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CUARTA CONFERENCIA

El héroe como sacerdote.
Lutero.
La Reforma.
Knox.
El puritanismo.

Tercera parte

(Viernes, 15 de mayo de 1840)

La fase más interesante asumida por la Reforma es el Puritanismo, para los ingleses especialmente.

El Protestantismo trocóse prontamente en aridez en el país de Lutero, no en materia de religión, de fe, sino antes en contienda dialéctica teológica, no originada en el corazón, siendo su esencia la discordia escéptica, que se encendió cada día más hasta llegar al Volterianismo, pasando por los debates de Gustavo-Adolfo y desembocando en los de la Revolución Francesa. En nuestra isla originó un Puritanismo que logró establecerse como Iglesia Presbiteriana y Nacional en Escocia, surgiendo como cordial realidad, produciendo sus frutos. En cierto sentido pudiéramos decir fue la sola fase del Protestantismo que gozó de la jerarquía de Fe, verdadera comunión cordial con el Cielo, considerándolo la Historia como tal. Hablemos de Knox, hombre bravo y notable, que descolló sobre todo como jerarca y Fundador de la Fe que abrazaron Escocia, Nueva Inglaterra y Oliverio Cromwell; la Historia nos hablará de ello.

El Puritanismo puede ser objeto de censura, si se quiere; supongo que nadie lo considera perfecto, mas hay que tener presente que fue producto de sinceridad, puesto que la Naturaleza lo adoptó, extendiéndose y desarrollándose. Dije alguna vez que en este mundo todo progresa al calor de la lucha; que la fuerza, bien entendida, es medida de toda valia. Si la cosa es justa alcanzará éxito por el tiempo. Considerad América Sajona, el simple Hecho de la salida del Mayflower del puerto de Delft (en Holanda) hace doscientos años. Si nuestro sentido estuviese tan despierto como el de los griegos, veríamos en ello un Poema, Poema de la Naturaleza, como el que compone amplios hechos sobre los grandes continentes. Aquello fue ciertamente el comienzo de América, en la que había dispersos colonos, algo así como un cuerpo, al que infundió alma aquella expedición. Aquellos infortunados, desterrados de su país, que tampoco pudieron vivir en Holanda, determinaron establecerse en el Nuevo Mundo, tierra de negros bosques vírgenes, poblada de salvajes, no tan crueles para ellos como el verdugo oficial. Creían que la Tierra les proporcionaría alimento, si la trabajaban con cuidado; que el eterno cielo se extendería sobre sus cabezas como en su país, que gozarían de paz, preparándose para la Eternidad viviendo como es debido en este mundo del tiempo, adorando lo que creyeren cierto, sin idolatría. Reunieron lo que poseían, fletaron un buque, el pequeño Mayflower, y se hicieron a la vela.

En la Historia de los Puritanos, de Neal, se relata la ceremonia de la salida, solemnidad pudiéramos llamarla, puesto que fue acto de verdadera adoración. Su capellán los acompañó hasta el embarcadero, juntamente con los hermanos que dejaban en tierra, reuniéndose todos en ferviente plegaria, deseándoles que Dios se apiadase de sus desdichados Hijos, los encaminase por aquellas vastas soledades, pues Él era el Creador de todo aquello, residiendo en ellas como en la tierra que dejaban. A mi entender los expedicionarios cumplían una misión. La cosa más endeble, más débil que un niño, se vigoriza un día si es veraz. Por aquellos días el Puritanismo era despreciable, irrisorio, pero hoy nadie lo toma a broma. Dispone de armas y fortalezas, cañones y buques de guerra, destreza en sus diez dedos, fuerza en su brazo derecho, puede gobernar navíos, talar bosques, hacer saltar montañas, es una de las cosas más fuertes bajo el sol.

En la historia de Escocia no hallo más que una época, pudiendo afirmar no contiene nada de mundial interés, excepto la Reforma de Knox. Pobre tierra estéril, turbada por continuos tumultos, disensiones y matanzas; pueblo que vive en estado de rudeza e indigencia, apenas mejor que Irlanda en nuestros días. Los codiciosos y fieros señores, incapaces de convenir entre sí cómo habían de repartirse lo que quitaban a los miserables ganapanes, obligados como las Repúblicas sudamericanas de nuestros díás a convertir en revolución cualquier alteración; que no sabían cambiar un ministerio si no era ahorcando a los ministros; espectáculo histórico de no muy singular significación. No dudo fueren bravos; luchaban feroz y continuamente, pero no con más valor o ferocidad que sus antecesores, los piratas escandinavos, cuyas hazañas no hemos creído dignas de resucitar. Era país casi sin alma, en el que todo estaba en cierne, excepto lo rudo, externo, semianimal, encendiéndose la vida interior al sobrevenir la Reforma bajo aquellas costillas inanimadas. La causa, la más noble entre las causas, brilla con luz propia en las alturas del Firmamento como un fanal visible desde la Tierra, con lo cual el más humilde de los hombres truécase en Ciudadano, en Miembro de la Iglesia visible de Cristo, en verdadero Héroe, si es sincero.

Cuando digo pueblo de héroes, hay que entender nación que tiene fe. No es el alma grande lo que hace al héroe, sino el alma divina fiel a su origen; ésa es la grande. Ya vimos cosas parecidas y volveremos a verlas, bajo formas más amplias que la Presbiteriana; hasta entonces no podrá producirse bien duradero, cosa imposible según algunos. ¿Imposible? ¿No existió ya como hecho practicado? ¿Falló el Culto de los Héroes en el caso de Knox? ¿Somos hoy los hombres de barro diferentes a los del pasado? ¿Confirió la Confesión de Fe de Westminster alguna nueva propiedad al alma del hombre? Dios creó el alma del hombre sin condenar a ninguna a vivir como Hipótesis y ficción en un mundo infestado por ellas, su influencia y su fruto.

Continuemos; lo que hizo Knox por su pueblo puede llamarse realmente resurrección; ardua era la empresa, pero aceptada de buen grado, considerando ventajoso el precio que costara, aunque hubiera sido más aventurada; ventajosa en conjunto a cualquier precio, como lo es la vida. Entonces comenzaron a vivir, mediante la condición de realizar lo que se habían propuesto y a toda costa. Opino que Knox y la Reforma influyeron sobre la Literatura escocesa, y el Pensamiento, sobre la Industria. James Watt, David Hume, Walter Scott, Robert Burns, actuando en el coraz6n de todos ellos y los fenómenos; creo que sin la Reforma no habría surgido ninguno de ellos y, ¿qué hubiera sido de Escocia? El Puritanismo escocés hízolo suyo Inglaterra, Nueva Inglaterra. El tumulto producido en la Parroquial de Edimburgo se transformó en pugna universal, en batalla en todos los terrenos, resultando, tras cincuenta años de lucha, lo que llamamos Revolución Gloriosa, una Ley de Habeas Corpus, los Parlamentos Libres y muchas otras cosas. Cierto es lo que dijimos: que muchos de los que figuran en la vanguardia caen en el foso de Schweidnitz, como los soldados rusos, llenándolo con sus cadáveres, para que pase sobre ellos la retaguardia y se apodere de la plaza. ¡Cuántos fueron los graves Cromwells, Knoxes, humildes Campesinos escoceses que contendieron defendiendo la vida en ásperos cenagales, luchando, sufriendo, muriendo, calumniados, enlodados, antes que la bella Revolución del 88 avanzase sobre sus cuerpos, con escarpines de seda, entre universal aplauso.

Paréceme increíble que aquel escocés tenga que defenderse tres siglos después ante el tribunal del mundo de haber sido el más bravo entre los escoceses en aquellos tiempos. Bien pudo agazaparse en un rincón como otros muchos; mas su pureza se lo vedó; él hubiera escapado a las censuras, pero Escocia continuaría esclava. Todos los escoceses, todo el mundo está en deuda con este hombre. Lo único que podría pedir a Escocia es le absolviese de haberla dignificado más que cualquier millón de escoceses intachables que nada tengan que perdonar. Luchó a pecho descubierto, bogó en las galeras francesas, vagó desamparado en el destierro, entre las nieblas y tormentas, fue censurado, tiroteado a través de la ventana de su casa; su vida fue continua y triste lucha. Muy aventurada era su empresa para esperar recompensa en este mundo. No puedo pedir excusa en su nombre, porque se muestra indiferente a cuanto se haya dicho sobre él durante los doscientos cincuenta años últimos. Pero nosotros, olvidando los detalles de su lucha, disfrutando de la luz originada en el fruto de su victoria, debemos ver únicamente al hombre a través de los rumores y controversias que lo rodean, por respeto a nosotros mismos.

Knox no quiso erigirse en Profeta de su Pueblo, viviendo en la sombra cuarenta años antes de alcanzar celebridad; pobres eran sus padres; se educó en un colegio. abrazando la carrera eclesiástica, adoptando la Reforma, contentándose con que le sirviese de guía en la vida, sin forzar a nadie a que la reconociese. Era preceptor de distinguidas familias; cuando algún grupo lo requería para que expusiese su doctrina, Knox predicaba, resuelto a no separarse de la verdad, a declararla cuando se le requería para ello, sin ambicionar nada, sin creerse llamado a otra cosa; así llegó a los cuarenta años. Figuraba en el grupo de los Reformadores sitiado en el Castillo de San Andrés; estaban en la capilla escuchando la exhortación del predicador cuando súbitamente, al acabar su prédica, dijo que tenían que hablar otros; que todos los que tuviesen corazón y dotes de predicador debían exponer su opinión; que entre ellos había uno llamado John Knox que gozaba de ambas cosas, como sabían todos, preguntando finalmente si le creían obligado a ello. La respuesta fue afirmativa, añadiendo era un crimen desertar del puesto, callar lo que tuviese que manifestar. El humilde Knox se vió forzado a ponerse de pie; intentó decir algo; no pudo articular palabra, rompió a llorar y huyó. No hay que olvidar la escena. Durante unos días sufrió graves trastornos, comprendiendo la debilidad de sus facultades para tan grande empresa, sabiendo el bautismo a que tenía que someterse; por eso estalló en llanto.

La sinceridad, característica principal del Héroe, se aplica enfáticamente a Knox. Nadie ha negado que fue uno de los hombres más francos, fueren cuales fueren sus otras cualidades o defectos; se atenía a la verdad y a la realidad por instinto singular, siendo la verdad lo único existente para él, despreciando todo lo demás como mera sombra y vacío. Por muy débil y desesperada que pudiere parecer la realidad, ella era lo único que le servía de base. En las galeras del Loire, donde fueron conducidos como galeotes Knox y sus compañeros tras la toma del Castillo de San Andrés, un funcionario o sacerdote les mostró una imagen de la Virgen Madre, requiriendo a los blasfemos herejes para que la reverenciaran. ¿Madre de Dios?, preguntó Knox cuando le llegó la vez, añadiendo: No es la madre de Dios, sino un trozo de leño pintado, más propio para flotar que para ser adorado, y cogiéndolo lo lanzó al río. En su situación era peligrosísimo bromear, mas eso era la verdad para Knox y continuaba siéndolo: madera pintada que no quería adorar, sin pensar en las consecuencias.

Animaba a sus compañeros de cárcel en aquellas amarguras, afirmando que su Causa era la verdadera; que prosperaría, que todo el mundo junto no podía vencerla: que la Realidad es creación de Dios; que es lo único firme. ¡Cuántos trozos de leño pintado pretenden ser realidad, más propios para flotar que para ser adorados! Knox no podía vivir fuera de la realidad, agarrándose a ella como náufrago a la escollera; si fue héroe lo debió a la sinceridad, su don principal, capacidad intelectual, digna y leal, aunque no superior sino muy inferior a la de Lutero; pero en lo tocante a su adherencia instintiva y cordial a la verdad, en franqueza, ni tiene superior ni igual; su corazón estaba forjado como el de verdadero Profeta. Una vez exclamó el Conde de Morton ante su tumba: Ahí yace quien nunca volvió el rostro ante ningún hombre; no hay moderno que se parezca tanto al Profeta Hebreo como Knox, por haber en él la misma inflexibilidad, intolerancia, rígida lealtad a la verdad Divina, severo reproche en nombre de Dios para el que reniega de la verdad; era un antiguo Profeta Hebreo con hábitos de sacerdote de Edimburgo del siglo XVI. Así debemos considerarlo, no de otro modo.

La conducta de Knox para con la Reina María, sus violentas entrevistas en palacio para reprenderla, se comentaron mucho. Su crueldad y rigidez nos llena de indignación, pero si leemos el fiel relato de lo que dijo, de lo que quiso decir, confesaremos no hay en él nada trágico, pues sus palabras no fueron tan duras, pareciéndome estaban a tenor de las circunstancias; porque no iba a palacio como cortesano, sino con carácter muy distinto y, quienquiera leyere sus coloquios con la reina y los tomara por vulgares insolencias de cura plebeyo ante una señora educada y delicada, se equivoca en cuanto a su alcance y esencia. Desgraciadamente era imposible ser cortés con la Reina de Escocia, de no ser desleal para con la Nación y Causa escocesa. Él, que no quería ver convertida su tierra natal en coto de caza de los intrigantes y ambiciosos Guisa, que la Superchería, Formulismos y Causa del Diablo imperasen sobre la de Dios, no podía hacerse agradable. Morton dijo: Es preferible lloren las mujeres a que los hombres barbudos se vean forzados a llorar. Knox fue el partido constitucional de oposición en Escocia, pues los nobles del país llamados a integrarlo por su posición no figuraban en él; por eso tuvo que serlo Knox. La reina era infeliz; más lo hubiere sido la Nación de haber sido feliz su reina. No carecía María de astucia, entre otras cosas, preguntando una vez: ¿Quién eres tú para pretender instruir a los nobles y a la soberana de este reino? Señora, un súbdito nacido en él, respondió Knox. Respuesta razonable, porque si el súbdito tiene una verdad que decir, no será la condición de súbdito lo que se lo vede.

Se censuró a Knox por su intolerancia. Bien está seamos todo lo tolerantes posible; no obstante, en el fondo, tras todo lo dicho sobre ella, ¿qué es la tolerancia? La tolerancia tiene que tolerar lo accidental, discerniéndolo claramente; tiene que ser noble, mesurada, justa en su iracundia, cuando no puede ya tolerar, mas en conjunto no sólo vivimos para tolerar, sino para resistir, refrenar y vencer. No toleramos las Falsedades, Latrocinios, Iniquidades, cuando nos agarrotan; entonces les decimos: Eres falsedad; no puedo tolerarte. Vivimos para extinguir las Falsedades aniquilándolas prudentemente. No discutiré sobre el modo de lograrlo, pues lo importante es conseguirlo. En este aspecto Knox fue ciertamente intolerante.

Es imposible que el condenado a bogar en las galeras francesas por propagar la Verdad en su tierra nativa pudiera estar siempre de buen humor, no queriendo decir esto que no fuere dócil por temperamento, ni agrio de carácter; lo que sí puedo afirmar es que no era malo por naturaleza, porque en aquel hombre sufrido, maltratado, y luchador moraban los amables y leales afectos. Que se atreviese a regañar a la reina, que dominase a los turbulentos nobles, orgullosos como eran, conservando hasta el fin una especie de Presidencia y Soberanía virtuales en aquel indomable reino, él, que no pasó de súbdito nacido en el mismo, nos prueba no se le tenía por ruin y mordaz, sino por hombre de corazón sano, fuerte y sagaz. Ésos son los que pueden imponerse. Se le acusa de demoledor por demoler catedrales, como si se tratara de un demagogo sedicioso y tumultuario; pero si nos fijamos, lo cierto es precisamente lo contrario, tanto en cuanto a las catedrales como en lo demás. No era demoler edificios de piedra lo que se proponía Knox, lo que quería era curar la lepra e ignorancia que minaban la vida del hombre. El motín no era su elemento, y, si se vió envuelto en él fue forzado por el trágico matiz de su vida, porque los hombres de su temple son enemigos natos del Desorden, al que aborrecen: mas la insinuante Perfidia no es Orden, sino suma total de Desorden. El Orden es Verdad, fundada en la base que le es propia: el Orden y la Falsía no pueden ir de consuno.

En Knox se manifiesta inesperadamente propensión al gracejo, combinado con otros rasgos, cosa que me agrada; veía claramente la parte ridícula de las cosas, siendo esto lo que da vida al brusco y grave estilo de su Historia. Grande es su regocijo al ver a la puerta de la Catedral de Glasgow a dos Prelados, disputándose el derecho de precedencia, dando zancadas, propinándose empujones, agarrándose y estrujándose los roquetes, blandiendo sus báculos como garrotes. No fue burla ni escarnio, sino amargor, aunque haya bastante de aquello. Lo que ilumina el grave rostro es una franca y suave sonrisa, no la carcajada; lo que ríe ante todo son los ojos. Knox era sincero y fraterno: hermano de los altos y de los humildes, franco en su simpatía para con todos. En su vieja casa de Edimburgo guardaba su tonelito de Burdeos; era jovial, sociable, simpático, equivocándose en gran manera los que le creen melancólico, espasmódico, fanático; nada de eso: fue hombre de una pieza, práctico, cauteloso, esperanzado, paciente, sagaz, observador, perspicaz, teniendo en efecto mucho del carácter típico escocés actual: cierta melancoUa sardónica, suficiente discernimiento, solidez de corazón que no ignoraba, sin preocuparse de lo que no le atañía vitalmente, sin callar lo que vitalmente le concernía, expresándolo de modo que todos tenían que escuchar, poniendo en ello todo el énfasis acumulado durante su silencio.

No me es odioso el profeta de los escoceses. Su existencia fue triste lucha, contendiendo con Papas y Principados, viviendo en continua pugna, derrotado, bogando como esclavo en las galeras, vagabundo en el destierro. Triste fue su lucha, pero venció. ¿Abrigas esperanza?, le preguntaron en sus últimos momentos cuando ya no podía articular palabra; levantó el índice y expiró. Honrémosle. Su labor no ha muerto; perece la letra, pero no el espíritu, como ocurre con todos los hombres.

Añadamos algo en cuanto a la letra de la labor de Knox. Su agravio imperdonable fue el deseo de que los Sacerdotes sustituyesen a los Reyes, pues se esforzó en establecer el gobierno Teocrático en Escocia, siendo ésta la suma de sus agravios, su pecado esencial. ¿Qué perdón hay para él? Lo indudable es que en el fondo quería la Teocracia, o Gobierno de Dios, consciente e inconscientemente. Lo que deseaba es que los Reyes, los Presidentes de Consejo, todos los personajes, en público y en privado, ya diplomáticamente o de otro modo, se condujesen de acuerdo con el Evangelio de Cristo, comprendiesen que ésa era su suprema Ley, esperando llegase a ser realidad que el ruego: Venga a nos el Tu reino no fuera meras palabras. Mucho le apenaba que los ávidos Barones se adueñasen de las propiedades de la Iglesia, y, cuando alegó no eran propiedad secular, sino espiritual, que debían dedicarse a usos verdaderamente sagrados, a la educación, escuelas, lugares de adoración, contestóle el Regente Murray encogiéndose de hombros: Eso es fantasía de devoto. Eso era lo que Knox tenía por justo y acertado, lo que se esforzó más tarde en realizar con celo. Si creemos que esta idea de la verdad pecaba de estrechez, que no era franca, habremos de felicitarnos no lo pudiere realizar; de que tras dos siglos de esfuerzo continuara siendo irrealizable, de que todavía sea fantasía de devoto. Pero, ¿por qué censurarle si se esforzó por llevarla a cabo? La Teocracia, el Gobierno de Dios, es precisamente por lo que puede lucharse. Todos los Profetas, celosos Sacerdotes, se muestran partidarios de ello. Hildebrando deseó la Teocracia; Cromwell también, luchando por ello, lográndolo Mahoma. ¿No es eso lo que todos los hombres celosos, ya sean Profetas, Sacerdotes, o como se les llame, desean esencialmente y deben desear? El Ideal Celeste es que la justicia y la verdad, o Ley de Dios, reinen sobre todo entre los hombres; eso es lo que en tiempo de Knox denominaban Voluntad de Dios revelada, pudiendo aplicársele ese nombre en toda época. El Reformador insiste en que a eso debemos tender día tras día. Todos los verdaderos Reformadores son Sacerdotes por naturaleza y se esfuerzan por la Teocracia.

Hasta dónde podemos introducir tales ideales en la Práctica, y cuándo debe iniciarse nuestra impaciencia al ver que no ganan terreno, siempre será cuestión sobre la que puede decirse: dejemos que penetren hasta donde puedan. Si son la verdadera fe del hombre, mostraremos todos impaciencia de que no hayan penetrado aún. Siempre habrá Regentes Murray que, encogiéndose de hombros, digan: Fantasía de devoto. Lo que debemos hacer es alabar al Héroe-sacerdote que hace lo posible para establecerlos, dedicando su noble vida a convertir este Mundo en Reino de Dios, a cambio de penalidades, calumnias y sinsabores. ¡Nunca la Tierra será demasiado divina!

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