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CAPÍTULO DÉCIMO QUINTO
El secreto de la resurrección y del nacimiento sobrenatural

La cualidad de la sentimentalidad no solamente vale por los milagros prácticos, donde salta de por sí a la vista, porque se refieren directamente al bienestar y al deseo del individuo humano, sino que vale también por los milagros teóricos o dogmáticos propiamente dichos. Así vale el milagro de la resurrección y del nacimiento sobrenatural.

El hombre, por lo menos en estado de bienestar, tiene el deseo de no morir. Este deseo es en un principo idéntico con el deseo de conservación. Todo lo que vive quiere conservarse, quiere vivir y no morir. Este deseo negativo se transforma, en reflexiones posteriores y en el sentimiento, debido al impulso de la vida, especialmente de la vida social y política, en el deseo positivo, en el deseo hacia una vida, una vida mejor después de la muerte. Pero, unido con este deseo, va también el anhelo hacia la seguridad de esta esperanza. La inteligencia no puede cumplir esta esperanza. Por eso se ha dicho: Todas las pruebas en favor de la inmortalidad son insuficientes y hasta se ha dicho que la inteligencia por sí sola no las puede conocer y mucho menos todavía demostrar. Y con razón: la inteligencia sólo da pruebas generalmente abstractas y generales; no puede dar la seguridad de mi inmortalidad personal, de la seguridad que es precisamente la que se pide. Peor, para tener semejante seguridad, se precisa una garantía inmediata y sensitiva, una prueba efectiva. Pero esta sólo puede darse por el hecho de que un muerto, de cuya muerte hemos estado convencidos, resurge de la tumba, y además debe ser un muerto que no es indiferente para nosotros, sino que sirva de materia para los demás; de manera que su resurrección sea también el modelo y la garantía de la resurrección de los demás. Por eso. la resurrección de Jesucristo, es el deseo satisfecho del hombre hacia una seguridad inmediata de su inmortalidad personal después de la muerte -la inmortalidad personal como un hecho palpable y no dudoso.

La cuestión de la inmortalidad era para los filósofos paganos una cuestión en que el interés personal sólo era una cuestión secundaria. Tratábase aquí principalmente sólo de la naturaleza del alma, del espíritu, de la vida misma. En la idea de la inmortalidad de la vida no se hallaba de ninguna manera la idea y menos todavía la seguridad de la inmortalidad personal. Por eso los antiguos se expresan sobre este asunto en forma tan indeterminada, contradictoria y dudosa. En cambio los cristianos, animados de la seguridad absoluta, de que sus deseos personales y sentimentales serían cumplidos, es decir, animados de la seguridad de que sus sentimientos serían algo divino y serían verdad y santidad a la vez convirtieron en un hecho inmediato lo que para los antiguos tenía solamente el significado de un problema teórico: y hasta convierten esta cuestión teórica, de por sí libre, en una cosa obligatoria de la conciencia, cuya negación la consideraban idéntica al crimen de lesa majestad que es para ellos el ateísmo. Quien niega la resurrección niega a Cristo; pero quien niega a Cristo niega a Dios. De esta manera el cristianismo espiritual convertía una cuestión espiritual en una cosa sin espíritu. Para los cristianos, la inmortalidad de la inteligencia y del espíritu era demasiado abstracta y negativa; a ellos sólo les interesaba la inmortalidad personal y sentimental: pero la garantía de esto sólo se encuentra en la resurrección carnal. La resurrección carnal es el asombro supremo del cristianismo sobre la objetividad y espiritualidad sublime pero, por cierto, abstracta de los antiguos. Por eso también la resurrección no fue comprendida por los paganos.

Pero así como la resurrección es el fin de la sagrada historia -pero una historia que no tiene el significado de una historia sino de la verdad misma-, es un deseo cumplido. así lo es también el principio de la misma, el nacimiento sobrenatural. aunque ésta no se refiera a un interés directamente personal, sino más bien a un sentimiento subjetivo y bastante absurdo.

Cuanto más se aleja el hombre de la naturaleza, cuanto más la subjetibiza, cuanto más sobrenatural o contranatural se hace su modo de pensar, tanto más miedo tiene de la naturaleza, o por lo menos de la causa y de los procesos naturales, que desagradan a su fantasía, que lo afectan como cosas repugnantes (1). El hombre libre y objetivo encuentra también cosas repugnantes en la naturaleza; pero las concibe como una consecuencia natural e inevitable, y vence a ese respecto sus sentimientos como sentimientos puramente subjetivos y no verdaderos. El hombre subjetivo, en cambio, que vive únicamente en sus sentimientos y en la fantasía, se opone a esas cosas con una repugnancia muy pronunciada. Tiene el ojo de aquel infeliz, que también en la flor más hermosa sólo se fijaba en los pequeños bichos negros que se encontraban allí, y amargaba, por esta percepción, el deleite que causa el aspecto de una flor. El hombre subjetivo hace de sus sentimientos el criterio de lo que debe ser. Lo que a él no le gusta, lo que ofende sus sentimientos sobre o contranaturales, no debe existir, y aunque aquello que le place a él, no puede existir sin aquello que le disgusta al hombre subjetivo no pregunta por las leyes fastidiosas de la lógica y la física; sino por su fantasía arbitraria- él rechaza lo que le disgusta y retiene lo que le place. Así, por ejemplo, le gusta la Virgen pura e inmaculada; y también le gusta la Madre, pero sólo le gusta la madre que se ha hecho madre de manera sobrenatural que ya tiene el niño en sus brazos.

De por sí la virginidad es en la esencia íntima de su espíritu y de su fe, el concepto más alto de moralidad, el exponente de sentimientos e imaginaciones sobrenaturales, el sentimiento de honor y de honra personificado frente a la naturaleza común (2). Pero al mismo tiempo, sienta en su alma también el sentimiento natural y comparativo del amor materno. ¿Ahora qué hay que hacer en su angustia, en esta lucha entre el sentimiento natural y el sentimiento sobre o contranatural? Semejante hombre debe unir ambas cosas, comprender la una o la otra. ¡Qué cantidad de estados sentimentales beatos y sobre sensuales se encuentran en esta unión!

Aquí tenemos la llave para resolver la contradicción que se encuentra en el catolicismo, que afirma que tanto el matrimonio como el celíbato, son santos. La contradicción dogmática de la madre virgen o de la virgen madre, se ha realizado aquí como una contradicción práctica. Pero, sin embargo, es esta unión milagrosa que por cierto contradice a la naturaleza y a la inteligencia y en cambio agrada en forma inseparable al sentimiento de la fantasía: en esta unión de la virginidad y maternidad ningún producto del catolicismo se encuentra ya en el papel dudoso que juega el matrímonio en la Biblia, especialmente en la doctrina de San Pablo. La doctrina de la concepción y del nacimiento sobrenatural de Cristo, es una doctrina esencial del cristianismo y una doctrina que expresa su esencia íntima y dogmática, que descansa en el mismo fundamento como todos los demás milagros y artículos de fe. Así como los cristianos se escandalizaban por el hecho de morir -cosa que el filósofo e ínvestigador, como en general el hombre libre de prejuicios, consideran un desenlace natural- y así como los cristianos, además, se escandalizaban por los límites de la naturaleza que para el sentimiento significan barreras, mientras que la inteligencia los considera leyes razonables, y finalmente como los cristianos trataban en consecuencia de suprimir esas restricciones por la fuerza de la acción milagrosa, así tienen que oponerse también al acto de la reproducción, por cuya razón trataban de suprimirlo mediante el poder milagroso. Y del mismo modo que la resurrección, aprovecha también el nacimiento sobrenatural a todos los hombres, es decir, a todos los fieles: pues la concepción de María que no ha sido manchada por el esperma masculino, que es el contagio propiamente dicho del pecado original, puede, en su pureza, purificar la humanidad a los ojos de Dios, a los cuales el proceso natural de reproducción es una abominación, porque el mismo no es otra cosa sino el sentimiento sobrenatural. Hasta los ortodoxos protestantes, tan fríos y tan arbitrarios críticos, consideran la concepción de la Virgen Madre de Dios como un gran misterio de la fe, que tiene un carácter super inteligente, santo, admirable y venerable (3). Pero para los protestantes que reducían al cristiano sólo a la fe mientras que en la vida lo dejaban ser hombre, tiene este misterio sólo un significado dogmático, no práctico.

No se dejaron quitar por ese misterio sus ganas de casarse. En cambio, los católicos en general, los cristianos antiguos, acondicionales, acríticos, consideraban ese misterio de la fe también como un misterio de la vida, de la moral. La moral católica es cristiana, mística; la moral protestante ya era en un principio racionalista. La moral protestante es y era una mezcla carnal del cristiano con el hombre y naturalmente con el hombre natural, político, social o como se quiera llamarlo en oposición al hombre cristiano -mientras que la moral católica conservaba en su corazón el secreto de la virginidad inmaculada. La moral catolica era la madre dolorosa, la moral protestante, en cambio, la madre casera bien alimentada y madre de muchos hijos. El protestantismo es, en su fuente, una contradicción entre la fe y la verdad- pero por eso mismo se ha convertido en la fuente o por lo menos en la condición de la libertad. Precisamente porque el misterio de la Virgen Madre de Dios sólo tenía valor en la teoría dogmática de los protestantes, no en su vida, decían ellos que uno debería expresarse con mucha cautela y con mucha reserva sobre ese milagro, que no debería hacerse de él ningún objeto de la especulación. Lo que prácticamente se niega, ya no tiene una verdadera importancia para el hombre, es sólo un espectro de la imaginación. Por eso se esconde y se oculta a la inteligencia. Los fantasmas no toleran la luz del día. Igualmente, la creencia religiosa de que también María sea concebida sin pecado original, una creencia que recién se ha formado en los tiempos modernos, pero que ya se encuentra en una carta de San Bernardo, que la rechaza, no es de ninguna manera una doctrina escolástica bastante rara, como dice un historiador moderno. Más bien es una consecuencia natural de un ánimo piadoso y agradecido hacia la Madre de Dios. Lo que es un milagro, lo que hace nacer un Dios, debe ser a su vez también un ser de origen milagroso y hasta divino. ¿Cómo podría haber tenido María el honor de ser iluminada por el Espíritu Santo, si no hubiera sido ya purificada de antemano, desde un principio? ¿Acaso podía el Espíritu Santo tomar posesión de un cuerpo mancnado por el pecado original? Si vosotros no encontrais nada de raro en el principio del cristianismo, o sea en el nacimiento milagroso del salvador, entonces no deberéis tampoco encontrar raras las consecuencias sentimentales, ingenuas e infantiles del catolicismo.


Notas

(1) Si Adán no hubiera pecado, no sabríamos nada de la crueldad de los leones, lobos, osos, etc., y nada en toda la creación habría sido perjudicial al hombre ...; no existirían ni enfermedades, ni ortigas, etc. La frente no tendría arrugas, ni los pies ni ningún otro miembro del cuerpo se sentirían jamás débiles o enfermos. Ahora, después de la caída, sabemos y sentimos todo que la ira de Dios se encuentra en nuestra carne, ya que ella no solamente tiene deseos intensísimos, sino que una vez que se ha satisfecho esos deseos, entonces hasta tenemos repugnancia de lo que hemos anhelado antes. Pero la culpa de todo eso la tiene el pecado original, el cual ha manchado a toda la creación, de manera que yo creo que el sol sería mucho más claro, el agua mucho más limpia y la tierra mucho más rica en plantaciones sin aquel pecado. Lutero. (T. 1, págs. 322 - 323 - 329 - 337).

(2) Están tan lejos de cualquier deseo hacia el incesto, que muchos hasta se ruborizan de la unión más casta. (Minucius Félix: Octavian, cap. 31). El padre Gil era tan extraordinariamente casto, que no conocía a ninguna mujer ni de vista. Hasta tenía miedo de palparse a sí mismo. El padre Coton tenía un olfato tan fino en este sentido, que al acercarse a una persona que no era casta él sentía un olor insoportable. Bayle. (Dict. Art. Mariana Rem. C.). Pero el principio más supremo y divino de esta delicadeza hiperfísica, es la virgen María, por cuya razón se la llama entre los católicos: Virginum gloria, Virginitatis corona, Virginitatis typus et forma puritatis, Virginum vexillifera, Virginitatis magistra, Virginum prima, Virginitatis primiceria.

(3) Ver por ejemplo J. D. Winckler, Philolog. Laetant. e., Brunsvigae 1754, p. 247-254.

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