Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Séptima época

El crédito

A un contemporáneo nuestro le ha sido dado exponer, una tras otra, las ideas más opuestas y las tendencias más disparatadas, sin que nadie se atreviese a poner en duda su inteligencia ni su probidad, y sin que se contestase a sus contradicciones más que con reproches, que no eran respuestas: este hombre es el señor de Lamartine.

Cristiano y filósofo, monárquico y demócrata, gran señor y plebeyo, conservador y revolucionario, apóstol de los presentimientos y de los recuerdos, el señor de Lamartine es la expresión viva del siglo XIX, la personificación de esta sociedad suspendida entre todos los extremos. Una sola cosa le falta, bien fácil de adquirir, que es la conciencia de sus contradicciones. Si su estrella no le hubiese destinado a representar todos los antagonismos, y acaso a convertirse todavía en apóstol de la reconciliación universal, el señor de Lamartine continuaría siendo lo que fue en un principio; el poeta de las tradiciones piadosas y de los nobles recuerdos. Pero el señor de Lamartine debe a su patria la explicación de este vasto sistema de antinomias, del cual es a la vez el acusador y el órgano: el señor de Lamartine, por la posición que ha tomado, está condenado, sin que le sea posible apelar de este juicio cuyo origen está más alto que las opiniones contrarias que representa; está condenado, digo, a morir bajo el peso de sus inconsecuencias, o a conciliar todas sus hipótesis. ¡Quiera el cielo que, como la esposa del Cántico, pueda salir algún día de esa ignorancia de sí mismo que tan mal sienta a la virilidad de su genio; quiera el cielo que pueda concebir toda la grandeza del papel que representa, y acoger los votos de aquellos que pueden aplaudir sus extravíos porque conocen su causa secreta! Que venga a nuestras tiendas el orador honrado, el gran poeta; nosotros le diremos quiénes somos y le revelaremos también su propio pensamiento: Si ignoras te, egredere, et pasee haedes tuos juxta tabernacula pastorum! ...

Socialistas: apóstoles perdidos del porvenir, peones consagrados a la exploración de una comarca tenebrosa; nosotros, cuya obra desconocida despierta simpatías tan raras y parece a la multitud un presagio siniestro, nuestra misión es dar al mundo nuevas creencias, nuevas leyes, nuevos dioses, sin que nosotros mismos, durante la realización de nuestra obra, conservemos fe, ni esperanza, ni amor. ¡Nuestro mayor enemigo, socialistas, es la utopía! ... Marchamos con paso resuelto y a la luz de la experiencia, sólo debemos conocer nuestra consigna: ¡Adelante! ... ¡Cuántos de los nuestros han perecido, y nadie lloró su suerte! ... Las generaciones, para las cuales abrimos el camino, pasan gozosas sobre nuestras tumbas olvidadas: el presente nos condena, el porvenir no tendrá un recuerdo para nosotros, y nuestra existencia se sepulta entre dos nadas.

Pero nuestros esfuerzos no serán inútiles. La ciencia recogerá el fruto de nuestro heroico escepticismo, y la posteridad, sin saber quiénes fuimos, gozará, por nuestro sacrificio, de esta dicha que no se hizo para nosotros. ¡Adelante! ... he ahí nuestro dios, nuestra creencia, nuestro fanatismo. Caeremos los unos tras de los otros, y moriremos todos: la pala del recién venido cubrirá de tierra el cadáver del veterano, y nuestro fin será como el de las bestias; a pesar de nuestro martirio, socialistas, nosotros no somos de aquellos sobre cuyas sepulturas el sacerdote canta la fúnebre estrofa: ¡Dios guarde los huesos de los santos! ... Separados de la humanidad que nos sigue, seamos para nosotros la humanidad entera, porque el principio de nuestra fuerza está en este egoísmo sublime. Que los sabios nos miren con desdén si quieren; sus ideas están a la altura de su valor, y al leer los hemos aprendido a prescindir de su estimación. ¡Pero saludemos al poeta que no retroceda ante ninguna contradicción, a aquel que cante a los reprobados de la civilización, y que venga a meditar un día sobre sus vestigios! ... ¡Poeta: los que ya están envueltos en el olvido, pero que no temen al infierno ni a la muerte, te saludan! Escucha.

Faltaban dos horas para llegar el nuevo día: la noche era fría y el viento silbaba entre los matorrales: habíamos trepado hasta la cumbre de las montañas, y caminábamos silenciosos por sitios solitarios en los cuales expiraban la vegetación y la vida. De repente oímos una voz débil como la de un hombre que recuerda sus pensamientos:

La división del trabajo produjo la degradación del trabajador, y por eso he resumido el trabajo en la máquina y en el taller.

La máquina sólo produjo esclavos, el taller asalariados; y entonces suscité la competencia.

La competencia engendró el monopolio, y constituí el Estado imponiendo una carga al capital.

El Estado se convirtió en una nueva servidumbre para el proletario, y entonces exclamé: Que los trabajadores se tiendan la mano de nación a nación.

Y he aquí que por todas partes los explotadores se coaligan contra los explotados, y la tierra será bien pronto un cuartel de esclavos. Yo quiero que el trabajo esté comanditado por el capital, y que todo trabajador pueda llegar a ser empresario y privilegiado ...

Al oír estas palabras nos detuvimos, preguntándonos a nosotros mismos lo que podía significar esta nueva contradicción. El sonido grave de la voz resonaba en nuestros pechos; y sin embargo, la percibíamos como si un ser invisible hubiese hablado en medio de nosotros. Nuestros ojos brillaban proyectando en la noche un rayo de luz: todos nuestros sentidos estaban animados de un ardor y de una penetración desconocida. Un estremecimiento ligero, que no era hijo del temor ni de la sorpresa, corría por nuestros miembros; parecía que un flúido nos envolvía, que el principio de la vida, irradiando de los unos hacia los otros, encadenaba nuestras existencias, y que nuestras almas, sin confundirse, formaban todas una sola alma armoniosa y simpática. Una razón superior, como un rayo que descendía de lo alto, iluminaba nuestras inteligencias: a la conciencia de nuestros propios pensamientos se unía la penetración de los pensamientos ajenos, y de este comercio íntimo nacía en nuestros corazones el sentimiento delicioso de una voluntad unánime, aunque variada en su expresión y en sus motivos. Nos sentíamos más unidos, más inseparables, y sin embargo, más libres. Ningún pensamiento que no fuese puro, ningún sentimiento que no fuese leal y generoso se despertaba en nosotros. En este éxtasis de un instante, en esta comunión absoluta que, sin borrar los caracteres, los elevaba por medio del amor hasta el ideal, sentimos lo que puede, lo que debe ser la sociedad, y descubrimos el misterio de la vida inmortal. Todo el día, sin necesidad de hablar ni de hacernos señas, sin sentir nada que se pareciese al mandato ni a la obediencia, trabajamos en una armonía maravillosa, como si todos fuésemos a la vez principios y órganos del movimiento. Y cuando al llegar la noche fuimos recobrando poco a poco nuestra personalidad grosera; cuando fuimos volviendo a esta vida en la cual todo pensamiento es un esfuerzo, toda libertad una escisión, todo amor sensualismo y toda sociedad un innoble contacto, creímos que la vida y la inteligencia se escapaban de nuestro seno por un doloroso derramamiento.

La vida del hombre es un tejido de contradicciones; y cada una de estas contradicciones es un momento de la constitución social, un elemento del orden público y del bienestar de las familias, las cuales sólo se producen por esta mística asociación de los extremos.

Pero el hombre, considerado en el conjunto de sus manifestaciones y después del completo agotamiento de sus antinomias, presenta todavía una que, no respondiendo ya a nada en la tierra, permanece aquí abajo sin solución. Por esto el orden en la sociedad, por más perfecto que se le suponga, no desterrará jamás la amargura y el hastío: la felicidad en este mundo es un ideal que estamos condenados a perseguir siempre, pero que el antagonismo indestructible de la naturaleza y el espíritu pone fuera de nuestro alcance.

Si hay una continuación de la vida humana en un mundo ulterior, o si la ecuación suprema sólo se realiza para nosotros por el retroceso a la nada, es un secreto que yo desconozco completamente, porque, hoy por hoy, nada me permite afirmar lo uno ni lo otro. Todo lo que puedo decir es que nosotros vamos más lejos con el pensamiento de lo que podemos alcanzar, y que la última fórmula a que la humanidad viviente pueda llegar, la que debe comprender todas sus posiciones anteriores, es todavía el primer término de una nueva e indescriptible armonía.

El ejemplo del crédito servirá para hacernos comprender esta reproducción sin fin del problema de nuestro destino; pero antes de entrar en el fondo de la cuestión, digamos algunas palabras sobre las preocupaciones generalmente esparcidas con respecto al crédito, y procuremos comprender bien su objeto y su origen.

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