Índice de Manifiesto abierto a la estupidez humana de Ezio Flavio BazzoCapítulo IICapítulo IVBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo III

Crearemos un DADA cotidiano, una antiestética de la vida de todos los días. Lo que está más allá de la belleza será inventado por el acto revolucionario, creado por gestos sutiles, tus ojos cruzándose con los míos en la calle y viéndonos por primera vez, la imagen de una muchacha china agachándose para atarse el lazo de los zapatos, con la punta de su larga cabellera negra acariciando el pavimento, y será creado por el descubrimiento de la disciplina no ordenada o de nuestra auténtica Locura.

(David Cooper)


Por algún tiempo hicimos el amor tu hija y yo, y lo hacíamos de la forma más animal y más pura posible, caminábamos bajo las noches estrelladas, oíamos música de Piazzola y estudiábamos a Schopenhauer ... pero, tu le declaraste la guerra a nuestro amor y a nuestra realidad, simplemente porque nosotros no aceptamos tu obsesión maníaca por los valores medievales. Después entregaste tu hijo (*) a una clínica-manicomio, porque decías que él había penetrado en el mundo de la sin razón. Y ello porque él rechazó tu neurosis obsesiva, tu hipocresía delante de la sociedad y tu deseo de dominio; tu odio lo llevó al insoportable terreno de las cuatro paredes negras, de donde no saldrá nunca. Andre Breton ya decía inteligentemente: Sólo al acercarse a lo fantástico la razón humana pierde su control ... tiene todas las posibilidades de traducirse como la emoción más profunda del ser, emoción que no tiene otra alternativa más que la de responder al eterno llamado de los símbolos y de los mitos.

Pero, ¿qué significa eso para un asno?

Te observo que discurseas en grupos de café y que miras sarcástico a una mujer que pasa fijando tu vista en sus órganos genitales buscando con eso hacerte reconocer como un macho delante del grupo de Monos iguales que tu (**). En tu cofre dormitan monedas ajenas que por ironía te hicieron esclavo y siervo. Cada vez que las tocas te tiemblan los dedos, y sólo tienes dos opciones: ¡Tornarte un libertino despreciable o un tirano insoportable! De monedas es tu moral. De remordimientos es tu historia y de mentiras es tu existencia. La altitud ilusoria que finges, es siempre una altitud catastrófica y, como lo sabes: el mal de las altituras sólo ataca a aquellos que no fueron hechos para ellas. Entonces, tienes que arrastrarte, fáltate el aire, las fuerzas, te domina la náusea y la debilidad inconfundible del Populacho. Pides ayuda a tus hechiceros, santos y dioses que, aun siendo sordos para tus gritos de abandono, son para ti los creadores y dominadores de todo.

Pero a ti sólo te interesa el dinero, el filantropismo y los clubes.

Quieres siempre estar en rebaños, ocultarte, confundirte, distorsionar tu esencia pura por una máscara de bárbaro. Yo sé que difícilmente podrás cambiar, que asesinarás otra vez a Trotski, que quemaras otras mil veces a Giordano, que nuevamente al Vietnam, que derramarás Napalm otras cien veces sobre niños hambrientos y que, finalmente, ¡recibirás el premio Nobel de paz!

¡Ora, ora! Tú que cargas preservativos de caucho en los bolsillos, jamás podrás creer en eso que te digo, ni tampoco en aquello que hago. Entre tu y yo se abrió un abismo profundo. Yo soy el vagabundo que se queda al sol delicado de la primavera; tu, eres el señor que pasa cercado de siervos. Yo, como cuando tengo hambre; tú, tienes hambre cuando no comes. Yo vivo; tu existes, las piedras y los caballos también existen.

¡Oh, Populacho! Nunca hiciste a una mujer llegar al orgasmo, y tu falsa sexualidad machista se revela siempre en tu eyaculación precóz, en tus celos y en tu exclusividad. Impides que tu mujer conozca otros hombres, ¡porque intuyes que te abandonaría pronto! ¡Pobre de tí! ¡Pobre de tu mujer! ¡Pobres de tus hijos y de tus hijas! Gastas la vida para ganar la vida, mientras tu sexualidad se va para la nada y tu te encaminas rápidamente hacia la neurosis; y tus hijos te temen y perviértense por tu culpa. Comes carne como una hiena, tienes que beber tequila para soportarte, y de tu cuerpo brotan las enfermedades que sustentas.

Hace mucho que te miro con interés.

Interésome por tus gestos y por tu pantomima. A veces simulas reformas y entonces te tornas en un Hippie, un Hare Krisna, un orientador de novios o un polícía secreto; pero en los fines de semana te codeas en los estadios de futbol y aplaudes como un idiota por salvajes que tienen un C. I. abajo de 70. De vez en cuando te tormas en intelectual, y entonces eres atacado por la miopia, por la pedantería y por la manía libresca. Entre tu teoría y tu práctica hay un abismo inalterable. Escuchas las mentiras más degradantes y asientes con la cabeza en tu tradicional gesto afirmativo explayando tu sonrisa hipócrita y aplaudiendo; al mismo tiempo dejas que tus hijos sean domesticados en escuelas inútiles por profesores nevrópatas. Te fuiste tornando un organizado, un esclavo público y tienes obsesiones compulsivas por normas y reglas que sólo hacen ahogar tu mundo sano, tus valores reales, tu anarquismo latente y que nunca te permiten expresar tu locura original. El dinero es tu dios, tu diablo y tu querubÍn asexuado, sin él tu te consideras nada, no dudando ni un segundo en volarte los sesos. Tu tienes caparazas en esa cara gordinflona, en ese vientre retraído y en esa coreografía de paria.

Te estoy observando siempre, buscando en mi las cosas que más odio en ti, sintiéndote y oyéndote atentamente por donde andas. A veces diríjome a ti pero por lo general no me entiendes, y casi siempre tienes miedo, vives con angustia y con deseos de morir. Te la pasas tamborileando los dedos, encendiendo cigarrillo tras cigarrillo y evitando mirarme a los ojos. Tu voz cambia y siempre terminas inventando un motivo para huír de mí. Sufres y te percibes como un hombre acabado. ¡Y todo eso por nada! Cuando estoy en tu casa, siempre me induces a que coma o beba, para que así evitar que conversemos, que pensemos, que creamos. Cuando hablas, sólo lo haces de tus aventuras o conquistas sexuales, de tu herencia patrimonial y de la valentía que jamás puedo percibir. No sabes oir ni te interesan las vivencias ajenas, una vez que te consideras el centro de la Isla Terrestre. Tu eres una clase universal, explotadora, dominante y única. Pocos hombres y pocas mujeres no pertenecen a tus huestes y pocos somos los que te sorprendemos con nuestra actitud ante la vida.

Tu te tornaste importante visitando un templo budista, denunciando una organización Maoista o jurando amar a tu prójimo. En todos tus gestos descubro tu odio por ti mismo, y quien así actúa, imposibilitado está de amar a los demás. Tu ignoras y no escuchas jamás al viejo sabio que habita tu corazón, ese viejo tan antiguo como el mundo, conocedor de todos tus dolores y de todas las alegrías y que podría elevarte en un dedo y tornarte íntegro.

¿Por qué? ¿Por qué Populacho?

¿Por qué te mantienes así, en esta comedia sin fin, donde las cortinas son tus propios párpados y donde los personajes son tus propios verdugos inconcientes? ¿Por qué te sometes? ¿Qué fuerzas te conservan en pie, delante de tantas descargas de odio y de miedo?

Ayer tu estabas en un grupo de ciencia, pero ninguna de tus palabras eran dichas con imparcialidad, con sencillez. Tu siempre luchabas por valores tradicionales, por la existencia de una estabilidad humana y la envidia te traicionaba en público. Tu, para mí, tienes una visión corta, dirigida y fundamentada en una niñez de traumas no superados. Eres esclavo de las creencias, y lo peor es que tienes una necesidad enfermiza de hacerte pasar por sabio. Cuando alguién que estudió toda la vida (no en libros, sino en las fuentes inagotables de la vida que se vive todos los días) te revela algo relacionado con una visión global, con otra concepción de lo ya conocido, tu oculta neurosis se manifiesta de inmediato intentando negar el conocimiento real, y desesperadamente te prendes a valores morales, a crímenes históricos, intentando borrar todo aquello que te lacra en la conciencia como un slogan de desgracia. A veces te sorprendo mirándome con curiosidad, queriendo verme como deseas, nunca como soy. Porque no sacrifico mis mañanas, ni mis noches a cambio de un trabajo de esclavos, tu me acusas de subvertir el orden social. Porque no acepto tus divinidades eunucas, tu aumentas tus técnicas de tortura. Porque rechazo tu compañía, tu me dedicas un odio declarado. Yo quisiera hacerte conocer los orígenes de las reglas que eternizas, los orígenes de la familia, del capital, de las religiones, del Estado y de las ideologías por las cuales experimentas ataques histéricos (***). Todas las ideologías son una gran mierda si tu no te emancipas de ti mismo, si tu no vas más allá de ti mismo, más alla de esa conciencia insignificante que te elude y que te permitió edificar tu morada al lado del mundo de la magia. Si, ahora me doy cuenta de que tu eres un mago. Un mago que, cuando niño, fue obligado a ser responsable, a negarse a sí mismo y a seguir callado por la costumbre. Pero, debo decirte que tu magia es cíclica, débil y superficial, tan efímera como tu que necesitas, al igual que los carteros del Kenia, de unos buenos latigazos que te despiertes y abran tus ojos, esos ojos dormilones y esa mente obtusa de muchedumbre.

Todo aquello que no tienes valentía para hacer, ordenas sea adicionado al código universal de la moral ... y tus seguidores son siempre muchos.

En una carretera de Marruecos, tu me hablabas del Alcorón. En mi niñez, tuve que oler siempre el viejo papel de la biblia. En Munich, tu hija intentó seducirme para el mundo de los Hare-Krisnas. En un callejón de Viena, usabas una chistera negra y enseñabas el Talmud. Argumentas que la China siempre se dirigió a través de la sabiduría del I CHING y que los espíritus están siempre vigilantes sobre las cabezas anónimas del mundo ... ¡Que novela cómica! Inventas millares de dogmas, siempre con la intención de esconderte y de olvidarte de tu rol real, como hombre y como ser.

Cuando por milagro no eres religioso, entonces eres marxista, o Musolinista, o Maoista, o fascista (casi siempre), o revendedor de automóviles ... Siempre la misma visión miope y limitada del todo. Siempre intentando cubrirte con la chaqueta falsa del humanismo, del altruismo y de la productividad. Pero, yo sé muy bien lo que habita en tu intimidad. Sé muy bien lo que piensas cuando te despiertas, cuando saludas a un inferior o a un superior, cuando discurseas en público y cuando percibes que la multitud te aplaude frenéticamente.

Sé lo que piensas cuando te presento a la mujer con quien vivo, lo que piensas cuando regalas una moneda a un mendigo ciego y cuando atribuyes el mal del mundo a un determinismo causal. El determinismo causal es la manera más científica que inventaste para justificar tu miseria y tu enfermedad. Yo sé el significado de tus pestañeos, de tu posición de loto y de tu perfume francés. Juegas con tu niño delante de los otros, porque los curas siempre hablan de lo mismo, pero en tu casa lo abandonas en una cuna de palma y te arrepientes siempre de haberlo generado. Sólo lo soportas y sólo lo alimentas, con la condición de que él pueda venir a ser todo aquello que tu, por debilidad, no pudiste ser: Un noble. Un Dictador. Un Nerón. Sí, en tu intimidad piensas como el viejo criminal Stalin: Una muerte es una tragedia; millares de muertes es apenas un dato estadístico.

Tu, Populacho, reconstruirías otra vez el campo de concentración de Dachau y los trenes irían otra vez de Polonia y Austria, cargados de cadáveres, de mujeres violadas, de niños muertos de hambre y de inocencia. Cadáveres sin nombre, sin sangre y sin nada; apenas con una etiqueta en el corazón: Judío. Negro. Gitano. Libre Pensador. Individuo. Hombre de Valor. ¡Un ser que captó el sencillo secreto de la vida!

Yo se que no me entenderás, pues no hablo de tu conciencia de Mono, sino de tu inconciencia, que es mucho más responsable por tus actos. El mundo de la conciencia está acribillado de falsas imágenes, de máscaras incorporadas a la carne y al espíritu (****), mientras el mundo inconciente, contiene toda tu historia milenaria y te dirige del subterráneo donde jamás tuviste interés en penetrar.

Tu vida real está ahogada en lo más hondo de tu alma ... mientras tú, como un perro servil y cobarde, levantas vuelos en las alas de tu vida artificial y falsa de lo cotidiano.

No se ha introducido en tí nada extraño; una parte de tu propia vida anímica se ha sustraído a tu conocimiento y a la soberanía de tu voluntad. Por eso es tan débil tu defensa; combates con una parte de tu fuerza contra la otra parte, y no puedes reunir, como lo harías contra un enemigo exterior, toda tu energía. Y ni siquiera es la parte peor, o la menos importante de tus fuerzas anímicas la que así te ha puesto enfrente de tí, y se ha hecho independiente de tí. ¡Pero toda la culpa es tuya! Has sobreestimado tus fuerzas, creyendo que podías hacer lo que quisieras con tus instintos sexuales, sin tener para nada en cuenta sus propias tendencias. Los instintos sexuales, se han rebelado entonces y han seguido sus propios oscuros caminos para sustraerse al sometimiento, y se han salido con la suya de un modo que no puede serte grato. De cómo lo han logrado y que caminos han seguido, no has tenido tu la menor noticia; sólo el resultado de tal proceso, el síntoma que tú tienes como un signo de enfermedad, ha llegado a tu conocimiento. Pero no lo reconoces como una derivación de tus propios instintos rechazados, ni sabes que es una satisfacción sustitutiva de los mismos.

Ahora bien: todo este proceso sólo se hace posible por el hecho de que también en otro punto importantísimo estas en un error. Confías en que todo lo que sucede en tu alma llega a tu conocimiento, por cuanto la conciencia se encarga de anunciártelo. Y cuando no has tenido noticia de algo, crees que no puede existir en tu alma. Llegas incluso a identificar lo anímico como lo consciente, esto es, con lo que te es conocido, a pesar de la evidencia de que a tu vida psíquica tiene que suceder de continuo mucho más de lo que llega a ser conocido a tu conciencia.

Déjate instruir sobre este punto.

Lo anímico en ti no coincide con lo que te es consciente; una cosa es que algo sucede en tu alma, y otra que tu llegues a tener conocimiento de ello.

Concedemos, sí, que por lo general, el servicio de información de tu conciencia es suficiente para tus necesidades. Pero no debes acariciar la ilusión de que obtienes noticias de todo lo importante. En algunos casos el servicio de información falla, y tu voluntad no alcanza entonces más allá de tu conocimiento. Pero, además, en todos los casos, las noticias de tu conciencia son incompletas, y muchas veces nada fidedignas, sucediendo también con frecuencia que sólo llegas a tener noticia de los acontecimientos cuando los mismos se han cumplido ya, y en nada puedes modificarlos.

¿Quien puede estimar, aun no estando tu enfermo ... todo lo que sucede en tu alma sin que tú recibas noticias de ello o sólo noticias incompletas y falsas?

Te conduces como un rey absoluto, (populacho) que se contenta con la información que le procuran sus altos dignatarios y que no desciende jamás hasta el pueblo para oir su voz. Adéntrate en ti, desciende a tus estratos más profundos y aprende a conocerte a ti mismo; sólo entonces podrás llegar a comprender por qué puedes enfermar y, acaso, también a evitar la enfermedad (*****).

En los domingos tu llenas las calles de París a procura de sellos usados y, con tu lente de aumento, buscas en papeles viejos como una polilla. ¡COLECCIONADOR!

Este es el más noble título que tu mereces. Todo coleccionador es un imbécil, un tonto, un caduco, un sentimental y agiotista frustrado. Y, cuando no procuras antigüallas, entonces vas al Louvre o a otro museo de arte primitivo, surrealista o clásico (esto última siempre te conmueve más) y sales con reproducciones de Van Gogh o de Dalí, o de Rubens, bien a muestra, para que la muchedumbre que te rodea puedate confundir con un hombre emancipado, para que la muchedumbre te pueda ver como un hombre que conoce el arte y que tiene como guión, la sensibilidad. Cuando vivos (los pintores), tu los (cognominas) de hipocandríacos y de pervertidos sexuales ... luego, después de sus muertes, (prematuras siempre, por tu causa) vas encorbatado a los centros culturales para participar en las subastas con el dinero en las manos y con una cara de demencia precoz.

¡Compras todo!

¡Exhibes todo!

Y, como Tertuliano, tu piensas: Creo porque es absurdo.

Abres clínicas , hospitales, laboratorios, haces cirugías absurdas y violentas con tu bisturí o con tu estulticia a los ingenuos que a ti se entregan y, después, róbales la casa, los hijos, los libros, para cobrar tu trabajo. La humanidad está esclavizada por dos mafias que tienen que ser destruídas: La mafia verde y la mafia blanca. La mafia verde, no sabe lo que es la libertad, no sabe la que es un delito, no sabe lo que es un grito ni donde esta concentrado el origen de la agresividad. Por lo tanto es inútil y peligrosa. La mafia blanca, no sabe que es un organismo vivo y se llena de orgullo por ser especialista. No sabe que un órgano aislado no existe y que tampoco es posible creer en una fisiología fundamentada en cadáveres. Tu medicina, Populacho, es una gran mierda y todos ustedes que la practican tienen estreñimiento, cáncer y hemorroides y, lo peor: el delirio de pertenecer a la élite social. La prueba de tu incompetencia esta fundamentada en tus intestinos, en tus riñones y en tu hálito.

Eres la vergüenza de Hipócrates, el fantasma de blanco que puede violentar, matar y borrar vidas, siempre amparado por una de las mayores farsas, que se llama en todo mundo: ética. Pero, tienes mucha suerte. Estas siempre recibiendo aplausos, elogios en las iglesias e invitaciones para copular con mujeres desgraciadas. Y tu, no te niegas. Crees que todo el criminal que habita bajo tus ropas blancas es desconocido por toda la humanidad de chivos inútiles. Y tienes razón, pues somos pocos los que te sorprendemos en el momento del crímen. Eres el judas de las treinta monedas, (no importa si es moneda mexicana o libras esterlinas) y, como vendiste a tu maestro, eres capaz de vender a tus padres, tus hijos y tu misma alma, que en muchas ocasiones ya la vendiste por un trago de vino.

¡Pobre Populacho!

¿Por qué tanto miedo habita en tu corazón?

¿Por qué dices eternamente, aun cuando en tu íntimidad tienes sólo repugnancia? ¿Por qué hiciste la Revolución Francesa? ¿Por qué callaste delante de Himmler? ¿Por qué masacraste tanto a los indianos? y ¿por qué te dejas conducir por el delirio de ser superior a una cucaracha?

Abriste una llaga profunda en el pecho de los negros, quieres exterminar a los gitanos, niegas la vida de los judíos, mantienes millares de vidas en el abismo del hambre y de la servidumbre más abyecta. Dices que el mar te pertenece, que los peces son tuyos, que el espacio es más abierto para ti que para las aves ... y entonces, yo no te entiendo. No consigo ir más alla de la barrera que existe entre él (Tu) real y el (Tu) irreal.

Procuré siempre entre tus cátedras, hombres razonables y libertos; hombres que ya estuvieran más alla del charlatanismo, de la moral morbosa de los negadores de la vida, pero encontré siempre a eruditos castrados, a doncellos y a viejos creados en departamentos y que estuvieron siempre al lado izquierdo de la vida. Decíanme que los exiliados eran hombres de genio y que lo eran, porque amenazaban los gobiernos fascistas ... pero yo los encontré centenares de veces, como necios por la calle Pigalle persiguiendo una prostituta o por otras partes del mundo, y siempre llevaban bajo el brazo (bien visible), el libro rojo de Mao, o 20 años de Caviar (Ibrain Sued), o La manera de enriquecer rápido. ¡Pobre Populacho! Repatriásteme VarIas veces, sIempre cuando descubrías que yo no tenía dinero, que yo estaba haciendo el amor con tus mujeres, que yo dormía al sol de tu patria, que yo estaba escribiendo sobre tu estupidez crónica y sobre tu burocracia miserable. Siempre que descubrías que yo, aun comiendo una vez al día, estaba siempre con los ojos brillantes, con la percepción inalterada y con una salud perfecta. Odiábasme siempre que mi libertad era el signo de tu esclavitud, siempre que me encontrabas delante de un jardín, con todo el tiempo disponible para asistir al despertar de las flores y la fiesta de los pájaros. ¿Cuándo te tornarás gente?

Estuve atento por el Estado del Vaticano y tu, Populacho, estabas allí por millares, y en tu semblante yo veía siempre la lucha inútil para concebir un dios inconcebible. Delante del oro, de la riqueza y del lujo de los curas del Papa, tu te bajabas sumiso, despreciable y humildemente, con un Cristo violado y colgado al cuello. ¿No tienes vergüenza de ser un paria? ¿No tienes remordimiento por entregar a tus hijos una cobardía tan grande? ¿No tienes conciencia que tu mismo, estúpido como eres, tienes más valor que un cerdo? ¡Paradojas! ¡Paradojas! ¡Paradojas! Tu eres el más banal paradojo. Leo minuciosamente tu trabajo sobre el ateísmo y, aunque tengas mucha erudición, demuestras estar con la mente bloqueada en forma de pirámide. Adaptas todas tus debilidades inconcientes, tus necesidades místicas, tu historia arcaica de represiones a una dialéctica dogmática y escolástica, a unos sofismas ingenuos, para convencerte a tí mismo de la existencia de algo elevado, de un dios o de otro ser que no sea demasiado humano.

Para tí debe existir un dios Todopoderoso, debe existir un Jefe divino para garantizar tu existencia. Porque no entiendes una migaja del universo, tu ignorancia te hace bajar débil, de rodillas, a los pies de un fantasma imaginario. Como decía Jung: Dios, ni siquiera es una esencia fija en la idea. Mucho menos lo podría ser en la realidad.

¡Tú eres tu Dios, Muchedumbre!

Tu Dios es tu hambre, tu Sexo, tu Creatividad y tus manos de hombre o mujer que abren las cortinas azules en una mañana llena de sol de marzo. Tú eres el generador divino, tu propia mente es tu Dios. De ti dependen todos los días, todos los años y todos los sueños eternos. En ti está lo absoluto (si es que existe) y el más largo viaje tu la puedes hacer por dentro de ti mismo, de donde resultará tu victoria sobre la muerte o, mejor, tu reconciliación con el final de todas las cosas. Abandónate a la margen de la vergüenza en que vives y cree más en ti que en esos fragmentos diabólicos que te fueron inyectados en la cabeza aún cuando tu no tenías otra de opción. Observa los creyentes a tu lado, y vélos, siempre suspirando, con los ojos rojos, las manos juntas y una expresión de miseria estóica implorando perdón por pecados jamás practicados. ¿A quién? ¿A quién debes respeto sino a ti mismo? Tu lucha y tu vida tu la debes a la naturaleza y a la materia que te rodea, y la naturaleza a sí misma se pertenece. Si no sabes aun el origen de la vida, bucea al fondo de la propia vida y descubrirás ... Pero, no te acomodes con una cruz colgada al cuello ni con esa voz débil de condenado. Ve a acostarte en una piedra de la selva y escucha el sonido ininterrumpido de las aguas, la inconstancia del viento y la respiración de una serpiente que quiere envenenarte. Ve, y pisa con cuidado por las piedras calientes y deja que los espinos penetren por primera vez en tu carne blanca y anémica y dejate quedar por primera vez abierto para las voces del mundo.

¡Allí está tu Dios, tu Diablo y tu Mismo!

¡Allí está la Trinidad tan incomprensible! ¡Tu-Dios-Diablo!

Donde tu eres real, y los otros dos, apenas nombres vacíos y simbólicos que ya no valen nada, que sólo hablan de los temores universales, de la polaridad de la mente humana y no de ti, efímero, sensorial y pensante.

¡Ah, pobre Populacho!

Mira la noche por tu ventana abierta, y en el espacio verás las estrellas envidiosas que juegan en la infinitud de un espacio incognocible. Mira las manos de tu mujer que trabaja con la miel, el viejo borracho que carcajea bajo el árbol del futuro, el pene de tu hijo que quiere mearte en la cara y el ventarrón rebelde que derrumba las mariposas más astutas. ¡Ahí está la vida! ¡Ahí está tu esencia perdida y la esencia de este mundo alcohólico! ¡Rebélate! ¡Rebélate Populacho! Quiero oír tu grito en esta noche, tu grito que aclarará para ti mismo la duda acerca de si la debilidad está dentro o fuera.




Notas

(*) Los niños no son propiedad de nadie, no pertenecen a sus padres, ni siquiera a la sociedad. Pertenecen solarnente a su propia libertad futura.- Miguel Bakunin.

(**) El hombre medio, con su autosuficiencia, su ridículo aire de superioridad y su paternalismo hacia el sexo femenino, no puede servir al tipo de mujer descrito en Character Study de Laura Marholm. Tampoco puede servirle el hombre que no ve más que su mentalidad y su genio, y que no logra despertar su naturaleza femenina.- (Emma Goldman).

(***) La compulsión monótona solamente sirve para el adiestramiento falto de vida que asfixia todo intento de iniciativa vital y crea súbditos en lugar de hombres libres. La libertad es la esencia de la vida, la fuerza impelente de todo desarrollo intelectual y social, la que crea cualquier proyecto para el futuro de la humanidad. La liberación del hombre de la explotación económica y de la presión intelectual, social y política, que encuentra su expresión más cabal en la filosofía del anarquismo, es el primer requisito para el perfeccionamiento de una cultura social superior y de una nueva humanidad.- Rocker, Rudolf.

(**** No obstante, estoy firmemente convencido de que, no sólo una gran parte de la conciencia, sino toda la conciencia, es una enfermedad. ¡Lo sostengo! - Fedor Dostoievski.

(*****) Freud, Sigmund, Obras completas. pág. 2435-2436, Tomo III (tercera edición), Biblioteca Nueva.

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