Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

SEGUNDA CONFERENCIA

El héroe como profeta
Mahoma.
El islamismo.

Tercera parte

(Viernes, 8 de mayo de 1840)

Mucho se ha dicho sobre la propaganda religiosa de Mahoma por la espada, siendo mucho más noble la manera como se propagó la nuestra, es decir, apaciblemente, mediante la prédica y la convicción, de lo que debemos enorgullecernos. Sin embargo, considerar este argumento sobre la verdad o falsedad de una religión nos hará caer en grave error. La espada, sí, pero ¿dónde hallaremos nuestra espada? Toda nueva opinión está al iniciarse en una minoría de uno, en el cerebro de un solo hombre, si se quiere, siendo uno sólo el que tiene fe en ella entre todos los vivientes, siendo por lo tanto uno el que se opone a todos los demás. Poco conseguiría en empuñar una espada emprendiendo la propaganda. Primero hay que tener la espada. En general, las cosas se propagan como pueden. Tampoco desdeñó la espada la Religión Cristiana cuando la tuvo; Carlomagno no convirtió a los Sajones con la prédica. Poco me importa la espada, dejo que una cosa luche en este mundo con una espada, lengua o cualquier arma que tenga o pueda conseguir. Podemos dejar que predique, publique folletos y luche con todo el empuje que pueda; emplee pico y garras, aquello de que disponga; lo cierto es que a la larga sólo conquistará lo que merezca ser conquistado. Lo único a que puede vencer es lo inferior a ella, lo superior nunca. La Naturaleza es árbitro en este duelo, árbitro infalible: lo más arraigado en Ella, lo que llamamos lo más cierto, será lo que prosperará siempre.

No obstante, en cuanto a Mahoma y sus éxitos, debemos recordar el arbitraje de la Naturaleza, su grandeza, profunda calma y tolerancia. Si hemos de sembrar trigo en el seno de la Tierra, aunque contenga cascabillo, briznas de paja, barreduras del granero, polvo y demás inutilidades, si lo sembramos en tierra buena, germinará absorbiendo en silencio lo inútil, surgicndo sólo el trigo, sin que lo otro aparezca, aunque la buena Tierra aprovecha lo demás sin despreciarlo. Igual ocurre con la Naturaleza: es sincera y no engaña, siendo grande, justa y maternal en su verdad. Lo único que exige para conceder su protección es sinceridad. En las cosas hay espíritu de verdad que ella acoge. ¿No es ésta la historia de la Verdad suprema que llega o llegó a este mundo? Su cuerpo es imperfección, elemento de luz en la oscuridad, teniendo que llegar a nosotros arropadas por la Lógica, algún Teorema del Universo meramente científico, que no puede ser perfecto, resultando en su día incompleto, erróneo, pereciendo por ello. El cuerpo de la Verdad muere, habiendo en todas ellas imperecedero espíritu, inmortal, que vive en cuerpo nuevo y más noble cada vez, como el hombre, pues la Naturaleza obra de ese modo. La genuina esencia de la Verdad es eterna; el punto en que basa su juicio la Naturaleza es ése: que sea genuina, voz originada en su gran Profundidad, pues para ella no todo se reduce a lo que llamamos puro o impuro, no importándole contenga el hombre poco o mucho cascabillo, sino trigo. ¿Puro? A muchos pudiera decirse: Puro eres, bastante puro, pero cascabillo, es decir, hipótesis hipócritas, rutinas, formalismos; nunca estuviste en contacto con el gran corazón del Universo; en verdad, no eres puro ni impuro: eres nada, inutilidad para la Naturaleza.

Afirmamos que el Credo Mahometano era una especie de Cristianismo; realmente, considerando la indómita y arrebatada buena fe con que se creyó y arraigó, diré es mejor que el de las miserables Sectas Siríacas con sus vanas discusiones sobre el Homoiousion y el Homoousion: cabezas repletas de vano ruido y corazón vacío y muerto. Su verdad está empotrada en portentoso error y falsedad, mas su verdad hizo creer en él, no su falsedad, abriéndose paso gracias a su verdad. Es una especie bastarda de Cristianismo, pero viviente, vivo corazón y no mera lógica inerte, infecunda, anticuada. Aquel solitario Hijo del Desierto penetró la realidad hasta la medula, ayudado por su sincero corazón, grave cual la vida y la muerte, con su perspicacia natural, a través de las impurezas de la idolatría árabe, teología demostrativa, tradiciones, sutilidades, rumorea e hipótesis griegas y judías, con sus fútiles distinciones. Os digo que la idolatria es nada; que esos Ídolos de Madera, si se untan con aceite y cera, sirven de atrapamoscas; madera son y nada más, no pudiendo hacer nada por vosotros; son pretensión impotente y blasfemia, horror y abominación. Sólo Dios existe; sólo Él es poderoso; Él nos creó, Él puede quitarnos la vida y concedérnosla; ¡Allah akbar! (¡Dios es Grande!) Su voluntad es el mayor bien; por grande que fuere el daño corporal que os afligiere, consideradlo como bien y lo mejor, resignaos a aceptarlo como tal, pues a eso se reduce vuestro poder en este y en el otro mundo.

Y, si los bárbaros hombres idolátricos lo creyeron, si arraigó en sus fogosos corazones, fuere en la forma que fuere, afirmo era digno de creencia, siéndolo también para todos, pues con ello el hombre se convierte en sumo sacerdote del Templo de un Mundo, armonizando con los Decretos del Autor de este Mundo, cooperando en ellos, sin oponerse en vano. Es la definición más acertada del Deber; todo cuanto es justo se inserta en el deber de cooperar en la Tendencia real del Mundo; de eso depende el éxito (que la Tendencia del Mundo logra aiempre), somos buenos y seguimos el buen camino. Homoiousion, Homoousion, vana palabrería dialéctica, que se traicionará siempre, dirigiéndose dónde y cómo quiera; eso es lo que todo se esfuerza en significar, si significa algo. De no lograr esa significación nada quiere decir. No es que las Abstracciones, Silogismos dialécticos, estén bien o mal asentados, pero aquellos vivos y concretos Hijos de Adán comprendieron era lo importante. El Islam devoró aquellas sectas dialécticas; creo que tenía derecho a ello. Era una realidad, originada una vez más en el gran Corazón de la Naturaleza. Las idolatrías árabes, las fórmulas sirias, todo lo que no era realidad, tenía que arder como mero combustible, en varios sentidos, al entrar en contacto con lo que era fuego.

Durante estas inquietudes y luchas, principalmente tras su Huída de La Meca, fue cuando dictó, a salto de mata, su Libro Sagrado, llamado Korán (Lectura), Para leer. Es la Obra que él y sus discípulos tenían en gran estima, preguntando a todos: ¿No es un milagro? Los musulmanes consideran su Korán con una reverencia que pocos cristianos rinden a su Biblia, admitiéndolo todos como modelo de toda ley y práctica, lo que ha de presidir toda especulación y la vida, mensaje celeste directo, al que debe conformarse la Tierra, sirviéndole de norma: lo que hay que leer. Sus jueces se ajustan a él; todos los musulmanes deben estudiarlo, buscando en él la luz de su vida. Tienen mezquitas en donde se lee diariamente, estando encargados treinta turnos de sacerdotes de leerlo por completo todos los días. La voz de este libro resuena continuamente desde hace doce siglos en los oídos y corazones de tantos hombres. Se habla de Doctores musulmanes que lo leyeron setenta mil veces.

Cosa curiosa: si buscamos discrepancias en el gusto nacional, ésta es de cierto el caso más típico. Puede leerlo quienquiera, pues la traducción de Sale es muy justa; mas he de declarar que para mí ha sido la lectura más pesada entre todas, revoltillo confuso, crudo, sin hilación, infinitas repeticiones, largas digresiones, confusión, estupidez insoportable, que sólo por obligación leería por completo un europeo. Hay en él mucha hojarasca que pasamos por alto, intentando vislumbrar los rasgos del hombre admirable, que leemos como los decretos ministeriales. Cierto es que nos llegó con desventaja; los árabes ven en él más método que nosotros. Los fieles lo hallaron a trozos, tal como se escribió de primera intención, en omóplatos de carnero en su mayor parte, en un cajón, publicándolo sin orden ni concierto, pareciendo procuraron comenzar por los capítulos más largos, por lo cual el verdadero comienzo está casi al final; porque los primeros escritos fueron los más breves. Leído en orden cronológico tal vez no fuera tan pesado. Dícese que su mayor parte es rítmica en su original, especie de cántico bárbaro; de ser así, la traducción hubiera perdido mucho; pero, aun concediendo todo eso y mucho más, creo difícil lo considerase ningún mortal como libro celeste demasiado bueno para la Tierra, ni como bien redactado, ni aun como libro, sino selvática rapsodia tan descuidada como la peor conocida. Eso en cuanto a las discrepancias nacionales y al promedio del gusto.

Me explico por qué lo estiman tanto los árabes, pues una vez leído ese confuso amasijo, considerado al pasar algún tiempo, comienza a manifestarse su tipo esencial: mérito muy distinto al literario. Si un libro surge del corazón, penetrará en otros corazones; el arte y la pericia retórica son secundarias. Yo diría que el carácter fundamental del Korán es su sinceridad, que es libro de buena fe. Ya sé que Prideaux y otros lo presentaron como mero haz de juglerías, diciendo que sus capítulos sirven al autor para mitigar y excusar sus sucesivos errores, para manifestar sus ambiciones y empirismos; ya es hora de que rechacemos todo eso. No aseguro que Mahoma fue siempre sincero, ¿quién es continuamente sincero? Pero confieso que no entiendo al crítico, que en estos tiempos lo acusa de embuste premeditado, de embuste consciente, ni de vivir en una atmósfera de embuste y de escribir este Korán como un falsificador y Un juglar. Toda persona imparcial hallará en el libro otro sentido. Es el confuso fermento de grande y ruda alma humana; ruda e indocta, que ni aun sabe leer, pero ferviente, seria, luchando con vehemencia para manifestarse en palabras. Con una especie de jadeante intensidad pugna por manifestarse; los pensamientos lo abruman: debido a la infinidad de cosas que tiene que manifestar no consigue expresar ninguna. La sustancia de lo que se propone decir no adquiere forma al exponerla, ni método, ilación o coherencia; sus pensamientos son deformes, manifestados en estado caótico inarticulado, tal como pugnan chocando en su imaginación. Hemos dicho que el Korán es estúpido; no obstante, la estupidez natural no es característica del libro de Mahoma, sino incultura natural, porque la incesante inquietud, la continua lucha, no le permitió estudiar el lenguaje ni preocuparse de pulirlo. En su redacción vemos el apresuramiento y vehemencia del hombre que lucha desesperado en el fragor de la batalla, defendiendo su vida y su alma. Siente gran prisa, porque la misma magnitud del sentido no le permite articularlo en palabras; el Korán es sucesión de manifestaciones de un alma en esas circunstancias, coloreadas por las diversas vicisitudes de veintitrés años, bien expresadas unas veces, mal otras.

Porque hay que considerar a Mahoma durante estos veintitrés años como centro de un mundo en pleno conflicto: batallas con los Koras y paganos, querellas entre los suyos, retrocesos de su celoso corazón, todo lo cual lo sumió en un perpetuo vértigo, sin que su espíritu conociera el reposo. El alma ansiosa de aquel hombre, agotada en noches de insomnio por aquellos torbellinos, imploraba una luz que le sirviese de guía, verdadera luz celestial y toda concepción de su mente, sagrada e indispensable para él, parecía inspiración de Gabriel. No, no fue Farsante ni impostor; este grande y fogoso corazón en que bullían y se agitaban los pensamientos como en un crisol, no era de intrigante. Para él la vida era un Hecho y el Divino Universo Hecho pavoroso y Realidad. Cierto es que padeció errores, como Hijo de la Naturaleza inculto y semibárbaro, que conservaba mucho del beduino. Lo que no podemos es creerle un miserable Simulacro, un hambriento Impostor sin ojos ni corazón, que cometiese tan sacrílega impostura a cambio de un plato de bazofia, falsificando celestes mandatos, reo de alta traición contra su Creador y contra sí mismo.

Para mí el mérito del Korán está en su sinceridad; por eso mereció la veneración de los indómitos hombres árabes. Ése es a la postre el primero y último mérito de un libro, el que origina todos los demás, por ser en el fondo lo único que puede generarlos. A través de esas masas de confusa tradición, vituperio, queja, grito de júbilo, hallamos en el Korán verdadero discernimiento directo, lo que casi pudiéramos llamar poesía. El cuerpo del libro está formado por la tradición, una especie de predicación vehemente, entusiasta, improvisada, repetición de las rancias leyendas de los Profetas tal como se conservaron en la memoria de los árabes, la manera como uno tras otro, Abraham, Hud, Moisés, los cristianos y otros profetas reales o legendarios, llegaron hasta la tribu afeando a los hombres su pecado, siendo acogidos igual que él, cosa que lo consuela. Eso lo repite diez o veinte veces, haciéndose pesado, no cansándose nunca, como pudiera haber hecho el buen Samuel Johnson en su olvidada buhardilla en las Biografias de Autores. Ésa es la gran materia del Korán; de cuando en cuando asoma algún destello del verdadero pensador y vidente. Mahoma vió el mundo con claridad, y con cierta originalidad y áspero vigor trata que penetre en los corazones la que inflamó el suyo. Pasemos por alto las alabanzas de Allah, que muchos elogian; supongo que en su mayor parte las tomó de los hebreos, aunque éstos las superaron. Lo más interesante, en mi concepto, es la perspicacia, que llega hasta el corazón de las cosas, descubriendo su verdad, don que la Gran Naturaleza concede a todos, pero sólo uno entre mil acepta sin rehusarlo con desdén; a eso llamo sinceridad en el discernimiento, que pone a prueba la franqueza.

Mahoma dijo varias veces con impaciencia: No puedo hacer milagros; soy Predicador encargado de difundir esta doctrina entre los hombres. No obstante, el mundo fue siempre para él un gran milagro. Mirad el mundo, decía, ¿no es obra maravillosa de Alláh, signo para vosotros, de no estar ciegos? La Tierra la creó Dios para vosotros indicándoos el camino; podéis vivir en ella, recorrerla. Las nubes que cubren la seca comarca de Arabia son maravilla para Mahoma, que dijo: ¿De dónde venis, grandes nubes nacidas en el profundo regazo de la Elevada Inmensidad7 Planean como grandes monstruos negros, que vierten lluvia que vivifica la mortecina tierra, alimentan los manantiales, las altas palmeras con sus racimos de datiles. ¿No es eso otro signo7 Allah creó también los rebaños, seres mudos y útiles, que truecan la broza en leche; os vestis con la lana de esas criaturas que llegan al caer la noche a vuestra morada, siendo crédito para vosotros. Habla de los navíos, diciendo: Son grandes montañas que se mueven, extendiendo sus alas de lienzo; que saltan sobre las aguas impulsadas por el viento celeste, deteniéndose algunas veces porque Dios lo refrena y quedan inmóviles sin poder avanzar. ¿Milagros? ¿Qué milagros queréis? ¿No sois vosotros un milagro? Dios os hizo, formdndoos de un trozo de arcilla. Pequeños fuimos; hace unos años no existiamos; somos bellos, fuertes, inteligentes, nos compadecemos mutuamente. Llega la vejez y las canas; el vigor se trueca en debilidad, desfallecemos y desaparecemos. Nos compadecemos mutuamente. Alláh pudiera haberos creado sin que os compadeciereis unos de otros, ¿qué hubiera ocurrido entonces? Esto me sorprende, siendo para mí sagaz pensamiento, mirada que penetra hasta la entraña de las cosas. En este hombre hay rudos vestigios de genio poético, de algo que indica lo mejor y más cierto. Vigoroso intelecto inculto, discernimiento, hombre fuerte e indómito, que pudiere haber tomado forma de Poeta, Rey, Sacerdote, cualquier clase de Héroe.

Para sus ojos, el mundo era incesante milagro, viendo lo que vieron los escandinavos, lo que contemplaron todos los grandes pensadores, aunque en varios sentidos: que el mundo material, tan sólido, nada es realmente en el fondo, sino Manifestación visual y táctil de la potencia y presencia de Dios, sombra proyectada por Él sobre el seno del vado Infinito. Las montañas, esos altivos y rocosos montes, desaparecerán como nubes, dice, fundidas en el Azul. Imagina la Tierra a la manera árabe, según Sale, como inmensa Llanura, sirviendo los montes como pesos para fijarla. Al llegar el Último Día desaparecerán como nubes; la Tierra rodará, deshaciéndose, convirtiéndose en polvo y vapor, en Nada. Allah le retirará su protección y cesará de existir. El imperio universal de Allah, la omnipresencia de un inefable Poder, el Esplendor y Terror indecible, como verdadera fuerza, esencia y realidad en todo, era lo que continuamente veía aquel hombre, lo que un moderno indica al decir Fuerzas y Leyes de la Naturaleza, no imaginándolo cosa divina, ni como cosa, sino como serie de ellas, algo que se vende, curioso, apto para impulsar buques de vapor. Nuestras Ciencias y Enciclopedias hacen que olvidemos la divinidad en nuestros laboratorios. ¡No debiéramos olvidarlo! Pues entonces no sé lo que fuere digno de recordación. Sin el sentimiento de lo Divino, la Ciencia es cosa muerta, seca, contradicción, vado, cardo a últimos de otoño. Sin aquello, la mejor ciencia es rama muerta, no el árbol que crece en el bosque, que produce nuevas ramas, entre otras cosas. El hombre no puede saber, a menos que no adore en algún modo. De no ser así, su conocimiento no pasa de pedantería: es cardo seco.

Mucho se ha escrito sobre la sensualidad de la Religión de Mahoma y más de lo justo. Las indulgencias que permitía, criminales para nosotros, no fueron cosa suya, sino que se practicaban en Arabia desde tiempo inmemorial; lo que hizo fue reducirlas, restringirlas en varios sentidos. Su Religión no es cómoda: rigurosos ayunos, abluciones, estrictas y complejas fórmulas; oraciones cinco veces al día, abstinencia de vino; si se extendió no se debe a su comodidad. ¡Como si una religión o causa religiosa pudiese difundirse de ese modo? Se calumnia al hombre cuando se dice que tiende a los actos heroicos por la facilidad, esperanza de placer, recompensa, postres de cualquier clase, en éste o en el otro mundo. Algo noble hay en el más despreciable de los mortales. El infeliz soldado que jura, admitido para que desafíe a la muerte, tiene su honor de soldado, que difiere del reglamento de sus ejercicios y paga. Lo que anhela confusamente el más humilde de los hijos de Adán no es regalarse con dulces manjares, sino efectuar cosas nobles y sinceras, conducirse bajo la B6veda Celeste como bueno; si le indicamos el camino, el más torpe galopín se trocará en héroe. Los que dicen que el hombre es seducido por la facilidad lo difaman. Los acicates que obran sobre el coraz6n humano son la dificultad, el sacrificio, el martirio, la muerte; si enardecemos su vida interna genial obtendremos una llama que consumirá todas las consideraciones inferiores. No es la felicidad, sino algo superior, lo que se observa hasta en los más frívolos, con su pundonor. Las religiones no suman adeptos adulando los apetitos, sino despertando lo Heroico que dormita en todo corazón.

Mahoma no fue sensual, considerando lo que de él se ha dicho, sufriendo error si le creemos voluptuoso vulgar, inclinado a los placeres despreciables, ni a ninguno de ellos. Su hogar se distinguía por la frugalidad; pan de cebada y agua día tras día, pasando meses sin que encendiesen fuego. Recuérdase con orgullo que recomponía sus babuchas y chilaba; era hombre pobre y trabajador, sin preocuparse del fin vulgar del trabajo. No era malo, habiendo en él algo mejor que apetito de cualquier clase. pues, de no haber sido así, los fieros árabes que lucharon y sirvieron a su lado durante veintitrés años en continuo contacto con él, no le hubieran reverenciado. Se trataba de hombres agrestes, entre los que surgía la querella a causa de la ruda sinceridad; sin dignidad y virilidad nadie podía hacerse obedecer de ellos. ¿Decís que lo llamaban Profeta? Vivía con ellos, sin ocultarse misteriosamente, recomponiendo sus babuchas y chilaba, luchando, aconsejando. mandando entre ellos: sabían quién era, llámese como se le llame. Ningún emperador con sus tiaras que fuere obedecida como este hombre con una capa remendada por él, durante aquellos veintitrés años de áspera prueba. Para eso era necesario hubiera en él algo del verdadero Héroe.

Sus últimas palabras fueron una oración, rotas interjecciones de un corazón, que con temblorosa esperanza tiende a su Creador. No podemos decir que su religión le empeorase, sino que le perfeccionó. De él se guardan generosos recuerdos; cuando perdió a su hija expresóse en su dialecto sinceramente, pronunciando algo equivalente a lo que el cristiano manifiesta así: Dios me la dió y Dios me la ha quitado; ¡bendito sea el nombre del Señor! Lo mismo dijo cuando Seid, su esclavo emancipado y estimado, el segundo de sus adeptos, murió en la guerra de Tabuc, primeras luchas contra los griegos: Bien; Seid cumplió su deber sirviendo a su Señor; ahora va a reunirse con Él. No obstante, la hija del esclavo vió que el encanecido Mahoma derramaba lágrimas sobre el cuerpo de su padre y exclamó: ¿Qué veo? Un amigo que llora por el suyo. Dos días antes de morir visitó Mahoma la mezquita. preguntando si alguien tenía queja contra él, pues sus espaldas recibirían el castigo, añadiendo: ¿Hay alguien a quién deba algo? Una voz repitió: Si; tres dracmas que te presté en tal ocasión, ordenando Mahoma le fueran restituídas diciendo: Preferible es pasar afrenta ahora que el Día del Juicio. Recordad aquel ¡No! ¡Por Aláh!, al mentarle a Kadijah. Estos rasgos revelan al hombre sincero, al hermano de todos nosotros, que se nos manifiesta a través de doce siglos, al verdadero hijo de nuestra Madre común.

Admiro a Mahoma porque huía de la doblez, pues el rudo y solitario hijo del desierto no pretendió lo que no era; no fue orgulloso, mas no se humilló, viviendo como pudo, remendando su ropa y calzado, que hablaba claramente sobre los deberes de los reyes de Persia y Emperadores griegos, que se conocía, sabiendo respetar a los demás. En la guerra sin cuartel contra los beduínos no faltaron actos de crueldad, recordándose también casos de noble generosidad natural, de piedad, de misericordia, sin que Mahoma se excusase de aquéllos ni se jactase de éstos, siendo todos dictado de su corazón, de acuerdo con la circunstancia. No era un farsante; en él encontramos cándida ferocidad, de requerira el caso, sin atenuaciones. De cuando en cuando alude a la guerra de Tabuc, diciendo que una vez muchos de sus hombres se negaron a obedecer, so pretexto del calor, la cosecha y otras cosas. ¿Tu cosecha? Es cosa de un dia. ¿Qué es ella comparada con la Eternidad? ¿El calor? Si, hace calor, pero más hace en el Infierno. A veces emplea el sarcasmo, diciendo a los incrédulos: En el Dia del Juicio tendrás tu merecido; verás pesar tus actos sin que te engañen en el peso. Considera las cosas, viendo su entraña; en ocasiones queda mudo su corazón ante su grandeza. Ciertamente, dice, palabra que en el Korán reemplaza a toda una frase.

En Mahoma no hay dilettantismo, siendo todo Reprobación y Salvación, Tiempo y Eternidad, sintiendo gran celo por ello. El peor pecado es el dilettantismo, la hipótesis, la especulación, manera de buscar la Verdad como pasatiempo, jugando y tomándola a broma, raíz de todos los pecados imaginables que se agarra al corazón y al espíritu del hombre que nunca veneró la Verdad, que vive de apariencias, que no sólo dice y origina falsedades, sino que es una falsedad todo él. El principio moral racional, destello de la Divinidad, está en él abatido, es la parálisis de la muerte en vida. Las falsedades de Mahoma son más verdad que las verdades de un hombre así: hipócrita, de refinados modales, respetable alguna vez y en algunos medios; inofensivo que nada injurioso dice a nadie, puro, con la pureza del gas carbónico, que es veneno mortal.

No diré que los preceptos morales de Mahoma sean todos insuperables, pero puede afirmarse que tienden siempre al bien, que son los dictados de un corazón que aspira a la justicia y la verdad. El sublime perdón cristiano que dice: Si descargaren la mano sobre tu mejilla derecha, ofrece la otra, no figura en tales preceptos, aconsejando la venganza, pero mesurada, sin que rebase la justicia. De otra parte, el Islam, como toda gran Fe y percepción de la esencia del hombre, es igualitario: el alma de un creyente supera a toda realeza terrena, siendo todos iguales según el Islamismo, insistiendo Mahoma sobre el deber de la limosna, no sobre la conveniencia, indicando mediante la ley lo que debemos dar, respondiendo de no cumplirla. El pobre, los que están en aflicción, los que necesitan socorro, tienen derecho a la décima parte de lo que anualmente disfrute el hombre. Es el Bien, la voz natural de humanidad, piedad e igualdad que animaba el coratón de aquel solitario Hijo de la Naturaleza.

Es cierto que el Paraíso e Infierno de Mahoma son sensuales, habiendo en ellos algo que ofende nuestros sentimientos espirituales; mas tengamos presente que así era ya entre los árabes; que todo lo que hizo Mahoma fue suavizar y pulir. Las peores sensualidades se deben a los doctores, sus adeptos, no a él. En realidad, poco se dice en el Korán sobre los goces paradisíacos, insinuándose más que acentuándolos, no olvidando tampoco que los más intensos son espirituales, siendo el principal la pura Presencia del Altísimo. Mahoma dice: Vuestro saludo será Salam, es decir Paz, cosa que todos los espíritus racionales anhelan, buscándola en vano en este mundo como única bendición. Ocuparemos asientos unos frente a otros; todos los rencores desaparecerán de los corazones, amándonos todos inmensamente, porque nos bastará al Cielo reflejado en los ojos de nuestros hermanos.

En cuanto a la sensualidad de Mahoma y su Paraíso, capítulo penoso entre todos para nosotros, habría mucho que decir, mas no es oportuno, limitándome a dos observaciones; vosotros haréis deducciones. La primera la sugiere Goethe, es notable insinuación casual. En una de sus descripciones en Los viajes de Meister, llega el héroe a una sociedad de extraños usos, uno de los cuales es éste: Es preciso, dice el jefe, que cada uno de los nuestros se refrene en ciertas cosas, se oponga a su deseo en algo, obligándose a obrar como no quiere, aunque en otras cosas le dejamos en amplia libertad. En esto veo gran justicia. No hay mal en gozar de lo placentero; el mal está en reducir nuestro ser moral esclavizándonos a ello. El hombre debe dominar sus hábitos, desprenderse de ellos a voluntad, de haber causa evidente, siendo esto excelente ley. El Mes de Ramadán para los islámicos (tanto en su religión como en la vida de Mahoma), tiende a eso, si no premeditadamente, con claro propósito de perfección moral de su parte, debido a cierto instinto saludable y viril; el fin es idéntico.

Hay que decir que, por toscos y materiales que sean el Cielo y el Infierno de Mahoma, son emblema de sempiterna verdad, que grabó mejor que otros insistiendo sobre su Paraíso burdo y sensual, su horrible y llameante Infierno, el pavoroso Día del Juicio: ¿no es eso imprecisa sombra, en la rústica imaginación del beduíno, del gran Hecho espiritual, Principio de los Hechos, que no hay que ignorar ni tomar a broma, de la Infinita Naturaleza del Deber? Que los actos del hombre en este mundo revisten infinita importancia, no borrándose nunca; que la breve vida del hombre lo eleva hasta el Cielo o hunde hasta el Infierno, y que en sus sesenta años de Tiempo hay oculta temible y maravillosamente una Eternidad: eso es lo que quedó grabado con letras de fuego en el indómito espíritu árabe, teniéndolo siempre presente, terrible, indecible, como marcado por la llama y por el relámpago. Eso es lo que se esfuerza en decir con violento celo, fiera y cerril sinceridad, balbuceante, sin poder articularlo, realizándolo en ese Cielo y ese Infierno. Sea cual fuere la forma como se materialice, siempre es la verdad entre las verdades, venerable bajo todos los símbolos. ¿Cuál es el fin principal del hombre en este mundo? Mahoma satisfizo esta pregunta de modo que pudiera avergonzamos, no obrando como Bentham ni Paley, que consideran el Bien y el Mal, calculan los daños y beneficios, el placer resultante de uno y otro, adicionando, sustrayendo, haciendo el balance, preguntando si el Bien supera considerablemente al mal. No, no es mejor hacer el uno que el otro; uno es al otro lo que la vida es a la muerte, el Cielo al Infierno. El mal no debe hacerse nunca, ni dejar de hacer el bien. No hay que medirlos, son inconmensurables, uno es muerte eterna para el hombre; vida eterna el otro. La Utilidad de Bentham, la consideración de la virtud como Daño o Beneficio, reduce el mundo de Dios a Máquina de Vapor, la infinita Alma celeste del Hombre a una especie de báscula para pesar paja y cardos, placeres y penas. Si me preguntáis qué parte sustenta opinión más baja y falsa sobre el hombre y su Destino en el Universo, declararé que no es Mahoma.

Repetimos que, en general, la religión mahometana es una especie de Cristianismo; contiene genuino elemento de superioridad espiritual que la anima, que no pueden velar sus imperfecciones. El Dios escandinavo Deseo, el dios de todos los hombres rudos, fue convertido en Cielo por Mahoma, Cielo simbólico del sagrado Deber que hay que ganar por la fe y las buenas obras, mediante la acción valerosa y divina paciencia, todavía más valerosa. Es paganismo escandinavo al que ha sido agregado un elemento verdaderamente divino; no digamos es falso, considerando su falsedad, sino su verdad. Desde hace doce siglos es religión y norma de vida para la quinta parte de la Humanidad, siendo religión en que se cree cordialmente. Los árabes la creen, procurando vivir de conformidad con ella. No hubo cristianos, salvo los primitivos o los Puritanos ingleses de nuestra época, que sintieren tal celo por su Fe como los musulmanes, que creen firmemente en su religión, afrontando el Tiempo y la Eternidad. Esta misma noche, cuando grite el sereno en las calles de El Cairo ¿Quién vive?, escuchará de labios del transeúnte junto con su respuesta: No hay otro Dios que Dios. El Allah akbar, Islam, resuena un día tras otro, hasta la muerte, en el espíritu de esos millones de seres humanos; celosos misioneros, propagan su fe entre los malayos, papúes, salvajes idólatras, siempre desplazando lo malo, nunca lo que es bueno o mejor.

Con ella el pueblo árabe salió de las tinieblas gozando de la luz y vivificándose. Aquella pobre nación de pastores, errando en sus desiertos desde la creación del mundo, tuvo su Héroe-Profeta, portador de mensaje que les inspirase fe: entonces aquellos seres ignorados se dieron a conocer al mundo, trocándose en mundial lo reducido: un siglo después los árabes estaban en Granada, en Occidente, en Delhi, en Oriente, descollando por su valor y esplendor, por los destellos de su genio, brillando durante largo período en gran parte de la Tierra. Grande es la fe, manantial de vida. La historia de un pueblo es fecunda, eleva su espíritu tan pronto como tiene fe. Esos árabes, el hombre Mahoma y aquel siglo fueron como chispa caída sobre un mundo de arena negra y despreciable, arena que estalló como pólvora, iluminando hasta el cielo los espacios entre Delhi y Granada. Ya dije que para mí el Gran Hombre es rayo celeste, que los demás lo esperan como combustible, llameando a su contacto.

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