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Capítulo 6

Falso arte

Desde el momento en que las clases superiores de la sociedad perdieron su fe en el cristianismo de Iglesia, la belleza, es decir, el placer artístico, les dió la forma del bueno y del mal arte. En conformidad con esta noción, se formó una nueva teoría estética entre las clases superiores, a fin de justificarla; una teoría según la cual el arte no tiene otro objeto que producir la belleza. Los partidarios de esta teoría estética, para darle mayor apariencia de verdad, afirmaron que no era de su inventiva, sino que derivaba directamente de la naturaleza de las cosas y que fue ya formulada por los griegos. Eran éstas afirmaciones arbitrarias y además inexactas; verdad es que los griegos no distinguían muy bien lo bueno de lo bello; pero esto dependía de su concepción moral de la vida. No tenían idea aIguna de la perfección superior de la belleza moral, que no sólo es distinta a la belleza artística, sino muchas veces contraria a ella, y que, presentida ya por algunos profetas judíos, fue plenamente expresada en la doctrina de Jesucristo. Suponían que lo bello debe ser necesariamente bueno. Sócrates subordinaba la bondad a la belleza; Platón, para unir ambas nociones, hablaba de una belleza espiritual; Aristóteles quería que el arte tuviera una influencia moral. Pero, a excepción de estos sabios, todos admitían la concordancia perfecta entre la belleza y la bondad; y así se explica que en el lenguaje de los antIguos griegos, una palabra compuesta, kalokagathon, sirviera para designar esa concordancia.

Ese era el resultado de una cultura insuficiente, una simple confusión de dos nociones muy distintas. Fue precisamente la que los artistas del Renacimiento trataron de elevar a la categoría de ley. Intentaron probar que la unión de la belleza y de la bondad era inherente a la naturaleza de las cosas, que la belleza coincidia necesariamente con la bondad, y que el sentido de la palabra kalokagathon (que tenia un sentido para los griegos, pero no podía tener ninguno para los cristianos) representaba el más alto ideal de la humanidad. Sobre tal confusión se ha edificado toda la estética moderna. Y nada es en verdad menos legítimo que su pretensión de ser la continuación de la estética de los griegos.

Para quien quiera estudiar el caso con atención, dice Bénard en su libro sobre la estética de Aristótetes, la teoría de lo bello y la del arte están separadas en Aristóteles como en Platón y en todos sus sucesores. Los griegos consideraban únicamente el arte como bueno cuando estaba al servicio de lo que entendían por bondad. Pero el sentido moral estaba tan poco desarrollado en ellos, que la bondad y la belleza les parecian coincidir. Por lo que hace a una doctrina estética parecida a la que se Ies atribuye, nunca la sospecharon siquiera. La estética se inventó sólo en los tiempos modernos, y sólo desde Baumgarten ha tomado una forma científica.

A fuer de alemán, ese pedante combinó y expuso su extraordinaria teoría con gran cuidado de la exactitud exterior, pero con desdén absoluto de la observación de los hechos. A pesar de lo absurdo de sus nociones, está teoría se esparció en seguida entre la gente instruida, hasta el punto de que, todavía hoy la repiten sabios e ignorantes, como un principio indubitable y de una evidencia absoluta.

Habent sua fata libelli pro capite lectoris, pero más justamente todavía las teorías habent sua fata, según el grado de error en que está sumida la sociedad donde se inventan esas teorías. Si una teoría justifica la falsa posición en que vive cierta parte de una sociedad, por más que le falte fundamento o sea falsa de un modo manifiesto, se admite como un artículo de fe por esta parte de la sociedad. Esto es lo que ha sucedido, por ejemplo, con la teoría célebre y absurda de Malthus, que sostiene que la población del mundo crece en proporción geométrica, mientras que los medios de subsistencia lo hacen en progresión aritmética, lo cual debía producir como consecuencia un exceso de población. Lo propio ocurrió con la teoría derivada de la anterior que veía en la selección y la lucha por la vida la base del progreso humano. Es también lo que ha ocurrido con la teoría de Marx, que pretende representarnos como fatal e inevitable la destrucción gradual de la pequeña industria privada por la gran industria capitalista. Aunque estas teorías carecen de fundamento y contradicen todas las certidumbres y creencias humanas, aun cuando sean de una inmoralidad estúpida y repugnante, se admiten dócilmente y sin examen, a veces durante siglos, hasta que han desaparecido las condiciones sociales que querían justificar. A tal pertenece la extraordinaria teoría de Baumgarten, que quiere que la bondad, la verdad y la belleza sean tres manifestaciones de un Ser único y perfecto.

Se buscará en vano la sombra de un argumento para apoyar la teoría. La bondad es la concepción fundamental que forma la esencia de nuestra conciencia, concepción que la razón no puede definir, pero que sirve para definir todo lo demás; es el fin supremo, eterno, de nuestra vida. La bondad es lo mismo que nosotros llamamos Dios.

Baumgarten tiene razón en esto. Pero la belleza, si queremos hablar de lo que entendemos, la belleza es sólo lo que nos gusta, y por consecuencia, la noción de la belleza, no sólo no coincide con la de bondad, sino que antes difiere de ella, pues la bondad coincide a menudo con una victoria sobre nuestras pasiones, mientras que la belleza está en la raíz de todas ellas. Bien sé que se habla siempre de una belleza moral o espiritual; pero esto es un simple juego de palabras, ya que esta belleza moral o espiritual no designa otra cosa que la bondad.

En cuanto a lo que llamamos la verdad, es sencillamente la concordancia de la definición de un objeto, o de su explicación, ya con la realidad, ya con una concepción de este objeto, común a todas las inteligencias; y, por consiguiente, puede decirse que la verdad es uno de los medios de producir la bondad; pero lejos de confundirse con la belleza no coincide a menudo con ella. Sócrates y Pascal, y otros sabios, además, estimaban que conocer la verdad acerca de objetos inútiles no estaba en modo alguno de acuerdo con la bondad, y hasta que había verdades nocivas, es decir, malas.

Con la belleza, por otra parte, no tiene la verdad la menor relación, y muy a menudo está en contradicción con ella, pues la verdad produce generalmente la decepción y destruye la ilusión, que es una de las condiciones principales de la belleza. ¿No es raro que la reunión arbitraria, en un solo conjunto, de tres nociones tan extrañas una a otra haya podido servir de base a la teoría en nombre de la cual una de las manifestaciones más bajas del arte ha podido pasar por el arte más sublime: la manifestación del arte que tiene por único objeto el placer, aquella contra la cual todos los maestros de la humanidad han puesto en guardia a los hombres? Y nadie protesta contra tales absurdos. Los sabios escriben largas obras incomprensibles en que hacen de la belleza uno de los términos de una trinidad estética. ¡Estas palabras, lo Bello, lo Verdadero, lo Bueno, se repiten, con mayúsculas, por filósofos y artistas, por poetas y críticos que imaginan, pronunciándolas, decir algo sólido y definido, que puede servir de base a sus opiniones! Y la verdad es que no solamente estas palabras no tienen sentido definido, sino que impiden dar un sentido definido a ningún arte, pues sólo fueron creadas para justificar la falsa importancia atribuida a la forma más odiosa del arte: a la que tiene por único objeto producirnos placer.


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