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Capital y trabajo 7

Resultados del sistema fabril desarrollado

Mientras que en la manufactura existía todo un escalafón de obreros de distinta habilidad, en la fábrica desaparecen esas desigualdades; en ella sólo hay, en general el trabajador medio que se distingue exclusivamente por la edad y el sexo y, por lo tanto, por el grado de fuerza corporal; así que no es remunerado por su habilidad particular. (XIII, 347.).La fábrica emplea esencialmente dos clases de operarios: quienes están de hecho ocupados con las máquinas (a éstos pertenecen los que vigilan las máquinas de vapor, etc.) y los peones, que son quienes alimentan las máquinas (en su mayoría niños). Entre estas dos divisiones está el personal que se dedica a controlar y reparar la maquinaria, como los ingenieros, los mecánicos, etc. (XIII, 347.).

Si en la manufactura un obrero se tenía que servir durante toda la vida de un determinado útil, ahora la fábrica lo condena de por vida a servir a una máquina. La maquinaria se utiliza abusivamente para convertir al propio obrero, desde la infancia, en parte de una máquina parcial. De esta manera no sólo se disminuyen los costos de la implantación de la fuerza de trabajo, sino también su precio, a la par que la dependencia del obrero respecto del capitalista alcanza su cima más alta. Al convertirse en un autómata, el instrumento de trabajo se enfrenta como capital, durante el proceso de trabajo, con el propio obrero; se alza frente a él como trabajo muerto que domina y absorbe la fuerza de trabajo viva. (XIII, 349-350.).

En la fábrica queda consumado el divorcio entre trabajo manual y espiritual; está el obrero manual y el capataz. Impera una disciplina cuartelaria, un régimen despotico. El capitalista se impone como monarca absoluto, con mando sobre distintos oficiales (directores, jefes de departamento, etc.), y la generalidad, los trabajadores, tienen que obedecer callando. El látigo del capataz de esclavos deja el puesto al reglamento penal del vigilante. Como es lógico, todas las penas formuladas en este código se traducen en multas y deducciones de salario; el ingenio legislativo del Licurgo fabril se las arregla de modo que la infracción de sus leyes sea más rentable para el capitalista, si cabe, que su observancia. (XIII, 350-351.).

Este no es el único lado malo de la fábrica; el trabajador sale perjudicado por innúmeras maneras: la temperatura alta, el estruendo, el polvo dañan en alto grado todos los órganos sensoriales, por no hablar del constante peligro para la vida en que se mueve el obrero, como lo demuestran los incontables accidentes que ocurren todos los años. En tales circunstancias, la producción capitalista no sólo se convierte en medio de explotación, sino en un robo organizado de espacio, de luz, de aire y de medios personales de protección contra los procesos de producción malsanos e insalubres, y no hablemos de los aparatos e instalaciones para comodidad del obrero. ¿Tiene o no razón Fourier cuando llama a las fábricas presidios atenuados? (XIII, 352-353.).

¡Y qué sufrimientos no han de aguantar los obreros cuando una nueva rama de ocupación pasa del sistema artesanal o manufacturero al fabril! O se trata de un paso lento, y entonces el trabajo manual trata de hacer la competencia al ejecutado con máquinas, o sobreviene rápidamente y deja en la calle, de golpe, a una multitud de trabajadores. En el primer caso hay toda una clase de trabajadores que tiene que luchar a brazo partido contra la muerte por hambre durante decenios, como ocurrió con los tejedores algodoneros ingleses al principio de este siglo (XIX) (entre los tejedores de Sajonia, Silesia, Bohemia y de otros lados, se desarrolla actualmente la misma tragedia); en el segundo caso mueren de hambre hasta miles. Entre 1834-35 escribía así el gobernador de la India Oriental, donde la introducción de las máquinas tejedoras de algodón inglesas desplazó súbitamente a los productos locales fabricados a mano: la miseria reinante no encuentra apenas paralelo en la historia del comercio. Los huesos de los tejedores algodoneros hacen blanquear las llanuras de la India (XIII, 357.).

Cada mejora de la maquinaria pone en la calle a una porción de hombres o los desbanca por mujeres, y a éstas por niños. Para hacer imposible toda resistencia por parte de los trabajadores y consolidar su esclavitud, el capital se ha entregado ininterrumpidamente a hacer superflua, con nuevas máquinas, la habilidad de los mismos. (XIII, 358-359.).

No es de maravillar de que por largo tiempo los obreros combatieran fanáticamente, destrozándolas, las máquinas y demás condiciones fundamentales de la fábrica. (Su error estuvo sólo en que no se percataron de las ventajas que las máquinas, en sí y por sí, son para la humanidad y de que su único mal estriba en las tergiversadas relaciones de apropiación imperantes que permiten a unos cuantos manejar esos instrumentos para su exclusivo provecho.) (XIII, 362-363, 366.).

Debido a la enorme y repentina capacidad de expansión del sistema fabril y a su dependencia del mercado mundial, alternan de manera natural producción febril y saturación de los mercados con artículos comunes. De aquí que la ocupación y la subsistencia de los trabajadores sea inestable en sumo grado. (XIII, 375.).

Salvo periodos de fases especialmente bonancibles, arrecia entre los capitalistas una lucha encarnizada por el mercado, que se lleva a cabo con el arma del mayor refinamiento posible de las mercancías. Si el perfeccionamiento de las máquinas no logra mejorar la demanda, entonces de nuevo es el obrero quien pagará las consecuencias: el precio de su fuerza de trabajo sufre descalabro. (XIII, 378.).

La mayoría de las veces, la introducción de maquinaria en una rama mercantil trae como consecuencia inmediata que se reduzca el número de operarios, mientras que en otras ramas que suministran las materias primas para aquélla, o cuyos productos refinan, aumenta el número de empleados. (XIII, 378.).

Junto a la ocupación manufacturera y fabril cabe citar el llamado trabajo a domicilio, sector en el que la explotación del trabajador se realiza de la manera más despiadada. Como el trabajador a domicilio está desperdigado, no puede ofrecer tanta resistencia como quienes trabajan en manufacturas y fábricas. Para colmo, la mayoría se sirve de instrumental atrasado, a la vez que se interponen varios agentes, entre ellos y el capitalista, que loS estrujan. (XIII, 385.).

Paulatinamente, el trabajo a domicilio se va transformando, por regla general, en manufacturero y de manufacturero en fabril. Hay una jornada normal de trabajo establecida por ley que lo grava, pues sólo puede mantener el paso junto al trabajo fabril mediante la explotación ilimitada del trabajador. (XIII, 385.).

Las leyes fabriles han llamado a la vida a numerosos recursos mediante los cuales no sólo ha sido posible la implantación de un comienzo y terminación simultáneos del trabajo, indispensable para establecer la jornada normal de trabajo, sino que han abaratado todo el proceso productivo, como ha ocurrido, v. gr., en las alfarerías, en el estampado de alfombras, en las fábricas de fósforos, etc. (XIII, 392.).

De ordinario se fija un plazo hasta que rija la ley, pero los fabricantes aprovechan esta vacación de la ley para instar a los proletarios de la ciencia a idear nuevos artilugios mediante los cuales, para cuando entre en vigor la correspondiente ley (por ejemplo, la abreviación de la jornada) funcionen ciertas instalaciones que rindan al capitalista más provecho, si cabe, que las anteriores. (XIII, 397.).

Por término medio, los capitalistas menores no pueden mantener el paso, a este respecto, con los mayores y se vienen al suelo. Secuela de esto es la concentración del capital. (XIII, 399.).

Es la naturaleza vampiresca del capital la que hace que éste ponga el grito en el cielo a cada nueva ley fabril y declare, mientras le sea posible, que es absolutamente inaplicable, hasta que por fin se implanta. Sin embargo, la legislación fabril es producto del todo natural del capitalismo, cuya propia subsistencia condiciona. (XIII, 402.).

Hay que recordar a todo esto que de muchas de tales leyes se puede prescindir fácilmente y en innumerables casos así ocurre en efecto. También se toman pocas providencias respecto de la educación de los niños y de la salud de los trabajadores, y existe una cantidad ingente de inconvenientes, de los cuales la legislación fabril no se ocupa en absoluto. (Aquí Marx tiene ante la vista principalmente a Inglaterra; en la mayoría de los demás Estados, los obreros pueden sufrir la explotación sin traba alguna.) (XIII, 402.).

Como se sabe, en tiempos del trabajo gremial se procuraba tenazmente que el sistema de producción de las mercancías no sufriera alteraciones. Lo contrario ocurre en la gran industria que no reconoce como definitiva forma alguna de proceso productivo, antes bien que continuamente revoluciona todas las ramas de la producción. (XIII, 407.).

No sólo se sustituye sin cesar las máquinas más viejas por otras nuevas, sino que existe una metamorfosis permanente de la división social del trabajo. (XIII, 407.).

Si por una parte se ha hecho inevitable la generalización de la legislación fabril como amparo físico y espiritual de la clase obrera, por otra ésta ha generalizado a su vez y apresurado, como se hizo notar, no sólo la transformación de los procesos laborales enanos y dispersos en otros combinados y a gran escala, sino también la concentración del capital y el propio régimen fabril; ha destruido, asimismo, todas las formas antiguas y de transición, tras de las cuales se solapaba parcialmente el señorío del capital, sustituyendo esa situación por su dominación directa y paladina. Mas con ello ha generalizado, no obstante, la lucha directa contra esa dominación. (XIII,410-411.).

La transformación de la agricultura debida a la gran industria no acarrea para los agricultores los perjuicios físicos que plagan el trabajo fabril, pero los convierte tanto más en sobrantes sin que los emplee en otros menesteres. (XIII, 422.).

En la órbita de la agricultura es donde la gran industria tiene una eficacia más revolucionaria, puesto que destruye el reducto de la sociedad antigua, el campesino, sustituyéndolo por el obrero asalariado. De este modo, las necesidades de transformación y los antagonismos del campo se nivelan con los de la ciudad. (XIII, 422.).

En agricultora, cuanto más a estilo industrial se lleva, tanto más decididamente se explota no ya al labriego, sino también al suelo. Por tanfo, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre. (XIII, 423 y 424.).


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