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QUINTA PARTE


Las festividades.

Celebran con gran solemnidad festividades, que tienen lugar cuando el sol entra en las cuatro estaciones, esto es, en Cáncer, en Libra, en Capricornio y en Aries. Tales festividades resultan instructivas y bellas y en cada una se hacen representaciones cómicas. Es también día festivo cada novilunio y plenilunio, el aniversario de la fundación de la Ciudad, el de una victoria, etc., y lo celebran con cantos femeninos, trompetas, tímpanos y salvas de cañón. Los poetas entonan alabanzas en honor de los más preclaros jefes y cantan sus victorias. Pero es castigado el que miente, aunque lo haga en alabanza de otro héroe. No puede desempeñar la función poética quien introduce la mentira en sus versos. Consideran que este abuso es una desgracia del género humano, porque arrebata el premio a la virtud y con frecuencia se lo concede al vicio por miedo, adulación, ambición o codicia. No se erigen estatuas más que en honor de los muertos. Sin embargo, el inventor de artes o de secretos utilísimos y quien realiza señalados beneficios a la República en paz o en guerra, logra el honor de que su nombre sea inscrito, aun durante su vida, en el libro de los héroes. Los cuerpos de los difuntos no se sepultan. Se queman, para evitar pestes y para convertirlos en fuego, esa materia tan noble y viviente que procede del Sol y al Sol vuelve. Obran así también para no dar lugar a idolatría. Tienen, sin embargo, estatuas y cuadros de los héroes, los cuales son frecuentemente contemplados por las mujeres con motivo de la procreación.


Manera de orar.

Al hacer oración, se vuelven sucesivamente hacia los cuatro puntos cardinales: por la mañana, al Oriente; después, al Poniente; luego, al Mediodía y, finalmente, al Septentrión. En cambio, al realizar la oración vespertina, se vuelven primero hacia el Poniente; luego, hacia el Oriente; después, al Septentrión y, finalmente, al Mediodía. Recitan una sola oración, en la cual piden para ellos y para todas las gentes felicidad y salud, así corporal como espiritual. La terminan diciendo: Como mejor plegue a Dios. La oración pública es de larga duración. El altar es redondo y conducen a él cuatro caminos que se cruzan entre sí formando ángulos rectos, Hoh entra sucesivamente por cada uno de ellos y reza con los ojos elevados. Los ornamentos pontificales se parecen a los de Aarón en belleza y suntuosidad. Imitan la naturaleza y glorifican el arte.


La astronomía y su aplicación a la división del tiempo.

Dividen el tiempo según el año trópico, no según el sidéreo, pero cada año anotan la anticipación que el primero tiene sobre el segundo. Opinan que el Sol se va acercando cada vez más a la tierra y que, como cada vez recorre círculos menores, cada año llega antes que el precedente a los trópicos y equinoccios. A lo menos, parece llegar por el hecho de que, al contemplarle oblicuamente, parece más pequeño. Los meses se cuentan por el curso lunar; los años, por el curso solar. Por eso, no ponen de acuerdo unos con otros hasta el año décimonono, en el cual llega al término de su carrera incluso la cabeza del dragón. Han fundado, pues, una nueva astronomía. Alaban a Ptolomeo y admiran a Copérnico, aunque prefieren a Aristarco y Filolao. Sin embargo, dicen que uno señala el movimiento con piedrecitas y el otro con habas, pero ninguno de los dos ateniéndose a la realidad, por lo cual ambos pagan al mundo en moneda representativa y no real. Ponen todo su afán en el estudio de la astronomía, por considerarlo necesario para conocer la composición y construcción del mundo y si es perecedero o no y en qué tiempo. Dan absoluto crédito a la profecía de Jesucristo sobre la futura aparición de signos en el Sol, en la Luna y en las estrellas, lo cual no es admitido por muchos necios de nuestros días que (como ladrón nocturno) se verán sorprendidos por el fin del mundo. Esperan, pues, la renovación del mundo y su probable fin. Sostienen que es completamente dudosa la cuestión de si el mundo ha sido hecho de la nada, de las ruinas de otros mundos o del caos. Pero admiten sin duda alguna que ha tenido principio y que no es eterno. En esta cuestión desprecian profundamente a Aristóteles, al que denominan Lógico, y no Filósofo. De las anomalías astronómicas sacan muchos argumentos en contra de la eternidad del mundo. Honran, mas no adoran, al Sol y a las estrellas, considerándolos como seres vivientes, estatuas de Dios y templos y altares animados del cielo. Veneran al Sol con preferencia a todo lo demás. Sin embargo, opinan que ninguna cosa creada es digna de ser adorada con culto de latría, el cual se tributa sólo a Dios. Por esto, únicamente a Él sirven, para no incurrir por la ley del Talión en la tiranía y en la miseria al servir a cosas creadas. En el Sol ven la imagen de Dios y le llaman rostro excelso de la divinidad, estatua viva y fuente de toda luz, calor y vida, así como también el instrumento de que Dios se sirve para transmitir sus dones a las cosas inferiores. Por esta razón, el altar ha sido construído a imagen del Sol. Los sacerdotes adoran a Dios en el Sol, y en las estrellas, como altares suyos, y en el cielo, como templo, e imploran a los ángeles buenos como intercesores que moran en las estrellas, consideradas como vivientes domicilios suyos, pues confiesan que Dios mostró principalmente sus bellezas en el cielo y en el Sol, trofeo y estatua de la divinidad. Niegan las excéntricas y los epiciclos de Ptolomeo y de Copérnico. Aseguran que el firmamento es único y que los planetas se mueven y remontan por sí mismos cuando se aproximan y unen al Sol, elevándose por tanto con mayor lentitud, pues entonces han de recorrer una órbita cada vez mayor. Cuando se acercan al Sol, se van inclinando paulatinamente para recibir su luz y tienen una órbita más corta porque se hallan más cerca de la tierra. Al caminar con velocidad igual a la de las estrellas fijas, los astrónomos suelen denominarlos estacionarios; si la velocidad es mayor retrógrados. Por encontrarse la Luna debajo del Sol, no sólo se elevan en su alejamiento, sino también en su unión con él. Así, pues, aunque todas las estrellas marchan de Oriente a Occidente, parecen moverse, porque el cielo estelar da en veinticuatro horas una vuelta completa y rápida. Mas ellas no van con tanta velocidad, sino que se detienen en el camino y, por eso, al caminar con menor rapidez que el cielo, parecen moverse. Sin embargo, la Luna, que es la estrella más próxima a nosotros, nunca aparenta retroceder (ni en la oposición ni en la unión) sino que por el contrario parece avanzar cuando un gran resplandor la rodea por arriba o por abajo, pues el primer cielo la excede tanto en velocidad que no puede dar la impresión de precederla en trece grados ni tampoco retroceder, sino solamente retrasarse o anticiparse en uno u otro sentido. Por tal razón es evidente que los epiciclos y excéntricas no son necesarios para explicarse el hecho de que las estrellas suban, bajen, retrocedan o avancen. Afirman igualmente que los astros que vagan por determinadas partes del mundo simpatizan con las cosas superiores y, por eso, se detienen más en ellas. Entonces se dice que. se encorvan. Según ellos, la razón de que el Sol se detenga en la zona septentrional más que en la austral es que dicho astro se eleva con el fin de calentar aquella parte de la Tierra en la que adquirió más fuerza mientras él hizo su marcha al mediodía, al nacer juntamente con el mundo. Por tal razón sostienen, de acuerdo con los caldeos y los antiguos hebreos y en oposición a la opinión más moderna, que el mundo empezó en nuestro otoño y verano de la zona austral. Así se explica que, al elevarse para recobrar lo perdido, se detenga más en el septentrión que en el medio día y parezca tomar una posición excéntrica. No saben a ciencia cierta si el sol es el centro del mundo o si dicho centro está constituído por planetas fijos, ni si los planetas rodean a otras lunas, como nuestra Tierra, pero siguen preocupándose de averiguar esta verdad.


La física.

Afirman que las cosas inferiores tienen dos principios físicos, a saber, el Sol como padre y la Tierra como madre. Sostienen que el aire es una porción impura del cielo y que todo el fuego procede del Sol. El mar es el sudor de la tierra o el efluvio de la tierra ardiente y fundida en sus entrañas, así como también el vínculo entre el aire y la tierra, del mismo modo que la sangre es el vínculo entre los espíritus y el cuerpo de los seres animados. Creen que el mundo es un animal grande y que nosotros vivimos en su vientre, como los gusanos viven en el nuestro. Aseguran también que nosotros no estamos comprendidos bajo la providencia propia de las estrellas, del Sol y de la Tierra, sino solamente bajo la de Dios. Pues, respecto de aquellas cosas que únicamente buscan su amplificación, hemos nacido y vivimos por casualidad; pero, con relación a Dios, de quien aquellas cosas son instrumentos, nosotros hemos sido creados con presciencia y orden y destinados a un gran fin. Por tal razón, sólo estamos obligados a Dios como padre y todo se lo debemos agradecer a Él. Admiren sin vacilar la inmortalidad de las almas. Después de la muerte corporal, éstas se asocian con los ángeles buenos o malos según que, por los actos de la presente vida, se hicieron semejantes a unos u otros, pues las cosas semejantes buscan lo semejante. Discrepan poco de nosotros en cuanto a los lugares de los premios y de los castigos. Dudan si, además del nuestro, hay otros mundos y sostienen que es propio de un mentecato afirmar que existe el vacío, pues según ellos el vacío no tiene realidad dentro ni fuera del mundo y por otro lado Dios, Ser infinito, no admite consigo la carencia de ser. Sin embargo, niegan la existencia del infinito corpóreo.


La metafísica.

Admiten dos principios metafísicos, a saber, el ser que es el sumo Dios, y la nada, que es la ausencia de ser y el término del que parte toda producción, pues no se produce lo que existe y, por lo tanto, no existía lo que se produce. Análogamente el ser finito está metafísicamente constituído de la nada y del ser. De la propensión al no ser nace el mal y el pecado. La causa del pecado no es eficiente sino deficiente. Con el nombre de causa eficiente entienden la falta de poder, de sabiduría o de voluntad. En esta última colocan al pecado pues quien sabe y puede hacer el bien debe también quererlo, ya que la voluntad nace de la sabiduría y del poder, no viceversa. En este punto es de maravillar que ellos adoran a Dios en la Trinidad, diciendo que Dios es el sumo poder del cual procede la sabiduría suma, idéntica a Dios, aunque el efecto no contiene la esencia de la causa de que procede. Sin embargo, por carecer de revelación, no reconocen en la divinidad personas designadas con nombres distintos, como acontece en nuestra ley cristiana. Esto no obstante, admiten que hay en Dios procedencia y relación de sí mismo, para consigo mismo, en sí mismo y por sí mismo. La esencia metafísica de todos los seres deriva del Poder, de la Sabiduría y del Amor en cuanto poseen un ser; y de la impotencia, de la ignorancia y del desamor en cuanto que participan del no ser. Por las primeras contraen mérito; por las segundas pecan, bien con errores naturales procedentes de las dos primeras, bien con ofensas a las costumbres y al arte que de las tres deriva o sólo de la tercera. Por esto mismo, una cosa particular peca por impotencia o por ignorancia cuando produce algo monstruoso. Por otra parte, tales cosas las conoce y ordena Dios, exento de toda ausencia de ser y en su calidad de ser omnipotente, omnisciente y óptimo. Por eso, ningún ser peca en Dios, sino fuera de Él. Mas no se puede salir de Dios sino por nosotros y en relación con nosotros, no por Él ni con relación a Él, pues en nosotros está la falta; en Él, la eficiencia. Así, pues, el pecado es un acto de Dios, en cuanto que el pecado posee entidad y eficiencia. Pero en cuanto que no tiene entidad sino defecto, que es precisamente en lo que consiste la esencia del pecado, está en nosotros y procede de nosotros, quienes por desorden tendemos al no ser.

GRAN MAESTRE.- ¡Oh! ¡Qué sutiles son!

ALMIRANTE.- Si me acordara de todo y no me viese urgido por la preocupación de marcharme, te diría otras muchas cosas admirables. Pero si no me doy prisa, pierdo el barco.

GRAN MAESTRE.- Vivamente te suplico que contestes a una última pregunta. ¿Qué opinan ellos del pecado de Adán?


La causa de los males del mundo.

ALMIRANTE.- Los habitantes de la Ciudad del Sol reconocen que en el mundo hay mucha corrupción y que los hombres no se rigen por razones elevadas y verdaderas. Los buenos son atormentados y desatendidos. Dominan los malos, aunque tal triunfo es denominado infelicidad, pues viene a ser una cierta aniquilación y ostentación de aparentar lo que en verdad no son, es decir, reyes, sabios, valientes, santos. De ahí deducen que en las cosas humanas surgen grandes perturbaciones por motivos ignorados. Al principio, casi se inclinaban a decir con Platón que en tiempos primitivos habían sufrido un cambio, en virtud del cual marchaban desde lo que hoy llamamos Occidente hasta lo que hoy se denomina Oriente, y que después caminaron en sentido contrario. Admitieron también la posibilidad de que las cosas del mundo estuvieran regidas por una divinidad de rango inferior y que esta dominación era permitida por el Dios supremo. Hoy consideran necia tal afirmación; y más necio aún el sostener que al principio reinó Saturno con justicia; después, y menos justamente, Júpiter; y finalmente los restantes planetas, si bien confiesan que la edad del mundo está regulada por la serie de los planetas. Opinan que, a consecuencia de las mutaciones astrales, las cosas cambiarán profundamente al cabo de mil o mil seiscientos años.

Afirman que, al parecer, nuestra edad debe asignarse a Mercurio, aunque modificado por las grandes uniones y retornos de las anomalías dotadas de una fuerza fatal. Consideran también que el cristiano es feliz por contentarse con creer que tamaña perturbación procede del pecado de Adán. Opinan además que los padres transmiten a los hijos el castigo antes que la culpa; y que ésta revierte de los hijos a los padres porque descuidaron la procreación o la ejercitarop fuera de tiempo o de lugar, no se cuidaron de elegir y educar a los padres o instruyeron y enseñaron mal a los hijos. Por esta razón, ellos cuidan atentamente la procreación y la educación, teniendo en cuenta que la pena y la culpa (así en los padres como en los hijos) redunda en perjuicio de la República. Afirman que en el momento presente todas las ciudades se encuentran llenas de miseria y, lo que es peor, llaman paz y felicidad a los mismos males por el hecho de no haber experimentado los bienes, hasta tal punto que el mundo entero parece estar regido por el azar. Mas quien examina la constitución del universo y la anatomía del hombre (cosa que ellos estudian con frecuencia en los condenados a muerte), la de los planetas y la de los animales, así como también el uso de sus partes y partículas, se ve obligado a confesar en alta voz la sabiduría y providencia divinas. Por lo mismo, el hombre debe consagrarse enteramente a la religión y venerar siempre a su propio autor. Mas tal cosa no es posible sino a aquel que investiga y conoce las honras divinas, guarda sus mandamientos y pone en práctica la sentencia del filósofo: No hagas a otro lo que no quieras para ti; y lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos. De aquí se sigue que, así como nosotros exigimos dádivas y honores de los hijos y de todas aquellas personas a quienes hemos hecho pocos favores, mucho más debemos a Dios, de quien todo lo hemos recibido y por el cual y en el cual siempre somos todo lo que somos. Gloria pues, a Dios por los siglos de los siglos.

GRAN MAESTRE.- Teniendo presente el hecho de que quienes únicamente conocen la ley natural se aproximan tanto al cristianismo (el cual no añade a las leyes naturales más que los sacramentos, que ayudan para observarlas fielmente), yo saco de ello un argumento en favor de la religión cristiana, a saber, que es la más verdadera de todas y que, cuando desaparezcan los abusos, ha de dominar el mundo entero, como enseñan y esperan los más preelaros teólogos. Afirman que los españoles descubrieron un nuevo mundo (aunque su primer descubridor fue Colón, nuestro máximo héroe genovés) para que todas las naciones se congregaran bajo una misma bandera. Estos filósofos serán elegidos por Dios para dar testimonio de la verdad. Y, aunque nosotros obramos inconscientemente, somos instrumentos de Dios. Ellos buscan nuevas tierras por afán de oro y de riquezas, pero Dios persigue un fin más alto. El Sol tiende a quemar la tierra, no a producir plantas y hombres, pero Dios se sirve de tal ímpetu para producir aquellas cosas. Sea Él alabado y glorificado.

ALMIRANTE.- ¡Oh! ¡Si supieras cuántas cosas dicen sobre el siglo venidero, sacadas de la Astrología y de nuestros profetas! Afirman que en cien años nuestra época contiene más hechos memorables que el mundo entero en cuatro mil; y que en este último siglo se han editado más libros que en los cincuenta anteriores. Hablan también de la maravillosa invención de la imprenta, de la pólvora y de la brújula, cosas éstas que constituyen otros tantos indicios e instrumentos de la reunión de todos los habitantes del mundo en un solo redil. Exponen igualmente cómo todo ello aconteció mientras tenían lugar grandes conjunciones en el triángulo de Cáncer y en el momento en que el ábside de Mercurio adelantaba a Escorpio, bajo la influencia de la Luna y de Marte con su poder para una nueva navegación, nuevos reinos y nuevas armas. Pero, cuando el ábside de Saturno entre en Capricornio, el de Mercurio en Sagitario y el de Marte en Virgo, después de las grandes primeras conjunciones, y tras la aparición de una nueva estrella en Casiopea, surgirá una nueva monarquía, se reformarán las leyes y las artes, se oirán nuevos profetas. Según ellos, la nación santa se beneficiará de todos estos hechos. Mas antes será necesario arrancar y extirpar, para luego edificar y plantar ... Te ruego que me dejes partir pues tengo otras cosas que hacer. Pero debes saber que ellos han descubierto ya el arte de volar, única cosa que parecía faltar en el mundo. Para dentro de poco esperan inventar instrumentos de Óptica con los que descubrirán nuevas estrellas, e instrumentos acústicos por medio de los cuales se escuchará música celestial.

GRAN MAESTRE.- ¡Oh ...! Todo eso me agrada sobremanera. Pero, siendo Cáncer signo femenino de Venus y de la Luna, ¿cómo pudo mostrarse propicio en el aire, si es acuoso? ¿Y cómo saben y practican todo esto las estrellas? Todas las cosas han sido oportunamente preparadas y producidas por Dios. De aquí concluyo que los habitantes de la Ciudad del Sol astrologizan demasiado.

ALMlRANTE.- También me respondieron que Dios es inmediatamente la causa universal de todas las cosas, pero no con la inmediatez de la causa particular, sino como un principio y virtud universal. Cuando Pedro come, orina o roba, no es Dios quien come, orina o roba, aunque de Él proceda la esencia y virtud de comer, de orinar y de robar, por ser Dios causa inmediata y anterior a toda otra pero menos particular que cualquiera causa susceptible de modificar la inmensidad de la acción divina.

GRAN MAESTRE.- ¡Oh! ¡Qué bien expresan lo mismo nuestros doctores escolásticos, sobre todo Santo Tomás! Éste (en la tercera parte de la Summa contra gentiles, Cap. 70 y en la segunda, dist. 37 y mejor aún en la cuestión primera, arts. 3 y 5 y en el opúsculo 9, cuestión 38) enseña que la causa universal obra con la inmediatez del principio, no con la del contacto, que es lo propio de la causa particular. Esta afirmación contradice la de los filósofos mahometanos, según los cuales la operación de la causa primera es más inmediata que la de la causa segunda. Prosigue.

ALMlRANTE.- Según ellos, Dios asignó a cada efecto futuro causas universales y particulares, de tal manera que las particulares no pueden actuar, si antes no actúan las universales. Una planta no florece si el Sol no la calienta de cerca. Las épocas proceden de las causas universales, es decir, de las celestes. Por eso, al actuar nosotros, lo hacemos bajo el influjo del cielo. Las causas libres se sirven del tiempo en su propio provecho y a veces también en las demás cosas. Con el fuego el hombre obliga a los árboles a florecer; con la lámpara ilumina su casa en ausencia del sol. Las causas naturales actúan en el tiempo. Por consiguiente, así como algunas cosas se hacen de día y otras de noche, unas en invierno y otras en verano, en primavera o en otoño (y ello tanto mediante las causas libres como las naturales), así unas ocurren en un siglo y otras en otro. Y así como la causa libre no se ve forzada a dormir de noche ni a levantarse por la mañana, sino que actúa según le acomoda y aprovechando las alternativas del tiempo, así tampoco se ve obligada a inventar el arcabuz o la imprenta cuando acontecen en Cáncer grandes sínodos o a implantar monarquías cuando ello acontece en Aries y, así sucesivamente, a sembrar en Septiembre, a podar en Marzo, etc. Los habitantes de la Ciudad del Sol tampoco pueden creer que el sumo Pontífice de los cristianos prohiba la Astrología, a no ser a quienes abusan de ella para adivinar los actos libres o los sucesos sobrenaturales. Las estrellas son únicamente signos de las cosas sobrenaturales y causas universales de las naturales y, respecto de las causas voluntarias, vienen a ser solamente ocasiones, invitaciones o inclinaciones. Al salir el Sol, éste no nos obliga a levantarnos del lecho. Solamente nos invita a ello y nos ofrece comodidades, de la misma manera que la noche nos presenta incomodidades para levantarnos y comodidades para dormir. Y, puesto que las causas actúan sobre el libre albedrío únicamente en forma indirecta y accidental en cuanto que obran sobre el cuerpo y sobre los sentidos corpóreos anejos al órgano, los sentidos estimulan la mente al amor, al odio, a la ira y a las demás pasiones. Pero aun en este caso el hombre no se ve forzado a seguir la excitación pasional. Las herejías, las guerras y el hambre, prefiguradas por las estrellas, se cumplen con frecuencia porque a menudo los hombres se dejan llevar del apetito sensual más que de la razón y obran irracionalmente. Hay veces en que esto sucede por obedecer razonablemente a una pasión, como acontece cuando los hombres emprenden una guerra justa, animados de justificada cólera.

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