Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

SEXTA CONFERENCIA

El héroe como rey.
Cromwell.
Napoleón.
Revolucionismo moderno.

Primera parte

(Viernes, 22 de mayo de 1840)

Llegamos a la última forma del Heroísmo: la denominada Realeza. Bien puede reconocerse como el más importante entre los Grandes Hombres aquel a cuya voluntad deben someterse y aceptar legalmente los demás, gozando de bienestar por ello; es resumen de todas las figuras del Heroísmo; en él se encarna el Sacerdote, el Maestro, toda dignidad terrena o espiritual que se supone reside en un mortal para mandar sobre nosotros, enseñarnos continua y prácticamente, indicarnos qué tenemos que hacer cada día, y cada hora. Se le llama Rex (Regulador), Roi, siendo más apropiado su nombre inglés King (Könning), que significa Can-ning, es decir, Hombre Capaz.

Surgen numerosas consideraciones, indicadoras de profundas y discutibles cuestiones, insondables, sobre cuya mayor parte hay que guardar absoluto silencio por ahora. Así como Burke decía que quizás el justo Juicio por Jurados era el Alma del Gobierno, que toda legislación, administración, debates parlamentarios, etc., tenía por objeto reunir doce hombres imparciales en la tribuna del jurado, podemos afirmar con mayor razón que el hallazgo de nuestro Hombre Capaz, revistiéndole de los simbolos de capacidad, dignidad, reverencia, realeza, soberanía, como se le llame, de modo que le permita conducirnos de acuerdo con su facultad para ello, atañe a todo procedimiento social en este mundo, bien o mal operado. Los discursos Electorales, mociones Parlamentarias, Proyectos de Ley, Revoluciones francesas llevan ese significado en su entraña, ése o ninguno. Si logramos hallar en un país cualquiera el hombre más Capaz existente en él y lo elevamos al supremo sitial reverenciándolo lealmente, obtendremos el gobierno perfecto, pues ni las urnas electorales, elocuencia parlamentaria, sufragios, constitución ni otro mecanismo, podrán perfeccionarlo. Más Capaz quiere decir de corazón más sincero, justo y noble; precisamente por eso es lo más prudente y oportuno será lo que nos diga hagamos, cosa que en ningún otro sitio y en manera alguna podríamos saber, debiéndolo hacer con justo y leal agradecimiento, sin vacilar, puesto que nos interesa. Entonces nuestros actos y vida estarán bien regulados, en lo dependiente del gobierno, siendo la constitución ideal.

Por desgracia los Ideales no pueden nunca encarnarse en la práctica, como todos sabemos, quedando bastante distanciados de ella; por eso tenemos que contentarnos con alguna aproximación aceptable. En este mezquino mundo el hombre no debe medir con la escala de la perfección el mediocre producto de la realidad, como dijo Schiller en tono de queja, porque en ese caso no le estimaríamos prudente, sino insensato, descontentadizo, tonto. Sin embargo, de otra parte, no hay que olvidar que existen los Ideales; que si no nos aproximásemos a ellos todo iría a la deriva infaliblemente. No hay albañil que levante un muro perfectamente vertical, porque matemáticamente es imposible, bastando cierto grado de verticalidad. No obstante, si se aparta demasiado de la vertical, si abandona plomada y nivel, colocando ladrillo sobre ladrillo sin cuidado, dando gusto a su mano, obrará mal; mas la Ley de la Gravedad se preocupa obrando sohre él, y el muro se desploma arrastrándolo.

Ésa es la historia de todas las rebeliones, Revoluciones francesas, explosiones sociales en actuales y remotos tiempos: se confían las cosas al hombre Incapaz, innoble, cobarde, fatuo, 0lvidando las reglas, la necesidad natural de situar al Capaz. El ladrillo debe asentarse sobre el ladrillo como debe y puede. El Simulacro del Poder, la ficción, tiene que acomodarse a la ficción en toda regulación de cosas humanas, que, por lo tanto, continúan sin reglamentación, fermentando y originando inmensos fracasos, indigente miseria; entonces millones de necesitados, corporal y espiritualmente, tienden la mano reclamando su debida ración, que no puede dárseles, actuando la ley de la gravedad, porque las leyes de la Naturaleza no olvidan su actuación. Los millones de miserables forman el ejército de Descamisados, u otra especie de locura, y los ladrillos y albañiles se desploman en funesto caos.

Pesados volúmenes, escritos hace algunos siglos sobre el Derecho divino de los Reyes, se apolillan en nuestras Bibliotecas sin que nadie los lea. Lejos está de mí turbar el lento proceso por el que se esfuma de este mundo sin daño en esas estanterías. Al mismo tiempo, para evitar que desaparezca esa inmensa basura sin que nos deje algo de su espíritu, como es debido, diré que tenía significado, algo de verdad que importa no olvidar. Afirmar que en cualquier hombre elegido (por uno u otro procedimiento), cuya cabeza ciñe un aro de metal, llamándolo Rey, surge ipso facto una divina virtud, trocándose en especie de Dios, inspirado por Divinidad que le infunde facultad y derecho a reinar omnímodamente sobre los hombres, es cosa que bien podemos dejar se pulverice en silencio en las Bibliotecas. Pero diré, también, y esto es lo que pensaban los partidarios del Derecho Divino, que en los Reyes, y en toda Autoridad humana y relaciones que los hombres creados por Dios pueden formar entre sí, hay ciertamente Derecho Divino o Diabólica Sinrazón, una de dos. Es falso del todo que el mundo sea máquina de vapor, como afirmó el pasado Siglo Escéptico. En este mundo hay un Dios; la Divina Sanción o su violación están en todo mandato y obediencia, de todo acto moral humano. No hay acto más moral entre los hombres que el de mandar y obedecer. ¡Ay, del que reclama obediencia cuando no es debida! ¡Ay del que la rehusa cuando lo es! En eso está la ley de Dios, digan lo que quieran las leyes escritas en pergaminos: existe un Derecho Divino, o una Sinrazón Diabólica en la entraña de toda reclamación que hace un hombre a otro.

Ningún daño causa la reflexión sobre cosa que nos atañe en todas las relaciones de la vida, la Lealtad y Soberanía, que son las supremas. Estimo más despreciable el error que atribuye al egoísmo equilibrio y componendas de ansiosas bellaquerías el motivo de todo y, que en resumen, cree que nada hay de divino en la sociedad de los hombres, cosa natural en un siglo incrédulo, que el error de creer en el derecho divino, en los llamados Reyes. Por eso digo: indicadme al verdadero Könning, Rey o Capaz; ése será el que tiene derecho divino sobre mi. Saber hasta cierto punto la manera de hallarlo, estando todos dispuestos a reconocer su derecho divino al señalárselo, es precisamente la panacea que busca por todas partes el mundo doliente en estos tiempos. El verdadero Rey, como guía en lo práctico, tiene algo del Pontífice, guía espiritual, de la que se desprende toda práctica. Bien se dice que el Rey es cabeza de Iglesia. Dejemos dormir tranquilamente en las estanterías la Polémica de un siglo muerto.

Causa pavor tener que buscar al Hombre Capaz sin saber cómo hemos de proceder. Ése es el triste predicamento del mundo en nuestros días, época revolucionaria, que dura mucho, en que el albañil olvidó el uso de la plomada o ley de la gravedad, derrumbándose todo, arruinándose como vemos. La Revolución Francesa no fue el principio, más bien creemos sea fin. Estaríamos más en lo cierto al afirmar que el comienzo se remonta a tres siglos: a la Reforma de Lutero. La fatal enfermedad está en que lo que continúa llamándose Iglesia Cristiana, trocóse en Ficción, pretendiendo descaradamente perdonar los pecados del hombre a cambio de metal acuñado, y hacer muchas otras cosas que en eterna verdad de la Naturaleza no hizo ni hace ahora. Como el núcleo era falso, todo lo exterior iba cada vez peor. Se desvaneció la Credulidad, reemplazándola la Duda, la Incredulidad. El albañil lanzó lejos de si la plomada, diciéndose: ¿Qué es la gravedad? ¡Si el ladrillo se sostiene sobre el ladrillo! ¿No suena de modo extraño para muchos el aserto de que hay verdad Divina en los asuntos de los hombres creados por Dios, que no todo es especie de mueca, oportunidad, diplomacia, no se sabe qué?

Encuentro secuencia histórica natural entre la primera afirmación necesaria de Lutero cuando dijo: Tú, que te llamas Papa, no eres nuestro Padre en Dios, eres una Quimera, a la que no sé cómo llamar en lenguaje decente, y el grito que surgió junto a Camilo Desmoulins en el Palacio Real de ¡A las armas!, cuando el pueblo se rebeló contra toda índole de Quimeras. También tuvo importancia aquel grito, terrible, casi infernal. La voz de las naciones despiertas se elevó nuevamente, confusa al comienzo, como surgida de pesadilla, del sueño de la muerte, sintiendo veladamente que la Vida era real, que el mundo de Dios no, era oportunidad y diplomacia. Infernal sí, puesto que no quisieron considerarla de otro modo; infernal, por no ser Celestial ni Terrestre. La ficción tiene que cesar, iniciándose la sinceridad de cierta especie, a toda costa; dominio del terror, horrores de Revolución Francesa, lo que sea; hay que volver a la verdad, porque en ello hay Verdad, Verdad revestida de fuego infernal, pues no quisieron admitirla de otro modo.

La teoría corriente, sustentada por muchísimos en Inglaterra y otras partes, era: que la Nación Francesa parecía haber enloquecido por aquellos días; que la Revolución Francesa era acto de locura general; que Francia y grandes sectores del mundo se trocaban temporalmente en manicomio. El acontecimiento surgió intensificándose, pero era locura y tontería, afortunadamente relegada ahora a la región de los Sueños y la Fantasía. Para tan cómodos filósofos los Tres Días de julio de 1830 debieron ser sorprendente fenómeno, pues el Pueblo Francés se rebeló de nuevo luchando sin cuartel, encarnizado para realizar aquella loca Revolución. Parece que los hijos y nietos de aquellos hombres persistieron en consolidarla sin abandonarla, prefiriendo la muerte a su inutilidad. Para los filósofos que basaron su sistema de la vida sobre aquella locura, no pudo haber fenómeno más alarmante; dícese que el pobre Niebhur, Profesor e Historiador prusiano, fue víctima de la congoja, que enfermó y murió a causa de los Tres Días. Su muerte no fue por cierto muy heroica; apenas mejor que la de Racine, de quien se dice falleció porque Luis XIV le dirigió una severa mirada. El mundo ha sufrido algunos golpes rudos; por eso podían abrigar la esperanza de que sobreviviese a los Tres Días y continuase girando sobre su eje. Los Tres Días enseñaron a los mortales que la Vieja Revolución Francesa, por loca que pareciese, no fue efervescencia transitoria de manicomio, sino producto legítimo de la Tierra en que vivimos; que fue verdadera Realidad, y que el mundo en general haría bien en considerarla como tal.

Sin la Revolución Francesa no sabríamos qué hacer de una época como ésta; regocijémonos como los náufragos a la vista de la áspera roca, en mundo que sin ella seria abismal y encrespado mar, verdadera Apocalipsis, aunque terrible, para aquella época falsa, podrida y artificial, que atestiguó una vez más que la Naturaleza es preternatural, si no divina, diabólica; que la Apariencia no es Realidad, que tiene que trocarse en Realidad, pues, de no ser así, el mundo se incendiará, convirtiéndola en lo que es: en Nada. Acabó lo Aparente, la hueca Rutina, muchas cosas más; esto es lo que proclamó ante los hombres aquella especie de Clarín del Juicio Final; los que primero lo comprendan serán los más avisados, teniendo que transcurrir largas y confusas generaciones antes de que se comprenda; la paz será imposible hasta entonces. El juicioso, rodeado como siempre de un mundo de inconsistencias, puede esperar pacientemente, esforzarse para efectuar su obra sin salirse del centro. El Cielo ha decretado la Sentencia de Muerte contra todo eso; también ha sido proclamada en la Tierra, cosa que el sensato puede comprender. Considerando la cuestión por su otro lado, sus enormes dificultades, la premura, la terrible premura, la inexorable solicitud que en todos los países recibe para que apronte solución, bien pudiera dedicarse a otra actividad, dejando de esforzarse en el sector del Sansculotismo a estas horas.

Para mí el Culto de los Héroes en estas circunstancias es un hecho inapreciable, el más consolador que ofrece el mundo hoy. En él hay eterna esperanza en cuanto a la marcha del mundo y, aunque se hubieren hundido todas las tradiciones, disposiciones, credos, sociedades instituídas por el hombre, contaríamos con esto: la certidumbre de que surgen los Héroes; la facultad, la necesidad de reverenciarlos cuando los descubrimos, que brilla como Estrella Polar a través de los nubarrones de humo y polvo, de todo desmoronamiento y conflagración.

El Culto de los Héroes hubiera sonado de extraño modo en los oídos de los factores y luchadores de la Revolución Francesa. Ni los reverenciaban ni esperaban, ni creían ni deseaban que los Grandes Hombres apareciesen de nuevo. Al convertirse en Mdquina la Naturaleza quedaba como desgastada, incapaz de producir Grandes Hombres. Entonces podría decírsele: Tú no podrás producir Grandes Hombres, mas nosotros no podemos vivir sin ellos. ¡No es que me queje de la Libertad e Igualdad, de la creencia que, ante la imposibilidad de los grandes hombres sabios, bastaba con innumerables hombrecitos insensatos todos a un mismo nivel, porque entonces y para aquéllos era natural. Libertad e Igualdad; ya no precisa Autoridad. El Culto de los Héroes, la reverencia rendida a tales Autoridades, ha resultado falsa, falsedad en sí: ¡abandonémosla! Ya hemos padecido bastantes falsificaciones y no nos fiamos de nada. Como fueron tantas las monedas contrahechas que pasaron por nuestras manos, creemos que las de oro no existen; además, podemos vivir muy bien sin oro. Eso es lo que descubro, entre otras cosas, en ese grito universal de Libertad e Igualdad, y lo encuentro muy natural en aquellas circunstancias.

Y, no obstante, es transición de lo falso a lo cierto. Considerado como entera verdad es falso en absoluto, producto de la completa ceguera escéptica, que lucha por ver. El Culto al Héroe existe eternamente y en todas partes, no sólo la Lealtad, extendiéndose desde la divina adoración hasta los más bajos menesteres prácticos de la vida. Si la inclinación ante el hombre no es mero simulacro, en cuyo caso es preferible no practicarIa, es Culto de los Héroes, aceptación de que en la presencia de nuestro hermano hay algo divino: que todo mortal es revelación Encarnada, como afirma Novalis. Fueron los Poetas quienes idearon todas esas graciosas cortesías que ennoblecen la vida, pues la Cortesía no es falsedad ni simulacro, ni precisa serlo. La Lealtad, la misma Adoración religiosa son posibles, inevitables.

¿No podemos decir que, mientras tantos de los últimos Héroes actuaron como revolucionarios, todo Grande Hombre, todo hombre auténtico, es hijo del Orden por su naturaleza y no del Desorden? La actuación del hombre veraz en las revoluciones es trágica: parece anarquista, porque el doloroso elemento de la anarquía le abruma a cada paso, cuando repudia y odia la anarquía con toda su alma. Su misión es el Orden, como la de todos los hombres. Viene a regular y encauzar lo desordenado, lo caótico: es el misionero del Orden. ¿No es ordenación toda la actividad del hombre en este mundo? El carpintero halla toscos árboles en el bosque, da a su leño forma cuadrada para utilizarlo. Somos enemigos natos del Desorden, consideramos trágico ayudar a los iconoclastas y demoledores, lo cual para el Grande Hombre, más hombre que nosotros, es doblemente trágico.

Por eso, todo lo humano, el alocado Sanscolutismo francés, labora y debe laborar por el Orden. Afirmo que no hay un hombre entre ellos, que en pleno frenesí no sea impelido en todo momento hacia el Orden. Esa significación tiene su propia vida, porque el Desorden es disolución, muerte. No hay caos que no tienda a un centro sobre el que pueda girar. Mientras el hombre sea hombre, precisa algún Cromwell o Napoleón como final del Sansculotismo. Lo curioso es que, en época en que el Culto de los Héroes era lo más increíble para todos, éste surgiera y obrara de modo que todos tienen que admitir. Considerado el derecho divino en sentido general, significa poder. Mientras las viejas Fórmulas falsas se pisotean en todas partes, se revelan inesperadamente nuevas Sustancias reales indestructibles. Durante los períodos de rebelión, cuando la Realeza parecía muerta y abolida, surgieron Cromwell y Napoleón como Reyes. La historia de esos hombres es lo que tenemos que considerar como última fase del Heroísmo. Volvemos a los remotos tiempos; en su historia preséntase de nuevo la manera cómo se hacían los Reyes, cómo surgió la Realeza.

Muchas guerras civiles hubo en Inglaterra: la de las Rosas, Roja y Blanca, las de Simón de Montfort, bastantes guerras, no muy memorables. Pero la guerra de los Puritanos tiene significado distinto de todas las demás. Dejando a vuestro criterio que os sugerirá lo que no tengo tiempo para deciros, la llamaré episodio de aquella guerra universal que constituye la verdadera Historia del Mundo, la guerra de la Fe contra la Incredulidad, lucha de hombres atentos a la esencia real de las cosas, contra los atentos a sus apariencias y formas. Los Puritanos son para muchos meros salvajes Iconoclastas, fieros destructores de Formas; pero sería más justo llamarles detestadores de falsas Formas. Confío que ahora sabremos respetar a Laud y a su Rey tan bien como ellos. Paréceme que el pobre Laud fue débil e infortunado, mas no falso, desdichado Pedante antes que otra cosa peor. Sus Ensueños y supersticiones, de los que hay quien se burla, encierran carácter afectivo y amable. Parecíase al maestro cuyo mundo son las prácticas y reglamentos escolares, que cree que tales cosas son la vida y seguridad de la sociedad. De pronto se ve llamado a regir una Nación, administrar sus complejísimos e importantes intereses; animado por su inalterable y aventurada noción, cree debe atenerse a sus rancios reglamentos, que la salvación está en perfeccionarlos y completarlos y, como el débil, se aplica con vehemencia espasmódica a su propósito, se aferra a él, sin escuchar la voz de la prudencia, los lamentos, empeñándose en que los Colegiales obedezcan al Reglamento del Colegio; ante todo eso, y después nada. Fue un desventurado Pedante, como he dicho. Se empeñó en que el mundo fuese un Colegio de esa naturaleza, cuando no lo era. ¿No se vengaron en él horrorosamente sus errores, fueren los que fueren?

Meritoria es la insistencia sobre las formas; la Religión y todo lo demás se reviste naturalmente con ellas; el único mundo habitable es el formado, en todas partes. Lo que alabo en el Puritanismo no es su desnuda falta de forma; eso es lo que deploro, alabando sólo el espíritu que lo hizo inevitable. Toda sustancia se reviste de formas, pero hay formas adecuadas y verdaderas, y otras inadecuadas y falsas. Pudiere darse esta definición: las Formas que se desarrollan alrededor de una sustancia corresponderán a su naturaleza real y alcance, si la comprendemos bien, siendo verdaderas, buenas; las que se aplican conscien temente a ella serán malas. Reflexionad sobre ello. En todo lo humano se distingue lo cierto de lo falso en la Forma Ceremonial, la grave solemnidad de la vana pompa.

En las formas debe haber veracidad, espontaneidad natural. ¿No se considera ofensivo el discurso convencional en la más vulgar asamblea? Toda cortesía de salón que vemos ficticia, que no anima interior realidad espontánea, nos repugna. Supongamos que se trata de asunto de vital interés, cuestión de trascendencia (como el Culto Divino), sobre el que vuestra alma entera, enmudecida por su exceso de sentimiento, no sabe cómo formar su expresión, prefiriendo el informe silencio a cualquier palabra; ¿cómo juzgaríamos al que se prestase a representarla o expresarla a manera de mojiganga? El que así procediese huiría de nuestra presencia, si se estimaba en algo. ¿Qué diríais si al morir un hijo único, estando bajo el peso del dolor, sin fuerzas para derramar una lágrima, se presentase un inoportuno ofreciéndoos celebrar Juegos Funerarios al modo de los griegos? No sólo dejaríais de aceptar la triste farsa, sino que la consideraríais odiosa, intolerable. Eso es lo que los viejos Profetas llamaron Idolatría, adoración de huecas apariencias que todo hombre juicioso debe rehusar, Podemos comprender parcialmente lo que significaban aquellos pobres Puritanos. Cuando el fatuo Laud dedicó la Iglesia de Santa Catalina a los Creyentes, con sus múltiples y ceremoniosas reverencias, gestos, exclamaciones, vemos en él al riguroso Pedante formal, pegado a sus Reglamentos Escolares, antes que al grave Profeta, fiel a la esencia de la cosa.

El Puritanismo consideró insoportables tales formas y las conculcó, teniendo que dispensarle dijese: Preferimos carecer de ellas a tener ésas. Predicaba en su púlpito con sólo la Biblia en la mano. ¿No es virtualmente esencia de todas las Iglesias el hombre que predica poniendo en comunicación su alma ferviente con las fervientes de los demás? La realidad desnuda e indómita es preferible a toda apariencia, por digna que fuere. Además se cubre gradualmente con la debida apariencia, de ser real. No hay que temerlo, no hay cuidado por ahora. Siempre hallaremos ropaje para vestir al hombre; él mismo lo hallará; lo que no aceptamos es el traje que pretende ser ropas y hombre. No es posible luchar con los franceses con trescientos mil uniformes rojos; es preciso que dentro de ellos haya hombres. Afirmo que la Apariencia no debe divorciarse de la Realidad; si se divorcia habrá hombres que se revelen contra ella, puesto que se trueca en falsedad. Estos Antagonismos en pugna, en el casó de Laud y los Puritanos, son casi tan antiguos como el mundo; en aquella época, entraron en cruenta batalla en Inglaterra debatiendo su confusa controversia durante bastante tiempo, con múltiples resultados para nosotros.

Era poco probable que, durante el período que sucedió inmediatamente a los Puritanos, se hiciese justicia a ellos o a su causa. Ni Carlos II ni sus Rochester eran personas a quienes confiaríamos juzgásen cuál pudo ser el mérito o significación de tales hombres. Tanto los Rochester como la época en que vivieron habían olvidado que pudiera haber fe o realidad en la vida de un hombre. El Puritanismo quedó bamboleándose en los cadalsos, como los huesos de los principales Puritanos; no obstante, su obra progresaba y operaba de por si. La obra sincera del hombre debe realizarse y se realiza, aunque se ahorque a su autor. Tenemos nuestro habeas corpus, nuestra libre Representación Popular; reconocimiento universal de que todos los hombres son, deben y quieren ser lo que llamamos hombres libres, cuya vida se basa en la realidad y la justicia, no en la tradición, que se ha trocado en quimera. Eso, y muchas cosas más, fue obra de los Puritanos.

A medida que se manifestaron gradualmente dichas cosas comenzó a comprenderse el carácter de los Puritanos. Su fama fue arrancada de la horca; es más, algunos de ellos puede decirse fueron canonizados. Eliot, Hampden, Pym, Ludlow, Hutchinson, el mismo Vane, se consideran especies de Héroes: Padres Conscriptos políticos, a los que debemos en no pequeña parte lo que hace sea libre Inglaterra; nadie se atrevería hoy a decir que fueron perversos; pocos son los notables de entre ellos que no encontraron apologistas, siendo objeto de cierta reverencia por parte de hombres sinceros. Creo que el único Puritano que ha quedado colgando de la horca sin hallar apologista es nuestro pobre Cromwel:; no hay santo ni pecador que no le crea muy perverso. Hombre hábil, de talento infinito, valeroso, y demás, pero traidor a la Causa. Ambicioso, egoísta, falsario, de dos caras, Tartufo fiero, grosero, hipócrita, que trocó aquella lucha por la Libertad constitucional en funesta farsa en beneficio propio: ése el carácter que se atribuye a Cromwell, o peor todavía. Comparado con Washington y otros, surgen contrastes, sobre todo con esos nobles Pym y Hampden, de cuya noble obra se apoderó, anulándola y deformándola.

Esta opinión sobre Cromwell paréceme producto natural de un siglo como el XVIII. Lo que dijimos del Ayuda de Cámara se aplica también al Escéptico: que no conoce al Héroe cuando lo mira; el Criado esperaba mantos de purpura, áureos cetros, guardias de corps y estridencias de trompetas: el Escéptico del siglo XVIII buscaba respetables Fórmulas reguladas, Principios, o como se los llame; estilo de discurso y conducta que logró parecer respetable, que puede abogar por sí de modo bellamente articulado y obtener los sufragios del esclarecido y escéptico siglo XVIII. En el fondo, tanto él como el ayuda de cámara esperan lo mismo; las galas de evidente realeza, que reconocen en cuanto ven. El Rey que llega hasta ellos sin pompa alguna no puede ser Rey.

Lejos de mí está afirmar o insinuar algo que desdore caracteres como los de Hapdem, Eliot, Pym, a quienes considero justamente dignos y utiles. He leído detenidamente los libros y documentos que he hallado sobre ellos, con el sincero deseo de admirarlos y adorarlos como Héroes, con poquísimo éxito, lo confieso amargamente, por ser imposible en el fondo. Fueron hombres nobilísimos que avanzaban solemnemente, con sus mesurados eufemismos, filosofías, elocuencia parlamentaria, Derecho de Visita, Monarquía del Hombre, muy constitucionalistas, sin tacha, con dignidad, pero el corazón no se emociona ante ellos; sólo la fantasía se esfuerza en reverenciarlos. ¿Qué corazón humano se enardeció en amor fraterno sentido por aquellos hombres? Son hombres espantosamente aburridos. Frecuentemente tropezamos en la constitucional elocuencia del admirable Pym, con su en séptimo y último lugar. Pensamos que quizá sea eso lo más admirable que hay en la tierra, pero que es pesado, de la pesadez del plomo, estéril como arcilla; en una palabra, poco o nada hay en todo eso que nos ataña. El rudo y proscrito Cromwell es el único en que todavía descubrimos fibra de hombre, dejando tranquilos a los demás Nobles en sus hornacinas de honor. El gran impetuoso Berserker Mortaja, incapaz de escribir la eufemfstica Monarquía del Hombre, de discursear o laborar con voluble regularidad, sin justificación explícita de sus actos, irguiéndose desnudo, sin endosar la encubridora cota de malla, peleando como gigante, frente a frente, pecho contra pecho, con la verdad desnuda de las cosas. Al fin y al cabo ésa es la clase de hombres que vale. Confieso que la creo superior a las demás clases de hombres. Son muchas las bien rasuradas Decencias que hallamos al paso, que sirven para muy poco; no hay mucho que agradecer a quien mantiene limpias las manos porque sólo trabaja con guantes.

En general, esa tolerancia constitucional del siglo XVIII con los demás Puritanos más afortunados que él, no me parece muy importante. Me atrevo a asegurar que se trata de Formulismo y Escepticismo, como en todo lo demás. Nos dicen que es penoso pensar que el Fundamento de nuestras Libertades Inglesas sea la Superstición. Los Puritanos surgieron profesando increíbles Credos Calvinistas, Anti-Laudismos, Confesiones de Westminster, solicitando ante todo gozar de libertad para adorar a su modo. ¡Si hubiesen solicitado libertad para imponerse impuestos! Insistir sobre lo otro equivalía a Superstición, Fanatismo, desdichada ignorancia en Filosofía Constitucional. ¿Libertad para imponerse tributo sin desembolsar su dinero, de no ser debido a justas razones? Opino que sólo un siglo estéril hubiera considerado eso como primer derecho del hombre. Pudiera decir lo contrario: que el hombre justo siempre tiene causa mejor que el dinero en cualquiera de sus formas, para decidir rebelarse contra su Gobierno. El mundo es muy complejo; el hombre bueno vería agradecido que se sostuviese cualquier especie de Gobierno de modo soportable en Inglaterra y actualmente, si no está listo a pagar muchos impuestos por creer insuficiente su justificación, no le irá muy bien, y deberá ensayar otro clima. ¿Eres cobrador de impuestos? ¿Quieres dinero? Toma mis monedas, puesto que puedes y lo deseas; tómalas, dirá, y márchate de mi lado con ellas; dejándome solo con mi trabajo. Aqui me quedo; aún puedo trabajar, tras haberme desprovisto de todo ese dinero. Pero si le dice: Inclínate ante la Falsedad; di que estds adorando a Dios, cuando no es asi; no creas en lo que reconoces como cierto, sino en lo que yo supongo o pretendo lo es. Entonces responderá: ¡No, por Dios, no! Toma mi dinero; no quiero aniquilar mi Yo moral. El dinero es del primer salteador que me amenace con su pistola, pero el Yo es mio y de Dios mi Creador, no tuyo; resistiré hasta la muerte, rebelándome contra ti, afrontando todo rigor, acusación y confusión para defenderlo!

Paréceme que ésta es la razón que podría justificar la rebelión, la de los Puritanos. Ésa fue el alma de todas las rebeliones justas entre los hombres. No fue el Hambre únicamente lo que produjo la Revolución Francesa, sino el sentimiento de la insoportable Falsia prevaleciente sobre todo, que se encarnó en el Hambre, en la escasez e Inexistencia material universal, trocándose en indiscutiblemente falsa a los ojos de todo el mundo. Dejemos al siglo XVIII con su libertad para fijarse impuestos. No nos sorprende que la significación de hombres como los Puritanos quedase velada para él. ¿Cómo es posible que hombres que no creían en realidad alguna, pudiesen comprender el alma real humana, la más intensa de todas las realidades, como la Voz del Creador del mundo que hablaba? Lo que no podía reducir a doctrinas constitucionales relativas a los impuestos u otro interés material, grosero, que pudiere palpar, era rechazado por aquel siglo como amorfo montón de escombros. Los Hampden, Pym, y Derechos de Visita serán tema de gran elocuencia constitucional, que se esfuerza por llamear, que lucirá, si no como fuego, al menos como hielo, y, el irreductible Cromwell será como una mera masa caótica de furor, hipocresia, y muchas cosas más.

Hace mucho tiempo que considero increíble esa teoría sobre la falsía de Cromwell. Tampoco puedo admitirla en lo referente a ningún Grande Hombre. Muchos son los Grandes Hombres que figuran en la Historia como falsarios egoístas, pero reflexionando veremos que son sólo figuras para nosotros, sombras incomprensibles; no vemos en ellas hombres verosímiles. Sólo una generación superficial e incrédula, que viera únicamente lo superficial y la apariencia de las cosas, puede tener esa noción de los Grandes Hombres. ¿Puede existir un alma grande sin la consciencia, esencia de toda alma real, grande o pequeña? No; no podemos figuramos a Cromwell como Falsía o Fatuidad; cuanto más investigo sobre él y su carrera, menos lo creo. ¿Cómo creerlo no habiendo pruebas de ello? ¿No es extraño que, después de todos esos montes de calumnias lanzadas sobre él; tras haberlo presentado como príncipe de los embusteros, que nunca o casi nunca dijo verdad, sino alguna astuta falsificación de ella, no haya llegado a probarse una sola falsedad de las que se le atribuyen? ¡Principe de embusteros que nunca dijo mentira! Nadie podría comprenderlo. Ocurre como cuando Pococke preguntó a Grocio: ¿dónde tienes la prueba sobre la Paloma de Mahoma? ¡No la hay! Abandonemos las calumniosas quimeras como merecen, porque no son retratos fieles del hombre, sino vanos fantasmas, híbrido producto del odio y de la tiniebla.

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