Índice de Manifiesto abierto a la estupidez humana de Ezio Flavio BazzoCapítulo ICapítulo IIIBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo II

Para que salga fuera lo que está dentro, debemos abrir la concha, pues cuando tu quieres coger la pulpa no tienes más remedio que romper la envoltura. Y, por tanto, si deseas descubrir la desnudez de la naturaleza debes destruír sus símbolos, y cuanto más lejos llegues en esto, más cerca tendrás a su esencia. Cuando arribas al UNO que dentro de sí reúne todas las cosas, ahí te quedas.

Meister Eckhart


¡Eres un enfermo que ya estas con un pie en la tumba!

No permites que tu padre se acerque a ti, ni que tu madre te de acogida en sus senos, porque piensas haber llegado a la madurez y porque no sabes que eres un niño débil y con un rol de macho-doméstico ...

Tu estabas adornado con una corbata roja en el parlamento inglés y levantabas tus brazos después, delante del espectáculo medieval del cambio de la guardia ... Aquellos soldados idiotas eran para ti los defensores del pueblo y de la gran Bretaña. Estabas sucio e insoportable en un tren que iba a Estambul, y por una silla, agrediste a una mujer pura y delicada. En las islas de Grecia eras tu quien vendía narcóticos y heroína a la multitud de jóvenes suicidas que ahí estaban y que, por ser hijos y nietos del Populacho, creían en tus mentiras y en tu dialéctica de cerdo-vendedor. En Ibiza y Formentera, tu ibas en uniforme a prender o agredir a aquellos que allí estaban tocando violín al lado de las aguas verdes del Mediterráneo, y que no hacían parte de tu mundo caótico e irracional. (quiero decir: racional-obsesivo).

¡Ah, Populacho!

¡Pobre Populacho!

Siempre tu, dominante y heredero de todo el patrimonio humano. Siempre tu a devaluar la vida o a colgarse de una cuerda. Tienes miedo de tus propias manos, de tus propios pasos y de tus propios pensamientos, porque sabes que tu corazón siempre te invita al suicidio.

Estuve por casi todos los sumideros de la vida, vistiendo tu ropa, hibernando delante de tus novelas, rezando para tu dios, fingiendo tener epilepsia en tus ritos, y manteniéndome sobrio delante de tus delirios de grandeza y de mesianismo. ¡Pero tu nunca me engañaste! Siempre te he visto más allá de tus máscaras, más allá de tus gestos estereotipados, más allá de tus farsas de pedante o de teórico insoportable. Ustedes: maestros, curas, políticos, terapeutas, místicos y padres de familia, si fueran sometidos a un juicio real, se encontrarían más abajo que las prostitutas; más abajo que los delincuentes; más abajo que los perros hambrientos de las calles. Por ello desearía mearme sobre vuestros nombres, vuestros títulos, vuestras armas y vuestros deseos criminales.

Muchas veces me someti a tu voluntad, Populacho, y fue entonces cuando descubrí que careces de todo. Tu madre fue una desgraciada, tu padre un desgraciado y tu tragaste todo el tiempo el humo de la desgracia matrimonial. Nunca tuviste afecto, ni seguridad, ni alegría, ni un gran deseo. Por ser hijo, nieto y bisnieto de la muchedumbre, siempre fuiste rechazado e indeseable y siempre serás muchedumbre ... Muchas veces tanto tus preguntas como tus carcajadas maniacas me hicieron ruborizar, y ello fue porque tuve temor de que mis hijos, un dia, llegaran a ser como tu: ¡representantes de la decadencia humana! Siempre que quieres cautivar a alguien, aceptas su religión, su partido y su idiosincracia, por más estúpida que sea. Eres capaz de hacer al mismo tiempo la apología de un Franco o de un Bakunin.

Para ti, todo es igual, una vez que puedas esconder tus llagas, que puedas discursear en banquetes, que tengas prostíbulos donde emborracharte a escondidas y hacerte pasar por un don Juan.

¡Ah, Populacho! Todas las mujeres de los prostibulos fueron esclavizadas por tu dominio económico y por tu sexualidad reprimida, aunque tu no tienes inteligencia suficiente para percibir que ahora, después que tu te declaraste el macho-esclavizador, ellas crearon un lenguaje especial y una estrategia sutil para referirse a ti como un imbécil, payaso y tonto que tiene dinero y una impotencia crónica. Después que supiste lo que pienso de ti, me odias y tienes fantasías de destruírme; pero tu vida no va más allá de fantasías. Aun sabiendo todo eso, siempre te escuché silencioso, a ti que eres un comerciante, un industrial, un hijo de Maríá o de Jehová. A ti que quieres ser un doctor, un noble, un conquistador o un travesti. Siempre te escuche silencioso, porque sabía que tu desconoces la Desobediencia Civil de Thoreau, asi como no estudiaste jamás las palabras de Zaratustra, no asististe a una sola pieza de Ibsen ni a un manifiesto de Strinberg. ¡Tengo pena de ti, hombre de mi siglo y de mi tiempo! Tengo pena porque te encuentro que corres por las calles, que te tornas tartamudo por nada y porque molestas sirvientas en un autobús repleto. Tengo pena de ti cuando te observo en hileras públicas esperando por un número, por una consulta, por un aumento de sueldo o, quien sabe, por un internamiento en un desgraciado manicomio. Ah, me gustaría que tu conocieses la farsa de la ciencia y de la sociedad a la que inocente te entregas ...

A veces te odio.

Te odio cuando quieres hacerte pasar por genio o cuando me saludas encogido, perfumado y con ropas de payaso. Te odio cuando me quieres exhibir una moneda de oro y cuando te ocultas bajo la estupidéz colectiva. Tengo asco de ti, Populacho, cuando veo que masacras a los más débiles y cuando me robas con una sonrisa cristiana en los labios. Cuando te alcoholizas para conmemorar una rebelión progresista, cuando hurtas libros de las bibliotecas, y cuando no soportas la serenidad de los otros. Tengo náuseas cuando finges vivir en permanente luna de miel con tu esposa sumisa y esclava, porque yo sé que en lo íntimo, tu la odias y eres odiado. En lo íntimo, quieres usarla, exhibirla como a una perra, no ser un solterón, porque ser un solterón es dudar de toda ridicularidad social, es desafiar toda la debilidad gregaria y dependiente de los seres ... ¡es ser filósofo!

¿Pero, porque te digo todo eso?

¿Por qué estoy hace dos días escribiéndote, si se que para ti, nada de eso tiene valor? Si sé que tu quieres apenas marchar por el camino heredado, heredado y lleno de monumentos póstumos.

Tu, Populacho, ya te olvidaste de Sacco y Vanzetti.

No te acuerdas de esos dos hombres valerosos que tu llevaste para la silla eléctrica, y eran inocentes, y eran valerosos y eran italianos al mismo tiempo que no pertenecían a ningún chouvinismo, como tu. Tú, nunca llegarás a ser como Vanzetti ni tampoco tener el honor de un Sacco; pues eres un cobarde y estas ciego para los actos más vitales. Tú, muchedumbre, jamás podrás decir como Sacco, algunas horas antes de recibir una corriente de 2100 voltios en su cuerpo:

Mi convicción más profunda es de que yo he sufrido por otros crímenes de los que si soy culpable. Yo he sufrido por que soy un militante anarquista, y es cierto, lo soy; pero estoy tan convencido de estar en lo cierto, que si usted pudiera darme dos veces muerte, y yo pudiera nacer dos veces más, volvería a vivir como lo he hecho hasta ahora.

Tu, Populacho, jamás tendrás la valentía de decir lo que pronunció Vanzetti ante un juez criminal como Thayer:

Y usted nos ve, juez Thayer, hace siete años que estamos encerrados en la cárcel. Lo que ambos sufrimos en estos siete años no puede contarlo ninguna lengua humana; sin embargo, usted lo ve: ¡no tiemblo ante usted! Usted lo ve: ¡lo miro directamente en los ojos, no me ruborizo, no cambio de color, no me avergüenzo ni siento miedo!

Y esos hombres fueron asesinados inocentemente por otros hombres como tu, por tu silencio y por tu complicidad. Fueron muertos por hombres que jamás tuvieron el placer de bucear por la vida misma, por hombres que estan viviendo bajo la soberanía de las cuatro enfermedades milenarias: La Familia, La Escuela, La Iglesia y El Estado.

LA FAMILIA: A falta de dioses hemos tenido que inventar abstracciones potentes; ¡ninguna de ellas más poderosamente destructiva que la familia! (David Copper).

LA ESCUELA: Las escuelas son lugares nefastos para los niños. La educación es algo que una persona consigue por si misma, y no algo que le otorga o pone a su disposición otra persona. El niño que se educa a sí mismo, y si no lo hace él no lo hará nadie, debe gozar de libertad, al igual que el adulto, para decidir cuándo, en qué medida y de qué forma debe utilizar cualesquiera recursos que pueda ofrecerle la escuela. Existe un número infinito de vías para la educación; cada discente debería y debe sentirse libre para elegir, encontrar y construirse la suya propia. (John Holt).

LA RELIGION: He aquí la fuente de todo lo que os proponen como más santo y más sagrado en todo lo que se os hace llamar piadosamente religión. He aquí la fuente y el origen de todas estas pretendidas leyes santas y divinas que se os quiere hacer observar como procedentes del mismo dios. La religión es la fuente y el origen de todas estas pomposas y ridículas ceremonias que nuestros sacerdotes simulan hacer con fastuosidad en la celebración de sus falsos misterios, de sus solemnidades y de su falso culto divino. He aquí el origen y la fuente de todos estos soberbios títulos de señor, de príncipe, de rey, de monarca y de potentado, en virtud de los cuales, todos, bajo pretexto de gobernaros, os oprimen como tiranos; en virtud de los cuales, bajo pretexto del bien y de la necesidad pública, os arrebatan todo cuanto tenéis de bello y mejor, y en virtud de los cuales, bajo pretexto de poseer su autoridad de alguna autoridad suprema, se hacen obedecer, temer y respetar a sí mismos al igual que dioses; y, en fin, he aquí la fuente y el origen de todos estos vanos nombres de noble y de nobleza, de conde, de duque y de marqués de los que la tierra es pródiga. Todas las religiones no son más que errores, ilusión e imposturas. (Jean Meslier).

EL ESTADO: Es el conjunto de todas las instituciones políticas, legislativas, jurídicas, militares, financieras, etc., por medio de los cuales se arrebata al pueblo la gerencia de sus propios asuntos, la dirección de su propia seguridad, confiándolas a algunos que, por usurpación o por delegación, hállanse investidos del derecho de legislar sobre todo y para todos y de forzar al pueblo a respetarlos, valiéndose del apoyo que les presta el poder de todos. En todos los tiempos y en todos los lugares, cualquiera que sea el nombre que tome el gobierno, cualquiera que sea su origen y su organización, su función es siempre oprimir, explotar y violentar la masa, para defender a los opresores y explotadores. Sus órganos principales, característicos, indispensables, son el policía y el recaudador de impuestos, el soldado y el carcelero, a los cuales se une espontáneamente el mercader de mentiras, sacerdote o profesor, pagado y protegido por el gobierno para educar los espíritus y hacerles dóciles al yugo gubernamental. (Ericco Malatesta).

Mientras tu no te deshagas de esas cuatro heridas humanas, de nada te valdrán los alimentos naturales, las vacaciones en el Caribe, las terapias más caras, la música de un Albinoni ni las raíces del Ginseng. Mientras te protejas bajo estos murciélagos nocturnos, tu vida será siempre una nada y te encontrarás siempre en llantos con tus fantasmas. ¡Ah, muchedumbre! Mientras tu rompes las vidrieras de tu casa, yo intento entenderte. Quizás te ame un día. Quizas te ame después que tu empieces a amarte. Sí, te amaré un día, aun sin olvidar que tu me negaste abrigo y comida cuando yo, hambriento, me atreví a golpear tu puerta, cuando necesitaba protegerme de la nieve y cuando estaba por un continente extraño en absoluta soledad.

¡Ah, eres el mismo en todos los rincones del mundo! En las calles de Amsterdam, en un hotel de Marrakech, en una prisión de San Salvador de Jujui, en el interior del Noreste miserable, en las salas del Vaticano, en las universidades y en los camping de vagabundos. ¡Siempre tu! Siempre tus juegos criminales, económicos, falsos y cubiertos por un altruismo estúpido. Siempre te encontré gordo, condicionado y con agua estancada en el vientre. Siempre protegido por un escritorio, por una cuenta bancaria, con un paletó engomado y con una sonrisa hipócrita en la cara. Ofrecíate mis escritos por casi nada, por míseros centavos, apenas para mantenerme vivo en el engranaje de tu máquina social, y tu, los examinabas con una expresión falsa y disimulabas, sin coraje para mirarme a los ojos o, entonces, me pasabas unos cuantos centavos, ¡como si yo fuera un mendigo con quien tu habías simpatizado! Siempre tu gesto de omnipotencia, aún cuando conoces tu impotencia ... aun cuando sabes que eres impotente, no sólo para el amor, más para el arte, para la música y, lo peor, para la vida. Nunca te interesaste por la libertad, ni por la sabiduria, ni por una real emancipación humana. Siempre huíste de las cosas inmediatas y cuando hiciste algún sacrificio, lo hiciste siempre con la esperanza celeste, nunca para tornarte sencillo y útil (*).

¡Ah. Populacho! Ya no sabes caminar y tus músculos se atrofian aun cuando practicas deportes absurdos que, en el fondo, poseen un único sentido: desviar tu potencia sexual (**). A veces recurres a la Yoga, al Campo, a la esgrima o la meditación trascendental, pero lo haces siempre como un fanático y siempre como Populacho. No profundizas en nada, eres tan superficial como el brillo del mar ... y, en el simbolismo de Jung, tu habitas el litoral de la isla; cualquier alteración de las aguas, y eres tragado, transformado, ¡y te pierdes en tus propios laberintos! Haces con tus semejantes lo mismo que los Dinkas hacen con un hipopótamo abatido, porque quieres, al mismo tiempo, besar tu dios y abrazar tu diablo. Eres dualista, esclavo del bien y del mal, corrupto y sentimental, y por eso, estás atascado en un lodazal de creencias populistas y morbosas.

Cuando disminuyo el paso en una tentativa de oirte, mi alma herida te grita las mismas palabras de Mefistófeles:

Tu galanteador sensible y ultra sensible, una sencilla ramera te deshace. Eres hijo de la zombaria, hecho de lama y de fuego ...

Ayer estuve delante de tí, y tu temblabas los dedos, limpiabas frecuentemente tu garganta y otra vez encendías un cigarrillo, como si yo te pudiera derretir con un toque o con una mirada. Tu miedo me pone triste y, cuanto más sencillo me presento delante de tí, más siento que me temes. Hablas en un torbellino, intentas contarme tu vida, tu dolor, tu deseo, pero no tienes tiempo para oírme, ni para relajarte, menos aun para mirarme a los ojos.

¿Por qué?

¿Por qué te dejas llevar así en ese paso triste de ave herida?

¡Ah, ahora yo siento que te quiero! ¡Siento que te puedo dar un abrazo fraternal, aun a sabiendas de que no sabrás interpretarlo correctamente, porque te orientas por una brújula del siglo XIII, porque eres muy vulnerable y porque cargas en tu seno una paradoja inaceptable!

¡Noches!

¡Madrugadas!

¡Mañanas claras de sol blando!

Amores en nuestras memorias eternas, crepúsculos lentos en medio del olor a ciprés ... ¡Ah!; todo eso se escapa por las brechas de tu espíritu, desapercibida e inútilmente. Eres un rey, Populacho. Un rey con muchos esclavos, pero el tiempo te fue aprisionando en una bodega oscura de tu castillo y la oscuridad te fue tornando ciego, insensible y perverso.

Todos los días, de manera disfrazada, tu me interrogas sobre la vida, el matrimonio (***), la revolución, el alma humana, los hijos, el trabajo, y después, como un pobre mercenario, como un muerto que aun camina, como un espectro de la verdadera posición humana, concluyes: eres un perverso, un vagabundo, un comunista y un endemoniado. Tener la libertad de gritar durante el Orgasmo es para tí perversión. No estar esclavizado a ningún trabajo alienado es para tí vagabundeo. Haber superado la enfennedad de la propiedad privada es para tí comunismo. No creer en tu dios idiota e imposible es para ti estar endemoniado. Todo eso es porque estas enfermo.

Dormí propositivamente entre tus hijos y entre tus hijas por todos los palacios y mansardas de los continentes y puedo decirte: ¡ellos tienen por ti un odio irreparable! Tu, farsante, los rechazaste aun cuando estaban en el útero de la madre y sólo los generaste para adquirir seguridad, para dar muestras de tu virilidad, (los cerdos y los perros también pueden tener hijos) para que hereden tus riquezas y para que garantizen tu vejez. Tus vanidades fueron más allá de tu vida y ahora tu deliras con el deseo de eternidad, y te esclavizas a tí mismo con creencias fantásticas como la de dios y la del dinero, y no quieres admitir que tu cuerpo, ese mísero cuerpo de Populacho, termine mañana en el mundo de los gusanos y, que de él, nada se mantenga. El delirio te llevó al sueño de la reencarnación, del renacimiento y de la vida infinita.

¡Pobre Muchedumbre! Sacrificas el mundo real en la búsqueda de un mundo quimérico, en la búsqueda de un mundo que débiles mentales visitaron en las crisis de la enfermedad. ¡Levántate Muchedumbre! Libérate de todas estas trampas que te aniquilan y elévate como un águila por las cumbres de la existencia. Camina descalzo por todos los caminos del mundo, diagnosticando la fiebre de los pueblos, la nocturna melancolía de un barrio de negros y el desperdicio inhumano de la historia. Mira dentro de los ojos que se cruzan con los tuyos y haz el amor en un tren que va desde Viena hasta Estambul. Despierta de ese sueño letárgico en que estas sumido, y ve que la vida te espera con los brazos abiertos, y con la inocencia de los niños saludables ... Al momento en que pudieres gritar ¡no! a todas las mierdas sociales y que dejares tu cuerpo correr liberto por los caminos que no hay, entonces tendrás otra visión de tí y del mundo.

¡Mira más allá!

¡Cree más en tu corazón que en tus ojos!

Cree más en el mundo primitivo que cargas dentro de tí y en aquello a que fuiste destinado a ser y no te sometas a dogmas idiotas de eunucos, ni a las imposiciones represivas de quien no ha buceado por las cosas más agradables de la vida.

Cuando te digo eso, tu me ironizas y me acusas de idealista-soñador y al mismo momento, te entregas a tu corrida de loco.

Entonces retírome cabizbajo y avergonzado (****) de mi mismo, intentando violar y profanar tu historia milenaria e intentando aceptarte para siempre como Populacho.




Notas

(*) Pronto llegará el día, en que sentiremos vergüenza y asco no ya de comer una comida de cinco platos, servidos por lacayos, sino una comida no preparada por nosotros mismos; dará vergüenza no ya montar caballos de carrera, sino ir en coche, cuando se puede ir caminando; usar entre semana vestidos, zapatos, guantes que no sirven para trabajar; será vergonzoso dar a los perros leche y pan blanco, cuando hay quien no tiene leche ni pan blanco, y utilizar lámparas y velas cuando no se trabaja y encender el horno cuando no se prepara la comida, mientras haya gente sin luz y sin calefacción. -Tolstoy, León.

(**) Las personas que no tienen orgasmo son caracterizadas por las mujeres que limpian diez veces por día la casa y por los hombres que nunca tienen tiempo para el ocio. Que quieren acumular dinero y títulos, obsesivamente. Reich llama a esta enfermedad: La Plaga Emocional.

(***) La institución del matrimonio convierte a la mujer en un parásito y la obliga a depender completamente de otra persona. La incapacita para la lucha por la vida, aniquila su conciencia social, paraliza su imaginación y le impone después graciosamente su protección, que es en realidad una trampa, una parodia del carácter humano.-Emma Goldman.

(****) Ahora consumo mis días en mi covacha, encalabriñándome con el consuelo maligno y vano de que el hombre inteligente jamás llegará a ser nada serio, que sólo el imbécil consigue algo. Si, señores, el hombre inteligente está moralmente obligado a ser una criatura sin carácter; el hombre de acción, suele ser mediocre. Esa es mi convicción de cuarenta años.-Dostoievski, Fiodor.

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