Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XVICapítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO SÉPTIMO
La diferencia entre el cristianismo y el paganismo

Cristo es la omnipotencia de la subjetividad, el corazón redimido de todas las cadenas y leyes de la naturaleza; es el sentimiento concentrado en sí mismo con la exclusión del mundo; es el cumplimiento de todos los deseos del corazón; es la ascención celestial de la fantasía; es la resurrección del corazón. Por eso, Cristo es la diferencia entre el cristianismo y el paganismo.

En el cristianismo se concentraba el hombre solamente a sí mismo, se desligaba de la conexión con el mundo entero, se convertía en un factor satisfecho de sí mismo, en un ser absoluto sobre y extranatural. Pero precisamente por el hecho de que ya no se contemplaba como un ser que pertenecía al mundo y por el hecho de que rompió su relación con este mundo, se sentía como un ser limitado -porque la barrera de la subjetividad es precisamente el mundo, la objetividad- y ya no tenía ningún motivo para dudar de la verdad y de la validez de sus deseos y sentimientos subjetivos. En cambio, los paganos, recogidos en sí mismos, no ocultándose de la naturaleza, limitaban su subjetividad por la contemplación del mundo. Por más que los antiguos celebraran la gloria de la inteligencia y de la razón, eran, sin embargo, tan liberales y objetivos como para dejar vivir también lo contrario del espíritu o sea la materia, y de dejarla vivir eternamente, tanto en la teoría, como en la práctica. Los cristianos, en cambio, demostraban su intolerancia práctica y teórica también por el hecho de que creían en la destrucción del mundo, por ser esto lo contrario de la sujetividad (1). Los antiguos eran libres de sí mismos; pero su libertad era la libertad de la indiferencia hacia sí mismos; los cristianos eran libres de la naturaleza, pero su libertad no era la libertad de la razón, la libertad verdadera -la libertad verdadera es aquella que se limita por el concepto que tiene el mundo o sea por la naturaleza-, sino que era una libertad del sentimiento y de la fantasía, la libertad del milagro. A los antiguos les encantaba el cosmos de tal manera, que se olvidaban de sí mismos contemplándolo, creían ser una nada frente a él; los cristianos despreciaron el mundo, pensando: ¿qué es la criatura en comparación con el Creador? ¿Qué son el sol, la luna y la tierra en comparación con el alma humana? El mundo perece; pero el hombre es eterno. Cuando los cristianos desligaban al hombre de la comunidad con la naturaleza, creyendo por eso mismo en el extremo de una figura noble, que ya designaba a la remota comparación del hombre con el animal, como una lección atea de la dignidad humana, los paganos cayeron en el otro extremo, en la vileza que destruye la diferencia entre el animal y el hombre y, como lo hizo, por ejemplo, Celso, el adversario del cristianismo, que llega hasta rebajar al hombre considerándolo más bajo que los animales (2).

Los paganos contemplaban al hombre no solamente en relación con el universo; pues ellos consideraban al individuo sólo en relación con otros hombres, en relación con una comunidad. Ellos distinguían, por lo menos como filósofos, abstractamente, el individuo de su especie, el individuo como parte de todo el género humano, subordinándolo a ese conjunto. Los hombres perecen, pero la humanidad permanece, dice un filósofo pagano. ¿Cómo quieres lamentar la pérdida de tu hijo?, escribe Sulpicio a Cicerón. Grandes ciudades e imperios de fama mundial han perecido, ¿y tú te portas así por la muerte de un homúnculo, de un hombrecito? ¿Dónde queda tu filosofía? El concepto del hombre como individuo, era para los antiguos un concepto derivado, deducido del concepto de la especie o de la comunidad. Aunque ellos apreciaban mucho la especie, las cualidades de la humanidad, y la inteligencia, al individuo lo despreciaban. En cambio, el cristianismo se despreocupa de la especie fijándose únicamente en el individuo. El cristianismo (no el cristianismo de hoy, que está penetrado por la cultura pagana y sólo, ha retenido el nombre y algunas sentencias generales del cristianismo y es lo contrario directo del paganismo), sólo se concibe verdaderamente y sin ser disfigurado por la interpretación especulativa y arbitraria, si se le considera como punto contrario del paganismo. Es verdad en cuanto su contrario es erróneo; pero es erróneo en cuanto su contrario es verdad. Los antiguos sacrificaban el individuo a la especie; los cristianos, la especie al individuo, O sea: el paganismo consideraba y contemplaba al individuo sólo como una parte en oposición a toda la especie; en cambio el cristianismo sólo lo contempla en unidad inmediata y no diferenciada con la especie (3). Para el cristianismo, el individuo era el objeto de la providencia inmediata, es decir, un objeto inmediato de la esencia divina. Los paganos creían en una providencia del individuo sólo a raíz de la especie, de la ley, del orden universal; luego, creían solamente en una providencia mediata y natural no milagrosa, pero los cristianos rechazaron la mediación y se pusieron en contacto directo con el ser general que abarca y que lo prevé todo; vale decir, ellos identificaban directamente el ser especial con el ser general.

Pero el concepto de la divinidad coincide con el concepto de la humanidad. Todas las determinaciones divinas, todas las determinaciones que hacen de Dios un Dios, son determinaciones de la especie -determinaciones que son limitadas en el individuo; pero cuyas limitaciones son suprimidas en la esencia de la especie y hasta en su existencia- en cuanto aquella tiene la existencia que le corresponde sólo en todos los hombres en conjunto. Mi sabiduría, mi voluntad son limitadas; pero mi límite no es el límite de los demás, menos aún de la humanidad; lo que a mí me cuesta, es fácil para el otro; lo que para un tiempo es imposible, inconcebible, es posible y concebible al tiempo venidero. Mi vida está ligada a un tiempo limitado, no así la vida de la humanidad. La historia de la humanidad no consiste en otra cosa sino en una destrucción contínua de límites, que en un tiempo determinado se consideraban como límites de la humanidad y por eso como límites absolutos e invencibles. Pero el futuro siempre revela que los pretendidos límites del espacio, sólo eran límites de los individuos. La historia de las ciencias, especialmente de la filosofía y de las ciencias naturales, nos ofrece para ello las pruebas más interesantes. Sería sumamente interesante e instructivo escribir una historia de las ciencias solamente desde este punto de vista, para demostrar la sinrazón del individuo que cree poder limitar su especie. Luego, la especie es ilimitada y sólo el individuo es limitado (4). Pero la sensación del límite es penosa. De esta sensación se libra el individuo contemplando el ser perfecto; en esta contemplación posee todo lo que le falta. Dios no es otra cosa entre los cristianos que la contemplación de la unidad inmediata que reina entre la especie y el individuo, el ser general y especial. Dios es el concepto de la especie como ser general, como contenido de todas las perfecciones y de todas las propiedades libradas de los límites del individuo, ya sean verdaderos, ya sean supuestos.

A su vez, es igualmente un ser individual y particular. La esencia y la existencia son idénticas en Dios; esto no quiere decir otra cosa sino que Dios es el concepto de la especie y la esencia de la especie, pero a la vez como existencia y como ser particular. La idea suprema, desde el punto de vista de la religión o de la teología es: Dios no ama, Dios es el amor; Dios no vive, Dios es la vida; no es justo, sino que es la misma justicia; no es una persona, sino la personalidad misma -es la especie, es la idea como algo directamente real.

Precisamente por esa unidad inmediata de la especie y la individualidad, esa concentración de todos los objetos generales y esencias en un ser personal. Dios es un objeto perfectamente sensitivo que encanta a la fantasía; mientras que la idea de la humanidad es asentimental, porque la humanidad se nos présenta como una idea mientras que lo real lo forman, en oposición a aquella idea, los innumerables individuos de los cuales cada uno es limitado. En cambio, en Dios se satisface directamente el sentimiento, porque así todo está comprendido en uno, todo es de una vez, es decir, porque aquí la especie es directamente existencia y ser particular. Dios es el amor, la verdad, la belleza, la sabiduría, el ser perfecto y general, pero en forma de un ser particular, es la infinita comprensión de la especie en calidad de un contenido compendiario. Pero Dios es la propia esencia del hombre -luego los cristianos se distinguían de los paganos por el hecho de que identificaban al individuo directamente con la especie, porque para ellos el individuo tiene el significado de la especie, porque el individuo vale por si sólo como la existencia perfecta de la especie, y porque deifican al individuo humano, haciendo de él el ser absoluto.

Especialmente característica es la diferencia entre el cristianismo y el paganismo con respecto a la relación que hay entre el individuo y la inteligencia, la razón. Los cristianos individualizaban la inteligencia, los paganos hicieron de la misma un ser universal. Para los paganos, la razón, la inteligencia, era la esencia del hombre; para los cristianos sólo es una parte de ellos. Por eso, para los paganos sólo la inteligencia era la especie; en cambio, para los cristianos es el individuo inmortal, es decir, divino. De ahí resulta la diferencia ulterior entre la filosofía pagana y la cristiana.

La expresión más inequívoca, el símbolo caracteristico de esta unidad inmediata entre la especie y el individuo en el cristianismo, es Cristo, el Dios verdadero de los cristianos. Cristo es el modelo, el concepto existente de la humanidad, el contenido de todas las perfecciones morales y divinas, con exclusión de todo cuanto sea negativo e imperfecto; es un hombre puro celestial e inmaculado, es el hombre de la especie, es el Adán Kadmo, pero no contemplado como la totalidad de la especie, de la humanidad; sino directamente como un individuo, como una persona única. Cristo, es decir, el Cristo cristiano y religioso, no es por lo tanto el centro, sino el final de la historia. Esto se deduce del concepto tanto como de la historia. Los cristianos esperaban el fin del mundo, de la historia. Cristo mismo profetiza en la Biblia, a pesar de todas las mentiras y sofismas de nuestros exégetas, claramente el cercano fin del mundo. La historia sólo descansa en la diferencia entre el individuo y la especie. Donde termina esta diferencia termina la historia, se pierde la inteligencia, el sentido de la historia. Para el hombre ya no queda otra cosa sino la contemplación y la apropiación de ese ideal hecho realidad y la vana obsesión de divulgar la prédica de que Dios ha aparecido y que el fin del mundo ha llegado.

Y porque la unidad inmediata entre la especie y el individuo pasa los límites de la inteligencia y de la naturaleza, por eso mismo era completamente natural y necesario, declarar ese individuo universal e ideal un ser celestial y sobrenatural. Por eso sería un error deducir de la inteligencia la unidad inmediata entre la especie y el individuo; pues sólo es la fantasía que produce esta unidad, la fantasía para la cual nada es imposible -la misma fantasía que también ha sido la creadora del milagro; pues el milagro máximo es el individuo, que como individuo es a la vez la idea, la especie, la humanidad en la abundancia de su perfección e infinidad. Por eso sería también un error aceptar por un lado al Cristo bíblico o dogmático y rechazar por el otro los milagros. Si tú aceptas el principio, ¿cómo quieres negar sus consecuencias necesarias?

La ausencia entera del concepto de la especie en el cristianismo, la documenta especialmente su doctrina característica de la pecaminosidad general de los hombres. Pues la base de esta doctrina es que el individuo no debe ser individuo, una exigencia que a su vez tiene por fundamento la suposición de que cada individuo es un ser perfecto y la representación o existencia completa de la especie. Falta aquí enteramente el concepto, la conciencia que el tú precisa para la perfección ideal del yo, que los hombres recién son hombres cuando están juntos; que los hombres sólo juntos son lo que son y son así como son o sea así como el hombre debe ser y puede ser. Todos los hombres son pecadores. Convenido; pero no todos pecan de la misma manera. Hay una grande y hasta esencial diferencia entre ellos con respecto a eso. El uno tiene una inclinación hacia la mentira (5), pero el otro no: daría su vida no por faltar a su palabra o mentir; el tercero tiene una inclinación hacia la bebida, el cuarto hacia la vida sexual y el quinto no tiene ninguna de estas inclinaciones, ya sea debido a la gracia de la naturaleza, ya sea debido a la energía de su carácter. Luego, los hombres se completan tanto en lo moral como en lo físico e intelectual; de manera que son en total así como deben ser representando en su totalidad al hombre perfecto.

Por eso el trato enmienda al hombre y lo eleva; sin quererlo, sin imaginarlo, el hombre es muy diferente en su trato con los demás hombres de lo que es cuando está solo. Especialmente el amor, el amor sexual hace verdaderos milagros. El hombre y la mujer se enmiendan y se completan el uno al otro para representar recién, así unidos, a la especie o sea al hombre perfecto (6). Sin la especie, el amor es imposible. El amor no es otra cosa que el sentimiento consciente de la especie dentro de la diferencia sexual. En el amor reside la verdad de la especie, que de lo contrario sólo sería un objeto del razonamiento, un objeto del pensamiento; es una cuestión del sentimiento, una verdad del sentimiento; pues en el amor expresa el hombre la insuficiencia de su individualidad, exige la existencia de otro ser como necesidad para su corazón, considera a ese otro ser como su propio, declara que sólo su vida ligada con él por el amor, es una vida verdadera, una vida que corresponde al concepto del hombre, es decir, a la especie. El individuo es defectuoso, imperfecto, débil y exigente; por el amor es fuerte, perfecto, se satisface, no necesita de nada, es infinito, porque en el amor el sentimiento de la individualidad es el sentimiento de la perfección de la especie. Pero, así como el amor, obra también la amistad; por lo menos donde es verdadera y sincera, donde es una religión, así como era entre los antiguos. Los humanos se completan; la amistad es un medio de la virtud y más aún: es la virtud misma, pero una virtud común. Sólo entre los fuertes puede haber amistad, como decían los antiguos. Pero no puede haber una igualdad perfecta, sino que debe más bien haber diferencia: porque la amistad se funda en el instinto de completarse. El amigo se da a sí mismo, mediante el otro amigo, lo que él mismo no tiene. La amistad expía, mediante las virtudes del uno, las faltas del otro. El amigo justifica al amigo ante Dios. Por más defectuoso que sea un hombre para sí mismo, sin embargo demuestra tener un buen fondo por el hecho de que tiene por amigos a hombres capaces. Aunque yo mismo no pueda ser perfecto, sin embargo amo en los demás la virtud, la perfección. Por eso mismo, si Dios quiere responsabilizarme de mis pecados, debilidades y faltas, intercala como intercesores, como personas intermediarias, las virtudes de mis amigos. ¡Cuán bárbaro, cuán irrazonable sería aquel Dios que me condenara por los pecados que he cometido, pero que yo mismo condeno por amor a mis amigos, que eran libres de estos pecados!

Ahora bien: si la amistad, si el amor, convierten a seres de por sí imperfectos en un conjunto por lo menos relativamente perfecto, ¡cuanto más desaparecen los pecados y las faltas de cada uno de los hombres en la misma especie, que sólo tiene una existencia adecuada en la totalidad de la humanidad (7) y que por eso mismo sólo puede ser un objeto de la razón! Por eso, el lamento sobre el pecado sólo es posible alli donde el individuo humano, en su individualidad, se considera un ser perfecto y absoluto, que no necesita de otro ser para realizar la especie del hombre perfecto: donde en lugar de la conciencia de la especie, se ha colocado la conciencia exclusiva del individuo; donde el individuo no se considera como una parte de la humanidad, donde no se diferencia de la especie, y donde por eso mismo considera a sus propios pecados, sus deficiencias, sus debilidades, pecados de lá generalidad, pecados, deficiencias y debilidades de la humanidad misma. Pero, sin embargo, el hombre no puede perder la conciencia de la especie; pues su conciencia está ligada esencialmente a la conciencia del otro. Por eso, donde el objeto del hombre no es la especie como especie, allí la especie será este objeto como Dios. La falta del concepto de la especie, la completa mediante el concepto de Dios como de un ser que es libre de las limitaciones y defectos que pesan sobre el individuo y según su opinión, porque el individuo se identifica con la especie, también sobre la especie misma. Pero este ser ilimitado, libre de los límites del individuo, no es precisamente ninguna otra cosa sino la especie que manifiesta la infinidad de su esencia por el hecho de que se realiza en un número ilimitado de individuos diferentes. Si todos los hombres fuesen absolutamente iguales, no habría ninguna diferencia entre la especie y el individuo. Pero en tal caso sería la existencia de muchos hombres un mero lujo, pues uno solo bastaría suficientemente para lograr el fin de la especie. Todos en conjunto tendrían en aquel ser único, que gozara la felicidad de la existencia, su representante satisfactorio.

En efecto, la esencia del hombre es una sola; pero esta esencia es infinita; su existencia verdadera es, por ende, una variedad infinita que se completa para manifestar la riqueza de lá ciencia. La unidad en la esencia es una variedad en la existencia. Entre yo y el otro, el otro es el representante de la especie, aunque sea uno solo, pues sustituye para mí la necesidad de muchos otros, tiene para mí un significado universal y es el diputado de la humanidad quien habla en su nombre, a mí el solitario, por cuya razón sólo tengo una vida humana, una vida de comunidad, cuando estoy ligado con una sola -tiene lugar por lo tanto la diferencia esencial y cualitativa. El otro es mi tú- aunque esto valga mutuamente -mi otro yo, el hombre objetivado para mí, mi interior manifiesto, el ojo que se ve a sí mismo. Recién en el otro tengo la conciencia de la humanidad; recién por medio de él siento que soy ese hombre; en el amor hacia él me doy cuenta de que él me pertenece a mí y yo a él, que los dos no podemos existir el uno sin el otro, que sólo la comunidad hace la humanidad. Pero de la misma manera encuentro también una diferencia moral, colectiva y crítica entre el yo y el tú. El otro es para mí, una conciencia objetivada: me reprocha mis faltas, aunque no me las diga expresamente; es mi poder personal. La conciencia de la ley moral, del derecho, de la decencia, de la misma verdad, sólo está ligada a la conciencia del otro. Es verdad aquello en que el otro coincide conmigo -la coincidencia es la primera característica de la verdad, pero sólo porque la especie es la última medida de la verdad. Todo lo que yo pienso sólo de acuerdo a mi individualidad, no liga al otro, puede ser pensado de diferente manera, es una opinión casual y subjetiva. Pero lo que pienso de acuerdo a la medida de la especie, lo pienso sólo como el hombre en general puede pensar siempre, y lo que en consecuencia cada uno debe pensar, si es que quiere pensar normal, legal y conscientemente. Verdad es aquello que coincide con la esencia de la especie, error lo que la contradice. Otra ley de la verdad no existe. Pero el otro hombre es, frente a mí. el representante de la especie, el representante de los demás, y su juicio puede valerme más que el juicio de una muchedumbre innumerable. Aunque el charlatán tenga qn auditorio numeroso como la arena del mar -la arena es arena, pero la perla es mía y esta perla eras tú, mi amigo. Por eso el aplauso de los demás es para mí la característica de la legalidad, de la universalidad, de la verdad de mis ideas. Eso no puede desligarme de mí mismo, de modo que pueda juzgarme enteramente libre y sin intereses; pero el otro tiene un juicio imparcial, por él corrijo, completo y amplío mi propio juicio, mi propio gusto, mi propio conocimiento. En una palabra, hay una diferencia cualitativa y crítica entre los hombres. Pero el cristianismo extingue estas diferencias cualitativas; considera a todos los hombres iguales y los toma como un mismo individuo, porque no admite ninguna diferencia entre la especie y el individuo: tiene un remedio para todos los hombres, sin diferencia, y reconoce un mismo mal original en todos.

Precisamente porque el cristianismo, debido a su subjetividad exagerada, no sabe nada de la especie, en la cual se encuentra exclusivamente la solución, la justificación, la reconciliación y la curación de los pecados y de los defectos del individuo, necesitaba de una ayuda sobrenatural y especial que a su vez también fuese solamente personal y subjetiva, para vencer el pecado, Si yo solo fuese la especie, si fuera de mi no pudieran existir otros hombres cualitativamente diferentes, o lo que es lo mismo, si no hubiese ninguna diferencia entre yo y el otro, si nosotros todos fuésemos completamente iguales, si mis pecados no pudieran ser neutralizados y borrados por las cualidades opuestas de otros hombres, entonces mi pecado sería una mancha que gritaría al cielo, una abominación que indignaría y que sólo podría ser borrada por medios extraordinarios, sobrehumanos, milagrosos. Pero felizmente existe una reconciliación natural. El otro es de por si el mediador entre yo y la sagrada idea, la especie. El hombre es el Dios para el hombre. Mi pecado ya ha sido rechazado en los iimites que le correspondían y condenado a la nada por el hecho de que es solamente mi pecado, pero no por ello también el pecado del otro.


Notas

(1) Por eso los paganos se burlaban de los cristianos alegando que éstos amenazaban al cielo y a las estrellas, que nosotros abandonamos tal cual las hemos encontrado, con la perdición, mientras que nos prometían a nosotros los hombres, que así como tenemos un principio, tenemos también, sin embargo, un fin, y después de la muerte una vida eterna. Minucii Felicis, Octav., c., II, párr. 2.

(2) Aristóteles dice, como se sabe, expresamente, en su Política, que cada individuo, como no se basta a sí mismo, tiene la misma relación al Estado que la parte al todo, que, por lo tanto, el Estado, según la naturaleza, precede a la familia y al individuo, porque el todo es más necesario que la parte. Los cristianos sacrificaban por cierto el individuo, como parte, al total, a la especie, a la comunidad. La parte, dice Santo Tomás de Aquino, uno de los pensadores y teólogos cristianos más grandes, se sacrifica por instinto natural a la conservación del todo. Cada parte ama por naturaleza más al todo que a sí misma. Y cada individuo ama por su naturaleza, con preferencia el bien de su especie que su bien o bienestar personal. Cada individuo ama por eso más bien a Dios, por ser el bien natural, que a sí mismo. (Summae P. I, Qu. 60 Art. V). Por eso los cristianos piensan a este respecto como los antiguos. Tomás de Aquino alaba (de Regim. Princip. lib. III, c. 4), a los romanos que pusieron su patria por encima de todo, sacrificando su bienestar al bienestar de la misma. Pero todos estos actos y pensamientos valen, en el cristianismo, sólo en la tierra, no en el cielo, no en la moral, no en la dogmática, no en la antropología, no en la teología. Como objeto de la teología, el idividuo es un ser sobrenatural, inmortal, absoluto, divino. El pensador pagano Aristóteles, declara la amistad (Ethik 9. B. K.) necesaria para la felicidad; en cambio, el pensador cristiano Tomás de Aquino, no. Una sociedad de amigos no es necesaria, dice, para la felicidad, porque el hombre tiene toda la plenitud de su perfección en Dios. Por eso, aun cuando un alma estuviera sola, disfrutando de Dios, sin embargo sería feliz, aunque no tuviera a ningún prójimo que pudiera amar. (Prima Secundae, Qu. 4, 8). Luego, el pagano, hasta en la felicidad se da cuenta que es solo, que es un individuo y que por eso necesita de otro ser igual a él y que sea de la misma especie; en cambio, el cristiano no necesita de otro yo porque él, como individuo, es a la vez un individuo, es especie, es un ser universal, porque tiene toda la plenitud de su perfección en Dios, es decir, en sí mismo.

(3) En el sentido de la religión y la teología por cierto tampoco la especie es ilimitada, omnisapiente, omnipotente, y esto sólo porque todas las propiedades divinas existen únicamente en la fantasía, son únicamente predicados y expresiones del alma y de la imaginación humana, como se demuestra en este libro.

(4) A sabiendas dije: la unidad inmediata quiere decir la unidad sobrenatural, fantástica, asexual; porque la unidad mediata, razonable, natural e histórica, tanto de la especie como del individuo, sólo se funda en el sexo. Sólo soy hombre como hombre o como mujer -o lo uno o lo otro-. O luz u oscuridad, u hombre o mujer. Esta es la palabra creadora de la naturaleza. Pero para el cristiano es el hombre verdadero, es decir, femenino o masculino, un hombre animal; su ideal es un ser castrado, el hombre sin sexo; porque el hombre sexual no es otra cosa que el hombre en oposición a hombre y mujer; pero ambos son hombres, hombres personificados, en consecuencia, hombres sin sexo.

(5) Así, por ejemplo, para los siameses la simulación y la mentira son vicios innatos; pero, sin embargo, son a su vez virtudes que faltan a los demás pueblos que no tienen estos vicios de los siameses.

(6) Para los hindúes (leyes de Manú), es recién un hombre perfecto aquel que consta de tres personas reunidas, es decir, su mujer, él mismo y su hijo. Porque hombre, mujer e hijo forman una unidad. También el Adán del Viejo Testamento era incompleto sin la mujer, anhelaba la mujer. Pero el Adán del Nuevo Testamento, el Adán cristiano y celestial, que calcula con el fin del mundo, ya no tiene instintos físicos sexuales.

(7) Sólo la totalidad de los hombres -dice Goethe con palabras que ya en otra oportunidad he citado, pero que sin embargo no puedo menos que repetir aquí-; conocen la naturaleza; sólo la totalidad de los hombres vive lo humano.

Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XVICapítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha