Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

SEGUNDA CONFERENCIA

El héroe como profeta
Mahoma.
El islamismo.

Segunda parte

(Viernes, 8 de mayo de 1840)

Mahoma nació entre ese pueblo árabe el año 570 de nuestra Era. Pertenecía a la familia de Hashem de la tribu de Kora, estando emparentado con las principales personas de su pueblo, aunque era pobre. Poco después de nacer Mahoma murió su padre, falleciendo su madre cuando contaba seis años; era mujer de notable belleza, dignidad y sentido. Entonces se encargó de él su abuelo, anciano de cien años, hombre bueno, padre de Abdallah, su hijo menor y favorito, que a su vez fue padre de Mahoma. Los cansados ojos del abuelo vieron en el nieto al desaparecido Abdallah, lo único que quedaba de él, por lo que amaba al huerfanito tiernamente, diciendo: Hay que cuidar a ese hermoso pequeño, pues ninguno hay como él en toda la familia. A su fallecimiento, cuando tenía el niño dos años, lo confió a Abú Taleb, tío suyo, el más anciano, cabeza de familia, hombre justo y juicioso, que lo educó lo mejor que supo.

A medida que crecía Mahoma acompañaba a su tío en sus viajes comerciales; al llegar a los dieciocho años lo vemos luchando al lado del tío en la guerra; pero quizás el más significativo de sus viajes fue el que hizo a las Ferias de Siria algunos años antes. Fue la primera vez que el joven entró en contacto con un mundo del todo extraño, con un elemento de infinito alcance para él: la Religión Cristiana. No sé qué pensar de aquel Sergio, Monje Nestoriano, con quien se dice se alojaron tío y sobrino, ni lo que podría enseñar un monje a un joven de tan corta edad. Es probable que se haya exagerado algo sobre el Monje Nestoriano. Mahoma tenía catorce años y sólo conocía su lengua; muchas cosas de Siria deben haber sido para él incomprensible remolino; pero los ojos del joven estaban abiertos, recogiendo imágenes de muchísimas cosas, que había que madurar de extraña manera, originando opiniones, creencias y discernimiento en su día. La iniciación de Mahoma se debe probablemente a estos viajes a Siria.

Hay que tener en cuenta que no había ido a la escuela. Hacía poco que se conocía la escritura en Arabia; además, se cree que Mahoma nunca supo escribir; toda su instrucción se reducía a la vida en el desierto, con su experiencia, y lo único conocido para él sobre el infinito Universo desde el perdido lugar en que vivía era lo que veían sus ojos, lo que pensaba; tengamos presente que no pudo disponer de libros, limitándose a lo que sus ojos o los oídos percibían en el ignorado desierto de Arabia, pues la sabiduría del pasado o la lejana no estaban a su alcance, sin que hubiera alma hermana que le pudiere poner en comunicación directa con las demás épocas y países, estando aislado, sumergido en el seno de aquel arenal, a solas con la Naturaleza y sus pensamientos.

Distinguióse desde su niñez por su carácter meditativo, llamándole sus compañeros Al Amin (El Fiel), mostrándose sincero y veraz en hechos, palabras y pemamientos, observando la gente que cuanto decía encerraba sentido; hablaba poco, sólo cuando tenía algo que decir, haciéndolo de modo pertinente, franco y prudente, instruyendo al que escuchaba, única utilidad de la conversación. Se le tuvo siempre por sensato, cariñoso, veraz, serio, sincero, amable y cordial, buen amigo, y jovial, que reía con risa franca, pues hay hombres cuya hilaridad es ficticia, como todo lo que en ellos se manifiesta; otros son incapaces de reír. Dícese también que era hermoso, de fino rostro, sagaz, simpático, de tez morena, ojos negros y brillantes; con una venilla en la frente que se hinchaba y oscurecía cuando se encolerizaba, como aquella vena en forma de herradura del Redgauretlet de Scott. Esta venilla frontal era característica de la familia de los Hashem, notable en Mahoma. Era hombre espontáneo, apasionado, pero justo, sincero, animado por talento, ardor y entendimiento naturales, digno, sin instrucción, que pasaba la vida en las profundidades del Desierto.

Los autores árabes nos cuentan cómo fue nombrado administrador de Kadijah, viuda rica; cómo visitó de nuevo las Ferias de Siria en viaje comercial; cómo lo dirigía todo fiel y concienzudamente, originando la gratitud de Kadijah, que le tomó afecto, así como la historia de su matrimonio con ella, cosa perfectamente explicable y merecida. El tenía veinticinco años, cuarenta ella, conservando su belleza. Parece haber vivido plácida, afectuosa y saludablemente con su protectora, a la que amó cordialmente sin que tuviera otro amor. El hecho de que viviese de este modo, en absoluta calma hasta perder el ardor de su juventud, demuestra la insensatez de la teoría que lo considera impostor. Tenía más de cuarenta años cuando aludió a su misión celeste. Todas las irregularidades, reales o supuestas, aparecieron tras los cincuenta años, al morir la bondadosa Kadijah, pues hasta entonces toda su ambición se redujo a vivir honestamente, bastándole la buena opinión de sus vecinos. Una vez apagado el ardor de su vida por el peso de los años, cuando la paz era lo único que podía proporcionarle el mundo, inició su ambiciosa carrera, desprendiéndose del carácter y existencia anteriores, surgiendo en él el vil y fatuo impostor, buscando lo que ya no podía disfrutar. No creo que así fuese.

No, aquel profundo Hijo del Desierto, espíritu franco y sociable, nunca pensó en ambiciones; su alma grande y taciturna debía sentir fervor, siendo sincera por naturaleza. Mientras otros son víctimas de fórmulas y rutinas, contentándose con ellas, él no pudo aceptarlas, viviendo a solas con su alma y la realidad. Vió claro el gran Misterio de la Existencia, con sus terrores y esplendores, sin que la rutina pudiere evitar que el hecho inefable exclamase: Aquí estoy. Esa sinceridad tiene ciertamente algo de divino; la palabra de un hombre como él es Voz salida del Corazón de la Naturaleza, voz que los hombres deben escuchar y escuchan, pues todo lo demás es aire comparado con ella. Hacía mucho tiempo que bullían en este hombre miles de pensamientos, producto de sus peregrinaciones y viajes, preguntándose: ¿Quién soy? ¿Qué es esta inmensidad en que vivo que los hombres llaman Universo? ¿Qué es la Vida? ¿Qué es la Muerte? ¿Qué debo creer? Los ásperos peñascos del Monte Hara, los del Sinaí, las hoscas soledades arenosas no respondían a sus preguntas. El extenso Cielo pasaba sobre él con sus centelleantes astros azules. El espíritu del hombre, lo inspirado por Dios, debía responder.

Eso es lo que todos debemos preguntamos y responder. Aquel hombre creyó era cosa de todo momento, que todo lo demás nada era comparado con ella. Ni la jerigonza argumentativa de las Sectas Griegas, ni las vagas tradiciones de los judíos, ni la estúpida rutina de la idolatría árabe aportaban respuesta. Eso es lo que manifiesta al Héroe, lo que pudiéramos llamas Alfa y Omega de su Heroísmo: que penetra la superficie de las cosas. El uso y la necesidad, las respetables rutinas y fórmulas son buenas o malas, habiendo algo tras ellas que las rebasa, a lo que deben corresponder, siendo su imagen; de no ser así son Idolatrías, trocitos de madera negra con pretensiones de Dios, que no pasan de burla y abominación para un alma anhelante. Nada significaban para él las doradas idolatrías de los Koras, diciéndose: Todos las aceptan, pero ¿qué bien encierran?, y la Realidad le acuciaba, teniendo que explicársela o declararse vencido. O hallaba ahora la respuesta o la ignoraría eternamente; era necesario hallar la respuesta. ¿Era ambicioso? ¿Qué podía. hacer Arabia por él? ¿Podía satisfacerle la corona de Heraclio, la del persa Cosroes y todas las de la tierra, cuando no era ésta la que le atraía, sino el Cielo que la cubría y el Infierno que había en su interior? ¿Dónde estarían las coronas y soberanos dentro de pocos años? ¿Se salvaría por ser Jeque de La Meca o de Arabia, por llevar en la mano un trocito de madera dorada? De modo alguno. Abandonemos la hipótesis de que fue impostor, por increíble, intolerable, digna de desprecio.

De acuerdo con la costumbre árabe, Mahoma retirábase temprano durante el Ramadán, quedando en el silencio y la soledad, costumbre de alabar, natural y útil para él, comunicando con su corazón en el silencio de los montes, escuchando las suaves vocecitas, costumbre natural. Contaba cuarenta años cuando se retiró a una caverna del Monte Hara, cerca de La Meca, aquel Ramadán, para pasar el mes arando y meditando sobre aquellos graves prablemas; un día dijo a Kadijah, su espasa, que con él estaba en campañía de sus servidores, que había hallado solución a toda aquella debida a inefable favar especial del Cielo; que no abrigaba dudas, que había salido de las tinieblas, viéndolo todo claro. Que todos aquellos ídolos y Fórmulas no eran sino miserables trozos de madera; que había un Dios único; que había que arrinconar todos los ídolos y dirigirse a Él. Que Dios es grande, no habiendo nada más; que es la Realidad, mientras los ídolos de madera no son nada; Él es real; que Él fue quien nos creó; que Él es quien nos sustenta, que somos Su imagen como lo son todas las cosas; somos vestidura transitoria que vela el Eterna Esplendor. ¡Allah akbar! ¡Dios es Grande! y luego el Islam; que debemos someternos a Dios; que toda nuestra fuerza reside en la resignada sumisión a Dias, ocurra lo que ocurra, tanto en este mundo como en el otro. Lo que nos envía, aunque fuere la muerte, o algo peor que ella, es lo mejor para nosotros, resignándonos a su voluntand. ¿No vivimos todos en el Islam, si es esto Islam?, inquiere Goethe. Sí; todos los que tienen por norma la moral, todos vivimos así. Siempre fue gran sabiduría no sólo someterse a la Necesidad, porque ésta obliga a someterse a ella, sino saber y creer que lo más severo que ordene la Necesidad es lo más prudente, lo mejor, lo que precisamos. Cesemos en la frenética pretensión de escrutar en este Mundo de Dios con nuestro pequeño cerebro, reconociendo que hay una Ley Justa, aunque esté lejos de nuestras luces, que su espíritu es Dios; que como parte hay que conformarse a la Ley del Todo, acatándola en silencio, sin discutirla, obedeciéndola sin titubear.

Afirmo que ésta es la única verdadera moralidad conocida. El hombre es justo e invencible, virtuoso, va camino de segura conquista precisamente cuando se une a la grande y profunda Ley del Mundo, a pesar de todas las leyes superficiales, apariencias temporales, cálculos de beneficios y pérdidas; sale victorioso cuando coopera con esta Ley central, no de otro modo, y la primera probabilidad de cooperación, de estar en vías de ello, está en que su alma reconozca su existencia, que es bien y sólo bien. Éste es el espíritu del Islam, siendo también el del Cristianismo, porque aquél puede definirse como forma confusa de éste, pues de no haber existido el Cristianismo no existiría el Islam. También el Cristianismo manda ante todo resignación a Dios. No hay que fiarse de la carne y la sangre, prestar oídos a la vana cavilosidad, fútiles pesares y deseos; saber que nada sabemos; que lo peor y más cruel a nuestros ojos no es lo que lo parece; que debemos aceptar lo que nos ocurra como enviado por Dios diciendo: Esto es bueno y conveniente, Dios es grande, y aunque me quitase la vida, confiarla en Él. El Islam significa a su modo Abnegación, Renunciación al Yo. Ésta es la suprema Sabiduría que el Cielo reveló a la Tierra. Ésa fue la luz que iluminó la tiniebla de aquel agreste espíritu árabe, confuso esplendor deslumbrante, vívido y celeste en la completa oscuridad que amenazaba con la muerte: él lo denominó revelación y ángel Gabriel; ¿quién es capaz entre nosotros de saber su nombre? Lo que nos procuró entendimiento fue la inspiración del Todopoderoso. Saber, penetrar la verdad de las cosas, es acto místico, en cuya superficie se detiene la mejor Lógica. Novalis dice: ¿No es la Fe verdadero milagro anunciador de divinidad? Fue muy natural que el espíritu de Mahoma, inflamado por la gran Verdad que se le revelaba, comprendiese su gran alcance, que era lo único importante. Cuando dijo: Mahoma es el Profeta de Dios, quiso decir que la Providencia lo había honrado inefablemente con la revelación, sacándole de la muerte y las tinieblas, que se creía obligado a participarlo a todo el mundo; ése es su verdadero significado.

Suponemos que la bondadosa Kadijah le escuchó maravillada, vacilante y exclamando: Sí, cierto es lo que dices; comprendemos la ilimitada gratitud de Mahoma, que entre todas las amabilidades que con él tuvo, la de creer en las grandes palabras que pronunciaba fue la más dulce para él. Mis Convicciones se fortalecen tan pronto las comparte otro espíritu, declara Novalis. Ello fue un ilimitado favor: por eso nunca olvidó a la buena Kadijah. Mucho después, Ayesha, su joven esposa favorita, mujer distinguida entre los musulmanes por sus cualidades, preguntábale cierto día: ¡No soy mejor que Kadijah! Kadijah era viuda, vieja, sin fuego en la mirada; ¿no es cierto que me quieres más que a ella7 ¡No, por Alláh!, porque ella creyó en mí cuando nadie creía. Sólo tuve un amigo en el mundo y fue ella. También creyó en él Seid, su esclavo, así como su primo Alí, hijo de Abú Taleb, que fueron sus primeros conversos.

Habló a muchos de su doctrina, pero los más lo trataron de ridículo con indiferencia; a los tres años contaba con tres adeptos, siendo lento su progreso; mas su ánimo era el usual en tales hombres en parecidos casos, y, tras tres años de poco éxito, invitó a cuarenta de sus parientes a un festín, manifestándoles sus pretensiones: tenía que participar aquello a todo el mundo; que era lo más importante entre todo, ¿cuál de ellos quería secundarle? Entre la duda y silencio de todos, Alí, joven de dieciséis años, levantóse de su asiento exclamando: ¡Yo! Los reunidos, entre los que estaba Abu Taleb, padre de Alí, no podían ser hostiles a Mahoma; no obstante, encontraron, ridícula la pretensión de aquel viejo inculto y aquel mozo de dieciséis años que decidían tal empresa contra la humanidad y soltaron la carcajada. Sin embargo, la cosa no era broma, sino cosa muy seria. El joven Alí goza de nuestra simpatía por la nobleza mostrada entonces y siempre, por su afecto, por su intrépido ardor; en él hay algo de caballeresco, la bravura del león, una gracia, una verdad y afecto dignos del caballero cristiano. Murió asesinado en la mezquita de Bagdad, muerte ocasionada por su generosa equidad y por su confianza en la equidad de los otros; dijo que si la herida no era mortal había que perdonar al asesino; pero si lo era tenían que matarlo inmediatamente, para que ambos aparecieran a la misma hora ante Dios, que decidiría quién tenía razón.

Era natural que los Koras, Guardianes del Caabah, Inspectores de los ídolos, se sintieran ofendidos por Mahoma. Por un tiempo siguiéronle dos o tres personas influyentes; la cosa iba muy lenta, mas se extendía. Finalmente, todos sintieron agravio diciendo: ¡Quién es ese que pretende saber más que todos, que nos considera locos y adoradores de madera? Abu Taleb, su buen tío, le dijo: ¡No puedes callar todo eso? Créelo, pero no importunes a los demás, no irrites a los principales, no te arriesgues ni expongas a nadie hablando de todo eso. Mahoma replicó: Aunque tuviera el Sol a mi derecha y la Luna a mi izquierda que me ordenasen callar, no podr{a obedecer. Hay algo en esta Verdad que es la misma Naturaleza, igual en jerarquia al Sol o la Luna, a todo lo hecho por la Naturaleza. Continuaré hablando hasta que lo permita el Todopoderoso, a pesar del Sol y de la Luna, todos los Koras, todos los hombres y todas las cosas. Tal es mi deber; no puedo obrar de otro modo. Al decir esto rompió a llorar, según dicen; vió que Abu Taleb lo estimaba, que la empresa era ardua, grande, difícil.

Continuó hablando a quien quería escucharle, publicando su Doctrina entre los peregrinos de Meca, consiguiendo adeptos allí y en otros lugares. La contradicción, el odio, lo seguían; sus poderosos amigos lo protegían; pero todos sus adeptos tuvieron que abandonar La Meca siguiendo su consejo y buscaron refugio en Abisinia, al otro lado del mar. Los Koras se enfurecieron, idearon emboscadas para matarlo. Murió Abu Taleb, murió la buena Kadijah. Mahoma no solicita nuestra simpatía, mas por entonces su situación era de las más lastimeras; tuvo que ocultarse en cavernas, que huir disfrazado, vivir errante, peligrando continuamente su vida, estando a punto muchas veces de perderla, debiéndola tan sólo al accidente fortuito: la espantada de un caballo o cosa por el estilo, que evitaba desapareciese por siempre Mahoma y su Doctrina, no oyéndose hablar más de ellos. Pero tal no era su destino.

El décimotercio año de su misión, al ver que sus enemigos se habían unido contra él, cuarenta conjurados, uno por cada tribu, que iban a arrancarle la vida, juzgó imposible continuar en La Meca, y huyó a Yathreb, donde contaba con algunos adeptos; hoy la llaman Medina o Medinat al Nabi (Ciudad del Profeta), debido a esta circunstancia. Estaba a 200 millas, entre peñascadas y desiertos; llegó allí con gran dificultad, escapando a sus enemigos y hallando acogida. La era de los orientales se inicia con esta Huída, llamándoIa Héjira; el año 1 de esta Héjira es el 622 de nuestra Era, cuando Mahoma contaba cincuenta y tres años. Envejecía; sus amigos fueron desapareciendo uno tras otro, su camino estaba sembrado de peligros: la única esperanza que le quedaba residía en su corazón, cosa natural en todos en tales casos. Hasta entonces había propagado su Religión predicando y persuadiendo; mas ahora, repudiado por su país natal, puesto que los injustos no sólo no prestaron oídos a su ardoroso mensaje Celeste, al hondo grito de su corazón, sino que no le permitían vivir si hablaba de ella, el fiero Hijo del Desierto resolvió defenderse como hombre, como árabe, y si los Koras querían su vida que se la arrancasen. No quisieron escuchar la urgente nueva que él consideraba de básica importancia, empeñándose en combatirla por la violencia, el acero y la sangre. Sea el acero el que decida la cuestión, se dijo, y pasó diez años luchando, incansable, impetuosamente, logrando lo que todos sabemos.

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