Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XIIICapítulo XVBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO CUARTO
El secreto de la fe - El secreto del milagro

La fe en el poder de la oración -y sólo donde se atribuye a la oración un poder, y un poder sobre los objetos fuera del hombre, la oración es una verdad religiosa- es idéntica con la fe en la fuerza milagrosa, y la fe en los milagros es idéntica con la esencia de la fe en general. Sólo la fe reza; sólo la oración de la fe tiene fuerza. Pero la fe no es otra cosa sino la certidumbre absoluta de la realidad; es decir, de la validez y verdad incondicional de lo subjetivo en oposición a las barreras, o sea a las leyes de la naturaleza y de la razón. El objeto característico de la fe es, por lo tanto, el milagro -la fe es la creencia en los milagros, la fe y el milagro son absolutamente inseparables. Lo que es objetivamente el milagro o la fuerza milagrosa, es subjetivamente la fe- el milagro es la cara exterior de la fe -la fe es el alma interior del milagro- la fe es el milagro del espíritu, el milagro del sentimiento, que sólo se objetiva en el milagro exterior. Para la fe, nada es imposible -y esa omnipotencia de la fe es la que sólo realiza el milagro. El milagro es solamente un ejemplo palpable de lo que puede la fe. Por eso la esencia de la fe es el sentimiento sin límite, la abundancia de la sensación, en una palabra: lo que excede lo natural, lo que es sobrenatural. La fe sólo se refiere a cosas que objetivan, en oposición con los límites, es decir, las leyes de la naturaleza y de la razón, la omnipotencia del sentimiento humano y de los deseos humanos. La fe desencadena los deseos del hombre de las restricciones de la inteligencia natural; concede lo que deniegan la inteligencia y la razón; por eso hace feliz al hombre, porque satisface sus deseos más subjetivos. Y ninguna duda intranquiliza a la fe verdadera. La duda sólo se origina cuando salgo fuera de mí mismo, pasando los límites de mi subjetividad y cuando concedo voto, derecho y verdad a otras cosas fuera de mí y diferentes de mí, cuando reconozco que soy un ser subjetivo, vale decir, limitado, y que debo tratar de ensanchar mis límites, por lo que existo fuera de mí. Pero en la fe el principio de la duda ha desaparecido; pues para la fe lo subjetivo en sí mismo es lo objetivo, lo absoluto. La fe no es otra cosa sino la creencia en la divinidad del hombre.

La fe es el coraje del corazón que se procura todo lo bueno tn Dios. Semejante fe, que únicamente confía en Dios, la exige Dios en el primer mandamiento donde dice: Yo soy el señor tu Dios ... Esto quiere decir: Yo sólo quiero ser tu Dios, tú no debes buscar otro Dios; yo quiero salvarte de toda la necesidad ... no debes pensar que yo sea tu enemigo o que no quisiera ayudarte. Cuando pienses así, haces de mi en tu corazón otro Dios del que soy. Por eso tienes que estar seguro de que yo quiero ampararte. Así como tú te encaminas, así se encamina tu Dios. Así como tú eres, así es tu Dios. Si piensas que está enojado contigo, entonces él estárá enojado. Si piensas que es desconsiderado y quiere condenarte al infierno, entonces será así. Así como tú crees de Dios, así lo tienes. Si lo crees, lo tendrás; si no lo crees, no lo tendrás. Por eso, así como nosotros creemos, así nos sucederá. Si lo consideramos nuestro Dios, no será por cierto nuestro Dios, sino que deberá ser un fuego destructor. Por la falta de fe convertimos a Dios en un diablo. (1) Por eso, si yo creo en un Dios, tengo un Dios, es decir, la creencia en Dios es el Dios de los hombres. Si Dios es aquello que yo creo y si es así como lo creo, ¿qué otra cosa es la esencia de Dios, que la esencia de la fe? Pero, ¿puedes tú creer en un Dios bueno para ti, si tú no eres bueno para ti mismo, si tú desesperas de los hombres, si el hombre no es nada para ti? Si tú crees que Dios está a tu favor, entonces crees que nada está contra ti, que nada puede estar contra ti, que nada te contradice. Pero si tú crees que nada está ni puede estar en contra tuya, entonces no crees en otra cosa sino que tú eres Dios (2). Que Dios sea un ser diferente sólo es una apariencia, una imaginación. Que Dios es tu propio ser, lo dices al confesar que Dios es un ser para ti. ¿Qué otra cosa es, entonces, la fe que la seguridad del hombre, la certidumbre libre de duda de que su ser propio y subjetivo sea el ser objetivo y absoluto, el ser de los seres?

La fe no se limita por la idea de un mundo, de un universo, de una necesidad; para la fe sólo existe Dios, es decir, la subjetividad libre de barreras. Donde la fe surge en el hombre, allí sucumbe el mundo, o mejor dicho, ya ha sucumbido. La fe en la destrucción de este mundo, que es inminente y que para el sentimiento es ya presente, porque este mundo contradice a los deseos humanos, esa destrucción del mundo es, por lo tanto, un fenómeno proveniente de la esencia intrínseca de la fe cristiana, una fe que de ninguna manera puede separarse del contenido restante de la fe cristiana, porque renunciar a ese contenido, sería renunciar al cristianismo verdadero y positivo (3). La esencia de la fe que se deja comprobar hasta en la más especial de todos los objetos, consiste en que se realiza lo que dice el hombre -él desea ser inmortal; él desea que haya otro ser que pueda todo lo que es imposible a la naturaleza y a la inteligencia; luego, existe tal ser; él desea que haya un mundo que corresponda a los deseos del alma, un mundo de ilimitada subjetividad, es decir, de la comodidad no perturbada, de la felicidad ininterrumpida; pero como hay un mundo opuesto a aquel mundo cómodo, este mundo debe parecer tan absolutamente purísimo, como existe un Dios y como existe el ser absoluto del sentimiento humano. La fe, la caridad y la esperanza, forman la trinidad cristiana. La esperanza se refiere al cumplimiento de las promesas -de los deseos que todavía no son cumplidos, pero que serán cumplidos; el amor se refiere al ser que da esas promesas y las cumple; y la fe se refiere a las promesas, y los deseos que ya han sido cumplidos, que son hechos históricos.

El milagro es un objeto esencial del cristianismo, es un contenido esencial de la fe. Pero ¿qué es el milagro? Es un deseo sobrenatural realizado -nada más. El apóstol Pablo explica la esencia de la fe cristiana en el ejemplo de Abraham. Abraham no podía esperar ninguna posteridad por vía natural. Sin embargo, Jehová se la prometió por una gracia especial. Y Abraham creía, pese a la naturaleza. Por eso también esa fe le ha sido acreditada como un mérito, como un acto de justicia; pues se precisa mucha imaginación, creer algo que está, por cierto, en oposición a nuestra experiencia, por lo menos a una experiencia razonable y legal. Pero ¿cuál era el objeto de esa promesa divina? Posteridad, el objeto del deseo humano. ¿Y en qué creía Abraham cuando creía en Jehová? En un ser que lo puede todo, que puede cumplir todos los deseos humanos. ¿Acaso es algo imposible a Dios? (4)

¿Pero para qué retrocedemos hasta Abraham? Los argumentos más decisivos los tenemos mucho más cerca de nosotros. El milagro da de comer a los hambrientos, cura a los ciegos de nacimiento, a los sordos, cojos, etc., salva de peligros de vida, revive hasta a los muertos a pedido de sus parientes. Luego el milagro satisface deseos humanos; pero deseos que, a la vez, son deseos que exceden lo natural, que son sobrenaturales aunque no siempre se refieren a la misma persona, como el deseo de revivir a los muertos., pero piden una ayuda milagrosa en cuanto recurren a la fuerza milagrosa. Pero lo milagroso se diferencia del modo de satisfacer por vía natural y racional a los deseos y a las necesidades humanas, por cuanto satisface los deseos del hombre de un modo que sería el ideal para todo el mundo. El deseo no se limita a ninguna barrera, a ninguna ley, a ningún tiempo; quiere ser cumplido sin demora a instantáneamente. Y tan rápido como el deseo es también el milagro. La fuerza milagrosa obra instantáneamente, de un golpe, sin ninguna clase de impedimentos, realizando así los deseos humanos. No hay ningún milagro en que personas enfermas se curen; pero que sean curadas inmediatamente por un solo dictamen, éste es precisamente el secreto del milagro. Luego, no es el producto o el objeto -si la fuerza milagrosa, algo absolutamente nuevo, jamás visto, jamás imaginado, capaz de realizar cosas que ni siquiera pueden concebirse, constituyera una actividad efectiva y esencialmente distinta y a la vez objetiva -sino sólo es el modo y la manera por la cual la acción milagrosa se diferencia de la acción de la naturaleza y de la inteligencia. Pero una acción que según su esencia y según su contenido, es natural y sensitiva, siendo solamente según su modo o su forma sobrenatural o sobresensitiva, esa acción es sólo fantasía o imaginación. Por eso la fuerza del milagro no es otra cosa que la fuerza de la imaginación.

La fuerza milagrosa es una fuerza teológica. El anhelo de recuperar al Lázaro perdido, el deseo de sus parientes de tenerlo nuevamente, era el motivo de la resurrección milagrosa-; el hecho mismo, la satisfacción de ese deseo, era el objeto. Por cierto, aquel milagro se hizo en honor de Dios, a fin de que el Hijo sea honrado por él, pero las hermanas de Lázaro, que mandaron a Jesús a fin de que viniera diciéndole: Mira a quien tú amas, está enfermo y las lágrimas que Jesús derramó, demuestran que el milagro tenía un origen y un fin humano. Su sentido es: un poder que hasta logra resucitar a un muerto, puede cumplir cualquier deseo humano (5). Y el honor del Hijo consiste precisamente en que sea reconocido y adorado como aquel ser que puede lo que el hombre no puede, pero que desea poder. La acción teológica describe, como se sabe; un círculo vicioso: en su extremo vuelve al principio. Pero la acción milagrosa difiere de la realización general de un objeto por el hecho de que lo realiza sin medios, estableciendo una unidad inmediata entre el deseo y su complemento, describiendo en consecuencia un círculo, pero no en línea curva, sino en línea recta, luego, en la línea más corta. Un círculo en línea recta es el símbolo matemático del milagro y es su imagen. Tan ridículo como sería querer construir un círculo en línea recta, tan ridículo es querer fundamentar filosóficamente el milagro. El milagro es, para la inteligencia, sin sentido e inconcebible, tan inconcebible como un hierro de madera, como un círculo sin periferia. Antes de hablar sobre la posibilidad de si puede praducirse un milagro hay que demostrar la posibilidad de si el milagro quiere decir que lo inconcebible sea concebible. Lo que proporciona al hombre la imaginación de la posibilidad del milagro, es que el milagro es presentado como un hecho perceptible, y que el hombre por eso engaña a su razón mediante imaginaciones perceptibles que se intercalan en la contradicción. El milagro de la transformación de agua en vino, por ejemplo, no dice otra cosa que el agua es vino, no expresa otra cosa sino la unidad de dos predicados o sujetos absolutamente contradictorios entre sí; pues para el que hace milagros no hay ninguna diferencia entre ambas substancias; la transformación sólo es la operación perceptible de esa unidad de cosas que se contradicen. Pero la transformación encubre la contradicción, porque se intercala la representación natural de la transformación. Sin embargo no se ha hecho una transformación paulatina, natural, o por decir así, orgánica, sino la transformación absoluta, careciente de substancias -una verdadera creación de la nada. Por el acto milagroso, tan secreto y tan fatal, por el acto que convierte el milagro en milagro, de repente, ya no se diferencian agua y vino- lo que quiere decir lo mismo que hierro es madera o es hierro de madera.

El acto del milagro -y el milagro sólo es un acto fugaz- es, por lo tanto, inconcebible, pues destruye el principio del pensamiento- pero tampoco es un objeto de los sentidos, un objeto de una experiencia real o tan sólo posible. El agua es objeto del sentido y también lo es el vino; yo veo ahora el agua, y luego el vino; pero el milagro mismo, aquello que ha convertido esta agua tan repentinamente en vino, no es objeto de una experiencia real o posible, porque no es ningún proceso natural. El milagro es un objeto de la imaginación- y precisamente por eso es también tan sentimental, pues la fantasía es la actividad correspondiente al sentimiento., porque destruye todas las barreras, todas las leyes, que hacen mal al sentimiento, objetivando así para el hombre la satisfacción inmediata, lisa y llanamente limitada de sus deseos más subjetivos (6). La sentimentalidad es la propiedad esencial del milagro. Por cierto hace el milagro una impresión solemne y conmovedora en cuanto expresa una fuerza que no tiene límites -la fuerza de la fantasía. Pero esta impresión sólo existe en el acto transitorio de la realización del milagro- la impresión esencial que queda, es la de la sentimentalidad. En el momento en que se resucita al ser querido muerto, los parientes y amigos que lo rodean se asustan del poder extraordinario y omnipotente que devuelve los muertos a la vida; pero en el mismo instante -pues los efectos del poder milagroso son sumamente rápidos- en que resucita, en que se ha consumado el milagro, los parientes abrazan al resucitado y lo llevan, derramando lágrimas de alegría, para celebrar en casa una fiesta sentimental. El milagro proviene del sentimiento y vuelve al mismo. Hasta en la representación no niega su origen. La representación adecuada es solamente la que expresa el momento sentimental. ¿Quién desconocería, en la negación de Lázaro resucitado, ese milagro más grande de Jesús, el tono legendario sentimental? (7) Pero el milagro es precisamente sentimental porque, como hemos dicho, satisface los deseos de los hombres, sin trabajo y sin esfuerzo. El trabajo es asentimental, es incrédulo, es racional; puesto que el hombre hace en el trabajo depender su existencia de la acción teológica, que proviene exclusivamente del concepto de un mundo objetivado. Pero el sentimiento no se preocupa del mundo objetivado; sale de sí mismo; es feliz en sí mismo. El elemento de la cultura, el principio nórdico de la abnegación le falta al sentimiento. El espíritu clásico, el espíritu de la cultura, es el espíritu objetivado que se limita por leyes, y determina la fantasía y el sentimiento, por la contemplación del mundo, por la necesidad, y la verdad de la naturaleza de las cosas. En lugar del espíritu, se puso, debido al cristianismo, la subjetividad ilimitada, desmesurada, excesiva y sobrenatural -un principio, que en su esencia íntima se opone al principio de la ciencia, de la cultura (8). Con el cristianismo, el el hombre perdió el sentido, la facultad de escrutar e investigar la naturaleza, el universo. Mientras que existía el cristianismo verdadero, sincero, no falsificado, desconsiderado, y mientras que el cristianismo era una verdad viviente y práctica, se realizaban milagros verdaderos y esto necesariamente, porque la fe en milagros muertos, históricos y pretéritos, es una fe muerta, es el primer principio de la incredulidad, o más bien, es la primera y por eso mismo tímida manera en que se manifiesta la no creencia en el milagro. Pero donde suceden milagros, allí se mezclan ciertas figuras con la niebla de la fantasía y del sentimiento, allí el mundo, la realidad, no es verdad, allí se considera como ser verdadero y real únicamente al ser milagroso sentimental, es decir, subjetivo.

Para el hombre sentimental, la actividad suprema es, directamente, sin que lo quiera o sepa, la fuerza imaginativa que lo domina enteramente como actividad suprema de Dios y actividad creadora. Su sentimiento le es la autoridad y verdad inmediata; y así como para él el sentimiento es la verdad -y es la verdad y la esencia suprema; no puede prescindir de su sentimiento, no puede subordinarlo-, así es también la imaginación una verdad. La fantasía, o sea la fuerza imaginativa (que aquí no deben distinguirse aunque sean diferentes) no es para él en la misma manera un objeto como lo es para nosotros, los hombres de inteligencia, que sabemos distinguirla como subjetiva en oposición a la percepción objetiva; ella le es más bien inmediatamente unida con el mismo, forma una unidad con su sentimiento y por ser idéntica con él y su esencia, es su percepción esencial, objetivada y necesaria. Para nosotros la fantasía es una actividad arbitraria; pero donde el hombre no ha asimilado el principio de la cultura y de la necesidad de formarse una idea del universo en general, donde sólo vive para sus sentimientos, allí la fantasía es una actividad inmediata y reflexiva.

La explicación del milagro como producto del sentimiento y de la fantasía, se considera hoy día como superficial. Pero hay que imaginarse aquellos tiempos en que se creía en milzgros actuales y presentes, cuando la verdad y la existencia de las cosas fuera de nosotros todavía no era un artículo sagrado de fe, cuando los hombres vivían tan separados de un concepto general del universo, que día por día esperaban el fin del mundo, cuando sólo vivían con la perspectiva embriagadora de un cielo, viviendo luego en las imaginaciones -pues sea el cielo como sea para ellos, por lo menos existía, mientras que estaban en la tierra sólo en la fuerza imaginativa-, cuando esa imaginación no era imaginación, sino la verdad, y hasta la verdad eterna y exclusiva y que era no solamente un mero medio de consolación, sino también principio moral práctico que determinaba las acciones, y al cual los hombres gustosamente sacrificaban la vida real, el mundo real con todo su esplendor y gloria. Hay que compenetrarse de esto, y entonces, uno sería muy superficial si declarara la explicación psicológica del milagro como superficial. No hay ninguna objeción válida que pueda alegar que esos milagros se hayan realizado a la vista de asambleas enteras: ni uno de los participantes era consciente de sí mismo, todos estaban embriagados de imaginaciones y sensaciones excesivas y sobrenaturales; todos estaban animados por la misma fe, por la misma esperanza y la misma fantasía. ¿Y quién desconoce que existen también sueños colectivos de la misma índole, y visiones colectivas iguales, especialmente en individuos sentimentales, limitados en sí mismos y a sí mismos y que están estrechamente vinculados entre ellos? Pero, sea como sea: si la explicación del milagro por medio del sentimiento y de la fantasía superficial, la culpa no la tiene el que los explica así, sino el mismo objeto -el milagro; pues el milagro, visto a la luz, no expresa otra cosa sino la fuerza prestidigitadora de la fantasía, que cumple, sin contradicción, todos los deseos del corazón (9).


Notas

(1) Lutero. (T. XV, pág. 282; T. XVI, pág. 491-493).

(2) Dios es omnipotente; pero el que cree es un Dios, Lutero. (T. XIV, pág. 320). En otro lugar llama Lutero a la fe: creadora de la divinidad. Por cierto agrega lo que desde su punto de vista es necesario, la restricción: esto no significa que tal hombre cree un ser divino y eterno sino que lo crea en nosotros (T. XI, pág. 161).

(3) Esta fe es tan esencial a la Biblia que no puede ser concebida sin ella. La cita 2. Petri 3,8 no habla, como esto se ve en todo el capítulo, en contra de un próximo fin del mundo; porque por cierto 1000 años son como un día ante el Señor, pero también un día es como 1000 años, y el mundo por eso ya mañana puede no existir más. Pero que la Biblia esperaba un fin del mundo muy próximo y que lo profetiza, aunque el día y la hora de este fin no se determine, sólo puede negarlo un mentiroso o un ciego. Ver también los escritos de Lützelberger. Por eso los cristianos verdaderamente religiosos, creían también en casi todos los tiempos en la proximidad del fin del mundo -Lutero, por ejemplo, dice a menudo que el último día no queda lejos (T. XVI, pág. 26)-, o por lo menos ellos anhelaban el fin del mundo aunque por prudencia no especificaban si era lejano o cercano. Así, por ejemplo, Agustín. (De Fino Saeculi ad Hesychium, c. 13).

(4) I. Mose 18, 14.

(5) Nadie en el mundo puede resucitar a un muerto, pero el Señor Jesucristo, no solamente puede hacerlo, sino que ni le causa siquiera trabajo ... Cosas semejantes Cristo ha hecho para demostrar que él puede resucitar de la muerte a quien quiere; no lo hace en todos los tiempos ni resucita tampoco a todo el mundo ... Basta que lo haya hecho varias veces, porque la resurrección de todos los muertos lo hará en el día del juicio final. Lutero. (T. XVI, página 518). El significado positivo y esencial del milagro consiste, por lo tanto, en que demuestra que el ser divino no es ningún otro más que el ser humano. Los milagros confirman y acreditan la doctrina. ¿Qué doctrina? Precisamente aquella doctrina de que Dios es un salvador de los hombres, que redime a los hombres de toda la necesidad, es decir, un ser humano que responde a las necesidades y los deseos de los hombres. Lo que el Dios hombre expresa con palabras, lo demuestra con hechos en un milagro, como acontecimiento visible.

(6) Por cierto es esta satisfacción -una observación que por lo demás se comprende-, sólo en tiempo limitado en cuanto queda ligado a la religión y a la creencia en Dios. Pero esta limitación, en realidad no es ninguna limitación; porque Dios mismo es el ser ilimitado, absolutamente satisfecho y separado del alma humana.

(7) Las leyendas del catolicismo -naturalmente sólo las mejores que proceden del alma- son, por decir así, sólo el eco del tono fundamental que predomina en este cuento del Nuevo Testamento. -En consecuencia, podría definirse también el milagro como el humor religioso-. Especialmente el catolicismo ha cultivado este lado humorístico del milagro.

(8) Sumamente característico para el cristianismo -una demostración popular de lo dicho- es el hecho de que sólo el lenguaje de la Biblia valía y vale para la causa y la revelación del Espíritu Divino en el cristianismo, y no acaso el lenguaje de un Sófoc1es o un Platón; es decir, que sólo tenía valor el lenguaje indeterminado del alma, no el lenguaje del arte y de la filosofía.

(9) Muchos milagros habrán tenido en un principio una base física o fisiológica. Pero aquí se trata del significado religioso y de la génesis del milagro.

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