Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CUARTA CONFERENCIA

El héroe como sacerdote.
Lutero.
La Reforma.
Knox.
El puritanismo.

Primera parte

(Viernes, 15 de mayo de 1840)

Ahora trataremos del Gran Hombre como Sacerdote. Me he esforzado por mostrar que la esencia de todos los Héroes es idéntica; que cuando surge un alma grande que discierne la Divina Significación de la Vida, anima al hombre predispuesto a explicárnosla, a cantarla, a luchar y a laborar por ella de una manera grande, victoriosa, perdurable; que surge el Héroe, cuya forma exterior depende de la época y ambiente en que vive. También el Sacerdote, a mi entender, es una especie de Profeta; porque en él debe brillar la llama de la inspiración, pues así hay que denominarIa. Él es quien preside la adoración de la gente, es el Lazo que une a los seres con la Invisible Santidad. Es el Capitán espiritual del pueblo, del mismo modo que el Profeta es su Rey espiritual con muchos capitanes; los guía en el camino del cielo en este mundo y en sus deberes. El Sacerdote ideal es también lo que llamamos voz originada en el Cielo invisible, que lo interpreta como el Profeta, pero de manera más familiar, haciéndolo comprender a los hombres: el Cielo invisible, el evidente secreto del Universo, que pocos pueden ver. Es el Profeta desprovisto de su más temible esplendor, que arde con suave y equilibrada llama, como esclarecedor de la vida ordinaria. Ése es, a mi entender, el Sacerdote ideal, en remotos tiempos, hoy y siempre. Todos sabemos que al reducir a práctica el ideal precisa grandísima tolerancia. El Sacerdote que dejare de ser lo que decimos, que no procurase serlo, es carácter que no merece figurar en nuestras Conferencias.

Lutero y Knox fueron Sacerdotes por vocación expresa, que cumplieron fielmente dicha función en su lato sentido. Sin embargo, sienta mejor ahora considerarlos principalmente en cuanto a su carácter histórico, antes como Reformadores que como Sacerdotes. Quizá hubo otros Sacerdotes tan notables como ellos en épocas de calma, que cumplieron fielmente el oficio de Director de Culto, proyectando luz Celeste en la vida ordinaria de la gente mediante fiel heroísmo, que condujeron al pueblo por el camino que tenía que seguir como guiado por Dios. Pero cuando el camino presenta asperezas, debido a luchas, confusión y peligro, el Capitán espiritual que sirve de caudillo, es para los que viven del fruto de su experiencia, más notable que cualquier otro. Es el Sacerdote guerrero y batallador que conduce a su pueblo, no al trabajo tranquilo y fiel como en tiempos de bonanza, sino al conflicto fiel y valeroso en tiempos de violencia, de disolución, servicio mucho más peligroso, más memorable, fuere o no más elevado. Éstos son los dos hombres que consideramos nuestros mejores Sacerdotes, ya que fueron nuestros mejores Reformadores. ¿No es el :verdadero Reformador por naturaleza el Sacerdote ante todo? Él es quien apela a la invisible justicia del Cielo contra la fuerza visible de la Tierra, sabiendo que la invisible es la única fuerte; cree en la divina verdad de las cosas, clarividente cuya vista rasga las apariencias, adorador de la divina verdad de las cosas. Es Sacerdote, porque de no serlo ante todo, no valdría como Reformador.

Así como hemos considerado a los Grandes Hombres en varias actividades: como constructores de Religiones, Formas heroicas de la Existencia humana en este mundo, Teorías de la Vida dignas de ser cantadas por un Dante, Prácticas de Vida expuestas por un Shakespeare, ahora vamos a considerar el proceso inverso, que también es necesario, que debe llevarse a cabo de Heroica manera. Lo curioso es que sea necesario, y realmente lo es. El suave resplandor de la luz del Poeta tiene que dejar su lugar al fulgurante del Reformador; por desgracia también el Reformador es personaje que no puede faltar en la Historia. El Poeta, con su suavidad es el producto y última justificación de la Reforma, o de la Profecia, mas con su impetuosidad. De no ser por los activos Santos Domingos y Ermitaños de Tebaida, no hubiere surgido el melodioso Dante, el rudo Esfuerzo Práctico escandinavo y otros, desde Odin hasta Walter Raleigh, desde Ulfilas a Cranmer, capacitaron a Shakespeare para que hablase. El refinado Poeta es síntoma de que su tiempo ha llegado a su perfección y tocado a su término, como dije, que pronto alboreará nueva época, que precisamos de nuevo Reformadores. Sin duda mejor sería si pudiésemos avanzar siempre acompañados de la música, nos educasen y enseñasen nuestros Poetas, como lo hicieron en remotos tiempos los Orfeos con aquella sencilla gente y, de faltarnos este modo rítmico musical, ¡cuán agradable sería pudiéramos lograr nuestro anhelo de modo equilibrado, es decir, si apacibles Sacerdotes, reformándonos día tras día, nos bastasen! Pero no es así, pues ni aun esto último ha sido realizado hasta hoy. El batallador Reformador es fenómeno necesario e inevitable de vez en cuando. Nunca faltan obstáculos; las mismas cosas que antes fueron auxilios indispensables se truecan en obstáculos y debemos desprendemos de ellas, y apartarlas de nuestro camino, cosa dificilísima con frecuencia. Es ciertamente notable la manera como un Teorema o Representación espiritual, como pudiéramos llamarlo, que abarcó alguna vez el entero Universo, siendo satisfactorio en todas sus partes para el agudo intelecto de Dante, uno de los más grandes del mundo, fuera puesto en duda durante el curso de otra centuria por vulgares inteligencias y llegara a negarse, siendo hoy para todos absolutamente increíble, anticuado, como el Teorema de Odin. Para Dante, la Existencia humana, la conducta de Dios para con los hombres, estuvo bien representada por aquellos Malebolges, Purgatorios; para Lutero no. Y, ¿por qué? ¿Por qué no pudo continuarse el Catolicismo de Dante, siendo necesario fuera seguido del Protestantismo de Lutero? ¡Ay de mí, nada continúa!

No tengo gran fe en el Perfeccionamiento de las Especies, tal como se expone en nuestros días, ni creo pondríais gran interés en escuchar su relato, porque la discusión sobre la materia es con frecuencia extravagante, confusa. No obstante, puedo decir que el hecho en sí parece cierto; también podemos descubrir su inevitable necesidad en la naturaleza de las cosas. Como he dicho ya, todo hombre no sólo es aprendiz sino también actor, que aprende lo pasado mediante el entendimiento que posee, pero que con esta misma inteligencia descubre algo más, inventa e idea algo que le es propio, por no haber hombre sin originalidad. No hay hombre que crea, o pueda creer exactamente lo que creyera su abuelo; desarrolla de algún modo por nuevos descubrimientos sus opiniones sobre el Universo, y por lo tanto, su Teorema del Universo, que es infinito. No hay opinión ni Teorema algupo capaz de abarcarlo; lo desarrolla; que halla algo creíble para su abuelo, es increíble para él, falso, incompatible con alguna novedad que ha descubierto u observado. Ésa es la historia de todos los hombres, que vemos recopilada en la historia de la Humanidad en grandes valores históricos, revoluciones, nuevas épocas. No hay Montaña del Purgatorio dantesco en el océano del otro Hemisferio, una vez que lo ha surcado Colón. El hombre no lo halla en el otro Hemisferio, porque no está ahí. Otro tanto ocurre con todos los credos de este mundo, con todos los Sistemas de Creencia y de Prácticas que de ellos se derivan.

Si agregamos el hecho melancólico de que siempre que se entibia la Fe pierde vigor la Práctica y prevalecen los errores, las injusticias y las miserias, encontraremos materia bastante para la revolución. El hombre que quiere obrar fielmente en todo necesita siempre creer con firmeza; si tiene que consultar cada vez el sufragio del mundo, si no puede prescindir de él, haciendo valer su voto, no pasa de criado a quien su amo no puede quitar ojo, y la obra que se le encargue adolecerá de defecto, contribuyendo día tras día al desplome inevitable. Todo cuanto haga de mala fe, considerando la apariencia solamente, será nuevo agravio, enlazado con nueva desgracia para alguien. Los agravios se acumulan hasta hacerse insoportables, estallando entonces violentamente, resolviéndose en explosión. El sublime Catolicismo de Dante, increíble hoy teóricamente, deteriorado por la práctica infiel, desconfiada y falsa, tiene que ser destrozado por un Lutero; el noble feudalismo de Shakespeare, tan bello como parecía y lo era en su tiempo, tiene que finalizar en la Revolución Francesa. La acumulación de agravios se resuelve por explosión, como hemos dicho, por voladura volcánica, sucediendo largos periodos turbulentos antes que las cosas se encaucen nuevamente.

Sería ciertamehte triste considerar sólo este aspecto de las cosas, hallando en toda opinión y disposición humana el hecho de que sean inciertas, temporales, sujetas a la ley de la muerte. En el fondo no es así, porque la muerte es únicamente corporal, no de la esencia o espíritu; toda destrucción por revolución violenta, u otro modo. es creación en mayor escala. El Odinismo fue Valor, el Cristianismo Humildad, valor de calidad más noble. Todo pensamiento que el corazón humano abriga sinceramente como cierto, es sincera penetración en la verdad Divina, y contiene verdad esencial para el hombre, resistiendo todos los cambios, siendo posesión eterna para todos. Por otra parte, ¡cuán amarga es la reflexión que supone que todos los hombres, en todas las latitudes, en todas las épocas, excepto en la nuestra, vivieron en el error ciego y condenable! Paganos, Escandinavos, Mahometanos, sólo para que nosotros pudiéremos llegar al último y verdadero conocimiento. Todas las generaciones dé hombres vivieron en la oscuridad y el error, para que la viviente fracción actual pudiere salvarse y gozar certidumbre. Todas las anteriores generaciones, a partir de su origen, avanzaron como los soldados rusos hasta caer en el foso del Fuerte Schweidniz, para rellenarlo con sus yertos cuerpos, para que pasásemos sobre sus cadáveres y nos apoderásemos de la fortaleza. Esto es hipótesis increíble, que hemos visto sustentar con terco énfasis; consideremos al individuo que pisotea los restos de todos los anteriores seguido de su secta en busca de la victoria; ¿qué diremos si cae también en el foso muriendo él con los suyos aferrado a su hipótesis y a su infalible credo? Con todo, que el hombre tienda a reconocer su discernimiento como final, dirigiéndose hacia su objeto, es hecho importante en la naturaleza humana. Creo que de todos modos siempre obrará así, pero precisa lo haga de manera más amplia y prudente. ¿No creéis que cuantos hombres sinceros viven y vivieron son soldados del mismo ejército, rec1utados a las órdenes del Celeste caudillo para luchar contra el mismo enemigo: el Imperio del Error y las Tinieblas? ¿Por qué desconocernos unos a otros y no batallar contra el enemigo, sino contra nosotros mismos, debido a la mera diferencia de uniforme? Todos los uniformes son buenos y contienen un valiente. Todas las armas, el turbante árabe y la rápida cimitarra, el fuerte martillo de Thor que derriba a los Jötuns, deben ser bienvenidas. El grito de batalla de Lutero, la marcha melódica de Dante, todo lo que encierra sinceridad está de nuestra parte, no contra nosotros. A todos los manda el mismo Capitán; somos soldados de un mismo ejército. Ahora vamos a considerar la lucha de Lutero, la índole de sus batallas, cómo se portó en ellas. También Lutero fue nuestro Héroe espiritual, Profeta de su época y de su pueblo.

No está fuera de lugar cierta observación concerniente a la Idolatría. Una de las características de Mahoma, que por cierto lo es de todos los Profetas, es el furor ilimitado e implacable contra la Idolatría, siendo el gran tema de los Profetas, la adoración de los ídolos muertos como Divinidades, cosa que no pueden desterrar, que tuvieron que denunciar continuamente y estigmatizar con inexpiable reprobación, considerándolo como el más horrendo de los errores cometidos; no lo olvidemos. No vamos a entrar en la cuestión teológica sobre la Idolatría. Ídolo es Eidolon, cosa vista, símbolo, no es Dios, sino Símbolo de Dios, pudiendo quizá preguntarnos si hubo algún ignorante que lo considerase como algo más que Símbolo. Supongo que nadie habrá creído que la tosca imagen debida a sus manos fuese Dios, sino emblema de Dios, que estaba en ella de algún modo. Ahora, en este sentido, podemos preguntarnos: ¿no es todo culto un culto de Símbolo, de eidola, o cosas vistas? Si lo visto se hace visible mediante imagen o pintura a nuestros ojos corporales o sólo a la visión interna, a la imaginación, al intelecto, la diferencia será superficial, más nunca esencial. Continúa siendo Cosa Vista, significativa de Divinidad, ídolo. El Puritano más riguroso tiene su Confesión de Fe, Representación intelectual de las cosas Divinas, que adora, que hacen posible la adoración. Todos los credos, liturgias, formas religiosas, conceptos que encierran sentimientos religiosos, son eidola en este sentido, es decir, cosas vistas. Toda adoración debe proceder por Símbolos, por ídolos, pudiendo decir que toda Idolatría es comparativa, y la peor idolatría exagerada.

¿Dónde está su daño? En ella, debe haber algún daño fatal, pues de no ser así, los más celosos profetas no la hubieran reprobado tan unánimemente. ¿Por qué sienten los Profetas tal odio por la Idolatría? Paréceme que en la adoración de esos simples símbolos de madera lo que más provocó al Profeta, llenando su espíritu de indignación y aversión, no fue precisamente lo que sugirió a su propio pensamiento y expuso a los demás, sino la cosa en si. El más rudo pagano que adoraba a Canope o la Piedra Negra del Caabah, era superior al caballo que nada veneraba. En aquel simple acto había cierto mérito duradero, análogo al mérito que hay en el Poeta: el reconocimiento de cierta belleza divina infinita y significativa en las estrellas y en todo lo natural; y, ¿por qué podría condenada el Profeta con tal crueldad? El más sencillo mortal que adora a su Fetiche, cuyo corazón satura por completo, puede ser objeto de lástima, desprecio, repulsión, pero nunca de odio. Dejemos que llene sinceramente su corazón, iluminando la lóbrega estrechez de su entendimiento; dejémoslo creer en su Fetiche, pues entonces, si no es para él lo que debe ser, es tan bueno como pudiera serlo; dejémoslo tranquilo.

Pero surge la fatal circunstancia de la Idolatría: que en la era de los Profetas el entendimiento humano no estaba sinceramente saturado de su ídolo o Símbolo. Antes de que surja el Profeta, que sabe mirar a su través considerando es mera madera, fueron muchos los que tuvieron sus dudas, considerándolo poco más. La Idolatría condenable es la falta de sinceridad. La duda ha carcomido sus entrañas; el espíritu humano se agarra espasmódicamente a un Arca de Alianza, que casi cree se ha trocado en Fantasma. Éste es uno de los más funestos espectáculos. Los espíritus no albergan ya a sus Fetiches, sino que lo pretenden, esforzándose por fingir lo contrario. No crees, exclama Coleridge, sólo crees que crees. Es la escena final de toda clase de Adoración y Simbolismo; síntomas seguros de muerte próxima, equivalente a lo que llamamos Formulismo y Adoración de Fórmulas. El hombre no puede cometer acto más inmoral que ése, por ser iniciación de toda inmoralidad, más bien dicho, imposibilidad de moralidad de allí en adelante, quedando paralizado el espíritu más intensamente moral, sumido en fatal sueño hipnótico, dejando el hombre de ser sincero. No me maravilla que el hombre celoso la denuncie, la estigmatice, la persiga con implacable aversión; él y esa cosa, todo el bien y esa cosa libran un duelo a muerte. La Idolatría censurable es Hipocresía, lo que pudiéramos llamar Hipocresía Sincera, cosa que merece reflexión. Toda Adoración llega a esta fase terminal.

Considero a Lutero tan Iconoclasta como los demás Profetas; tanto odiaba Mahoma los dioses de los Koras, de madera y cera, como Lutero las Indulgencias de pergamino y tinta de Tetzel. Lo que caracteriza al Héroe en toda época, latitud y situación es la consideración de la realidad, lo que son las cosas y no sus apariencias, pues su hueca manifestación es intolerable y detestable para él, por muy regular y decorosa que fuera, a pesar del crédito que merezca a los Koras o Cónclaves, si ama y venera la temible realidad de las cosas, ya oralmente, ya con el pensamiento profundo y silencioso. También el Protestantismo es obra de Profeta, del siglo XVI; el primer golpe de la sincera demolición de una cosa vieja, falseada e idólatra, precursora de otra nueva, que tiene que ser cierta y auténticamente divina.

A primera vista pudiere parecer que el Protestantismo fue destructor de lo que llamamos Culto de los Héroes, que representa la base de todo bien posible para la humanidad, religioso o social. Con frecuencia oímos que el Protestantismo introdujo una nueva era, radicalmente diferente de las conocidas: la del libre examen, como se le llama. Al rebelarse contra el Papa, el hombre se trocaba en su propio Papa, sabiendo, entre otras cosas, no debía fiarse de ningún Papa o Héroe-caudillo espiritual de allí en adelante. Se afirma que esto hacía imposible toda unión espiritual, toda jerarquía y subordinación entre los hombres. Así se dice. No niego que el Protestantismo fuere rebelión contra las soberanías espirituales, Papas y demás; que el Puritanismo Inglés, rebelión contra las soberanías terrenales fue la segunda; que la enorme Revolución Francesa fue la tercera, por la cual todas las soberanías, tanto terrenas como espirituales, quedaban abolidas o camino de ello. El Protestantismo es la raíz madre que alimentó las ramas de la Historia Europea sucesiva. Porque lo espiritual se encarna siempre en la historia temporal de los hombres; lo espiritual es el comienzo de lo temporal. Hoy se oye en todas partes el grito de Libertad, Igualdad, Independencia, etc.: Las urnas electorales y los votos reemplazan a los Reyes; parece que cualquier Héroe-soberano, o leal obediencia de los hombres a un hombre, en lo temporal o espiritual, haya pasado para siempre. Si así fuese, el mundo para mí no tendría esperanza. Una de mis más profundas convicciones es que no es así, porque sin soberanos, verdaderos soberanos, temporales y espirituales, sólo veo posible la anarquía: lo más odioso. Pero creo que el Protestantismo, aunque haya producido la de. mocracia anárquica, es iniciación de nueva y genuina soberanía y orden. Lo considero rebelión contra los falsos soberanos, dolorosa, pero indispensable preparación para que los verdaderos ocupen su lugar entre nosotros. Bueno será explicarme.

Observemos primeramente que el libre examen, en el fondo, no es novedad en el mundo, sino sólo en aquella época. Nada hay genéricamente nuevo o peculiar en la Reforma; fue un regreso a la Verdad y a la Realidad en oposición a la Falsedad y Apariencia, como todos los perfeccionamientos y Enseñanzas genuinas. La libertad de opinión, si la consideramos, debe haber existido en todo tiempo. Dante no se sacó los ojos ni se encadenó, encontrándose bien en su Catolicismo, aunque más de un pobre, Hogstraten, Tetzel y el doctor Eck fueron esclavos de esa fe. ¿Libertad de juicio? Ni férreas cadenas ni fuerza exterior alguna pudieron obligar al alma de un hombre a creer o a descreer; pues se trata de su propio entendimiento inquebrantable, de su criterio que reina. y cree sólo por la gracia de Dios. El más sofístico Belannino, predicando la fe ciega y la obediencia pasiva, tiene primero que renunciar a su derecho de ser convencido, debido a alguna especie de convicción. Su libre examen le indicó que ése era el paso más prudente que podfa dar. El derecho al criterio propio subsistirá vigoroso allí donde exista el hombre sincero. El sincero cree con su entero juicio, con toda la claridad y discernimiento que hay en él, y siempre creyó así. El falso, el que se esfuerza por creer que cree, procede de otro modo. El Protestantismo gritó a este último, ¡Ay de ti!, mientras decía al otro: ¡haces bien! En su fondo no era cosa nueva, sino vuelta a todo lo dicho anteriormente. Sé puro, sé sincero; ése era el significado que se repetia. Mahoma creyó con todo su ánimo; Odin con todo su ánimo también, como todos los sinceros adeptos del Odinismo, porque asl lo juzgaron por su propio criterio.

Ahora me aventuro a asegurar que el ejercicio del libre examen, fielmente ejecutado no acaba necesariamente en la independencia egoísta, el aislamiento, sino antes en lo opuesto. La indagación sincera no produce la anarquía; lo que la origina es el error, la hipocresía, la fe a medias y la falsedad. El que protesta del error está camino de unirse a todos los hombres creyentes en la verdad. No hay comunión posible entre los que sólo creen en la ficción. El corazón está muerto, no tiene poder de simpatia ni para las cosas, de otro modo creería en ellas y no en la ficción. Si no siente simpatia por las cosas, mucho menos la sentirá por sus congéneres. No puede unirse a los hombres; es anárquico. La unidad sólo es posible en un mundo de hombres sinceros y, a la larga, es tan buena como cierta.

Fijémonos en una cosa, que hemos olvidado, mejor dicho, que hemos perdido de vista en esta controversia: no es necesario que el hombre haya descubierto la verdad en que tiene que creer para creer en ella con sinceridad. El Gran Hombre es siempre sincero; ésta es la primera condición; mas no es necesario sea grande el hombre para que sea sincero, porque no es necesidad de la Naturaleza y todo Tiempo, sino sólo de ciertas desdichadas épocas corrompidas. El hombre puede tener fe en lo que haya recibido de otro, y del modo más legítimo, testimoniando ilimitada gratitud. El mérito de la originalidad no es cosa nueva, es sinceridad. El creyente es el original y todo lo que cree lo cree por sí, no por otro. Todo hijo de Adán puede ser sincero, original, en este sentido, pues ningún mortal está condenado a ser sincero. Enteros períodos, lo que llamamos períodos de Fe, son originales y todos los que viven en ellos, o los más de ellos son sinceros. Son éstos los períodos de grandeza y fecundidad: todos los activos, en todas las esferas, laboran, no en la apariencia, sino en la esencia, y toda actividad tiene su resultado; la suma total de tal labor es grande, porque todo tiende hacia un bien, por ser sincero, siendo todo ello suma y nunca sustracción. Hay verdadera unión, realeza, lealtad: todas las cosas verdaderas y benditas que la humilde Tierra puede ofrecer al hombre.

¡El Culto al héroe! Si el hombre se basta a sí mismo, es original, sincero, o como queramos llamarle, eso es lo que menos le indispondrá a reverenciar y creer en la verdad de otro, pues lo que hace es disponerlo, acuciarlo invenciblemente a no creer en fórmulas muertas de otros, en supercherías y ficciones. El hombre abraza la verdad con los ojos abiertos, porque están abiertos; ¿necesita acaso cerrarlos para amar a su Maestro? El Héroe-Maestro únicamente puede ser amado con inmensa gratitud y genuina lealtad de espíritu por aquel a quien ha librado de la tiniebla haciéndole gozar de la luz. Ése es el verdadero Héroe y domador de Serpientes digno de toda reverencia. El monstruo negro, la Falsedad, nuestro enemigo en este mundo; es subyugado por su valor, siendo él quien conquistó el mundo para nosotros. ¿No fue Lutero reverenciado como verdadero Papa o Padre Espiritual, siéndolo ciertamente? Napoleón se hizo Rey surgiendo de la irreductible rebelión de los descamisados. El Culto al Héroe no perece, no puede perecer, pues la Lealtad y la Soberanía son eternas, porque se basan en realidades y sinceridades, no en imitaciones y apariencias. Nada se obtiene cerrando los ojos, acallando el libre examen, sino abriéndolos y teniendo algo que ver. El mensaje de Lutero depuso y abolió todos los falsos Papas y Potentados, mas dió vida y vigor a los nuevos y sinceros, aunque no inmediatamente.

Todo lo concerniente a la Libertad, Igualdad, Sufragio Electoral, Independencia, y cosas parecidas, debe considerarse fenómeno temporal, nunca final. Aunque es probable dure bastante tiempo, produciendo tristes confusiones, debemos aceptarlo de buen grado, como castigo de pasados errores, como prenda de estimables beneficios futuros. De todos modos, lo procedente era que el hombre abandonase los simulacros, volviendo a los hechos a todo evento. ¿Qué puede alcanzarse con Papas espúreos y Fieles sin libre examen, con simuladores que pretenden dirigir a incautos? Sólo desdichas y perjuicios. La sociedad con los hipócritas es imposible; el edificio no puede construirse sin plomada ni nivel, de manera que forme ángulos rectos. En toda esta labor revolucionaria, desde el Protestantismo hasta hoy, veo el beneficioso resultado que se abre paso, no la abolición del Culto de los Héroes, sino lo que llamo un Mundo entero de Héroes. Si Héroe significa sincero, ¿qué impide seamos Héroes todos? Un mundo sincero, un mundo fiel; así fue, así será, porque no puede dejar de serlo. Ésa fue la verdadera especie de Adoradores de los Héroes; nunca pudo ser tan reverenciado el sinceramente Mejor, como cuando todos eran Sinceros y Buenos.

Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha