Índice de Determinismo y voluntarismo de Benjamín Cano Ruíz y José PeiratsCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Primera intervención

José Peirats

En tu trabajo te propones examinar la justicia de la Justicia clásica a la luz de las conclusiones científicas contemporáneas. Siempre la idea de la justicia -escribes- se ha unido a la idea de responsabilidad y de libre determinación. Si no se hubiera considerado el ser humano poseedor de esa libertad de proceder bien o mal, según pluguiese a su libérrima voluntad, no se hubieran considerado dignas de recompensa o castigo las acciones humanas, ya que sólo puede ser digno de recompensa o castigo el hombre que, puesto en la disyuntiva de obrar bien o mal en determinada circunstancia, sin ninguna otra fuerza que lo incline a ello, su voluntad lo induce a la obra buena. Y, en iguales circunstancias, sólo es merecedor de castigo el ser humano que, puesto en la misma disyuntiva, sin ninguna otra fuerza, tampoco, que lo incline al mal, su voluntad lo lleva hacia la mala obra.

Sentada esta premisa, señalas que ésta es la raíz de la justicia, sin la cual todo el árbol de la justicia histórica se desmembra; que en el curso de la historia, en los códigos de todas las épocas, sin excluir las civilizaciones modernas, el engranaje de los conceptos jurídicos se apoya en esa idea raíz.

Se trata, sin embargo, de saber si el ser humano posee una voluntad libérrima que rige todos sus actos. Al efecto nos dices que tal idea es de origen religioso: No hay libre determinación sin voluntad, ni voluntad sin espíritu, ni espíritu sin religión.

Hecha la afirmación que antecede, tratas seguidamente de apoyarla en una base firme, no religiosa. Para tí la de mayor garantía no puede ser otra que la ciencia: Y ese concepto librealbedrista de la justicia, ¿se ajusta a las realidades científicas de la naturaleza humana? Y a renglón seguido te remites a las experiencias biológico-genéticas: En los últimos decenios han progresado de una manera asombrosa las ciencias biológicas, y de entre ellas la genética ha descubierto horizontes amplísimos sobre la naturaleza humana. Desde que Mendel sentó las bases de la moderna genética hasta nuestros días, se han iluminado amplísimas zonas sobre las bases biológicas del homo sapiens que antes permanecieron en una místeriosa oscuridad. Y estas regiones iluminadas ahora, y casi completamente conocidas, concuerdan poco con el concepto clásico de la justicia basada en el voluntarismo.

El minucioso detalle que sobre la íntima naturaleza dinámico-estructural arroja la ciencia biológica, lo dejas resumido en esta conclusión final: Ha quedado probado experimentalmente que las diferentes combinaciones de sustancias producen (en el hombre) diferencias fisiológicas de todos los órdenes, inclusive diferencias de comportamiento de eso que llamamos la mentalidad. O en esta otra: La genética, pues, ha demostrado que el individuo es el producto de las materias base que orientan su desarrollo, los genes, y el medio en el cual este desarrollo se efectúa y que toda su naturaleza responde a esos dos factores. La conducta, pues, del individuo, con arreglo a estas premisas sentadas por la genética, está siempre determinada por la herencia y el contorno. Admitido eso, ¿qué queda de la voluntad? ¿Qué es la voluntad en definitiva? ¿Tiene el individuo, como afirma el concepto clásico de la justicia, la libertad de determinar sus propias acciones? La genética responde a estos interrogantes con negativas categóricas.

Lejos de mi intención remover una sola pieza del sólido andamiaje en que apoyas tu negación de la justicia histórica. Mi intención se reduce a ampliar el campo de consecuencias que resalta de esa misma base científica. Tu trabajo no abarca, por cierto, este amplio campo, y al no hacerlo, dejas al albur de la crítica interesada amplios flancos vulnerables. Y dejas al lector objetivo en avidez de conclusiones más trascendentales.

Como dije al principio, te propones examinar la justicia de la Justicia en su pretensión de hacer justicia. Y yo pregunto: ¿En qué medida puede desdoblarse esa justicia histórica de la justicia sin adjetivos? ¿En cuál de las diversas formas o nociones de justicia puede en lógica detenerse tu tan apoyado juicio?

Hemos visto que en tu restringido objetivo has tenido necesidad de desmontar en todos sus elementos químico-físico-biológicos el individuo; y has tenido que negar de plano la existencia de ese individuo en tanto que ser volitivo y determinante. Sentada la base no volitiva-determinante del hombre, hemos asistido a la caída en barrena de la noción de responsabilidad; pero también al desplome de toda idea de justicia, clásica o no, de todo concepto moral y, en consecuencia, de todo dinamismo psíquico consciente. Por lo que resultan sin sentido estas conclusiones que sirven de broche a tu trabajo:

De ahí que esté surgiendo una moral completamente nueva, y que las ideas de bueno y malo estén sufriendo revisiones profundas; que los conceptos de justo e injusto estén cediendo el paso a los conceptos nuevos y científicos de la justicia; que las ideas base de la equidad social se estén desmoronando ante las concepciones anárquicas de la identidad de origen biológico demostrado por la ciencia; que. en fin, se avizore un mundo social completamente diferente, edificado sobre los cimientos de la ciencia, surgida de entre los escombros de este mundo que se desmorona, construido con todos los materiales de la religión.

¿Qué moral completamente nueva, qué nueva idea de lo bueno y malo, qué nuevo concepto de lo justo e injusto, qué nueva base de equidad social se está desarrollando en detrimento y sobre las ruinas jurídico-religiosas? Ante todo, jurídico o no, religioso o no, ¿existe la moral, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, la equidad social?

Si nos atenemos a tus premisas diremos que lo que científicamente sirve para negar todos esos conceptos en la religión y en la justicia histórica, sirve igualmente para todo concepto de justicia y de moral en abstracto, no leguleyo ni religioso. Veamos: ¿Es privativo de leyes, mandamientos, códigos, sacerdotes y jueces la calificación de bueno y malo, de justo e injusto? Tú mismo no has podido sustraerte a la preocupación de la justicia y de la moral al analizar las formas y fundamentos jurídico-religiosos. Hay, pues, una noción no religiosa o jurídica de la justicia y la moral. Sin ella no hubieras caído en la tentación de juzgar y condenar nociones de igual denominación, pero de distinto carácter, basándote en el código de la Naturaleza y en sus leyes científicas.

Al revolverte contra la justicia histórica en nombre de conceptos nuevos de justicia, sientas que hay dos clases de justicia, una justicia apócrifa y otra auténtica, una injusta y otra justa. ¿Cómo has podido llegar a esta conclusión habida cuenta de tu premisa anterior, a saber: que la noción de bien y mal, de justo e injusto, es de raíz religiosa? En otras palabras, al reprocharle al juez su pretensión de juzgar y condenar al presunto delincuente, dada la irresponsabilidad innata de éste, conviertes automáticamente en responsable al juez y recabas para éste lo que no admites en el supuesto delincuente. ¿No estaría también sujeto el juez, en tanto que criatura humana, al mismo determinismo de herencia y de contorno? De ahí esta consecuencia lógica: si puedes condenar al juez tienes que admitir, al menos, la responsabilidad del delincuente. Si no puedes admitirla en éste y lo absuelves, tienes que absolver también al juez.

Absuelto quedó a través de una anécdota evocada creo que por Malatesta. Se trataba por cierto abogado de demostrar la irresponsabilidad y, en consecuencia, la inculpabilidad de su cliente. Los argumentos del letrado, para el caso, eran los tuyos: el determinismo social estaba en la base del hecho delictivo. El delincuente era, pues, irresponsable; y el juez, de condenar, sería culpable de monstruosidad. La reacción del juez, de acuerdo con los argumentos de la defensa, fue tajante: Yo, criatura humana, socialmente determinada, he de condenar y condeno, quedando automáticamente absuelto.

No intento echar un salvavidas a la justicia histórica. Trato de insinuar que una misma base de justicia (pues lo es la irresponsabilidad genético-biológica) no puede tener dos pesas y dos medidas. Que al atrincheramos en esta irresponsabilidad para absolver con todos los pronunciamientos favorables a un individuo, la decisión se revuelve contra ese mismo individuo.

No intento tampoco, como dije, somover una sola pieza de tu firme armazón científico, sino rebajar un tanto tu optimismo, al que llegas como corolario de tu base de partida. Creo, sin embargo, que tu regocijo al hablarnos de una moral completamente nueva, de nuevos conceptos científicos de la justicia, de concepciones anarquistas de la identidad de origen no está de acuerdo con el pesimismo científico, sombrío y desesperado de ciertos biólogos muy reputados.

Ya me he referido en alguna parte a una conferencia del sabio biólogo francés Jean Rostand. Rostand va mucho más lejos que tú en las consecuencias de las leyes genéticas. No se trata, según él, de la influencia espontánea de esas leyes en el individuo, sino que habida cuenta del conocimiento de las mismas, el hombre puede hacer del hombre mismo lo que el floricultor de ciertas plantas. La genética es hoy una ciencia eminentemente aplicada. (Constata, entre paréntesis, esta paradoja: el biólogo, que como individuo es determinado por las leyes biológicas como cualquier hijo de vecino, puede a su vez determinar en los individuos).

Según Rostand, un biólogo ya ha apuntado la hipótesis de la fabricación del genio. La procreación artificial, con espermatozoides en conserva, ha permitido el engendro de tres niños en la Universidad de Iowa. Rostand admite también que no será imposible determinar el sexo a voluntad en los niños engendrados artificialmente, amén de otras cualidades deseadas; en una palabra: la fabricación del superhombre, que el mismo Rostand dice estar a punto de llamar infrahumano. Rostand está de acuerdo contigo en que la idea de la personalidad ha sido puesta en solfa por la biología. El día -dijo- en que la técnica permita todos los injertos; en que un niño procreado artificialmente pueda decir que ha sido deseado varón, alto y rubio; o que mediante glándulas de embrión se pueda convertir en inteligente a un joven cretino, ¿queréis decirme a qué quedarán reducidas las nociones de valor, de mérito, de responsabilidad inclusive, y las nociones de yo o de personalidad. Si se puede modificar la estructura de la persona humana, ¿no se hunden acaso los valores tradicionales?

Y vamos a lo que a tí te regocija y a Rostand horroriza. Concluye éste: Después de la muerte de Dios hemos transferido al hombre parte de lo trascendental; es decir, creado una especie de hombre sagrado. La humanidad, ¿se resignará a perder esta condición sagrada? ¿Podrá vivir el hombre sabiéndose totalmente determinado? Me siento, a la vez que entusiasta, horrorizado.

Como puedes ver el problema que te echaste encima no es tan simple ni risueño. En las conclusiones de Rostand, que no es un amateur, sino un técnico consumado en la materia, siguen a las constataciones las dudas, al horror la rebeldía. Yo quiero hacerte partícipe de esta rebeldía mía por la imposibilidad de vivir sabiéndome totalmente determinado; ante el nuevo y decisivo poder del Estado para la procreación de esclavos en serie; ante la perspectiva de ver barranco abajo, revuelto con todos los valores tradicionales, los propios principios morales y revolucionarios por los que tú y yo nos decimos lo que nos llamamos y luchamos por lo que luchamos.


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