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CUARTA CONFERENCIA

El héroe como sacerdote.
Lutero.
La Reforma.
Knox.
El puritanismo.

Segunda parte

(Viernes, 15 de mayo de 1840)

Hablemos de Lutero y su Vida.

Nació Lutero en Eisleben (Sajonia), el 10 de noviembre de 1483, accidentalmente; sus padres, pobres mineros de Mohra, pueblecito de aquella región, fueron a Eisleben con ocasión de la Feria de Invierno; sintiendo su madre los dolores precursores del parto, vióse obligada a entrar en una pobre casa para dar a luz a Martín Lutero. Tal vez fuera a la feria con su marido con el fin de vender la hilaza y comprar lo necesario para su humilde hogar aquel invierno; quizás en todo el mundo no hubiera aquel día seres que menos llamasen la atención que aquel matrimonio de mineros. Sin embargo, ¿qué eran todos los Emperadores, Papas y Potentados comparados con ellos? En aquellos momentos venia al mundo un Hombre Poderoso, cuya luz tenía que brillar como faro que sirviese de guia a muchos siglos; el mundo y su historia esperaba a este hombre. Cosa extraña y grande, que nos conduce a otra hora Natal, en ambiente más humilde, hace dieciocho siglos, sobre la cual sienta bien no digamos nada, pensemos en silencio, porque, ¿de qué palabras disponemos para ello? ¿Paso la época de los Milagros? No; esa época no pasa nunca.

Dada la función de Lutero en este Mundo, creo debía nacer pobre; que la Providencia, que preside sobre él y todos nosotros, hizo que así fuese, sabiamente, desde luego, que viviese pobre entre los más pobres, teniendo que pedir limosna como los escolares de aquella época, cantando de puerta en puerta, acompañado de la estrechez y de la rigurosa Necesidad; no hubo hombre ni cosa que presentase buen aspecto para Lutero, creciendo entre las cosas y no sus apariencias. Sufrió mucho aquel niño de tosca figura, débil en su salud, alma grande y ávida, rebosante de talento y sensibilidad; mas su destino fue familiarizarse con las realidades, continuar su conocimiento a toda costa, siendo su tarea conducir al mundo a la realidad, puesto que había vivido excesivo tiempo contentándose con la apariencia. Aquel joven, que se había criado en borrascosos torbellinos, en las desoladas tinieblas y dificultades; tenía que salir finalmente de su tormentosa Escandinavia, fuerte como el sincero, como un dios, un Odin cristiano, un justiciero Thor, con su martillo de trueno, para anonadar a los horribles Jötuns y Gigantes monstruosos.

Quizá fuere la pérdida de su amigo Alexis, muerto por el rayo a las puertas de Erfurt, lo que encauzó su vida. Durante su niñez luchó como pudo, demostrando su avidez por aprender, manifestando su ingenio, a pesar de todos los obstáculos; sin duda su padre, para que se abriera paso en la vida, lo dedicó al estudio de las Leyes, por ser el camino más indicado; y Lutero, que entonces contaba diecinueve años, siguió el consejo de su genitor. Él y Alexis se dirigieron a Mansfeldt con el fin de visitar a la vieja familia del primero; y de vuelta, al llegar cerca de Erfurt, se desencadenó la tormenta, cayendo Alexis muerto por un rayo a los pies de su amigo. ¿Qué es nuestra vida? Se pierde en un instante, consumida como un papel, desapareciendo en la vacua Eternidad. ¿Qué son las preeminencias terrenas, los Cancillerazgos y Cetros? Todo ello desaparece tragado por la Tierra, que se abre anonadándolo; lo único que prevalece es la Eternidad. El corazón de Lutero se estremeció, determinando consagrarse a Dios, a su servicio exclusivo, y sin escuchar las exhortaciones de su padre y amigos, tomó el hábito agustino en el convento de Erfurt.

Éste fue tal vez el primer destello en la historia de Lutero, exteriorizándose decisivamente su pura voluntad que, por entonces, no pasó de punto luminoso en las tenebrosidades. Afirma que fue un piadoso monje ich bin ein frommer Mönch gewesen, que luchaba paciente y dolorosamente por evidenciar la verdad de su empresa, mas con poco éxito. Su infortunio no había sido mitigado, sino más bien aumentado hasta el infinito. Las penalidades a que tuvo que someterse como novicio, toda clase de trabajo de esclavo, no fueron motivo de quejas; la profundidad de su anhelante alma quedó sumida en toda suerte de negros escrúpulos y dudas, creyendo morir pronto, temiendo algo mucho peor que la muerte. Leemos que el pobre Lutero vivía entregado al terror de inexplicable pesadilla, creyéndose condenado a eterna reprobación. ¿No era esto la humilde y sincera naturaleza de aquel hombre? ¿Qué era él para disfrutar del Cielo? Él, que únicamente conocía la desgracia, la dura esclavitud, no podía creer en tan hermoso destino, no comprendiendo cómo era posible salvar el alma mediante ayunos, vigilias, formalismos y misas, cayendo en la mayor de las desgracias, vagando vacilante, bordeando insondable Desesperación.

Precioso debió ser para él el descubrimiento de una antigua Biblia Latina en la biblioteca de Erfurt, libro que nunca había visto, que le enseñó lección diferente a las de los ayunos y vigilias; un monje piadoso vino en su ayuda. Supo entonces Lutero que el hombre no se salva a fuerza de misas cantadas, sino por la infinita gracia de Dios: hipótesis más verosímil. Su veneración sentida por la Biblia es natural; ella era la que aportó tan preciosa ayuda, estimándola como Palabra del Altísimo y determinó atenerse a ella, como lo hizo hasta su muerte.

Así se libró de las tinieblas, venciendo finalmente a la obscuridad; a eso llamamos su conversión, siendo para él la más importante época de su vida. De allí en adelante podía vivir en paz y en la claridad, desplegar sus talentos y virtudes, adquiriendo relieve en su convento, en su país, reconocida su utilidad en todas las cuestiones delicadas de la vida. La Orden Agustina le confió misiones, como hombre de talento y fiel, apto para llevar bien sus asuntos; el Elector de Sajonia, Federico el Sabio, príncipe verdaderamente prudente y justo, puso sus ojos en él como persona de valía, nombrándolo Profesor en la nueva Universidad de Wittenberg, y Predicador; tanto en esto como en todas sus funciones, en la apacible esfera de la vida ordinaria, iba ganando Lutero el aprecio de todos los hombres buenos.

Visitó Roma a la edad de veintisiete años, enviado en misión por su convento, viendo su estado bajo el Pontificado de Julio II y causándole gran estupefacción, creyendo era la Ciudad Sagrada, trono del Sumo Representante de Dios en la Tierra. Padeció amarga desilusión, y abrigó muchos pensamientos que nunca conoceremos, porque quizá no supo expresarlos. Roma, la ostentación de los sacerdotes falsos, desprovistos de la belleza de la santidad, era falseamiento para Lutero. Un hombre humilde como él no podía reformar el mundo, estando esto muy lejos de su pensamiento. ¿Cómo podía aquel insignificante solitario ponerse frente al mundo? Por eso creía que la tarea correspondía a hombre superior a él, que su deber era no abandonar la senda del bien. Dejemos que cumpla con su ignorado deber, pues todo lo demás, horrible y triste al parecer, depende de Dios.

No saqemos cómo se habría resuelto el conflicto si el Papado hubiera ignorado a Lutero, persistiendo en su ruinosa ostentación, no saliéndole al encuentro y forzándole a que se rebelase. Quizás en este caso hubiese cerrado los ojos ante los abusos de Roma, dejando en manos de la Providencia, del Altísimo, la resolución, pues era modesto, pacífico, tardó en atacar irreverentememe a la autoridad, limitándose su tarea a cumplir su deber, no saliéndose de la senda del bien en este mundo de confusa maldad, salvando su alma. Pero el alto Clero Romano mostró su oposición, no dejando vivir tranquilo a Lutero en Wittenberg, que protestó, resistiéndose, excediéndose, viéndose zaherido, castigado hasta que se entabló la lucha entre ellos, siendo uno de los puntos culminantes en la historia del Reformador. Tal vez no hubo hombre tan humilde, tan pacífico, que encendiese tal pugna en el mundo. Creemos que su deseo era vivir aislado, laborando tranquilamente en la sombra; que si figuró de modo notable, fue contra su voluntad. ¿Qué era la notoriedad para él? Su punto de mira en este mundo era el Cielo Infinito, indudablemente, pensando que dentro de pocos años lo habría alcanzado o perdido para siempre. Nada diremos de la lastimosa teoría que supone origen de la Reforma Protestante rivalidades de codicioso tendero entre los Agustinos y Dominicos, que encendieron la ira de Lutero. Si hay alguien que la sustente podemos decirle: ante todo situémonos en la esfera del pensamiento, que es donde es posible juzgar a Lutero, a los hombres como él, sin distraemos, y entonces discutiremos con vosotros.

León X, que deseaba reunir algún dinero, envió irreflexivamente al monje Tetzel a Wittenberg con motivos mercantiles, desarrollando escandaloso negocio. Parece que este Papa fue más pagano que cristiano, si era algo. Los que confesaban con Lutero compraron indulgencias diciéndole que sus pecados habían sido perdonados. Lutero no quiso desertar de su puesto, mostrándose hipócrita, holgazán y cobarde en el reducido espacio que le estaba confiado, teniendo que salir al paso de las Indulgencias, declarando eran futilidad, triste ficción, que no podían perdonar pecado alguno. Esto fue la iniciación de la Reforma. Todos sabemos cómo avanzó tras la primera controversia pública de Tetzel el último día de octubre de 1517, entre argumentos y refutaciones, extendiéndose cada vez más, ganando en intensidad, hasta que no pudiendo acallarla, arrastró a todo el mundo. El sincero deseo de Lutero era enmendar este y otros agravios, pues nunca pensó ser causa de escisión de la Iglesia, ni rebelarse contra el Papa, Padre del Cristianismo. El elegante Papa pagano hizo poco caso del Monje y sus doctrinas; no obstante, su deseo era acallar el ruido producido por él; intentó varios métodos más suaves durante tres años, acabando por creer acabarlo con el fuego, condenando a los escritos del Monje a ser quemados por el verdugo, que su cuerpo fuera llevado a Roma atado, quizá para hacer otro tanto con él; así acabaron con Huss y Jerónimo un siglo antes. El fuego es breve argumento. El pobre Huss llegó al Concilio de Constanza tranquilizado, con toda clase de promesas y salvoconductos; era hombre impetuoso, mas no rebelde; a su llegada lo encerraron en un calabozo de piedra de tres pies de anchura, seis de alto y siete de largo, quemando su sincera voz para que no la oyere el mundo, ahogándola en humo y fuego. Eso no estaba bien.

Perdono a Lutero que no se rebelase por completo contra el Papa. El elegante Pagano encendió en noble y justa ira el corazón más bravo, más humilde y más pacífico existente por entonces en el mundo con su ígneo decreto. A mis palabras, dictadas por la verdad y la sobriedad, que tienden fielmente a propagar la verdad de Dios en la Tierra, salvando a los hombres, que es lo único que nos permite la incapacidad humana, tú, el representante de Dios en la Tierra, respondes enviando al verdugo con la tea encendida. Quieres quemarme a mí y a mis palabras como respuesta al mensaje de Dios que se esfuerzan por hacer llegar hasta ti. No eres representante de Dios en el mundo, sino otra cosa. Tomo tu Bula como Falsedad y la quemo. Ya haras luego lo que mejor te parezca; esto es lo que hago yo ahora. El 16 de diciembre de 1520, tres años después del comienzo de la contienda, Lutero, rodeado de gran gentio, dió este indignado paso de quemar el decreto papal a la puerta Eister de Wittenberg. El pueblo de Wittenberg asistía gritando; todo el mundo tenía sus ojos en ello. El Papa no debió provocar aquellos gritos, que fueron los que despertaron a las naciones. El tranquilo corazón alemán, modesto, paciente, no pudo sobrellevar la carga que finalmente se le impuso. El Formulismo, el Papa Pagano y otras Falsedades y Apariencias corrompidas, llegaron al término de su dominación, surgiendo de nuevo un hombre que se atreviese a declarar que el mundo de Dios no se basaba en apariencias, sino en realidades, que la Vida es verdad y no superchería.

En el fondo hay que considerar a Lutero como Profeta Iconoclasta, hombre que condujo de nuevo al hombre a la realidad, función de grandes hombres y maestros. Mahoma dijo: Vuestros ídolos son madera negra¡ les aplicáis cera y aceite, se les pegan las moscas. Lutero dijo al Papa: Eso que llamas Perdón de los Pecados, es un trozo de papel y tinta, y nada más; eso y cosas parecidas no pasan de ser eso. Sólo Dios puede perdonar los pecados. ¿Es el Papado, la Paternidad espiritual de la Iglesia de Dios vana apariencia de tela y pergamino? Es horrendo¡ la Iglesia de Dios no es apariencia, como no lo son el Cielo y el Infierno. Me opongo a ello, pues a esto me obligas; al oponerme, yo, pobre monje alemán, soy mds fuerte que todos vosotros. Solo estoy, sin amigos, acompañado de la Verdad Divina¡ tú con tus tiaras, triples sombreros y escudos, rayos espirituales y temporales, estás junto a la Mentira del Diablo, y no eres tan fuerte.

La escena de mayor grandeza en la Historia Moderna Europea es la Dieta de Worms, en la que se presentó Lutero el 17 de abril de 1521, originándose en ella la subsiguiente historia de la civilización. Tras múltiples negociaciones y discusiones llegaron a convocar la asamblea. El joven Emperador, Carlos V, con todos los Príncipes alemanes, nuncios papales, dignatarios espirituales y temporales reuniéronse allí para escuchar a Lutero, ver si se retractaba o no. A un lado sentáronse el poder y la pompa del mundo; al otro un hombre que defendía la Divina Verdad, el humilde hijo del minero Hans Lutero. Los amigos le recordaron a Huss, aconsejándole no asistiese; él no admitió consejos. Un gran grupo de amigos salió a su encuentro para disuadirle, respondiendo él: Aunque hubiera en Worms tantos Diablos como tejas, iría. Al siguiente día, al encaminarse a la Dieta se agolpaba la gente en ventanas y terrados, gritándole algunos solemnemente no se retractase. ¿Quién me negará ante los hombres?, le decían como solemne ruego y conjuro. ¿No era realmente nuestro ruego, el del mundo entero, postrado en oscura esclavitud espiritual, paralizado por tenebrosa Pesadilla espectral, Quimera con triple corona, que se llamaba Padre en Dios? ¿Por qué no decirle?: Líbranos; en ti está, ¡no nos abandones!

Lutero no nos abandonó. Su discurso, que duró dos horas, distinguióse por el tono de respeto, prudencia y sinceridad, dispuesto a someterse a lo que requiere sumisión legal, no sometiéndose a nada más que a ello. Declaró que sus escritos eran suyos en parte, en parte derivados de la Palabra de Dios. En cuanto a los suyos, débiles como humanos, podía arrepentirse de su ira, su ceguera, muchas cosas que consideraba beneficiosas, mas en cuanto a lo basado en la sana verdad y la Palabra de Dios, no podía efectuarlo. Refutadme con pruebas de la Escritura, con argumentos claros y justos, pues de otro modo no puedo retractarme, porque no es leal ni prudente contrariar a la conciencia. Aquí estoy; no puedo hablar de otra suerte. ¡Que Dios me ayude! Éste fue el momento de culminante grandeza en la Historia Moderna del Hombre. De haber obrado Lutero de otro modo en aquel instante, el Puritanismo inglés, Inglaterra y sus Parlamentos, las Américas y la labor de dos siglos, la Revolución Francesa, Europa y lo hecho por ella hasta hoy en todo el mundo, se hubiere desarrollado de otra manera, porque el germen de todo eso estaba en su proceder en aquella hora. Europa preguntaba: ¿Me hundiré cada vez más en el engaño y la estancada putrefacción hasta morir asquerosa y execrablemente o llegaré al paroxismo que me purifique de falsedades, curándome y vivificándome?

La Reforma trajo consigo grandes guerras, largas discusiones y desunión, que aun hoy perduran estando lejos de su término; mucho se habló de todo eso vituperándolo; no niego sea lamentable, mas ¿qué tuvo que ver Lutero o su causa con ello? Lo extraño es se achaque eso a la Reforma. Grande seria la confusión cuando Hércules encauzó el río purificador hacia las cuadras del Rey Augias, pero no creo sea él a quien hay que lanzar el reproche. Cierto es que la Reforma tenia que producir sus resultados cuando llegase, pero no pudo evitar su aparición. El mundo contesta a todos los Papas, sus defensores que reconvienen, se lamentan y acusan: Habéis falseado el Papado y, a pesar de su pretérita bondad y la pretendida actualmente, no podemos creer en él, pues la luz concedida por el Cielo a nuestro entendimiento para guiarnos en este mundo nos dice que es increíble. Ni queremos ni intentamos creer en él: no nos atrevemos. Como es falso traieionaríamos al Poseedor de toda Verdad si pretendiéramos que es cierto. Rechacémoslo aceptando lo que venga a reemplazarlo, pues no podemos depender ya de él. Ni Lutero ni su Protestantismo son responsables de esas guerras, siéndolo los falsos Simulacros que lo forzaron a protestar. Lutero hizo lo que cualquier hombre creado por Dios, no sólo tiene derecho a hacer, sino que debe hacer por sagrado deber; es decir, responder con un ¡No! cuando la superchería le pregunta: ¿Crees en mí? Hay que considerar lo que costó tal decisión. Indudablemente se iniciaba una unión y organización espiritual y material en el mundo, mucho más noble que el Papado o el Feudalismo en sus días de mayor sinceridad, basada en los Hechos, no en las Apariencias y Simulaciones, única manera de que se produjese y afianzase, porque rechazamos la unión basada en el engaño, que nos manda expresarnos y obrar hipócritamente. Diréis que es preferible la paz; pero, ¿no es paz el letargo animal? ¿No hay paz en el silencio sepulcral? Lo que queremos es paz vital, no la paz de la muerte.

No obstante, al apreciar con justicia los indispensables beneficios de lo Nuevo, no hemos de mostramos injustos con lo Viejo, pues lo Viejo fue sincero, aunque no lo fuera después. En tiempos de Dante no fue precisa la mistificación, la ceguera voluntaria u otro fraude para reconocer la verdad; aquello era bueno, había en su espíritu imperecedera bondad. El grito de ¡Abajo el papismo! es necio en estos tiempos. Inútil es argumentar, gana terreno el Papismo aduciendo que edifica nuevos templos y otras razones por este estiló; curioso es contar unas cuantas iglesias, prestar oídos a los que desacreditan al Protestantismo, tomar en serio ciertas tonterías caídas en el letargo que todavía se le atribuyen y afirmar: El Protestantismo está muerto; el papismo tiene más vida que él y lo sobrevivirá. Muchas de las necedades aletargadas que se consideran Protestantes, han muerto, pero no el Protestantismo, porque si bien miramos, él es el productor de su Goethe y su Napoleón, de la Literatura alemana y de la Revolución Francesa, importantes signos de vida. En el fondo, ¿qué hay de más vivo que el Protestantismo? La vida que anima todo lo demás es meramente galvánica, que ni place ni es duradera.

Por más capillas que edifique, el Papismo no podrá volver ya, como tampoco el Paganismo, aunque exista aún en algunos pueblos. En esto ocurre lo mismo que con la marea: vemos que las aguas avanzan y retroceden, habiendo momentos de indecisión; esperemos media hora, esperemos medio siglo para ver la situación del Papado. ¡Ojalá no hubiere mayor peligro para Europa que la resurrección del viejo y abatido Papa! Es como si Thor intentara resucitar. Estas oscilaciones encierran su significado. El rancio y decaído Papado no morirá por completo como Thor; vivirá algún tiempo; no debe morir. Pudiéramos decir que lo Viejo no muere nunca hasta que todo lo bueno existente en él ha sido infundido en lo práctico Nuevo. Mientras sea posible hacer bien de acuerdo con Roma, o lo que es lo mismo, mientras podamos llevar una vida piadosa, guiándonos por ella, la adoptará el alma humana, siendo su testimonio viviente. Se nos impondrá a los que lo rechazamos, hasta que nuestra práctica haya asimilado la verdad que encierra. Entonces, sólo entonces, perderá el encanto para el hombre. Si dura, responde a cierto fin. No nos preocupemos; que viva mientras pueda.

En cuanto a esas guerras y derramamiento de sangre, he de manifestar que ninguna de ellas se inició durante la vida de Lutero, pues la controversia nunca se trocó en lucha, siendo para mí prueba de su grandeza en todos sus aspectos, pues fueron pocas las veces que un hombre productor de inmensa conmoción dejase de perecer en ella, pues éste es el destino de los revolucionarios. Lutero continuó siendo soberano en esta gran revolución; los Protestantes de toda jerarquía pusieron sus ojos en él como guía, jefe que no perdía la serenidad, que continuaba firme y pacífico en su puesto. Quien así se conducía, debió gozar de real fatultad, poseer el don de discernir dónde estaba la entraña de las cosas, afianzarse valerosamente en ella, como hombre fuerte y sincero, para que otros sinceros como él, se le uniesen, pues de no ser así carecería de adeptos. En aquellas circunstancias, fue ciertamente notable la clara y profunda fuerza de juicio de Lutero, vigoroso en todo, en silencio, tolerancia y moderación.

Su tolerancia fue típica, distinguiendo lo esencial y lo que no lo es, atendiendo sólo a lo primero. Una vez le dijeron que un predicador reformado se negaba a predicar sin sotana; que se la ponga, respondió, ¿qué mal hay en que la lleve? ¡Póngase tres si cree que eso le beneficia! Su proceder en la cuestión de los iconoclastas de Karlstadt, los Anabaptistas, la guerra de los Campesinos, indica nobleza de fuerza, muy distinta a la espasmódica violencia. Era hombre que discernía la realidad de las cosas, fuerte y justo, que indicaba sabiamente lo que había que hacer, aceptándolo los demás. Sus escritos testimonian cuanto decimos. Aunque el dialecto de esas especulaciones se haya anticuado, las leemos con gusto. Su estilo gramatical es tolerable todavía; el mérito de Lutero en la historia literaria es grande, pues su modo de escribir fue el adoptado en todas las obras. Cierto es que sus veinticuatro volúmenes en cuarto no están bien redactados, mas hay que tener en cuenta que los escribió apresuradamente, sin propósito literario. Debo declarar que en ningún libro hallé facultad más robusta, genuina y noble, que en los suyos, escritos con ruda sinceridad, familiaridad, sencillez, sentido y vigor. Irradia luz; sus mortíferas frases penetran el secreto de lo que trata; muestra gracejo, tierno afecto, nobleza y profundidad; en él hay un Poeta; mas su tarea era elaborar un poema épico, no escribirlo. Lo considero un gran Pensador, porque su grandeza de corazón lo proclama.

Dice Richter que las palabras de Lutero son semi batallas, y así pueden calificarse. Su cualidad esencial era poder luchar y vencer; fue modelo exacto de Valor viril. En esa raza de teutones, cuya característica es el valor, no hubo hombre más valiente, ni corazón más animoso que el suyo. Su reto a los Diablos en Worms, no fue mera jactancia, como pudiere creerse, de producirse hoy. Creía Lutero que los diablos, ciudadanos espirituales de las Tinieblas, asediaban continuamente al hombre, cosa a que alude repetidas veces en sus escritos, sirviendo de base para que algunos se le burlasen. Cuando visitamos su estancia en el Wartburg, dende traducía la Biblia, nos señalan una mancha negra que hay en la pared; extraño recordatorio de una de sus luchas. Estaba traduciendo un salmo, fatigado de su largo trabajo, débil a causa de la abstinencia, cuando vió ante sus ojos una odiosa e indefinible Imagen, que tomó por el Malo, que le molestaba en su tarea; levantóse retador, lanzando el tintero contra el espectro, que desapareció. Allí está la mancha de tinta, curioso monumento de muchas cosas. Cualquier practicante de farmacia puede hoy decirnos qué hay que pensar sobre tal aparición y de modo científico, mas el corazón del hombre que se atreve a levantarse y desafiar frente a frente al Infierno, no puede dar mayor prueba de intrepidez. Ni en el mundo, ni bajo de él, había cosa que lo acobardase. En uno de sus escritos, dice: Bien sabe el Diablo que esto no tiene su origen en el miedo, pues he visto y desafiado innumerables Demonios. El Duque Jorge (de Leipizg, uno de sus grandes enemigos) no iguala a un solo Diablo (ni mucho menos). Si tuviere algo que hacer en Leipzig, allí iría, aunque lloviesen Duques Jorges nueve días seguidos. ¡Qué diluvio de Duques! Grandemente se equivocan los que imaginan que el valor de este hombre fue ferocidad, terca y vulgar obstinación, crueldad, como muchos creen: muy lejos de eso. Puede haber ausencia de temor, debido a ausencia de preocupación o afecto, presencia de odio y de estúpida ira. No apreciamos en mucho el valor del tigre. En Lutero se daba cosa muy diferente, no hay acusación más injusta que la de mera violencia feroz. Su corazón estaba henchido de bondad, piedad y amor, como todo corazón valiente de veras. El tigre huye ante enemigo más fuerte que él, por eso no lo creemos valiente, sino fiero y cruel. Pocas cosas conozco más conmovedoras que los suaves latidos de afecto, suaves como los del hijo o de la madre, que animaban el Impetuoso corazón de Lutero, tan verídico, puro, sin hipocresía, familiar, rudo en sus expresiones, claro como el agua que surge de la roca. ¿Qué fue aquella actitud abatida por la desesperación y reprobación que vemos en su juventud, sino producto de noble y reflexiva mansedumbre, sutilidad y finura de afecto? Ése es el estado en que están sumidos hombres como el desdichado Cowper. Para el observador superficial, Lutero podría pasar por tímido, débil; la modestia y la ternura afectiva son sus principales características. El valor despertado en corazón como el suyo, es noble; al verse hostigado y desafiado, se inflamó con celeste llama.

En la Sobremesa de Lutero, libro póstumo de anécdotas y frases recopiladas por sus amigos, ahora el más interesante entre todos los suyos, hallamos bellas manifestaciones inconscientes de su verdadera naturaleza. Su modo de proceder ante el lecho de muerte de su hija, grande y admirable todavía, figura entre los más emocionantes. Se resignó a que muriese su pequeña Magdalena, anhelando al mismo tiempo conservase la vida, siguiendo su pensamiento empavorecido la ascensión de su almita a través del reino desconocido, con el corazón desgarrado, encogido, sincero, pues a pesar de todos los credos y dogmas comprendía que nada sabemos ni podemos saber: su pequeña Magdalena iba a reunirse con Dios, porque Dios lo quiso así; también eso era todo para Lutero; Islam es todo.

Una noche asomóse a una de las ventanas del Castillo de Coburgo, su Patmos solitario, contemplando la gran bóveda de la Inmensidad, surcada por largas y veloces nubes, muda, gigantesca, preguntándose: ¿Quién sostiene todo esto? Nadie vió nunca las columnas que lo soportan; no obstante, se sostiene. Dios lo sostiene; hay que reconocer que Dios es grande, bueno, tener fe en lo invisible. De vuelta de Leipzig le sorprendió la belleza de los campos a punto de segar, diciéndose: ¿Cómo se sostiene el amarillo trigo sobre su esbelto tallo?; su dorada espiga se inclina y balancea; la humilde tierra lo ha producido al mandato de Dios: es el pan del hombre. Contemplando un crepúsculo en el jardín de Wittenberg vió un pajarillo que se posaba en una rama, exclamando: Sobre ese pajarito lucen las estrellas, está el profundo Cielo de los mundos; ha plegado sus alitas y se posa confiadamente para pasar la noche; su Creador le ha procurado cobijo. No falta la alegría en este libro; en este hombre había un gran corazón humano. Su lenguaje posee áspera nobleza, abunda en modismos, es expresivo, sincero, brillando en él de vez en cuando los matices poéticos. En Lutero vemos un hermano. Su afición a la música es resumen de todos sus afectos; muchas de las cosas que no pudo expresar con la palabra las confió a los tonos de la flauta, afirmando escapaban los Diablos cuando oían sus notas. Por una parte desafiaba a la muerte, por otra amaba la música. Para mí éstos eran los dos polos opuestos de su grande alma; entre ellos había lugar para todo lo grande.

En el rostro de Lutero veo la expresión de su personalidad, creyendo que los mejores retratos de Kranach son su fiel efigie, rostro de plebeya dureza, con sus grandes cejas y huesuda cara, emblema de tosca energía, faz casi repulsiva a primera vista. No obstante, en sus ojos brilla indómita y silenciosa pena, melancolía sin nombre, elemento de suaves y finos afectos, imprimiendo al resto el sello de la verdadera nobleza. Lutero reía, pero también lloraba; el llanto y el duro trabajo le acompañaban, siendo la Tristeza y la actividad base de su vida. En sus últimos días, tras los triunfos y victorias, expresa su cansancio de vivir, considerando que sólo Dios puede y quiere regular el curso de las cosas, que tal vez no esté lejano el Día del Juicio. Únicamente desea una cosa: que Dios lo libre de su labor, lo llame y lo deje gozar de reposo. No lo comprenden los que señalan ese deseo para desacreditarlo. Para mI Lutero es el verdadero Gran Hombre, grande intelectualmente, en valor, afecto e integridad, uno de los más amables y valiosos, no de la grandeza del esculpido obelisco, sino de la montaña alpina, tan sencillo, honrado, espontáneo que no piensa en la grandeza. Es el picacho granítico que rasga las nubes adentrándose en el Cielo; el monte en cuyas requebrajaduras brotan las fuentes que vivifican bellos valles floridos. Es Héroe Espiritual y Profeta, verdadero Hijo de la Naturaleza y de los Hechos, cuya aparición agradecerán al Cielo los siglos pasados y venideros.

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