Índice de Capital y trabajo de Johann MostCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Capital y trabajo 6

La gran industria

En la manufactura, la revolución operada en el régimen de producción tiene como punto de partida la fuerza de trabajo; en la gran industria, el instrumento de trabajo. En vez de herramientas de uso manual aparecen aquí las máquinas. (XIII, 302.).

Toda maquinaria un poco desarrollada se compone de tres partes sustancialmente distintas: el mecanismo de movimiento, el mecanismo de transmisión y la máquina-herramienta o máquina de trabajo. La máquina motriz es la fuerza propulsora de todo el mecanismo. Esta máquina puede engendrar su propia fuerza motriz, como hace la máquina de vapor, la máquina de aire caliente, la máquina electromagnética, etc., o recibir el impulso de una fuerza natural como la rueda hidráulica del salto de agua, las aspas del molino de viento, etcétera. El mecanismo de transmisión, compuesto por volantes, ejes, ruedas dentadas, espirales, fustes, cuerdas, correas, comunicaciones y artefactos de la más diversa especie, regula el movimiento, lo hace cambiar de forma cuando es necesario, transformándolo por ejemplo de perpendicular en circular, lo distribuye y transporta a la maquinaria instrumental. Estas dos partes del mecanismo que venimos describiendo tienen por función comunicar a la máquina-herramienta el movimiento por medio del cual ésta sujeta y modela el objeto trabajado. De esta parte de la maquinaria, de la máquina-herramienta, es de donde arranca la revolución industrial del siglo XVIII. Y es aquí donde tiene todavía su diario punto de partida la transformación constante de la industria manual o manufacturera en industria mecanizada. (XIII, 303-304.).

Si observamos un poco de cerca la máquina-herramienta, o sea, la verdadera máquina de trabajo, vemos reaparecer en ella, en rasgos generales, aunque a veces adopten una forma muy modificada, los aparatos y herramientas con que trabajan el obrero manual y el obrero de la manufactura, con la diferencia de que, en vez de ser herramientas en manos de un hombre, ahora son herramientas mecánicas, engranadas en un mecanismo. Ya la máquina de hilar más antigua rompió a hilar desde el primer momento con doce a dieciocho husos; el telar de hacer medias trabaja con muchos miles de agujas a la vez, etc. (XIII, 305.).

Como primer paso, las máquinas-herramienta fueron movidas por hombres, luego fue más común emplear caballos, etc. y más raro que se usara la fuerza del inconstante viento, pero cada vez fue más general la aplicación del agua. También el empleo de la fuerza hidráulica trajo aparejadas distintas dificultades que sólo se superaron mediante la invención de la máquina de vapor. Con ésta, la ubicación de la fábrica ya no queda fijada al lugar en que se halla el salto de agua vivo. El grado de energía, hasta ahora dependiente de las circunstancias naturales existentes, quedó sometido por los cuatro costados a la regulación del hombre, y además, en adelante, se pudieron accionar con la misma máquina motriz el aparato de transmisión por voluminoso que fuera y las más numerosas máquinas-herramienta (XIII, 306-307.).

La fábrica puede ser de dos clases: o bien posee muchas máquinas-herramienta iguales, de las cuales cada una produce todo el artículo, o bien encierra un sistema de maquinarias con distintas máquinas, de las cuales cada una alista una parte del producto, de manera que éste ha de recorrer las distintas máquinas antes de estar pronto. (XIII, 308.).

Como sistema orgánico de máquinas de trabajo movidas por medio de un mecanismo de transmisión impulsado por un autómata central, la industria maquinizada adquiere aquí su fisonomía más perfecta. La máquina simple es sustituida por un monstruo mecánico cuyo cuerpo llena toda la fábrica y cuya fuerza diabólica, que antes ocultaba la marcha rítmica, pausada y casi solemne de sus miembros gigantescos, se desborda ahora en el torbellino febril, loco, de sus innumerables órganos de trabajo. (XIII, 311-312.).

Las máquinas en un primer tiempo fueron fabricadas por operarios manuales y trabajadores de manufacturas, mas pronto tal manera de producir resultó insuficiente y entonces fueron las máquinas las que produjeron máquinas. (XIII, 312-314.).

La transformación de los medios de producción operada por la gran industria alcanzó también a los medios de comunicación y de transporte. Surgieron ferrocarriles, vapores, telégrafos, y así sucesivamente. (XIII, 313-314.).

El capital se apropia todos los descubrimientos e inventos, casi sin costo alguno. Lo que el capitalista ha de invertir para la explotación de la ciencia es sólo un aparato que, aunque costoso es, empero, mucho más barato que la antigua cantidad de herramientas. (XIII, 316.).

La parte de valor que pierde la maquinaria por su desgaste pasa al producto. Por lo mismo, esta parte de valor (perdido) resulta menor en la producción mecanizada, comparada con la (que se pierde en la) manual, porque se reparte entre una masa mucho mayor de productos, a la par que los medios de trabajo se emplean de manera más econ6mica y son de material más duradero. (XIII, 319.).

El trabajo que se ahorra mediante el empleo de maquinaria tiene que ser mayor que el requerido para su producción. Por tanto, la productividad de la máquina se mide por el grado de trabajo humano que economiza. Con una máquina de hilar, por ejemplo, se hila en ciento cincuenta horas de trabajo (sumado el tiempo laboral de los operarios de la máquina) tanto como en 25 mil horas de labor con la rueda de hilar. (XIII, 320.).

La maquinaria, al hacer inútil la fuerza del músculo, permite emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran flexibilidad en sus miembros. El trabajo de la mujer y del niño fue, por tanto, el primer grito de la aplicación capitalista de la maquinaria. De este modo, aquel instrumento gigantesco creado para eliminar trabajo y obreros, se conrvertía inmediatamente en medio de multiplicación del número de asalariados, colocando a todos los individuos de la familia obrera, sin distinción de edad ni sexo, bajo la dependencia inmediata del capital. Los trabajos forzados al servicio del capitalista vinieron a invadir y usurpar no sólo el lugar reservado a los juegos infantiles, sino también el puesto del trabajo libre dentro de la esfera doméstica y a romper con las barreras morales, invadiendo la órbita reservada incluso al mismo hogar. (XIII, 323-324.).

El valor de la fuerza de trabajo no se determina ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto individual, sino por el tiempo de trabajo indispensable para el sostenimiento de la familia obrera. La maquinaria, al lanzar al mercado de trabajo a todos los individuos de la familia obrera, distribuye entre toda su familia el valor de la fuerza de trabajo de su jefe. Lo que hace, por tanto, es depreciar la fuerza de trabajo del individuo. Antes, el obrero vendía su propia fuerza de trabajo, disponiendo de ella como individuo formalmente libre. Ahora, vende a su mujer y a su hijo; se convierte en esclavista. (XIII, 324.).

Cuáles son los perjuicios que causa el trabajo de las mujeres lo demuestra la circunstancia de que, por cada 100 mil niños menores de un año de los distritos mejor acomodados de Inglaterra sólo mueren 9 mil mientras que en los peores, o sea, en los industriales, son 25 a 26 millos que fallecen. Y es que las mujeres no pueden cuidar de sus hijos y en vez del pecho les dan mixturas perjudiciales y para dormirlos artificialmente les proporcionan narcóticos. (XIII, 326.).

Al abrir las puertas de las fábricas a las mujeres y los niños, haciendo que éstos afluyan en gran número a las filas del personal obrero combinado, la maquinaria rompe por fin la resistencia que el obrero varón oponía aún, dentro de la manufactura, al despotismo del capital. Los obreros van siendo esclavizados cada vez más. (XIII, 331.).

Las máquinas se desgastan no sólo a consecuencia de su uso, sino que también la influencia de los elementos las echan a perder, aunque no se hagan trabajar. (Además), toda máquina perfeccionada deprecia la menos mejorada, según sea el volumen y efectividad de dicho perfeccionamiento; por lo que el capitalista se ve obligado a sacar provecho de su maquinaria en el menor tiempo posible; es decir, extrae en dicho espacio de tiempo todo el tiempo laboral que puede. Con esto no sólo se protege de desventajas, sino que recaba a la vez ventajas sustanciales. (XIII, 332-333.).

La prolongación de la jornada de trabajo, sea que se alargue sin más, sea que se le dé el nombre de horas extras tiene la ventaja, para los capitalistas, de que obtienen más mercancías, además de que pueden deducir mayor plusvalía, sin que, por otra parte, tengan que incrementar el capital desembolsado en edificios y maquinaria. (XIII, 333.).

Durante el tiempo en que la maquinaria de una rama de la producción sólo la poseen unos cuantos capitalistas, disfrutan éstos de un monopolio y, naturalmente, hacen muy buenos negocios; pero en cuanto se generaliza la instalación de esas máquinas, el monto de la plusvalía dependerá de los obreros empleados contemporáneamente y del grado en que se les explote. He ahí por qué tanto afán del capital por ampliar la jornada de trabajo. (XIII, 334.).

Si el empleo que hace el capitalista de la maquinaria por una parte prolonga la jornada laboral e impele a una cantidad de nuevas energías (mujeres y niños) al servicio de la producción y por otra convierte de continuo en superfluos a trabajadores, genera (en total) tal sobrepoblación que su competencia devalúa el precio de la fuerza de trabajo. (XIII, 335.).

La maquinaria que permite al trabajador producir más en menos tiempo, en manos del capital fue medio para prolongar desmedidamente la jornada de trabajo. En cuanto la sociedad, amenazada en su raíz vital, implantó por ley la jornada normal de trabajo, el capital se esforzó por explotar lo más posible la fuerza del trabajo; es decir, que obligó al obrero a volverse tan activo en tiempo más breve como no lo hubiera podido ser en espacio más largo. (XIII, 336-337.).

¿Cómo se logró ese propósito? A través de diversos métodos entre los que están determinados modos de retribución, como por ejemplo el destajo, que sirven de palanca. (XIII, 338.).

Entre los trabajadores manufactureros de Inglaterra se observó que, si se acortaba el tiempo de trabajo, en general ocurría una capacidad mayor para el rendimiento. Se creyó en un principio, en las fábricas donde la actividad del trabajo se determinaba por la maquinaria, que era imposible elevar la intensidad de la fuerza de trabajo mediante el acortamiento del tiempo laboral, pero las consecuencias vinieron a enseñar que se trataba de una suposición equivocada. Con el acortamiento de la jornada de trabajo, en parte se incrementa la rapidez de la maquinaria y en parte se asigna a cada obrero mayor radio de vigilancia (sobre la maquinaria). Ambas cosas se consiguen introduciendo mejoras y modificaciones en la maquinaria. (XIII, 339.).

Marx demuestra con cifras que, en Inglaterra, tras el acortamiento por ley de la jornada laboral, se apremió en tal alto grado sobre la fuerza de trabajo de cada obrero que el decurso de unos pocos años disminuyó significativamente el número de operarios empleados, en relación con el aumento y extensión colosales de las fábricas. Es decir, que de cada obrero se exprimió mucho más trabajo que antes. (XIII, 340 y ss.).


Índice de Capital y trabajo de Johann MostCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha