Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XIICapítulo XIVBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO TERCERO
La ominpotencia del sentimiento o el secreto de la plegaria

Israel es la difinición histórica de la naturaleza de la conciencia religiosa, sólo que esta conciencia se ve aquí afectada por la barrera de un interés especial, el interés nacional. Falta dejar caer esa barrera para tener la religión cristiana. El judaísmo es el cristianismo mundanizador; el cristianismo es el judaísmo espiritual. La religión cristiana es la religión judía librada del egoísmo nacional, pero por cierto es a la vez una religión distante, nueva; pues cualquier reforma o cualquier renovación produce, especialmente en asuntos religiosos, donde hasta lo insignificante tiene importancia, un cambio esencial. Para el judío, era el israelita el mediador, el vínculo entre Dios y el hombre; y en su relación con Jehová, se consideraba como israelita; Jehová no era otra cosa para él sino la unidad, la conciencia de Israel, objetivada como ser absoluto, la conciencia nacional, la ley universal, el punto central de la política (1). Si dejamos caer el límite de la conciencia nacional, tenemos, en vez del israelita, al hombre. Así como el israelita objetivaba en Jehová su esencia nacional, así objetiva el cristiano en Dios su esencia humana, y esto subjetivamente humano, librado del límite de la nacionalidad (2). Así como Israel, de la necesidad de su existencia hiciera una ley para el mundo, y así como debido a esa necesidad, hasta divinizara su venganza política, así el cristiano convierte las necesidades del sentimiento humano en potencias y leyes universales del mundo. Los milagros del cristianismo que pertenecen a la característica del judaísmo, no tienen por objeto el bienestar de una nación, sino el bienestar del hombre -solamente del hombre cristiano-, pues el cristianismo reconoce al hombre sólo bajo la condición, o sea bajo la limitación, del cristianismo, poniéndose así en contradicción con el corazón verdadero y universalmente humano: pero esta limitación fatal será tratada recién más adelante. El cristianismo ha espiritualizado el egoísmo del judaísmo convirtiéndolo en subjetividad -aunque también dentro del cristianismo esa subjetividad se ha manifestado como puro egoísmo, que ha transformado el deseo de felicidad terrestre, que era el objeto de la religión israelita, en un anhelo hacia la felicidad eterna, que es el fin del cristianismo.

El concepto supremo, el Dios de una comunidad política, de un pueblo, cuya política, sin embargo, se pronuncia en forma de una religión, es la ley, la conciencia de la ley como de un poder absoluto y divino. El concepto supremo, el Dios del sentimiento apolítico, humano y no mundano, es el amor -el amor que sacrifica, por el amado, todos los tesoros, todas las glorias en el cielo y en la tierra-, el amor, cuya leyes el deseo del amado y cuyo poder es la fuerza ilimitada de la fantasía y de la actividad intelectualmente milagrosa.

Dios es el amor que satisface nuestros deseos, nuestros anhelos de sentimiento -él mismo es el deseo del corazón transformado en realidad, el deseo que lleva en sí la seguridad de que será cumplido, de que es válido, y de que es tan seguro, que no puede suceder ninguna contradicción intelectual, ninguna objeción por parte de la experiencia y del mundo externo. La seguridad es para el hombre el poder máximo: lo que es cierto para él es lo que existe, es lo divino. Dios es el amor: este su poder divino como único poder autorizado-; es la expresión del hombre que tiene validez y verdad incondicionales, de que no hay ningún límite, ninguna contradicción del sentimiento humano, de que todo el mundo, con toda su gloria y esplendor, es insignificante en comparación con el sentimienro humano (3). Dios es el amor, es decir, el sentimiento es el Dios del hombre, y éste es simplemente Dios mismo, el ser absoluto. Dios es la esencia objetivada del sentimiento, el sentimiento puro, libre de límites -Dios es el optativo del corazón humano, transformado en un tiempo finito, es el optativo transformado en el seguro y beato existe, es la omnipotencia del sentimiento sin consideración, es el ruego escuchado por sí mismo, es el sentimiento que se percibe a sí mismo, el eco de nuestros dolores. El dolor debe manifestarse; sin quererlo el artista toma la guitarra para expresar en sus sonidos el propio dolor. Satisface a su dolor al escucharla y al ejecutarla; alivia el peso que oprime a su corazón comunicándole al aire y haciendo de su dolor un ser general. Pero la naturaleza no accede a las quejas del hombre -es insensible para con sus sufrimientos. Por eso el hombre se aleja de la naturaleza y de los objetos visibles en general- se dirige hacia el propio interior, para encontrar aquí, escondido y protegido contra las fuerzas inexorables, alivio para sus sufrimientos. Aquí expresa los secretos que le oprimen, aquí enuncia lo que pesa sobre su corazón. Este recinto libre del corazón, este secreto manifiesto expresado, dolor del alma, es Dios. Dios es una lágrima del amor derramada en el escondite más profundo sobre la miseria humana. Dios es un gemido inexpresable en el fondo de las almas. Esta frase (4) es el lema más verdadero, más profundo y más extraño del misticismo cristiano.

La esencia profunda de la religión la manifiesta el acto más senci1Io de la religión -la plegaria-, un acto que dice infinitamente más, o, por lo menos, tanto como el dogma de la encarnación, aunque la especulación religiosa considere a éste como el misterio más grande. Pero, por cierto, no es la oración antes y después de la comida o sea la oración cebadora del egoísmo, sino la oración llena de dolor, la oración del amor sin consuelo, la oración que expresa el poder del corazón, que hace sucumbir al hombre.

En la oración, el hombre dice a Dios Tú; luego clara y perceptiblemente declara a Dios por el otro yo; él confiesa a Dios como si fuera el ser más íntimo y más cercano. sus más secretos pensamientos, sus más íntimos anhelos, los mismos que se avergüenza de confesar públicamente. Pero él manifiesta estos deseos en la confianza, en la certeza de que serán cumplidos. ¿Cómo podría dirigirse a un ser que fuera sordo a sus quejas? ¿Qué otra cosa es, por lo tanto, la oración que el deseo del corazón manifestado con la seguridad de su cumplimiento? (5) ¿Qué otra cosa es aquel ser que cumple estos deseos, que el sentimiento humano, escuchado y aprobado por sí mismo, y que se afirma sin contradicción y sin objeción? El hombre que no se quita de la cabeza la idea del mundo, la idea de que todo aquí sólo es un medio, que cada afecto tiene su causa natural, que cada deseo sólo se logra si es convertido en objeto y si se toman los medios correspondientes, semejante hombre no reza; sólo trabaja, convierte los deseos que puedan realizarse en objeto de una actividad mundana, y los deseos que reconoce como subjetivos, los suprime o los considera precisamente sólo como deseos subjetivos y piadosos. En una palabra, limita y hace depender su ser del mundo porque se considera uno de sus miembros y limita a sus deseos por la idea de la necesidad. Por el contrario, en la oración excluye el hombre el mundo y con él todas las ideas de medición, de dependencia, de triste necesidad, convirtiendo sus deseos en una cuestión de su corazón, en objetos del ser independiente, todopoderoso, es decir, que los afirma ilimitadamente. Dios es el del sentimiento humano -y la oración, la confianza incondicional del sentimiento humano, en la identidad absoluta de lo subjetivo y objetivo, de la certeza de que el poder del corazón es más grande que el poder de la naturaleza, que la necesidad del corazón es la necesidad todopoderosa, el destino del mundo. La oración cambia el curso de la naturaleza -determina a Dios para provocar un efecto que está en contradicción con las leyes de la naturaleza. La oración es el comportamiento del corazón humano frente a sí mismo, frente a su propio ser- en la oración el hombre olvida que existe una barrera de sus deseos, y se siente feliz en este olvido.

La oración es la auto-división del hombre en dos seres -una conversación del hombre consigo mismo, con su corazón. Es importante para la eficacia de la oración que sea pronunciada claramente en voz alta y con insistencia. La oración sale del corazón como el agua de la fuente- la presión del corazón destruye la cerradura de la boca. Pero la oración en voz alta sólo es una oración que manifiesta su esencia: la oración es esencialmente aunque no sea pronunciada exteriormente, una oración; la palabra latina horario significa ambas cosas. En la oración el hombre expresa sin reserva lo que le oprime, lo que le afecta, él objetiva su corazón -de ahí la fuerza moral de la oración. Se dice que el recogimiento es la condición de la oración. Pero es más que condición; la oración misma es recogimiento- supresión de todas las imaginaciones que distraen, de todas las influencias exteriores que perturban, es reconcentración en sí mismo para enfrentarse solamente con su propio ser. Se dice que sólo una oración llena de confianza, sincera, cordial, insistente, puede ayudar; pero esta ayuda reside en la misma oración. Como en toda la religión, lo subjetivo, lo humano, lo subordinado, es en verdad lo primero, la primera causa, la cosa misma -así también aquí, estas propiedades subjetivas son la esencia objetiva de la misma oración (6).

La opinión más superficial de la oración es si se la considera sólo como una expresión de la sensación de la dependencia. En efecto, expresa semejante sentimiento; pero de la dependencia del hombre de su corazón, de sus sentimientos que lo inspiran. El que se siente solamente dependiente, no abra su boca para rezar; la sensación de la dependencia le quita las ganas y el coraje; pues la sensación de la dependencia es la sensación de la necesidad. La oración radica más bien en la confianza incondiciond del corazón que no se preocupa de ninguna necesidad y que confía que sus intereses sean el objeto del ser absoluto, que el ser todopoderoso e ilimitado, el padre de los hombres, es un ser amante, sensitivo, y compasivo, que por tanto los sentimientos y los deseos más sagrados y más caros para el hombre, sean verdades divinas. Pero el pequeño no se siente dependiente del padre como padre; más bien tiene en el padre la sensación de su fuerza, la conciencia de su valor, la garantía de su existencia, la seguridad del cumplimiento de sus deseos: sobre el padre recae toda la carga de la preócupación: en cambio, el hijo vive sin cuidado y feliz, confiando en el padre, su protector viviente, que no es otra cosa sino el bien y la felicidad del hijo. El padre convierte al hijo en un objeto, y se convierte a sí mismo en un medio de su existencia. El hijo que pide alguna cosa a su padre, no se dirige a él como si fuera un ser distante e independiente, en general, como si fuera un ser o una persona sino que se dirije a él como y en cuanto es dependiente de sus sentimientos paternos y dependiente también del amor hacia su hijo. La oración sólo es una expresión de la fuerza que el hijo ejerce sobre el padre -si es que se puede aplicar aquí la expresión de fuerza: puesto que la fuerza del hijo no es otra cosa sino la fuerza del mismo corazón paterno. El lenguaje tiene para rogar y mandar la misma forma el imperativo. La oración es el imperativo del amor. Y este imperativo tiene infinitamente más poder que el imperativo despótico. El amor no manda: el amor sólo necesita insinuar sus deseos, para estar seguro del cumplimiento de los mismos: el déspota ya tiene que expresar la fuerza en el tono de su expresión, para convertir otros seres de por sí indiferentes frente a él, en ejecutores de sus deseos. El imperativo del amor obra con una fuerza electromagnética: el imperativo despótico, en cambio, con la fuerza mecánica de un telégrafo de madera. La expresión íntima de Dios en la oración, es la palabra padre -es la íntima porque aquí el hombre considera el ser absoluto como si fuera él mismo; puesto que la palabra padre es la expresión de lo más íntimo, la expresión en que se encuentra directamente la seguridad del cumplimiento de mis deseos, y la garantía de mi salvación. La omnipotencia, a la cual se dirige el hombre en la oración, no es otra cosa sino la omnipotencia de la bondad, que para salvar al hombre, hace posible lo imposible- en verdad no es otra cosa que la omnipotencia del corazón, del sentimiento, que rompe todas las barreras de la inteligencia, sobrepasando todos los límites de la naturaleza, que quiere que no haya otra cosa sino la sensación, que no exista nada que contradiga al corazón. La creencia en la omnipotencia es la creencia en la nulidad del mundo externo, de la objetividad- es la creencia en la absoluta verdad y validez del sentimiento. La esencia de la omnipotencia no expresa otra cosa sino la esencia del sentimiento. La omnipotencia es la potencia frente a la cual no hay ninguna ley, ninguna dísposición de la naturaleza, ningún límite: pero precisamente esta potencia es el sentimiento que siente toda necesidad y toda ley como una barrera y por eso las suprime. La omnipotencia no es otra cosa sino ejecutar y realizar la voluntad íntima del sentimiento. En la oración, el hombre se dirige a la omnipotencia de la bondad -luego esto no quiere decir otra cosa que: en la oración, el hombre adora su propio corazón y contempla la esencia de su sentimiento como si fuera el ser supremo y divino.


Notas

(1) La mayor parte de la poesía hebraica, que a menudo se considera espiritual, es política, Herder.

(2) Es la esencia subjetiva humana, porque es una escencia humana, así como la esencia del cristianismo es una esencia que excluye, de por sí, la naturaleza, el cuerpo, la sensibilidad, por la cual exclusivamente nos ha sido dado un mundo objetivado.

(3) No hay nada que no podría esperar el hombre bueno y recto de la bondad divina; todos los bienes aptos para el ser humano, cosas que ningún ojo vio, ningún oído percibió y ninguna inteligencia concibió, puede permitirse el que cree en un Dios; porque aquellos que creen que un ser de inmensa bondad y potencia arregla las cuestiones de los hombres y que creen que nuestras almas son inmortales, necesitan experiencias infinitas. Y no hay nada que puede destruir o hacer titubear estas experiencias con tal que no se dedique el cristiano al vicio y lleve una vida atea, Cudworth. (Syst. Intellect. cap. 5 sect. 5, párrafo 27).

(4) Sebastián Frank von Word, en Zinkgrels Apohthegmata deutscher Nation.

(5) Sería una objeción tonta decir que Dios sólo cumple los deseos, los ruegos, que en su nombre o en interés de la iglesia de Cristo suceden; en una palabra, sólo los deseos que coinciden con su voluntad, porque la voluntad de Dios es precisamente la voluntad de los hombres o más bien Dios tiene el poder; el hombre la voluntad: Dios beatifica el hombre, pero el hombre quiere ser beato. Un deseo particular, por cierto, no puede ser escuchado; pero esto no importa con tal que la especie o sea la tendencia esencial sea aceptada. El hombre piadoso que no ha sido escuchado por Dios, se consuela con la idea de que el cumplimiento de su deseo no habría sido ventajoso para él. Así por ejemplo Oratio de precatione, en Declamat. Melanchthonis, T. III.

(6) Por razones subjetivas, también la oración común puede más que la oración aislada. La comunidad aumenta la fuerza del alma, y aumenta la sensación de la independencia. Lo que uno solo no puede, se puede hacer en unión de otros. La sensación de estar solo, es ua sensación de la limitación; la sensación de estar con otros, significa la sensación de la libertad. Por eso, cuando los hombres están amenazados por la fuerza de la naturaleza, se unen. Es imposible -dice Ambrosio- que las oraciones de muchos hombres no consigan nada ... Al individuo se niega lo que a la comunidad se concede, P. Paul Mezler. (Sacra Hist. de gentis Hebr. ortu. Aug. V. 1700, ps. 668-669).

Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XIICapítulo XIVBiblioteca Virtual Antorcha