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TERCERA CONFERENCIA

El héroe como poeta.
Dante.
Shakespeare.

Tercera parte

(Martes, 12 de mayo de 1840)

Así como el italiano Dante fue enviado para realizar melódicamente la religión de la Edad Media, la de la Europa Moderna, su Vida Interior, Shakespeare realiza la Vida Exterior que nuestra Europa ha desarrollado: la caballerosidad, cortesía, humores y ambiciones, la manera práctica de pensar, obrar, considerar el mundo. Así como Homero nos ayuda a reconstruir la Grecia Antigua, Shakespeare y Dante, tras miles de años, darán a conocer la visión de lo que fue Europa, en cuanto a la Fe y a la Práctica. Dante nos manifestó su fe y su espíritu, mientras Shakespeare nos familiarizó con la Práctica o cuerpo, tan noblemente como aquél. Precisaba conocerlo y Shakespeare fue el enviado para ello. Cuando la vida caballeresca tocaba a su fin, estando a punto de desaparecer lenta o rápidamente, como podemos comprobar, surgió este soberano Poeta, con su penetrante vista, su perenne voz melodiosa, para perpetuarla en sus escritos. Dante, profundo, digno, es como el fuego central del mundo; Shakespeare, amplio, plácido, penetrante como el Sol, en su luz exterior. Italia produjo una de las voces del mundo, gozando Inglaterra el honor de producir la otra.

Lo curioso es que llegase hasta nosotros por mero accidente. Creo que este hombre, grande, tranquilo, perfecto y confiado no hubiere sido conocido como poeta si un hidalgo de Warwickshire no lo hubiera demandado por arrebatarle sus ciervos. Los bosques, el firmamento, la rústica vida del hombre en Stratford, lo hubiere satisfecho. Sin duda, aquella extraña floración de nuestra existencia en Inglaterra llamada Era Isabelina, habría surgido por sí sola. El árbol Igdrasil florece y se agosta siguiendo sus normas, profundo en demasía para nuestra vista. Pero florece y se agosta; sus ramas y hojas existen por sus propias leyes; Sir Tomás Lucy aparece a su hora. Es curiosa la manera cómo las cosas cooperan unas con otras, lo cual no se ha considerado como es debido; no hay hoja que se seque en un camino que no sea parte indispensable del sistema solar; no hay pensamiento, palabra o acto humano que no esté relacionado con los demás hombres, que opere más pronto o más tarde, a la vista u ocultamente de todos los otros. Todo es un Árbol, circulación de savia e influencias, comunicación mutua de su más diminuta hoja con su ínfima raicilla, con todas las demás partes grandes y pequeñas del todo. Es el Igdrasil, árbol cuyas raíces se introducen en los Reinos de Hela y de la Muerte, cuyos brotes tocan lo alto del Firmamento.

En cierto sentido podemos afirmar que esta gloriosa Era Isabelina con su Shakespeare, como retoño y floración de cuanto la precedió, puede atribuirse al Catolicismo de la Edad Media. La Fe Cristiana, tema del Poema dantesco, tuvo a Shakespeare como cantor de su Vida Práctica, porque entonces, como ahora, como siempre, la Religión fue alma de la Práctica, el primer hecho vital en la vida del hombre. Observemos que el catolicismo de la Edad Media fue abolido, en la medida que pueden hacerlo las decisiones del Parlamento, antes de que surgiese Shakespeare, su más noble resultado; que apareció porque la Naturaleza así lo dispuso a su tiempo, con Catolicismo o lo que fuere necesario, haciendo caso omiso de los decretos del Parlamento. Los Enriques e Isabeles siguieron su curso y la Naturaleza el suyo. En conjunto pocos son los decretos parlamentarios, a pesar del ruido que producen. ¿Qué decreto parlamentario, debate en San Esteban, en la tribuna pública u otra parte, produjo a Shakespeare? No lo produjeron banquetes en la hostería de Freemason. ni suscripciones, ni venta de acciones, ni otras retumbantes actividades verdaderas o falsas. Esta Era Isabelina, con su nobleza y beneficios, llegó sin proclamaciones ni preparativos. El inapreciable Shakespeare fue don gratuito de la Naturaleza, concedido en silencio, recibido tácitamente, como cosa de poca monta, no obstante ser valiosísimo, considerando bien la cosa.

En cuanto a Shakespeare, quizá la opinión que oímos alguna vez manifestada con idolatría sea efectivamente cierta; creo que el mejor juicio que merece a Europa, en general, indica que Shakespeare es el príncipe de los Poetas conocidos, la inteligencia más sublIme que registra la Literatura. En conjunto no conozco mayor potencia de visión, tal facultad de pensamiento, considerando todos sus caracteres: la serena profundidad, gozoso y plácido vigor; todas las cosas reflejadas en su gran alma veraz y transparente, como en un tranquilo mar insondable. Se ha dicho que en la composición de los dramas de Shakespeare hay capacidad manifiesta que iguala a la del Novum Organum de Bacon, aparte de otras facultades. Y es cierto; es verdad que no a todos nos sorprende, cosa que se evidenciaría si intentásemos conseguir el resultado logrado por el Poeta, aprovechando sus argumentos. El edificio es tan armónico en su conjunto que parece que hubieran contribuído las leyes y naturaleza de las cosas, olvidando la desordenada y ruda cantera que produjo la materia prima. La perfección de su construcción oculta el mérito del arquitecto, como si fuere el producto de la Naturaleza. En esto reconocemos la perfección de Shakespeare sobre todos: discierne, conoce como por instinto las condiciones en que realiza su obra, la calidad de los materiales, su fuerza y relación con ellos. No basta para eso la ojeada fugaz penetrante, sino la deliberada claridad en su conjunto; su vista escruta con serenidad; su inteligencia es grande. Lo que nos da la medida del intelecto del hombre es la manera como narra algo complejo que vieron sus ojos, la precisión de su bosquejo. ¿Qué circunstancia debe resaltar por su vitalidad? ¿Qué hay de accesorio que tiene que suprimirse? ¿Cómo debe iniciarse, desarrollarse y acabarse con justeza? Si lo descubrimos apreciaremos el vigor del discernimiento en el hombre. Tiene que entender la cosa, pues su producción está de conformidad con la profundidad de su entendimiento. Así lo ponderaremos. ¿Hay conformidad entre las cosas? ¿Prevalece el espíritu metódico de manera que la confusión y el embrollo se trueca en orden? ¿Puede decir Fiat lux, creando un mundo del caos? Si es capaz de discernir lo conseguirá.

La grandeza de Shakespeare está en lo que llamamos el retrato, el esbozo de los hombres y cosas, especialmeme de aquéllos; porque la grandeza del hombre se manifiesta en ello decisivamente. Su perspicacia creadora y serena no tiene paralelo; cuando mira algo no ve este o aquel aspecto de la cuestión, sino su entraña, su secreto genérico, disolviéndose como la luz ante su vista, de modo que discierne su estructura perfecta. Es Creador; ¿qué es la creación poética, sino ver la cosa por completo? La palabra que define la cosa se origina en su visión clara e intensa. Lo que triunfa de los obstáculos es la moralidad de Shakespeare, su valor, imparcialidad, tolerancia, veracidad, su poder victorioso, su grandeza. Es grande como el mundo y no ondulado espejo cóncavo-convexo que refleja los objetos en su propia convexidad y concavidad; es espejo de superficie perfecta, es decir, que si lo comprendemos, es hombre que está en justa relación con los hombres y las cosas, un hombre bueno. Excelente espectáculo ofrece este gran espíritu que asimila toda suerte de seres y objetos: un Falstaff, un Othello, una Julieta, un Coriolano, la manera como los presenta tal cual son, afectuoso, justo, hermano igual de todos. El Novun Organum y la inteligencia que hallamos en Bacon es de orden secundario, materia terrosa, pobre comparada con esto. Entre los modernos casi no hallamos nada que figure estrictamente en la misma categoría. El único que me recuerda a Shakespeare es Goethe, de quien se dice veía las cosas, pudiendo afirmar del último lo mismo que él aseveró del primero, que sus personajes son relojes cuya esfera de transparente cristal permite ver su mecanismo al mismo tiempo que indican la hora exacta.

La penetración visual es lo que revela la armonía interior de las cosas, el significado de la Naturaleza, la idea melódica que aquélla viste con frecuencia de ordinario ropaje; la perspicacia de la vista discierne dicho significado. Cuando se trata de cosas despreciables o viles podemos desdeñarlas, lamentarlas, considerarlas de una u otra manera, conservar la paz ante las inferiores, desviando de ellas nuestra vista y la de los demás, hasta que llega el momento de exterminarlas y aniquilarlas. En el fondo, el don principal del Poeta es la suficiencia del entendimiento, el de todo hombre; si disfruta de él se expresará poéticamente; de no ocurrir así, quizá sea algo mejor, es decir, Poeta en acto, dependiendo de accidentes escriba o no escriba, lo haga en verso o en prosa, siendo dichos accidentes excesivamente triviales, tal vez debido a que durante su niñez aprendiese a cantar; pero la facultad que lo capacita para discernir la entraña de las cosas, la armonía que contienen (pues en todo lo existente hay armonía interior, ya que de no ser así se desintegraría pereciendo), no resulta de hábitos o accidentes, sino que es don de la Naturaleza, disposición primordial del Hombre Heroico en cualquiera de sus aspectos. Lo primero que hay que decir al Poeta, como a todos los demás es: ¡discierne!, pues, si no estás capacitado para ello, es inútil te preocupes de buscar rimas, excitar la sensibilidad, llamándote Poeta, pues no hay esperanza para ti; mas si tuvieres capacidad para discernir puedes abrigarla, en la prosa, en el verso, en los actos o la especulación. El avinagrado antiguo maestro de escuela preguntaba cuando le presentaban un nuevo alumno: ¿está usted seguro de que no es tonto? Otro tanto pudiera preguntarse cuando se propone a una persona para cualquier función, considerando pertinente la pregunta, pues no hay hombre tan fatal en el mundo.

Afirmo, en efecto, que la exacta medida del hombre es la intensidad de su discernimiento, y, si me obligasen a definir la facultad de Shakespeare declararía: la superioridad de Entendimiento, creyendo que en ello iba incluído todo. En efecto, ¿qué son las facultades? Nos referimos a ellas como si fueren distintas, cosas separables, como si el hombre poseyese entendimiento, imaginación, fantasía, etc., del mismo modo que tiene manos, pies y brazos. Éste es un error capital, óyese decir también que tal persona posee naturaleza intelectual, naturaleza moral, como si fueren visibles y existieren independientemente. Quizá las necesidades del lenguaje nos hagan expresarnos de este modo, si queremos exteriorizar el pensamiento, mas las palabras no deben adquirir la consistencia de las cosas. Me parece que la comprensión sobre todo eso queda falseada radicalmente debido a ello. Hay que tener presente, que esas divisiones son sólo nombres en el fondo; que la naturaleza espiritual del hombre, la Fuerza vital que en él reside, es una e indivisible; que lo denominado imaginación, fantasía, entendimiento y cosas por el estilo, sólo son figuras de la misma Potencia de Discernimiento, relacionadas indisolublemente unas con otras, emparentadas fisionómicamente, que de conocer una de ellas podemos conocerlas todas. ¿Qué es la Moralidad en si, lo que llamamos cualidad moral del hombre, sino otra fase de la Fuerza vital que lo anima y vigoriza? Todo lo que hace el hombre es propiedad fisionómica suya. Podemos considerar cómo lucharía una persona, por la manera en que canta; su valor o falta de valor se manifiesta en la palabra que pronuncia, en la opinión que tiene, no menos que en el golpe que asesta. Es uno, que exterioriza su Identidad mediante todo eso.

El manco tiene pies y puede andar, mas sin moralidad no gozaría de entendimiento, porque el inmoral no puede discernir, pues para conocer la cosa, lo que llamamos conocimiento, el hombre debe quererla ante todo, simpatizar con ella, es decir, estar unido con ella, mediante la virtud. ¿Cómo puede conocer de no hacerse la justicia de desprenderse de su egoísmo en toda ocasión, de no poner en juego su valor para defender la peligrosa verdad? Todas sus virtudes, figuran en su conocimiento. La Naturaleza, con su verdad, es libro sellado para siempre para el malvado, el egoísta y el pusilánime, porque lo único que puede saber sobre ella es lo vil, lo superficial, lo ínfimo, lo indispensable del momento. ¿No sabe el Zorro algo sobre la Naturaleza? Sí; sabe dónde están los ánades. El Zorro humano, muy común en todas latitudes, sólo sabe eso y nada más. Podría suponerse que si el Zorro careciera de cierta moralidad vulpina, ni aun sabría dónde están los ánades, ni el modo de atraparlos. Si perdiera el tiempo en reflexiones hipocondríacas sobre su desdicha, sobre las injusticias de la Naturaleza, del Destino, y de los otros Zorros, si no tuviera coraje, rapidez, práctica y demás dones y gracias vulpinas no atraparía ánades. Pudiéremos afirmar también del Zorro que su moralidad y discernimiento son idénticos, fases diferentes de la misma unidad interior de la vida vulpina. Bueno es exponer todo esto, porque lo contrario obra con múltiple perversión funestísima actualmente; las limitaciones y modificaciones pertinentes las indicará vuestra propia imparcialidad.

Si digo que el Intelecto de Shakespeare es insuperable habré dicho lo bastante sobre él; pero su inteligencia supera la idea que de ella tenemos hasta la fecha; es lo que llamo entendimiento inconsciente, habiendo más virtud en él de lo que él mismo creyera. Observa bellamente Novalis que sus Dramas son también Producciones de la Naturaleza, tan profundas como ella misma. Creo dijo verdad irrefutable. El arte de Shakespeare no es artificio, pues su más noble dignidad no figura en él debido a plan o preparación. Proviene de las profundidades de la Naturaleza, mediante su espíritu noble y sincero, que es voz de la Naturaleza. Las últimas generaciones de hombres hallarán nuevos significados en Shakespeare, nuevas elucidaciones de su propio ser humano, nuevas armonías con la infinita estructura del Universo, concurrencias con las últimas ideas, afinidades con las sublimes potencias y sentidos del hombre. Bien merece meditemos sobre esto. La más sublime recompensa que otorga la Naturaleza al espíritu verdaderamente sincero es que logre ser parte de ella; las obras de hombre tal, las que l1eve a cabo con el esfuerzo y premeditación más inconscientes, surgen inconscientemente en las desconocidas profundidades existentes en él, como el roble brota del seno de la Tierra, como se forman los montes y aguas, con simetría basada en las leyes Naturales, de conformidad con toda Verdad. En Shakespeare hay todavía mucho oculto; sus pesares, las silenciosas luchas que él sólo conocía; mucho desconocido, inexpresable, como raíces, como savia y fuerzas que actúan profundamente. Grande es la Palabra, más grande es el Silencio.

Con todo, la jovial serenidad de este hombre es notable. No censuro a Dante por su desgracia; su vida fue batalla sin victoria, verdadera lucha primordial, indispensable, y, si digo que Shakespeare le supera en grandeza se debe a que batalló valerosamente, venciendo; no lo dudéis, también tuvo sus amarguras; sus Sonetos atestiguan claramente la profundidad de las aguas que tuvo que surcar angustiosamente para salvar la vida, ¿qué hombre de su temple no se vió obligado a hacerlo? Creo errónea la noción vulgar que le supone posado como el ave en la rama, cantando libre y tranquilo sin conocer las contrariedades de los demás hombres. Nadie vive de ese modo. ¿Cómo podía aquel furtivo cazador de ciervos llegar a escribir sus tragedias de no haber sido víctima de disgustos y penas? Mejor dicho, ¿cómo podía concebir un Hamlet, un Coriolano, un Macbeth, corazones heroicos tan subidos, de no haber padecido nunca su heroico corazón? Observemos ahora su jovialidad, su exuberante gusto por el gracejo, pues en lo único que exageró fue en la comicidad. Shakespeare emplea palabras que pinchan y queman, terribles reprimendas, sin rebasar la medida, no rozando nunca lo que Johnson denominó odio cordial. Parece que la gracia fluya de su boca a raudales; colma de ridículos motes al personaje elegido como blanco de su sátira, zarandeándolo, manteándolo, ridiculizándolo, pudiendo afirmarse que ríe con todo su corazón, que si su chiste no siempre es de lo más fino es siempre genial. No es que bromee sobre la debilidad, la desgracia o la pobreza, pues no hay hombre capaz de bromear que se mofe de tales cosas; únicamente un carácter vil se propone ridiculizar todo eso creyendo se le tiene por gracioso. La donosura significa simpatía, no siendo alegría la risa producida por el cosquilleo de las espinas. Shakespeare bromea siempre genialmente, aun cuando ridiculiza la estupidez y la presunción. Los Pertigueros y Alguaciles nos regocijan cordialmente, despidiéndonos de ellos con explosiones de carcajadas, mas nuestra risa va acompañada de simpatía, deseándoles avancen en su carrera y lleguen a jefes de la Ronda de Noche. Esa risa, como el sol que penetra en las profundidades del Océano, es cosa que me agrada.

No disponemos de tiempo para comentar las obras de Shakespeare una tras otra, aunque quizás hay todavía mucho que decir sobre ellas. ¡Ojalá se hubiese estudiado todos sus dramas como Hamlet en Wilhelm Meisterl, cosa que se hará algún día. Augusto Wilhelm Schlegel hace una observación sobre sus Dramas Históricos Enrique Quinto y otros, digna de recordar; afirma que son una especie de Épica Nacional; Marlborough declaró que lo único que sabía de Historia de Inglaterra lo aprendió de Shakespeare. Si bien nos fijamos observaremos pocas Historias tan memorables como la suya; los principales puntos están admirablemente dispuestos, guardando el todo rítmica coherencia, siendo épica, como dice Schlegel, como cuadra al plan de un gran pensador. En sus Dramas hallamos cosas verdaderamente hermosas, que forman bello conjunto. La batalla de Agincourt es una de las escenas que más me maravillan por su perfección, siendo, en su clase, lo mejor que tenemos del Poeta. La descripción de los dos ejércitos: las fatigadas y deshechas huestes inglesas; la hora terrible que suena llevando en sus entrañas el destino cuando va a iniciarse la batalla; y luego aquel imperecedero valor: Buenos guardias cuyos cuerpos fueron concebidos en Inglaterra. Eso es patriotismo elevado, muy distinto de la indiferencia que alguna vez se atribuyó al Poeta. En todo ello late el verdadero corazón inglés, sereno y vigoroso, sin jactancias ni baladronadas, tal cual debe ser, oyéndose un sonido parecido al del acero. Este hombre hubiérase portado como valiente, de haberse hallado en tales circunstancias.

Lo que sí quiero manifestar sobre sus obras es que no llegan a darn a conocer lo que realmente fue en la medida que lo hacen las de otros. Sus obras son otras tantas ventanas a través de las cuales vislumbramos el mundo que había en él. Comparativamente sus obras parecen precipitadas, imperfectas, escritas en molestas circunstancias, sólo de vez en cuando dando una nota de la plenitud de aquel hombre. Hay trozos que irradian celeste resplandor, destellos que llegan hasta el corazón de las cosas, que obligan a exclamar: Es cierto; es la pura verdad, ahora y siempre, la que todo espiritu humano, sincero, reconoce como tal. Esos destellos nos permiten sentir que el resto no es radiante, que es parcialmente provisorio, convencional. ¡Ay de mi!, Shakespeare tuvo que escribir para el Teatro del Globo; su grandeza de alma tuvo que encogerse para adaptarse al molde, ocurriéndole lo que a todos ocurre, porque el hombre tiene que amoldarse a las circunstancias: no puede el escultor dejar en libertad su Pensamiento para que llegue hasta nosotros directamente, sino que tiene que traducirlo en el trozo de mármol que se le entrega, valiéndose de los útiles de que dispone. Disjecta membra, son lo que nos queda de cualquier Poeta o de cualquier hombre.

Si consideramos a Shakespeare con la inteligencia, reconoceremos que era también Profeta a su modo, que poseía discernimiento análogo al profético, aunque lo manejó de otro modo. También la Naturaleza fue divina para él, inefable, profunda como el Infierno, alta como el Cielo. Estamos hechos de la madera de los sueños. Esa voluta de Westminster Abbey, que pocos leen comprendiendo su sentido, encierra profundidad de vidente. Pero el hombre cantaba: no predicaba, salvo de un modo musical. Dijimos que Dante fue el melódico Sacerdote del Catolicismo de la Edad Media: ¿no podríamos llamar a Shakespeare Sacerdote aun más melodioso de un verdadero Catolicismo, la Iglesia Universal del Porvenir y de todos los tiempos? No es estrecha superstición, rígido ascetismo, intolerancia, ferocidad fanática o perversión, sino Revelación que reside en toda Naturaleza, bel!eza oculta en mil reconditeces y divinidad que permite a los hombres adoren como sepan. Podemos decir sin ofensa que en Shakespeare surge una especie de Salmo universal, que no deja de oirse entre los Salmos mucho más sagrados, que no desafina entre ellos, si los comprendemos, sino que está en armonía. Tampoco puedo afirmar que Shakespeare sea Escéptico, como hacen algunos: su indiferencia en cuanto a los credos y discusiones teológicas de su época los extravió. No carecía de patriotismo, aunque hable poco del suyo, ni fue escéptico, aunque poco diga sobre su Fe. Esa indiferencia fue fruto de su grandeza, su entero corazón residía en su propia y extensa esfera de adoración (llamémosla así): otras controversias de vital importancia para los demás, no lo fueron para él.

Llámese adoración, llámese como se quiera, ¿no es ciertamente gloria, glorias, lo que Shakespeare nos ha legado? Creo que verdaderamente hay algo de sagrado en el hecho de que este hombre fuere enviado al Mundo. ¿No es ojo por el que vemos todos? ¿No es mensajero celeste Portador de Luz? ¿No fue quizá mejor en el fondo que este hombre, inconsciente en todo, no tuviere conocimiento de ser portador de un Divino mensaje? Mahoma creyó que era el Profeta de Dios, por haber penetrado en esos Esplendores interiores; Shakespeare no lo creyó, y en eso fue mayor que Mahoma. Mayor y, si apreciamos estrictamente, como hicimos al tratar de Dante, con más éxito. Intrínsecamente la creencia de Mahoma de que era un supremo Profeta fue un error, llegando hasta nosotros inextricablemente envuelto en error, arrastrando consigo tal maraña de fábulas, impurezas, intolerancias, que me pone en aprieto afirmar, como hice anteriormente, que Mahoma fue sincero en sus asertos y no ambicioso charlatán, perverso e impostor. Me atrevo a decir que aun en Arabia se habrá agotado Mahoma, se habrá anticuado, mientras Shakespeare y Dante son jóvenes aún, pues este Shakespeare puede pretender todavía ser Sacerdote de la Humanidad, tanto en Arabia como en otras partes o ilimitados períodos.

Comparado con cualquier orador o cantor conocido, aun con Esquilo u Homero, ¿por qué no tiene que durar como ellos por su veracidad y universalidad? Les iguala en sinceridad, es tan profundo como ellos, llegando hasta lo universal y eterno. En cuanto a Mahoma creo que más le hubiere valido no ser tan consciente. ¡Pobre Mahoma! Todo aquello sobre lo que tuvo consciencia fue mero error, futilidad y trivialidad, y continúa siéndolo. Lo verdaderamente grande en él fue lo inconsciente: que era fiero león árabe del desierto; que se expresó con aquella gran voz de trueno, no mediante palabras que creía grandes, sino mediante actos, sentimientos, mediante una historia que fue grande. Su Korán se ha trocado en estúpida obra de prolijos absurdos; no creemos, como él, que Dios lo escribió. También en esto es el Gran Hombre una fuerza de la Naturaleza, como siempre; todo lo verdaderamente grande que en él hay surge de las profundidades inarticuladas.

Bien: éste es nuestro pobre Campesino de Warwickshire, que llegó a Empresario de Teatro, cosa que le permitió vivir sin pedir limosna; a quien el Conde de Southampton lanzó algunas afectuosas miradas, a quien Sir Tomás Lucy, ¡Dios le bendiga!, estuvo por condenar a trabajos forzados. No lo consideramos un Dios, como a Odin, mientras vivió entre los hombres, sobre lo cual habría mucho que decir. No me cansaré de afirmar que, a pesar del lastimoso estado en que se halla hoy el Culto de los Héroes, hay que considerar lo que es actualmente Shakespeare para nosotros. Renunciaríamos a cualquier inglés, a un millón de ingleses, antes que al Aldeano de Straúord. No lo cambiaríamas por ningún regimiento de los más altos dignatarios; es lo más grande que hemos tenido. Para las naciones extranjeras es ornamento que honra nuestra Casa Solariega. ¿Qué poseemos que no diéramos antes que renunciar a él? Suponed que nos preguntaran: ¿qué daríais antes, vuestro Imperio Indico o vuestro Shakespeare? Vamos a ver, ingleses, ¿que preferiríais, poseer el Imperio de las Indias o tener un Shakespeare? Creo que la pregunta encerraría gravedad. El mundo oficial respondería en lenguaje oficial, pero nosotros declararíamos: no poseer Imperio Indico, pues no podemos renunciar a Shakespeare. Ese Imperio desaparecerá algún día, mientras Shakespeare perdurará eternamente para nosotros; no podemos renunciar a nuestro Shakespeare.

Además, dejando de lado la espiritualidad, considerándolo como posesión real, comercial, utilitaria, pensemos que Inglaterra contará dentro de poco sólo una minúscula fracción de ingleses en esta isla; en América, Nueva Holanda, en Oriente y Occidente hasta los Antípodas, habrá una estensa esfera sajona que cubrirá grandes espacios del Globo. ¿Qué será entonces lo que servirá de lazo formando una sola Nación, para que no se originen luchas y vivan en paz, en fraternales relaciones, prestándose mutua ayuda? Esto se considera el mayor problema práctico, lo que toda clase de soberanías y gobiernos tienen que llevar a cabo; ¿qué será lo que pueda lograrlo? Las Leyes del Parlamento, los Presídentes del Consejo no lo pueden. América se ha separado de nosotros; el Parlamento no pudo evitarlo. No creáis fantasía lo que vaya manifestaras, es pura realidad: Tenemos un Rey Inglés al que ni el tiempo, ni el destino, el Parlamento o combinación de Parlamentos, pueden destronar. ¿No es Shakespeare rey que brilla sobre todos nosotros, soberano coronado, como el más noble, amable, vigoroso lazo, indestructible, ciertamente más valioso desde ese punto de vista que cualquier otro medio o instrumento? Imaginémoslo como astro radiante que centellea muy alto sobre todas las Naciones de Ingleses durante un milenio. Tanto en Paramatta como en Nueva York, en todas partes, en cualquier jurisdicción, se dirán los ingleses e inglesas: Si, este Shakespeare es nuestro; nosotros lo produjimos, hablamos, pensamos debido a él; somos de su misma sangre; estamos emparentados con él. Hasta el más sesudo político puede pensar lo mismo.

Sí, ciertamente gran cosa es para una Nación tener una voz que hable por ella, producir un hombre que exprese melódicamente lo que siente su corazón. Italia, la pobre Italia, destrozada, dividida, que no figura en protocolo o tratado como unidad, la noble Italia es realmente una, porque produjo un Dante y puede dejar oír su voz. Fuerte es el Zar de todas las Rusias, con tantas bayonetas, cosacos y cañones, haciendo bastante con sostener políticamente unido ese gran trecho de Tierra, pero no tiene voz. Algo grande hay en él; pero es una muda grandeza. Le falta una voz genial para que lo escuchen todos los hombres y todas las edades. Tiene que aprender a hablar. Hasta ahora es un gran monstruo mudo. Sus cañones y sus cosacos se habrán herrumbrado hasta no ser y todavía se oirá la voz de aquel Dante. El Pueblo que tiene un Dante está unido como no puede estarlo ninguna muda Rusia. Eso es lo que teníamos que decir sobre el Héroe-Poeta.

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