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Segunda intervención

Benjamín Cano Ruiz

Una verdad no puede estar en contradicción con sus consecuencias.

A. Eistein.

Me agradará sobremanera que platiquemos sobre estas cosas, si estás dispuesto a ello; pero si aceptas esta plática -lo que no dudo, puesto que tú mismo la has provocado-, te propongo que la realicemos con cierto método, aclarando uno por uno los conceptos, poniéndonos de acuerdo sobre cada uno de ellos.

Con arreglo a este plan, comenzando por el principío, platiquemos primero sobre las ideas que forman el armazón de mi trabajo anterior, sobre las cuales no acierto a ver en tu trabajo-objeción, objeción real a ellas, dado que lo único que realmente veo en tí es una angustia -como dirían los existencialistas- y una rebelión ante las consecuencias que se derivan de esas ideas, que están basadas en lo que yo considero realidades científicas actuales.

En La genética contra el concepto clásico de la justicia, afirmo yo que la Justicia Clásica se ha cimentado siempre en la idea-base de considerar al individuo como posesor de una voluntad que le permite declinarse al bien o al mal al margen de toda influencia ajena a esa misma voluntad. ¿Estoy en un error? Si no acierto en esta afirmación ¿cuál es, según tú, la idea-base que ha servido de eje a la Justicia Clásica?

Haciendo después unos pequeños escarceos en los descubrimientos actuales de la moderna genética, señalo que esta ciencia, al pretender dar explicación anatomofisiológica a todas las manifestaciones de la vida humana, inclusive a eso que llamamos psicología, niega la existencia de esa voluntad que, para serIo y no estar sujeta al determinismo propio de la vida física, ha de ser un ente metafísico, superior y ajeno a la vida fisiológica del individuo. ¿No estoy en lo cierto aquí? ¿No he interpretado bien yo la moderna genética o es la genética misma la que está en un error? Si hay error en mis conceptos y tú aceptas esa voluntad que convierte al individuo en ser volitivo y determinante? (Son tus palabras), ¿quieres explicarme, lo más científicamente posible, qué es en sí esa voluntad, qué funcionamiento real, material, orgánico, tiene en el ser humano?

Indico después yo, en el trabajo a que nos estamos refiriendo, que, según los modernos descubrimientos de la genética (y podríamos apoyarnos en otras ciencias de las que no hemos hablado), el individuo es íntegramente el producto de los materiales base que dieron origen a su vida y orientaron su desarrollo, más la influencia del medio en que este desarrollo se efectúa. ¿Tampoco acerté en eso? Si el individuo no es totalmente el producto de los materiales base que le dieron origen -en este caso los genes- y del medio en que esos materiales se han desarrollado ¿qué es, pues, el individuo? ¿Es algo al margen y ajeno a esos materiales y a ese medio? ¿Hay en el algo que escape y sea superior a esos materiales y a ese medio?

Yo no acierto a ver en tu trabajo respuestas a estos interrogantes ni sé si aceptas o no mis puntos de vista sobre ellos, lo que constituye el eje mismo de mi trabajo anterior. De que se acepten o no unos u otros puntos de vista sobre estos problemas llegaremos lógicamente a unas u otras consecuencias. Yo he expuesto clara y concretamente mi opinión sobre ellos; opinión que creo acorde con mi ateísmo y los descubrimientos actuales de la ciencia. Ya sé que estas opiniones me han de llevar forzosamente a conclusiones y consecuencias que a ti pueden parecerte angustiosas y desconcertantes. Pero por angustiosas y desconcertantes que sean las consecuencias de una verdad, ésta no deja de serlo. Cuando mucho, lo que puede demostrar eIIo es que los conceptos que anteriormente teníamos no se basaban en verdades, por alentadores y seguros que los creyéramos.

Discutamos, pues, primero si son o no verdades esas que yo creo que sí; ya hablaremos más tarde de las consecuencias de eIIas.

Y si continuamos platicando sobre estas cosas verás que, aunque se desmoronen barranco abajo los valores tradicionales, los principios morales y revolucionarios por los que tú y yo luchamos surgen precisamente más vigorosos, puesto que eIIos se basan en las verdades científicas, y los valores tradicionales se cimentaron siempre en los errores religiosos.


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