Índice de Discurso sobre el espíritu positivo de Auguste ComteSegunda parte - Capítulo IIITercera parte - Capítulo IIBiblioteca Virtual Antorcha

TERCERA PARTE

CONDICIONES DE ADVENIMIENTO DE LA ESCUELA POSITIVA
(Alianza de los proletarios y de los filósofos)

CAPÍTULO I

Institución de una enseñanza popular superior

1° CORRELACION ENTRE LA PROPAGACION DE LAS NOCIONES POSITIVAS Y LAS DISPOSICIONES DEL MEDIO ACTUAL

57. La superioridad espontánea de la nueva filosofía sobre todas las que hoy se disputan el dominio, ha quedado tan definida en las indicaciones precedentes como lo estaba ya desde el punto de vista mental, tanto al menos como lo permite este Discurso, y salvo el recurso indispensable a la obra citada. Para terminar esta sumaria explicación, conviene observar la feliz correlación que se establece naturalmente entre tal espíritu filosófico y las disposiciones discretas pero empíricas que la experiencia contemporánea hace prevalecer cada vez más, lo mismo en los gobernantes que en los gobernados. Sustituyendo directamente una estéril agitación política por un inmenso movimiento mental, la escuela positiva explica y sanciona, mediante un examen sistemático, la indiferencia o la repugnancia que la razón pública y la prudencia de los gobernantes coinciden en manifestar hoy por toda seria elaboración directa de las instituciones propiamente dichas, en un tiempo en que no puede haberlas eficaces si no es con un carácter puramente provisional o transitorio, por falta de toda base racional suficiente, mientras persista la anarquía intelectual. Esta nueva escuela, destinada a terminar por fin con ese desorden fundamental, por las únicas vías que puedan superarlo, tiene necesidad, ante todo, del mantenimiento continuo del orden material, tanto interior como exterior, sin el cúal ninguna grave meditacíón social podría ser ni convenientemente acogida ni siquiera suficientemente elaborada. Esta escuela tiende, pues, a justificar y a secundar la muy legítima preocupación que inspira hoy por doquier el único gran resultado político inmediatamente compatible con la situación actual, que por otra parte, le procura un valor especial por las graves dificultades que le suscita, planteando siempre el problema, insoluble a la larga, de mantener un cierto orden político en medio de un profundo desorden moral. Aparte de sus trabajos futuros, la escuela positiva se asocia inmediatamente a esta importante operación por su tendencia directa a desacreditar radicalmente las diversas escuelas actuales, cumpliendo ya mejor que cada una de ellas los cometidos opuestos que todavía les quedan, y que ella sola combina espontáneamente, mostrándose desde un principio más orgánica que la escuela teológica y más progresiva que la escuela metafísica, sin poder nunca llevar en sí los peligros de reacción o de anarquía que les son respectivamente propios. Desde que los gobiernos han renunciado esencialmente, aunque de una manera implícita, a toda seria restauración del pasado, y los pueblos a todo grave trastorno de las instituciones, la nueva filosofía ya no tiene que pedir a ambas partes sino las disposiciones habituales que, en el fondo, se está dispuesto por doquier a concederle (al menos en Francia, que es donde primero debe realizarse sobre todo la elaboración sistemática), o sea libertad y atención. En estas condiciones naturales, la escuela positiva tiende, de un lado, a consolidar todos los poderes actuales en sus posesores, cualesquiera que sean, y, por otra parte, a imponerles obligaciones morales cada vez más conformes a las verdaderas obligaciones de los pueblos.

58. A primera vista parece que estas disposiciones indiscutibles no deben oponer a la nueva filosofía otros obstáculos esenciales que los que resultaran de la incapacidad o de la incuria de sus diversos promotores. Pero un examen más maduro demuestra, por el contrario, que tiene que encontrar enérgicas resistencias en casi todos los espíritus actualmente activos, por la razón misma de la difícil renovación que de ellos exigiría para asociarlos directamente a su principal elaboración. Si esta inevitable oposición hubiera de limitarse a los espíritus esencialmente teológicos o metafísicos, tendría poca gravedad real, porque quedaría un poderoso apoyo en los que están dedicados a los estudios positivos, cuyo número e influencia son cada día mayores. Pero, por una fatalidad de fácil explicación es quizá de éstos de quienes la nueva escuela debe esperar menos asistencia y más trabas: una filosofía directamente emanada de las ciencias encontrará tal vez sus más peligrosos enemigos en los que hoy las cultivan. La causa principal de este deplorable conflicto consiste en la especialización ciega y dispersiva que caracteriza profundamente el actual espíritu científico por su formación necesariamente parcial, debido a la complicación creciente de los fenómenos estudiados, como lo explicaré luego expresamente. Esta marcha provisional, que una peligrosa rutina académica se esfuerza hoy en eternizar, sobre todo entre los geómetras, desarrolla en cada inteligencia el verdadero positivismo sólo en cuanto a una pequeña parte del sistema mental, y deja todo lo demás bajo un vago régimen teológicometafísico, o lo abandona a un empirismo todavía más opresor, de suerte que el verdadero espíritu positivo que corresponde al conjunto de los diversos trabajos científicos, no puede hoy ser del todo comprendido por ninguno de los que así lo han naturalmente preparado. Cada vez más entregados a esa inevitable tendencia, los sabios propiamente dichos son llevados, en nuestro siglo, de manera inevitable, a una insuperable aversión contra toda idea general y a la absoluta imposibilidad de apreciar realmente ninguna concepción filosófica. Por lo demás, se apreciará mejor la gravedad de tal oposición observando que, nacida de los hábitos mentales, se ha extendido luego a los diversos intereses correspondientes que nuestro régimen científico adscribe profundamente, sobre todo en Francia, a esa desastrosa especialización, como lo he demostrado con detalle en la obra citada. Así, pues, la nueva filosofía, que exige directamente el espíritu de conjunto y que hace prevalecer para siempre sobre todos los estudios constituidos hoy la ciencia naciente del progreso social, encontrará por fuerza una íntima oposición, a la vez activa y pasiva, en los prejuicios y en las pasiones de la única clase que puede ofrecede directamente un punto de apoyo especulativo, y en la cual no debe esperar, por mucho tiempo, sino adhesiones puramente individuales, acaso más raras aquí que en cualquier otro sector (1).

2° UNIVERSALIDAD NECESARIA DE ESTA ENSEÑANZA

59. Para superar convenientemente este concurso espontáneo de resistencias diversas que hoy presenta a la escuela positiva la masa especulativa propiamente dicha, no tiene aquélla otro recurso general que organizar un llamamiento directo y sostenido al buen sentido universal, esforzándose desde ahora en propagar sistemáticamente, en la masa activa, los principales estudios científicos propios para constituir la base indispensable de su gran elaboración filosófica. Estos estudios preliminares, naturalmente dominados hasta ahora por ese espíritu de especialización empírica que preside las ciencias correspondientes, son siempre concebidos y dirigidos como si cada uno de ellos tuviera por principal objeto preparar para una cierta profesión exclusiva, lo cual impide evidentemente la posibilidad, incluso para los que tuvieran más tiempo, de emprender nunca varias, o al menos tantas como fuera necesario para la formación ulterior de sanas concepciones generales. Pero no puede seguir siendo así cuando tal instrucción está directamente destinada a la educación universal, que cambia necesariamente su carácter y su dirección, pese a toda tendencia contraria. En efecto, el público que no quiere ser ni geómetra, ni astrónomo, ni químico, etcétera, experimenta de continuo la necesidad simultánea de todas las ciencias fundamentales, reducidas cada una a sus nociones esenciales: necesita, según la acertadísima expresión de nuestro gran Moliere, claridades de todo. Para él, esta necesaria simultaneidad no existe solamente cuando considera estos estudios en su destino abstracto y general, como única base racional del conjunto de las concepciones humanas: la siente también, aunque menos directamente, incluso en las diversas aplicaciones concretas, cada una de las cuales, en lugar de referirse exclusivamente a una determinada rama de la filosofía natural, en el fondo depende también más o menos de todas las demás. Así, pues, la universal propagación de los principales estudios positivos, no tiene hoy como único objeto satisfacer una necesidad ya muy acentuada en el público; que cada vez se da más cuenta de que las ciencias no están exclusivamente reservadas a los sabios, sino que existen sobre todo para él mismo. Por una dichosa reacción espontánea, destino tal, cuando se haya desarrollado convenientemente, deberá mejorar de raíz el espíritu científico actual, quitándole su especialización ciega y dispersiva, haciéndole adquirir poco a poco el verdadero carácter filosófico indispensable a su principal misión. Esta vía es además la única que puede, en nuestros días, formar de modo gradual, fuera de la clase especulativa propiamente dicha, un vasto tribunal espontáneo, tan imparcial como irrecusable constituido por la masa de los hombres sensatos, ante el cual se extinguirán en forma irrevocable muchas falsas opiniones científicas que los puntos de vista propios de la elaboración preliminar de los dos últimos siglos hubieron de mezclar profundamente con las doctrinas verdaderamente positivas, alterándolas por fuerza mientras esas discusiones no sean al fin directamente sometidas al buen sentido universal. En un tiempo en que no se puede esperar eficacia inmediata más que de medidas siempre provisionales, bien adaptadas a nuestra situación transitoria, la necesaria organización de ese punto de apoyo general para el conjunto de los trabajos filosóficos es, a mi juicio, el principal resultado social que puede dar hoy la completa vulgarización de los conocimientos reales: el público dará así a la nueva escuela un verdadero equivalente de los servicios que esta organización le ofrecerá.

60. Este gran resultado no podría obtenerse en la medida deseable si esa enseñanza continua siguiera estando destinada a una sola clase cualquiera, por muy extensa que fuese: so pena de fracaso, se debe siempre tener en cuenta la total universalidad de las inteligencias. En el estado normal que este movimiento debe preparar, todas, sin ninguna excepción ni distinción alguna, sentirán siempre la misma necesidad fundamental de esa filosofía primera, que resulta del conjunto de las necesidades reales y que debe, pues, llegar a ser la base sistemática de la razón humana, tanto activa como especulativa, para cumplir más convenientemente el indispensable cometido social que tuvo en otro tiempo la universal instrucción cristiana. Es, pues, muy importante que la nueva escuela filosófica desarrolle, desde su origen, todo lo posible ese gran carácter elemental de universalidad social que, finalmente relativo a su principal destino, constituirá hoy su mayor fuerza contra las diversas resistencias que debe encontrar.

3° DESTINO ESENCIALMENTE POPULAR DE ESTA ENSEÑANZA

61. Para destacar mejor esta necesaria tendencia, una íntima convicción, instintiva primero, sistemática luego, me ha determinado, desde hace mucho tiempo, a presentar siempre la enseñanza expuesta en este tratado como especialmente dirigida a la clase más numerosa, que nuestra situación deja desprovista de toda instrucción regular, debido a la creciente decadencia de la instrucción puramente teológica que, provisionalmente reemplazada, en cuanto a los letrados únicamente, por cierta instrucción metafísica y literaria, no ha tenido, sobre todo en Francia, ningún equivalente análogo para la masa popular. La importancia y la novedad de tal disposición constante, mi vivo deseo de que sea convenientemente apreciada y hasta, si se me permite decirlo, imitada, me obligan a indicar aquí los principales motivos de este contacto espiritual que debe así instituir hoy con los proletarios, la nueva escuela filosófica, pero sin que su enseñanza deba excluir jamás a ninguna clase. Por muchos obstáculos que la falta de celo o de altura pueda realmente poner de ambas partes a este acercamiento, es fácil observar, en general, que entre todos los sectores de la sociedad actual, el pueblo propiamente dicho debe ser en el fondo el mejor dispuesto, por las tendencias y las necesidades que resultan de su situación característica, a acoger favorablemente la nueva filosofía, que finalmente debe encontrar en él su principal apoyo tanto mental como social.

62. Una primera consideración en la que interesa profundizar, aunque su naturaleza sea sobre todo negativa, surge, a este respecto, de una atenta apreciación de lo que a primera vista pudiera parecer que ofrece una grave dificultad, o sea la ausencia actual de toda cultura especulativa. Sin duda es lamentable, por ejemplo, que esta enseñanza popular de la filosofía astronómica no encuentre aún, en todos aquellos a quienes va especialmente destinada, algunos estudios matemáticos preliminares que la harían a la vez más eficaz y más fácil, y que yo hasta me veo obligado a suponerles. Pero la misma laguna se encontraría también en la mayor parte de las otras clases actuales, en un tiempo en que. la instrucción positiva permanece limitada en Francia a ciertas profesiones especiales, generalmente centradas en la Escuela Politécnica o en algunas escuelas de medicina. No hay, pues, nada en esto que sea verdaderamente exclusivo de nuestros proletarios. En cuanto a su carencia habitual de esta clase de cultura regular que reciben hoy las clases letradas, no temo caer en una exageración filosófica al afirmar que ello es, para las clases populares, una notable ventaja, en lugar de un verdadero inconveniente. Sin insistir aquí en una crítica desgraciadamente demasiado fácil, ya bastante razonada desde hace tiempo y que la experiencia diaria confirma cada vez más a juicio de los hombres sensatos, sería difícil concebir ahora una preparación más irracional y, en el fondo, más peligrosa, para la conducta ordinaria de la vida real, sea activa, sea incluso especulativa, que la que resulta de esa vana instrucción primera de palabras y luego de entidades, en la que todavía se pierden tantos preciosos años de nuestra juventud. A la mayor parte de los que la reciben, ya apenas les produce otra cosa que una repugnancia casi insuperable por todo trabajo intelectual, para todo el curso de su carrera; pero sus peligros resultan mucho más graves para los que se han entregado muy especialmente a esa vana instrucción. La ineptitud para la vida real, el desdén por las profesiones vulgares, la impotencia para apreciar convenientemente ninguna concepción positiva y la antipatía que de esta impotencia resulta, los disponen hoy demasiado a menudo a secundar una estéril agitación metafísica, que inquietas pretensiones personales, desarrolladas por esa desastrosa educación, no tardan en hacer políticamente perturbadora bajo la influencia directa de una viciosa erudición histórica que, haciendo prevalecer una falsa erudición del tipo social propio de la antigüedad, impide generalmente comprender la sociabilidad moderna. Considerando que casi todos los que, en diversos aspectos, dirigen hoy los asuntos humanos han sido preparados así, no podría sorprendernos la vergonzosa ignorancia que manifiestan con demasiada frecuencia sobre los temas más sencillos, incluso materiales, ni su frecuente disposición a desdeñar el fondo por la forma, poniendo por encima de todo el arte de bien decir, por muy contradictoria o perniciosa que resulte la aplicación, ni nos extrañará, por último, la especial tendencia de nuestras clases letradas a acoger con avidez todas las aberraciones que surgen diariamente de nuestra anarquía mental. Tal observación dispone, por el contrario, a extrañarse de que esos diversos desastres no se extiendan aún más; conduce a admirar profundamente la rectitud y la cordura naturales del hombre, que bajo el feliz impulso propio de nuestra civilización en su conjunto, contrarrestan en gran parte de manera espontánea esas peligrosas consecuencias de un absurdo sistema de educación general. Como este sistema ha sido, desde finales de la Edad Media, y lo sigue siendo, el principal apoyo social del espíritu metafísico, primero contra la teología, luego también contra la ciencia, se concibe fácilmente que a las clases que él no ha podido incorporarse debe haberles afectado mucho menos esta filosofía transitoria, y por tanto deben estar mejor dispuestos para el estado positivo. Ahora bien: ésta es la importante ventaja que la ausencia de educación escolástica les da hoy a nuestros proletarios y que los hace, en el fondo, menos accesibles que la mayor parte de los letrados a los diversos sofismas perturbadores, como lo demuestra la experiencia diaria, pese a una continua excitación sistemáticamente dirigida a las pasiones propias de su condición social. En otro tiempo debieron estar profundamente dominados por la teología, sobre todo por la católica; pero, durante su emancipación mental, la metafísica tuvo que resbalar sobre ellos, por no encontrar en los mismos la cultura especial sobre la que se apoya; únicamente la filosofía positiva podrá de nuevo captarlos radicalmente. Las condiciones previas, tan recomendadas por los primeros padres de esta filosofía final, deben cumplirse en este campo mejor que en ningún otro: si la célebre tabla rasa de Bacon y de Descartes fuera alguna vez plenamente realizable, lo sería seguramente en los proletarios actuales, que, principalmente en Francia, están mucho más cerca que ninguna otra clase del tipo ideal de esta disposición preparatoria para el positivismo racional.

63. Examinando en su aspecto más íntimo y más permanente esta inclinación natural de las inteligencias populares a la sana filosofía, se echa de ver fácilmente que debe resultar siempre de la solidaridad fundamental que, según nuestras explicaciones anteriores, adscribe directamente el verdadero espíritu filosófico al buen sentido universal, su primera y necesaria fuente. En efecto, no sólo este buen sentido, tan justamente preconizado por Descartes y Bacon, debe hoy encontrarse más puro y más enérgico en las clases inferiores, incluso en virtud de esa afortunada ausencia de cultura escolástica que las hace menos accesibles a los hábitos vagos o sofísticos. A esta diferencia pasajera, que quedará gradualmente anulada por una mejor educación de las clases letradas, hay que añadir otra, necesariamente permanente, relativa a la influencia mental de las diversas funciones sociales propias de los dos órdenes de inteligencia, según el carácter respectivo de sus trabajos habituales. Desde que la acción real de la Humanidad sobre el mundo exterior comenzó, entre los modernos, a organizarse espontáneamente, exige la combinación continua de dos clases distintas, muy desiguales en número pero igualmente indispensables: por una parte, los empresarios propiamente dichos, siempre poco numerosos, que, poseyendo los diversos materiales convenientes, incluidos el dinero y el crédito, dirigen el conjunto de cada operación, asumiendo, pues, la principal responsabilidad de los resultados, cualesquiera que sean; por otra parte, los operarios directos, que viven de un salario periódico y constituyen la inmensa mayoría de los trabajadores, y que ejecutan, en una especie de intención abstracta, cada uno de los actos elementales, sin preocuparse especialmente de su concurso final. Estos últimos son los únicos que luchan directamente con la Naturaleza, mientras que los primeros tienen que entendérselas sobre todo con la sociedad. Por una consecuencia necesaria de estas diversidades fundamentalest la eficacia especulativa que hemos considerado inherente a la vida industrial para desarrollar involuntariamente el espíritu positivo, debe en general resultar más clara en los operarios que en los promotores, pues sus trabajos propios presentan un carácter más simple, un fin más netamente determinado, resultados más inmediatos y condiciones más imperiosas. La escuela positiva deberá, pues, encontrar naturalmente un acceso más fácil para su enseñanza universal, y una más viva simpatía para su renovación filosófica, cuando pueda penetrar de modo conveniente en ese vasto medio social. Al mismo tiempo, deberá encontrar en él afinidades morales no menos preciosas que sus armonías mentales, por esa común despreocupación material que aproxima espontáneamente a nuestros proletarios a la verdadera clase contemplativa, al menos cuando ésta haya adoptado por fin las costumbres que corresponden a su destino social. Esta feliz disposición, tan favorable al orden universal como a la verdadera felicidad personal, llegará a tener un día mucha importancia normal, por la sistematización de las relaciones generales que deben existir entre estos dos elementos extremos de la sociedad positiva. Pero, desde este momento, puede facilitar su unión naciente, aprovechando el poco tiempo que dejan a nuestros proletarios para su instrucción especulativa sus ocupaciones diarias. Si en algunos casos excepcionales de trabajo muy sobrecargado, este obstáculo continuo parece en realidad que tiene que impedir todo desarrollo mental, éste queda en general compensado por ese carácter de prudente imprevisión que, en cada intermitencia natural de los trabajos obligados, da al espíritu una plena disponibilidad. El verdadero ocio sólo debe faltar de manera habitual en la clase que se cree especialmente dotada para el mismo, pues, debido precisamente a su fortuna y a su posición, está generalmente preocupada por inquietudes activas, que casi nunca permiten una verdadera calma, intelectual y moral. En cambio, este estado debe ser fácil a los pensadores y a los operarios, debido a que están espontáneamente libres de los cuidados relativos al empleo de los capitales, e independientemente de la regularidad natural de su vida diaria.

64. Cuando hayan actuado de modo conveniente estas diferentes tendencias, mentales y morales, es, pues, entre los proletarios donde mejor deberá realizarse esa universal propagación del saber positivo, condición indispensable para la realización gradual de la renovación filosófica. Es también en ellos donde el carácter continuo de este estudio podrá llegar a ser lo más puramente especulativo porque estará más libre de esos puntos de vista interesados que a los estudios aportan, de forma más o menos directa, las clases superiores, casi siempre preocupadas por cálculos ávidos o ambiciosos. Después de buscar en dicho estudio el fundamento universal de toda sabiduría humana, vendrán a buscar en él, como en las bellas artes, una dulce distracción habitual de sus diarios trabajos. Como su inevitable condición social debe hacerles mucho más preciosa esta distracción, sea científica, sea estética, sería extraño que las clases dirigentes quisieran ver en ella, por el contrario, un motivo fundamental para mantenerlos especialmente privados de la misma, negando de manera sistemática la única satisfacción que pueda ser indefmidamente compartida a los mismos que tienen que renunciar razonablemente a los goces menos comunicables. Para justificar tal privación, demasiado a menudo dictada por el egoísmo irreflexivo, se ha objetado, a veces, que esta vulgarización especulativa tendería a agravar profundamente el desorden actual, desarrollando la funesta tendencia, ya demasiado acentuada, al eclecticismo universal. Pero este natural temor, única objeción seria que merecería una verdadera controversia a este reSpecto, resulta hoy, en la mayor parte de los casos de buena fe, de una irracional confusión de la instrucción positiva, a la vez estética y científica, con la instrucción metafísica y literaria, única organizada hoy. En efecto, esta última que, como ya hemos visto, ejerce una acción muy perturbadora en las clases letradas, resultaría mucho más peligrosa si se extendiera a los proletarios, en los que desarrollaría, además del desagrado por las ocupaciones materiales, exorbitantes ambiciones. Pero, por fortuna, están ellos en general menos dispuestos aún a solicitarla que los demás a concedérsela. ,En cuanto a los estudios positivos, prudentemente concebidos y convenientemente dirigidos, no implican en modo alguno tal influencia: aliándose y aplicándose, por su naturaleza, a todos los trabajos prácticos, tienden por el contrario a confirmar y hasta inspirar el gusto por los mismos, sea ennobleciendo su carácter habitual, sea suavizando sus penosas consecuencias; conduciendo, por otra parte, a una sana apreciación de las diversas posiciones sociales y de las necesidades correspondientes, disponen a sentir que la felicidad real es compatible con todas las situaciones, con tal que sean honorablemente asumidas y razonablemente aceptadas. La filosofía general que de esto resulta considera al hombre, o más bien a la Humannidad, como el primero de los seres conocidos, destinado, por el conjunto de las leyes reales, a perfeccionar siempre, en todo lo posible y en todos los aspectos, el orden natural, al abrigo de toda inquietud quimérica; lo que tiende a elevar profundamente el activo sentimiento universal de la dignidad humana. Al mismo tiempo atempera espontáneamente el orgullo demasiado exaltado que tal sentimiento podría suscitar, mostrando, en todos los aspectos y con una familiar evidencia, cómo estamos siempre por debajo del tipo y de la meta así definidos, sea en la vida activa, sea incluso en la vida especulativa, en la que, casi a cada paso. nos damos cuenta de que nuestros esfuerzos más sublimes no pueden jamás superar sino una pequeña parte de las dificultades fundamentales.

65. A pesar de la gran importancia de los diversos motivos precedentes, consideraciones más importantes todavía determinarán, sobre todo a las inteligencias populares, a secundar hoy la acción filosófica de la escuela positiva con su afán continuo por la universal propagación de los estudios reales: ellas se refieren a las principales necesidades colectivas propias de la condición social de los proletarios. Podemos resumirlas en esta observación general: hasta ahora no ha podido existir una política especialmente popular, y la nueva filosofía es la única que puede instaurarla.




Notas

(1) Esta empírica preponderancia del espíritu de detalle en la mayor parte de los sabios actuales, y su ciega antipatía a toda generalización, cualquiera que sea, resultan más graves, sobre todo en Francia, por su reunión habitual en academias, en las que los diversos prejuicios analíticos se refuerzan mutuamente, en las que además se desarrollan intereses muchas veces abusivos y en las que se organiza, en fin, espontáneamente. una especie de motín permanente contra el régimen sintético que debe prevalecer en lo sucesivo. El instinto de progreso que caracterizaba, hace medio siglo, al genio revolucionario, había advertido, confusamente, estos peligros esenciales, determinando la supresión directa de esas asociaciones retrasadas que, útiles sólo para la elaboración preliminar del espíritu positivo, resultaban cada vez más hostiles a la sistematización final. Aunque esta audaz medida, tan mal juzgada por lo general, fuese entonces prematura, porque entonces no se podían ver bastante bien estos graves inconvenientes, la verdad es que esas corporaciones científicas habían cumplido ya la principal misión correspondiente a su naturaleza: desde su restauración su influencia real ha sido, en el fondo, mucho más nociva que útil a la marcha actual de la gran evolución mental.

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