más laconismo que yo.

SÓCRATES. - Puesto que te alabas de ser hábil en la retórica, y que te consideras capaz de enseñar este arte a otro, dime cuál es su objeto; que lo tendrá, a manera que el arte de tejedor tiene por objeto las telas. ¿No es así?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Y la música, la composición de los cantos.

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - ¡Por Hera! Me admiran tus respuestas; no es posible darlas más lacónicas.

GORGIAS. - Me creo, Sócrates, hábil en este género.

SÓCRATES. - Con razón lo dices. Respóndeme, te lo suplico, del mismo modo respecto de la retórica, y dime cuál es su objeto.

GORGIAS. - Los discursos.

SÓCRATES. - ¿Qué discursos, Gorgias? ¿Los que tienen por oficio explicar a los enfermos el régimen que deben observar para restablecerse?

GORGIAS. - No.

SÓCRATES. - La retórica, ¿no tiene por objeto toda especie de discursos?

GORGIAS. - No, sin duda.

SÓCRATES.- Sin embargo, ella enseña a hablar.

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Pero la retórica, ¿no enseña igualmente a pensar sobre los mismos objetos, sobre qué enseña a hablar?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Pero la medicina, que acabamos de poner por ejemplo, ¿no nos pone en estado de pensar y hablar acerca de los enfermos?

GORGIAS. - Necesariamente.

SÓCRATES. - Según eso la medicina, al parecer, tiene también por objeto los discursos.

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Los que conciernen a las enfermedades?

GORGIAS. - Seguramente.

SÓCRATES. - La gimnasia, ¿no tiene igualmente por objeto los discursos, relativos a la buena o mala disposición del cuerpo?

GORGIAS. - Es cierto.

SÓCRATES. - Y lo mismo sucede, Gorgias, con las demás artes, cada una de ellas tiene por objeto los discursos relativos al objeto sobre el que versan.

GORGIAS. - Parece que sí.

SÓCRATES. - ¿Por qué no llamas retórica a las demás artes que tienen también por objeto los discursos, puesto que das este nombre a un arte, cuyo asunto son los discursos?

GORGIAS. - Porque todas las demás artes, Sócrates, sólo se ocupan de obras mecánicas, obras de mano y otras producciones semejantes; mientras que la retórica no produce ninguna obra manual, sino que todo su efecto, toda su virtud, está en los discursos. He aquí por qué digo que el objeto de la retórica son los discursos; y sostengo que al decir esto, digo verdad.

SÓCRATES. - Creo comprender lo que quieres designar por este arte; pero lo veré más claro luego. Respóndeme, ¿hay artes, no es así?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Entre las artes hay unas que consisten, a mi parecer, principalmente en la acción y necesitan pocos discursos; algunas, ninguno; como que pueden ejercerse en el silencio, como la pintura, la escultura y otras muchas. Tales son, a mi parecer, las artes, que según dices, no tienen ninguna relación con la retórica.

GORGIAS. - Adivinas perfectamente mi pensamiento, Sócrates.

SÓCRATES. - Hay, por el contrario, otras artes, que ejecutan todo lo que es de su competencia por medio del discurso, y no tienen, por otra parte, ninguna o casi ninguna necesidad de la acción. Tales son la aritmética, el arte de calcular, la geometría, el juego de dados y otras muchas, algunas de las cuales requieren tanto, y la mayor parte más la palabra que la acción, como que toda su fuerza y el efecto que causa, descansa en los discursos. Me parece que, según tú, entre éstas se encuentra la retórica.

GORGIAS. - Es la verdad.

SÓCRATES. -Creo, sin embargo, que no es tu intención dar el nombre de retórica a ninguna de estas artes; a no ser que como dijiste antes en palabras terminantes que la retórica es un arte, cuya virtud descansa por entero en el discurso, alguno quiera, jugando con las palabras, sacar esta conclusión: Gorgias, das el nombre de retórica a la aritmética. Pero no creo que des este nombre ni a la aritmética, ni a la geometría.

GORGIAS. - No te engañas, Sócrates, e interpretas mi pensamiento como debe hacerse.

SÓCRATES. - Adelante, termina tu respuesta a mi pregunta. Puesto que la retórica es una de las artes que se sirven mucho del discurso, y que otras muchas están en el mismo caso, trata de decirme desde qué punto de vista consiste todo el valor de la retórica en el discurso. Si alguno me preguntara, con respecto a una de las artes que acabo de nombrar: Sócrates, ¿qué es la numeración? Yo le respondería, como tú hiciste hace poco, que es una de las artes cuyo valor consiste en el discurso. Si me preguntase de nuevo: ¿Con relación a qué? Le diría que es con relación al conocimiento del par y del impar, para saber cuántas unidades hay en el uno y en el otro. En igual forma, si me preguntase: ¿Qué entiendes por el arte de calcular? Le diría que es igualmente una de las artes cuya fuerza consiste por entero en el discurso. Y si continuase preguntando: ¿Con relación a qué? Yo le respondería, como hacen los que recogen los votos en las asambleas del pueblo, que el arte de calcular es común en todo lo demás con la numeración, puesto que tiene el mismo objeto, a saber, el par y el impar; pero con la diferencia de que el arte de calcular considera la relación que tienen el par y el impar entre sí, respecto de la cantidad. Si se me interrogase también sobre la astronomía, y después de haber respondido igualmente que es un arte que lleva a cabo mediante el discurso todo lo que es de su competencia, se me preguntase: Sócrates, ¿a qué se refieren los discursos de la astronomía? Diría que se refieren al movimiento de los astros, del sol y de la luna, y que explican en qué proporción está la velocidad de sus respectivos movimientos.

GORGIAS. - Responderías muy bien, Sócrates.

SÓCRATES. - Respóndeme tú lo mismo, Gorgias. La retórica es una de estas artes que llevan a cabo todo su cometido mediante el discurso, ¿no es así?

GORGIAS. - Es cierto.

SÓCRATES. -Dime, pues, ¿cuál es el objeto a que se refieren estos discursos de que hace uso la retórica?

GORGIAS. - Tiene por asunto los más grandes de todos los negocios humanos, Sócrates, y los más importantes.

SÓCRATES. - Lo que dices, Gorgias, es una cosa controvertida y sobre la que no hay aún nada decidido; porque yo creo que habrás oído en los banquetes la canción en la que, haciendo los convidados una enumeración de los bienes de la vida, dicen que el primero es la salud, el segundo la belleza, y el tercero la riqueza adquirida sin injusticia, como dice el autor de la canción.

GORGIAS. - Lo he oído, ¿pero con qué fin dices esto?

SÓCRATES. - Lo digo, porque los productores de estos bienes cantados por el poeta, a saber: el médico, el maestro de gimnasia y el propietario se pondrán en el momento a hacer lo que tú, y el médico será el primero que me dirá: Sócrates, Gorgias te enseña. Su arte no tiene por objeto el mayor de los bienes del hombre; eso toca al mío. Si yo repusiese: tú, que hablas de esa manera, ¿quién eres? Soy médico, me respondería. y qué, ¿pretendes que sea el mayor de los bienes el que produce tu arte? ¿Puede negarse eso, Sócrates, puesto que produce la salud? Me dirá quizá. ¿Hay para los hombres un bien preferible a la salud? Después de éste saldría el maestro de gimnasia y me diría: Sócrates, me sorprendería mucho que Gorgias fuera capaz de presentarte algún bien, producto de su arte, que fuera mayor y más importante que el que resulta del mío. Y tú, amigo mío, yo replicaría, ¿quién eres? ¿Cuál es tu profesión? Soy maestro de gimnasia, respondería; y mi profesión consiste en hacer el cuerpo humano bello y robusto. El propietario vendría después del maestro de gimnasia y, despreciando las otras profesiones, me figuro que me diría: juzga tú mismo, Sócrates, si Gorgias o algún otro puede producir un bien más grande que la riqueza. Pero qué le diríamos, ¿eres tú productor de la riqueza? Sin duda; respondería él. ¿Quién eres? Soy propietario. Y qué, le diríamos, ¿consideras que la riqueza es el más grande de todos los bienes?

Seguramente, diría él. Sin embargo, replicaría yo: Gorgias, que está aquí presente, pretende que su arte produce un bien mucho más grande que el tuyo. Es claro que al oír esto, preguntaría: ¿Cuál es ese bien más grande? Que Gorgias se explique. Imagínate, Gorgias, que esta misma pregunta te hacen ellos y te hago yo, y dime en qué consiste lo que consideras el más grande bien para el hombre, y que te jactas de poder producir.

GORGIAS. - Es, en efecto, el más grande de todos los bienes, porque es al que deben los hombres su libertad; y al que se debe en el estado social la autoridad que se ejerce sobre los demás ciudadanos.

SÓCRATES. - Pero, repito, ¿cuál es ese bien?

GORGIAS. - Es, en mi opinión, el de poder persuadir mediante sus discursos a los jueces en los tribunales, a los senadores en el Senado, y al pueblo en las asambleas; en una palabra, convencer a todos los que componen cualquier clase de reunión política. Ahora, un talento de esta especie pondrá a tus plantas al médico y al maestro de gimnasia; y se verá que el propietario se ha enriquecido no gracias a sí, sino a un tercero, a ti, que posees el arte de hablar y convencer a la multitud.

SÓCRATES. - En fin, Gorgias, me parece que me has demostrado, en cuanto es posible, lo que tú crees que es la retórica; y si entendí bien, dices que es el arte de la persuasión, que ése es el objeto de todas sus operaciones y, en suma, que ésta es su aspiración. ¿Podrías probarme que el poder de la retórica se extiende a más que a crear esa persuasión en el ánimo de los oyentes?

GORGIAS. - De ninguna manera, Sócrates; y a mi parecer, la has definido bien, porque a eso verdaderamente se reduce.

SÓCRATES. - Escúchame, Gorgias. Si hay alguno, que al conversar con otro desee vivamente comprender bien aquello de que se habla, vive seguro de que yo me precio de ser uno de ellos, y creo que lo mismo te sucederá a ti.

GORGIAS. - ¿A qué viene eso, Sócrates?

SÓCRATES. - A lo siguiente. Debes saber que no concibo en manera alguna de qué naturaleza es la persuasión que atribuyes a la retórica, ni relativamente a qué tiene fugar está persuasión. No es porque no sospeche a lo que quieres referirte; pero no por eso dejaré de preguntarte cuál es la persuasión que crea la retórica. Y sobre qué si yo te interrogo en lugar de comunicarte mis conjeturas, no es por ti sino a causa de nuestra conversación. Y para que marche de manera que conozcamos con claridad el asunto de que estamos tratando. Mira ahora si tengo motivos fundados para interrogarte. Si te preguntase a qué clase de pintores pertenece Zeus, y me respondieses que pinta animales, ¿no tendría razón para preguntarte qué animales pinta y sobre qué los pinta?

GORGIAS. - Sin duda.

SÓCRATES. - Y esto, porque hay otros pintores que pintan también animales.

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Mientras que si Zeus fuese el único que los pintara, entonces hubieras respondido bien.

GORGIAS. - Seguramente.

SÓCRATES. - Con relación a la retórica, dime, ¿te parece que sólo ella persuade y que no hay otras artes que hacen lo mismo? He aquí lo que yo pienso. Cualquiera que enseña, sea lo que sea, ¿persuade o no persuade en aquello mismo que enseña?

GORGIAS. - Persuade sin duda, Sócrates.

SÓCRATES.- Recordando las mismas artes que hemos mencionado, la aritmetica y el aritmetico, ¿no nos enseñan lo relativo a los números?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Al mismo tiempo nos persuaden?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - La aritmética, por lo tanto, produce igualmente la persuasión.

GORGIAS. - Así parece.

SÓCRATES. - Si se nos preguntase qué persuasión y sobre qué, diríamos la que enseña la cantidad del número, sea par o impar. Aplicando la misma respuesta a las otras artes de que hablamos, nos será fácil demostrar que producen la persuasión, y también marcar su especie y su objeto; ¿no es así?

GORGIAS. - Sí.

SÓCRATES. - Luego la retórica no es el único arte cuyo objeto es la persuasión.

GORGIAS. - Dices la verdad.

SÓCRATES. - Por consiguiente, puesto que no es la única que produce la persuasión, y que otras artes hacen lo mismo, estamos en nuestro derecho al preguntar, como hacíamos respecto del pintor, qué persuasión es el objeto del arte de la retórica, y a qué se refiere esta persuasión. ¿No te parece que esta pregunta está muy en su lugar?

GORGIAS. - Sí.

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