Índice de El banquete o Del amor de PlatónPrimera parteTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

EL BANQUETE

O

DEL AMOR


SEGUNDA PARTE

Habiendo hecho Pausanias aquí una pausa (y he aquí un juego de palabras que vuestros sofistas enseñan), correspondía a Aristófanes hablar, pero no pudo hacerlo por un hipo que le sobrevino, no sé si por haber comido demasiado o por otra razón. Entonces se dirigió al médico Eriximaco, que estaba sentado junto a él, y le dijo:

- Es preciso, Eriximaco, que me quites este hipo o hables en mi lugar hasta que haya cesado.

- Haré lo uno y lo otro, respondió Eriximaco, porque vaya hablar en tu lugar, y tú hablarás en el mío, cuando tu incomodidad haya pasado. Pasará muy pronto si mientras yo hable, retienes la respiración por algún tiempo, y si no pasa, tendrás que hacer gárgaras con agua. Si el hipo es demasiado violento, toma cualquiera cosa y hazte cosquillas en la nariz, a esto se seguirá el estornudo; y si lo repites una o dos veces el hipo cesará infaliblemente, por violento que sea.

- Entonces comienza, dijo Aristófanes.

- Voy a hacerlo, replicó Eriximaco, y se explicó de esta manera:

Pausanias empezó muy bien con su discurso, pero pareciéndome que al final no lo desarrolló lo suficiente, creo que me corresponde completarlo. Apruebo la distinción que hizo de los dos Eros, pero creo haber descubierto por medio de mi arte, la medicina, que el amor no reside sólo en el alma de los hombres, donde tiene por objeto la belleza, sino que hay otros objetos y mil cosas más en que se encuentra; en el cuerpo de todos los animales, en las producciones de la tierra; en una palabra, en todos los seres, y que la grandeza y las maravillas del dios brillan por entero, lo mismo en las cosas divinas que en las humanas.

Tomaré mi primer ejemplo de la medicina, en honor a mi arte. La naturaleza corporal contiene los dos amores porque las partes del cuerpo que están sanas y las que están enfermas constituyen necesariamente cosas diferentes, y lo desemejante ama a lo desemejante. El amor que reside en un cuerpo sano difiere del que reside en un cuerpo enfermo, y la máxima que Pausanias acaba de sentar respecto a que es cosa bella conceder los favores a un amigo virtuoso, y cosa fea entregarse al que está animado de una pasión desordenada, es aplicable al cuerpo. También es bello y necesario ceder a lo que hay de bueno y de sano en cada temperamento, y en esto consiste la medicina; por el contrario, es vergonzoso complacer a lo que hay de depravado y de enfermo y es preciso combatirlo, si ha de ser un médico hábil. Para decirlo en pocas palabras, la medicina es la ciencia del amor corporal con relación a la repleción y evacuación; el médico que sabe discernir mejor en este punto el amor arreglado del vicioso, debe considerarse como más hábil, y el que dispone de tal manera de las inclinaciones del cuerpo, que puede mudarlas según sea necesario, introducir el amor donde no existe y hace falta y quitado del punto donde es perjudicial, es un excelente médico práctico; porque es preciso que sepa crear la amistad entre los elementos más enemigos, e inspirarles un amor recíproco.

Los elementos enemigos son los contrarios, como lo frío y lo caliente, lo seco y lo húmedo, lo amargo y lo dulce y otros de la misma especie.

Por haber encontrado Asclepiades, jefe de nuestra familia, el medio de introducir el amor y la concordia entre estos elementos contrarios, se le considera el inventor de la medicina, como lo cantan los poetas y como yo mismo creo. Me atrevo a asegurar que el amor preside a la medicina, lo mismo que a la gimnasia y a la agricultura. Sin necesidad de fijar mucho la atención, se advierte su presencia en la música, y quizá fue esto lo que Heráclito quiso decir, si bien no supo explicarlo.

La unidad, dice que se opone a sí misma, concuerda consigo misma; produce, por ejemplo, la armonía de un arco o de una lira. Es absurdo decir que la armonía es una oposición, o que consiste en elementos opuestos, sino que al parecer lo que Heráclito entendía es que de elementos opuestos, como lo grave y lo agudo, y puestos después de acuerdo, es donde la musical obtiene la armonía. En efecto, ésta no es posible si lo grave y lo agudo permanecen en oposición porque la armonía es una consonancia, la consonancia un acuerdo, y no puede haber acuerdo entre cosas opuestas mientras permanecen opuestas y si no concuerdan, no producen armonía.

De esta manera también las sílabas largas y las breves, que son opuestas entre sí, componen el ritmo cuando se les pone de acuerdo. Aquí es la música, como antes era la medicina, la que produce el acuerdo, estableciendo la concordia o el amor entre las contrarias.

La música es la ciencia del amor con relación al ritmo y la armonía. No es difícil reconocer la presencia del amor en la constitución misma del ritmo y de la armonía. Aquí no se encuentran dos amores, sino que, cuando se trata de poner el ritmo y la armonía en relación con los hombres, ya inventando, lo cual se llama composición musical, ya sea sirviéndose de los aires y compases ya inventados, lo cual se llama educación, se necesitan entonces mucha atención y un artista hábil. Aquí corresponde aplicar la máxima establecida antes, que es preciso complacer a los hombres moderados y a los que están en camino de serio, y fomentar su amor, el amor legítimo y celeste, el de la Musa Urania.

Pero respecto al de Polimnia, que es el amor vulgar, no se le debe favorecer, sino tratar con gran reserva y de modo que el placer que procure no pueda conducir nunca al desorden. Se requiere la misma prudencia en nuestro arte para arreglar el uso de los placeres de la mesa, de modo que se goce de ellos moderadamente, sin perjudicar a la salud.

Debemos, pues, distinguir con cuidado estos dos amores en la música, en la medicina y en todas las cosas, divinas y humanas, puesto que se encuentran en todas. También están en las estaciones del año, porque siempre que los elementos que mencioné antes, lo frío y lo caliente, lo húmedo y lo seco, contraen los unos para con los otros un amor ordenado y componen una debida y templada armonía, el año es fértil y favorable para los hombres, las plantas y los animales, sin perjudicarlos en nada.

Pero cuando el amor intemperante predomina en la constitución de las estaciones, casi todo lo destruye y arrasa; engendra la peste y toda clase de enfermedades que atacan a los animales y a las plantas; las heladas, los hielos y las nieblas provienen de este amor desordenado de los elementos.

La ciencia del amor, en el movimiento de los astros y de las estaciones del año, se llama astronomía.

Además, los sacrificios, el uso de la adivinación, es decir, las comunicaciones de los hombres con los dioses, sólo tienen por objeto entretener y satisfacer al amor, porque todas las impiedades nacen de que buscamos y honramos en nuestras acciones no el mejor amor, sino el peor, faz a faz de los vivos, de los muertos y de los dioses.

A la adivinación le corresponde vigilar y cuidar de estos dos amores; es la creadora de la amistad que existe entre los dioses y los hombres, porque sabe lo que hay de santo o de impío en las inclinaciones humanas. Por lo tanto, es cierto decir, en general, que el amor es poderoso y que su poder es universal, pero que cuando se consagra al bien y se ajusta a la justicia y a la templanza, respecto de nosotros como de los dioses, es cuando manifiesta todo su poder y nos procura una felicidad perfecta, estrechándonos a vivir en paz los unos con los otros, y facilitándonos la benevolencia de los dioses, cuya naturaleza está muy por encima de la nuestra.

Omito quizá muchas cosas en este elogio de Eros, pero no es por falta de voluntad. A ti te toca, Aristófanes, completar lo que yo haya omitido. Por lo tanto, si planeas honrar al dios de otra manera, hazlo y comienza, pues tu hipo ha cesado.

Aristófanes respondió:

Ha cesado, en efecto, y sólo lo achaco al estornudo. Me sorprende que para restablecer el orden en la economía del cuerpo haya necesidad de un movimiento como éste, acompañado de ruidos y agitaciones ridículas; porque realmente el estornudo ha hecho cesar el hipo sobre la marcha.

- Mira lo que haces, querido Aristófanes, dijo Eriximaco. Estás a punto de hablar y parece que te burlas a mi costa; pues cuando podías discurrir en paz, me precisas a que te vigile, para ver si dices algo que se preste a la risa.

- Tienes razón, Eriximaco, respondió Aristófanes sonriéndose. Finge que no he dicho nada y no hay necesidad de que me vigiles, porque no me da miedo provocar la risa con mi discurso, de lo que se alegraría mi musa, para la que sería un triunfo, sino decir cosas ridículas.

- Después de lanzar la flecha, replicó Eriximaco, ¿crees que te puedes escapar? Fíjate bien lo que vas a decir, Aristófanes, y habla como si tuvieras que dar cuenta de cada una de tus palabras. Quizá, si me parece del caso, te trataré con indulgencia.

- Sea lo que quiera, Eriximaco, me propongo tratar el asunto de una manera distinta a lo que hicieron Pausanias y tú.

- Me parece que hasta ahora los hombres han ignorado por completo el poder de Eros. Si lo conociesen, le levantarían templos y altares magníficos, y le ofrecerían suntuosos sacrificios, pero nada de esto se hace, aunque sería muy conveniente.

Entre todos los dioses él es el que derrama más beneficios sobre los hombres, es su protector y su médico, y los cura de los males que impiden al género humano llegar a la cumbre de la felicidad. Voy a intentar explicarles el poder de Eros, y es tarea de ustedes enseñar a los demás lo que aprendan de mí. Pero es preciso comenzar por decir cuál es la naturaleza del hombre y las modificaciones que ha sufrido.

En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente a lo que es hoy. Primero, había tres clases de hombres: los dos sexos que hoy existen, y un tercero, compuesto de estos dos, el cual ha desaparecido conservándose sólo el nombre. Este animal formaba una especie particular, y se llamaba andrógino porque reunía el sexo masculino y el femenino; pero ya no existe y su nombre está en descrédito. Segundo, todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza con estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación y todo lo demás en esta misma proporción. Marchaban rectos como nosotros, y sin tener necesidad de volverse para tomar el camino que querían. Cuando deseaban caminar ligeros, se apoyaban sucesivamente sobre sus ocho miembros, y avanzaban con rapidez mediante un movimiento circular, como los que hacen la rueda con los pies al aire.

La diferencia entre estas tres especies de hombres, nace de la que hay entre sus principios. El sol produce el sexo masculino, la tierra el femenino y la luna el compuesto de ambos, que participa de la tierra y del sol. De estos principios recibieron su forma y su manera de moverse, que es esférica. Los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses, como dice Homero de Efialtes y de Oto.

Zeus examinó con los dioses el partido que debía tomarse. El negocio no carecía de dificultad; los dioses no querían anonadar a los hombres, como en otro tiempo a los gigantes, fulminando contra ellos sus rayos porque entonces desaparecían el culto y los sacrificios que los hombres les ofrecían.

Pero, por otra parte, no podían sufrir semejante insolencia. En fin, después de largas reflexiones, Zeus se expresó en estos términos:

Creo haber encontrado un medio de conservar a los hombres y hacerlos más circunspectos, y consiste en disminuir sus fuerzas. Los separaré en dos, así se harán débiles y tendremos otra ventaja, que será la de aumentar el número de los que nos sirvan; marcharán rectos, sosteniéndose sólo en dos piernas, y si luego de este castigo conservan su impía audacia y no quieren permanecer en reposo, los dividiré de nuevo, y se verán precisados a marchar sobre un solo pie, como los que bailan sobre odres en la fiesta de Caco.

Después de esta declaración, el dios hizo la separación que acababa de resolver, y la hizo igual que cuando se cortan huevos para salarlos, o como cuando con un cabello se les divide en dos partes iguales. Enseguida mandó a Apolo para que curara las heridas y colocara el semblante y la mitad del cuello del lado donde se había hecho la separación, con el fin de que la vista de este castigo los hiciese más modestos. Apolo puso el semblante del lado indicado, y reuniendo los cortes de la piel sobre lo que hoy se llama vientre, los cosió a manera de una bolsa que se cierra, no dejando más que una abertura en el centro que se llama ombligo. En cuanto a los otros pliegues, que eran numerosos, los pulió y arregló el pecho con un instrumento semejante al que los zapateros usan para suavizar la piel de los zapatos sobre la horma, y sólo dejó algunos pliegues sobre el vientre y el ombligo, como recuerdo del antiguo castigo. Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad de la que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con un ardor tal, que abrazadas perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra. Cuando una de las dos mitades perecía, la que sobrevivía buscaba otra, a la que se unía de nuevo, ya fuese la mitad de una mujer entera, lo que ahora llamamos una mujer, o una mitad de hombre; y de esta manera la raza iba extinguiéndose.

Zeus, movido por la compasión, imagina otro expediente; pone delante los órganos de la generación, porque antes estaban detrás, y se concebía y se derramaba el semen no el uno en el otro, sino en tierra como las cigarras. Zeus puso los órganos en la parte anterior y de esta manera la concepción se hace mediante la unión del varón y la hembra.

Entonces, si se verificaba la unión del hombre y la mujer, el fruto de la misma eran los hijos; y si el varón se unía al varón,la saciedad los separaba bien pronto y los restituía a sus trabajos y demás cuidados de la vida. De aquí procede el amor que tenemos naturalmente los unos a los otros; él nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y se esfuerza para reunir las dos mitades y restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades. Los hombres que provienen de la separación de estos seres compuestos, que se llaman andróginos, aman a las mujeres; y la mayor parte de los adúlteros pertenece a esta especie, así como también las mujeres que aman a los hombres y violan las leyes del casamiento. Pero a las mujeres, que provienen de la separación de las mujeres primitivas, no les llama la atención los hombres y se inclinan más a las mujeres; a esta especie pertenecen las tribades. Del mismo modo, los hombres que provienen de la separación de los hombres primitivos, buscan el sexo masculino. Mientras son jóvenes, aman a los hombres; se complacen en dormir con ellos y estar en sus brazos; son los primeros entre los adolescentes y los adultos, como que son de una naturaleza mucho más varonil. Sin razón se les echa en cara que viven sin pudor, porque no es la falta de éste lo que les hace obrar así, sino que dotados de alma fuerte, valor varonil y carácter viril, buscan a sus semejantes; y la prueba es que con el tiempo son más aptos que los demás para servir al Estado.

Hechos hombres a su vez aman a los jóvenes, y si se casan y tienen familia no es porque la naturaleza los incline a ello, sino porque la ley los obliga. Prefieren pasar la vida los unos con los otros en el celibato. El único objetivo de los hombres de ese carácter, amen o sean amados, es unirse a quienes se les asemejan. Cuando el que ama a los jóvenes o cualquier otro llega a encontrar su mitad, la simpatía,la amistad, el amor, los une de una manera tan maravillosa, que no quieren en ningún concepto separarse ni por un momento. Estos mismos hombres, que pasan toda la vida juntos, no pueden decir lo que quieren el uno del otro, porque si encuentran tanto gusto en vivir de esta suerte, no es de creer que el placer de los sentidos sea la causa de esto. Evidentemente su alma desea otra cosa que no puede expresar, pero que adivina y da a entender, y si cuando están el uno en brazos del otro, Hefestos se apareciese con los instrumentos de su arte, y les dijese: ¡Oh, hombres! ¿Qué se exigen recíprocamente? Y si viéndoles perplejos, continuara interpelándoles de esta manera: ¿No quieren estar de tal forma unidos que ni de día ni de noche estén el uno sin el otro? Si esto es lo que desean, voy a fundiros y mezclaros de tal manera que no serán dos personas, sino una sola; y que mientras vivan, tengan una vida común como una sola persona y que cuando mueran, en la muerte misma se reúnan para que no sean dos personas, sino una sola. Vean ahora si es esto lo que desean y si los hace completamente felices.

Es seguro que si Hefestos les dirigiera este discurso, ninguno de ellos negaría ni respondería que deseaba otra cosa, persuadido de que el dios acababa de expresar lo que en todo momento estaba en el fondo de su alma; esto es, el deseo de estar unido y confundido con el objeto amado, hasta formar un solo ser con él.

La causa de ello es que nuestra naturaleza primitiva era una, y que éramos un todo completo, y se da el nombre de amor al deseo y prosecución de este antiguo estado. Primitivamente, como he dicho, nosotros éramos uno; pero en castigo a nuestra iniquidad, nos separó el dios como los lacedemonios a los arcadios. Debemos procurar no cometer ninguna falta contra los dioses por temor de exponernos a una segunda división, y no ser como las figuras presentadas de perfil en los bajorrelieves, que no tienen más que medio semblante, o como los dados cortados en dos. Es preciso que todos nos exhortemos mutuamente a honrar a los dioses, para evitar un nuevo castigo de volver a nuestra unidad primitiva bajo los auspicios y la dirección de Eros. Que nadie se ponga en guerra con Eros, porque declararle la guerra es atraerse el odio de los dioses. Tratemos, pues, de merecer la benevolencia y el favor de este dios, y nos proporcionará la otra mitad de nosotros mismos, felicidad que alcanzan muy pocos.

Que Eriximaco no critique estas últimas palabras, como si hicieran alusión a Pausanias y a Agatón, porque quizá ellos pertenecen a este pequeño número de la naturaleza masculina.

Sea como sea, estoy seguro de que todos seremos dichosos, hombres y mujeres, si, gracias al amor, encontramos cada uno nuestra mitad, y si volvemos a la unidad de nuestra naturaleza primitiva.

Ahora bien, si el antiguo estado era el mejor, necesariamente tiene que ser también mejor el que más se le aproxime en este mundo, que es el de poseer a la persona que se ama según se desea. Si debemos alabar al dios que nos procura esta felicidad, alabemos a Eros, que no sólo nos sirve mucho en esta vida, procurándonos lo que nos conviene, sino también porque nos da poderosos motivos para esperar que si cumplimos fielmente con los deberes para con los dioses, nos restituirá a nuestra primera naturaleza después de esta vida, curará nuestras debilidades y nos dará la felicidad en toda su pureza.

He aquí, Eriximaco, mi discurso sobre Eros. Difiere del tuyo, pero te pido que no te burles, para que podamos oír los de los otros dos, porque aún no han hablado Agatón y Sócrates.

- Te obedeceré, dijo Eriximaco, con mucho gusto porque tu discurso me encantó a tal punto, que si no conociese cuan elocuentes son en materia de amor Agatón y Sócrates, temería mucho que quedaran muy por debajo, considerando agotada la materia con lo que se ha dicho hasta ahora. Sin embargo, espero aún mucho de ellos.

- Has cumplido bien tu cometido, dijo Sócrates. Pero si estuvieras en mi lugar en este momento, Eriximaco, y sobre todo después de que Agatón haya hablado, temblarías y te sentirías tan embarazado como yo.

- Tú quieres hechizarme, dijo Agatón a Sócrates, y confundirme haciéndome creer que los presentes esperan mucho, como si yo fuera a decir cosas muy buenas.

- A fe que sería bien pobre mi memoria, Agatón, replicó Sócrates, si habiéndote visto presentar en la escena con tanta seguridad y calma, rodeado de comediantes, y recitar tus versos sin la menor emoción, mirando con desembarazo a tan numerosa concurrencia, creyese ahora que habías de turbarte delante de estos pocos oyentes.

- ¡Ah! Respondió Agatón. No creas, Sócrates, que me alucinan tanto los aplausos del teatro, que pueda ocultárseme que para un hombre sensato el juicio de unos pocos sabios es más temible que el de una multitud de ignorantes.

- Sería injusto, Agatón, si tuvieran tan mala opinión de ti; estoy seguro de que si tropezaras con un pequeño número de personas que te parecieran sabios, los preferirías a la multitud. Pero quizá no somos nosotros de estos sabios, porque al cabo estábamos en el teatro y formábamos parte de la muchedumbre, y suponiendo que te encontraras con otros, que fueran sabios, ¿no temerías hacer algo que pudieran desaprobar? ¿Qué opinas?

- Lo que dices es verdad, respondió Agatón.

- ¿Y no tendrías el mismo temor respecto de la multitud, si creyeras hacer una cosa vergonzosa?

Entonces Fedro tomó la palabra y dijo:

- Mi querido Agatón, si continúas respondiendo a Sócrates, no se cuidará de lo demás, porque él, teniendo con quien conversar, ya está contento, sobre todo si su interlocutor es hermoso. Sin duda yo tengo complacencia en oír a Sócrates, pero debo vigilar para que Eros reciba las alabanzas que le hemos prometido, y que cada uno de nosotros pague este tributo. Cuando hayan cumplido con el dios, pueden reanudar su conversación.

- Tienes razón, Fedro, dijo Agatón, y no hay inconveniente en que yo hable, porque podré en otra ocasión entablar conversación con Sócrates. Voy, pues, a indicar el plan de mi discurso, y luego entraré en materia.

- Me parece que todos los que hasta ahora han hablado, han alabado no tanto a Eros como a la felicidad que este dios nos proporciona. ¿y quién es el autor de tantos bienes? Nadie lo ha dicho. Sin embargo, la única manera correcta de alabarle es explicar la naturaleza del asunto de que se trata, y desarrollar los efectos que produce.

Por lo tanto, para alabar a Eros, es preciso decir qué es el amor, y hablar enseguida de sus beneficios. Digo, pues, que de todos los dioses, Eros, si puede decirse sin ofensa, es el más dichoso porque es el más bello y el mejor. Es el más bello, Fedro, pues, en primer lugar, es el más joven de los dioses, y él mismo lo prueba porque en su camino siempre escapa a la vejez, aunque ésta corre muy ligera, al menos más de lo que nosotros quisiéramos. Eros la detesta y se aleja de ella cuanto puede, mientras que acompaña a la juventud y se complace con ella, siguiendo esa máxima muy verdadera: lo semejante se une siempre a su semejante. Estando de acuerdo con Fedro en los demás puntos, difiero de él en cuanto a que Eros es más anciano que Cronos e Iapeto. Al contrario, sostengo que es el más joven de los dioses y que siempre es joven. Esas viejas disputas de los dioses que nos refieren Hesíodo y Parménides, si es que son verdaderas, se desarrollaron durante el imperio de Anagke (del destino, de la fatalidad) y no del de Eros. Si él hubiera estado con ellos, no hubiera habido entre los dioses ni mutilaciones, ni cadenas, ni muchas otras violencias, porque la amistad y la paz los hubiera unido, como sucede hoy día y desde que el Amor reina en ellos. Es cierto que es joven, y además delicado, pero se necesitó de un poeta como Homero para expresar la delicadeza de este dios. Homero dice que Ate es diosa y delicada: Sus pies son delicados porque nunca los posa en tierra, sino que anda sobre la cabeza de los hombres.

Creo que queda bastante probada la delicadeza de Ate, diciendo que no se apoya sobre lo que es duro, sino sobre lo que es suave. Me serviré de una prueba análoga para demostrar cuán delicado es Eros. No marcha sobre la tierra, ni tampoco sobre las cabezas que por otra parte no presentan un punto de apoyo muy suave, sino que marcha y descansa sobre las cosas más tiernas, porque es en los corazones y en las almas de los dioses y de los hombres donde fija su morada. Pero no en todas las almas, pues se aleja de los corazones duros y sólo descansa en los delicados. Y como nunca toca con el pie ni con ninguna otra parte del cuerpo sino en lo más delicado de los seres más delicados, es necesario que él sea de una delicadeza extremada; y es, por consiguiente, el más joven y el más delicado de los dioses. Además, su esencia es sutil porque no podría extenderse en todas direcciones ni insinuarse, inadvertido en todas las almas, ni salir de ellas, si fuese de sustancia sólida; y lo que obliga a reconocer en él una esencia sutil, es la gracia que, según común opinión, distingue eminentemente a Eros, porque él y la fealdad están siempre en guerra. Como vive entre las flores, no se puede dudar de la frescura de su tez.

Y, en efecto, Eros, jamás se detiene en lo que no tiene flores, o que las tiene ya marchitas, sea un cuerpo, un alma o cualquier otra cosa. Pero donde encuentra flores y perfumes, allí fija su morada. Podrían presentarse otras muchas pruebas de la belleza de este dios, pero las dichas bastan. Hablemos de su virtud.

La mayor ventaja de Eros es que no puede recibir ninguna ofensa de parte de los hombres o de los dioses, y ni éstos pueden ser ofendidos por él, porque si sufre o hace sufrir es sin coacción, siendo la violencia incompatible con Eros. Sólo de libre voluntad se somete uno a Eros, ya todo acuerdo, concluido voluntariamente, las leyes, reinas del Estado, lo declaran justo. Pero Eros no sólo es justo, sino que es templado en alto grado, porque la templanza consiste en triunfar de los placeres y de las pasiones. ¿Hay un placer por encima de Eros? Si los placeres y las pasiones están por bajo de Eros, los domina; y si los domina, es necesario que esté dotado de una templanza incomparable. En cuanto a su fuerza, Ares mismo no puede igualarle, porque no es él el que posee a Eros, sino viceversa, el amor de Afrodita, como dicen los poetas. El que posee es más fuerte que el objeto poseído, ¿superar al que supera a los demás, no es ser el más fuerte de todos?

Después de haber hablado de la justicia, de la templanza y de la fuerza de este dios, falta probar su habilidad. Tratemos de llenar este vacío en la medida de lo posible. Para honrar mi arte, como Eriximaco quiso honrar el suyo, diré que Eros es un poeta tan entendido, que convierte en poeta al que quiere. Y esto sucede aun cuando sea uno extraño a las Musas, y en el momento que uno se siente inspirado por Eros; lo cual prueba que Eros es notable en esto de llevar a cabo las obras que son de la competencia de las Musas, porque no se enseña lo que se ignora, como no se da lo que no se tiene. ¿Podrá negarse que todos los seres vivos son obra de Eros, bajo la relación de su producción y de su nacimiento? ¿y no vemos en las artes que el que recibe lecciones de Eros se hace hábil y célebre, mientras que se queda en la oscuridad el que no ha sido inspirado por este dios? Apolo debe a la pasión y al amor la invención de la medicina, de la adivinación, del arte de matar con flechas; de modo que puede decirse que Eros es el maestro de Apolo; como de las Musas en cuanto a la música; de Hefestos, respecto al arte de fundir los metales; de Atenea, en el de tejer; de Zeus, en el de gobernar a los dioses y a los hombres. Si se restableció la concordia entre los dioses, hay que atribuirlo a Eros, es decir, a la belleza, porque el amor no se une a la fealdad. Antes de Eros, como dije al principio, pasaron entre los dioses muchas cosas deplorables bajo el reinado de Anagke. Pero en el momento que este dios nació del amor a lo bello, emanaron todos los bienes sobre los dioses y sobre los hombres. Es por esto, Fedro, por lo que me parece que Eros es muy bello y muy bueno, y que además comunica a los otros estas mismas ventajas. Terminaré con un himno poético.

Eros es el que da paz a los hombres, calma a los mares, silencio a los vientos, lecho y sueño a la inquietud. Él es el que une a los hombres, y les impide ser extraños los unos a los otros; principio y lazo de toda sociedad, de toda reunión amistosa, preside a las fiestas, a los coros y a los sacrificios.

Llena de dulzura y aleja la rudeza; excita la benevolencia e impide el odio. Propicio a los buenos, admirado por los sabios, agradable a los dioses, objeto de emulación para los que no lo conocen aún, tesoro precioso para los que le poseen, padre del lujo, de las delicias, del placer, de los dulces encantos, de los deseos tiernos, de las pasiones; cuida a los buenos y desprecia a los malos. En nuestras penas, en nuestros temores, en nuestros disgustos, en nuestras palabras es nuestro consejero, nuestro sostén y nuestro salvador. En fin, es la gloria de los dioses y de los hombres, el mejor y más precioso maestro, y todo mortal debe seguirle y repetir en su honor los himnos de que él mismo se sirve, para derramar la dulzura entre los dioses y entre los hombres. A este dios, Fedro, consagro mi discurso que ha sido festivo o serio, según me lo sugirió mi ingenio.

Índice de El banquete o Del amor de PlatónPrimera parteTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha