Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

SEGUNDA CONFERENCIA

El héroe como profeta:
Mahoma.
El islamismo.

Primera parte

(Viernes, 8 de mayo de 1840)

De la ruda época del Paganismo escandinavo nórdico, pasamos a período religioso muy distinto en un pueblo muy diferente: al Mahometismo árabe. ¡Qué importante cambio y progreso en el estado universal y en el pensamiento de los hombres!

No se considera ya al Héroe como Dios, sino como inspirado por Él, como profeta. Es la segunda fase del Culto al Héroe; pasó la primitiva, la remota, para no volver más, no habiendo hombre, por grande que fuere en la historia del mundo, a quien sus congéneres considerasen dios. Lógicamente es imposible creer hubiera personas que admitiesen como dios al hombre que tenían ante sus ojos, al hacedor de este mundo. Quizá fuere alguien a quien recordaban o habían visto: mas tampoco puede ser así. El Gran Hombre no era ya reconocido como Dios.

Gran error fue considerar Dios al Gran Hombre. Sin embargo, siempre es difícil saber lo que es, explicarlo o reconocerlo. La acogida que una época ofreció al Gran Hombre es el aspecto más significativo de su historia. El franco instinto humano ve algo deifico en él. Lo importante es que se le considere dios, profeta u otra cosa, pues por ello podemos ver, como a través de un ventanillo, el estado espiritual que abriga su corazón. Porque en el fondo el Gran Hombre, tal cual sale de manos de la Naturaleza, es siempre lo mismo: Odin, Lutero, Johnson, Burns; espero aclararos que todos ellos son una misma sustancia, que sólo la acogida que tuvieron y la forma que revistieron les hace tan diversos. La adoración a Odin nos sorprende al pensar se postraban ante el Gran Hombre con deliquio de amor maravillado, sintiendo en sus corazones que moraba en el firmamento, que era dios. No era eso perfección, pero ¿podemos llamar perfección al modo como acogimos a Burns? El don más preciado que el Cielo puede conceder a la Tierra es el hombre de genio como decimos, el Espíritu de un Hombre enviado de los cielos como mensajero de Dios, que deslucimos considerándolo castillo de fuego de artificio, pasatiempo que se trueca en ceniza, decepción, ineficacia. Tampoco llamo perfecta a tal acogida, pues reflexionando diríamos que el caso Burns fue fenómeno algo más ingrato, mostrando aun imperfecciones más funestas en la conducta de los hombres que el método escandinavo. Malo es caer en el irreflexivo deliquio del amor y la admiración, mas tal vez es peor la carencia de amor, exagerada, irracional, altanera. El Culto al Héroe varía continuamente; cada época lo siente a su modo, siendo difícil rendirlo acertadamente. Lo que anima el conjunto de sentimientos de una generación es ciertamente rendirlo como es debido.

No hemos elegido a Mahoma como el Profeta más eminente, sino por el que nos permite discurrir con más libertad. No es el más sincero entre los Profetas, mas yo lo creo franco. Además, como no nos arriesgamos a convertirnos al Mahometismo, me propongo hablar de él lo mejor que la justicia permita; ésta es la manera de penetrar su secreto. Intentaremos comprender lo que fue el mundo para él, pues lo que él fue y será para el mundo será entonces más fácil de comprender. Vulgarmente es considerado Mahoma como Impostor intrigante, encarnación de la Falsía, su religión mero amasijo de ficción y fatuidad; cosa muy difícil de sustentar hoy día. Las ficciones con que el celo de buena fe rodeó a este hombre nos repugnan. Cuando Pococke preguntó a Grocio qué prueba tenía de la leyenda del pichón adiestrado que picoteaba guisantes en la oreja de Mahoma, haciéndole pasar por ángel que le inspiraba, respondió Grocio que no había ninguna. Ya es hora de abandonar esas cosas. La palabra de aquel hombre ha sido norma de vida para ciento ochenta millones de seres desde hace mil doscientos años. Esos millones de seres fueron creados por Dios como nosotros. Hoy son muchos más de esos millones los que creen en la palabra de Mahoma antes que en otra. ¿Sospecharemos miserable juego de prestidigitación espiritual esa creencia en que tantas criaturas de Dios vivieron y murieron? Por mi parte, no puedo suponer tal cosa, siendo otras mis suposiciones antes que ésa. No sabríamos a qué atenernos sobre el mundo si el empirismo se desarrollase y sancionase de esa manera.

Hay que reconocer que tales teorías son lamentables. Si quisiéramos lograr el conocimiento de algo concerniente a la verdadera creación de Dios, tendríamos que descartarlas todas; son producto de un Período de Escepticismo; indican la triste parálisis espiritual, la mera muerte en vida del espíritu del hombre; nunca se promulgó teoría más atea en este Mundo. ¿Que un hombre falaz fundó una religión? El falaz no es capaz de edificar una casa de ladrillo. De no conocer y aplicar fielmente las propiedades del mortero, la cal y demás cosas que emplee, no será casa lo que construya, sino un montón de escombros, que no resistirá doce siglos alojando ciento ochenta millones de seres, porque se desplomaría antes. El hombre debe amoldarse a las leyes de la Naturaleza, estar en franca comunicación con ella y la verdad de las cosas; de no ser así, la Naturaleza le negará todo concurso. Las especiosidades son ficticias; un Cagliostro, muchos Cagliostros, eminentes conductores de muchedumbres, pueden prosperar un día debido a sus engaños; ocurre como con los billetes falsos: que se consigue pasarlos, siendo otro el que pagará su importe. La Naturaleza aviva los rescoldos haciendo surgir las llamas, la Revolución Francesa y cosas parecidas, proclamando con terrible veracidad que los billetes falsos, son falsos.

En cuanto al Gran Hombre, me aventuro a asegurar que no es creíble que sea un hipócrita, porque considero la sinceridad como su base fundamental, así como todo cuanto en él reside. Ni Mirabeau, ni Napoleón, ni Burns, ni Cromwell, ni ninguno de los destinados a realizar algo grande, deja de ser ante todo celoso en ese punto, lo que llamo un hombre sincero. Afirmo que la sinceridad, la profunda, grande, genuina sinceridad, es la principal característica de todos los héroes. No me refiero a la sinceridad que se cree tal, porque ésta es muy inferior, sinceridad superficial, jactanciosa, consciente, siendo con frecuencia mera pretensión. La sinceridad del Gran Hombre es de índole tal, que es ignorada por él, porque la posee inconscientemente, no creyendo tampoco se considere insincero; porque ¿qué hombre puede avanzar sin desviarse guiado por la ley de la verdad durante un solo día? No; el Gran Hombre no se jacta de ser sincero, eso nunca; quizá no pensó jamás en cosa tal; antes afirmaré que su sinceridad no depende de él, que es necesariamente sincero. La gran Realidad de la Existencia es grande para él. Por más que se eleve no puede alejarse de la imponente presencia de esta Realidad. Su mente tiene esa propiedad, siendo grande por eso ante todo. El Universo es para él imponente y maravilloso, real como la vida, real como la muerte. Aunque los demás puedan olvidar su verdad, pisando terreno falso; él no lo puede, porque el reflejo de su llama brilla inconfundible sobre él. Aceptemos esto como primera definición del Gran Hombre. También el hombre vulgar podrá gozar de ella por ser patrimonio de toda criatura de Dios, pero para el Grande es imprescindible.

Es lo que llamamos hombre original, hombre que comprendemos sin intermediarios; es un mensajero enviado desde el Infinito Desconocido; le llamamos Poeta, Profeta, Dios, y sus palabras suenan en nuestros oídos de modo distinto a las de todos los demás. Conocedor del Espíritu de las cosas, vive y tiene que vivir en continuo contacto con él, sin que las vulgaridades se lo velen; ciego, errante, despreciado, perseguido por el vulgo, mas penetrado por ese Espíritu. ¿No son sus palabras una especie de revelación? Así hay que llamarlas, pues no disponemos de otro vocablo. Proviene del corazón del mundo, siendo parte de la realidad primitiva de las cosas. Muchas revelaciones hizo Dios, siendo este hombre una de ellas; ¿no ha sido Dios quien lo creó como la última y más nueva entre todas? La inspiración del Todopoderoso le da entendimiento; lo primero que debemos hacer es escucharlo.

Por eso no consideraremos a Mahoma una Inanidad y una Teatralidad, un miserable impostor consciente y ambicioso; no podemos concebido así. El rudo mensaje que proclamó fue real, una voz celosa y confusa desde el abismo desconocido. Las palabras de aquel hombre no fueron falsas, tampoco su conducta; no siendo Inanidad y Simulación, sino ardiente masa de Vida fundida en el mismo seno de la Naturaleza. El Hacedor del mundo le ordenó que encendiera al mundo. Los defectos, imperfecciones, insinceridades de Mahoma no podrían desquiciar este hecho primario, aunque se probase palmariamente.

Lo que ocurre es que exageramos mucho los errores, que los detalles ocultan el verdadero centro. ¿Errores? Me atrevo a decir que el mayor de todos es no reconocerse ninguno. Pudiéramos creer que los lectores de la Biblia saben más sobre eso. ¿A quién se llama en ella el hombre de conformidad con el propio corazón de Dios? David, el Rey hebreo, cayó también en pecado; tenebrosos crímenes; le sobraban pecados. Por eso los incrédulos se mofan preguntando: ¿es ése vuestro hombre de conformidad con el corazón de Dios? La mofa paréceme superficial. ¿Qué son los errores, qué los detalles externos de la vida, si olvidamos su secreto interior, el remordimiento, las tentaciones, la cierta, desconcertante e infinita lucha? No es el caminante quien guía sus propios pasos. ¿No es el arrepentimiento el acto más divino en el hombre? El pecado más mortal fue el orgullo que no reconocía pecado, porque eso es muerte, y el corazón que así lo reconoce queda divorciado de la sinceridad, humildad y realidad: está muerto, es puro, puro como la arena seca inerte. Considero la vida e historia de David, tal como se lee en sus Salmos, como el más sincero emblema del avance moral del hombre y pugnas en este mundo. Todos los espiritus graves verán en ella la lucha fiel del espíritu humano hacia lo bueno y lo mejor. Lucha contrariada, dolorosamente contrariada, que parece acaba con la ruina completa; no obstante, interminable, renaciendo continuamente entre lágrimas, arrepentimientos, propósito sincero invulnerable. ¡Pobre naturaleza humana! ¿No podemos afirmar en verdad que el andar del hombre es eso, sucesión de caídas? Porque no puede evitarlas. En este agreste elemento de la Vida tiene que luchar continuamente, cayendo, levantándose, volviendo a caer, lamentándose, arrepintiéndose, sangrante el corazón, incorporándose, pugnando siempre por avanzar. Lo más importante, la eterna cuestión, es que su lucha sea sincera e indomable. Nos resignaremos a muchos tristes detalles, si el espíritu que la informaba era sincero. Los detalles no nos descubrirán nunca la cosa. Creo que nos equivocamos al estimar los errores de Mahoma aun como tales: nunca lograremos penetrar su secreto insistiendo en ello. Los pasaremos por alto, y, admitiendo que hubo algo de verdad en él, indagaremos qué era o pudo ser.

Mahoma vió la luz entre los árabes, pueblo ciertamente notable; como su país, adecuado terreno para tal raza. Quebrados e inaccesibles montes, extensos y áridos desiertos, son islotes de verdor allí en donde surge el agua que nutre alegre vegetación, perfumados arbustos, esbeltas palmeras, árboles que destilan incienso. Consideremos el inmenso horizonte arenoso, vado, silencioso, como un océano de arena que separa el terreno habitable del inhospitalario. Nos hallamos aislados, solos con el Universo; de día un sol feroz lo calcina con intolerable fulgor; de noche el gran Cielo profundo con sus astros. Esta comarca es la hecha para una raza de hombres de inquietas manos y de corazones profundos. El carácter árabe es ágil, activo, pero también pensativo y entusiasta. Se dice que los persas son los franceses de Oriente; nosotros diremos que los árabes son los italianos orientales. Es pueblo noble, de indómitos y fuertes sentimientos, que refrena férreamente; característica de la alteza de miras del genio. El montaraz beduíno acoge en su tienda al extraño, creyendo tiene derecho a cuanto en ella hay; y, aunque se tratara de su peor enemigo, matará su potro para que coma, sirviéndolo con sagrada hospitalidad durante tres días, tras los cuales lo despedirá cortésmente; luego lo matará si puede, debido a otra ley tan sagrada como aquélla. Su palabra es como sus actos. Más bien son taciturnos que locuaces, pero cuando hablan lo hacen con elocuencia. Son graves, veraces, de estirpe judía, pero el terrible celo judío está combinado en ellos con cierta gracia y brillantez impropia de aquéllos. Antes de que surgiera Mahoma celebraban Concursos Poéticos. Dice Sale que en Ocadh, sur de Arabia, hubo ferias anuales; que una vez vendida la mercancía, cantaban los poetas aspirantes a los premios, y que los beduínos formaban corro para escucharles.

Los árabes manifiestan una cualidad judía, resultado de muchas o todas las cualidades superiores: lo que pudiéramos llamar religiosidad. Son fervientes adoradores desde remotos tiempos, de conformidad con sus luces. Adoraron a los astros, como los Sabeos, y a muchos objetos naturales reconocidos como símbolos, manifestaciones inmediatas, del Creador de la Naturaleza. Se equivocaron, mas no en absoluto, pues todo lo hecho por Dios es símbolo de Dios en algún sentido. ¿No consideramos mérito reconocer cierta inagotable significación, belleza poética, como decimos, en todos los objetos naturales? El poeta es admirado por cantar esas bellezas, rindiéndole cierto culto. Los árabes tuvieron muchos Profetas, maestros en su tribu, que enseñaron lo que sabían. ¿No tenemos las más nobles de las pruebas, patentes todavía, de aquella devoción y nobleza de miras residente en aquellos pensativos rústicos? Los comentadores de la Biblia parecen convenir en que nuestro Libro de Job se escribió en aquella región. Para mí es una de las más grandes cosas salidas de la pluma, dejando de lado las teorías sustentadas sobre él. No parece hebreo por la noble universalidad que reina en él, diferente al noble patriotismo o sectarismo. ¡Noble Libro; Libro universal! Es la primera afirmación del infinito Problema: el destino del hombre, la mano de Dios en este mundo. Es todo fluidez, grande en sinceridad y sencillez, en su épica y reposada reconciliación; es vista penetrante, indulgente corazón comprensivo; franco en todo, vista y visión certera de las cosas, materiales y espirituales. Recordemos cuando dice del Caballo: ¿vestiste su cerviz de trueno?, y del blandir de la Pica se burla. Nadie se ha expresado con tal exactitud. Sublime pesar, sublime reconciliación; es la más remota melodía coral del corazón humano; su suavidad iguala a su grandeza, como la noche en pleno verano. como el mundo con sus mares y estrellas. Nada se ha escrito comparable a su mérito literario, ni en la Biblia ni fuera de ella.

Uno de los más antiguos objetos de adoración para los árabes idólatras fue la Piedra Negra, que se guarda todavía en el edificio llamado Caabah, en La Meca. Diodoro Sículo menciona este Caabah de modo indudable como el más antiguo y venerado templo de su época, medio siglo antes de nuestra Era. Dice Silvestre de Sacy que es probable que la Piedra Negra sea acrolítica, en tal caso alguien pudo verla caer del Cielo; ahora está junto al Pozo Zemzem; el Caabah se alza sobre ambos. Un pozo es siempre una cosa bella y conmovedora, surgiendo como la vida de la dura corteza terrestre, y más en ese cálido país, donde es primera condición de existencia. El Pozo Zemzem deriva su nombre del burbujeo de sus aguas zem-zem; se cree que es el pozo descubierto por Hagar con su pequeño Ismael en el bosque: el aerolito y el pozo son sagrados; sobre ellos hay un Caabah desde hace miles de años. Curioso Caabah. Allí está con su negra cubierta que envía anualmente el Sultán, con sus veintisiete codos de altura, con un doble circuito de columnas, filas de festoneadas lámparas y fantásticos adornos; esta misma noche encenderán sus lámparas, que brillarán de nuevo bajo las estrellas, como auténtico fragmento del remoto Pasado. Es el Keblah de todo Musulmán: desde Delhi hasta Marruecos, los ojos de innumerables hombres que orén se dirigen a él cinco veces al día, este día y todos los días; es uno de los centros más notables de la Morada del Hombre.

Si La Meca adquirió importancia como ciudad, lo debe a la santidad atribuída a esa Piedra de su Caabah y al Pozo de Hagar, donde acudían los peregrinos de todas las tribus árabes. Fue gran ciudad, en decadencia hoy, pues no posee ventajas naturales, estando como está en un hoyo arenoso entre áridas montañas peladas y distante del mar, a la que hay que llevar hasta el pan; pero los numerosos peregrinos requerían alojamiento, convirtiéndose en mercado, como todos los lugares de peregrinación; los primeros peregrinos atrajeron los primeros comerciantes, pues cuando se reúnen los hombres para algo descubren que pueden hacer otras cosas dependientes de su reunión; así fue La Meca la Feria de Arabia y el centro principal y almacén de todo comercio entre la India y los países occidentales, Siria, Egipto, aun Italia. En cierta época contaba cien mil habitantes, compradores, transitarios de productos orientales y occidentales, importadores de provisiones y trigo. Su gobierno era una especie de república aristocrática irregular, algo teocrático, gobernando diez hombres elegidos de la tribu principal, guardianes del Caabah. La tribu principal en tiempos de Mahoma era Kora; a ella pertenecía su familia. El resto de la Nación, dividido y aislado por los desiertos, vivía bajo parecidos gobiernos patriarcales, formando su población los pastores, traficantes, mercantes y brigantes, en frecuente guerra, teniendo como único lazo de reunión en el Caabah, donde adoraban todas las formas de la idolatría arábiga en común, unidos principalmente por el lazo interior indisoluble de la sangre y el lenguaje. Así vivieron los árabes durante muchos siglos, casi ignorados, ese pueblo de grandes cualidades, esperando inconscientemente el día en que el mundo se fijase en ellos. Parece que sus idolatrías vacilaron un momento cayendo en la confusión y fermentando entre ellos. Por ese tiempo tuvo eco en Arabia la vaga nueva del Acontecimiento de mayor importancia para este mundo: la Vida y Muerte del Hombre Divino en judea, síntoma y causa al mismo tiempo de inmensurable cambio en el mundo.

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