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CUARTA PARTE


La custodia del campo.

En compañía de los agricultores van siempre cuatro batallones de soldados a guardar los campos. Cada batallón sale por una de las cuatro puertas de la Ciudad, que conducen al mar por caminos hechos de ladrillo, para que las mercancías y los forasteros puedan entrar más fácilmente en ella.


La hospitalidad.

Los extranjeros son tratados con magnificencia y cortesía. Durante tres días los alimentan a costa de los fondos públicos. En primer término, les lavan los pies y luego les enseñan la Ciudad. Les conceden un puesto en las reuniones y festines públicos y designan ciudadanos que se encargan del cuidado y custodia de los huéspedes. Si éstos desean hacerse ciudadanos del Sol, se someten a una prueba durante un mes en el campo, y otro mes más en la Ciudad. Superada la prueba, los admiten en medio de determinadas ceremonias, juramentos, etc.

Conceden mucha importancia a la agricultura. No hay ni un palmo de terreno sin cultivar. Estudian los vientos y las estrellas favorables. Y, mientras algunos se quedan en la Ciudad, los restantes salen armados al campo a arar, sembrar, cavar, escardar, segar, recolectar y vendimiar, al son de trompetas y tímpanos y llevando al frente una bandera. En muy pocas horas acaban el trabajo, ahorrando hábilmente tiempo y fatiga.


Los carros.

Emplean carros que tienen velas en la parte superior y que, gracias a un admirable engranaje, se utilizan incluso en el caso de ser adverso el viento. Cuando el viento falta, un único animal arrastra un carro grande y pesado, que al mismo tiempo resulta elegante.


Los cultivos.

Entretanto, los guardas del campo se dedican a recorrer, provistos de armas, el terreno, formando grupos que frecuentemente se sustituyen. Para abonar la tierra, no usan estiércol, ni Iodos, por creer que tales substancias corrompen las simientes y, al ser ingeridas éstas, debilitan o abrevian la vida, del mismo modo que las mujeres cuya belleza procede de cosméticos (y no del ejercicio físico) dan a luz hijos enfermizos. Por eso no abonan la tierra. Sin embargo, la trabajan bien usando para ello procedimientos secretos, mediante los cuales las semillas nacen rápidamente, se reproducen y no se pierden. A tal fin consultan un libro titulado Geórgicas. Únicamente es labrada la porción de tierra que basta a las necesidades de los ciudadanos. El resto se dedica a pasto de los animales.


El ganado.

Como en tiempo de Abraham, en la Ciudad del Sol se concede enorme importancia al noble arte de criar caballos, bueyes, ovejas, perros y toda clase de animales domésticos y mansos. Para poder obtener buenas crías, aparean entre sí dichos animales. Exhiben bellos cuadros que representan bueyes, caballos y otras especies de ganados. Los caballos no van a pacer juntamente con las yeguas, sino que oportunamente los aparean a la puerta de los establos campestres. Entonces examinan el horóscopo y observan a Sagitario en su buen aspecto con Marte y Júpiter. De acuerdo con las enseñanzas establecidas, sobre el ganado bovino consultan a Tauro; sobre el ovino, a Aries y así sucesivamente. Tienen grandes manadas de gallinas, ánades y gansos que las mujeres llevan con gusto a picotear cerca de la Ciudad, existiendo unos lugares donde encerrarlos y otros destinados a la elaboración de queso, manteca y lacticinios. Cuidan también un gran número de capones. Sobre todos estos asuntos consultan un libro titulado Bucólicas. En la Ciudad del Sol hay abundancia de todas cosas, pues cada hombre quiere ser el primero en el trabajo, por ser éste exiguo y fructífero. Todos obedecen a cualquier persona que con el nombre de Rey resulta elegida para el cargo de jefe de una función pública. Dicen que este nombre ha sido inventado por ellos y no lo entienden a la manera de los ignorantes. Resulta admirable ver cómo hombres y mujeres sin distinción actúan siempre a las órdenes del Rey. Esto no les resulta violento, como a nosotros, pues ven en él un padre y un hermano mayor. Poseen bosques y selvas, poblados de fieras, para ejercitarse en la caza.


La navegación.

El arte de la navegación tiene gran importancia. Poseen naves, de las cuales algunas funcionan sin remos y sin viento mediante un admirable artificio. Conocen bien las estrellas y el flujo y reflujo del mar. Navegan con el fin de conocer nuevas gentes, países y cosas. No ofenden a nadie, mas tampoco toleran que se les injurie; y sólo combaten cuando se ven provocados. Opinan que llegará un día en que todo el mundo viva según las costumbres de la Ciudad del Sol y, por eso, están siempre atentos a ver si hay otra nación que lleve una vida mejor y más digna que la suya. Admiran la religión cristiana y consideran detenidamente la vida de los Apóstoles. Son aliados de los chinos y de otros muchos pueblos, insulares y continentales (Siam, Conchinchina, Calcuta), en cuyos territorios realizan batallas navales y terrestres y poseen muchos secretos de estrategia. Por esta razón, casi siempre resultan vencedores.


Género de vida y alimentación de todos y cada uno de los ciudadanos.

GRAN MAESTRE.- Mucho celebraré que me hables de sus comidas y bebidas, así como también de la forma y duración de su vida.

ALMIRANTE.- En opinión de ellos, hay que velar ante todo por la vida de la colectividad; y después, por la de sus componentes. Por eso, cuando construyeron la Ciudad, establecieron constelaciones en los cuatro ángulos del mundo: Leo y Júpiter, en el ángulo oriental; Mercurio y Venus, en Cáncer, Marte, en Sagitario; la Luna, en Tauro, etc. Para conseguir fortaleza y longevidad, estudian la posición de cada una de las estrellas en el momento de ser concebido cada individuo. Y, respecto a los astros, afirman (como ya se ha dicho) que Dios los ha creado como causas de las cosas, que el hombre debe utilizar pero sin abusar de ellas.


Los alimentos.

Se alimentan de carne, manteca, miel, queso, dátiles y legumbres de varias clases. Al principio rehusaban sacrificar animales, por parecerles cruel. Pero después consideraron que también era crueldad cortar hierbas, las cuales tienen igualmente vida y sentidos y, por lo tanto, se verían obligados a perecer de hambre en el caso de seguir radicalmente el criterio primitivo. Por eso, llegaron a la conclusión de que las cosas inferiores han sido producidas en beneficio de las superiores. Así pues, ahora ya comen de todo. Sin embargo, no les agrada sacrificar animales utiles, como bueyes y caballos. Dividen los alimentos en beneficiosos y perjudiciales; y en su uso se guían por principios médicos. Constantemente varían la alimentación. Primero, comen carne; luego, pescado; después, verduras. Para evitar que las fuerzas naturales se debiliten por tomar siempre el mismo alimento, comienzan de nuevo con la carne y continúan por el orden enumerado. Los ancianos comen tres veces al día alimentos de fácil digestión y en pequeña cantidad; dos veces, la comunidad y cuatro, los niños, según las órdenes del médico. Entre ellos es frecuente llegar a vivir cien años, pero muchos alcanzan incluso los doscientos.


La bebida.

En la bebida son sumamente sobrios. A no ser por razones de salud, no se permite a los jóvenes beber vino hasta cumplir la edad de diez y nueve años. Luego de cumplir esta edad, pueden tomarlo mezclado con agua. Dígase lo mismo de las mujeres. Los ancianos de cincuenta años no suelen poner agua al vino. En cada estación del año los habitantes de la Ciudad del Sol toman los alimentos apropiados a ella, siempre de acuerdo con el consejo del Médico supremo, a cuyo cuidado están encomendados tales asuntos. Consideran que nada es perjudicial, si se toma en la estación en que Dios lo ha producido, siempre que no se consuma en cantidad excesiva. En el verano se alimentan de frutas, por ser húmedas, jugosas y frescas, defendiéndose así del calor y sequedad de dicha estación. En el invierno toman alimentos secos; y en el otoño uvas, las cuales han sido dadas por Dios como remedio contra la bilis negra y la melancolía. Con mucha frecuencia usan substancias olorosas. Al levantarse por la mañana, todos se peinan la cabeza y se lavan con agua fría la cara y las manos. Después mastican menta, perejil o hinojo; o bien se frotan los dientes con los dedos. Los viejos toman incienso y, vueltos hacia Oriente, recitan una breve oración semejante a la que nos enseñó Jesucristo. Luego van unos a servir a los viejos, otros, en el coro y los restantes en las demás funciones públicas. Más tarde se dirigen a recibir las primeras lecciones y luego se encaminan al templo. De allí pasan a realizar ejercicios físicos. Descansan, sentados, durante algún tiempo y finalmente van a comer.


Las enfermedades y sus remedios.

Entre ellos no existe la gota (ni la de los pies ni la de las manos), los catarros, la ciática, los cólicos, las inflamaciones ni las flatulencias, pues tales enfermedades proceden de la intemperancia y de la inactividad, pero ellos evitan con la sobriedad y el ejercicio todos los malos humores y flatulencias. Por eso, resulta sumamente indecoroso el hecho de que alguien tenga que escupir o gargajear, pues en opinión de ellos tales cosas indican poco ejercicio, reprobable pereza o crapulosidad y glotonería. Las afecciones más frecuentes son las inflamaciones y el espasmo seco, a lo que ponen remedio con alimentos sanos y nutritivos. Para curar la tuberculosis emplean baños de agua tibia, lacticinios, vida reposada en el campo y ejercicios moderados y agradables. La sífilis no puede arraigar entre los ciudadanos de la Ciudad del Sol, porque frecuentemente limpian sus cuerpos lavándolos con vino, los ungen con aceites aromáticos y expulsan con el sudor provocado por el ejercicio el olor fétido de donde procede la corrupción de la sangre y de la médula. La tisis es rara, porque no padecen catarros pulmonares. Nunca sufren el asma causada por la gordura. Curan las fiebres inflamatorias bebiendo agua fría; las efímeras, con olores y caldos espesos o bien con el sueño, música y alegría. Contra las tercianas emplean sangrías y ruibarbo o algún otro absorbente, o bien cocimientos de raíces de hierbas purgantes y ácidas. Rara vez toman un purgante. Para curar fácilmente las cuartanas, asustan repentinamente al enfermo. También las tratan con hierbas de composición opuesta al humor de la cuartana o con procedimientos homeopáticos. A este respecto me mostraron varios remedios secretos.

En la curación de las fiebres persistentes, a las cuales tienen gran miedo, ponen mayor afán y luchan contra ellas observando las estrellas y las hierbas y elevando súplicas a Dios. Por no existir en ellos humores gruesos, faltan casi en absoluto las fiebres quintanas, sextanas y octanas.

Como los romanos, usan baños, termas y aceites. Han inventado muchos remedios secretos para limpiar, curar y mantener la fortaleza física. De este modo y otros semejantes se oponen a la epilepsia, de la cual se ven frecuentemente atacados.

GRAN MAESTRE.- Esta enfermedad es indicio de extraordinario ingenio. De ella estuvieron atacados Hércules, Escoto, Sócrates, Calímaco y Mahoma.

ALMIRANTE.- Los habitantes de la Ciudad del Sol la combaten con oraciones, robusteciendo el sistema nervioso con substancias o excitantes, y con caldos espesos por contener gran cantidad de flor de harina de trigo.

En la preparación de las comidas son muy hábiles. Para condimentadas, les echan nuez moscada, miel, manteca y otros muchos aromas fortificantes. Corrigen con ácidos la excesiva gordura. No beben nada que previamente haya sido enfriado por la nieve o calentado artificialmente (como acostumbran los chinos), pues no necesitan ayuda para favorecer el calor natural con ajo machacado, vinagre, serpol, menta, basilicón y principalmente con ejercicios físicos. Conocen además un secreto que sin dolores y mediante procedimientos suaves y admirables renueva la vida cada siete años.

GRAN MAESTRE.- Aún no me has hablado de las ciencias y de los magistrados.


La elección de los magistrados. El gobierno y las asambleas.

ALMIRANTE.- Ya lo hice. Mas, para satisfacer tu gran curiosidad, añadiré algunas otras cosas. Cada novilunio y plenilunio reúnen la asamblea después del Sacrificio. Son admitidas a ella todas las personas mayores de veinte años. Se les va invitando, una a una, a exponer las deficiencias existentes en la República y a indicar qué magistrados cumplen bien su función y quiénes mal. Asimismo, se reúnen cada ocho días todos los magistrados: primero Hoh y con él el Poder, la Sabiduría y el Amor. Cada triunviro tiene bajo sus órdenes a tres magistrados, haciendo así un total de trece, a los que está encomendada la suprema dirección de las artes: al Poder, las funciones militares; a la Sabiduría, las ciencias; al Amor, el alimento, el vestido, la procreación y la educación. Asisten también a la reunión los instructores militares, así de los hombres como de las mujeres, es decir, los decuriones, los centuriones, etc. Allí se tratan todas las cuestiones que interesan a la República y se eligen los magistrados anteriormente propuestos en la asamblea general. Hoh y los tres triunviros se reúnen diariamente en consejo para deliberar sobre lo que ha de hacerse. Corrigen, confirman y ejecutan las decisiones de la magna asamblea, atendiendo a todo lo necesario. En la elección no hay sorteo, a no ser que exista duda del partido que deban tomar. Siempre que el pueblo lo pide, todos los magistrados (a excepción de los cuatro primeros) son reemplazados, a no ser que ellos mismos, luego de celebrar una consulta entre sí, cedan su cargo a la persona tenida por más sabia, más inteligente y de costumbres más puras que ellos. Aman tanto a la República y son tan buenos y dóciles que gustosamente transmiten su cargo al más sabio y se convierten en sus discípulos. Sin embargo, esto ocurre pocas veces. Los principales jefes de las ciencias están a las órdenes del triunviro Sabiduría, excepto el Metafísico, es decir, Hoh, quien preside todas las ciencias en su calidad de arquitecto y considera deshonroso ignorar cualquier cosa que los hombres puedan saber. Así pues, el triunviro Sabiduría tiene bajo sus órdenes al Gramático, al Lógico, al Físico, al Médico, al Político, al Economista, al Astrólogo, al Astrónomo, al Geómetra, al Cosmógrafo, al Músico, al Previsor, al Aritmético, al Poeta, al Retórico, al Pintor y al Escultor. Del triunviro Amor dependen el encargado de la procreación, el educador, el médico, el sastre, el agricultor, el pastor, el ganadero, el domesticador, el gran cocinero, el cebador, etc. A las órdenes del triunviro Poder están el jefe de estrategia, el atlético, el herrero, el armero, el platero, el acuñador de monedas, el arquitecto, el instructor de los exploradores, el maestre de la caballería, el de la infantería y el de los caballos, el gladiador, el jefe de morteros, el hondero y el juez supremo. A las órdenes de cada uno de éstos se encuentran trabajadores especializados.

GRAN MAESTRE.- ¿Qué me dices de los jueces?


Los jueces y los procedimientos judiciales.

ALMlRANTE.- Hace tiempo que estaba pensando hablarte de este asunto. Cada individuo es juzgado por el Maestro supremo de su propio oficio. Por eso, todos los primeros artífices son jueces y castigan con el destierro, con azotes, con el deshonor, con la privación de la mesa común, con la prohibición de asistir al templo y con la abstención del comercio carnal. Cuando el hecho culpable es injurioso, se castiga con la muerte. Si la culpa ha sido voluntaria y reflexiva, se paga (según la ley del Talión) ojo por ojo, nariz por nariz, diente por diente, etc. Si ha mediado riña y no ha precedido reflexión, la sentencia se atenúa, mas no por el juez sino por el triunvirato. Éste recurre a Hoh, no ya por razones de justicia, sino sólo para implorar perdón, pues únicamente Hoh puede perdonar. No tienen cárceles. Hay solamente una torre en donde recluyen a los enemigos, a los rebeldes, ete. Las pruebas no son escritas, formando lo que vulgarmente se llama proceso, sino que el acusado y los testigos comparecen ante el juez. El primero hace su propia defensa e inmediatamente el juez le absuelve o le condena. En caso de apelar al triunviro, la absolución o la condena se pronuncian al día siguiente. Llegado el tercer día, el reo es perdonado por Hoh. De lo contrario, la sentencia se convierte en irrevocable. En este caso, el culpable se reconcilia con el acusador y con los testigos, dándoles un abrazo y un beso por considerarlos como médicos de su enfermedad social. Para evitar que la República se mancille, no hay lictores ni verdugos. El condenado muere a manos del pueblo, quien le mata o le apedrea. La primera piedra es arrojada por el acusador y los testigos. A algunos reos se les da a elegir el género de muerte. Éstos se suelen rodear de sacos, llenos de pólvora, que al inflamarse los abrasan, muriendo asistidos por personas que les exhortan a sufrir resignadamente su suerte. Toda la Ciudad se viste de duelo y ruega a Dios que aplaque su cólera, lamentándose de haber tenido que llegar al extremo de amputar un miembro podrido de la República. También se afanan en convencer con razones al reo para que por sí mismo acepte y quiera la sentencia capital. En caso contrario, no se le ejecuta. Mas, si el delito cometido va contra la libertad de la República, contra Dios o contra los magistrados supremos, la sentencia se cumple sin compasión. Los reos de tales delitos son los únicos a quienes se castiga con la muerte. El que va a morir queda religiosamente obligado a exponer en presencia del pueblo las razones por las que no debería morir, las culpas de quienes deberían sufrir también la muerte y, finalmente, los pecados de los magistrados, afirmando (si así lo cree en conciencia) que todos ellos merecen la muerte en mayor grado que él. Si sus razones se consideran convincentes, se le destierra; y la Ciudad es purificada con oraciones y sacrificios. Sin embargo, no por eso condenan a quienes han sido aludidos por el reo. Solamente los amonestan. Los pecados cometidos por fragilidad humana o ignorancia se castigan sólo con el deshonor u obligándolos a una mayor castidad o a un mayor conocimiento en las ciencias o artes, contra las cuales faltaron. Los habitantes de la Ciudad del Sol se tratan unos a otros de tal manera que parecen ser en absoluto miembros de un mismo cuerpo y pertenecerse mutuamente. Debes saber además que, cuando algún culpable comparece ante los magistrados sin esperar la acusación para exponer su delito y pedir castigo, no se le impone la pena que correspondería a su crimen oculto; y el castigo se conmuta por otro, siempre que no exista acusación previa. Se preocupan mucho de que nadie calumnie a otro. El calumniador sufre la ley del Talión. Como siempre conviven en gran número, se necesitan cinco testigos para probar un delito. En caso contrario, el acusado presta juramento y queda en libertad, pero se le amonesta y amenaza. Bastan tres testigos, e incluso dos, para que se imponga un castigo doble a quien por segunda o tercera vez resulta acusado.


Las leyes. El juicio.

Las leyes de la Ciudad del Sol son pocas, breves, claras y están escritas en una tabla de bronce, colgada de los huecos del templo, es decir, entre las columnas. Cada una de ellas contiene en estilo metafísico y breve las definiciones de las esencias de las cosas, o sea, qué es Dios, los ángeles, el mundo, las estrellas, el hombre, la fatalidad, la virtud, etc., todo ello, con un gran sentido. Están también indicadas las definiciones de todas las virtudes. El juez de cada virtud ocupa un asiento, llamado tribunal, colocado precisamente debajo de la columna en donde se halla la definición de la virtud que le corresponde juzgar. Para ejercer su función, se sienta en él y, volviéndose al culpable, le dice: Hijo, has faltado a esta sagrada definición (por ejemplo, la de la magnanimidad, la de la beneficencia, etc.). La lee ... y, después de una discusión, le condena al castigo merecido por su delito (malos tratos, deshonor, soberbia, ingratitud, pereza, etc.). Las penas son verdaderas y eficaces medicinas que tienen más aspecto de amor que de castigo.

GRAN MAESTRE.- Sería oportuno que hablases ahora de los sacerdotes, de los sacrificios, de la religión y de sus creencias.


Los sacerdotes, la religión, el sacrificio y la oración.

ALMIRANTE.- Todos los primeros magistrados son sacerdotes. Hoh es el sacerdote supremo. Su misión es purificar las conciencias. Mediante la confesión en voz baja, al modo de la nuestra, la ciudad entera declara sus culpas a los magistrados, quienes, a la vez que purifican las almas, conocen los vicios más frecuentes en el pueblo. Luego los magistrados mismos confiesan sus propias faltas a los tres príncipes supremos y exponen también las ajenas, pero sin nombrar a nadie a no ser confusamente, señalando en forma especial las cosas más graves y perjudiciales a la República. Finalmente, los triunviros confiesan sus propios pecados y los ajenos a Hoh, quien por lo mismo sabe las faltas más frecuentes en la Ciudad y busca los remedios oportunos. Después ofrece a Dios sacrificios y oraciones y confiesa públicamente en el templo, desde lo alto del altar y en presencia de Dios, siempre que se necesitase corrección, todos los pecados de la Ciudad, pero sin decir el nombre de los culpables. Luego absuelve al pueblo, exhortándolo a no cometer tales faltas. Hecho esto, ofrece sacrificios a Dios y le ruega que perdone, ilumine y proteja la Ciudad. Una vez al año, los jefes supremos de cada una de las ciudades sometidas confiesan también a Hoh sus propias culpas y las de sus súbditos. Por esta razón, Hoh no ignora tampoco los males de las provincias y busca para todos ellos remedios humanos y divinos.

El sacrificio se realiza de la manera siguiente: Hoh pregunta quién de entre los presentes desea ofrecerse a Dios en holocausto por sus conciudadanos. El más perfecto de entre ellos se ofrece espontáneamente. Entonces, después de realizar determinadas ceremonias y elevar preces al Señor, se le coloca sobre una tabla cuadrada, sujeta con cuatro fíbulas a cuatro cuerdas suspendidas de cuatro poleas colocadas en la bóveda pequeña, y todos ruegan al Dios misericordioso que acepte aquel sacrificio humano y voluntario, no involuntario y animal como hacen los gentiles. Luego Hoh manda tirar de las cuerdas. La víctima es elevada hasta el centro de la bóveda pequeña, en donde se entrega a las más fervientes oraciones. Los sacerdotes que habitan en sus alrededores le suministran por una ventana alimento en pequeña cantidad, hasta que la Ciudad queda purificada. La misma víctima ruega al Dios del cielo con oraciones y ayunos que acepte su espontáneo sacrificio. Finalmente, aplacada la cólera divina al cabo de veinte o treinta días, la víctima se hace sacerdote o (lo que acontece muy raras veces) es descolgado y desciende por el camino exterior de los sacerdotes. En lo futuro, este hombre goza de gran estimación y amor, por haber ofrecido espontáneamente su vida en bien de la patria. Pero Dios no desea la muerte de nadie y, por eso, nunca se le sacrifica. Los veinticuatro sacerdotes que habitan en la parte superior del templo, cantan salmos a Dios cuatro veces al día, a saber, a media noche, a medio día, por la mañana y por la tarde. Su misión es observar las estrellas, anotar en los astrolabios sus movimientos y conocer sus efectos e influencias en las cosas humanas. Conocen los cambios que en determinada fecha ha habido o tienen que ocurrir en cualquier región del mundo. Envían exploradores a comprobar si sus observaciones son justas y anotan sus predicciones, verdaderas y falsas, con el fin de poder llegar después de repetidas experiencias a predecir con exactitud el futuro. Ellos determinan el momento de la procreación, los días de la siembra, de la siega y de la vendimia; y son a manera de intérpretes, mediadores y lazo de unión entre Dios y los hombres. Generalmente, la persona de Hoh es elegida de entre ellos. Además escriben los hechos memorables y se dedican a la investigación científica. No bajan de sus habitaciones más que para comer y cenar, como los humores descienden de la cabeza al estómago y al hígado. Raras veces, y sólo a título de medicina, realizan la unión sexual. Hoh sube diariamente a sus moradas y delibera con ellos sobre todo lo que han descubierto e investigado en beneficio de la Ciudad y del mundo entero.

En la parte inferior del templo hay siempre orando delante del altar un hombre del pueblo quien de hora en hora es reemplazado por otro, a la manera como solemos hacerlo nosotros en la solemnidad de las Cuarenta Horas. Este modo de orar es denominado sacrificio perpetuo. Después de comer, los habitantes de la Ciudad del Sol dan gracias a Dios, haciéndose acompañar de la música. Luego cantan las gestas de los héroes cristianos, hebreos, gentiles y de los demás países. Esto les produce gran placer, pues no guardan odio a nadie. Bajo la dirección de su propio Rey, cada cual elige la mujer que más le agrada y en los atrios se realizan danzas honestas y elegantes. Las mujeres llevan pelo largo, trenzado y formando un moño que sobresale en la coronilla. Los hombres tienen una sola trenza, llevando cortados todos los demás cabellos alrededor; luego, un velo y encima una capucha redonda que sobresale algo de la cabeza. Los habitantes de la Ciudad del Sol cubren su cabeza con sombreros, cuando están en el campo; en casa, con boinas blancas, rojas o de otros varios colores según la profesión a que se dedica cada uno. Las de los magistrados son mayores y más elegantes.

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