Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XVIICapítulo XIXBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO OCTAVO
El significado cristiano del celibato libre y de la vida monástica

El concepto de la especie y con ello el significado de la vida conyugal había desaparecido con el cristianismo. Este hecho confirma nuevamente la tesis expresada anteriormente, de que el cristianismo no contiene en sí el principio de la cultura. Pues, donde el hombre destruye la diferencia entre la especie y el individuo, declarando esta unidad por el ser supremo, igualándolo a Dios, donde por lo tanto la idea de la humanidad sólo le es objeto como idea de la divinidad, allí la necesidad de la cultura ha desaparecido; el hombre lo tiene ya todo en sí mismo, pues tiene todo en su Dios. En consecuencia, no necesita completarse por otro representante de la especie, o por la contemplación del mundo en general -en cuya necesidad sólo se funda el estímulo de la cultura. El hombre alcanza su objeto solo- pues lo alcanza en Dios; Dios mismo es este objeto alcanzado, este objeto supremo, realizado, de la humanidad; pero Dios está presente para cada individuo exclusivamente. Dios es la única necesidad de los cristianos -ellos no necesitan de la especie humana, ni del mundo; no necesitan de los demás. Pero precisamente Dios representa para mí la especie, representa al otro; más aún, en la adversión del mundo, en la separación completa del mismo, siento más que nunca la necesidad de tener a Dios y siento su presencia, siento recién lo que Dios es y lo que debe ser para mí. Claro está que el hombre religioso necesita también de la comunidad, pues la edificación común es una necesidad; pero la necesidad del otro es de por sí siempre algo sumamente subordinado. La salvación del alma es la idea fundamental y la cosa fundamental del cristianismo; pero esta salvación sólo se encuentra en Dios, sólo en la concentración con respecto a él. La actividad para los demás es una actividad exagerada, una condena de la salvación; pero el fundamento de la salvación es Dios, la relación inmediata con Dios. Y hasta la actividad para los demás, sólo tiene un significado religioso, sólo tiene la relación con Dios como fundamento y objeto; es en el fondo sólo una actividad para Dios -para glorificar su nombre y divulgar su gloria. Pero Dios es subjetividad absoluta, la subjetividad separada del mundo, extramundial, librada de la materia, de la vida conyugal y, con ello, de la diferencia sexual. La separación del mundo, de la materia, de la vida conyugal, es, por consiguiente, el objeto esencial del cristianismo (1). Y este objeto se ha realizado en forma sensible en la vida monacal.

Es engañarse a sí mismo el querer deducir la vida monacal solamente del Oriente. Por lo menos, si esta deducción tíene que tener valor, hay que ser justo deduciendo la tendencia de la cristiandad opuesta a la vida en el claustro, no del cristianismo sino del espíritu y de la naturaleza del Occidente. Pero, ¿cómo se explica entonces el entusiasmo del Occidente por la vida monacal? Más bien debe deducirse la vida en el claustro directamente del cristianismo; era una consecuencia necesaria de la fe en el cielo prometido a la humanídad por el cristianísmo. Donde la vída celestial es una verdad, allí la vida terrenal es una mentira -donde todo es fantasía y nada realídad. El que cree en una vida eterna y celestial, no atribuye más valor a esta vida. Más bien. ella ya ha perdído su valor: pues la fe en la vida celestial, es, precisamente, la fe en la nulidad y en el desprecio de esta vída. No puedo imaginarme la vida del otro mundo sin ignorarlo, y sin contemplar, con una mirada de compasión o de desprecio, esta vida miserable. La vida celestial no puede ser ningún objeto, ninguna ley de la fe, sin ser a la vez una ley moral; pues debe determinar todos mis actos (2), si es que mi vida debe coincidir con mi fe. No debo tener apego a las cosas pasajeras de esta tierra. No debo, ni tampoco quiero hacerlo, porque, ¿qué son todas las cosas de esta tierra en comparación con la gloria de la vida celestial? (3)

La cualidad de aquella vida depende de la cualidad moral de esta vida; pero la moralidad misma es determinada por la fe en la vida eterna. Y esta moralidad correspondiente a la vida sobrenatural, sólo es la adversión de este mundo, la negación de esta vida. Pero la prueba sensible de esta adversión espiritual, es la vida monacal. Todas las cosas, finalmente, deben representarse exteriormente y en forma sensible (4). La vida monacal y en general la vida ascética es la vida celestial tal como aquí se lleva y puede llevarse. Si mi alma pertenece al cielo ¿por qué y cómo puedo yo entonces con el cuerpo pertenecer a la tierra? El alma vivifica al cuerpo. Pero cuando el alma está en el cielo, el cuerpo es abandonado, ha muerto, y ha muerto entonces el órgano de unión entre el mundo y el alma. La muerte, la separación del cuerpo, por lo menos de ese cuerpo groseramente material y pecaminoso, es la entrada hacia el cielo. Pero, si la muerte es la condición de la beatitud y de la perfección moral, entonces, necesariamente la mortificación y la abnegación son las únicas leyes de la moral. La muerte moral es la anticipación necesaria de la muerte natural- es la anticipación necesaria; porque sería altamente inmoral esperar la conquista del cielo en el momento de la muerte sensitiva, dado que ésta no es ninguna muerte moral, sino natural, un acto común al hombre y al animal; por eso la muerte debe ser elevada al grado de una muerte moral, a un acto de la independencia. Yo muero diariamente dice el apóstol, y este lema lo usó San Antonio, el fundador de la vida monacal (5), como lema de su vida.

Pero se objeta que el cristianismo sólo ha querido una libertad espiritual. Así es; pero ¿qué es una libertad que no trascienda al hecho; que no tiene ninguna manifestación sensitiva? ¿O crees tú, acaso, que sólo depende de tí, de tu voluntad, de tú ánimo, el hecho de estar libre de algo? En tal caso, te equivocas mucho y jamás habrás vivido un acto de verdadera liberación. Mientras que te encuentres en un estado, en una profesión, en una relación, estarás determinado por estos factores, quieras o no quieras. Tu voluntad, tu ánimo, sólo te libran de los límites conscientes, pero no de los escondidos, inconscientes, ni de las impresiones que están ligadas con la naturaleza de aquellos factores. Por eso no nos sentimos bien, nuestro corazón se siente oprimido, mientras que no nos separamos sensiblemente de los que nos hemos librado espiritualmente. Un hombre que realmente ha perdido el interés espiritual en los tesoros terrenales, los echará pronto por la ventana para descargar su corazón de ellos enteramente. Lo que ya no abrazo con el ánimo, es para mí un peso, si todavía lo tengo; pues lo tengo en contradicción con mi ánimo. Luego, hay que deshacerse de ello. Lo que el alma ha despedido, no lo retengo tampoco con la mano. Sólo el ánimo es el punto de la gravedad de lo que tengo; sólo el ánimo santifica la posesión. Quien ha de tener una mujer de tal modo como si no la tuviera, haría mejor si no tomara ninguna mujer. Tener como si uno no tuviera, significa tener sin el ánimo de tener, significa, en verdad, no tener. Y quien dice, por tanto, que uno debe tener una cosa como si no la tuviera, sólo expresa de una manera vaga: que no hay que tenerla de ninguna manera. Lo que despido de mi corazón, ya no es mío, es libre. San Antonio decidió renunciar al mundo cuando oyó la frase: Si quieres ser perfecto ve, vende todo lo que tienes para darlo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme. San Antonio dio la interpretación única y verdadera a esta sentencia. Pues fue, vendió todas sus riquezas y las dio a los pobres. Sólo así conservó su libertad espiritual con respecto a los tesoros de este mundo (6).

Semejante libertad, semejante verdad, contradice por cierto al cristianismo de hoy, que sostiene que el Señor sólo ha querido la libertad espiritual, es decir, una libertad que no exige ninguna clase de sacrificios, ninguna energía que es, por consiguiente, una libertad ilusoria, una libertad de engaño de sí mismo -una libertad de los bienes terrenales que consiste en la posesión y el usufructo de estos bienes. Por eso dijo tanto el Señor: Mi yugo es suave y dulce. ¡Cuán bárbaro, cuán insensato sería el cristianismo si exigiera del hombre el sacrificio de los tesoros de este mundo! Pues en tal caso el cristianismo no sería apto para este mundo. Pero esto no debe admitirse. El cristianismo es sumamente práctico e importante; abandona la libertad de los tesoros y de los placeres de este mundo a la muerte natural- la abnegación de los monjes es un suicidio anticristiano-; pero permite ejercer la actividad de adquisición y usufructo de los tesoros terrestres. Los cristianos verdaderos no dudan de la verdad de una vida celestial. Muy al contrario, pero en ello coinciden todavía con los monjes antiguos; ellos esperan esa vida celestial pacientemente, sumisos a la voluntad de Dios, vale decir, a la voluntad de su egoísmo, del goce cómodo de los placeres de este mundo (7). Yo, en cambio, desprecio y detesto este cristianismo moderno, donde la novia de Cristo se dedica hasta a la poligamia, por lo menos a la poligamia sucesiva, que sin embargo no se distingue esencialmente, a los ojos del verdadero cristiano, de una poligamia verdadera; mientras que por otro lado, con una hipocresía sin igual, jura la verdad sagrada, eterna, incontestable y obligatoria de la palabra divina; y así retorna, con pudor sagrado, hacia la verdad desconocida de la celda casta del convento, donde el alma desposada con el cielo todavía no cortejaba un cuerpo ajeno y terrenal. La vida sobrenatural es esencialmente, también, una vida de celibato. El celibato -no como ley- constituye, por lo tanto, un factor esencial de la doctrina del cristianismo. Esto ya está expresado suficientemente por el origen sobrenatural del Salvador.

En esta creencia, los cristianos santificaban la virginidad inmaculada como un principio salvador, como el principio del nuevo mundo cristiano. Que nadie cite aquí las frases de la Biblia, como ser: multiplicaos; o: lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe, para sancionar con estas frases el matrimonio. La primera cita se refiere, como ya observaban Tertuliano y Jerónimo, sólo a la tierra despoblada de hombres y todavía no llenada por los mismos es decir, al comienzo, pero no al fin del mundo que había venido con la aparición directa de Dios sobre la tierra. Asimismo, la siguiente cita sólo se refiere al matrimonio como un instituto del Antiguo Testamento. Los judíos preguntaron a Cristo si era justo que un hombre se separase de su mujer; y la contestación arriba citada era la solución más conveniente para esta pregunta. Una vez que se ha concertado un matrimonio, éste debe ser sagrado. Ya la mirada hacia otra mujer es un adulterio. El matrimonio, de por sí, ya es una indulgencia con respecto a la debilidad, o más bien con respecto a la fuerza de la sensualidad; es un mal que por lo tanto debe ser limitado en todo lo posible. La indisolubilidad es un limbo, una aureola que precisamente expresa aquello que las cabezas cegadas por el resplandor buscan detrás de ella. El matrimonio es, de por sí, es decir, en el sentido del cristianismo perfecto, un pecado (8). O por lo menos una debilidad que sólo se permite y te será perdonada bajo la condición de que te limites a una sola mujer. En una palabra, el matrimonio es santificado en el Antiguo Testamento, pero no en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento da a conocer un principio más sublime y sobrenatural, el secreto de la virginidad inmaculada (9). Quien pueda comprenderlo, que lo comprenda. Los hijos de este mundo casan y dejan casarse; pero quienes quieran hacerse dignos de conseguir aquel mundo en la resurrección de los muertos, ni casan ni dejarán casar. Pues ya no pueden morir, porque son iguales a los ángeles e hijos de Dios, puesto que son hijos de la Resurrección. (10) Luego, en el cielo nadie se casa; del cielo está excluído el principio del amor sexual por ser algo terrenal y mundano. Pero la vida celestial es la vida verdadera, perfecta y eterna del cristianismo. ¿Entonces no debo tratar yo de realizar esta posibilidad, puesto que soy también un ser celestial o que por lo menos lo puedo ser? (11) En efecto, el matrimonio ya está excluído de mis sentidos y de mi corazón al ser excluído aquel del cielo, o sea del objeto esencial de mi fe, esperanza y vida. ¿Cómo puede tener lugar una mujer terrenal en mi corazón, lleno de aquel cielo? ¿Cómo puedo yo repartir mi corazón entre Dios y el hombre? (12) El amor del cristiano hacia Dios no es un amor abstracto general, tal como el amor hacia la verdad, hacia la justicia, hacia la ciencia; es el amor hacia un Dios subjetivo y personal, luego, es un amor en sí mismo subjetivo y personal. Una cualidad esencial de este amor, es que es un amor exclusivo y celoso, porque su objeto es un ser personal y a la vez el ser más supremo que no puede ser comparado con ningún otro. Sé fiel a Jesús (porque Jesucristo es el Dios de los cristianos) en la vida y en la muerte; confía en su fidelidad; él sólo puede ayudarte, cuando todos te abandonan. Tu amado tiene la propiedad de que no soporta a su lado a otra persona: él solo quiere tener tu corazón, reinar solo en tu alma como un rey en su trono. ¿De qué puede servirte el mundo sin Jesús? Existir sin Cristo es una pena infernal, vivir con Cristo es una dulzura celestial. No puedes vivir sin amigos; pero si para ti la amistad de Cristo no pasa por encima de todo, estarás sobremanera entristecido y desconsolado. Ama a todas las cosas por Jesús; pero a Jesús por sí mismo. Jesucristo, sólo es digno de ser amado. Mi Dios, mi amor; tú eres mi todo y todo yo soy tuyo. El amor espera y confía siempre en Dios, aunque Dios no sea benigno con el amante; pues no se puede vivir en el amor sin el dolor. Por amor hacia el amado debe sufrir gustosamente todo, también lo que es duro y amargo. Mi Dios y mi todo: en tu presencia todo me es dulce, en tu ausencia todo me repugna ... Sin ti nada puede gustarme. ¿Cuándo vendrá, por fin, aquella hora beata tan deseada, en que tú me llenes enteramente con tu presencia y seas todo en todo para mí? Mientras que esto no esté a mi alcance, mi alegría sólo es ficticia. ¿Cuándo me he sentido bien sin ti? ¿O cuándo me he sentido mal contigo? Prefiero ser pobre por ti que rico sin ti. Prefiero ser contigo un peregrino en esta tierra, que sin ti poseer el cielo. Donde tú estás, está el cielo; la muerte y el infierno donde tú no estás. Sólo te anhelo a ti. Tú no puedes servir a Dios y al mismo tiempo gozar lo que es terrenal: deben alejarte de todos los conocidos y amigos, y separarte de cualquier consuelo material. Los fieles de Cristo sólo deben considerarse como peregrinos y ajenos en este mundo, según la palabra de San Pedro. (13) El amor a Dios, como a un ser personal, es, por lo tanto, el amor propiamente dicho, el amor formal, personal y, exclusivo. ¿Cómo puedo, por lo tanto, amar a Dios y a la vez a una mujer mortal? ¿No pongo de este modo a Dios y a la mujer sobre un mismo pie de igualdad? Por cierto, para un alma que ama a Dios verdaderamente, el amor de una mujer es una imposibilidad, es un adulterio. El que tiene una mujer, decía el apóstol Pablo, piensa lo que interesa a la mujer; quien no tiene mujer, piensa lo que interesa al Señor. El casado piensa en complacer a la mujer, el soltero en lo que plazca a Dios.

El verdadero cristiano no siente necesidad ni de la cultura, porque ésta es un principio mundano, contrario al sentimiento, ni tampoco la necesidad del amor (natural).

Dios le substituye la necesidad de la cultura y a la vez la necesidad del amor de la mujer y de la familia. El cristiano identifica directamente la especie con el individuo; por eso destruye la diferencia sexual por ser un anexo, molesto y casual (14). Recién cuando el hombre y la mujer están unidos, constituyen el verdadero hombre; hombre y mujer unidos son la existencia de la especie -porque su unión es la fuente de la multiplicación, la fuente de otros hombres. Por esa razón, el hombre que no niega su virilidad, que se siente como hombre, y reconoce esta sensación como una sensación natural y legítima, recién entonces tal hombre se sabe y se siente sólo como un ser parcial, que necesita de otro ser parcial, para producir lo total, es decir, la humanidad verdadera. En cambio, el cristiano se concibe, en su subjetividad sobrenatural y exagerada, como un ser de por sí y por sí sólo completo. Pero contra esta ideología se levanta el instinto sexual, el cual está en pugna con su ideal, con su ser supremo; por eso el cristiano debe suprimir este instinto.

Efectivamente, el cristiano sentía también la necesidad del amor sexual: pero sólo como una necesidad que contradice a su destino celestial. una necesidad puramente natural -natural en el sentido vulgar y despectivo que esta palabra tiene en el cristianismo-, no como una necesidad metafísica, esencial tal como el hombre la siente donde no suprime la diferencia sexual, sino que la considera como parte esencial de su existencia. Por eso el matrimonio no es sagrado en el cristianismo; sólo lo es aparentemente, en la forma ilusoria, porque el principio natural del matrimonio, el amor sexual, es en el cristianismo algo no santo, algo que excluye del cielo (15). Pero lo que el hombre excluye de su cielo lo excluye de su ser verdadero. El cielo es su cofre de tesoros. En la tierra, el cristiano debe amoldarse y muchas cosas le sucede que caben en su sistema; en la tierra se encuentra entre seres ajenos que lo intimidan. Pero en el cielo deja su incógnito, se muestra en su dignidad verdadera, en su gloria celestial; en el cielo, allí está su corazón -el cielo es su corazón abierto. El cielo no es otra cosa sino el concepto de la verdad, de lo bueno, de lo válido, de lo que debe ser; la tierra no es otra cosa que el concepto de la falsedad, de lo inválido, de lo que no debe ser. El cristiano excluye del cielo la vida conyugal; allí termina la especie, allí viven solamente individuos puros, asexuales, espíritus, allí reina la absoluta subjetividad -y por lo tanto el cristiano excluye de su vida al instinto sexual y a la vida conyugal: niega el principio del matrimonio como un principio pecaminoso y rechazable; porque la vida verdadera y no contaminada es la vida celestial (16).


Notas

(1) La vida para Dios no es esta vida natural que está sujeta a la putrefacción ... ¿Acaso no debemos gemir anhelando las cosas futuras, no deberíamos ser enemigos de todas estas cosas terrenales? ... Por eso deberíamos despreciar esta vida y este mundo y anhelar la futura gloria y honor de la vida eterna. Lutero. (I. T., páginas 466-467).

(2) El espíritu debe dirigirse adonde un día ha de ir. (Meditat. sacrae Joh. Gerhardi, Med, 46).

(3) Quien anhela lo celestial, desprecia lo terrenal. Quien anhela lo eterno, desprecia lo que es temporal. Bernardo. (Epíst. Ex. persona Heliae monachi ad prentes). Por eso los antiguos cristianos no celebraban el día del cumpleaños, sino el día de la muerte. (Véase la Anotación a Min. Félix e rec. Gronovii, Ludd. Bat. 1719, p. 332). Por eso habría que aconsejar a un cristiano que soporte la enfermedad con paciencia, que hasta anhele que venga la muerte, cuanto más antes tanto mejor. Porque, como dice San Cipriano, no hay nada más ideal para un cristiano que morir. Pero desgraciadamente nosotros más bien escuchamos al pagano Juvenal, que dice: Orandum est, ut sit mens sana in corpore sano. Lutero. (T. IV, pág. 15).

(4) Es perfecto aquel que espiritual y físicamente ha muerto para este mundo. De modo bene vivendi ad Sororem S. VII. (Entre los escritos apócrifos de San Bernardo).

(5) I. Kor. 15, 31. Ver, sin embargo, sobre este tópico a Jerónimo, De vita Pauli primi Eremitae.

(6) Naturalmente tenía el cristianismo sólo semejante fuerza cuando, como Jerónimo escribe a Demetrio, la sangre de Nuestro Señor era todavía caliente y la fe todavía ferviente. Ver sobre este asunto también G. Arnold. De la continencia de los primeros cristianos y su repudio de toda clase de egoísmo. (1. c. Bd. IV c. 12, pár. 7-16).

(7) ¡Cuán distintos eran los primeros cristianos! Es difícil y hasta imposible disfrutar a la vez los bienes actuales y los futuros, Jerónimo. (Epist. Juliano). Eres demasiado ambicioso, hermano, si quieres primero gozar en este mundo y luego dominar con Cristo. El mismo: (Epist. ad Heliodorum). Vosotros queréis tenerlo todo: Dios y la criatura, y esto es imposible. El placer divino y el placer terrenal no pueden estar juntos, Tauler. (Ed. c. p. 334). Pero por cierto eran ellos cristianos abstractos. Y ahora vivimos en la edad de la reconciliación. Sí, señor.

(8) No querer ser perfecto significa: pecar, Jerónimo. (Epist. ed Heliodorum de laude vitae solit). Observo a la vez la cita aquí agregada sobre la Biblia yo la explico en el sentido en que la historia del cristianismo la ha expuesto.

(9) El matrimonio no es ni nuevo ni extraordinario y es considerado y alabado hasta por los paganos, de acuerdo al juicio de la razón, Lutero. (T. II, pág. 337 a.).

(10) Ev. Luk. 20, 34-36.

(11) Los que quieren ser recibidos en el paraíso, deben cosas que no se encuentran en él, Tertuliano. (De exhort. cast., c. 13). El celibato es la imitación de los ángeles, Joh Damascenus. (Orthod. IV, c. 25).

(12) La no casada se ocupa únicamente de Dios y sólo tiene una idea única; en cambio la casada vive en parte con Dios y en parte con el hombre, Clemens Aleje. (Paedag. lib. II, C. 10). Quien elige una vida solitaria sólo piensa en cosas divinas, Theodoret. (Haeretic. Fabul. lib. V, 24).

(13) Thomas de Kempis (De imit. lib. II, c. 7, C. 8, lib. III, c. 5, C. 34, C. 53, C. 59). ¡Oh, cuán beata es la virgen en cuyo pecho no habita otro amor sino el amor de Cristo!, Jerónimo. (Demetriadi, virgini Deo consecratae). Pero por cierto es éste nuevamente un amor abstracto que en la edad de la reconciliación, donde Cristo y Belial forman un corazón y un alma, ya no gustan. ¡Oh, cuán amarga ea la verdad!

(14) Otra cosa es la mujer y otra cosa la virgen. Mira cuán beata es la que ha perdido hasta el nombre de su sexo. La virgen ya no se llama mujer, Jerónimo. (Adv. Helvidium de perpet. vir., pág. 14, T. II, Erasmus).

(15) Esto puede expresarse también de la siguiente manera: El matrimonio tiene en el cristianismo sólo un significado moral pero no religioso; no tiene ningún principio o modelo religioso. Muy diferente era esto entre los griegos, por ejemplo, Zeus y Here eran el gran modelo de cualquier matrimonio (Creuzer, Symb); y entre los antiguos parsis, donde la procreación, en su calidad de aumento del género humano, y de disminución del imperio de Ahriman, es un deber y una acción religiosos (Zend-Avesta), y entre los hindúes, donde el hijo es el padre que renace.

Cuando el esposo se acerque a la esposa, renacerá él mismo por la que se convierte en madre por él, Fr. Schgel.

En la India, ninguno que ha renacido puede entrar en el estado de los Sanyassi, esto es, de un eremita, a no ser que haya pagado antes tres deudas, entre otras la que se contrae por haber procreado un hijo. En cambio para los cristianos, por lo menos los católicos, era una verdadera fiesta religiosa, cuando el novio, o hasta el casado -siempre que esto sucediera con el consentimiento de ambas personas- renunciaba al estado matrimonial, sacrificando el amor matrimonial al amor religioso.

(16) En cuanto la conciencia religiosa al fin y al cabo pone nuevamente en vigencia, lo que en un principio destruye, y la otra vida finalmente no es más que la vida terrestre, debe por consecuencia también el sexo ser restituido. Ellos serán semejantes a los ángeles, es decir, que no dejan de ser hombres, de manera que el apóstol queda apóstol y María, María, Jerónimo. (Ad. Theodoram viduam). Pero así como el cuerpo del otro mundo es un cuerpo incorpóreo y aparente, asi es necesariamente el sexo allí, un sexo asexual, aparente.

Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XVIICapítulo XIXBiblioteca Virtual Antorcha