Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Octava época. - La propiedad

I

La propiedad es inexplicable fuera de la serie económica. - De la organización del sentido común, o problema de la certidumbre

El problema de la propiedad es, después del que presenta el destino humano, el más grande que puede proponerse la razón, y el último que llegará a resolver. Y en efecto: el problema teológico, el enigma religioso, está explicado: el problema filosófico, que tiene por objeto el valor y la legitimidad del conocimiento, está resuelto: falta el problema social, que está íntimamente unido a los anteriores, y cuya solución, como todo el mundo lo confiesa, está esencialmente relacionada con la propiedad.

Yo expondré en este capítulo la teoría de la propiedad en sí, es decir, en su origen, en su espíritu, su tendencia y sus relaciones con las demás categorías económicas. En cuanto a determinar la propiedad para sí, es decir, en lo que debe ser después de la solución integral de las contradicciones, ésta es, como dije ya, la última fase de la constitución social, y el objeto de un trabajo nuevo, cuyo diseño y cuyas bases se encontrarán en éste.

Para comprender bien la teoría de la propiedad en sí, es necesario tomar las cosas desde más alto, y presentar, bajo un nuevo aspecto, la identidad de la filosofía y de la economía política.

Así como la civilización, desde el punto de vista de la industria, tiene por objeto constituir el valor de los productos y organizar el trabajo, y la sociedad no es otra cosa que esta constitución y esta organización, así el objeto de la filosofía es fundar el juicio determinando el valor del conocimiento y organizando el sentido común. Lo que se llama lógica, no es más que esta determinación y esta organización.

La lógica, la sociedad, siempre la razón; tal es en la tierra el destino de nuestra especie, considerada en sus facultades generadoras; la actividad y la inteligencia. La humanidad, por sus manifestaciones sucesivas, es una lógica viviente; por eso hemos dicho al principio de esta obra, que todo hecho económico es la expresión de una ley del espíritu, y que, así como nada hay en el entendimiento que no haya pasado por la experiencia, nada hay tampoco en la práctica social que no provenga de una abstracción de la inteligencia.

La sociedad, como la lógica, tiene, pues, por ley primordial, la armonía de la razón y de la experiencia. Armonizar la razón y la experiencia, marchar unidas la teoría y la práctica, he ahí lo que se proponen el economista y el filósofo; he ahí el primero y el último mandamiento que se impone a todo ser que obra y piensa: condición fácil, sin duda, si sólo se la considera en esta fórmula tan simple en la apariencia; pero esfuerzo prodigioso, sublime, si se tiene en cuenta todo lo que el hombre hizo desde el principio, tanto por sustraerse, como por conformarse a ella.

Pero ... ¿qué entendemos nosotros por armonía de la razón y de la experiencia, o como hemos dicho antes, por organización del sentido común, que no es más que la lógica?

Llamo sentido común al juicio en tanto que se aplica a las cosas de evidencia intuitiva e inmediata, cuya percepción no exige deducción ni investigación. El sentido común es más que el instinto: éste no tiene conciencia de sus determinaciones, mientras aquél sabe lo que quiere y por qué quiere. El sentido común no es la fe, ni el genio, ni el hábito: éstos no se juzgan ni se conocen; mientras aquél se conoce y se juzga, como juzga y conoce todo lo que le rodea.

El sentido común es igual en todos los hombres: de él reciben las ideas el mayor grado de evidencia y la más perfecta certidumbre, y no fue él, seguramente, el que suscitó la duda filosófica. El sentido común es a la vez razón y experiencia sintéticamente unidas; es el juicio sin dialéctica ni cálculo. Pero el sentido común, por lo mismo que sólo recae sobre las cosas de evidencia inmediata, repugna las ideas generales, el encadenamiento de las proposiciones, y por consiguiente, el método y la ciencia; y esto de tal modo que cuanto más se entrega el hombre a la especulación, tanto más parece separarse del sentido común y de la certidumbre. ¿Cómo, pues, los hombres, iguales por el sentido común, llegarán a serlo por la ciencia, que naturalmente les repugna?

El sentido común no es susceptible de aumento ni de disminución: el juicio, considerado en sí mismo, no puede dejar nunca de ser lo que es, siempre igual a sí mismo e idéntico. ¿Cómo, pues, será posible, no sólo sostener la igualdad de las capacidades fuera del sentido común, sino también elevar en ellas el conocimiento sobre el sentido común?

Esta dificultad, tan formidable al primer golpe de vista, desaparece en cuanto se la examina de cerca. Organizar la facultad de juzgar o el sentido común, es describir los procedimientos generales por cuyo medio el espíritu va de lo conocido a lo desconocido por medio de una serie de juicios que, tomados aisladamente, son de evidencia intuitiva e inmediata, pero cuyo conjunto da una fórmula que no se habría obtenido sin esta progresión; fórmula, por consiguiente, superior al alcance ordinario del sentido común.

Así, pues, el sistema completo de nuestros conocimientos descansa sobre el sentido común; pero se eleva indefinidamente sobre éste, porque limitado a lo particular y a lo inmediato, no puede abrazar lo general, y necesita dividirlo para llegar a él; le sucede lo que al hombre que, no adelantando en un solo paso más que la extensión de un surco, repitiendo el mismo movimiento cierto número de veces, da la vuelta al globo (1).

Armonía de la razón y de la experiencia, organización del sentido común, descubrimiento de los procedimientos generales, por cuyo medio el juicio, siempre idéntico, se eleva a las contemplaciones más sublimes: tal es la obra capital de la humanidad, la que dió lugar a la peripecia más vasta, más complicada y más dramática que se ha realizado en la tierra. No hay ciencia, ni religión, ni sociedad que haya necesitado tanto tiempo y haya desplegado tanto poder para establecerse, y apenas este trabajo, que empezó hace treinta siglos, ha llegado a definirse. Veinte volúmenes serían pocos para referir su historia; y sin embargo, me propongo trazar sus principales fases en muy pocas páginas. Este resumen nos es indispensable para explicar la aparición de la propiedad.


Notas

(1) La dialéctica es, propiamente, la marcha del espíritu de una idea a otra, a través de una idea superior, de una serie.

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