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QUINTA CONFERENCIA

El héroe como literato.
Johnson.
Rousseau.
Burns.

Primera parte

(Martes, 19 de mayo de 1840)

Los Héroes-Dioses, Profetas, Poetas y Sacerdotes, son formas del Heroísmo propias del pasado, surgidas en épocas remotas; la posibilidad de algunas de ellas cesó hace mucho tiempo, sin que puedan reaparecer. Hoy hablaremos del Héroe como Literato, producto de nuestros días, abrigando la esperanza de su existencia como una de las formas principales del Heroísmo en el porvenir mientras subsista el maravilloso arte de la Escritura o su reproducción, llamado Imprenta; es singularísimo fenómeno en varios aspectos.

Es nueva forma de Heroísmo, reciente, cuya aparición se remonta sólo a un siglo. Hasta hace unos cien años no hubo figura de Grande Alma que viviera independiente de modo tan anómalo, esforzándose por expresar su inspiración mediante Libros Impresos, que gozase de consideración y pudiese vivir de lo obtenido a cambio de su trabajo. Mucho se ha vendido y comprado, dejando corriera su suerte en el mercado, pero hasta entonces nunca había ocurrido lo mismo en cuanto a la sabiduría inspirada del Alma Heroica de manera tan cruda. Curioso espectáculo verlo en su descuidada buhardilla, con su raído traje, sus derechos y yerros literarios, imperando después de muerto, desde su tumba, sobre naciones y generaciones enteras, que le procuraron pan o se lo regatearon en vida. Pocas formas de Heroísmo hay más inesperadas.

En tiempos remotos tuvo el Héroe que revestir extrañas formas, porque, por su singularidad, muchas veces no sabían qué hacer con él. Parécenos absurdo pudiesen los hombres en su ruda admiración considerar Dios al magnífico y sensato Odin adorándolo como tal; al magnánimo y juicioso Mahoma como inspirado por la Divinidad, siguiendo religiosamente su Ley durante doce siglos; quizás algún día parezca aun más absurdo que los doctos y sublimes Johnson, Burns y Rousseau fuesen considerados como meros ociosos venidos al mundo para combatir el tedio a cambio de algunos aplausos y monedas que les permitiesen vivir. No obstante, puesto que lo espiritual es siempre lo que determina lo material, este mismo Literato-héroe debe considerarse como el personaje más importante hoy, porque es el que anima a todos los demás, que obran de acuerdo con su consejo. El aspecto más significativo de la situación general del mundo es la manera como lo considera. Si penetramos en su vida podremos tener claro concepto de la vida de esos singulares siglos que lo produjeron y en los que vivimos y laboramos.

Hay Literatos auténticos y otros que no lo son, porque en todos los géneros hay legítimos y espurios. Si Héroe es sinónimo de legítimo, afirmo que el Literato como Héroe desempeña función honorabilísima, sublime, cuya superioridad ha sido reconocida ya. Manifiesta la inspiración de su espíritu tal como brota en él, lo más que puede hacer el hombre. Digo inspiración, porque lo que llamamos originalidad, sinceridad, genio, es decir, la cualidad heroica para cuya expresión carecemos de palabra, significa todo eso. Es Héroe el que mora en la esfera interna de las cosas, en la Verdad, lo Divino y Eterno existente, invisible para los más, bajo lo Temporal, Trivial, residiendo en esencia en aquello, manifestándólo en sus actos o palabras, revelándose. Su vida es un retazo del sempiterno corazón de la Naturaleza, siéndolo todos, pero los débiles desconocen la realidad, siéndole infieles las más de las veces, mientras los fuertes son heroicos, perennes, porque la realidad no puede ocultárseles. El Literato, como todos los Héroes, existe para proclamarla como le sea posible. Intrínsecamente desempeña la misma función que aquellos a quienes las remotas generaciones llamaron Profetas, Sacerdotes, Divinidades, porque todos ellos vinieron al mundo para lo mismo: expresar o llevar a cabo lo que había que hacer.

Fichte, el filósofo alemán, dictó hará unos cuarenta años en Erlangen, un notable Curso de Conferencias sobre el tema: Ober das Wesen des Gelehtrten, De la Naturaleza del Literato. De conformidad con la Filosofía Trascendental, en la que descolló como maestro, declara: Que todo cuanto vemos o efectuamos en el Mundo, especialmente nosotros y todos los demás, es una especie de ropaje o Apariencia sensible, bajo la cual reside como esencia lo que denomina Idea Divina del Mundo, que es la Realidad residente en el fondo de toda Apariencia. La muchedumbre desconoce esa Idea Divina, viviendo entre superficialidades, posibilidades y apariencias del mundo, según Fichte, sin sospechar que hay algo divino en su entraña. Pero el Literato surge especialmente para discernir por sí y manifestarnos esa Idea Divina, exteriorizándose en cada nueva generación mediante nuevo dialecto, naciendo para eso. Tal es la fraseología de Fichte, de la que no disentimos. Ésa es su manera de llamar lo que me esfuerzo por denominar imperfectamente, porque hasta ahora no tiene nombre: La inefable Significación Divina, esplendente, maravillosa y aterradora, que mora en el ser de todos los hombres, de todas las cosas: la Presencia del Dios que nos creó a todos y a todas ellas. Eso enseñó Mahoma en su dialecto y Odin en el suyo; es lo que todos los corazones pensantes tienen que enseñar, en un dialecto u otro.

Fichte llama al Literato Profeta, mejor dicho Sacerdote, que incesantemente revela lo Divino a los hombres: los Literatos son Sacerdotes perpetuos que enseñan al hombre, generación tras generación, que Dios preside su vida, que toda Apariencia observada en el mundo, no pasa de ropaje que viste la Idea Divina del Mundo, residente en el fondo de la Apariencia. Siempre hay en el legítimo Literato cierta santidad reconocida o denegada; es la luz del mundo, el Sacerdote que le sirve de guía como sagrada Columna de Fuego en su tenebrosa peregrinación a través del desierto del Tiempo. Fichte distingue con celo el Literato auténtico, lo que llamamos Héroe como Literato, de la multitud de falsos y vulgares. El que no vive por completo en esta Idea Divina, o vive parcialmente sin esforzarse como el bueno por vivir totalmente en ella, no es Literato, more en donde more, con la pompa y prosperidad que lo rodee; Fichte lo llama chapucero. En el mejor caso, si pertenece a las provincias prosaicas, puede ser un jornalero; Fichte llega a llamarlo una nulidad, no teniéndole lástima, negándole el derecho a la dicha entre los hombres. Ésa es la opinión de Fichte sobre el Literato, tiene el mismo significado que nosotros le damos. Desde este punto de vista considero que durante los últimos cien años, Goethe, conterráneo de Fichte, ha sido el más notable entre los Literatos. También él gozó, de extraña manera, de lo que llamamos vida en la Idea Divina del Mundo; visión del divino misterio interior; lo sorprendente es que en sus Libros surge el mundo imaginado como divino, como creación y templo de un Dios. Goethe lo iluminó todo, no con el violento, impuro e ígneo esplendor de Mahoma, sino con suave y celestial resplandor: fue Profecía de estos tiempos carentes de profetas; para mí es la más grande de las cosas que se han sucedido en nuestra época, aunque también la más tranquila. Nuestro modelo de Héroe-literato sería Goethe, siéndome agradabilísimo relataros su heroísmo, porque lo considero Héroe legítimo, heroico en cuanto dijo e hizo, quizá más aun en lo que silenciara o dejara de hacer, ofreciendo el noble espectáculo del héroe clásico, hablando y guardando silencio como los antiguos, personificado en el más moderno, fino y culto Literato, sin que haya otro caso durante los últimos ciento cincuenta años.

Pero ahora, dado lo que en general se sabe de Goethe, considero inútil hablar de él. Para la mayor parte de los oyentes, Goethe resultaría problemático, vago; dijese lo que dijese, causaría una falsa impresión; por eso lo reservamos al porvenir, siendo preferible hablaros de Johnson, Burns y Rousseau, tres grandes figuras anteriores a él, debido a circunstancias bastante inferiores. Los tres son del siglo XVIII; el ambiente de su vida parécese mucho más al actual en Inglaterra que al de Goethe en Alemania. Desgraciadamente estos hombres no vencieron como él; lucharon valientemente y cedieron. No fueron heroicos portadores de luz, sino heroicos buscadores. Vivieron en amargas circunstancias, luchando bajo montañas de obstáculos, no pudiendo revelarse claramente ni alcanzar la victoria interpretando esa Idea Divina. Lo que puedo mostraros es las Tumbas de tres Héroes Literarios; ahí tenéis los túmulos monumentales bajo los que yacen tres gigantes espirituales; tristes, ciertamente, mas grandes e interesantísimas para nosotros. Detengámonos unos momentos ante ellas.

Con frecuencia oímos lamentaciones sobre lo que llamamos estado de desorden social, lo mal que efectúan su cometido muchas fuerzas sociales articuladas; cuántas entre las más poderosas obran inútilmente, caóticas, mal relacionadas; la queja es justa, todos lo sabemos. Mas quizá si consideramos la de los Libros y sus Autores, hallemos algo como sumario de la desorganización de todo lo demás, especie de corazón del que parte y al que concurre la confusión mundial. Considerando lo que hacen los Autores de Libros en el mundo y lo que el mundo hace con ellos, opino que es lo más anómalo que presenta hoy la sociedad. Si intentásemos explicarlo nos aventuraríamos en insondable mar; no obstante, hay que considerarlo por requerirlo nuestro tema. El peor elemento de la vida de esos tres Héroes Literarios fue haber hallado su tarea y situación como un caos. La senda trillada permite hacer camino; lo penoso, lo que hace caigan muchos, es abrir un sendero a través de lo intransitable.

Nuestros piadosos Padres, comprendiendo cuán importante es que el hombre dirija la palabra a sus congéneres, edificaron iglesias, instituyeron fundaciones, redactaron reglamentos; en todo pueblo civilizado hay un Púlpito rodeado de toda clase de adjunciones complejas y dignificadas, desde el que el hombre habla a sus hermanos para instruirlos. Los antepasados creian que esto era lo más importante, sin lo cual era inútil todo lo demás. Piadosa fue su obra, bella su contemplación; mas hoy, con el arte de la Escritura y la Imprenta, cambiaron las cosas totalmente. ¿No es el Autor de un Libro, Predicador que habla a todos, en todo tiempo y latitud y no a esta o aquella parroquia y en día señalado? No es de suma importancia que su líbro esté bien o mal escrito, lo que importa es que sus ojos vean claramente, pues de no ser así se extravían los demás órganos. El modo como escriba su obra, bien o mal, que no llegue a escribirla, es cosa que a nadie preocupa; quizás importe al librero que piense beneficiarse con su venta, de tener éxito, pero no a los demás. Nadie pregunta de dónde vino, a dónde llegará, qué puede hacerle avanzar en su carrera literaria, por no ser esencial para la sociedad, vagando como solitario ismaelita en mundo cuya luz espiritual es, para salvarlo o para perderlo.

El Arte de la Escritura es el más maravilloso ideado por el hombre. Las Runas de Odin fueron la primitiva forma de la labor del Héroe; los Libros, las palabras escritas, son milagrosas Runas perfeccionadas; en ellos reside el alma de todo el Pasado, la voz articulada y audible del Pasado, cuando la sustancia corporal y material se ha desvanecido como ensueño. Estimables y magníficas son las poderosas flotas y ejércitos, los puertos, arsenales, inmensas ciudades de elevadas cúpulas y admirables fortificaciones, pero, ¿qué son para el tiempo? Agamenón, los muchos Agamenones, Pericles y su Grecia trocáronse en ruinosos fragmentos, mudos y tristes restos, montones de piedra, mientras en los Libros Griegos vive Grecia literariamente para los pensadores que la evocan. No hay Runa más extraña que un Libro; todo cuanto hizo, pensó, logró, o fue la Humanidad reside mágicamente conservado en sus páginas; por eso es posesión predilecta del hombre.

Los Libros obran milagros, como se decía de las Runas, puesto que persuaden a los hombres. Hasta la despreciable novela por entregas que las alocadas muchachas de la perdida aldea leen con avidez influye en los convenios matrimoniales y en los hogares. Así lloró Celia, así obró Clifford, y el disparatado Teorema de la Vida, grabado en los jóvenes cerebros, se convierte ea sólida práctica un día. Considerad si hubo Runa que obrase en la más impetuosa imaginación de un Mitólogo las maravillas que algunos Libros han operado en la tierra firme. ¿Quién erigió la construcción de la catedral de San Pablo? Si penetramos al corazón de la cosa, descubriremos fue aquel divino Libro Hebreo, en parte, la palabra de Moisés, el desterrado que conducía a sus Madianitas por las soledades del Sinaí hace cuatro mil años; aun siendo la más extraña de las cosas no por ello deja de ser cierto. Con el arte de la Escritura, del que la Imprenta es simple, inevitable e insignificante corolario, inicióse el verdadero reino de los milagros para la humanidad. Enlazó el Pasado Remoto con el Presente en tiempo y lugar con sorprendente contigüedad y perpetua intimidad, todas las épocas y lugares con nuestro Aquí y Ahora, alterándolo todo, vari:mdo todas las prácticas en las importantes funciones del hombre: la enseñanza, la predicación, el gobierno, todo.

Veamos la enseñanza, por ejemplo. Las Universidades son un notable, respetable producto de los tiempos modernos. También su existencia ha sido modificada hasta la base, debido a los Libros. Surgieron las Universidades cuando todavía no era posible procurárselos con facilidad, cuando un hombre, para obtener un solo Libro tenía que dar un trozo de tierra. En esas circunstancias, si alguien tenía que comunicar algún conocimiento, reunía a sus oyentes y lo manifestaba. Para saber lo que Abelardo sabía, había que ir donde estuviera y escucharlo, siendo treinta mil los que fueron a oír de sus labios su teología metafísica, ocurriendo otro tanto con todo profesor que tuviera algo propio que manifestar, porque allí disponía de local, al que acudían muchos miles ansiosos de ciencia; luego presentábase un tercer profesor, aprovechando la coyuntura, aumentando en importancia a medida que afluían los maestros; entonces el Rey, ante aquel nuevo fenómeno, combinó o reunió las variás escuelas, concediendo edificios, privilegios, facilidades, llamando a dichos centros Universitas o Escuelas de todas las Ciencias; surgió la Universidad de París con su carácter esencial, modelo de las sucesivas Universidades que, durante seis siglos, fueron fundándose una tras otra. Así creo se originaron las Universidades.

Salta a la vista que debido a la facilidad en adquirir libros cambiaron las cosas por completo, que con la invención de la Imprenta quedaron metamorfoseadas las Universidades, reemplazándolas, porque el Maestro no necesitaba reunir a la gente para comunicarle su saber, sino imprimir un libro y de este modo todos los estudiosos podían adquirirlo por poco dinero, leyéndo!o ante su chimenea, propagándose el saber. No pongo en duda la virtud del Discurso; hay escritores que creen conveniente dirigir la palabra al público en algunas circunstancias, como yo en estos momentos. Mientras el hombre tenga lengua habrá y debe haber delimitación de dominios entre el Discurso y la Escritura o Imprenta, respecto de muchas cosas, entre ellas las Universidades; lo que ocurre es que aún no se señalaron o indicaron los límites, no pudiéndose poner en práctica, no existiendo todavía Universidad que adopte este nuevo hecho de la existencia de los Libros Impresos, basando en ellos por completo la enseñanza en el siglo XIX, como basó la suya en la palabra la de París en el XIII. Si reflexionamos observaremos que la Universidad, o cualquier Escuela Superior, no puede hacer por nosotros más de lo que hizo la Escuela primaria, es decir, enseñarnos a leer, porque en ella aprendemos a leer en varios idiomas, diferentes ciencias, aprendiendo el alfabeto y letras de toda suerte de libros, acudiendo a ellos en busca de conocimiento, aun el teórico, dependiendo nuestra sabiduría de nuestras lecturas, después que toda clase de Profesores se esforzaron por instruirnos. La verdadera Universidad de estos días es una Colección de libros.

También la Iglesia experimentó transformación en sus predicaciones y funciones; la Iglesia es la activa y reconocida Unión de nuestros Sacerdotes o Profetas, de aquellos que conducen las almas de los hombres con sabia enseñanza. Cuando no había Escritura, hasta cuando no existía la Imprenta, la prédica oral era el solo medio natural de comunicación; pero ahora, con los Libros, todo el capaz de escribir uno sincero que persuada a Inglaterra es Obispo y Arzobispo, Primado de Inglaterra y de Toda Inglaterra. He dicho muchas veces que los que escriben Periódicos, Folletos, Poemas y Libros, son la Iglesia activa y efectiva de un país moderno. No sólo la predicación, sino la adoración es posible mediante los Libros. El sentimiento noble al que dió cuerpo con melodiosas palabras un espíritu selecto, que conmueve melódicamente nuestro corazón, es ciertamente de la naturaleza de la adoración, si lo comprendemos. En estos tiempos de confusión hay muchos que no tienen otro medio de veneración en todas las naciones. El que nos hace comprender la belleza del lirio silvestre de mejor manera que la conocida, y sea como fuere, nos lo enseña como emanación del Manantial de Toda Belleza, como escritura visible del gran Creador del Universo, canta y hace que cantemos con él un versículo de un Salmo sagrado. Así es en esencia, y mucho más aun en el que canta, dice, o hace llegar hasta nuestro corazón de un modo cualquiera los nobles hechos, sentimientos, atrevimientos y sufrimientos de un hombre hermano, conmoviendo sinceramente nuestro corazón como al contacto de la brasa tomada en el altar. Quizá no hay veneración más auténtica.

La Literatura, tal como se encuentra, es apocalipsis de la Naturaleza, revelación del secreto a voces. Bien pudiera llamarse, a la manera de Fichte, revelación continua de lo Divino en lo Terrenal y Vulgar. Lo Divino perdura en él ciertamente, exteriorizándose mediante un dialecto, luego en otro, con gradual claridad: eso es lo que hacen todos los sinceros y excelsos Cantores y Oradores, consciente o inconscientemente. La sombría y tormentosa indignación de un Byron, tan díscolo y perverso, puede presentar matices de ello; la mofa descarnada de un escéptico francés, la burla que hace de lo Falso, es amor y veneración por lo Verdadero. ¡Cuánto más lo es la armonía universal de un Shakespeare, de un Goethe, la música catedralicia de un Milton!, siendo algo también esas humildes notas de alondra de un Burns, tímida calandria que levantó el vuelo en un surco para planear en las profundas alturas del azur cantando desde allí de modo tan sincero. Porque todo canto sincero es una forma de adoración, como puede decirse de todo trabajo cuyo relato es tal canto, adecuada y melódica representación. En ese inmenso y espumoso océano de Discursos Impresos que denominamos inexactamente Literatura, se agitan fragmentos de verdadera Litúrgica Eclesiástica y Recopilación de Sermones, extrañamente disfrazados para los ojos del vulgo. También ios Libros son nuestra Iglesia.

En lo concerniente al Gobierno, Witenagemote, el antiguo parlamento fue cosa de importancia. En él se deliberaban y decidían los asuntos de las naciones, lo que habíamos de hacer como nación; mas ahora, aun subsistiendo el nombre de Parlamento, los debates se realizan en todos sitios y a todas horas, de manera más comprensible, fuera del Parlamento. Dijo Burke que en el Parlamento había Tres poderes, pero en la Tribuna de los Periodistas había un Cuarto Poder más importante que aquéllos, no siendo esto figura retórica ni chiste, sino hecho cierto, oportuno en nuestros días. También la Literatura es Parlamento. La Imprenta, necesariamente originada en la Escritura, equivale a la Democracia; con la invención de la Imprenta era inevitable la Democracia. La Escritura produce la Impresión, universalizando un día tras otro improvisadas impresiones, como podemos observar. Todo orador que se dirige a la nación se trueca en potencia, en brazo del gobierno, que pesa necesariamente en la aprobación de las leyes, en todo acto de autoridad, sin tener en cuenta su situación, rentas o galas, requiriendo sólo tener lengua a la que presten oídos los demás. La nación es gobernada por todas las lenguas que logran hacerse oír: en eso está virtualmente la Democracia. Añadamos que todo poder existente se organiza lentamente, laborando en secreto refrenado, en la oscuridad, luchando con obstáculos, sin descanso hasta que puede actuar libremente, sin trabas, a la vista de todos. La Democracia que existe virtualmente existirá en manifestarse ostensiblemente.

Siempre llegamos a la conclusión de que todo lo más perentorio, maravilloso y valioso entre todo lo que el hombre hace y produce en este mundo son los Libros, esos humildes trozos de papel de trapo con tinta negra. ¿Qué no hicieron, qué no están haciendo desde el Periódico hasta el sagrado Libro Hebreo? Porque, sea cual fuere la forma exterior de la cosa (hojas de papel y tinta negra), ¿no es ciertamente en su fondo el acto más sublime de la facultad humana lo que produce el Libro? Es el Pensamiento del hombre, la verdadera virtud de taumaturgo; eso le mueve en todo. Todo lo que hace y produce es ropaje de un Pensamiento. La Ciudad de Londres, con sus edificios, palacios, máquinas de vapor, catedrales, su enorme e inmenso tráfico y tumulto es un Pensamiento, millones de Pensamientos reunidos en Uno, un enorme e inmensurable Espíritu de Pensamiento, materializado en ladrillo, hierro, humo, polvo, Palacios, Parlamentos, Coches de alquiler, Diques y todo lo demás. Ningún ladrillo se hizo sin que alguien pensase en producirlo. Lo que llamamos hojas de papel con rasgos de tinta negra, es la materialización mds pura que puede revestir el Pensamiento humano. No nos maravillemos de que sea en todos los aspectos el más noble y activo.

Todo eso, la suma importancia del Literato en la Sociedad moderna, el modo como la Prensa reemplaza al Púlpito, al Senado, al Senatus Academicus y muchas cosas más, ha sido reconocida desde hace mucho tiempo, aceptado finalmente con una especie de triunfo sentimental y sorpresa. Opino que lo Sentimental dejará su lugar poco a poco a lo Práctico. Si los Literatos gozan de tan incalculable influencia, encargándose de tal tarea un día tras otro, creo debemos decidir que el Literato no continuará vagando como desconocido y solitario ismaelita entre nosotros. Ya dije que todo lo que posee poder virtual ignorado romperá sus ligaduras, surgirá un día con potencia ostensible articulada, universalmente visible. Es posible que alguien se atavíe con las galas ajenas, reciba el estipendio por función desempeñada por otro; esto no reporta beneficio, ni es justo tampoco. Y, no obstante, su acertada producción es tarea pesada reservada al lejano porvenir. Lo que denominamos Organización del Gremio Literario está muy lejos aún, abrumado por toda clase de complejidades; si se me preguntase cuál es la mejor organización posible para los Literatos en la sociedad moderna, la ordenación y regulación para su progreso, basada con exactitud en los hechos presentes de su posición y la mundial, respondería que el problema supera en mucho a mis facultades. La solución aproximada no depende de la facultad de un hombre, sino de la de muchos que se sucedan aplicándola sinceramente al problema. Nadie puede decir cuál sería su mejor organización, pero de inquirir: ¿cuál es la peor?, respondería: la actual, en que el Caos es árbitro; estamos muy lejos aún, no solo de la mejor, sina de la buena.

Hay que observar que la concesión de subvenciones de parte del Rey o el Parlamento no es lo más indispensable. Muy poco modificaría la cuestión la concesión de estipendios, donaciones y toda clase de ayuda económica. Estamos. cansados de oir hablar sobre la omnipotencia del dinero. Diré que para el literato auténtico no es un mal la pobreza, que es necesario haya Literatos pobres para demostrar si son legítimos o no. La Iglesia Cristiana instituyó las órdenes Mendicantes, comunidades de hombres buenos condenados a pordiosear, desarrollo naturalísimo y hasta necesario del espfritu del Cristianismo, fundado en la Pobreza, el Sufrimiento, la Contradicción, la Crucifixión, cosas tenidas como Desgracia y Degradación. Puede afirmarse que el que desconoce dichas cosas, ignorando las preciosas lecciones que procuran, pierde oportunidad de aprender. Ningún atractivo tenía pedir limosna, ir descalzo, vestir áspero hábito de lana con una cuerda a la cintura, ser despreciado por todo el mundo, no siendo tampoco honroso, hasta que la nobleza de los sometidos a ello hizo que lo honrasen algunos.

No es corriente pordiosee el Literato en nuestros tiempos; no obstante, ¿quién osará decir que Johnson no es mejor, precisamente por ser pobre? Es necesario que sepa que los bienes exteriores, el éxito de toda índole no es el fin a qüe debe tender. El orgullo, la vanidad, el mal entendido egoísmo de toda especie anidan en su corazón, como en el de todos; eso es lo que ante todo debe desarraigar de su entraña, arrancado sin que le venza el dolor que le cause, como cosas inútiles. Byron nació rico y noble, no llegando donde llegó Burns, pobre y plebeyo. ¿Quién sabe si en la mejor organización posible, muy lejana todavía, no entrará la Pobreza como importante elemento? ¿Qué tendría de extraño que nuestros Literatos, hombres venidos a ser Héroes Espirituales, fueren entonces, como ahora son, una especie de orden monástica involuntaria, sujetos a la misma fea Pobreza, hasta que probaren lo que en ella reside, hasta aprender lo que ella puede hacer por ellos? Cierto es que el dinero puede mucho, mas no puede todo. Hay que conocer cuál es su dominio, confinándolo y rechazarlo, cuando se proponga rebasarlo.

Supongamos que ya estuvieran prefijados los auxilios pecuniarios, la fecha de su entrega, el distribuidor, ¿cómo reconocer entonces al Burns que los merece? Tendría que someterse a prueba y justificarlo. Este agitado caos llamado Vida Literaria ya es una prueba. Evidente verdad hay en la idea de que las clases inferiores de la sociedad lucharán siempre por remontarse a las regiones superiores para alcanzar la recompensa, pues en ellas hay hombres fuertes nacidos para ocupar mejores puestos. La lucha múltiple, inextricablemente compleja, universal, constituye y debe constituir lo que llamamos progreso de la sociedad, para los Literatos lo mismo que para todos los demás. ¿Cómo reglamentar esa lucha? He ahí el problema. ¿Lo abandonaremos a merced del ciego azar como remolino de dispersos átomos que se eliminan unos a otros, llegando uno entre mil, mientras se pierden novecientos noventa y nueve en el camino? ¿Permitiremos que languidezca en su buhardilla el noble Jonhson, uncido al yugo del impresor Cave; que muera el desesperado Burns en su oficio de aforador; que llegue Rousseau a la loca exasperación haciendo estallar Revoluciones francesas con sus paradojas? Ya hemos dicho que ésa es la peor organización. La mejor está muy lejos aún.

Sin embargo, no hay que dudar que está en marcha, que avanza hacia nosotros, aunque oculta en el seno de los siglos; es profeda que podemos arriesgamos a hacer; porque tan pronto discierne el hombre la importancia de una cosa comienza infaliblemente a organizarla, a facilitarla, a impulsarla, no descansando hasta que lo consigue dentro de lo posible. He dicho que entre todos los Sacerdocios, Aristocracias, Clases Gobernantes existentes en este mundo, no hay clase comparable por su importancia con el Sacerdocio de los Autores de Libros. Hecho es ése que puede observar el que estudia, sacando deducciones. Cuando solicitaron de Pitt ayuda para Burns replicó: La Literatura se encargará de si misma. Si, añade Southey, y también de ustedes, si se descuidan.

Para el Literato como individuo el resultado no es importante, por ser mero individuo, fracción inCinitesimal del gran organismo; puede seguir luchando, vivir o morir, como ocurre. A quien interesa vivamente que sitúe su luz en elevadas regiones, para guiarse por ella y no la pisotee desperdiciándola (no sin conflagración) como hasta hoy, es a la sociedad. Lo que necesita el mundo es luz. Si la sabiduría dirige al mundo, el mundo logrará sus victorias y será el mejor que pueda producir el hombre. A esta anomalía de una Clase Literaria anárquica la llamo la entraña de todas las demás anomalías, producto y origen de ella; su organización sería el punctum saliens de nueva vitalidad y equitativa organización de todo. En algunas naciones europeas, Francia y Prusia, por ejemplo, descubrimos algunos conatos de organización de la Clase Literaria, que indican que esa organización es posible. Yo creo que es posible; que muy pronto tendrá que serlo.

El hecho más interesante que conozco de los chinos, que no podemos aclarar, pero que excita intensamente la curiosidad aun siendo tan oscuro, es su propósito de que los gobiernen los Literatos. Temerario sería afirmar que comprendemos cómo se hace o con qué grado de éxito. Todo eso tiene que sufrir un gran fracaso; no obstante, por pequeño que fuera su éxito tiene gran valor, teniéndolo el solo hecho de intentarlo. Parece que en toda la China se busca con mayor o menor actividad a los hombres de talento de la joven generación. Hay escuelas, para cada uno; el plan de estudios será tonto, pero hay un plan. Los niños que se distinguen en el primer grado pasan a ocupar los mejores sitios en la secundaria, procurándoles ocasión para distinguirse más aun y así van ascendiendo. Parece que los Funcionarios y Gobernantes incipientes se seleccionan en estos establecimientos. A tales alumnos aventajados les encomiendan la tarea de gobernar. No sin razón, porque se trata de hombres que ya han demostrado capacidad. Ensayadlos: no han gobernado ni administrado hasta ahora; tal vez no puedan hacerlo, pero no hay duda de que tienen algún Entendimiento, sin el cual nadie es capaz de efectuarIo. El Entendimiento no es instrumento, como pudiera creerse, sino mano capaz de manejar cualquier instrumento. Ensayad esos hombres; son entre todos los más dignos. No conozco sistema de gobierno, constitución, revolución, organismo o máquina social en el mundo tan prometedor para la curiosidad científica como éste. El hombre de talento a la cabeza de la cosa pública: tal es el fin de toda constitución y revolución, si es que tienen un fin. Porque el hombre de verdadero talento, como afirmo y creo siempre, es el hombre de noble corazón. el sincero, el justo, el humano y valiente. Si ponemos el gobierno en sus manos todo irá bien, si no lo descubrimos, aunque las Constituciones abunden como las moras y aunque haya un Parlamento en cada aldea, nada se adelantará.

Es cierto que todo esto parece extraño, y no es un tema de común discusión. Pero estamos en extraña época, llegará día en que habrá que discutir sobre ello. para que sea realizable, para realizarlo de algún modo, tanto estas cosas como muchas otras. Todo el mundo anuncia, de modo que puede oírse, que finalizó el Imperio de la Rutina; que los muchos años de duración de una cosa no son razón para que continúe en vigor. Todo lo pasado tuvo su época de decadencia; en toda sociedad europea hay muchedumbres incapaces de vivir sujetas a lo pasado. Cuando millones de hombres no pueden ya ganar el pan a pesar de grandes esfuerzos, y, cuando de cada tres hombres hay uno que carece de patatas de tercer orden treinta y seis semanas cada año, las cosas del pasado tienen que sufrir alteraciones. Dejemos ahora el tema de la organización de los Literatos.

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