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Capital y trabajo 8

El salario

El artículo que recibe del trabajador el capitalista es determinada cantidad de trabajo, por la que él paga determinada cantidad de dinero, lo mismo que por determinadas cantidades de cualquier otro artículo, como por toneladas de hierro; por metros de paño, por quintales de trigo, etc. El dinero que, por su parte, recibe el trabajador en pago parece sustituir también, como ocurre con los demás productos, el valor o precio de la mercancía suministrada, o sea, el valor o precio del trabajo. A ese dinero se le llama, pues, retribución por el trabajo (Arbeitslobn, salario). Si se considera con qué fijeza se adhieren a la mente humana representaciones que se han originado inmediatamente en los procesos del trato diario y que pasan por verdades evidentes, se comprenderá sin dificultad por qué capitalistas, obreros, economistas políticos, lo mismo que los socialistas, jamás hacen la pregunta: ¿existe realmente el valor o precio del trabajo, es decir el salario, que no sea otra cosa que la argentización (Versilberung) de ese supuesto valor o precio?

Nuestro lector sabe ya que el salario no es más que una pura forma aparente, una expresión trastrocada del equivalente que se paga no por el valor o precio del trabajo, sino por el valor o precio de la fuerza laboral; pues, de hecho, es propiamente la fuerza laboral la única que tiene valor, porque también ella es producto del trabajo, ya que su producción y conservación cuesta trabajo. Se ha de entender bien claro que los fiscales, policías y soldados, todos juntos, no prestan a la sociedad servicio tan grande como el que presta esta forma: el salario.

Como hemos visto, el trabajador recibe exclusivamente la venia para trabajar, por tanto para vivir, cuando efectúa trabajo forzoso para los capitalistas, ya que todo trabajo que un hombre tiene que prestar a otro hombre de balde, sea por el flagelo del hambre sea por el peligro de ser apresado por vagabundeo, por naturaleza es trabajo forzado y demuestra que ese hombre se halla en relación de pertenencia a otros hombres particulares o a una clase determinada de otros hombres; es decir que de hecho es esclavo y no libre. Veamos ahora cómo este hecho queda disfrazado con la forma usual del salario.

Volvamos otra vez a nuestro ejemplo anterior, según el cual el trabajador ha de trabajar cada día durante doce horas; primero seis horas para ganarse el sustento, o sea, para sustituir por el importe de 20 marcos el valor dial de su fuerza de trabajo que le paga el capitalista; luego, seis horas más para suministrar al mismo sí; o sea, que en nuestro caso no podría añadir más valor dial o precio dial de su fuerza laboral se expresa en 20 marcos como valor o precio de su jornaáa, esos 20 marcos representarán el salario de un trabajo de doce horas, salario que corresponderá exactamente a esa cantidad de trabajo, ni un penique más ni un penique menos. Al parecer, por tanto, el trabajador no ha empleado da balde ningún minuto de su trabajo; es así como se esfuma toda huella de trabajo forzado y de su relación de pertenencia. Mas esto no es todo: si el trabajo en vez de ser creador de valor, fuera en sí una cosa de valor, al igual que ocurre con cada uno de los demás medios de producción, no podría añadir al producto en cuya preparación se emplea más valor que el que posee en sí, o sea que en nuestro caso no podría añadir más valor que el de los 20 marcos. Los otros 20 marcos que se han acrecido al producto y que pasan como plusvalía al bolsillo del capitalista, no podrían originarse en absoluto -segun esta suposición- del trabajo de doce horas del obrero, ya abonado en su pleno valor de 20 marcos; deberían proceder de otra fuente, fuera de una autofecundación arcana del capital, fuera del trabajo hercúleo del capitalista, y en tal caso no serían más que un sinónimo de su propio salario. (XVII, 448-452.).

En el trabajo feudal la situación es palpable. Tantos y tantos días trabajará el siervo para sí y tantos y tantos tendrá que realizar trabajo forzado. En el trabajo de los esclavos hasta aquella parte del tiempo laboral, en que el esclavo no hace más que reponer el valor de su propia subsistencia, aparece como no pagado. Así como en este último caso la relación de propiedad en que se halla el esclavo solapaba lo que trabajaba para sí, en el trabajo asalariado queda oculta la gratuidad del trabajo del jornalero debido a la relación monetaria. (XVII, 452.).

Una vez se ha penetrado en el secreto del valor o precio del trabajo y, por ende, también en el secreto del salario, se hace posible expresar incluso en esa figura trastocada cuáles son las leyes que determinan el valor o precio de la fuerza de trabajo. Las dos clases principales de salario son salario por tiempo y salario por piezas (destajo). Como la fuerza laboral siempre se vende por determinado lapso, el salario toma a su vez la figura de jornal, de salario semanal, etc. En el salario por piezas (a destajo), en cambio, parece que el trabajo no se paga por su cantidad, sino por su relación con el producto con él obtenido. (XVIII, 455.).

En el salario por tiempo el llamado precio justo del trabajo se calcula tomando como unidad la hora, o sea dividiendo el jornal entre el número de horas de la jornada de trabajo. De no proceder así se llega a resultados errados. Si, por ejemplo, un trabajador labora durante diez horas y otro durante doce diariamente, pero ambos perciben veinte marcos, su jornal es igual, no así el precio de su trabajo, pues uno gana dos marcos por hora, mientras que el otro sólo percibe 1.66 marcos. (XVIII, 455.).

Donde se sigue el salario por horas puede surgir una situación peligrosa para los trabajadores. El capitalista puede desear que hoy se trabajen muchas horas y mañana pocas, de manera que unas veces se produzca sobrefatiga mientras que otras no se gane el suficiente salario para poder cubrir las puras necesidades alimenticias. (XVIII, 457.).

Cuando la jornada de trabajo es de determinada duración pero se le añaden además las llamadas horas extras, lo que es muy común, todo el jornal, incluida la paga por las horas extras, no llega a cubrir el valor dial de la fuerza de trabajo, y a veces se queda corto. (XVIII,457.).

Cuanto mayor es la jornada de trabajo (inclúyanse o no como parte del mismo las horas extras), tanto menor es el salario. Cuanto más produzca un obrero, menos trabajadores se requerirán para alistar determinada cantidad de mercancías y la oferta de fuerza laboral aumentará, disminuyendo su precio. En las ramas donde la jornada de trabajo es excepcionalmente larga y el capitalista, por tanto, extrae ganancias insólitas, tanto por la dilatación del trabajo excedente como por la reducción de los salarios, paulatinamente descienden a su vez los precios de los productos debido a la competencia; razón por la cual los capitalistas combaten con redoblada tenacidad que se vuelva a una jornada más corta y se eleven los salarios. (XVlll, 458.).

El salario por piezas (trabajo a destajo) no es más que la forma transfigurada del salario por tiempo, aunque la apariencia sea de que, en este sistema de salarios, el precio del trabajo se determina por la cantidad del producto entregado. Al fijar el salario por piezas se pregunta siempre: ¿cuánto tiempo dura la jornada usual de trabajo? ¿Cuántas piezas apronta en ese tiempo un obrero de diligencia y pericia medianas? ¿A cuánto monta, en esas circunstancias el salario diario? Supongamos que, por ejemplo, por término medio un solo trabajador produce en una jornada de doce horas veinte piezas de una mercancía, recibiendo por ello un jornal de veinte marcos; según esto, la tarifa por pieza es de un marco, y por veinte piezas, veinte marcos. El trabajador no saca ventaja alguna de esta forma de remuneración, no así el capitalista, según bien sabe. (XIX, 462-463.).

Mientras que en el salario por tiempo es posible que el trabajador a veces produzca menos mercancías que las obtenibles por término medio, lo que se presta a que el operario -hablando en lenguaje de capitalistas- estafe al capitalista, en el trabajo por piezas ha de aprontar, en todo caso, determinada cantidad de productos para cobrar determinado salario. Respecto de la calidad de los artículos ocurre lo mismo; todos ellos han de ser de determinada calidad. Reparos a los artículos y reducción de la remuneración están muy correlacionados en el destajo y se aplican por parte de los capitalistas bajo la forma de timo. Añádase que el capitalista ahorra también en costos de vigilancia. (XIX, 464.).

En el ya citado trabajo a domicilio rige en general el destajo, puesto que éste sustituye la vigilancia, que en tal caso no es posible. (XIX, 464.).

En manufacturas y fábricas, el capitalista cierra contratos a destajo con los llamados obreroS principales (jefes de grupo, etc.), quienes con la ayuda de un número de otros trabajadores producen determinada cantidad de mercancías por un precio prefijado y, como es natural, de poder ser, rapan a sus ayudantes hasta las orejas. Así el trabajador es explotado por el trabajador, a la vez que se le aligera al capitalista la explotación. (XIX, 464.).

El trabajador por piezas extrema a más no poder sus fuerzas para elevar sus percepciones, procurando prolongar la jornada de trabajo, lo que al igual que en el salario por tiempo trae como secuela final la disminución del estipendio. Bajo la férula del destajo los obreros se labran enfermedades y muerte temprana, quedando en peores condiciones que cuando trabajaban según salario por tiempo. La culpa principal está en el desconocimiento que tienen los operarios de las leyes del sistema de producción capitalista. (XIX, 465.).

El salario por pieza aparece ya aislado en el siglo XIV, aunque su aplicación más general data de la introducción de la gran industria, que se utiliza, en época de su primera acometida, principalmente como palanca para alargar la jornada laboral y reducir el salario. (XIX, 466.).


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