Índice de Determinismo y voluntarismo de Benjamín Cano Ruíz y José PeiratsCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Segunda intervención

José Peirats

De acuerdo con tu orden de discusión, paso a responder, resumiéndolas, a tus preguntas:

Primera. La justicia clásica, ¿se halla o no cimentada en la idea-base que considera al individuo poseedor de una voluntad?

Respuesta. Efectivamente, ni más ni menos que toda noción de justicia o de moral, clásica o no.

Segunda. La moderna genética, al pretender dar explicación anatomo-fisiológica a todas las manifestaciones de la vida humana, incluso a eso que llamamos psicología, ¿niega o afirma la voluntad?

Respuesta. A la genética, como a toda ciencia que se precie de serIo, le está vedado sacar ciertas deducciones de tipo filosófico. Las sacamos los hombres por nuestra cuenta y riesgo en tanto que filósofos o así.

Tercera. ¿No interpreto yo bien la moderna genética?

Respuesta. Posiblemente. Por lo que me afecta, tengo esta misma pretensión. Y sin embargo, llegamos a deducciones distintas. No te asustes. A los sabios, a los técnicos y a los especialistas, les ocurre otro tanto.

Cuarta. Si aceptas esa voluntad que hace determinante al individuo, explícame qué es ella lo más científicamente posible.

Respuesta. Confieso que soy tan incapaz de explicarte científicamente el voluntarismo como lógicamente el determinismo.

Quinta. ¿Es o no el hombre producto íntegro de los materiales-base que dieron origen a su vida y orientaron su desarrollo, más la influencia del medio?

Respuesta. AI parecer éste es el caso del hombre físico. Pero con admitirlo avanzamos poco. Producto de materiales inorgánicos es la vida orgánica, y, sin embargo, la biología no ha podido todavía colmar la fosa que las separa; idéntico, si no mayor, es el abismo interpuesto entre el mundo anatomo-fisiológico y el psicológico.

Sexta y última. Establecida la verdad, como quiera que ésta no puede estar en contradicción con sus consecuencias. aunque se vayan barranco abajo todos los valores tradicionales, los principios morales y revolucionarios por los que luchamos ¿no surgirán acaso más vigorosos, puesto que han de basarse en verdades científicas, mientras que los valores tradicionales se cimentaron siempre en los errores religiosos?

Podría aquí señalarte que de lo que se trata precisamente es de sopesar la trascendencia de esa bancarrota de valores tradicionales que, precisamente, movió mi pluma. ¿No figuran acaso los principios morales y revolucionarios por los que luchamos entre esos valores tradicionales? Pero no se trata de subordinar la verdad a su trascendencia, la causa al efecto, síno viceversa. Veamos, pues, si es posible ir a la verdad, descender a la causa.

Lo primero que resalta de tu trabajo es que existe una verdad científica dirimente de calidad en la cuestión que discutimos. Te remites, pues, al laudo de esa verdad científica; para tí lo único que importa es salvar la verdad.

Por mi parte estimo que la verdad es la mayor angustia de la ciencia. ¿No será la verdad científica la menos científica de las verdades? ¿No será la verdad cIentífica el más irreductible de los prejuicios religiosos incrustados en la ciencia? Se me podría objetar que no se trata de verdades absolutas. Pues no; no puede haber más que una verdad: la absoluta. Toda verdad relativa lleva consigo, a justo título, los gérmenes, las ambiciones, las pretensiones de verdad absoluta. A justo título, porque la verdad no absoluta es sIempre una verdad a medias.

Con lo que dejo dicho pretendo que siendo la ciencia el único tribunal competente para arbitrar nuestras diferencias, hay que descartar de nuestra mente el prejuicio -religioso quizás- de un fallo científico inapelable. Veamos una prueba:

Por una parte leemos a menudo en libros científicos que el mundo ha ido reduciéndose con el progreso de las comunicaciones. Los mares se han convertido en lagos bajo las quillas de los modernos paquebotes. El lejano Oriente ya no es lejano sino accesible a unas horas de vuelo. La radio hace que un suceso determinado repercuta al instante en todo el orbe. Instrumentos maravillosos nos permiten escrutar el Universo, analizar químicamente los astros. Tan pequeño resulta ya nuestro mundo que estamos proyectando la conquista de la Luna como primer paso para un salto en el espacio, en busca de expansión.

Veamos por otra parte: Es un lugar común afirmar que nuestro mundo se hace sin cesar más grande. En todos los sentidos, en todos los dominios, en todas las direcciones. Casi todos los descubrimientos hechos en los últimos años han hecho retroceder las fronteras y alejar Ios orígenes. El Universo es mucho más grande de lo que se había pensado, la Tierra más vieja, el Hombre más antiguo ... El mundo no se amplía solamente en el tiempo y el espacio. Se amplía más cada vez que surge una nueva noción, cuando aparece un nuevo poder. Ampliación de las matemáticas por anexión del transfinito ... Ampliación del ser espiritual por la exploración del subconsciente ... Ampliación de la técnica por la cibernética y por la física nuclear ... (Jean Rostand: Peut-on modifier l'homme? Edit. Gallimard, París, 1956.).

He aquí la ciencia dándonos una de cal y otra de arena. ¿Dónde está la verdad?

¿Nos revelará la ciencia algún día la verdad, sea del determinismo, sea del voluntarismo? Requerido al respecto el más competente tribunal científico no tardaría en dividirse. La tarea de negar o afirmar la facultad volitiva del hombre, con todas sus inmensas consecuencias, no podría dejar de pesar terriblemente en el espíritu de la reunión. Dejar en la puerta del laboratorio todo prejuicio subjetivo creo que es humanamente imposible. Por otra parte, quién sabe si la intrusión de prejuicios en el arcano científico no tuvo tantos inconvenientes como ventajas. Ya sabemos donde nos ha llevado la ciencia pura, el arte puro, el realismo político. El dogma religioso más cerril podría aquí sacudirse algunas pulgas, devolvérselas por pasiva a pretendidos antidogmáticos no menos cerriles. Los iluminados, los apasionados, los empíricos, no han cometido sólo disparates y atrocidades.

Pero se trata de conocer en nuestro caso el dictamen de la ciencia. Pues bien: posiblemente no hubiera un solo dictamen sino dos; o más bien dicho, dictamen y voto partícular. El dictamen propiamente dicho podría ser éste:

La ciencia genética se ha apuntado el prodigio de provocar la fecundación artificial, sin contacto de los sexos, mediante espermatozoides en conserva. Puede también provocar la fecundación prescindiendo de una de las células reproductrices: la del macho, que puede ser reemplazada por ciertos agentes químicos. Puede, en suma, hacer nacer un ser de un huevo femenino virgen, sin concurso masculino (el misterio de la encarnación ha dejado de ser misterio). Habiendo descubierto que todas las células del cuerpo (de la piel, de los músculos, de las glándulas, etc.), contíenen los elementos necesarios para el desarrollo de un nuevo ser -reproducción o réplica del ser entero- desde hoy queda abierta la posibilidad de un tiraje infinito de ejemplares del ser original, exactamente como ocurre con los libros. (Si el original fuese un Einstein, imagínese la ventaja.)

Un huevo fecundado puede ser extraído de la matriz y hacer que termine su gestación en matriz ajena. Por medio de injertos se pueden trasplantar córneas de una especie a otra; lo que permite al beneficiario ampliar su facultad visual. Mediante lós rayos X se pueden producir monstruos en serie. (Esta será posiblemente una de las industrias más florecientes del futuro político de los Estados.).

Pero para nosotros lo más interesante es el papel de las hormonas. Con ellas se puede hacer una especie de polvos mágicos con los que poder determinar a voluntad caracteres, sentimientos y tendencias. Habida cuenta de que todo organismo contiene en estado potencial los dos sexos, basta aplicar a uno tal o cual hormona para determinar en él el sexo deseado. Otras hormonas son capaces de precipitar la pubertad; otras de estimular el sentimiento maternal; con otras se puede destetar fácilmente a los lactantes; con otras determinar la preñez múltiple; con otras, ayudar al crecimiento; y con otras a la enanez. El cultivo de los órganos aislados (corazón, pulmón, útero, glándulas ...), bajo ciertas condiciones, fue inaugurado hace años. Se ha podido transformar a voluntad una glándula en ovario o testículo ...

Pero todo esto se realiza siempre bajo ciertas condiciones. Por ejemplo, los injertos son mal soportados por los animales superiores ... La barrera de la individualidad constituye un obstáculo infranqueable ... (Rostand, obra citada.).

Ya es hora que cedamos más extensamente la palabra a este ilustre biólogo. Será el suyo el prometido voto particular. Como quien dice, el reverso de la medalla. En la obra de Rostand antes citada, y a renglón seguido de estas proezas de la genética, se lee lo que a continuación traducimos:

Ya que a partir del momento la ciencia reemplaza a la célula seminal en su obra fecundante, ¿por qué no creará mañana la vida? Habiendo creado razas y variedades nuevas, ¿por qué no creará mañana especies y géneros? ¿Por qué no se hará dueña de la evolución orgánica y, singularmente, de la evolución humana?<7p>

Es éste el momento de recordar que nuestros éxitos, por asombrosos que sean, dejan poco menos que intactos los formidables enigmas de la vitalidad. Los tres problemas cardinales de la biología -problema de la formación del ser, problema de la evolución de las especies, problema dél origen de la vida- han sido apenas aflorados por los investigadores. Tenemos una idea vaga sobre la forma en que un organismo complejo puede estar contenido en un germen; tenemos apenas idea sobre la forma en que, en el curso de las edades, se han producido las metamorfosis orgánicas que hicieron salir la especie humana de un virus original; no tenemos la menor idea sobre la forma de nacimiento de los primeros seres.

Así es que, después de haber subrayado el carácter extraordinario, prodigioso, de la biología, cabe destacar ahora lo que hay, sin embargo, de superficial y de especial en esta magia que es la nuestra. Tras los tiempos de orgullo, los tiempos de modestía. Sepamos reducir a su justa medida nuestros triunfos de aprendices, sepamos poner sordina a nuestra embriaguez de pigmeos.

Y más adelante nos dirá el sabio:

Pues es de todo punto cierto que todo el poder del biólogo es impotente para crear una célula, un núcleo, un cromosoma, un gene ... Nosotros alteramos las relaciones o las cantidades, modificamos los ritmos, hacemos obrar tal factor más pronto o más tarde, o lo suprimimos, o invertimos el orden de los factores, o introducimos aquí lo que debía haber operado allá, o hacemos intervenir en masa una substancia que, normalmente, suele intervenir a pequeñas dosis. Hacemos, en suma, juego de manos con el huevo y el embrión. Y cierto, manipulándolos de esta guisa, podemos divertirnos e instruirnos hasta el fin de los siglos. Combinamos, transponemos, intercambiamos; pero sacando partido siempre de lo que existe; explotamos el poder verdaderamente creador de lo vital, bordamos sobre el cañamazo preexistente de la obra maestra, sacamos hábilmente partido de la ingeniería celular, y, en esto, nos parecemos un poco a esos rapsodas que se hacen aplaudir a buena cuenta parodiando una escena del Cid o recitando el Cirano de Bergerac.

¡Guardémonos -copíamos para terminar- de acaparar toda la gloria de los éxitos obtenidos! En nuestras experiencias más arrebatadoras, las más e:spectaculares, el principal espectáculo lo da la vida anónima. Hemos llegado bastante lejos en tanto que hombres, decía Montesquieu. No olvidemos ese en tanto que hombres y no tomemos ínfulas de semidioses o de demiurgos allí donde sólo somos aprendices de brujo.

Basta por el momento. Lo impone el buen orden de esta plática. No pretendo haber sentado ninguna verdad irrebatible. Por lo contrario, creo haber incurrido en múltiples contradicciones. Es moneda corrierite en todo aquel que quiere, busca y defiende la verdad. Siendo concretos los datos, rigurosamente científicos, hay un mar de deducciones a sacar. Yo sólo he querido mirar de frente a la faz difusa, profusa y confusa de la verdad científica.


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